CONOCIMIENTO CAMPESINO TRADICIONAL EN EL CASERIO DE
LAS FUENTES (GUIA DE ISORA, TENERIFE)
Fernando Sabaté Bel
© Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017
APRENDER DEL PASADO PARA GESTIONAR EL PRESENTE
El barrio de Las Fuentes de Tejina o. simpl emente, Las Fuemes. es
hoy día un caserío despoblado de la medianía alta del munic ipio de Guía
!sora, en el Suroeste de la isla de Teneri fe . La grave crisis que han conocido
en las últimas décadas numerosas áreas rurales marginales, unido a los
profundos cambios económicos y culturales acontecidos en el Archipiélago
Canario en ese periodo, dieron al traste con una forma de vida y con una
manera de entender la relación entre los seres humanos, el territorio y la
naturaleza en general. En el caso de Las Fuentes, sus últimos habitantes fijos
cambiaron esa residencia por otro lugar en la década de 1970. Casi por las
mismas fechas, una pista de tierra al canzaba por primera vez las casas más
bajas del barrio . La nueva vía no llegó a tiempo de retener a los pobladores.
haciendo posible el diario transitar en vehículos automóviles hasta los sitios y
los empleos donde hoy se ganan la vida las fuenteras y fuenteros. Pero sí. al
menos, ha permitido que buena parte de los propietarios y antiguos vecmus
acudan periódicamente al lugar a atender ciertos cultivos y mantener. en h•
posible, las construcciones. Gracias a ellos, Las Fuentes se nos presenta hu)
como una· auténtica joya paisajística y patrimonial, que se mantiene ima.:ta.
sin conocer las transformaciones y mixtificaciones que han sufrido casi todos
los asentamientos rurales de la Medianía tinerfeña.
El presente artículo forma parte de un informe, inédito, que
escribimos por encargo de algunos compañeros de la Asociación Tinerfeña de
Amigos de la Naturaleza. Su título original era «Aproximación al diagnóstico
agroecológico de Las Fuentes: aprender del pasado para gestionar el
presente». Aquel trabajo tenía cuatro partes. Aquí presentamos una versión
levemente retocada de las dos primeras. Las dos restantes se ocupaban de
caracterizar el actual desenvolvimiento agrícola de Las Fuentes tras el
abandono del caserío (lo llamamos "La gestión agroecológica presente"), así
como de proponer una posible alternativa orientada a la recuperación
socioeconómica del lugar ("Hacia una estrategia de desarrollo sustentable
para Las Fuentes" ). Los cuatro apartados de ese documento forman parte, a
su vez, de una memoria más amplia, desarrollada por un colectivo de
personas con distintos enfoques disciplinares; y que incluye, entre otros,
estudios más precisos sobre la flora, la fauna, la arquitectura vernácula o la
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distribución de la propiedad en el lugar. Dicho estudio pretende ser la
contribución teórica a un proyecto, complejo e interesante, de rehabilitación
integral del caserío de Las Fuentes, en el que están implicados antiguos
vecinos y propietarios de la zona, el Ayuntamiento de Guía de !sora, el
Cabildo de Tenerife y el citado grupo ecologista.
Una vez enmarcado el origen del trabajo, con,viene contextualizar sus
contenidos y enfoque. No es un trabajo de Historia, aunque acudamos a las
fuentes históricas, básicamente orales, que se conservan en la zona; tampoco
es un estudio estrictamente geográfico, aunque el enfoque de la Geografía
-disciplina en la que se ha formado el autor- esté bastante presente. El trabajo
se podría enmarcar en el ámbito de la Agroecologfa, una disciplina de
síntesis que emerge como uno de los anticuerpos a los complejos problemas
sociales y ecológicos contemporáneos. De forma muy sintética (y por eso
mismo, simplificadora) podríamos definirla como el estudio de las tradiciones
campesinas desarrolladas empíricamente en cada lugar para, junto a los
conocimientos científicos actuales, sustentar el desarrollo contemporáneo de
prácticas agrarias que sean ecológicamente compatibles, económicamente
viables, socialmente equitativas y culturalmente aceptables por los pueblos.
Ese es, nada menos, el reto. Y las conexiones con los estudios sobre la
Cultura Popular son, por tanto, evidentes.
Como tratamos de demostrar en este artículo, las personas que
vivieron en Las Fuentes en la s gunda mitad del siglo XIX y durante casi
todo el siglo XX, como muchos campesinos canarios y de tantos otros
lugares, dieron muestra de una notable capacidad para identificar los recursos
y los ecosistemas que tenían a su alcance, conocer su potencial o vocación
productiva, y desarrollar complejos y sofisticados métodos (y no simples y
burdos, como los verdaderos ignorantes suelen pensar) para gestionar aquello
que les daba vida sin comprometer su mantenimiento. Tirar por la borda
tanta experiencia constituye, en nuestra opinión, una frivolidad que no nos
deberíamos permitir.
Nos interesa dejar claro que este trabajo no es más que una primera
aproximación al extraordinario conocimiento campesino acumulado en un
núcleo rural, Las Fuentes en este caso. Con él no pretenr.iemos más que
llamar la atención sobre la posibilidad y la necesidad de seguir profundizando
mucho más en algunos de los aspectos que aquí apenas se esbozan y en otros
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muchos que tal vez ni se mencionan. Finalmente, no podemos por menos que
agradecer profundamente a los antiguos vecinos de Las Fuentes que fueron
entrevistados, y cuya información verbal nutrió la mayor parte de los
contenidos de este escrito. Y muy particularmente, a don Francisco
Hernández, cuyo amor a la tierra bien merece dar fruto en la recuperación
integral del caserío de Las Fuentes y su entorno.
