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COSTUMBRES DE ESTA TIERRA (LANZAROTE) Introducción de Manuel Hemánde-z Gónzále-z © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 INTRODUCCION El texto que aquí presentamos fue publicado en seis entregas en el periódico lanzaroteño El Horizonte entre los números 59 y 67, que se corresponden con los meses de marzo y abril de 1888. Desconocemos su autor, pero está indiscutiblemente vinculado al círculo redactor de esa publicación. Su director sería Leat}dro :Fajardo Cabrera, y contaría entre sus redactores a Santiago Pineda Morales y Antonio María Manrique. Ideológicamente estaría enmarcado' dentro del pensamiento político de la burguesía progresista, con ribetes masónicos y anticlericalistas, basculante entre el partido liberal y el republicanismo, sin una precisa definición partidista. Ese punto de vista es bien visible en el texto que presentamos en su exaltación de la razón, del progreso y de la ciencia, su regeneracionismo educativo, por un lado, y por otro su visión de la religión, la superstición y las creencias populares1 . Este texto se puede enmarcar dentro de un movimiento de recuperación e interpretación de las costumbres populares que encabezan Bethencourt Alfonso, Grau-Bassas o Ramón F. Castañeyra, de la que es contemporáneo2 . Aunque con una finalidad más modesta, cronológicamente se puede incluir dentro de una generación con ribetes racionalistas y positivistas, despojada de todo elemento procedente del catolicismo ilustrado que incidía de forma decisiva en el pensamiento de autores de la FAJARDO SPINOLA, F. (1990): "Lanzarote hace un siglo: una lectura del periódico el Horizonte (1887-1889)". 1 Jornadas de Historia de Lanzarote y Fuerteventura .. Arrecife. Tomo l., pp.359-391. Sobre el marco ideológico general, HERNANDEZ GONZALEZ, M. (198Q): "Cambio social y transformaciones culturales en el Lanzarote del siglo XIX". 111 Jornadas de Estudios sobre Fuerteventura y Lanzarote. Puerto del Rosario. Tomo 1, pp.271-326. Mi agradecimiento a Francisco Fajardo Spínola por habem1e posibilitado la consulta de El Horizonte. 2 . GRAU BASSAS, V. (1980): Usos y costumbres campesinas en Gran Canaria. Las Palmas. BETHENCOURT ALFONSO, J. (1985): Costumbres populares canarias de nacimiento, matrimonio y muerte. Introducción y notas de M.A. Fariña. Tenerife. CASTAÑEYRA, R.F. (1991): Memoria sobre las costumbres de Fuerteventura. Edición, introducción y notas de Francisco Navarro Artiles. Puerto del Rosario. 62 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 generación anterior como Antonio Lemos Smalley, Juan de Castro y José Agustín Alvarez Rixo3 . Comienza este artículo con una vindicación de la cultura local frente a la marginación que se ceñía sobre ella, frente al abandono y desidia con que ha sido tratada. No deja de ser bien cierto su carácter marginal y como aditamento costumbrista dentro de las expediciones de los viajeros que, al ascender al Teide, reflejaban lo que les llamaba la atención de lo poco que entendían o veían en los campesinos o arrieros con los que se relacionaban. Reflexiona sobre quiénes son los llamados a analizar las costumbres de la tierra, si son los paisanos o los foráneos, y parece decidirse por apostar por los compatriotas con conocimiento del exterior, para tener capacidad comparativa, porque entiende que los foráneos confunden lo que es singular con lo que es una tradición colectiva. Para el autor de las costumbres de esta tierra, está claro que la cultura local es eminentemente rural, porque la urbana se asemeja cada vez más a la europea en todos sus aspectos. Su interpretación de la cultura campesina está imbuida del racionalismo cientifista del que es abierto militante y defensor. Para él la cultura popular es superstición o avance en la medida que sus gestos y concepciones fueran acertadas o no desde esa perspectiva. Ese es el núcleo articulador de su análisis: hay que eliminar con la educación todo rasgo de superstición e irracionalidad. ¿Qué nos aporta este texto? A retazos trata de analizar los cambios sociales y culturales acaecidos en Lanzarote en esta etapa trascendental de su evolución histórica, cuando la penetración de las costumbres foráneas y el impacto de ellas en el mundo urbano, parece arrinconar la identidad diferenciada al mundo rural. Pero, pese a esos avatares, los ritos de tránsito, aunque se reformulan y se readaptan a éstos, nos pueden proporcionar algunas claves esenciales para comprender la organización social de la isla. El nacimiento y la muerte siguen regulando la vida social isleña, 3 , LEMOS SMALLEY, A (1989): "Usos y costumbres de los aldeanos de la isla de La Palma". Introducción de Manuel Hemández González. Eres Serie de Antropología, nº 2. Tenerife. CASTRO, J. (1986): La isla de La Gomera en la actualidad Año de 1856. Ed. y estudio critico de Gloria Díaz Padilla. San Sebastián de La Gomera. AL V AREZ RIXO, J.A. (1994): Anales del Puerto de La Cruz de La Orotava (1701-1872). Ed. de Maria Teresa Noreña Salto. Tenerife. 63 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 codificando sus comportamientos y ~ctitudes, los roles sexuales y familiares. Actitudes que evolucionan contribuyendo a hacer decadentes tradiciones como los velorios o los animeros, pero que nos muestran la permanencia de costumbres de origen morisco tan presentes en la cultura campesina de Lanzarote, como se puede apreciar en los rituales mortuorios campesinos, y el papel que en ellos asume la mujer. El eje central de esta obra es abordar a través de una serie de apartados lo que su autor considera rasgos definitorios de las singularidades de los campesinos lanzaroteños. El mundo urbano y las clases intermedias y altas tienen para él comportamientos cosmopolitas, sin ningún relieve diferenciador especial. Pero esa articulación, entre los eventos elitistas y clasistas, frente a los de las clases bajas, es la gran virtud de la obra, que nos puede ayudar a comprender algunas claves de su organización interna en una época de lentos pero irremisibles cambios. Los ritos de tránsito; especialmente la muerte y el bautismo, merecen especial atención por su papel codificador de los roles sociales y sexuales. El segundo de los temas abordados es el del baile de candil, con anécdotas sobre su reformulación en función del progreso en su iluminación. Aborda con maestría su dinámica interna y su normativa consuetudinaria. El tercero es el de las fiestas, en las que se detiene especialmente en la descripción de la fiesta de San Marcial y en la luchada como su elemento imprescindible. Nos muestra su evolución, con la relativa decadencia de la nocturnidad y de su carácter como catarsis colectiva instrumentalizada por las élites a través del perdón de las reyertas. La dicotomia entre la fiesta diaria, controlada por las clases dominantes y rígidamente codificada en todos sus elementos -la descripción de la romería diurna a San Marcial, como la de la Virgen de los Volcanes narrada por Isaac Viera-, no tiene desperdicio. La víspera como fiesta por excelencia, en la que no cuentan rú la posición social ni la apariencia, la decadencia del reino de la noche frente a la etiqueta diurna parece demostrar el triunfo de un nuevo modelo de fiesta rígidamente compartimentado. No en vano habla el autor de la contraposición entre la fiesta del salón frente a la popular, y entre ellas la del casino de los 64 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 pequeños burgueses. Una fiesta que se redefine en una sociedad que se transforma. El elemento que más le llama la atención en la fiesta es la lucha canaria nocturna, que llega a decir desempeña el papel de los toros en las de España. Es de gran interés la detenida relación de su reglamentación y las formas de selección de sus integrantes4 . ' El último aspecto es el de la superstición, enfocado también desde la óptica racionalista. La extinción de la Inquisición y las transformaciones en el papel asumido por la brujería, la pervivencia de rituales sanadores y del curanderismo, con descripciones interesantes incluso desde el punto de vista lingüístico como el sosaño o el moralillo o yerba mora. En definitiva, un trabajo que, con sus virtudes y defectos, viene a enriquecer nuestro conocimiento sobre los hábitos socio-culturales de los isleños y su evolución diacrónica. COSTUMBRES DE ESTA TIERRA (LANZAROTE) I. La historia, como las personas, tiene su orgullo. Mide, para ponerla en sus páginas, la importancia de los individuos y de los pueblos, sin ocuparse jamás, o a lo sumo por incidente casual, de los pequeños pueblos, ni de los personajes cuya talla no sobrepuja la común medida. Y un ejemplo reciente de esta verdad es la cuestión de las Carolinas; islas desconocidas por su pequeñez, hasta de nombre, por la inmensa mayoría de la nación española. Fue necesario el despojo alemán, y el entusiasmo patriótico de los españoles, para despertar con éste el deseo de conocer tan lejanas e ignoradas islas. Comenzáronse a dar descripciones geográficas de ellas, a estudiar las costumbres de sus habitantes, a indagar sus riquezas naturales y las que el trabajo podría aumentar; y gracias a ese primer impulso, hijo del 4 • HERNANDEZ GONZALEZ, M. (1993): "Algunos testimonios decimonónicos sobre la lucha canaria en Canarias y Cuba". Strenae Emmanue/ae Marrero Oblateae. Tomo l. La Laguna. 65 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 patnot1smo, se han adquirido algunos conocimientos sobre ese trozo nacional semiabandonado y perdido. De las islas Canarias, siempre españolas desde la conquista, siempre pacíficas y jamás alteradas por revoluciones ni accidentes extraordinarios, pocos se han ocupado en estudiar sus costumbres, en conocer a fondo el carácter general de sus naturales y las pasiones que los dominan. Con excepción de los habitantes de sus principales poblaciones, cuyas costumbres, por su roce con tantos hombres de diversos países, son casi iguales a las de las poblaciones de Europa, los demás permanecen ignorados, desconociéndose sus hábitos y hasta su modo de vivir. Algún extranjero, cuando por visitar al Pico de Tenerife, u otras curiosidades naturales de estas islas, se interna en ellas, suele hablar incidentalmente de las costumbres del pueblo, por las que deduce de las que ve practicar a los guías o personas con quiénes trata. Nada más se publica. A la verdad, no son los naturales de un país los llamados a describir sus costumbres; su estudio requiere el conocimiento de otras diferentes para hacer resaltar los contrastes con las comparaciones. Pero en cambio, los hijos de un país o los que en él han vivido mucho tiempo, saben mejor distinguir entre lo que forma una costumbre y lo que son hechos o hábitos individuales, cosas tan fáciles de confundir por quien por primera vez visita a una región y observa a sus moradores. Nuestros campesinos de Lanzarote tienen costumbres características, especiales, cuya infracción no se autoriza sin escándalo y a cuya rigurosa etiqueta han todos de sujetarse si no quieren sentar plaza de extravagantes. Entre estas costumbres, la que más imperiosas condiciones impone, que son a la manera de leyes preceptivas, es la más triste, la de los duelos o llantos fünebres. Sientan con amarga tristeza los parientes del difunto su fin funesto, estén interiormente regocijados con la expectativa de una de una buena herencia (sic), o sea insensibles al acontecimiento por no haberles inspirado en vida rencor ni cariño el que dejó de existir, la costumbre impone sus preceptos y hay que disimular los interiores sentimientos para sujetarse en todo a su tiranía. 