LOS INTELECTUALES FILIPINOS EN ESPAÑA
A PARTIR DE 1880: EL SURGIR DEL
MOVIMIENTO REFORMISTA
HÉLÉNE GOUJAT
(Université de Cergy-Pontoise)
Este artículo recoge la comunicación que presentamos, a invitación de
Paul Estrade\ en el coloquio organizado por la Casa de Velázquez sobre
Los reformistas cubanos en Francia y España a mediados del siglo XIX^.
El objetivo del presente trabajo es dar cuenta de la presencia en la Madre-
Patria, a finales del siglo XIX, de los primeros intelectuales filipinos que
llegaron a la Península dejando sus lejanas islas y movidos todos ellos, al
igual que sus homólogos caribeños, por la voluntad de luchar en pro de la
defensa de los derechos y de la dignidad de sus compatriotas.
Las diligencias emprendidas en aquellos años fundaron las primicias
del movimiento reformista filipino, llamado por lo común El Movimiento
de la Propaganda, que fue principalmente impulsado y dirigido por tres intelectuales,
entre los más activos del grupo de los Ilustrados: Marcelo Hilario
del Pilar, Graciano López Jaena y José Rizal. En diciembre de 1888,
con la llegada de Pilar a España, nació La Solidaridad, la primera asociación
verdaderamente filipina, que publicó, a partir de febrero de 1889, un
periódico bimensual epónimo.
Desde un principio, estas fechas evidencian el desfase cronológico que
existía entre los movimientos de reivindicación caribeños y filipinos. En
1898, las islas Filipinas compartieron con Cuba y Puerto Rico el destino
histórico de las últimas posesiones españolas de Ultramar, pero si bien estos
tres territorios insulares pusieron fin al mismo tiempo a su historia colonial
con España, consta que esas páginas de la historia han sido escritas
de manera muy diferente en el Caribe y en Asia. Tanto lo que hemos aprendido
en los seminarios dedicados al estudio de la «Historia de las Antillas
' Quisiera dar las gracias al Dr. Paul Estrade por haber aceptado incluir, dentro de un
coloquio dedicado a Cuba, una comunicación sobre Filipinas, cuyo héroe nacional, José Rizal,
es el principal objeto de la tesis que estoy redactando bajo su dirección.
^ Los Reformistas cubanos en Francia y España a mediados del siglo XIX, Paul Estrade
y Michéle Guichamaud-ToUis (coord.), Madrid 11 y 12 de diciembre de 1995.
133
Hispánicas», dirigidos por el Dr. Paul Estrade, como la lectura atenta del
libro de James Dumerin sobre Cuba y Puerto Rico^, han reforzado nuestra
opinión según la cual el caso filipino lleva el sello de la especificidad. No
pensamos desarrollar aquí tan complejo concepto sino más bien arrojar un
nuevo enfoque en tomo a los primeros conatos -que calificaremos de
prerreformistas-, para tratar de entender cómo y sobre qué base se afianzó
seguidamente el discurso político de los ya citados reformistas cuyo recuerdo
ha sido perpetuado por la historiografía filipina.
Entre las diferentes formas de actuación -individuales o colectivas-emprendidas
por los primeros intelectuales filipinos llegados a España,
cabe destacar la publicación en Madrid, en 1881, de una obra de gran relevancia:
El Progreso de Filipinas, por un autor jurista y economista experto:
Gregorio Sancianco y Gosón*. El atractivo de este libro radica ante
todo en su índole resueltamente original cuya expresión es su cariz pionero
y su contenido inédito. Pero más allá del único criterio novedoso y siguiendo
la perspectiva más amplia que nos hemos planteado, también pretenderemos
puntualizar en el aspecto fundador de El Progreso de Filipinas,
puesto que, en nuestra opinión, la obra de Gregorio Sancianco abrió
el paso a los futuros seguidores de El Movimiento de la Propaganda^.
LOS PRIMEROS ADELANTOS REFORMISTAS:
GREGORIO SANCIANCO Y GOSÓN
Nacido en marzo de 1852 en la actual provincia de Rizal, al norte de
Manila, en una familia mestiza china, Sancianco pertenece indudablemente
a una generación pionera. Fue uno de los fundadores de la «Juventud
Escolar Liberal», que defendió la causa de los sacerdotes filipinos seglares.
Después de los acontecimientos de Cavite de 1872, salió con rumbo
a España y se matriculó en la Universidad Central de Madrid. Fue el primer
filipino graduado con el título de doctor en Derecho Civil y en Derecho
Canónico, en 1880, y licenciado en Derecho Administrativo. Comenzó
a publicar artículos muy pronto en el periódico español El Demócrata^, es-
' James Dumerin, Les Deux faces du réformisme colonial, insulaire et péninsulaire
(1878-1898), Cahier d'Histoire des AntíUes Hispaniques, n.° 7, 1990, 77 pp.
'' Gregorio Sancianco y Gosón, El Progreso de Filipinas. Estudios económicos, administrativos
y políticos. Imprenta de la viuda de J. M. Pérez, Madrid, 1881, 260 pp.