BREVE CARACTERIZACION DE LAS FUENTES EN EL CONTEXTO
DEL SUROESTE DE TENERIFE
El caserío de Las Fuentes se localiza en la medianía alta de la banda
suroccidental de Tenerife, en torno a los mil metros sobre el nivel del mar.
Pertenece, como se dijo, al término municipal de Guía de !sora. Hay que
tener en cuenta que la comarca isorana (que incluye, junto a Guía, a los
municipios colindantes de Santiago del Teide y Adeje) constituye la vertiente
tinerfeña más abrigada de la acción de los Alisios; ello le confiere las
mayores condiciones de insolación y las precipitaciones más menguadas de la
Isla, así como unas condiciones climáticas generalmente estables. La
excepción a esta norma corresponde a aquellos días del año -pocos- en que se
produce la irrupción de temporal de componente oeste (denominado
localmente tiempo gomero en relación a su origen relativo), que riega en
abundancia y en ocasiones castiga con particular dureza los cultivos y las
infraestructuras. En este marco y debido a su altitud, Las Fuentes disfruta de
un clima local templado con verano cálido y seco, y lluvias algo más
copiosas: superiores a los quinientos milímetros de media anual.
Pero si algún elemento singulariza y confiere su indiscutible
personalidad a Las Fuentes, éste es sin duda la existencia en el lugar de un
paquete de depósitos pumíticos y tobas. En efecto, tanto en el núcleo que nos
ocupa como, al otro lado del Barranco de Guaría, en la Loma de El Choro,
existen sendas bolsas de estos materiales volcánicos que emisiones pretéritas
proyectaron desde Las Cañadas del Teide y apilaron aquí. Como es sabido,
las pumitas -toscas y jables- recubren vastas superficies del Sureste de
Tenerife y, en menor medida, de otros ámbitos de la Isla. Sin embargo, su
presencia en la comarca que nos ocupa resulta bastante excepcional. Mucho
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tendrá ello que ver, como veremos, con las oportunidades que este sustrato
brindó a la humanización y, aún, con la existencia misma de este núcleo
habitado, el más alto, entre los importantes, de su municipio.
El topónimo Las Fuentes, como todos los nombres vernáculos de los
sitios, no es casual. Da cuenta del carácter estratégico que tuvieron unas
aguas manantiales, de exiguo caudal, pero que sugusieron una fuente de
abastecimiento seguro aún en lo más avanzado de la estación seca. La
tradición oral o, sin ir tan lejos, el recuerdo de las personas maduras, retiene
la imagen de la afluencia estival de vecinos y, sobre,todo, vecinas de otros
barrios del contorno (Acojeja, Tejina) que acudían con recipientes y, quien
podía, con animales de carga, a obtener agua de estas fuentes, cuando las
suyas, más próximas, ya se habían agotado. Noches de espera, vigilia y
conversación. Debemos pensar que las galerías en Guía de !sora, las primeras
que obtuvieron éxito en la zona, se excavaron en la tercera y cuarta década
del siglo XX. Y que estos caudales se dirigieron rápidamente al riego y la
transformación agrícola de la desértica Costa, es decir, se destinaron al fin
previsto por sus principales impulsores, la clase detentadora de grandes
propiedades en aquel espacio. Las fuentes de Las Fuentes deben su
existencia, con toda probabilidad, a ese depósito de tobas, situado
precisamente en el vano que forma la rampa lávica que desciende desde la
Cumbre (pared exterior de Las Cañadas occidentales) con un accidente
interpuesto en la misma: la Montaña de Tejina, cuya silueta preside este
ámbito. La rampa y la Montaña la forman, en su mayor parte, coladas de la
serie basáltica y traquibasáltica. La excepcional presencia de las pumitas,
recubriendo como si fuera una albarda la citada silla de montar, favorece la
infiltración de las aguas celestes y las escorrentías. Y permite su afluencia,
lenta pero constante, por el lado de poniente, en la banda de contacto de la
tosca con los materiales más impermeables. Alguien se encargó hace tiempo
de favorecer tal afluencia manantial, profundizando leve y sabiamente la
tosca en los puntos adecuados. Sea, pues, la primera ventaja de este material:
brinda -brindó, históricamente- agua para la vida.
Pero además, la presencia de la tosca o jable propició el desarrollo de
un conjunto de prácticas agrícolas singularmente adaptadas a ias condiciones
de este sustrato. Entre las características del mismo cabe señalar su capacidad
higroscópica, esto es, de captar la humedad ambiental procedente, bien del
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manto nuboso que algunas tardes baña esta medianía alta o, más
frecuentemente, del rocío nocturno. Y una vez captada, es capaz de retenerla,
manteniendo apreciables niveles de humedad en el suelo durante meses. Ello
hizo posible, antaño, cultivar papas en sequero, sin más auxilio hfdrico que
el que aporta espontáneamente la naturaleza. Y actualmente, cuando se
dispone de la posibilidad de regar, puede hacerse ahorrando considerable
cantidad de agua, lo que tiene una gran relevancia debido a su carestía.