66 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 Los adornos y cuadros de las habitaciones desaparecen en señal de que la casa debe llorar también a su manera la muerte de un morador. Las mujeres de la familia no pueden sentarse en sillas ni bancos durante los nueve días del luto riguroso; tendida una estera en un cuarto de la casa, por lo general, la alcoba, siéntanse las doloridas cubierta la cara y cabeza con negro sobretodo, en un rincón o en una cama, y en el suelo también, y formando corro, se sientan las visitas. Tan natural es esa costumbre del rincón, que hablando cierta vez una mujer de la enfermedad de su madre, dijo con la mayor naturalidad que había estado tan gra~e, ya que tenían sus hijas la estera y el rincón arreglado y dispuesto para plañirla. Respecto a los hombres, cuando han de sujetarse más estrechamente a las prácticas establecidas es el día del entierro. Terminada la ñmebre ceremonia, los amigos y acompañantes van a la casa dolorida, donde ya encuentran sentados en sus sillas y en un extremo de la casa a los doloridos que no concurren al entierro. Allí deben éstos estar con la cabeza cubierta, serios, graves, sin demostrar alegría: no dolor, recibiendo las visitas de todos sin hablar y sin que nadie hable. Cuando un visitante se retira, saluda en general a los del duelo sin hablar palabra, y tan grave como entró sale, sin ser permitidas expresiones de consuelo, ni otras conversaciones que distraigan la atención del hecho que recuerda la triste ceremoma. Tiempo habrá de llorar después el bien perdido, o de disputar sobre las migajas de la herencia, según los casos, tiempo habrá para explayar los sentimientos y para que se revele el interior de cada cual; pero durante el primero o los primeros días, hay necesidad de sujetarse a la costumbre de enmascararse para recibir las visitas de los amigos y desconocidos. ¿ Quién puede evadirse de estas prácticas consuetudinarias? Desgraciado el que lo intente. Demuestra con esto que nada sintió la muerte del pariente próximo, y que no tiene corazón ni buenos sentimientos. Si se cumplen al pie de la letra, así la muerte le haya servido de regocijo, ha cumplido como bueno; pero si por desgracia la familia se olvida de descolgar los cuadros de las paredes, por ejemplo, demuestra que poco le ha importado el suceso, porque la casa no llora. 67 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 ¿ Y durante el tiempo del luto que suele durar uno, dos y más años? Las mujeres no deben salir, ni pasear, ni asomarse a las ventanas, ni hacer visitas. La Iglesia y su casa. Toda distracción está prohibida, porque sería imperdonable crimen demostrar otros recuerdos ni sentimientos, que el recuerdo y sentimiento del ser que falta. II. No terminaríamos en poco tiempo y breves lineas, si con más detalle diéramos a conocer la minuciosa etiqueta de los duelos; basta con lo dicho en el número anterior; pues las costumbres de dar un baile en la casa el día del entierro uno de los desastres para la familia, porque parientes, amigos y acompañantes habían de tomar parte en un festín de funerales, y de encastillarse las mujeres dentro de las tapias de su casa años y años para no salir ni a misa y expuestas a contraer más y más dolencias, están desapareciendo poco a poco; y principalmente de la primera apenas se conserva la memoria por algunas viejas campesinas. Dejemos en paz a los difuntos, séales leve la tierra y tengan la buena fortuna de ser llorados con lágrimas sinceras, que nuestra atención nos llama al polo opuesto; al principio de la vida. Si fuéramos poetas, y el estro divino, como ellos dicen, inspirara nuestros escuetos y mal compaginados pensamientos, tendríamos ocasión a propósito para cantar un himno a la generosa vida, que convierte hasta el sepulcro en cuna, y comete otros excesos por el estilo; pero como el árbol no da otros frutos que los que la naturaleza le ha ordenado, mal pueden salir de nuestra prosaica inteligencia imágenes, tropos, flores, aromas, ni esas mil escogidas palabras que convierten a un verso en pebetero. En el estilo ramplón acostumbrado, como mejor podamos salir del paso, iremos poniendo en mal boceto nuestras costumbres populares, y metiéndonos en las casas de los matrimonios fecundos o benditos de Dios, veremos lo siguiente. Como en todas partes, es día de regocijo para las familias el del nacimiento de un hijo. Esto no necesita demostración y por lo mismo no insistiremos más. Aunque hay excepciones, la más general es cuando los hijos se multiplican y los recursos no; pues entonces se encuentra algo de 68 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 forzado en la sonrisa de los padres, y de irónico en sus contestaciones a la enhorabuena de los amigos. Puntos negros que, como las manchas del sol, no empañan el brillo de la luz alegre de la vida. Nace un hijo y a divertirse todos. Amigos, parientes, vecinos y cuantos quieren, han de ir a la casa del recién nacido todas las noches hasta que sea bautizado, que generalmente lo es a los tres o cuatro días de nacido. Allí se juega a prendas, se habla, se canta y se baila, sin consideraciones a la parturienta, que a veces, y cuando es pobre, yace acostada en la misma habitación del jolgorio. Allí se fuma, y sé infecta la atmósfera del cuarto con los miasmas más nauseabundos para una mujer que se encuentra en tan delicado estado; y en la última noche, o sea la del día del bautismo, el baile y gritos y algazara duran hasta el amanecer, dejando casi loca a la pobre mujer y poco menos al marido, porque como dueño de la casa se ve obligado a guardar el orden y a ponerlo en cabezas que no siempre resisten los efectos del aguardiente o a la mistela. Si hay un altercado provocado por tan traidores y locuaces licores, allí son los gritos de las mujeres, de la enferma misma que quiere acudir a la defensa de su marido, y las mal sonantes palabras que como saetas se disparan sobre castos oídos. Pero esto último es una rara excepción. Llámanse velorios a estas fiestas, porque mientras los niños permanecen moros no puede apagarse luz en la casa. La vela o lámpara ha de estar encendida siempre, para que esos seres invisibles, como brujas, vampiros y almas en pena, no ciegen en (roto) a la vista de una luz artificial, producto prosaico de la industria humana. Nuevo parentesco se contrae con el bautismo; el del compadrazgo. Tanta fuerza espiritual tiene este parentesco espiritual para los padres, que se antepone al de la naturaleza. Hermanos conocemos que antes se tuteaban y se trataban como tales. Uno de ellos, el menor muchas veces, saca de pila al hijo de su hermana. Adiós sentimientos fraternales, tuteo, franqueza íntima de quiénes han jugado, sufrido y alegrádose juntos. El hermano desaparece ante el compadre, el tú ante el usted, y la franqueza y cariñoso trato ante el circunspecto respeto mutuo y las deferencias cumplimenteras de quiénes han contraído vínculos más serios. Mírase con extrañeza entre los campesinos a los hermanos compadres que continúan 69 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 tratándose como antes; y les parece que la santidad del sacramento desmerece con la falta de respeto entre ambos, aunque continúe el cariño. Para con el niño y su modo de tratarlo no faltan cuidados escrupulosos. Es preciso que el agua donde diariamente se ha lavado no se tire al sol, sino en lugar sombrío; que los pañales no se expongan a la luz de la luna; que las tijeras que han cortado el cordón umbilical no se usen hasta no estar el niño mejor, y tantos requisitos y cuidados más por el estilo, que es necesario hacer, un largo aprendizaje para no sufiir equivocaciones, y con ellas hacer sufiir al niño los tormentos que nuestros razonables lectores pueden suponer. En cambio, no se usa en este país para el cuidado de los recién nacidos esas fajas y ligamentos que en España les ponen martirizando su cuerpo e impidiéndoles su completo desarrollo. Aquí se lava a los niños diariamente una, dos y más veces al día; las ropas que se les ponen son holgadas, quedando sus miembros en completa libertad de movimientos y desarrollo; y esas fajas horribles, prisiones de las inocentes criaturas, son desconocidas y no se permitirían jamás. Así se explica que niños sumamente pobres, mal alimentados, abandonados por su madre la mayor parte del día, crezcan y se desarrollen perfectamente, y no tengan imperfección ninguna en sus miembros. Pero en cambio de esa buena práctica, existen las supersticiones que hemos dicho, y otras muchas, la de los amuletos para el mal de ojo, la del Dios le guarde para evitarlo, la de no cortarle las uñas para que no resulte nudo, y más que no podemos acordarnos. ¿Con qué se destierran las malas costumbres? Con lo que se matan las larvas que se crían en tierra pantanosa. Cultivo, labores y luz. La instrucción general ahuyenta esos escarabajos de la inteligencia; y a medida que se aumente y generalice, quedará de nuestras costumbres lo bueno y aceptable. m. Interrumpida por otras atenciones esta tarea que en nuestro número 60 dejamos pendiente, volvemos, como Dios nos dé a entender, a reanudarla; y dejando dormir a los niños en sus cunas con su apacible 70 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 sueño, para que al abrigo del calor materno y bajo el amparo de sus caricias crezcan y se desarrollen a fin de sustituir a la generación que pasa, debemos fijar nuestra atención en los adultos. Lejos, pues, de nosotros el espectáculo y los recuerdos de la muerte, que para asuntos tristes no hemos de estar gastando tinta y tiempo; lejos también los llantos, malas noches y otras no tan limpias cosas de los niños, que si por una hora nos alegran, por mucho tiempo nos incomodan; y estudiemos a nuestros paisanos en algunos actos de la mejor edad de la vida, viendo sus bailes, sus fiestas, sus diversiones, entre las que figura como principal la indispensable lucha. Idénticos en la esencia todos los bailes, por reducirse a movimientos acompasados al son de más o menos melodiosa música, formando parejas personas de ambos sexos, y porque de ellos están siempre desterrados el hastío y el mal humor, a lo menos en apariencia, se diferencian mucho unos de otros en su forma y en el modo de manifestarse. En efecto ¡Cuánta diferencia existe entre el severo baile de etiqueta, donde la estudiada delicadeza, el amaneramiento, el lujo y· la música corren parejas con la suntuosidad de los salones y la elegancia exquisita de los vestidos y el miserable baile de candil, cuyos perfumes son la atmósfera pesada del tabaco, y donde las palabras, las risas y los modales son estrepitosos y naturales, por no decir naturalistas! Entre estos dos extremos hay, como en una progresión, muchos términos medios. El baile de sociedad, el de confianza, el de máscaras, la reunión de familia y otros muchos conocidos con nombres diferentes, pero de los que no nos ocuparemos tratando de costumbres de esta tierra, porque con ligerísimas variantes, son iguales a los de todas partes. Aquí, como más allá, tenemos reuniones cultas, donde reina la franqueza y naturalidad en el trato, y donde también se deslizan frases y modales chocantes, a manera de pecas de un hermoso rostro; hay damas hermosas y feas, elegantes y cursis, y nada de cuanto se diga en general de estos bailes o reuniones puede ser original. Donde se ve mejor las costumbres del pueblo son en los bailes llamados de candil, a los que tan aficionados son nuestros campesinos; y · aunque ya no es rigurosamente exacto por haberse sustituido con velas los 71 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 candiles, queda vigente, sm embargo, como recuerdo del antiguo alumbrado. Raro es el mes en que no hay en los pueblos de esta isla varios bailes de candil, que ordinariamente tienen efecto los sábados o noches del día de una festividad solemne. Para asistir a ellos no son necesarias papeletas de invitación rú convites orales; basta saber que tío Martín da un baile para que a él concurran las conocidas y cuantos hombres quieran. En una pequeña habitación alumbrada por una o dos velas, que ahora por refinamiento de lujo y baratura del artículo son esteáricas, se sientan juntas las más jóvenes que caben, dejando siempre un rinconcito para las viejas; y si acaso concurren más de las que la habitación puede contener, las últimas o rezagadas se retiran, y en paz. A veces éstas van a otro baile, pues rara vez se da uno solo en la noche; como los pichones, tienen siempre hermanos gemelos. En la habitación no se permite permanecer a hombre rúnguno, excepto a los músicos o tocadores, a quiénes se les concede un banco cerca de la puerta para sentarse; y alguna vez, si concurre al baile una persona digna de respeto y consideración, se le permite estar dentro como especial favor; excepción que contradice el principio democrático de la igualdad. Los demás hombres se colocan fuera de la puerta y en sus inmediaciones, unas veces en alas y la mayor parte formando apretado grupo, y sufriendo el frío y sereno de la noche. Cuando el grupo de la puerta es muy compacto, basta pronunciar la sacramental palabra de "puerta para mujeres" para que los hombres se abran en fila y dejen libre el paso. Algunos chuscos colocados en último extremo, suelen pronunciar esa frase para que les den paso libre hacia adentro; pero esto suele traer malas consecuencias. Fúmase a más y mejor en