"VIAGE A TAGANANA.
FJESTA DE LAS NIEVES" (1862)
Estudio crítico de Manuel Hernández González
© Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017
Este relato anónimo fue publicado en el periódico santacrucero El
Guanche entre el 14 y el 20 de septiembre de 1862. Eran años en que
todavía arreciaba la pugna sobre el estatuto definitivo de Taganana como
municipio y en los que sus habitantes defendían todavía con gallardía su
identidad como tales, mientras que contrapuestos intereses les abocaban a
depender de la por aquel entonces más cercana La Laguna o de la
expansionista Santa Cruz, evento que no se dirimirá hasta 1877, en que se
impondrá definitivamente la hegemonía capitalina y se convertirá en un
pago más de Santa Cruz.
Este texto tiene la virtud de ser una excursión de dos santacruceros
a Taganana realizada específicamente para la fiesta de su patrona, la
Virgen de las Nieves, lo que lo convierte en sí mismo en un documento de
gran valor etnográfico. Se puede caracterizar desde el punto de vísta ideológico
como plenamente romántico, imbuido de la dialéctica campo-ciudad
y la contraposición de valores que engendra en su concepción de la vída
una época de profundos cambios, como son los acaecidos con el advenimiento
del liberalismo y los comienzos de la segunda revolución industrial.
Por tales circunstancias el autor trata de contraponer a Santa
Cruz, urbana y bulliciosa, frente al campo bucólico, patriarcal y melancólico
de una distante y a la vez cercana Taganana. De alú esa visión
idealizada de la vida en los Valles de Taganana, en la que se vislumbra la
verdadera felicidad de la existencia sencilla y fructífera, apegada a los
valores campesinos.
¿Qué aspectos de interés desde el punto de vista etnográfico nos
aporta el texto? Debemos de tener en cuenta que el relato se enmarca en
un momento en el que comienzan a notarse en el campo los drásticos
cambios que en la órbita socio-económica y cultural originó la desamortización
y las reformas liberales, transformaciones que eran mucho más
evidentes en la urbe. De ahí la dicotomía bien visible que se observa entre
el mundo rural y el urbano. Una existencia campesina que se resiste a hacer
sucumbir las esencias de sus costumbres que en la festividad de las Nieves
ineludiblemente se resquebrajarán hasta tal punto que bien pocos de los
festejos narrados por el viajero subsisten en la actualidad. Un tránsito de
las formas tradicionales a las nuevas en el que se puede apreciar el papel
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del párroco, último vestigio de las generaciones de clérigos liberales, herederos
del catolicismo ilustrado forjado en el Seminario Conciliar y que
serán desplazados en las décadas venideras por un clero más afin a la
revitalización del pensamiento contrarreformista.
En primer lugar nos describe la ruta del ómnibus que cubría el
servicio con caballos entre Santa Cruz y La Laguna, ineludible para
acceder por aquel entonces a Taganana. El concepto del almuerzo como la
comida fuerte de primeras horas de la mañana está presente en todo el
discurso. Emplea la palabra estaca que significa filete de carne o plato de
carne en salsa, aunque en este caso esta acepción parece referirse a la
pnmera.
El romanticismo de Taganana se expresa en un cuadro de Nicolás
Alfaro que parece no haber sido hasta la fecha catalogado. Una belleza que
expresa con clarividencia en el retrato de la tagananera, que describe con
precisión a través de la joven criada, con su característica dicción y expresividad.
Unas esencias de la vida campesina que están presididas por la
hospitalidad, que considera cualidad predominante de los tagananeros.
La descripción de la fiesta de la patrona es sin duda el documento
de más valor de este testimonio. Refleja una vez más algo que hemos
venido sosteniendo en otras obras1
: los rasgos característicos que unificaban
a las fiestas campesinas del Norte de Tenerife y particularmente de
su vertiente NE y que tenían todas ellas como nexo de organización las
libreas, las cofradías, el teatro popular de los entremeses, los bailes y los
navios. Fiestas que con la decadencia de los ejes tradicionales de la vida
campesina y su reformulación en la Restauración variarán sustancialmente
su espíritu en algunos pueblos, donde se extinguirán o se reconducirán con
nuevas expresiones para mostrar su identidad diferenciada, como es el caso
de Tejina.