Presenta el jable otras ventajas térmicas: actúa como un colchón que protege
el suelo de las temperaturas más bajas del invierno (lo que no es de
despreciar, cuando nos hallamos a un millar de metros de altura), a través de
los infinitos orificios que funcionan como aislantes cámaras de aire; en el
otro extremo del calendario, su color claro supone una protección añadida
frente a la elevada insolación veraniega. Es de reseñar también la economía
de trabajo en labores como la labranza, plantación y recolección, debido a su
escasa compacidad. Y la limitación que ofrece a la aparición de malas
hierbas (si se las quiere llamar así; o, al menos, hierbas que no aparecen por
la voluntad humana). Los terrenos de jable o tosca ofrecen una ventaja
añadida (aunque ésta es más propia de nuestros tiempos, tan dados a la
cultura de la imagen externa en detrimento de la cualidad intrínseca de las
cosas): los productos se obtienen limpios y con mejor presentación. Sabiendo
todo esto, entenderemos el viejo aforismo local, que calificaba antaño a Las
Fuentes como el "Granero de Guía de /sora": en un espacio de secano,
subdesértico en buena parte de sus ámbitos más bajos, existía este enclave
elevado y recubierto de un sustrato particular, lo que le confiere,
respectivamente, condiciones más favorables de humedad ambiental y
capacidad de retenerla. O lo que es lo mismo, una calidad agrológica
extraordinaria y singular. Virtud que se debe atribuir al terreno pumítico y,
con este reconocimiento, van dos.
La tercera ventaja de la tosca tendrá que ver con su capacidad para
conformar la propia residencia de los habitantes humanos o, cuando menos,
la habitación para el almacenamiento de aperos, la instalación de lagares, la
conservación de cosechas y el refugio de ganados domésticos. Podemos
plantear como hipótesis, necesitada de confirmación, que el caserío de Las
Fuentes no debió existir como núcleo habitado en forma estable con mucha
anterioridad a 1850. Tal vez no existía ni siquiera en esa fecha. Así parecen
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apuntarlo las fuentes orales hasta ahora consultadas, así como las escasas
fuentes escritas disponibles1. Se puede pensar que los primeros residentes, a
la hora de fabricar su residencia, reprodujeron aquella cultura de la que eran
portadores. Eligieron la piedra basáltica para la conformación de los muros,
y la teja de barro para las cubiertas, moldeada y cocida in situ; aún se
conserva la memoria de su elaboración y el horno donde se guisaron.
Progresivamente debieron apercibirse los fuenteros de las magníficas
condiciones que ofrecían los huecos trabajados en la roca pumítica, que tan
poca resistencia ofrece, además, a las labores de ex·cavación. Las mismas
cualidades higrométricas y térmicas señaladas para el jable como sustrato
agrológico, son de aplicación también a su carácter de cueva de habitación: el
desfase en la evolución de las temperaturas, registrado a lo largo del año
entre el interior de las cuevas y el ambiente exterior, confiere verosimilitud a
la percepción que sentencia: son frescas en el verano; calientes en el
invierno. Y aún aporta otra ventaja: el aislamiento acústico, que se agradece
mucho los días de temporal y viento fuerte, especialmente si se compara con
el recuerdo de cuando de descansar se trataba bajo una cubierta de tejas.
Con estos antecedentes, tal vez de haber transcurrido más tiempo,
medido en generaciones, los vecinos y vecinas de Las Fuentes hubieran
optado por generalizar la residencia en las cuevas de tosca, convencidos de
sus mayores ventajas. Así al menos lo hicieron muchos habitantes trogloditas
de otras comarcas insulares, que disponían de condiciones naturales
semejantes. Pero el tiempo no medió, y además aparecieron nuevos
materiales (como el bloque de hormigón y otros), de los cuales, en un futuro,
será bueno· hacer balance: Et?- lo que Las Fuentes se refiere, lo cierto es que
en los días más tórridos del verano, más de una perso·na trasladó la estancia a
la cueva empleada habitualmente como almacén. Y se descubrió también que
su estabilidad térmica (tanto en relación al cambio del día a la noche, -como
entre las estaciones) asegura un mayor éxito en la correcta fermentación
lEl Nomenclátor del año 1865 es el primer documento, que sepamos, que .se hace eco de la
existencia estadística de Las Fuentes. Sin atribuirle un número exacto de habitantes, se refiere
a la presencia de 8 edificios y 4 albergues y cuevas; de estas 12 unidades Je habitación, 5 se
hallaban permanentemente utilizadas y las otras siete sólo de forma temporal. Pocos años
después, en 1888, el caserío contaba ya con 42 pobladores de hecho (y 51 de derecho). Las
Fuentes alcanzó su techo poblacional en la década de 1930, llegando a sumar en ese año 151
habitantes.
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alcohólica del mosto. En fin, aquellas cuevas excavadas que, bien por su
orientación, su excesiva profundidad, o por otros factores de
microlocalización, resultan en exceso frías y húmedas para la habitación
humana, fueron válidas, en cambio, como establo o aprisco de los animales
que sustentaron la vida y el trabajo de las personas.
Visión parcial del caserío de Las Fuentes, presidido por la
Monta/fa de Tejina
Si bien no se generalizó el hábitat en las cuevas, lo que sí pusieron
de manifiesto los primeros pobladores de Las Fuentes, y supieron continuar
sus descendientes, fue una notable sabiduría en la elección del lugar donde se
debía o no debía edificar. "La casa no da sino sombra", afirman por otros
barrios del Sur, y con ello querían decir que lo primero es lo primero, o sea,
la tierra que brinda el autosostenimiento. Y a quién se le iba a ocurrir
fabricar encima de la tierrita buena, fuera ésta negra o, más todavía, jable.