' Mariano Ponce y Eduardo de Lete, entre otros, son nombres que hay que añadir a los
ya citados.
' John N. Schumacher, The Propaganda Movement: 1880-1895. The Creators ofa Filipino
Consciousness. The Makers of Revolution, Solidaridad Publishing House, Manila,
1973, p. 22.
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critos que dedicó a las reformas que necesitaba el archipiélago, sobre todo
en lo que a economía se refiere. Un año después, prosiguiendo por la
misma senda, escribió El Progreso de Filipinas. Estudios económicos, administrativos
y políticos. Como lo anuncia el título, la obra debía ser un
tríptico formado por tres volúmenes. Desgraciadamente sólo salió a la luz
el primer tomo, dedicado al ámbito económico y no se sabe nada del paradero
de los otros dos manuscritos.
Aunque la obra de Sancianco se limite a un único volumen, no por ello
deja de ser muy valiosa ya que representa el primer trabajo publicado en la
Península sobre las Filipinas bajo el régimen colonial español. Además,
fue el primer estudio serio y profundizado que contemplaba varias observaciones
precisas y sinópticas sobre el «estado del país», apuntes aumentados
con una gama de reformas adaptadas a cada uno de los desajustes
presentados^. Este libro está elaborado bajo la forma de un tratado técnico
dividido en veintitrés capítulos y nueve apéndices en los que el autor procede
a un examen crítico de los resortes de la economía filipina*. Sancianco,
al considerar probablemente que algunos capítulos podían parecer
demasiado arduos, les agregó un resumen^ que facilita su comprensión y
que evidencia el propósito del autor para ser adecuadamente entendido. De
modo general, Sancianco no escatima los medios aptos para precisar, completar
y justificar su discurso. Deseoso de ser claro y preciso, se esmera en
ilustrar sus análisis con cuadros cronológicos, comparativos^° y estadísticos.
Merced a una articulación metódica y a una documentación acertada.
El Progreso de Filipinas consiguió aunar la cohesión formal y el pragmatismo
argumentador.
De entrada, Sancianco expone la problemática que preside su obra. Su
estudio hace patente una situación económica alterada por su propia estructura
y dramática en cuanto a sus efectos. Para Sancianco, el país se encontraba
en un estado casi inerte, por no decir desangrado. Lejos de imputar
la responsabilidad de la situación a España, que, para muchos filipinos,
sólo representaba, cuando mucho, una entidad abstracta, se esforzó por ex-
' G. Sancianco, El Progreso..., op. cit. Por ejemplo el capítulo: «Legislación que proponemos
» sigue al capítulo titulado IX: «Reglamento del 25 de junio de 1880 para la composición
de los terrenos realengos».
* Citemos a modo de ejemplo los títulos de algunos capítulos: «Origen de ingresos»,
«Riqueza urbana» y «Materia segura imponible».
' Uno de ellos se encuentra en el capítulo XII titulado: «Cuota del impuesto», p. 76.
'" En el capítulo consagrado a la «Riqueza agrícola», Sancianco elabora un cuadro
comparativo sobre los resultados logrados en Barbados, la Guayana inglesa, la Reunión, Jamaica,
Francia, Cuba y Andalucía.
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poner razones eminentemente prácticas. Señaló, por ejemplo, la falta de
medios financieros como causa principal de los fallos en el funcionamiento,
ostensibles en el archipiélago: «Los Gobiernos de la Metrópoli
han deseado siempre el adelanto material, moral e intelectual de esas islas;
mas sus deseos se estrellan ante la carencia absoluta de recursos»^^.
El Estado carece de dinero; por lo tanto, había que encontrar, es decir, descubrir
las verdaderas fuentes de riqueza y proceder a una refundación radical
del sistema ñscal, con el fin de acrecentar la eficacia económica y, al
mismo tiempo, obrar en pro de una mayor justicia, puesto que representaba
«el cimiento donde descansan las instituciones de cada pueblo»^^.
No era una idea novedosa; la importancia que iba adquiriendo en el estudio
de Sancianco es una prueba de la filiación ideológica peculiar que él
mismo reivindicaba y que remitía a las ideas de reformas y de libertad que
habían sido propagadas en Filipinas entre 1869 y 1871, al compás de las
vicisitudes de la historia española y por mediación del liberalismo de un
Gobernador General: Carlos María de la Torre. Sancianco evoca con nostalgia
«aquel periodo de libertad y de reformas»^^ y abre el segundo capítulo
con una lista de preceptos dictados por la Junta de Reformas Económicas^"*.
Esta asamblea reformista, creada bajo la autoridad del
Gobernador de la Torre en 1870, estaba integrada por los espíritus más
eminentes de la sociedad fiUpina. Para Sancianco, tenía un valor modélico
puesto que uno de sus objetivos era a la sazón «modificar radicalmente el
sistema actual de impuestos, directos e indirectos, conjunto pasmoso de injusticias,
desigualdades y privilegios»^^. Razón por la cual se esfuerza por
demostrar, a favor de un prefacio bastante largo titulado «A los filipinos
propietarios»^^, el arcaísmo de las modalidades impositivas basadas sobre
tasas indirectas injustas que solían ser pagadas por los más necesitados, sobre
el tributo que resultaba a la postre una forma encubierta de discriminación
racial y sobre los aranceles aduaneros abusivos. Para cada uno de
los casos, Sancianco explica de forma muy clara cómo tal sistema no podía
sino ralentizar la economía del país. Reclama, pues, su abolición proponiendo
sustituirlo por una serie de contribuciones sobre la propiedad, la
industria y el comercio, que deberían ser cautelosamente calculadas según
" Prefacio dirigido a «Los propietarios filipinos», p. v.