1 Véase: HERNANDEZ GONZALEZ, M. (1989): La Religiosidad Popular en Tenerife
durante el Siglo XVIII: Las creencias y las fiestas. Tenerife; y HERNANDEZ
GONZALEZ, M. (1995): "El Culto a los Remedios en Canarias en el Antiguo
Régimen". Actas del Congreso Nacional sobre la advocación de Nuestra Señora de los
Remedios. HistoriayArte. Córdoba, pp. 47-66.
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La librea tagananera enlaza en un evento varias fiestas, el Corpus
con el Rosario, la batalla I}aval con el desfile militar, el disfraz de un ritual
de hombres que trata de esconder los roles convencionales en la catarsis
igualadora de la fiesta, con el tambor y los disparos al aire primero y los
fuegos artificiales después, como formas de ahuyentar el mal y garantizar
la regeneración de las simientes, expresiones vitales de una comunidad
campesina para hacer frente a la dura existencia cotidiana. Una escenificación
ritualizadora de la realidad que se expresa en las milicias, en el
tambor, en las loas, como invocaciones a la Virgen para proteger a la
localidad de los malos augurios y de las catástrofes, y particularmente en la
nave, que nos puede ayudar a comprender la integración de todos esos
elementos. Maderos en forma de barco que son tirados por una carreta de
bueyes que simbolizan unos navíos de tierra adentro que navegan sobre
ruedas y que no son de vocación marinera, sino fruto de una obsesión del
pasado en la lucha contra las constantes invasiones, ataques piráticos,
plagas y epidemias que provienen del exterior. Una batalla naval en un
pueblo de tierra adentro que siente bien de cerca la angustia del mar y lo
que trae consigo.
La importancia de la víspera con el papel desempeñado por la
librea a la luz de los hachones con el ruido de los tambores, el teatro
popular, las parrandas con sus trovas, los fuegos artificiales, los bailes al
son de los laúdes, las guitarras o los violines en los que reseña el cronista
las isas y las folías, la procesión con las descargas de los milicianos, con los
redobles de los tambores y las he1mandades con sus hopas blancas y
encarnadas. Un recorrido que escenifican los propios milicianos con sus
salvas y que concluye con el ruido atronador de las cámaras, asemejadas a
la eclosión de la artillería y en la que juega un papel propiciador la loa
campesina en su intermedio. Una concepción de la existencia que lentamente
se va erosionando por la acción de lo que se denomina progreso y
que ya no existe en Santa Cruz, donde las hermandades han sucumbido a
la desamortización de sus bienes y en la que las clásicas mantillas de franela
han dado pie a los mantones de la revolución manufacturera inglesa. Un
mundo en transformación que parece detenerse, si se quiera levemente, en
el recóndito y cercano mundo rural de Taganana y que por un instante nos
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recobra y hace latir este testimonio, cuyo texto hemos respetado en su
ortografia decimonónica, particularmente en el empleo de lag por j.
VIAGE A TAGANANA. FIESTA DE LAS NIEVES.
Amables y queridísimos lectores que, aunque no seáis ni lo uno ni
lo otro, doy por supuesto que lo sois, con lo cual parécenos haceros un
favor no os voy a relatar un viage sorprendente, lleho de peripecias y
acontecimientos extraordinarios, ni mucho menos una fiesta de esas que
hacen época, como decirse suele, no; sólo trato de describir con mis débiles
fuerzas el viaje de esta capital a Taganana y la sencilla fiesta que en
honor de N.S. de las Nieves, patrona de aquel pueblo, celebran sus
amables habitantes. Hecha esta salvedad, dueños sois de leer o no estos
desaliñados renglones, pues para nosotros nos da lo mismo.
Empiezo, pues, mi relación.
