CARTAGENA Y EL CARIBE: RAZONES Y EFECTOS
ACTUALES DE UNA IDENTIFICACIÓN
ELISABETH CUNIN
(Instituto de Altos Estudios de América Latina, París,
Instituto Francés de Estudios Andinos, Bogotá)
En este texto presentaré algunas reflexiones alrededor del término
«Caribe» y me detendré un momento sobre la significación y la deñnición
misma de esta noción a partir del análisis de la ciudad de Cartagena, en el
Caribe colombiano. Lejos de buscar una deñnición del Caribe, el propósito
es, al contrario, estudiar los discursos y prácticas que se reclaman, hoy, en
el caso de Cartagena, del Caribe para subrayar la multiplicidad de lógicas
e intereses que se ocultan detrás del término «Caribe». A través de este
análisis cuestionaré tres «evidencias» ligadas al Caribe: el Caribe son islas,
el Caribe es música, el Caribe es mezcla de razas.
En términos más metodológicos, se necesita hacer dos precisiones. Primero,
el Caribe es una producción social: mi tarea, como socióloga, es de-construir
los mecanismos de esta construcción. Así que ni los estereotipos
negativos asociados al Caribe en su oposición con el interior andino (visto
como el epicentro de la nacionalidad colombiana), ni los estereotipos positivos
asociados hoy con el Caribe (el Caribe es isla, música, armonía racial,
gente alegre, fiesta...) son una realidad objetiva o natural. Segundo,
se dice a veces que las ciencias occidentales no pueden entender las sociedades
y culturas caribeñas, o se les acusa de imponer sus conceptos y manera
de pensar. Al contrario, el Caribe, con su diversidad, la multiplicidad
de sus identidades, la no-definición de su territorio, obliga a los científicos
(caribeños y no caribeños) a adaptar y revisar sus conceptos y análisis, a
cuestionar su racionalidad científica, sin abandonarla y sin encerrarse en
ella.
Esta presentación nació de una observación hecha durante un seminario'
que tenía como propósito confrontar los estudiantes e investigadores
trabajando, en el sector de las ciencias sociales, sobre el Caribe. Entre
cerca de treinta personas presentes, era yo la única que trabajaba sobre el
' «Université de Juillet», CRPLC-Université Antilles-Guyane, juillet 1998.
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Caribe continental (Colombia), el resto de los participantes estaban interesados
en las islas (Martinica, Guadalupe por supuesto, como islas francesas,
pero también Cuba, Haití y Puerto Rico). La heterogeneidad y la diversidad
eran obvias en cuanto al contenido disciplinario, a las metodologías, a las
teorías, pero parece que un consenso impKcito había sido establecido para
definir el Caribe en su sola dimensión insular. Las reflexiones sobre el espacio
caribeño hicieron de la dimensión insular un pasaporte casi natural
hacia la «caribeanidad». En este contexto, parece que había que demostrar
la legitimidad de las investigaciones sobre Colombia en un seminario relacionado
al Caribe.
Es esta asociación entre Caribe e isla, presentada como obvia, la que
constituye el origen de estas reflexiones. Interesándose por uno de los márgenes
de este espacio, Colombia, a veces integrada en el Caribe, a veces
rechazada, el objetivo es cuestionar la definición y los atributos de esta caribeanidad,
considerada en otras partes como si fuera natural y evidente. El
caso de Colombia, precisamente porque es ambiguo, permite una reflexión
que evita cualquier riesgo de reificación de la identidad y del territorio caribeños;
obliga a escapar a la tentación de la referencia exclusiva a una insularidad
que naturaliza la caribeanidad y la define en términos esenciales.
Y es finalmente el concepto de «identidad caribeña» el que es así desubs-tancializado
y cuya lógica y contomos se pueden analizar.
El propósito de este texto es deconstruir unas evidencias hgadas a una
supuesta identidad caribeña, a través de tres temas: la «isleanidad», la música,
la mezcla de razas. Por eso me interesaré primero a la multiplicidad de
los actores que contribuyen, por sus prácticas y sus discursos, a la definición
y, más allá, a la objetivación del Caribe, a partir del estudio del caso de
la ciudad de Cartagena: tras este término único se oculta una realidad con
caras múltiples. Luego evocaré uno de los efectos de la identificación al Caribe
en términos de pertenencia étnica y racial, basándome en el estudio de
una música ligada a Cartagena, la champeta. Si el Caribe es una construcción
social resultando de la coexistencia de varios intereses y lógicas, este
artefacto produce también efectos sociales: la historia de la champeta nos
enseña que la identificación al Caribe puede modificar la significación y la
recepción de una expresión cultural como lo es la música.