Por eso hoy, cuando se asciende a la Montaña de Tejina y se contempla el
panorama inferior, sorprende su extraordinaria calidad: un paisaje agrícola
artesanal, con su sistema de canteros y cadenas; y la armonía de sus casas,
fabricadas con materiales del lugar, y dispuestas en la cresta de los lomos o
sobre los terrenos improductivos. Es decir, un paisaje natural y humanizado,
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basado en la aplicación de unas reglas muy precisas: la correcta identificación
de los recursos ecológicos disponibles, el aprovechamiento de éstos sin
comprometer su mantenimiento y, en definitiva, el sentido común. Como no
andamos muy sobrados del mismo hoy en día, tal vez sea útil seguir
preguntándose cómo resolvían el vivir los antiguos vecinos del lugar.
Se puede concluir esta primera aproximación a la realidad de Las
Fuentes, desde el punto de vista agroecológico, dando cuenta de otra de sus
singularidades. Acudiendo de nuevo a la tradición oral, ésta nos trae la
imagen de Las Fuentes como sitio alejado, aislado, al que diversas
epidemias, tanto las que afectaban a los humanos, como las que se cebaron
sobre los animales, no afectaron o alcanzaron levemente. Esa imagen de
lugar seguro frente a las patologías que exponen los más viejos, puede
constituir un hecho real en la situación presente, al menos desde el punto de
vista fitosanitario. Además de su localización en altura, concurren los
factores siguientes: como ya se dijo, un potente edificio volcánico cubre el
flanco inferior; por arriba, lo separa de Las Cañadas del Teide un espacio
"natural" (por llamar de alguna forma a un ámbito menos humanizado que
otros puntos de la geografía), recubierto de matorral y, en parte, reforestado
con pinos. A ambos lados, sendos barrancos lo individualizan del resto,
constituyendo -uno mucho más que el otro- barreras orográficas notables. Por
último, se debe ·tener en cuenta el abandono casi total de la actividad agrícola
en todo el espacio que rodea a Las Fuentes. Es preciso llegar hasta El Choro
o Vera de Erques, respectivamente, para encontrar agricultura en
funcionamiento. De este modo, resulta muy difícil la arribada de numerosas
plagas de los cultivos, al menos por transmisión directa desde parcelas
contaminadas y próximas. Ello constituye hoy una oportunidad de primer
orden para la práctica de una agricultura que evite el recurso a insecticidas,
fungicidas y otros productos químicos de síntesis, difíciles de evitar en la
situación actual en que las plagas han desarrollado una gran virulencia por su
adaptación a tales venenos.
Las Fuentes presenta hoy magníficas condiciones, en consecuencia,
para la práctica de la agricultura ecológica. Esta debería apoyarse, sin
embargo, en los sistemas de manejo sabiamente desarrollados por los
cultivadores locales en su experiencia y adaptación a las condiciones
particulares del lugar.
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LA GESTION AGROECOLOGICA EN EL PASADO DE LAS
FUENTES
En Las Fuentes, como en tantos otros lugares del medio rural
canario, se practicó una estrategia agroecológica múltiple y verticafl. Esto
significa que, a diferencia de la agricultura contemporánea convencional,
caracterizada por la especialización productiva y laboral, los campesinos de
antaño desarrollaron formas muy diversas de aprovechamiento y explotación
del espacio: si en algo se especializaron fue, precisamente, en explotar
múltiples ecosistemas, de los que se obtenían múltiples productos, mediante
la aplicación de múltiples y variadas actividades productivas3 . En nuestro
País, al menos en sus isl as de mayor relieve, los ecosistemas se disponen en
toda su riqueza y diversidad en bandas horizontales superpuestas de mar a
cumbre. Por eso, los habitantes que dependían de los recursos del territorio
para sobrevivir aprendieron a explotar verticalmente todos o muchos de estos
ecosistemas; y a obtener, de las peculiares condiciones bioclimáticas de cada
uno, los alimentos y otros productos que sus condiciones naturales permitían.
Se puede concretar cómo se desarrolló en el caso de Las Fuentes esta
estrategia múltiple y vertical, recorriendo, desde arriba hacia abajo, los
diversos aprovechamientos que los campesinos locales realizaban.
Podemos empezar por la Cumbre, es decir, por las cotas más altas de
la pared exterior a Las Cañadas del Teide y, eventualmente, por el interior de
la concavidad central tinerfeña. Este ámbito ecológico, cuyo paisaje vegetal
viene representado por un matorral xerofftico de retamares y codesares,
adaptado a las duras condiciones invernales, acogió un pastoreo de cabras
extensivo y trashumante. Los ganados, siguiendo una práctica ancestral,
acudieron periódicamente a estos pastos cumbreros, mediada la primavera y
durante todo el verano. La floración de la retama coincidía con la época del
año en que los pastos costeros resultaban escasos o inexistentes, y en esta
2 Se puede encontrar una información más detallada sobre este tipo de estrategia campesina
tradicional en el Archipiélago Canario en el trabajo de AGUILERA, F. y otros (1994):
Canarias. Economía, Ecología y Me~io Ambiente. Francisco Lemus Editor, La Laguna. Ver
al respecto el capítulo "La actualidad del enfoque campesino tradicional en la gestión del
medio natural", pp. 221-263 .