la puerta; y los de atrás suelen colocar la cabeza y con ella el cigarro o la pipa, sobre el hombro de los de delante para ver mejor, pero consiguiendo con esto que el humo de todas las bocas vaya directamente al interior del salón. Es curioso asomarse a la puerta de uno de estos bailes. En un cuarto mal alumbrado por dos velas se ven en la penumbra a las cabezas de las damas, semi-veladas, como las imágenes de la Iglesia por las oleadas 72 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 del humo del tabaco. En aquella brumosa atmósfera parecen que flotan las cabezas y cuerpos de las dos parejas de bailadores, que alzan y bajan sus brazos al compás de la música. Los instrumentos de ésta se reducen a una guitarra que da los tonos graves, y a un tiple, especie de vihuela pequeña, ~umamente chillón y destemplado, que lleva la voz aguda. Las tocatas son las seguidillas de esta tierra y nuestras peculiares folías canarias, acompañadas del canto de los hombres, ronco y desacorde a veces, pero indicappo el buen humor general. Cuando alguna vez se desliza una bandurria o un mal rascado violín en la reunión, es un acontecimiento extraordinario. El dueño de la casa hace sus honores en la puerta, con la chaqueta tendida sobre la espalda y los hombros y atada por sus mangas al cuello, y con una regular estaca en las manos, símbolo de suprema autoridad, y amenaza constante contra quien se atreva a alzar el gallo. Comienza el baile, y los dos hombres más próximos a la puerta, sacan a bailar a las mujeres que gustan, que, como obligación social deben ser sus hermanas, mujeres o más allegadas parientas. A la mitad de la tocata hay una pausa, en la que los hombres se relevan por otros dos que, ya de cuclillas, están en el dintel esperando su vez, y éstos continúan bailando con las mismas damas hasta terminar la música; y cuando vuelve a empezar convidan los mismos a otras mujeres, y así sucesivamente. No se permiten conversaciones ni se cruzan palabras entre las personas de ambos sexos; después, cuando el baile termina, se hablan los novios o se contraen nuevas relaciones amorosas, acompañando el hombre al objeto de sus amores hasta la casa. El que tiene la buena suerte de tocar medianamente una guitarra o tiple tiene también dos privilegios, el de estar siempre dentro de la sala, como ya se ha dicho, y próximo al bello sexo, a cuyas muestras más cercanas puede dirigir la palabra, y el de tomar alguna copa de aguardiente que para los tocadores tiene reservada el amo de la casa. Pero no siempre los bailes terminan apaciblemente. ¡ Y cómo han de tener el privilegio los del candil, si en los de más ceremoniosa etiqueta suelen originarse contiendas, no por más sujetas a reglas y fórmulas sociales, menos rencorosas y airadas! 73 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 Si alguno quita a otro su tumo para bailar, si forma juicios sobre su voz o estilo de canto, o si por convidar a su novia o pretendida, vienen los traidores celos a jugar importante papel en la contienda, comienzan las palabras fuertes en las afueras de la puerta, siguen los empujones y queda encendida la duda, como llama nuestra gente a las reyertas. Y a no se piensa en la vecindad de las damas para medir el alcance de las palabras; el amo de la casa entra en el pleno ejercicio de sus funciones y empieza a mandar en jefe amenazando, aunque jamás dando con el palo del que está armado; pero cuando la avalancha crece y no hay autoridad moral que la detenga, se entra hasta la habitación dejándola convertida en campo de Agramante. Las mujeres se suben a las sillas para resguardar los pies de una acometida, y no ser estrujadas en la general calamidad; pero los hombres pacíficos intervienen, y al fin, si la cuestión no ha sido grave, comienza de nuevo el baile y se convierte en risa lo que ha sido motivo de sustos y congojas. IV. Largo sería el trabajo si, además de las generalidades narradas, fuéramos a contar todas las peripecias que originarse pueden en los bailes de candil, si fuéramos a mencionar algunos en los que, no habiendo sillas para tanta mujer como concurre, se les ofrezca de asiento el duro suelo; y si publicáramos algunas de las sabrosas ocurrencias que alli se oyen o pasan, dignas muchas, a pesar de ser sus autores gente poco instruida, de figurar en un buen libro de chistes. Pero no debemos de dejar pasar una anécdota que por aquí se cuenta y a la cual se debe, según pública voz y fama, el haberse desterrado en parte el uso de una sola luz en los bailes de esta clase. Parece que en tiempos pasados, a principios del venturoso siglo de1 vapor y del buen tono y cuando la sencillez de las costumbres era tan patriarcal que ciertas gentes nos las quieren poner como modelo, sea por economía, sea por otra causa, una sola luz de aceite alumbraba la habitación del baile; si por cualquier accidente se apagaba, volvía a encenderse, no sin haber precedido exclamaciones de sorpresa y algún ahogado grito en las mujyres. El demonio, que jamás ha dormido y menos en aquellos tiempos de virtudes puras y 74 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 arraigadas creencias que lo obligaban a no cejar un momento en su trabajo de perversión y predominio, se introdujo en la cabeza de un joven que cerca de la puerta de un baile estaba embelesado mirando a la novia que tenía enfrente, sentada al lado de una fea y asquerosa vieja; y sin saber como ni cuando, le incita a demostrar a la joven sus sentimientos con actos más expresivos que las miradas. Guiado por su funesta tentación y sin temor al escándalo, se escurrió como pudo adentro de la sala, y llegando al sitio donde estaba la luz la apagó cuando más entusiasi_n.ados estaban todos y menos pensaban en tal accidente; hubo la sorpresa consiguiente, y entre las varias exclamaciones sonó un beso que el aventuroso loco creyó haber dado a su novia. Pero cuál no sería su desengaño y asco cuando se oyó exclamar a la vieja cercana: ¡San Bartolomé bendito! ¿Quién me besó? La noticia del hecho y del chasco corrió por la isla y dio lugar a sabrosos comentarios; pero más precavidos entonces los dueños de las casas, comenzaron a poner dos luces en los bailes por temor a otro acontecimiento igual en sus principios y de peores resultados posteriores. Pero basta de bailes, que ya nuestros lectores estarán cansados de tanta pesadez y nosotros también de tanto referir una misma cosa; y vayamos como meros espectadores a las fiestas que en nuestros pueblos se celebran. Por deferencia al santo patrono de la isla, comenzaremos por la fiesta de San Marcial en el pueblo de Femés, celebrada el 7 de Julio, cuando los almanaques rezan a San Ferrnín. Dícese que fue obispo nuestro santo, y que fue el patrono bajo cuya advocación se instaló la primera catedral de Canarias en la cercana costa del pueblo, conocida por la de Rubicón, nombre de un famoso río de los tiempos de César según las historias cuentan. En los buenos tiempos en el que el demonio tentó a nuestro joven del beso equivocado, se celebraba la fiesta de San Marcial desde la noche anterior, concurriendo personas de toda la isla a la . lucha y al jaleo fomentado por los sendos tragos que en los ventorrillos se bebían. Mas siempre, sin excepción ninguna, concluía la diversión en paliza descomunal, yendo muchos a la fiesta para sólo ella y pegar palos a más y mejor a los primeros que se ponían delante; y como desde los tiempos de 75 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 Cervantes machacan tanto las estacas puestas en manos rústicas y airadas, muchos huesos que a la fiesta iban sanos, retornaban más molidos que la harina y más quebrantados que perros con tercianas. Y las noches de San Marcial tomaron una fama tal entre estos isleños que se miraban como sinónimos de cabezas y miembros rotos. Añádase a éstos que la justicia era impotente para corregir desmanes; que los paniaguados del gobernador o especie de señor feudal de la isla, quedaban siempre impunes, y que ningún escribano se molestaba en teñir papel con tinta por brazo más o menos, si de tales molestias no veía el producto en sendos pesos o tostones. Por lo mismo, las personas más medrosas fueron dejando de concurrir a esas noches tan borrascosas y dejaron la peregrinación para el día siguiente; y esta costumbre, generalizada después, es la que resta del antiguo esplendor de nuestros tiempos pasados. Desde el día por la mañana, casi al amanecer, salen de sus casas los peregrinos, a caballo o burro los hombres, y a camellos las mujeres, montadas en pareja sobre la silla de dos brazos que se coloca en el lomo del animal; y si acaso llevan algún jovencito de la familia, lo colocan en la cruz de la silla a una altura capaz de producir vértigos a quien no está acostumbrado a tal caballería. El característico balanceo del camello, especie de vaivén continuo que tanto molesta a los que por primera vez montan a él, no causa impresión ninguna en nuestras damas, acostumbradas todas desde niñas a esta cabalgadura, la más frecuente del país. Llegan al pequeño pueblo los peregrinos, venidos de todos los demás de la isla y de la costa de la inmediata de Fuerteventura, y apenas se arreglan un poco y comen de lo que han llevado o pueden conseguir, entran en la iglesia, esperando a que comience la función. No es la Iglesia nunca suficiente para contener a la concurrencia y parte queda fuera sufriendo con la cabeza descubierta los ardientes rayos de un sol de Julio. Terminada la función después de la indispensable procesión, y más indispensables ofrendas al cepillo, e inmediatamente, a eso de las dos, se disponen todos para el retomo. Montados en sus cabalgaduras, al trote largo de los camellos, capaz de marear al más rudo marinero, y al galope o trote de las demás caballerías, vienen los de la fiesta para sus casas sufriendo las molestias del fuerte viento que siempre reina en esta isla los 76 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 días de Julio, pero que nutiga los ardores del sol. Todo es regocijo, cháchara y buen humor entre los viajeros: los novios vienen al lado de sus pretendidas que elevadas por sus camellos, han de dirigirse hacia el suelo para hablar con ellos; pues la cabeza del hombre apenas llega al asiento de la silla en la que la mujer viene sentada. Si son jóvenes solteras las dos mujeres que vienen a camello, por regla general traen a su lado, como si de ellas colgaran, sus indispensables novios o pretendientes, y si las señoras del camello son madre e hija, el novio de ésta parecejunto al brazo de la silla, el contrapeso del exceso de años de la otra. En fin, zangoloteadas por el trote de los camellos y azotadas las caras por el polvo y las arenas que el fuerte viento levanta, pero dando por bien empleadas las molestias a trueque de haber ido a la fiesta, llegan las peregrinas a sus casas. Algunos rezagados suelen quedarse en el pueblo para pasar la noche en bailes. Son los menos porque el pueblo es muy pequeño, la gente que va mucha, y no hay habitaciones donde alojarla. Y a esto se reduce la fiesta de San Marcial, fiesta que más se celebra como broma y diversión en el camino que en el lugar del Santo. v. La contestación debida a nuestro apreciable colega el Diario de Avisos de Las Palmas, y que por deferencia al compañero, y por aquello de no ser menos, nos vimos obligados a publicar, nos quitó en el pasado número el sitio destinado para estos artículos. Creemos que nada habrán perdido por ello nuestros pacientes lectores; pues desde luego auguramos a estos malos bosquejos de costumbres populares, lo que merecen una lectura superficial, y de pas;ida en quienes los leen, y el olvido después de haber leído. Pero, como tenemos el defecto de ser testarudos hasta dejarlos de sobra; persistimos, a pesar de comprender esto, en seguir escribiendo sobre el mismo tema, por la que siempre seguimos cuando un asunto se nos viene a las mientes. Dejamos pendiente la descripción de nuestras fiestas populares y terminando a grandes rasgos la de San Marcial, patrono de la isla. No podemos hacer lo mismo con cada una de las fiestas que en nuestros 77 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 pueblos de Lanzarote se celebran, porque seria el cuento de nunca acabar describir con detalles cada festejo, y porque las asemejan y les da su peculiar carácter. En todas ellas se bebe por los hombros algo más de lo ordinario, se baila en casas particulares, y con arreglo a las clases sociales que concurren, pues hasta en los más democráticos pueblos hay