El día 4 del pasado agosto y provisto de los correspondientes
billetes, mi compañero y yo nos presentamos en el parador de Omnibus
antes de la siete de la mañana, hora marcada para la salida de uno de estos
vehículos que llega hasta la próxima ciudad de San Cristóbal de La
Laguna, con el fin de apoderamos de el asiento que de derecho nos
correspondía; por que suele suceder, y a nosotros así nos sucedió, que,
cuando dan la voz de embarcar, se lo encuentra uno ocupado. A pesar de
hallarse nuestros asientos ocupados, como ya dijimos, nos alegramos
mucho de ello, pues lo ocupaba (hablo del mío) una lindísima joven que en
unión de su marido hacía el mismo viaje, y nosotros a fuer de galantes
españoles tenemos un verdadero placer en ceder siempre el puesto de
preferencia al bello sexo. Estos nos proporcionó un buen rato a causa de
que con su carácter franco y jovial y amena y delicada conversación
pasamos sin sentirlas las dos mortales horas que hay de aquí a La Laguna,
que a no haber sido por esto nos hubiéramos aburrido de lo lindo, pues los
otros tres compañeros de viage no desplegaron sus labios en todo el
caIIBno.
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Llegados a La Laguna encontramos los dos trotones que de Taganana
nos habían venido a buscar, mas, como el calor era tan sofocante y
abrasador, tomamos consejo y resolvimos no ponemos en marcha hasta
que el sol pasase el meridiano y perdiera por consiguiente parte de su
fiereza; y con el fin de reponer un poco nuestras decaídas fuerzas, fuimos a
una especie de fonda a encargar un almuerzo para dos personas, previniéndonos
la patrona que volviésemos dentro de un cuarto de hora.
Mientras aquél se preparaba salimos a dar una vuelta en la que invertimos
algo más de plazo que nos habían señalado, pues por nuestro reloj había
transcurrido más de media hora. A pesar de esto nos fue forzoso esperar,
mitigando un tanto nuestro mal humor, las excelentes estacas que se nos
sirvieron. Una vez acondicionado el ánima vitae, ya que no podíamos
continuar nuestro camino, nos empezamos a aburrir, cuando afortunadamente
acertó a pasar un amigo nuestro, el cual nos llevó a su casa y nos
obsequió con un refresco y allí pasamos el día hasta que llegó la hora de
partida. Nos despedimos, pues, de él, y fuimos a montamos al Tanque
grande.
Si habéis pasado alguna vez, lectores amigos, el camino de las
Mercedes, conoceréis con cuanto acierto y justicia decimos que nada más
magnífico, más encantador, que aquella ruta, trazada en medio de una
feracísima vega. En una casa a orillas del camino y cerca ya del monte
hicimos un alto para descansar un rato y nos refrescamos con un vaso de
agua y vino que sus dueños tuvieron la amabilidad de ofrecemos.
Repuestos un poco, emprendimos nuevamente nuestra marcha, a
pesar del fuertísimo calor, reconcentrando nuestra atención para contemplar
los magníficos puntos de vista que desde el centro de la alta y central
cordillera de Tenerife, de la cual parten las estribaciones que forman los
valles de un lado y a otro de la isla; se descubrían a nuestra derecha e
izquierda. Tendríamos ya como cuatro horas de marcha y descendíamos
las tan justamente celebradas vueltas, cuando divisamos el pueblo de
Taganana, sentado muellemente casi a orillas del mar sobre una extensa
alfombra de verdura como una perezosa sultana.
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El valle en que se asienta este pueblo es bastante original. Tiene la
forma de una herradura y los montes que forman la parte cóncava, en
donde se hallan las vueltas son muy elevados.
Llegamos por fin a la casa donde debíamos apearnos en la que se
nos recibió con suma complacencia y agrado; que, según nos habían informado,
es una de las cualidades preeminentes de los tagananenses.
Inmediatamente después de haber descansado, se nos sirvió una
suculenta y abundante comida, a la que hicimos los debidos honores, pues
además del apetito que produce el cansancio de un largo camino teníamos
en nuestro favor el no haber comido bocado desde las nueve y media de la
mañana, y eran las seis y media de la tarde.
Desde la casa en donde nos hallábamos descubrimos al otro lado
del barranco la Iglesia, la que se hallaba asentada en una especie de esplanada
o plaza en cuyo frente se hallaba poblada de frondosos álamos de
añoso tronco, terminando el fondo del cuadro las altas y originales
montañas que forman el valle del lado del este. Este bonito paisage lo
habíamos visto copiado por nuestro ilustrado paisano Nicolás Alfaro.