3Véase al respecto el trabajo fundamental de TOLEDO, V. y otros (1985): Ecología y
auzosuficiencia alimentaria. Siglo XXI Editores, México.
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alternancia entre invierno en la Costa (Verde) y verano en la Cumbre (Pasto)
transcurrió históricamente la cultura pastoril4. En el momento en que la
prohibición del pastoreo en Las Cañadas se fue haciendo efectiva5, y que la
expansión de los regadíos en la costa privó de muchos de sus espacios al
tránsito y ramoneo de las cabras, la Cumbre exterior al circo central debió
sostener el mayor peso de la cabaña ganadera, qye hubo de limitar sus
desplazamientos verticales a una franja más restringida. Por demás está decir
que la ganadería, en su mayor parte caprina -sin olvidar que la tradición oral
documenta la existencia de algunas ovejas rapas en el pasado-, aporta un
surtido amplio ele recursos: leche y sus derivados lácteos como queso y
manteca de ganado (ayer, insustituible sustancia terapéutica), carne,
excremento base para el estiércol, cuero, y aún otros elementos como cuajo
de cabrito (imprescindible para la elaboración del queso), o cuerno y hueso
para diversas artesanías. Los grandes rebaños, en ocasiones de varios
centenares de cabezas, se explotaban en régimen de medianería.
Pero la Cumbre acogía otros aprovechamientos complementarios. La
mencionada floración estival de la retama blanca, a la que anteceden o
prosiguen otras especies vegetales, constituye un recurso de primer orden
para la práctica de la apicultura. Las colmenas o corchos (ahuecados troncos
de palmera) eran trasladadas arriba en la estación conveniente, y descendidas
cuando los primeros rigores del otoño cumbrera comprometían la salud y la
productividad de los enjambres. También la Cumbre sustentaba una de las
principales fuentes de abastecimiento del cisco: materia seca del matorral que
sola, o descompuesta con los excrementos del ganado, se aportaba a los
terrenos de cultivo y contribuía a soltar Za tierra y recuperar sus condiciones
de fertilidad.
El espacio comprendido entre la Cumbre y Las Fuentes, antaño
territorio natural del pinar, deforestado en gran parte hace siglos y
4ver al respecto el trabajo de LORENZO PERERA, M.J. (1990): "Datos para el estudio del
pastoreo en Las Cañadas del Teide (Isla de Tenerife. Canarias)" en: Homenaje al Profesor
Dr. Telesforo Bravo, 11. Universidad de La Laguna, pp. 301-335. Dicho estudio recopila
información obtenida en los años 1970-1971 entre viejos cabreros de las Bandas del Sur,
habiéndose entrevistado entre ellos al último pastor que por entonces quedaba en Las Fuentes
de Tejina.
5ver también, al respecto, LORENZO PERERA, M.J. (1983): ¿Qué fue de los alzados
guanches?. Secretariado de Publicaciones, Universidad de La Laguna.
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parcialmente repoblado en nuestra centuria, sirvió de lugar de pastoreo (en
ese tránsito restringido, al que hicimos referencia, entre el Parque Nacional y
el asiento de los principales cultivos de la medianía). Hizo posible, como la
práctica totalidad de los ecosistemas, la recolección de determinadas plantas
silvestres empleadas con fines medicinales, veterinarios, culinarios,
aromáticos o antisépticos, entre otros. Singularmente se desarrolla aquí el
poleo, que da nombre y aroma a uno de estos enclaves de la medianía más
alta. Algunos pinos centenarios sobrevivieron a las grandes talas de la etapa
posterior a la colonización europea de la Isla, y suministraron hasta tiempos
recientes un ejemplo de lo que hoy, con nuestras palabras modernas,
llamaríamos explotación sostenible de los recursos: del corazón del tronco se
extraían periódicamente hachitos de tea, astillas de madera embreadas por la
resina del pino canario, que constituyó por largo tiempo la principal y casi
única forma de alumbrar la noche. Pero este aprovechamiento parcial se
realizaba con el cuidado de no comprometer la supervivencia del árbol, que
seguiría suministrando madera y lubricándola con su savia mientras estuviera
vivo. Hoy, algunos vecinos no tan mayores se refieren con humor y la
perspectiva de estos tiempos al Pino de los Roques como la antigua Eléctrica
de Las Fuentes.
Las huertas de jable, principal recurso agrológico del lugar
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A medida que el descenso en cota nos aproxima al solar del núcleo
habitado, pero todavía a considerable distancia del mismo, se empieza a
descubrir el espacio que acogió la actividad agrícola propiamente dicha. En
efecto, sobre terrenos principalmente basálticos, relativamente edafizados, los
campesinos isoranos de ayer desarrollaron técnicas para el cultivo del cereal
y, en ocasiones, ciertas producciones de leguminosas rotando con el producto
principal. Son las tierras de pan sembrar, así llamadas en otras comarcas por
otras personas que, como aquí, escarbaron ligeramente la tierra, y apilaron
pequeños -pero c~msistentes- muros de piedra para· contenerla, aunque sin
llegar a formar bancales o canteros de mayor fundamento como los que
encontraremos más abajo. Estas tierras negras se sembraron con especies y
variedades de gramíneas bien adaptadas a las limitaciones hfdricas y a la
rusticidad del sustrato: fundamentalmente trigo morisco y cebada que, entre
las disponibles, cumplen bien ambos requisitos. La experiencia empírica y
los sucesivos ensayos y errores mostraron hace largo tiempo a los
agricultores la manera de coordinar sus esfuerzos con los de la naturaleza.