clases, se va a la función o funciones de la Iglesia, y lucen las jóvenes sus mejores vestidos y su más empolvada o pintada cara. Si en la de la Magdalena, por ejemplo, que se celebra el 22 de Julio en un caserio casi desierto y cubierto de viñedos, cuando las uvas tempranas comienzan a madurar, se reduce la fiesta a correr a caballo por los caminos cuyo piso lo forman las negras arenas, y a la vista muchas mujeres y hombres a pie, que se reunen para ver a los jinetes, y a bailar al aire libre sobre el duro pavimento de las lavas volcánicas, sin perjuicio de que algunos más egoístas o golosos vayan con el principal objeto de comer los primeros racimos de uvas, en las demás fiestas comienza la diversión desde el anochecer del día anterior. A esa hora de la víspera van llegando al pueblo o caserío de la fiesta los mismos concurrentes, costándoles no poco trabajo conseguir lugar seguro donde dejar las bestias y sus arreos y al poco tiempo comienzan las indispensables parrandas que se remojan de cuando en cuando con los infernales licores que en los ventorrillos se venden. El regocijo está pintado en todos los semblantes y todos esperan por el principal acontecimiento de la fiesta, y por la lucha, sin la cual está deslucida aquélla, como sin toros una fiesta de España. Tiene efecto la lucha la víspera para la fiesta después de la salida de la Iglesia o ermita y cuando ya la concurrencia es numerosa. El alumbrado del espectáculo lo da una hoguera alimentada por unas gavillas de aliagas o ahulagas, como aquí decimos, que, a tiempo oportuno, se tienen preparadas en la plaza del pueblo o caserio y que en este país falto de bosques de arbolado es la única leña que se consigue de alimentarla, que el humo denso de las aliagas asfixia a los espectadores cercanos y priva a la claridad de la llama a más de la mitad del redondel del terrero, y que la oscilante luz con sus vacilaciones o intermitencias forma del espectáculo una especie de 78 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 cuadro disolvente que luce y se eclipse a cada destello, y podrá formarse idea aproximada de las molestias que sufren los aficionados, pero que se dan por bien empleados con tal de no perder ni el más ligero detalle de la lucha. Esta consiste en un ejercicio de destreza: los dos hombres que luchan agarran cada uno con la mano izquierda la pierna derecha del calzoncillo de su contrario hasta la parte del muslo de la mano derecha la colocan en la espalda del contendiente; se encorvan u~ poco, y después de estos preliminares que se llaman la pegada, lucen su agilidad por medio de las numerosas suertes o golpes de lucha que con diferente nombre se conocen. El arte estriba en derribar uno a su contrario, o hacerle apoyar en el suelo las manos, rodillas o cualquier parte del cuerpo que no sean los pies; y se tiene por luchador afamado no sólo al que sabe tirar golpes como zancadillas o garabatos, desvíos, pechadas &, sino al que sabe atajarse y contestar a tiempo, que es a quien se llama luchador de contras. Cuando un luchador cae en el suelo y el Otro queda en pie, no hay duda ninguna en la suerte; el caído se retira y el vencedor o el que tumba se dispone a medir con otro. Pero cuando ambos vienen a tierra a consecuencia de los esfuerzos hechos, se da por tumbado el que primero cayó; sin embargo no siempre reina la mejor armonía, ni la unanimidad de pareceres respecto a quien venció. Los interesados por cada partido intervienen dando gritos y diciendo si cayó primero éste o aquel; y como la vacilante luz no permitió distinguir bien en las sombras intermitentes de la noche todos los detalles de la suerte, allí son las mil razones que los apasionados dan para convencer a los más aún apasionados contrarios. El terrero se revuelve, los gritos aumentan, unos dicen que se dé la lucha por revuelta (sinónimo de dudosa) y que vuelvan a emplazar los luchadores, otros no consienten esto, porque el de su bando tumbó al otro; y al fin, después de mucho hablar, discutir, y accionar, se salva el conflicto como mejor se puede; y a fuerza de guerras y de gritos se arregla de nuevo el malhadado terrero para seguir la lucha. Cesa ésta cuando caen los luchadores de un partido, o cuando es muy cansada. Después la mayor parte de los hombres se vuelven a sus pueblos, no sin tener que sentir algunos la desaparición de los estribos, 79 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 cinchas, y otros arreos de sus bestias, que con la oscuridad de la noche son quitados a mansalva. Al día siguiente, día de la fiesta verdadera, la concurrencia es menor, pero más escogida, a lo menos en apariencia; porque se sustituyen las ropas ordinarias con las mejores y la cara y manos empolvadas y sucias con caras y manos limpias. Se va a la iglesia, se ve la función, se oyó el buen o mal orador .sagrado, y a la noche los bailes recompensan con sus tranquilos placeres los más agitados y apasionados de la noche anterior. Un detalle nos honra. A pesar de las borracheras y de la pasión de la lucha, son rarísimas las lesiones y más raros aún los delitos graves. Cualquiera puede pasearse impunemente por las calles o caminos. VI. Basta ya de costumbres insulares, que para tan escasa población y pequeño terreno donde se mueve, no se ha escrito poco. Y así, con este artículo final nos despedimos del asunto y dejamos libre el espacio que en nuestras columnas ocupa para llenarlo con otras materias de más sustancia. ¿Qué nos resta digno de ser relatado en nuestras costumbres populares? Poco más de nada; porque no creemos que hechos sueltos o particularidades que una vez ocurren y otra no, sean materias que encajen bien en artículos de esta clase. Nos hemos ocupado de los duelos (no de los desafios), los velorios, los bailes de candil, las fiestas y la lucha; y si bien nuestra relación se resiente de los mil defectos de lenguaje de quien la escribe, tiene a lo menos el mérito de ser veridica. Otro asunto que da materia para decir mucho y deducir tristes consecuencias sobre el estado de nuestra instalación, es el de las supersticiones del pueblo. Ninguno deja de tenerlas en el mundo; y unas más otras menos, en todas partes las personas poco ilustradas tienen la satisfacción de explicarse los acontecimientos por causas sobrenaturales. Antes que confesar la ignorancia y trabajar para vencerla con el estudio serio y constante, se prefiere dar explicaciones groseras a los hechos cuyas causas se desconocen, y envolver en esas ~xplicaciones de Dios, el diablo, los ángeles, los genios, las brujas y en general a cuantos seres so- 80 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 brenaturales ha forjado la fantasía del hombre. Y es tal el apego que se tiene a esas explicaciones y tanto se encariña con ellas el pueblo, que es dificilísimo arrancarlas de cuajo, aunque se pueda demostrar con hechos evidentes su inexactitud. Aun existen las brujas en la obtusa inteligencia de más de cuatro de nuestras mujeres del pueblo; aun hacen de las suyas en el mundo y sufren metamorfosis que ni las de Ovidio se les igualan, y chupan la sangre de los niños sin bautizar, y arrancan· sin sentir el cabello de los que duermen. Pero no son las creencias en brujas en las m1s generales de esta tierra; muchas personas dudan ya de su existencia, y este es un gran paso para su desaparición. Lo núsmo pasa con las almas errantes, relegadas casi, aunque encubriéndose con la aparatosa capa del espiritismo, a las sesiones de esta clase de sociedades que se entretienen en conversar con muertos muy seriamente, como si no hubiera bastante en la conversación con los VIVOS. Donde más arraigado asiento tienen las supersticiones del pueblo es en las enfermedades y en sus remedios. Muchas son las dolencias, cuya causa se atribuye el mal de ojo u otras patrañas por el estilo, y rara es la enfermedad que no tenga su panacea en los rezos y santiguados. El mal de ojo, que ataca principalmente a los niños y animales gordos o de buen ver, es la creencia más general, no sólo en esta isla sino en todas partes; y se dice que desde los antiguos romanos viene cundiendo hasta nosotros tan extraña superstición. Y váyase a convencer a un ignorante de lo falso de su creencia. Primero negaría una verdad matemática que el mal citado; y si se le pusiera al más fanático creyente en la alternativa de elegir entre sus creencias religiosas y su superstición, dejaba a un lado las prácticas para quedarse con ésta última. ¿ Y con qué se cura ese mal? Con rezos tontos y con santiguados ridículos. Unas cuantas palabras quitan la enfermedad, y unos tragos de aguardiente bebidos por el santiguador en sus exorcismos, tienen más virtud que los más enérgicos remedios de la medicina moderna. Hay otra enfermedad que también se cura con santiguados por el estilo: el sosaiío, o sea la inflamación de las heridas o granos, y hasta la erisipela. El tal sosaño se cura radicalmente ¿quién lo pone en duda? 81 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 cortando yerbas, ruda casi siempre, y a veces perejil, en la parte u órgano inflamado, y rezando el santiguador mal masculladas palabras que no entiende y sorteando continuamente para aminorar la fuerza del mal. Cuanto más disparatadas y menos comprensibles sean las palabras que el santiguador pronuncia, más efecto causan, porque el quid estriba en fingir misterios y en hacer más intrincado el sentido de las frases. ¡Cuánto falta aun para desterrar de la imaginación tanto fanatismo y tan supersticiosas prácticas! Hay en este país una planta que los botánicos conocen con el nombre de solanum nigrum y aquí se llama moralillo o yerba mora, a la que se atribuyen virtudes milagrosas para la curación de las escrófulas. Dícese, y quizás sea cierto, que administrada esta planta o su jugo convenientemente produce muy buenos efectos en esas enfermedades; y como el yodo que contiene no es mal remedio para ellas, no ponemos en duda tales efectos. Pero la superstición se apodera de su influencia y para administrar el moralillo es necesario aplicarlo con rezos y patrañas. La curación debe hacerse siempre en luna nueva, el enfermo ha de seguir un régimen de dieta rigurosa, y lo mismo ( esto es lo más extraño y esencial) el que lo cura, pues si éste quebranta la dieta se perdieron los efectos de la curación y cuántos trabajos se habían hecho. En el momento de aplicar el zumo de la planta en los oídos es preciso rezar ciertas palabras que mezcladas con él le den más fuerza curativa. ¿ Y qué diremos del paso por el mimbre la mañana de San Juan, para curar las hernias, que aquí se llaman quebraduras? ¿qué del mal de pomo de la madre, de la espinilla, que no hay médico que los cure sino únicamente los iniciados en tan extrañas supersticiones? Si fuéramos a mencionar las supersticiones populares en todas las enfermedades y a referir una a una y detalladamente el modo de curarlas, habría materia para un tomo voluminoso. Y lo peor del caso es que muchos desgraciados enfermos, en vez de llamar al médico para sus dolencias, se dejan morir en manos de groseros santiguadores; en la convicción firmísima de que éstos pueden más que un médico verdadero. Muchas veces suele decirse que el médico mató a un enfermo. Hasta las más ilustradas personas, creyéndose competentes para conocer 82 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 los efectos de los remedios, atribuyen el fin desgraciado de una enfermedad a la ignorancia o a la equivocación de un médico. Pues jamás se ha dicho por los que llaman a un santiguador o curandero de exorcismos, que éste haya sido culpable de la muerte del enfermo. Y cuenta que no siempre es indiferente o inofensiva la misión del santiguador. La sustitución de éste por un médico es bastante calamidad; y los estrujones, molimientos, y otras incomodidades que causan al desgraciado enfermo, son no pequeñas causas que precipitan el desarrollo del mal. Terminaremos repitiendo lo que dijimos en nuestro artículo segundo. Para desterrar estos escarabajos de la imaginación es necesario luz, mucha luz, que la instrucción es el verdadero remedio de las malas costumbres. 83 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017
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Calificación | |
Título y subtítulo | Costumbres de esta tierra (Lanzarote) |
Autoría principal | Hernández González, Manuel |
Entidad | Vicerrectorado de alumnado de la Universidad de La Laguna |
Publicación fuente | Tenique: revista de cultura popular canaria |
Numeración | Número 03 |