1. CONVERGENCIA DE INTERESES
Las reivindicaciones caribeñas, muy fuertes hoy en día en Cartagena,
resultan de una convergencia de discursos e intereses, cada uno con su ló-
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gica propia, que contribuyen a construir esa asociación al Caribe. Sería interesante
hacer un estudio sobre las palabras «costeño» y «caribeño» para
ver la evolución de la utilización del primero hacia el segundo. La «costa»
es uno de los espacios-fronteras del país, marginalizado, aislado, atrasado
en la oposición entre «la costa» y «los Andes», entre el margen y el interior.
Al contrario, «el Caribe» es una proyección hacia un nuevo espacio;
Cartagena, como ciudad del Caribe, se vuelve en una posición central, intermediaria
entre América Latina y el Caribe, pasa así de la periferia al
centro. Lo que es interesante en este proceso, es que no sigue una ruta directa,
sino que pasa por caminos tortuosos y múltiples. Por eso mencionaré
aquí algunos de los actores que hoy en día hablan del Caribe en Cartagena,
para dar una imagen de esa lógica de construcción heterogénea y con distintas
significaciones del Caribe.
1.1. LA CARIBEANIDAD COMO DESQUITE POLÍTICO
En 1991, Colombia adoptó una nueva Constitución: muchos subrayaron
su carácter moderno e innovador, en particular en el campo del reconocimiento
de derechos humanos, en términos de participación popular o
en la afirmación del carácter pluriétnico y multicultural de la nación. Pero
lo que interesó a los responsables políticos de la costa Caribe, son los textos
que conciemen las medidas de descentralización que confirman el proceso
introducido a mitad de los años 1980. La descentralización existente
desde hace algunos años ofrece así una garantía a un proceso de regionali-zación
y de redistribución del poder político que encuentra en la pertenencia
al Caribe un vector de reivindicación más fuerte que las referencias anteriores
a la «costa Atlántica» o a la «costa Norte» de Colombia.
Reivindicarse como caribeño, volver a escribir la historia de la región, de-construir
los estereotipos impuestos por el interior, es también darse los
medios para reclamar, de una manera legítima, un control más fuerte de la
región por sus propios habitantes.
En esta lógica, el Caribe no es más la región subdesarroUada de Colombia,
una carga económica, social y cultural, para el resto del país. Al
contrario: aparece de allí en adelante, si no como el actor principal de la
historia colombiana, al menos como el que tuvo el papel más determinante,
y trata de posicionarse, no sólo como el polo de desarrollo de la Colombia
del futuro, sino también como uno de los pilares del Caribe.
Volviendo a escribir la historia para hacer de ella una serie de luchas
heroicas por la libertad (contra los piratas, contra las flotas francesas e in-
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glesas, contra la corona española, contra el centralismo republicano), poniendo
al día los índices de una larga tradición independiente (declaración
de independencia de 1811, apoyo a la independencia de Panamá al principio
del siglo 20), la nueva generación de políticos de la región encuentra
así en la referencia al Caribe una legitimación y un horizonte para sus exigencias
de autonomía y de revancha política.
1.2. «CULTURA CARIBEÑA»
Antes considerada como un folklore local, con un sentido despreciativo,
la cultura caribeña se alaba hoy por su dinamismo y su riqueza. Es suficiente
evocar, para convencerse, la valoración de la cumbia, del porro,
del mapale o el éxito popular y nacional encontrado, por ejemplo, por Carlos
Vives o el vallenato en general, el éxito internacional de Toto la Mom-posina
o de Joe Arroyo y más recientemente, el éxito de la champeta en
Colombia, tema al que regresaré luego. La cultura constituye un lugar favorable
en la aparición de una reivindicación identitaria y de una valoración
del Caribe en una escala nacional.
Es con Gabriel García Márquez con quien el Caribe regresa con fuerza,
y de una manera positiva, en la escena nacional, convirtiéndose en un vector
de contestación regional. García Márquez fue uno de los primeros en
valorar cierta identidad caribeña, para desarrollar una originalidad cultural.
Lo interesante es que en Cien años de soledad por ejemplo, se mezcla lo
particular con lo universal, o sea que la idiosincrasia de la costa ya no es
vista como una incapacidad para integrarse al modelo cultural andino, impuesto
por el interior del país. Ya la cultura costeña no es tanto una cultura
atrasada, sino un símbolo de contestación regional y de apertura al área del
Caribe con su diversidad y su riqueza.