Así, se tuvo muy claro que no se debía depositar la semilla hasta que las
primeras lluvias otoñales (aportadas por las borrascas que penetran por el
flanco oeste de la Isla, a las que antes se hizo referencia) hubiesen mojado y
empapado muy bien la tierra, aunque hubiese que esperar hasta avanzado el
mes de octubre. De lo contrario, se corría el riesgo de perder el esfuerzo y la
simiente. Las primeras lluvias asegurarían la germinación del cereal, y de las
posteriores (invierno y primavera) dependería una cosecha más menguada o
abundante. Hacia junio, aunque todo dependería de la fecha de siembra y de
la evolución de los acontecimientos celestes, podría dar comienzo la siega,
apañando las espigas casi siempre a mano, dada la amplitud del marco de
plantación y la parquedad de la cosecha (aunque bastante era ya que hubiese
algo que recolectar, con tan precarias condiciones ambientales). Lo normal
sería que por San Juan estuviera trillado y aventado el grano.
En cuanto a las legumbres, lentejas y algunos chf charos serían las
principales producciones, procurando, como se dijo, emplazarlas sobre
terrenos previamente dedicados a trigo. Como ocurre con muchas facetas de
la vida campesina, el plantar leguminosas no cumplía una sola, sino muchas
funciones relevantes. Primero, suponen un aporte nada desdeñable de
proteínas vegetales baratas a la dieta popular. Segundo, su rama constituye
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un magnífico forraje para la ganadería, consumible como manchón o, tras su
corte y traslado, en los apriscos. La tercera función de las leguminosas, no
menos importante, consiste en su contribución a la recuperación de la
fertilid.ad del suelo, relativamente esquilmado por el esfuerzo de un ciclo
largo (nueve meses) de cereal; la asociación simbiótica de bacterias del
género Rhizobium a las rafees de la leguminosa hace posible la fijación y
aporte al suelo de nitrógeno de la atmósfera.
Los árboles frutales, también adaptados al secano y al consiguiente
déficit hfdrico, van salpicando el área próxima a Las Fuentes, y constituyen
toda una lección de experiencia y acierto en la selección de los microfactores
de localización. Entre aquéllos se encuentran durazneros, almendreros,
damasqueros, nispereros, y otros matos de frutal, incluidos algunos
ejemplares de castañeros, testimonio probable de la influencia y los
intercambios con la vertiente norte de la Isla. También existieron algunos
morales, en lugares como la Montaña de Tejina. Destacan particularmente las
higueras cultivadas en el fondo de los nateros: pequeños muros pétreos,
construidos sobre el cauce de los barrancos menos caudalosos y elevados en
altura cada año, para obstaculizar el curso de las tierras que arrastra la
escorrentía, y mantener un depósito de suelo cuya matriz fina permite retener
niveles aceptables de humedad edáfica. Los ojos que sepan mirar descubrirán
profusión de tales nateros aquí, más arriba y más abajo. Muchos árboles
antiguos debieron ser podados en el pasado para favorecer su crecimiento en
altura y evitar que sus ramas bajas padecieran el acoso del ganado.
Y la viña, sin ascender mucho en altura, encontró también buen lugar
de asiento. Este sacrificado frutal, capaz de desarrollarse en suelos
pedregosos, e incluso de atravesar con sus rafees potentes paquetes de roca,
desempeñó antaño un papel complementario en la dieta campesina. Este
hecho puede despistar a más de uno ante el lugar central que ocupa hoy este
cultivo, en medio de la desarticulada agricultura que resiste a estos tiempos
llamados modernos. El vino, como aporte diario de calorías y factor clave en
la sociabilidad, tuvo, claro, su importancia. Pero los mejores terrenos se
reservaron siempre a los principales cultivos alimenticios: papas y cereal para
el gofio.
Se llega, en esta recreación del pasado, al apilamiento de pumitas que
ocupan el pie superior de la Montaña de Tejina. Arribamos, por fin, al lugar
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de Las Fuentes, propiamente dicho. Y como ya se hizo alusión a las
cualidades de estos terrenos porosos y blancos, pasemos enseguida a reseñar
cómo los aprendieron a manejar sus habitantes agricultores. La tosca o jable
-se preferirá a partir de aquí esta última denominación- es el plantío por
excelencia de las papas. Este tubérculo andino, cuyo cultivo debió
generalizarse en el Archipiélago hacia el siglo XViII, aproximadamente,
mató tanta hambre que su consumo revolucionó desde entonces las prácticas
agrícolas y alimentarias de la mayoría de nuestro pu~~lo, y de otros pueblos
de la orilla occidental del Atlántico. Pero la papa requiere unos umbrales de
humedad que sólo se consiguen en condiciones ambientales relativamente
húmedas o mediante el aporte de riego artificial. Lo primero no existe en esta
vertiente de la Isla y lo segundo no era posible en el pasado de Las Fuentes.
En tales condiciones, sólo la combinación de los jables con la gestión
campesina logró superar tales obstáculos. Veamos como se hizo y, en buena
medida, se sigue haciendo.