Tipo de documento | Artículo |
Lugar de publicación | San Cristóbal de La Laguna |
Editorial | Grupo folklórico de la Escuela de Magisterio de La Laguna |
Fecha | 1995 |
Páginas | pp. 061-083 |
Materias | Cultura popular ; Folklore ; Canarias ; Prensa ; Lanzarote |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 8826972 Bytes |
Texto | COSTUMBRES DE ESTA TIERRA (LANZAROTE) Introducción de Manuel Hemánde-z Gónzále-z © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 INTRODUCCION El texto que aquí presentamos fue publicado en seis entregas en el periódico lanzaroteño El Horizonte entre los números 59 y 67, que se corresponden con los meses de marzo y abril de 1888. Desconocemos su autor, pero está indiscutiblemente vinculado al círculo redactor de esa publicación. Su director sería Leat}dro :Fajardo Cabrera, y contaría entre sus redactores a Santiago Pineda Morales y Antonio María Manrique. Ideológicamente estaría enmarcado' dentro del pensamiento político de la burguesía progresista, con ribetes masónicos y anticlericalistas, basculante entre el partido liberal y el republicanismo, sin una precisa definición partidista. Ese punto de vista es bien visible en el texto que presentamos en su exaltación de la razón, del progreso y de la ciencia, su regeneracionismo educativo, por un lado, y por otro su visión de la religión, la superstición y las creencias populares1 . Este texto se puede enmarcar dentro de un movimiento de recuperación e interpretación de las costumbres populares que encabezan Bethencourt Alfonso, Grau-Bassas o Ramón F. Castañeyra, de la que es contemporáneo2 . Aunque con una finalidad más modesta, cronológicamente se puede incluir dentro de una generación con ribetes racionalistas y positivistas, despojada de todo elemento procedente del catolicismo ilustrado que incidía de forma decisiva en el pensamiento de autores de la FAJARDO SPINOLA, F. (1990): "Lanzarote hace un siglo: una lectura del periódico el Horizonte (1887-1889)". 1 Jornadas de Historia de Lanzarote y Fuerteventura .. Arrecife. Tomo l., pp.359-391. Sobre el marco ideológico general, HERNANDEZ GONZALEZ, M. (198Q): "Cambio social y transformaciones culturales en el Lanzarote del siglo XIX". 111 Jornadas de Estudios sobre Fuerteventura y Lanzarote. Puerto del Rosario. Tomo 1, pp.271-326. Mi agradecimiento a Francisco Fajardo Spínola por habem1e posibilitado la consulta de El Horizonte. 2 . GRAU BASSAS, V. (1980): Usos y costumbres campesinas en Gran Canaria. Las Palmas. BETHENCOURT ALFONSO, J. (1985): Costumbres populares canarias de nacimiento, matrimonio y muerte. Introducción y notas de M.A. Fariña. Tenerife. CASTAÑEYRA, R.F. (1991): Memoria sobre las costumbres de Fuerteventura. Edición, introducción y notas de Francisco Navarro Artiles. Puerto del Rosario. 62 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 generación anterior como Antonio Lemos Smalley, Juan de Castro y José Agustín Alvarez Rixo3 . Comienza este artículo con una vindicación de la cultura local frente a la marginación que se ceñía sobre ella, frente al abandono y desidia con que ha sido tratada. No deja de ser bien cierto su carácter marginal y como aditamento costumbrista dentro de las expediciones de los viajeros que, al ascender al Teide, reflejaban lo que les llamaba la atención de lo poco que entendían o veían en los campesinos o arrieros con los que se relacionaban. Reflexiona sobre quiénes son los llamados a analizar las costumbres de la tierra, si son los paisanos o los foráneos, y parece decidirse por apostar por los compatriotas con conocimiento del exterior, para tener capacidad comparativa, porque entiende que los foráneos confunden lo que es singular con lo que es una tradición colectiva. Para el autor de las costumbres de esta tierra, está claro que la cultura local es eminentemente rural, porque la urbana se asemeja cada vez más a la europea en todos sus aspectos. Su interpretación de la cultura campesina está imbuida del racionalismo cientifista del que es abierto militante y defensor. Para él la cultura popular es superstición o avance en la medida que sus gestos y concepciones fueran acertadas o no desde esa perspectiva. Ese es el núcleo articulador de su análisis: hay que eliminar con la educación todo rasgo de superstición e irracionalidad. ¿Qué nos aporta este texto? A retazos trata de analizar los cambios sociales y culturales acaecidos en Lanzarote en esta etapa trascendental de su evolución histórica, cuando la penetración de las costumbres foráneas y el impacto de ellas en el mundo urbano, parece arrinconar la identidad diferenciada al mundo rural. Pero, pese a esos avatares, los ritos de tránsito, aunque se reformulan y se readaptan a éstos, nos pueden proporcionar algunas claves esenciales para comprender la organización social de la isla. El nacimiento y la muerte siguen regulando la vida social isleña, 3 , LEMOS SMALLEY, A (1989): "Usos y costumbres de los aldeanos de la isla de La Palma". Introducción de Manuel Hemández González. Eres Serie de Antropología, nº 2. Tenerife. CASTRO, J. (1986): La isla de La Gomera en la actualidad Año de 1856. Ed. y estudio critico de Gloria Díaz Padilla. San Sebastián de La Gomera. AL V AREZ RIXO, J.A. (1994): Anales del Puerto de La Cruz de La Orotava (1701-1872). Ed. de Maria Teresa Noreña Salto. Tenerife. 63 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 codificando sus comportamientos y ~ctitudes, los roles sexuales y familiares. Actitudes que evolucionan contribuyendo a hacer decadentes tradiciones como los velorios o los animeros, pero que nos muestran la permanencia de costumbres de origen morisco tan presentes en la cultura campesina de Lanzarote, como se puede apreciar en los rituales mortuorios campesinos, y el papel que en ellos asume la mujer. El eje central de esta obra es abordar a través de una serie de apartados lo que su autor considera rasgos definitorios de las singularidades de los campesinos lanzaroteños. El mundo urbano y las clases intermedias y altas tienen para él comportamientos cosmopolitas, sin ningún relieve diferenciador especial. Pero esa articulación, entre los eventos elitistas y clasistas, frente a los de las clases bajas, es la gran virtud de la obra, que nos puede ayudar a comprender algunas claves de su organización interna en una época de lentos pero irremisibles cambios. Los ritos de tránsito; especialmente la muerte y el bautismo, merecen especial atención por su papel codificador de los roles sociales y sexuales. El segundo de los temas abordados es el del baile de candil, con anécdotas sobre su reformulación en función del progreso en su iluminación. Aborda con maestría su dinámica interna y su normativa consuetudinaria. El tercero es el de las fiestas, en las que se detiene especialmente en la descripción de la fiesta de San Marcial y en la luchada como su elemento imprescindible. Nos muestra su evolución, con la relativa decadencia de la nocturnidad y de su carácter como catarsis colectiva instrumentalizada por las élites a través del perdón de las reyertas. La dicotomia entre la fiesta diaria, controlada por las clases dominantes y rígidamente codificada en todos sus elementos -la descripción de la romería diurna a San Marcial, como la de la Virgen de los Volcanes narrada por Isaac Viera-, no tiene desperdicio. La víspera como fiesta por excelencia, en la que no cuentan rú la posición social ni la apariencia, la decadencia del reino de la noche frente a la etiqueta diurna parece demostrar el triunfo de un nuevo modelo de fiesta rígidamente compartimentado. No en vano habla el autor de la contraposición entre la fiesta del salón frente a la popular, y entre ellas la del casino de los 64 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 pequeños burgueses. Una fiesta que se redefine en una sociedad que se transforma. El elemento que más le llama la atención en la fiesta es la lucha canaria nocturna, que llega a decir desempeña el papel de los toros en las de España. Es de gran interés la detenida relación de su reglamentación y las formas de selección de sus integrantes4 . ' El último aspecto es el de la superstición, enfocado también desde la óptica racionalista. La extinción de la Inquisición y las transformaciones en el papel asumido por la brujería, la pervivencia de rituales sanadores y del curanderismo, con descripciones interesantes incluso desde el punto de vista lingüístico como el sosaño o el moralillo o yerba mora. En definitiva, un trabajo que, con sus virtudes y defectos, viene a enriquecer nuestro conocimiento sobre los hábitos socio-culturales de los isleños y su evolución diacrónica. COSTUMBRES DE ESTA TIERRA (LANZAROTE) I. La historia, como las personas, tiene su orgullo. Mide, para ponerla en sus páginas, la importancia de los individuos y de los pueblos, sin ocuparse jamás, o a lo sumo por incidente casual, de los pequeños pueblos, ni de los personajes cuya talla no sobrepuja la común medida. Y un ejemplo reciente de esta verdad es la cuestión de las Carolinas; islas desconocidas por su pequeñez, hasta de nombre, por la inmensa mayoría de la nación española. Fue necesario el despojo alemán, y el entusiasmo patriótico de los españoles, para despertar con éste el deseo de conocer tan lejanas e ignoradas islas. Comenzáronse a dar descripciones geográficas de ellas, a estudiar las costumbres de sus habitantes, a indagar sus riquezas naturales y las que el trabajo podría aumentar; y gracias a ese primer impulso, hijo del 4 • HERNANDEZ GONZALEZ, M. (1993): "Algunos testimonios decimonónicos sobre la lucha canaria en Canarias y Cuba". Strenae Emmanue/ae Marrero Oblateae. Tomo l. La Laguna. 65 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 patnot1smo, se han adquirido algunos conocimientos sobre ese trozo nacional semiabandonado y perdido. De las islas Canarias, siempre españolas desde la conquista, siempre pacíficas y jamás alteradas por revoluciones ni accidentes extraordinarios, pocos se han ocupado en estudiar sus costumbres, en conocer a fondo el carácter general de sus naturales y las pasiones que los dominan. Con excepción de los habitantes de sus principales poblaciones, cuyas costumbres, por su roce con tantos hombres de diversos países, son casi iguales a las de las poblaciones de Europa, los demás permanecen ignorados, desconociéndose sus hábitos y hasta su modo de vivir. Algún extranjero, cuando por visitar al Pico de Tenerife, u otras curiosidades naturales de estas islas, se interna en ellas, suele hablar incidentalmente de las costumbres del pueblo, por las que deduce de las que ve practicar a los guías o personas con quiénes trata. Nada más se publica. A la verdad, no son los naturales de un país los llamados a describir sus costumbres; su estudio requiere el conocimiento de otras diferentes para hacer resaltar los contrastes con las comparaciones. Pero en cambio, los hijos de un país o los que en él han vivido mucho tiempo, saben mejor distinguir entre lo que forma una costumbre y lo que son hechos o hábitos individuales, cosas tan fáciles de confundir por quien por primera vez visita a una región y observa a sus moradores. Nuestros campesinos de Lanzarote tienen costumbres características, especiales, cuya infracción no se autoriza sin escándalo y a cuya rigurosa etiqueta han todos de sujetarse si no quieren sentar plaza de extravagantes. Entre estas costumbres, la que más imperiosas condiciones impone, que son a la manera de leyes preceptivas, es la más triste, la de los duelos o llantos fünebres. Sientan con amarga tristeza los parientes del difunto su fin funesto, estén interiormente regocijados con la expectativa de una de una buena herencia (sic), o sea insensibles al acontecimiento por no haberles inspirado en vida rencor ni cariño el que dejó de existir, la costumbre impone sus preceptos y hay que disimular los interiores sentimientos para sujetarse en todo a su tiranía. 