Formado sobre altos palos y como a los dos tercios de la plaza se hallaba
un barco, cuyo destino explicaremos a su tiempo, provisto de velas y
adornado con banderas.
Una vez repuestos fuimos a visitar la Iglesia, que, aunque modesta,
es de tres naves, bastante espaciosa, si bien un poco baja de techo. El coro
se hallaba colocado en el centro de la nave mayor como en algunas
catedrales y el púlpito, aunque sencillo, es de caoba. Tiene la iglesia dos
lámparas y seis candeleros de plata.
Ya casi entrada la noche se nos presentó en la casa de uno de los
principales vecinos, alcalde que ha sido años atrás y nos sorprendió sobremanera
el oir expresarse a una joven criada en el campo con tanta
propiedad, soltura y corrección como casi la más instruida de nuestras
grandes poblaciones. La casa estaba casi a obscuras; reinaba esa dudosa
claridad del crepúsculo; y cuando trajeron luz que hirió de lleno el rostro
de la joven, de que nos ocupamos, se apoderó de nosotros la admiración.
Figuraos, amigos lectores, un rostro ovalado, adornado de unos grandes
ojos negros, rasgados, saturados de ese no se qué que nos hechiza cuando
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lanzan sobre nosotros una de esas miradas de fuego que le son peculiares;
una nariz un si o es no es arqueada (sic) y proporcionada; y una boca
pequeña en la cual retoza esa amable sonrisa que tanto nos enloquece, y
tendréis un débil bosquejo de la imagen que aun conservamos en nuestra
imaginación. Generalmente todas las Tagananenses son semejantes a la
que os hemos descrito con muy pocas variantes.
De allí volvimos a la iglesia a oir los matines y nos colocamos en el
coro, en el cual dormimos a pierna suelta, como decirse suele, sin saber si
el sueño nos lo produjo la monotorúa de los cánticos o el cansancio del
viage que acabábamos de hacer.
Estando aun en la iglesia oímos redoblar con vigor un tambor,
como si estuviesen tocando a generala y no acertábamos a darnos cuenta
de cual sería la causa, porque exporúamos, conocida la proverbial tranquilidad
de aquellos moradores, que serían cosas anexas a la fiesta.
lado.
Para cerciorarnos preguntamos a uno que se hallaba a nuestro
¿Me hace V. favor de decirme que significa ese tambor que
redobla?.
Y contestó:
Es la Librea que va a comenzar.
¿Sabéis, queridos lectores, que es una Librea?
Supongo que no lo sabéis y por lo tanto voy a tratar de explicároslo.
La Librea que en algunos pueblos tiene lugar la víspera a la noche
de la fiesta, es un conjunto de hombres armados de escopetas y hachones
encendidos, los cuales tienen un jefe, que por lo regular suele vestir un
uniforme de milicias y un tambor. Esta especie de tropa rompe su marcha
en las inmediaciones de la Iglesia a tambor batiente y haciendo descargas
se está casi toda la noche marchando por todo el pueblo engrosándose con
todos los muchachos y los curiosos. Sólo viéndolo es como se puede
formar cierta idea del aspecto fantástico que toma a cierta distancia esta
especie de tropa a la luz de los hachones. Uno que por primera vez viese
un espectáculo semejante, se creería ver una reunión de cafres celebrando
con sus orgías infernales la victoria alcanzada sobre una tribu enemiga.
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Serían las nueve de la noche se hizo en la plaza un entremés. Acto
continuo se quemaron los fuegos artificiales que nos agradaron bastante
por ser de los más bonitos que hemos visto, concluidos los cuales nos retiramos
a descansar, oyendo en todo el tránsito los sentidos y melodiosos
cantares de los trovadores que empezaban a lucir la entonación y extensión
de su voz y destreza en pulsar el laúd.