En Las Fuentes se obtenía una cosecha principal de papas, plantadas
en el mes de agosto y recogidas hacia diciembre. En lo más seco del verano,
el sustrato pumítico conservaba, bajo su colchón superficial, unos niveles de
humedad mantenidos desde las últimas lluvias, suficientes para grelar y
enraizar el tubérculo. Conseguido este objetivo elemental, en los meses
siguientes las mismas precipitaciones otoñales que hacían germinar los
cereales, permitían el buen desenvolvimiento de las plantas de papa. Su
cosecha navideña, anticipada a los principales fríos de febrero, aseguraba la
reserva alimentaria para el invierno y es por eso que algunos las llamaron
papas inverneras o tempraneras. Los surcos de este cultivo podían acoger
también algunas matas asociadas de otras legumbres (habichuelas,
garbanzos), para diversificar la dieta y cumplir idéntica función a la ya
reseñada para otras leguminosas.
Pero hasta aquí se ha hablado de las ventajas del jable, sin hacer
referencia a su principal inconveniente: la escasez de materia orgánica. Dos
respuestas, complementarias, dieron los cultivadores a tal obstáculo. La
primera, optar por la papa, entre todas las alternativas posible~; pues no es lo
mismo enterrar en este sustrato una semilla de grano, que una reserva de vida
vegetal compleja (hongos, enzimas, etc.), que contribuye a edafizar el
sustrato, pues no otra cosa es cada papa. La segunda respuesta consistió en
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guardar para las huertas de jable, la principal reserva energética disponible
en forma de estiércol fertilizador. El cisco de la Cumbre y otras materias
vegetales, compostados con el excremento animal, se destinarían a ellas casi
en exclusiva.
La construcción de las casas se realizó preservando
los mejores suelos agrícolas
El corto ciclo de la papa, aproximadamente cuatro meses, hacía
posible su rotación con hortalizas sembradas en invierno y cosechadas en la
primavera o a comienzos del verano: calabazas, coles, coliflores y otras
muchas, que el milagro del jable y el trabajo de las mujeres (a quien
correspondía principalmente la gestión de las verduras) hacían posible. Las
mismas mujeres que, en los bordes de las huertas y alrededor de las casas,
cultivaban una profusión de plantas aromáticas, medicinales y ornamentales:
pasote, perejil, tomillo, salvia, cilantro, rosales silvestres ...
Es bueno recordar entonces que había trabajos que los desarrollaban
los machos, y otros las hembras, y por eso es necesario y aun imprescindible
preguntarse por cada uno de ellos. Y si se habla de los correspondientes al
género femenino, no debemos o vidar esa ganadería doméstica que se cuidaba
y mantenía cerca de la casa. Pues además de los grandes rebaños que
atravesaban la Cumbre y a veces cruzaban el pueblo, dos o tres cabritas no
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faltaban en ninguna casa para críar a los hijos, mantener a los adultos,
fabricar algún quesito y venderlo por dinero o cambiarlo por otros alimentos
difíciles de obtener en el lugar. Tampoco se carecía del cochino, uno por lo
menos, engordado con los desperdicios de la casa y la cosecha, en uno de
esos ejemplos antiquísimos de la vida campesina, donde nada se tiró y todo
se aprovechaba; ideas que hoy nos parece que acabamos de inventar y las
llamamos reciclaje, ciclo integral y otras palabras modernas. El cerdo,
sacrificado y repuesto cada año, suponía la principal reserva de proteína
animal -los trozos de carne salados y conservados por' meses-, y casi la única
de grasa -la manteca-, para freír, consumir en chicharrones o añadir a los
potajes. Por lo demás, sabido es que del cochino se aprovechaba
absolutamente todo. Las vacas rústicas, de la raza del país, también
entregaban su diaria ración de leche, pero más que ésta, por menguada,
suministraban la fuerza de trabajo necesaria para arar, trillar y arrastrar
alguna carga, en una época en que aún no se soñaba con la generalización de
los motocultores mecánicos.
La alimentación de todo este ganado doméstico, que incluía también a
los conejos (animal que la evolución humana seleccionó y transformó en una .
especie de fábrica doméstica para transformar fibras vegetales en proteínas),
se procuraba en el lugar, de la poda y aprovechamiento de escobones,
vinagreras y otras especies silvestres o, incluso, de su cultivo en las laderas
de los barrancos y otras parcelas marginales.
El recorrido anterior, de bastante más de mil metros verticales, no
concluye en Las Fuentes. Desde este punto hasta la orilla del mar, aún queda
camino por andar y otros espacios, con sus climas, sus suelos y sus
condiciones particulares, por recorrer. Es decir, por seguir usando las
mismas palabras, otros ecosistemas. Por tanto, existe la posibilidad de
nuevos aprovechamientos humanos que complementen los anteriores. La
yerma costa de !sora, mucho antes de que crecieran a sus anchas nuevos
pueblos y cultivos de regadío, debió ser un lugar compartido por el transitar
estacional de los rebaños y el sembradío muy precario de cereal de secano. A
pesar de esta precariedad en los resultados, el esfuerzo anual de bajar al
territorio casi despoblado a practicar unos cultivos, tiene su razón de ser. Se
debe recordar, ahora que ya pensamos de otra manera, que los antepasados
no perseguían aumentar al máximo los rendimientos -ni mucho menos los
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beneficios monetarios, que pocas perras circulaban-; lo que buscaban, por el
contrario, era reducir al mínimo los riesgos, o sea, alejar el peligro del
hambre. En su memoria, vivida o transmitida a través de las generaciones, se
encontraban muchos periodos de penuria y escasez de alimentos. Y ese mal
recuerdo había traído la enseñanza de evitar en lo posible su repetición,
diversificando lo más posible las fuentes de materias primas. Si una o varias
fallaban, a otras tantas se podría recurrir.