66 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 Los adornos y cuadros de las habitaciones desaparecen en señal de que la casa debe llorar también a su manera la muerte de un morador. Las mujeres de la familia no pueden sentarse en sillas ni bancos durante los nueve días del luto riguroso; tendida una estera en un cuarto de la casa, por lo general, la alcoba, siéntanse las doloridas cubierta la cara y cabeza con negro sobretodo, en un rincón o en una cama, y en el suelo también, y formando corro, se sientan las visitas. Tan natural es esa costumbre del rincón, que hablando cierta vez una mujer de la enfermedad de su madre, dijo con la mayor naturalidad que había estado tan gra~e, ya que tenían sus hijas la estera y el rincón arreglado y dispuesto para plañirla. Respecto a los hombres, cuando han de sujetarse más estrechamente a las prácticas establecidas es el día del entierro. Terminada la ñmebre ceremonia, los amigos y acompañantes van a la casa dolorida, donde ya encuentran sentados en sus sillas y en un extremo de la casa a los doloridos que no concurren al entierro. Allí deben éstos estar con la cabeza cubierta, serios, graves, sin demostrar alegría: no dolor, recibiendo las visitas de todos sin hablar y sin que nadie hable. Cuando un visitante se retira, saluda en general a los del duelo sin hablar palabra, y tan grave como entró sale, sin ser permitidas expresiones de consuelo, ni otras conversaciones que distraigan la atención del hecho que recuerda la triste ceremoma. Tiempo habrá de llorar después el bien perdido, o de disputar sobre las migajas de la herencia, según los casos, tiempo habrá para explayar los sentimientos y para que se revele el interior de cada cual; pero durante el primero o los primeros días, hay necesidad de sujetarse a la costumbre de enmascararse para recibir las visitas de los amigos y desconocidos. ¿ Quién puede evadirse de estas prácticas consuetudinarias? Desgraciado el que lo intente. Demuestra con esto que nada sintió la muerte del pariente próximo, y que no tiene corazón ni buenos sentimientos. Si se cumplen al pie de la letra, así la muerte le haya servido de regocijo, ha cumplido como bueno; pero si por desgracia la familia se olvida de descolgar los cuadros de las paredes, por ejemplo, demuestra que poco le ha importado el suceso, porque la casa no llora. 67 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 ¿ Y durante el tiempo del luto que suele durar uno, dos y más años? Las mujeres no deben salir, ni pasear, ni asomarse a las ventanas, ni hacer visitas. La Iglesia y su casa. Toda distracción está prohibida, porque sería imperdonable crimen demostrar otros recuerdos ni sentimientos, que el recuerdo y sentimiento del ser que falta. II. No terminaríamos en poco tiempo y breves lineas, si con más detalle diéramos a conocer la minuciosa etiqueta de los duelos; basta con lo dicho en el número anterior; pues las costumbres de dar un baile en la casa el día del entierro uno de los desastres para la familia, porque parientes, amigos y acompañantes habían de tomar parte en un festín de funerales, y de encastillarse las mujeres dentro de las tapias de su casa años y años para no salir ni a misa y expuestas a contraer más y más dolencias, están desapareciendo poco a poco; y principalmente de la primera apenas se conserva la memoria por algunas viejas campesinas. Dejemos en paz a los difuntos, séales leve la tierra y tengan la buena fortuna de ser llorados con lágrimas sinceras, que nuestra atención nos llama al polo opuesto; al principio de la vida. Si fuéramos poetas, y el estro divino, como ellos dicen, inspirara nuestros escuetos y mal compaginados pensamientos, tendríamos ocasión a propósito para cantar un himno a la generosa vida, que convierte hasta el sepulcro en cuna, y comete otros excesos por el estilo; pero como el árbol no da otros frutos que los que la naturaleza le ha ordenado, mal pueden salir de nuestra prosaica inteligencia imágenes, tropos, flores, aromas, ni esas mil escogidas palabras que convierten a un verso en pebetero. En el estilo ramplón acostumbrado, como mejor podamos salir del paso, iremos poniendo en mal boceto nuestras costumbres populares, y metiéndonos en las casas de los matrimonios fecundos o benditos de Dios, veremos lo siguiente. Como en todas partes, es día de regocijo para las familias el del nacimiento de un hijo. Esto no necesita demostración y por lo mismo no insistiremos más. Aunque hay excepciones, la más general es cuando los hijos se multiplican y los recursos no; pues entonces se encuentra algo de 68 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 forzado en la sonrisa de los padres, y de irónico en sus contestaciones a la enhorabuena de los amigos. Puntos negros que, como las manchas del sol, no empañan el brillo de la luz alegre de la vida. Nace un hijo y a divertirse todos. Amigos, parientes, vecinos y cuantos quieren, han de ir a la casa del recién nacido todas las noches hasta que sea bautizado, que generalmente lo es a los tres o cuatro días de nacido. Allí se juega a prendas, se habla, se canta y se baila, sin consideraciones a la parturienta, que a veces, y cuando es pobre, yace acostada en la misma habitación del jolgorio. Allí se fuma, y sé infecta la atmósfera del cuarto con los miasmas más nauseabundos para una mujer que se encuentra en tan delicado estado; y en la última noche, o sea la del día del bautismo, el baile y gritos y algazara duran hasta el amanecer, dejando casi loca a la pobre mujer y poco menos al marido, porque como dueño de la casa se ve obligado a guardar el orden y a ponerlo en cabezas que no siempre resisten los efectos del aguardiente o a la mistela. Si hay un altercado provocado por tan traidores y locuaces licores, allí son los gritos de las mujeres, de la enferma misma que quiere acudir a la defensa de su marido, y las mal sonantes palabras que como saetas se disparan sobre castos oídos. Pero esto último es una rara excepción. Llámanse velorios a estas fiestas, porque mientras los niños permanecen moros no puede apagarse luz en la casa. La vela o lámpara ha de estar encendida siempre, para que esos seres invisibles, como brujas, vampiros y almas en pena, no ciegen en (roto) a la vista de una luz artificial, producto prosaico de la industria humana. Nuevo parentesco se contrae con el bautismo; el del compadrazgo. Tanta fuerza espiritual tiene este parentesco espiritual para los padres, que se antepone al de la naturaleza. Hermanos conocemos que antes se tuteaban y se trataban como tales. Uno de ellos, el menor muchas veces, saca de pila al hijo de su hermana. Adiós sentimientos fraternales, tuteo, franqueza íntima de quiénes han jugado, sufrido y alegrádose juntos. El hermano desaparece ante el compadre, el tú ante el usted, y la franqueza y cariñoso trato ante el circunspecto respeto mutuo y las deferencias cumplimenteras de quiénes han contraído vínculos más serios. Mírase con extrañeza entre los campesinos a los hermanos compadres que continúan 69 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 tratándose como antes; y les parece que la santidad del sacramento desmerece con la falta de respeto entre ambos, aunque continúe el cariño. Para con el niño y su modo de tratarlo no faltan cuidados escrupulosos. Es preciso que el agua donde diariamente se ha lavado no se tire al sol, sino en lugar sombrío; que los pañales no se expongan a la luz de la luna; que las tijeras que han cortado el cordón umbilical no se usen hasta no estar el niño mejor, y tantos requisitos y cuidados más por el estilo, que es necesario hacer, un largo aprendizaje para no sufiir equivocaciones, y con ellas hacer sufiir al niño los tormentos que nuestros razonables lectores pueden suponer. En cambio, no se usa en este país para el cuidado de los recién nacidos esas fajas y ligamentos que en España les ponen martirizando su cuerpo e impidiéndoles su completo desarrollo. Aquí se lava a los niños diariamente una, dos y más veces al día; las ropas que se les ponen son holgadas, quedando sus miembros en completa libertad de movimientos y desarrollo; y esas fajas horribles, prisiones de las inocentes criaturas, son desconocidas y no se permitirían jamás. Así se explica que niños sumamente pobres, mal alimentados, abandonados por su madre la mayor parte del día, crezcan y se desarrollen perfectamente, y no tengan imperfección ninguna en sus miembros. Pero en cambio de esa buena práctica, existen las supersticiones que hemos dicho, y otras muchas, la de los amuletos para el mal de ojo, la del Dios le guarde para evitarlo, la de no cortarle las uñas para que no resulte nudo, y más que no podemos acordarnos. ¿Con qué se destierran las malas costumbres? Con lo que se matan las larvas que se crían en tierra pantanosa. Cultivo, labores y luz. La instrucción general ahuyenta esos escarabajos de la inteligencia; y a medida que se aumente y generalice, quedará de nuestras costumbres lo bueno y aceptable. m. Interrumpida por otras atenciones esta tarea que en nuestro número 60 dejamos pendiente, volvemos, como Dios nos dé a entender, a reanudarla; y dejando dormir a los niños en sus cunas con su apacible 70 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 sueño, para que al abrigo del calor materno y bajo el amparo de sus caricias crezcan y se desarrollen a fin de sustituir a la generación que pasa, debemos fijar nuestra atención en los adultos. Lejos, pues, de nosotros el espectáculo y los recuerdos de la muerte, que para asuntos tristes no hemos de estar gastando tinta y tiempo; lejos también los llantos, malas noches y otras no tan limpias cosas de los niños, que si por una hora nos alegran, por mucho tiempo nos incomodan; y estudiemos a nuestros paisanos en algunos actos de la mejor edad de la vida, viendo sus bailes, sus fiestas, sus diversiones, entre las que figura como principal la indispensable lucha. Idénticos en la esencia todos los bailes, por reducirse a movimientos acompasados al son de más o menos melodiosa música, formando parejas personas de ambos sexos, y porque de ellos están siempre desterrados el hastío y el mal humor, a lo menos en apariencia, se diferencian mucho unos de otros en su forma y en el modo de manifestarse. En efecto ¡Cuánta diferencia existe entre el severo baile de etiqueta, donde la estudiada delicadeza, el amaneramiento, el lujo y· la música corren parejas con la suntuosidad de los salones y la elegancia exquisita de los vestidos y el miserable baile de candil, cuyos perfumes son la atmósfera pesada del tabaco, y donde las palabras, las risas y los modales son estrepitosos y naturales, por no decir naturalistas! Entre estos dos extremos hay, como en una progresión, muchos términos medios. El baile de sociedad, el de confianza, el de máscaras, la reunión de familia y otros muchos conocidos con nombres diferentes, pero de los que no nos ocuparemos tratando de costumbres de esta tierra, porque con ligerísimas variantes, son iguales a los de todas partes. Aquí, como más allá, tenemos reuniones cultas, donde reina la franqueza y naturalidad en el trato, y donde también se deslizan frases y modales chocantes, a manera de pecas de un hermoso rostro; hay damas hermosas y feas, elegantes y cursis, y nada de cuanto se diga en general de estos bailes o reuniones puede ser original. Donde se ve mejor las costumbres del pueblo son en los bailes llamados de candil, a los que tan aficionados son nuestros campesinos; y · aunque ya no es rigurosamente exacto por haberse sustituido con velas los 71 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 candiles, queda vigente, sm embargo, como recuerdo del antiguo alumbrado. Raro es el mes en que no hay en los pueblos de esta isla varios bailes de candil, que ordinariamente tienen efecto los sábados o noches del día de una festividad solemne. Para asistir a ellos no son necesarias papeletas de invitación rú convites orales; basta saber que tío Martín da un baile para que a él concurran las conocidas y cuantos hombres quieran. En una pequeña habitación alumbrada por una o dos velas, que ahora por refinamiento de lujo y baratura del artículo son esteáricas, se sientan juntas las más jóvenes que caben, dejando siempre un rinconcito para las viejas; y si acaso concurren más de las que la habitación puede contener, las últimas o rezagadas se retiran, y en paz. A veces éstas van a otro baile, pues rara vez se da uno solo en la noche; como los pichones, tienen siempre hermanos gemelos. En la habitación no se permite permanecer a hombre rúnguno, excepto a los músicos o tocadores, a quiénes se les concede un banco cerca de la puerta para sentarse; y alguna vez, si concurre al baile una persona digna de respeto y consideración, se le permite estar dentro como especial favor; excepción que contradice el principio democrático de la igualdad. Los demás hombres se colocan fuera de la puerta y en sus inmediaciones, unas veces en alas y la mayor parte formando apretado grupo, y sufriendo el frío y sereno de la noche. Cuando el grupo de la puerta es muy compacto, basta pronunciar la