Nos acostamos en las camas que se habían preparado en una
especie de alcoba, las cuales estaban arregladas con limpieza y esmero, si
bien un poco duras. Al momento descendió sobre nosotros el benéfico
Morfeo, cubriéndonos con sus alas de beleño y nos dormimos como dos
bienaventurados hasta el día siguiente bien temprano que nos levantamos
con ánimo de recorrer algún poco aquellos campos. Ante todas cosas, y
como buenos cristianos oímos misa; al salir nos dirigimos a una de las
casas contiguas a la iglesia donde vive la encantadora joven de que os he
hablado para admirar en pleno día su hermosura y apreciar los quilates de
su amena conversación. Tal era el ansia que terúamos de verla. ¡Tan
grande la sensación que en nosotros produjera!.
Embebidos en una alegre conversación nos hallábamos cuando nos
advirtió nuestro huésped que con nosotros se hallaba, que eran horas de
almorzar, lo que nos hizo descender del intrincado laberinto de ilusiones
que nuestra imaginación recorría, y acordarnos, que con desagrado, de que
es necesario también el sustento del cuerpo. En obsequio del interés que se
tomaba por nosotros le perdonamos este mal rato.
A cosa de las nueve empezó la función, habiéndonos agradado
sobremanera el sermón pronunciado en honor de Nuestra Señora de las
Nieves por el presbítero D. José Mora y Beruff, pues a la sencillez con que
debe hablarse siempre a los campesinos reurúa cierta elegancia de estilo
que no siempre suelen encontrarse reunidas.
La concurrencia a la iglesia fue bastante numerosa, y allí pudimos
admirar a las graciosas Tagananenses adornadas con la clásica mantilla de
franela que va desapareciendo casi completamente entre nosotros, cediendo
un lugar a los adustos mantones.
Concluido el sern1ón y con objeto de ver perfectamente la procesión
fuimos a colocarnos en una ventana del segundo piso de una casa
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situada en la plaza, la cual se nos franqueó con la mayor amabilidad.
Instalados allí, pudimos observar que el barco que os hemos hablado se iba
llenando de hombres armados de escopetas, entre los cuales se hallaba el
indispensable tambor. Cuando las campanas con su metálica voz anunciaron
que la procesión iba a salir, un fuerte y prolongado redoble anunció
a los tripulantes de aquel aéreo bajel que cada cual debía de ocupar su
puesto y prepararse a hacer las salvas éorrespondientes. Se nos figuró
presenciar una de esas escenas desagradables, cuando dos buques enemigos
que van a entrar en reñido combate tocan a zafarrancho.
Distraído me hallaba haciendo estas reflexiones cuando una descarga
me anunció que la Virgen se hallaba en la calle.
La procesión seguía avanzando, el tambor redoblándose y los
disparos menudeándose.
Rompían la marcha dos estandartes a la cabeza de dos largas filas
de hermanos vestidos con sus hopas unas blancas y otras encamadas. En el
centro iba la Virgen cargada en hombros de cuatro de éstos, no de cuatro
hombres cualesquiera, como aquí acontece. El clero en seguida, y detrás
un numeroso pueblo.
Al llegar al extremo de la plaza y dar la vuelta la procesión, se
descargaron las cámaras, que son una especie de pequeños morteretes, lo
cual semejaba a una salva de artillería.
Frente del tranquilo bajel se paró la Virgen, y uno de aquellos
campesinos pronunciaron con sentida entonación una loa, especie de invocación
para que aquélla mirara como siempre con ojos propicios aquel
pueblo y derramara sobre sus moradores todas las delicias que pueden
disfrutarse en este Valle de lágrimas.
Concluida ésta, la procesión continuó su marcha hasta llegar a la
iglesia, menudeándose los disparos y arreciando cada vez más, a manera de
una deshecha tempestad al atronador tambor.
Terminada ya la función, empezaron los bailes, viendo bailar con
gracia y donaire la iza y las folías. Sin embargo, de que no había regios
salones adornados con cuanto la opulencia y el refinamiento del gusto
reunen de bello, ni brillantes luces, ni vapprosos vestidos, no por eso
dejábamos de estaciamos en su contemplación, porque nos servia de techo
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la inmensa bóveda del cielo con su riente esplendidez y nos prestaba sus
puros e inimitables encantos la pródiga naturaleza.
Por la tarde, nos dirigimos hacia la orilla del mar con el fin de ver
aquella parte de la costa de Tenerife en que se ven al este los roques de
Anaga y al oeste los altos picos de las montañas, que semejan las agujas de
una gótica catedral.