Por eso, se puede suponer, por analogía con otros espacios del Sur
de Tenerife6, que hubo un tiempo en que los vecinos y vecinas de Las
Fuentes bajaban, como las vecinas y vecinos de otros pueblos del Suroeste, a
arar, sembrar, apañar, trillar y aventar una parte del gofio del año, aunque
fuera bajo el sistema de medias con los terratenientes de la Costa. Lo que sí
se conoce bien es lo que empezó a pasar a partir del siglo XX y, muy
especialmente, desde mediados del mismo. En ese entonces, al disponer por
primera vez de agua, y entusiasmados por el ejemplo de otras comarcas más
prósperas, los dueños de la Costa comenzaron a explotar productos
apetecidos en los países del Norte, para obtener un valor mucho más alto que
con los rebaños de cabras y las suertes de trigo a medias. El cultivo del
tomate, y otros que lo acompañaron, requería con intensidad mano de obra
de varones y, sobre todo, mujeres. El jornal era barato y siguió siéndolo
hasta que los peones dispusieron de fórmulas para organizarse y, a pesar de
ello, continuó siendo bajo hasta hoy. Pero para los fuenteros, pequeños
agricultores si los comparamos con los grandes propietarios de la Costa,
igual que para los agricultores de otros barrios o para los campesinos sin
tierra, el jornal del tomate, combinado en lo posible con los demás cultivos y
aprovechamientos de la tierra, era una manera de obtener dinero líquido y de
completar la subsistencia. Así, cada zafra que pasaba, y animados por el
ejemplo ajeno, más y más personas se enrolaron en las tomateras,
sembrando, raspando, enguanando, deshijando, despimpollando, cogiendo,
empaquetando y otros muchos trabajos, los más menudos y laboriosos
desarrollados por las fu enteras y sus vecinas de todos los barrios del Sur y,
pronto, de todos los pueblos de La Gomera.
ÓVer al respecto: SABATE BEL, F. (1993): Burgados, tomates, turistas y espacios
protegidos. Servicio de Publicaciones de la Caja General de Ahorros de Canarias, Santa Cruz
de Tenerife.
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Y como a las mujeres les tocaba en el reparto de tareas cuidar a los
hijos y a los animales de la casa, los animales y los hijos bajaron también a la
Costa durante la zafra, que así habría leche que tomar y carne que engordar y
manos pequeñitas que ayudaron a las manos adultas en el trabajo. Y de esta
forma, con el desplazamiento estacional de parte o de toda la familia, se
configuró una forma de traslado periódico de personas; animales y utensilios,
que los fuenteros abreviaron en una palabra que todo lo resume: la mudá.
Prepárate, que estamos en septiembre y pronto viene la mudá7.
Por ello, no se debe contemplar a Las Fuentes como un islote
completamente aislado de lo demás, por mucho que su economía fuera, en lo
básico, autosuficiente. En el conocimiento acerca de la explotación vertical
de recursos y ecosistemas, se incorporó también la venta de la fuerza para
trabajar, a cambio de salario, de moneda, con la que poder adquirir los
productos que no se podían obtener de los ecosistemas directamente
explotados.
Pero con las zafras del tomate comenzaron grandes cambios en la
vida de las personas y los pueblos del Sur, como Las Fuentes. Cambios en la
economía, cambios en la sociedad y cambios en la cultura (que es como
algunos llaman a la forma de vivir y entender lo que nos rodea). Y esos
cambios llevaron, con el devenir del tiempo, a que los últimos vecinos se
marcharan de Las Fuentes, aunque muchos han mantenido el atendimiento a
los cultivos, el apego por el sitio y el cariño hacia el lugar donde se pasó
tanta vida. No es el momento de abordar la compleja cadena de razones que
llevan al abandono de un pueblo, ni disponemos de espacio para ello. Lo que
aquí nos ha ocupado es la manera de gestionar su entorno y de sobrevivir,
conviviendo con la naturaleza, que adoptó una comunidad humana en el
7La mudá o mudada es una denominación común en otros ámbitos del Archipiélago para tales
desplazamientos periódicos y estacionales de la residencia campesina, que buscaban
desarrollar de forma más eficiente la explotación de los distintos ecosistemas verticales. Un
caso estudiado al respecto es el que se desarrollaba en otros puntos del Sur de Tenerife -ver
SABATE, F. y MARRERO, C. (1994): "Agroecosistemas y gestión campesina tradicional: el
caso de Fasnia (Tenerife, Islas Canarias)" en Actas del VII Coloquio de Geografta Rural.
Universidad de Córdoba y Grupo de Geograf'ia Rural de la A.G.E., CórdoLa. Pero, sin duda,
el ejemplo más espectacular de estas mudadas tradicionales nos lo ofrece la isla de El Hierro,
que ha sido profusamente investigado por LORENZO PERERA, M.J. (1992): Estudio
etnohistórico del pastoreo en la isla de El Hierro. Universidad de La Laguna, Tesis Doctoral
inédita (esperemos que no por mucho tiempo).
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pasado. Podrá haber a quien lo expuesto pueda resultar prolijo. Sin embargo,
apenas supone arañar el cuerpo de experiencia y sabiduría acumulada por
cualquier buen agricultor o agricultora de antaño.
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