sacramental palabra de "puerta para mujeres" para que los hombres se abran en fila y dejen libre el paso. Algunos chuscos colocados en último extremo, suelen pronunciar esa frase para que les den paso libre hacia adentro; pero esto suele traer malas consecuencias. Fúmase a más y mejor en la puerta; y los de atrás suelen colocar la cabeza y con ella el cigarro o la pipa, sobre el hombro de los de delante para ver mejor, pero consiguiendo con esto que el humo de todas las bocas vaya directamente al interior del salón. Es curioso asomarse a la puerta de uno de estos bailes. En un cuarto mal alumbrado por dos velas se ven en la penumbra a las cabezas de las damas, semi-veladas, como las imágenes de la Iglesia por las oleadas 72 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 del humo del tabaco. En aquella brumosa atmósfera parecen que flotan las cabezas y cuerpos de las dos parejas de bailadores, que alzan y bajan sus brazos al compás de la música. Los instrumentos de ésta se reducen a una guitarra que da los tonos graves, y a un tiple, especie de vihuela pequeña, ~umamente chillón y destemplado, que lleva la voz aguda. Las tocatas son las seguidillas de esta tierra y nuestras peculiares folías canarias, acompañadas del canto de los hombres, ronco y desacorde a veces, pero indicappo el buen humor general. Cuando alguna vez se desliza una bandurria o un mal rascado violín en la reunión, es un acontecimiento extraordinario. El dueño de la casa hace sus honores en la puerta, con la chaqueta tendida sobre la espalda y los hombros y atada por sus mangas al cuello, y con una regular estaca en las manos, símbolo de suprema autoridad, y amenaza constante contra quien se atreva a alzar el gallo. Comienza el baile, y los dos hombres más próximos a la puerta, sacan a bailar a las mujeres que gustan, que, como obligación social deben ser sus hermanas, mujeres o más allegadas parientas. A la mitad de la tocata hay una pausa, en la que los hombres se relevan por otros dos que, ya de cuclillas, están en el dintel esperando su vez, y éstos continúan bailando con las mismas damas hasta terminar la música; y cuando vuelve a empezar convidan los mismos a otras mujeres, y así sucesivamente. No se permiten conversaciones ni se cruzan palabras entre las personas de ambos sexos; después, cuando el baile termina, se hablan los novios o se contraen nuevas relaciones amorosas, acompañando el hombre al objeto de sus amores hasta la casa. El que tiene la buena suerte de tocar medianamente una guitarra o tiple tiene también dos privilegios, el de estar siempre dentro de la sala, como ya se ha dicho, y próximo al bello sexo, a cuyas muestras más cercanas puede dirigir la palabra, y el de tomar alguna copa de aguardiente que para los tocadores tiene reservada el amo de la casa. Pero no siempre los bailes terminan apaciblemente. ¡ Y cómo han de tener el privilegio los del candil, si en los de más ceremoniosa etiqueta suelen originarse contiendas, no por más sujetas a reglas y fórmulas sociales, menos rencorosas y airadas! 73 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 Si alguno quita a otro su tumo para bailar, si forma juicios sobre su voz o estilo de canto, o si por convidar a su novia o pretendida, vienen los traidores celos a jugar importante papel en la contienda, comienzan las palabras fuertes en las afueras de la puerta, siguen los empujones y queda encendida la duda, como llama nuestra gente a las reyertas. Y a no se piensa en la vecindad de las damas para medir el alcance de las palabras; el amo de la casa entra en el pleno ejercicio de sus funciones y empieza a mandar en jefe amenazando, aunque jamás dando con el palo del que está armado; pero cuando la avalancha crece y no hay autoridad moral que la detenga, se entra hasta la habitación dejándola convertida en campo de Agramante. Las mujeres se suben a las sillas para resguardar los pies de una acometida, y no ser estrujadas en la general calamidad; pero los hombres pacíficos intervienen, y al fin, si la cuestión no ha sido grave, comienza de nuevo el baile y se convierte en risa lo que ha sido motivo de sustos y congojas. IV. Largo sería el trabajo si, además de las generalidades narradas, fuéramos a contar todas las peripecias que originarse pueden en los bailes de candil, si fuéramos a mencionar algunos en los que, no habiendo sillas para tanta mujer como concurre, se les ofrezca de asiento el duro suelo; y si publicáramos algunas de las sabrosas ocurrencias que alli se oyen o pasan, dignas muchas, a pesar de ser sus autores gente poco instruida, de figurar en un buen libro de chistes. Pero no debemos de dejar pasar una anécdota que por aquí se cuenta y a la cual se debe, según pública voz y fama, el haberse desterrado en parte el uso de una sola luz en los bailes de esta clase. Parece que en tiempos pasados, a principios del venturoso siglo de1 vapor y del buen tono y cuando la sencillez de las costumbres era tan patriarcal que ciertas gentes nos las quieren poner como modelo, sea por economía, sea por otra causa, una sola luz de aceite alumbraba la habitación del baile; si por cualquier accidente se apagaba, volvía a encenderse, no sin haber precedido exclamaciones de sorpresa y algún ahogado grito en las mujyres. El demonio, que jamás ha dormido y menos en aquellos tiempos de virtudes puras y 74 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 arraigadas creencias que lo obligaban a no cejar un momento en su trabajo de perversión y predominio, se introdujo en la cabeza de un joven que cerca de la puerta de un baile estaba embelesado mirando a la novia que tenía enfrente, sentada al lado de una fea y asquerosa vieja; y sin saber como ni cuando, le incita a demostrar a la joven sus sentimientos con actos más expresivos que las miradas. Guiado por su funesta tentación y sin temor al escándalo, se escurrió como pudo adentro de la sala, y llegando al sitio donde estaba la luz la apagó cuando más entusiasi_n.ados estaban todos y menos pensaban en tal accidente; hubo la sorpresa consiguiente, y entre las varias exclamaciones sonó un beso que el aventuroso loco creyó haber dado a su novia. Pero cuál no sería su desengaño y asco cuando se oyó exclamar a la vieja cercana: ¡San Bartolomé bendito! ¿Quién me besó? La noticia del hecho y del chasco corrió por la isla y dio lugar a sabrosos comentarios; pero más precavidos entonces los dueños de las casas, comenzaron a poner dos luces en los bailes por temor a otro acontecimiento igual en sus principios y de peores resultados posteriores. Pero basta de bailes, que ya nuestros lectores estarán cansados de tanta pesadez y nosotros también de tanto referir una misma cosa; y vayamos como meros espectadores a las fiestas que en nuestros pueblos se celebran. Por deferencia al santo patrono de la isla, comenzaremos por la fiesta de San Marcial en el pueblo de Femés, celebrada el 7 de Julio, cuando los almanaques rezan a San Ferrnín. Dícese que fue obispo nuestro santo, y que fue el patrono bajo cuya advocación se instaló la primera catedral de Canarias en la cercana costa del pueblo, conocida por la de Rubicón, nombre de un famoso río de los tiempos de César según las historias cuentan. En los buenos tiempos en el que el demonio tentó a nuestro joven del beso equivocado, se celebraba la fiesta de San Marcial desde la noche anterior, concurriendo personas de toda la isla a la . lucha y al jaleo fomentado por los sendos tragos que en los ventorrillos se bebían. Mas siempre, sin excepción ninguna, concluía la diversión en paliza descomunal, yendo muchos a la fiesta para sólo ella y pegar palos a más y mejor a los primeros que se ponían delante; y como desde los tiempos de 75 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 Cervantes machacan tanto las estacas puestas en manos rústicas y airadas, muchos huesos que a la fiesta iban sanos, retornaban más molidos que la harina y más quebrantados que perros con tercianas. Y las noches de San Marcial tomaron una fama tal entre estos isleños que se miraban como sinónimos de cabezas y miembros rotos. Añádase a éstos que la justicia era impotente para corregir desmanes; que los paniaguados del gobernador o especie de señor feudal de la isla, quedaban siempre impunes, y que ningún escribano se molestaba en teñir papel con tinta por brazo más o menos, si de tales molestias no veía el producto en sendos pesos o tostones. Por lo mismo, las personas más medrosas fueron dejando de concurrir a esas noches tan borrascosas y dejaron la peregrinación para el día siguiente; y esta costumbre, generalizada después, es la que resta del antiguo esplendor de nuestros tiempos pasados. Desde el día por la mañana, casi al amanecer, salen de sus casas los peregrinos, a caballo o burro los hombres, y a camellos las mujeres, montadas en pareja sobre la silla de dos brazos que se coloca en el lomo del animal; y si acaso llevan algún jovencito de la familia, lo colocan en la cruz de la silla a una altura capaz de producir vértigos a quien no está acostumbrado a tal caballería. El característico balanceo del camello, especie de vaivén continuo que tanto molesta a los que por primera vez montan a él, no causa impresión ninguna en nuestras damas, acostumbradas todas desde niñas a esta cabalgadura, la más frecuente del país. Llegan al pequeño pueblo los peregrinos, venidos de todos los demás de la isla y de la costa de la inmediata de Fuerteventura, y apenas se arreglan un poco y comen de lo que han llevado o pueden conseguir, entran en la iglesia, esperando a que comience la función. No es la Iglesia nunca suficiente para contener a la concurrencia y parte queda fuera sufriendo con la cabeza descubierta los ardientes rayos de un sol de Julio. Terminada la función después de la indispensable procesión, y más indispensables ofrendas al cepillo, e inmediatamente, a eso de las dos, se disponen todos para el retomo. Montados en sus cabalgaduras, al trote largo de los camellos, capaz de marear al más rudo marinero, y al galope o trote de las demás caballerías, vienen los de la fiesta para sus casas sufriendo las molestias del fuerte viento que siempre reina en esta isla los 76 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 días de Julio, pero que nutiga los ardores del sol. Todo es regocijo, cháchara y buen humor entre los viajeros: los novios vienen al lado de sus pretendidas que elevadas por sus camellos, han de dirigirse hacia el suelo para hablar con ellos; pues la cabeza del hombre apenas llega al asiento de la silla en la que la mujer viene sentada. Si son jóvenes solteras las dos mujeres que vienen a camello, por regla general traen a su lado, como si de ellas colgaran, sus indispensables novios o pretendientes, y si las señoras del camello son madre e hija, el novio de ésta parecejunto al brazo de la silla, el contrapeso del exceso de años de la otra. En fin, zangoloteadas por el trote de los camellos y azotadas las caras por el polvo y las arenas que el fuerte viento levanta, pero dando por bien empleadas las molestias a trueque de haber ido a la fiesta, llegan las peregrinas a sus casas. Algunos rezagados suelen quedarse en el pueblo para pasar la noche en bailes. Son los menos porque el pueblo es muy pequeño, la gente que va mucha, y no hay habitaciones donde alojarla. Y a esto se reduce la fiesta de San Marcial, fiesta que más se celebra como broma y diversión en el camino que en el lugar del Santo. v. La contestación debida a nuestro apreciable colega el Diario de Avisos de Las Palmas, y que por deferencia al compañero, y por aquello de no ser menos, nos vimos obligados a publicar, nos quitó en el pasado número el sitio destinado para estos artículos. Creemos que nada habrán perdido por ello nuestros pacientes lectores; pues desde luego auguramos a estos malos bosquejos de costumbres populares, lo que merecen una lectura superficial, y de pas;ida en quienes los leen, y el olvido después de haber leído. Pero, como tenemos el defecto de ser testarudos hasta dejarlos de sobra; persistimos, a pesar de comprender esto, en seguir escribiendo sobre el mismo tema, por la que siempre seguimos cuando un asunto se nos viene a las mientes. Dejamos pendiente la descripción de nuestras fiestas populares y terminando a grandes rasgos la de San Marcial, patrono de la isla. No podemos hacer lo mismo con cada una de las fiestas que en nuestros 77 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 pueblos de Lanzarote se celebran, porque seria el cuento de nunca