Se nos olvidaba, y en justa reparación lo decimos, que al bajar para
el mar pasamos por la casa del Alcalde a hacerle la correspondiente visita,
el que nos obsequió con la amabilidad que allí encontramos en todos.
Concluida nuestra pequeña excursión volvimos a la plaza donde el
baile se había hecho general, y permanecimos allí admirando la sencillez de
aquellos moradores y el gozo infantil que rebozaba en sus semblantes.
Abstraídos en esta meditación no pudimos menos de contemplar
aquel reposo inmutable, aquella vida verdaderamente patriarca de las
familias, una feracísima naturaleza, tan feraz como melancólica y llena de
encantos, aquel cielo que unas veces recortaban las caprichosas puntas de
las elevadas montañas o las frondosas copas de árboles seculares; y volar
en alas de nuestra imaginación a nuestras ciudades con su animoso ruido,
sus placeres, sus encantos, su riqueza, su lujo, son acertar a explicarnos
por qué en tan cortas distancias es tan distinta la vida, por qué en el campo
todo es paz, tranquilidad y en la ciudad bulla, aturdimiento.
¿Cuál es la vida más feliz? nos preguntábamos.
La del campo.- Una vida tranquila, laboriosa, exenta de cuidados,
de envidias, de enemistades, creemos que es preferible a esa vida forzada,
por decirlo así, que se lleva en las poblaciones, donde siempre se está
aburrido, hastiado; donde se piensa más que en inventar medios de
distracción por qué a nuestra gastada sensibilidad nada conmueve ya, nada
la cautiva.
Permanecíamos aun en nuestra meditación sin notar que los
armoniosos sonidos del violín y guitarra habían dejado de oírse hacía rato;
que la gente empezaba a retirarse por que era hora de ir a la novena; y que
la noche se nos venía encima como sucede en todos los valles desde que el
refulgente astro del día se oculta privándonos de sus vivificadores rayos,
cuando nuestro amigo nos lo advirtió.
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El se marchó a la iglesia y yo como tenía necesidad de distraerme
un poco fui a la casa de que tanto os he hablado ya a disfrutar de un rato
de tertulia.
Concluida la novena volvió a dar comienzo el baile con bastante
animación, hasta después de las once de la noche, hora en que cada cual se
retiró a reposar en los cariñosos brazos de Morfeo, y nosotros como unos
de tantos, cada cual hicimos lo mismo.
Al día siguiente nos levantamos bien temprano con el fin de hacer
nuestros preparativos de viage y la visita de despedida, por que a la una del
día debíamos emprender nuestra marcha.
Réstame antes de terminar, hablaros del cura, hombre virtuoso que
hace once años se halla sirviendo aquella parroquia enterrado, por decirlo
así, en aquel valle, sufiiendo con paciencia y santa resignación las molestias
de un curato pobre, por que su renta es escasísima, y de tanta extensión
territorial como aquel y en un país tan quebrado produce. Sólo la
abnegación que debe adornar a los discípulos del crucificado, es la que
puede prestar fuerzas para sufiir una vida semejante.
El día se pasó alegremente visitando todo el pueblo, hasta que fue
la hora en que debíamos ponemos en camino.
En la puerta de la casa en que parábamos nos esperaban las
cabalgaduras, montamos y antes de romper la marcha, desde lo más
profundo de nuestro corazón enviamos nuestro sentido ¡a Dios! a
Taganana; cuyo grato recuerdo se halla grabado en el corazón y su imagen
en nuestra mente; pudiendo estar persuadidos los Tagananenses que
siempre hablaremos con sentido entusiasmo de ellos y su pintoresco
pueblo.
Caros lectores si estos mal pergeñados renglones no te han
agradado no es nuestra la . culpa; por que sin aspiraciones de ningún
género, sin que creamos que nuestros pobres trabajos valgan algo, sólo
hemos querido relatar lo que hemos visto, lo que hemos observado. Así
pues sólo te pedimos que, hecho cargo de lo que dejamos expuesto, seas
indulgente y tolerante y disimules las faltas que no puedes menos de
encontrar.
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