1.3. CARTAGENA TURÍSTICA
Cartagena fue clasificada como patrimonio mundial de la humanidad
por la UNESCO en 1984; además, desde el 3 de noviembre de 1987, Cartagena
goza de un estatuto especial: el de distrito turístico y cultural, que
otras ciudades obtendrán luego (especialmente Barranquilla y Santa Marta
que son también ciudades del Caribe). De hecho, en Cartagena, el turismo
es una estaca de talla: es la ciudad turística de Colombia, la postal magnífica
de un país estigmatizado a nivel internacional. Es precisamente la ra-
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zón por la cual Cartagena se presenta como una ciudad caribeña, porque
turismo y Colombia son dos términos incompatibles. Los grupos de turistas
que hacen una etapa en Cartagena durante su cruce alrededor del Caribe,
casi olvidan que están en Colombia. En las agencias de viaje de Europa
o de los Estados Unidos no se presenta a Cartagena como ciudad de
Colombia, sino como ciudad del Caribe. Es allí el objetivo de los responsables
del «Cartagena de Indias Convention and Visitors Burean» (CI-CAVB),
primero de este tipo en Colombia, oficina de turismo local nacida
de iniciativas privadas, cuyo nombre en inglés atestigua su voluntad de inserción
internacional. Tiene como propósito hacer de Cartagena una ciudad
del Caribe más que una ciudad colombiana. De hecho, cuando uno conoce
la reputación de un país marcado por los conflictos, se entiende mejor
lo que significa identificarse con el Caribe para una ciudad como Cartagena.
De un lado, la postal asoleada de un refugio de paz; de otro lado, un
resumen de todos los males del tercer mundo.
1.4. LA DIMENSIÓN ECONÓMICA
Adolfo Meisel Roca, historiador especialista del Caribe colombiano,
en su libro Economía regional y pobreza. El caso del Caribe colombiano,
se hace preguntas sobre los motivos del atraso de la economía de la región^.
El diagnóstico establecido es similar a una condena de las épocas
coloniales y republicanas que habrían favorecido la desolación y la margi-nalización
de la costa; implícitamente, una recuperación económica posible
se entiende como una ruptura con el interior andino y un anclaje siempre
más fuerte en el espacio Caribe.
La pertenencia al área Caribe es sinónima, para los responsables económicos
de la ciudad, de modernización de la economía, de desarrollo del
comercio exterior, de mejora de las infraestructuras y de los servicios. Promesas
fáciles, indudablemente, pero promesas que revelan bien lo que uno
entiende por «caribeanidad» en Cartagena: la referencia al Caribe, tanto
como una distanciación de la crisis que toca el resto del país, es un signo
de competitividad y de dinamismo económicos.
^ El autor recuerda, por ejemplo, que el PIB de la región caribeña representó el 73,8%
del PIB nacional (1992: 12), que el índice NBI (Necesidades Básicas Insatisfechas) es de
60% para la región Caribe y de 45,6% a nivel nacional, que la tasa de analfabetismo es de
18,5% en la región Caribe contra 10,8% para la región centro, 13,4% para la región oriental
y 12,7% para la región pacífica (1992: 31).
375
1.5. LOS ACADÉMICOS
Los investigadores no sólo reflexionan sobre el Caribe sino que contribuyen
también a construirlo, a darle una legitimidad científica y a definir
sus límites y su contenido. Al origen del movimiento de estudio/valoración
del Caribe, se encuentran varios intelectuales, especialmente
académicos quienes hicieron del Caribe el centro de sus actividades científicas
e institucionales. Al mismo tiempo, sus análisis científicos dan una
legitimidad nueva al término «caribeño» y a las reivindicaciones políticas
o culturales. Estos trabajos simbolizan la renovación de la investigación
colombiana, que pasa de allí en adelante por la afirmación de las especificidades
regionales, especialmente caribeñas. Los años 1990 fueron marcados,
en Cartagena, por la aparición de un gran número de iniciativas como
coloquios sobre el Caribe (Seminario Internacional de Estudios del Caribe,
con su primera edición en agosto de 1993, luego cada dos años; primer
simposio sobre la economía de la costa Caribe en octubre de 1998) o la
creación de centros de investigación destinados al estudio del Caribe: el
Instituto de Estudios Internacionales del Caribe fue el primero que nació,
bajo la iniciativa, en particular, de Alfonso Muñera; luego, en 1997, apareció
el Observatorio del Caribe Colombiano, dirigido por Alberto Abello
Vives, cuyo objetivo es dedicarse «al análisis de la realidad y el desarrollo
social y económico de la costa colombiana del Caribe». Se puede mencionar
también la creación, en 1999, de la primera Cátedra del Caribe Colombiano,
programa de formación universitario especializado en la costa
colombiana del Caribe, con el apoyo de las Universidades de Cartagena,
Barranquilla (Atlántico) y Bogotá (Nacional).