acabar describir con detalles cada festejo, y porque las asemejan y les da su peculiar carácter. En todas ellas se bebe por los hombros algo más de lo ordinario, se baila en casas particulares, y con arreglo a las clases sociales que concurren, pues hasta en los más democráticos pueblos hay clases, se va a la función o funciones de la Iglesia, y lucen las jóvenes sus mejores vestidos y su más empolvada o pintada cara. Si en la de la Magdalena, por ejemplo, que se celebra el 22 de Julio en un caserio casi desierto y cubierto de viñedos, cuando las uvas tempranas comienzan a madurar, se reduce la fiesta a correr a caballo por los caminos cuyo piso lo forman las negras arenas, y a la vista muchas mujeres y hombres a pie, que se reunen para ver a los jinetes, y a bailar al aire libre sobre el duro pavimento de las lavas volcánicas, sin perjuicio de que algunos más egoístas o golosos vayan con el principal objeto de comer los primeros racimos de uvas, en las demás fiestas comienza la diversión desde el anochecer del día anterior. A esa hora de la víspera van llegando al pueblo o caserío de la fiesta los mismos concurrentes, costándoles no poco trabajo conseguir lugar seguro donde dejar las bestias y sus arreos y al poco tiempo comienzan las indispensables parrandas que se remojan de cuando en cuando con los infernales licores que en los ventorrillos se venden. El regocijo está pintado en todos los semblantes y todos esperan por el principal acontecimiento de la fiesta, y por la lucha, sin la cual está deslucida aquélla, como sin toros una fiesta de España. Tiene efecto la lucha la víspera para la fiesta después de la salida de la Iglesia o ermita y cuando ya la concurrencia es numerosa. El alumbrado del espectáculo lo da una hoguera alimentada por unas gavillas de aliagas o ahulagas, como aquí decimos, que, a tiempo oportuno, se tienen preparadas en la plaza del pueblo o caserio y que en este país falto de bosques de arbolado es la única leña que se consigue de alimentarla, que el humo denso de las aliagas asfixia a los espectadores cercanos y priva a la claridad de la llama a más de la mitad del redondel del terrero, y que la oscilante luz con sus vacilaciones o intermitencias forma del espectáculo una especie de 78 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 cuadro disolvente que luce y se eclipse a cada destello, y podrá formarse idea aproximada de las molestias que sufren los aficionados, pero que se dan por bien empleados con tal de no perder ni el más ligero detalle de la lucha. Esta consiste en un ejercicio de destreza: los dos hombres que luchan agarran cada uno con la mano izquierda la pierna derecha del calzoncillo de su contrario hasta la parte del muslo de la mano derecha la colocan en la espalda del contendiente; se encorvan u~ poco, y después de estos preliminares que se llaman la pegada, lucen su agilidad por medio de las numerosas suertes o golpes de lucha que con diferente nombre se conocen. El arte estriba en derribar uno a su contrario, o hacerle apoyar en el suelo las manos, rodillas o cualquier parte del cuerpo que no sean los pies; y se tiene por luchador afamado no sólo al que sabe tirar golpes como zancadillas o garabatos, desvíos, pechadas &, sino al que sabe atajarse y contestar a tiempo, que es a quien se llama luchador de contras. Cuando un luchador cae en el suelo y el Otro queda en pie, no hay duda ninguna en la suerte; el caído se retira y el vencedor o el que tumba se dispone a medir con otro. Pero cuando ambos vienen a tierra a consecuencia de los esfuerzos hechos, se da por tumbado el que primero cayó; sin embargo no siempre reina la mejor armonía, ni la unanimidad de pareceres respecto a quien venció. Los interesados por cada partido intervienen dando gritos y diciendo si cayó primero éste o aquel; y como la vacilante luz no permitió distinguir bien en las sombras intermitentes de la noche todos los detalles de la suerte, allí son las mil razones que los apasionados dan para convencer a los más aún apasionados contrarios. El terrero se revuelve, los gritos aumentan, unos dicen que se dé la lucha por revuelta (sinónimo de dudosa) y que vuelvan a emplazar los luchadores, otros no consienten esto, porque el de su bando tumbó al otro; y al fin, después de mucho hablar, discutir, y accionar, se salva el conflicto como mejor se puede; y a fuerza de guerras y de gritos se arregla de nuevo el malhadado terrero para seguir la lucha. Cesa ésta cuando caen los luchadores de un partido, o cuando es muy cansada. Después la mayor parte de los hombres se vuelven a sus pueblos, no sin tener que sentir algunos la desaparición de los estribos, 79 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 cinchas, y otros arreos de sus bestias, que con la oscuridad de la noche son quitados a mansalva. Al día siguiente, día de la fiesta verdadera, la concurrencia es menor, pero más escogida, a lo menos en apariencia; porque se sustituyen las ropas ordinarias con las mejores y la cara y manos empolvadas y sucias con caras y manos limpias. Se va a la iglesia, se ve la función, se oyó el buen o mal orador .sagrado, y a la noche los bailes recompensan con sus tranquilos placeres los más agitados y apasionados de la noche anterior. Un detalle nos honra. A pesar de las borracheras y de la pasión de la lucha, son rarísimas las lesiones y más raros aún los delitos graves. Cualquiera puede pasearse impunemente por las calles o caminos. VI. Basta ya de costumbres insulares, que para tan escasa población y pequeño terreno donde se mueve, no se ha escrito poco. Y así, con este artículo final nos despedimos del asunto y dejamos libre el espacio que en nuestras columnas ocupa para llenarlo con otras materias de más sustancia. ¿Qué nos resta digno de ser relatado en nuestras costumbres populares? Poco más de nada; porque no creemos que hechos sueltos o particularidades que una vez ocurren y otra no, sean materias que encajen bien en artículos de esta clase. Nos hemos ocupado de los duelos (no de los desafios), los velorios, los bailes de candil, las fiestas y la lucha; y si bien nuestra relación se resiente de los mil defectos de lenguaje de quien la escribe, tiene a lo menos el mérito de ser veridica. Otro asunto que da materia para decir mucho y deducir tristes consecuencias sobre el estado de nuestra instalación, es el de las supersticiones del pueblo. Ninguno deja de tenerlas en el mundo; y unas más otras menos, en todas partes las personas poco ilustradas tienen la satisfacción de explicarse los acontecimientos por causas sobrenaturales. Antes que confesar la ignorancia y trabajar para vencerla con el estudio serio y constante, se prefiere dar explicaciones groseras a los hechos cuyas causas se desconocen, y envolver en esas ~xplicaciones de Dios, el diablo, los ángeles, los genios, las brujas y en general a cuantos seres so- 80 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 brenaturales ha forjado la fantasía del hombre. Y es tal el apego que se tiene a esas explicaciones y tanto se encariña con ellas el pueblo, que es dificilísimo arrancarlas de cuajo, aunque se pueda demostrar con hechos evidentes su inexactitud. Aun existen las brujas en la obtusa inteligencia de más de cuatro de nuestras mujeres del pueblo; aun hacen de las suyas en el mundo y sufren metamorfosis que ni las de Ovidio se les igualan, y chupan la sangre de los niños sin bautizar, y arrancan· sin sentir el cabello de los que duermen. Pero no son las creencias en brujas en las m1s generales de esta tierra; muchas personas dudan ya de su existencia, y este es un gran paso para su desaparición. Lo núsmo pasa con las almas errantes, relegadas casi, aunque encubriéndose con la aparatosa capa del espiritismo, a las sesiones de esta clase de sociedades que se entretienen en conversar con muertos muy seriamente, como si no hubiera bastante en la conversación con los VIVOS. Donde más arraigado asiento tienen las supersticiones del pueblo es en las enfermedades y en sus remedios. Muchas son las dolencias, cuya causa se atribuye el mal de ojo u otras patrañas por el estilo, y rara es la enfermedad que no tenga su panacea en los rezos y santiguados. El mal de ojo, que ataca principalmente a los niños y animales gordos o de buen ver, es la creencia más general, no sólo en esta isla sino en todas partes; y se dice que desde los antiguos romanos viene cundiendo hasta nosotros tan extraña superstición. Y váyase a convencer a un ignorante de lo falso de su creencia. Primero negaría una verdad matemática que el mal citado; y si se le pusiera al más fanático creyente en la alternativa de elegir entre sus creencias religiosas y su superstición, dejaba a un lado las prácticas para quedarse con ésta última. ¿ Y con qué se cura ese mal? Con rezos tontos y con santiguados ridículos. Unas cuantas palabras quitan la enfermedad, y unos tragos de aguardiente bebidos por el santiguador en sus exorcismos, tienen más virtud que los más enérgicos remedios de la medicina moderna. Hay otra enfermedad que también se cura con santiguados por el estilo: el sosaiío, o sea la inflamación de las heridas o granos, y hasta la erisipela. El tal sosaño se cura radicalmente ¿quién lo pone en duda? 81 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 cortando yerbas, ruda casi siempre, y a veces perejil, en la parte u órgano inflamado, y rezando el santiguador mal masculladas palabras que no entiende y sorteando continuamente para aminorar la fuerza del mal. Cuanto más disparatadas y menos comprensibles sean las palabras que el santiguador pronuncia, más efecto causan, porque el quid estriba en fingir misterios y en hacer más intrincado el sentido de las frases. ¡Cuánto falta aun para desterrar de la imaginación tanto fanatismo y tan supersticiosas prácticas! Hay en este país una planta que los botánicos conocen con el nombre de solanum nigrum y aquí se llama moralillo o yerba mora, a la que se atribuyen virtudes milagrosas para la curación de las escrófulas. Dícese, y quizás sea cierto, que administrada esta planta o su jugo convenientemente produce muy buenos efectos en esas enfermedades; y como el yodo que contiene no es mal remedio para ellas, no ponemos en duda tales efectos. Pero la superstición se apodera de su influencia y para administrar el moralillo es necesario aplicarlo con rezos y patrañas. La curación debe hacerse siempre en luna nueva, el enfermo ha de seguir un régimen de dieta rigurosa, y lo mismo ( esto es lo más extraño y esencial) el que lo cura, pues si éste quebranta la dieta se perdieron los efectos de la curación y cuántos trabajos se habían hecho. En el momento de aplicar el zumo de la planta en los oídos es preciso rezar ciertas palabras que mezcladas con él le den más fuerza curativa. ¿ Y qué diremos del paso por el mimbre la mañana de San Juan, para curar las hernias, que aquí se llaman quebraduras? ¿qué del mal de pomo de la madre, de la espinilla, que no hay médico que los cure sino únicamente los iniciados en tan extrañas supersticiones? Si fuéramos a mencionar las supersticiones populares en todas las enfermedades y a referir una a una y detalladamente el modo de curarlas, habría materia para un tomo voluminoso. Y lo peor del caso es que muchos desgraciados enfermos, en vez de llamar al médico para sus dolencias, se dejan morir en manos de groseros santiguadores; en la convicción firmísima de que éstos pueden más que un médico verdadero. Muchas veces suele decirse que el médico mató a un enfermo. Hasta las más ilustradas personas, creyéndose competentes para conocer 82 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 los efectos de los remedios, atribuyen el fin desgraciado de una enfermedad a la ignorancia o a la equivocación de un médico. Pues jamás se ha dicho por los que llaman a un santiguador o curandero de exorcismos, que éste haya sido culpable de la muerte del enfermo. Y cuenta que no siempre es indiferente o inofensiva la misión del santiguador. La sustitución de éste por un médico es bastante calamidad; y los estrujones, molimientos, y otras incomodidades que causan al desgraciado enfermo, son no pequeñas causas que precipitan el desarrollo del mal. Terminaremos repitiendo lo que dijimos en nuestro artículo segundo. Para desterrar estos escarabajos de la imaginación es necesario luz, mucha luz, que la instrucción es el verdadero remedio de las malas costumbres. 83 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017 |
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