El Caribe se refiere así a una multiplicidad de discursos, prácticas, intereses
y, más allá, a una multiplicidad de definiciones. Inscribiéndose en
un espacio que no es definido, refiriéndose a una identidad que no es definida,
los actores, por diferentes que sean, encuentran en el Caribe un nuevo
marco de pertenencia que, precisamente porque es vago, fluido e indeterminado,
permite a cada uno encontrar los principios normativos que le
convienen. Al mismo tiempo, esta convergencia de intereses múltiples produce
territorios e identidades que se reúnen bajo el término de Caribe. A
nivel más teórico, las reflexiones sobre el Caribe llevan a preguntas sobre
la relación entre proceso de identificación social y proceso de identificación
territorial.
Para concluir esa primera parte, se puede regresar a nuestro punto de
salida inicial y a la primera evidencia destacada: la asociación del Caribe
con la insularidad. Uno podría preguntarse, de forma paradójica, si Carta-
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gena no es también una isla en Colombia, con estos procesos de descentralización,
de afínnación de una autonomía política y cultural, de independencia
turística. Al mismo tiempo que construye su caribeanidad, construye
también su insularidad, en relación con el resto del país. Regresamos
finalmente a la pregunta del principio: ¿sería que para afirmar su identidad
caribeña hay que definirse como isla? O sea, no «ser isla» sino más bien
construirse, identificarse como isla, en un proceso dinámico^.
Además la asociación al Caribe no es neutra, produce efectos sociales,
transformaciones de normas, renegociaciones de estatutos. Estudiaré uno
de estos efectos sociales: la disminución o redefinición de las tensiones raciales,
a través del análisis de la champeta, considerada como la música caribeña
de Cartagena. El objetivo no es tanto hacer un estudio de la champeta
(ver Pacini; Mosquera y Provensal) como anaUzar dos temas bien
específicos: su relación al Caribe y su dimensión racial.
2. DE LA CHAMPETA A LA TERAPIA O LOS EFECTOS
POSITIVOS DE LA IDENTIFICACIÓN AL CARIBE
Hoy, en Bogotá, se escucha champeta en las emisoras, se consiguen todos
tipos de CDs de champeta en las tiendas y hasta se dictan cursos de
champeta. «La champeta se tomó a Colombia» como lo dicen las promociones.
Pero hay que recordar que no siempre ha sido así. La champeta era,
hasta hace unos pocos años, una música marginal, estigmatizada, asocial.
Y, además, la «música de los negros», esta palabra dicha con un sentido de
discriminación y de rechazo fuerte.
Presentaré rápidamente las etapas de la evolución de la champeta e intentaré
mostrar que su asociación al Caribe ha desempeñado un papel importante
para su aceptación social"*.
Música africana, champeta, terapia: son los nombres dados a un mismo
fenómeno musical. Indudablemente hay ciertas diferencias entre la música
africana, la champeta y la terapia, especialmente en términos de cronolo-
^ Hay que recordar que las islas de Martinica y Guadalupe, aunque se£in islas en términos
geográficos, no se identificaron durante mucho tiempo como islas sino como territorios
lejanos de Francia, con una voluntad de continuación territorial e institucional con la
metrópoli. Martinica y Guadalupe se definen como islas desde hace pocos años, precisamente
al mismo tiempo que afirman su identidad caribeña.
'' En este sentido, habría que recordar también el rol jugado por su legitimación internacional,
especialmente a través de la producción de un CD y de un video en Francia.
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gía (la música africana es el antepasado de las otras), de producción (champeta
y terapia son producidas a nivel local) o de ritmo. Pero estos tres nombramientos
se refieren a un mismo fenómeno musical, basado en el Sou-kous
y que se escucha a través de los picos.
Sin embargo, estas variaciones semánticas no son neutrales. Porque lo
que está cambiando, de la música africana a la champeta y de la champeta a
la terapia, no es solamente la música sino más bien su estatuto social. Y esta
modificación está ligada, entre otras, a la aparición de la referencia al Caribe.
2.1. LA MÚSICA AFRICANA
Los actores (cantantes, productores) y los aficionados a la música africana
están de acuerdo con fijar la aparición de esta música en Cartagena en
los años 1970-80, traída desde África, pero también desde Francia, Inglaterra
o los Estados Unidos, por los marineros de la ciudad. Esto obviamente
no significa que las influencias musicales africanas no estuvieran
presentes mucho antes de esta fecha, a través de músicas y bailes tradicionales
como la cumbia, el mapale, el porro o expresiones musicales más recientes
como Toto Momposina, Joe Arroyo o el Sexteto Tabalá, para mencionar
sólo las más cercanas a Cartagena. Pero el Soukous, que viene de
Congo (con matiz de Mbaqanga y Highlife), el género musical al origen de
la música africana, de la champeta y de la terapia sólo aparece en esta
época. Al principio marginal, esta música va a conocer muy rápido una distribución
importante, especialmente dentro de los barrios populares, donde
se encuentran copias pirateadas.
En la actualidad, la música africana designa a la vez la música importada
de África, generalmente vía París y Londres, y la producción local directamente
basada en las sonoridades africanas, cuyo ritmo se acelera generalmente.
La música africana conserva así un sabor de exotismo y
permanece asociada al otro venido de África. Es revelador constatar que
las canciones son casi incomprensibles (con una mezcla de francés, inglés
y lenguas africanas), como si la particularidad de las palabras fuera una
prueba de africanidad. La incomprensibilidad de los textos, el alejamiento
geográfico de la fuente de producción de esta música, el misterio planeando
sobre su llegada y su difusión en Cartagena contribuyen a dar a la música
africana una fuerte dimensión racial al mismo tiempo que se asocia a
un mundo distante y poco amenazante. La música africana se tolera en
Cartagena, como expresión de un exotismo étnico y símbolo de una alteri-dad
cultural que no viene a molestar el orden social.
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2.2. LA CHAMPETA: DIMENSIÓN LOCAL Y ESTIGMATIZACIÓN RACIAL
En los años ochenta, con el desarrollo de una producción local, la aparición
de nuevos grupos, la introducción de canciones en español, la música
africana se transforma para convertirse en champeta. Ya no es la música
de la alteridad desencamada sino la del otro cercano, presencia física
inquietante. Ya no es la música venida de otra parte sino que está a punto
de aparecer como la música de Cartagena, ciudad que reúne hoy cantantes,
músicos, vendedores y productores.
Al transformarse en champeta, la música africana no adquiere sólo una
dimensión local. Pasa a ser más bien el reflejo del espacio concedido a «lo
negro» cuando éste molesta y no respeta las convenciones ordinarias. Ya
que el otro no es esta imagen distante y estereotipada que acompañaba la
música africana, sino una presencia, cercana y amenazante, móvil e incontrolable.
La champeta es «la música de los negros» estigmatizada racial y
socialmente. En un editorial del principal diario colombiano. El Tiempo,
Enrique Santos Calderón escribió: «alego, además, que está científicamente
demostrado que esta cacofónica algarabía (...) propicia comportamientos
violentos y degenera en alteraciones del orden público» {El
Tiempo, 1 de febrero de 1999).
Su nombre de «champeta» le viene de un cuchillo utilizado tradicio-nalmente
por los pescadores y los vendedores ambulantes; por extensión,
la champeta es ante todo un símbolo de violencia y delincuencia, señal de
reconocimiento de bandas que rodeaban la ciudad en medio de los años
ochenta. El champetuo es a la vez el ladrón, el delincuente, que viene de
los barrios pobres, como el que escucha champeta. Se establece así una
asociación directa, en la representación colectiva, entre la música, la violencia
y las poblaciones negras.
2.3. LA TERAPIA O LA NUEVA MÚSICA CARIBEÑA DE CARTAGENA
En 1982, se lanzó, en Cartagena, el primer Festival de Música del Caribe.
Tiene por ambición convertirse en la escena de la música africana y
caribeña. Junto con unos programas radiales precursores, desempeñará un
papel considerable, no sólo en la difusión y el reconocinúento de la champeta
en Cartagena, sino también en la transformación de su imagen. De hecho,
el festival y los programas radiales como Farándula Caribe, Caribe
Son o Arriba caribeño, tienen un objetivo pedagógico explícito: no sólo el
soukous, la música africana, la champeta, tienen derecho a la escena pú-
379
blica de Cartagena, sino que se trata también de informar sobre sus orígenes,
de reflexionar sobre la cultura musical afrocaribeña, en un proceso
que contribuye al mismo tiempo a transformar una subcultura estigmatizada
y despreciada en fenómeno mundial digno del interés de los intelectuales
y universitarios de todo el mundo. El festival y las emisoras van a
contribuir a la transformación de la champeta en terapia, a través de su asociación
al Caribe.
A partir del segundo año de existencia del festival, en 1983, en medio
de las músicas tradicionales de la costa del Caribe colombiano, del reggae,
del calipso, del zouk, aparecían, por primera vez en un acontecimiento oñ-cial,
y por primera vez en el centro de la ciudad, unos cantantes de champeta,
con el grupo Son Palenque. En 1991, en la décima edición del festival,
Viviano Torres se presenta como un «auténtico monarca afrocaribeño»,
deñnido como «el rey de la Terapia» (Festival de música del Caribe,
1991).
Entre estos dos momentos pasaron diez años durante los cuales el Caribe
hizo irrupción, sustituyéndose progresivamente a la referencia a
África. Diez años durante los cuales la champeta se transformó en terapia.
Sin que se sepa muy bien de dónde viene el término «terapia», ni a quien
asignar su paternidad, no se puede ignorar la elección de la palabra, que remite
a una terapia tanto física como moral. Al mismo tiempo, su carácter
socialmente conveniente se acompaña de la definición de un «negro» cada
vez más pálido.
En otros términos, por un lado la champeta personifica el peligro de
una afirmación racial incontrolable, y por otro lado en la música africana,
cada uno, blanco y negro, ocupa un lugar bien determinado. La terapia, al
reivindicar su inscripción en el espacio Caribe, es la expresión de un mul-ticulturalismo
a la diferenciación aliviada. Porque el Caribe ofrece un espacio
en el seno del cual la variedad y la diversidad no sólo se reconocen,
sino que también son factores de promoción y valoración a nivel nacional
e internacional; por eso la champeta se convierte en terapia, la madre
África se transforma en hermana Caribe, la música africana en música caribeña.
Es en eso en que actúa la caribeanidad: permite pasar del antagonismo
racial a la multiplicidad, de la polarización a la armonía. Pasar del
blanco y negro al color, sin que este color sea peligroso o conflictivo. La
terapia aparece precisamente como una tentativa para reconciliar los extremos,
para sacar la champeta del gueto y para volverla aceptable por el
resto de la población, en particular, la que tiene los medios de difundirla y
de comercializarla. Tengamos en cuenta que, desde que la champeta se
llama también terapia, aparecieron CDs, la venta de tienda en el centro de
380
la ciudad comenzó a desarrollarse, las emisoras aceptaron difundirla. Cuando
la champeta se viste de aparato, cuando la música africana se transforma en
música caribeña, adquiere un nuevo estatuto y, en esa ocasión, un nuevo público
y una difusión más amplia.
En relación con la segunda evidencia que hemos planteado, «el Caribe
es música», se ve, a través de la champeta, que la música se vuelve caribeña,
de una manera que no es ni evidente, ni natural, ni inmediata, y que
pasa por un largo proceso de definición y transformación que responde a
lógicas económicas, sociales, políticas...
3. CONCLUSIÓN
Así, hoy en día, la champeta salió de su marginalización social y geográfica,
después de su transformación a través de la terapia, que la valoró
y la «limpió»; esta música ya es aceptable como champeta, se puede llamarla
así y «se tomó a Colombia». Pero queda una pregunta pendiente (y
eso nos remite a la «tercera evidencia»): ¿cómo es posible pasar, casi de un
día al otro, de una música racialmente discriminada a una música símbolo
de integración racial? ¿No sería la identificación al Caribe otra forma del
mito de la armonía racial, como lo es, por ejemplo, el mestizaje asociado
a Cartagena, que oculta los antagonismos raciales y el racismo tras una supuesta
nueva «identidad caribeña» o «raza caribeña»? Precisamente, la
multiplicidad de los discursos y de las prácticas asociados al Caribe, nos
muestra que esa identidad caribeña es una construcción, un convenio entre
intereses diferentes que no impiden la jerarquización y la dominación sociales
o raciales. En otros términos, una ciudad como la de Cartagena pasaría
de un primer mito, el del «todos somos mestizos», «aquí no hay racismo
», a un segundo mito, el del «todos somos caribeños», que implica
también el «aquí no hay racismo», sin dejar ningún espacio para pensar la
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