'^ Cap. I: «Reforma del sistema rentístico en Filipinas», p. 1.
'3 id., p. 3.
'* Cap. II: «Reformas propuestas en 1870», pp. 5-15.
'5 id., p. 15.
i« id., «Prefacio», pp. Vl-Xn.
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los recursos de cada cual. De llevarse a cabo, esta reforma estaría basada
en una participación mucho más importante de los filipinos ricos, y por
ello Sancianco trata de demostrar que la clase privilegiada sería la primera
beneficiada porque el producto de los impuestos recaudados serviría para
modernizar el país, principalmente en dos ámbitos esenciales, la red de carreteras
y la enseñanza: «Entre todos los servicios que necesitáis, los de
obras públicas y los de enseñanza son absolutamente indispensables para
el estado moral y material de esos pueblos»^^.
Sancianco insiste, con mucho ahínco, en la urgente necesidad de construir
carreteras, puentes y ferrocarriles. Justifica y ensalza la abolición del
Monopoho del Tabaco, pero sin desvincular lo que él llama un progreso si,
en la práctica, los campesinos no pueden vender directamente sus productos
en el mercado por falta de carreteras y de caminos, necesidad que los deja
tan aislados como lo habían estado hasta entonces. No cabe duda de que la
mejora de las infraestructuras conllevaría el desarrollo económico mediante
el incremento de los rendimientos y, por consiguiente, de los beneficios. Por
estas razones, prosigue Sancianco, si los terratenientes filipinos invirtiesen
en obras públicas, a la larga resultarían recompensados con creces.
Del mismo modo, el autor ilustrado demuestra que la elevación del nivel
educativo redundaría en provecho de los filipinos acomodados ya que
sus vastagos podrían cursar en el archipiélago unos estudios tan relevantes
como los que preparaban en España los hijos de las familias que detentaban
los recursos suficientes como para mandarlos a estudiar a la Península.
Ellos solos podrían lograr este tipo de objetivos sabiendo que la pésima docencia
de los estudios superiores en manos de los Dominicos se explicaba
por la ausencia de las ayudas públicas que hubiesen sido necesarias para
modernizar las clases impartidas: «no reciben [los Dominicos] subvención
alguna del Gobierno, y como son escasos sus fondos e ingresos, no puede
[la enseñanza superior] dotarse de catedráticos más aptos para la enseñanza
»^^. Aunque este género de exhortaciones, en las que se instaba a los
filipinos acomodados para que reaccionasen con una clara toma de conciencia
con miras a reactivar económicamente el territorio, no eran francamente
novedosas, cabe hacer hincapié en la referencia tan atrevida de Sancianco
para con los Dominicos. En efecto, el letrado sugiere que los
Dominicos no estaban «preparados» para dar clases en la enseñanza superior,
lo cual constituye una crítica hasta entonces acallada, pese a las precauciones
empleadas y a los matices aportados para restar responsabilida-
" Id., p. IX.
'« ibíd.
137
des a los frailes al invocar de nuevo las carencias presupuestarias. Sin embargo,
en otras partes del libro'^, Sancianco recoge este mismo tema y, con
el paso de los capítulos, sale de su reserva y se atreve a endurecer su posición
frente a las órdenes religiosas implicadas en la docencia.
Refiere así las condenas pronunciadas después de la insurrección del
arsenal de Cavite^**, explica la severidad de éstas, su ejemplaridad, y la ocasión
aprovechada por las autoridades para aplastar los focos insurreccionales
que habían sido contaminados por el ánimo de la sedición como consecuencia
de acontecimientos anteriores tales como «el triunfo de la gran
revolución en la Península» y «la guerra en Cuba»^^. A finales del siglo
XIX, el Imperio español se estaba descomponiendo lentamente y es fácil
entender que las autoridades coloniales fiUpinas quisieran mantener el archipiélago
al margen de las turbulencias ideológicas y políticas que estaban
sacudiendo por entonces tanto la metrópoli como las últimas posesiones
españolas en el Caribe. A pesar de todo, no deja de sorprender que
Sancianco agregue a estos dos factores extemos y coloque, en el mismo
plano, otro, interno, como el movimiento nacido como consecuencia de la
puesta en circulación de una gran cantidad de cartas anónimas en noviembre
de 1870, en las cuales los estudiantes denunciaban la enseñanza mediocre
impartida por los Dominicos en la Universidad de Santo Tomás.
Sancianco utiliza esta explicación como pretexto para reiterar y reforzar la
crítica que ya había formulado en su prefacio. Brinda un franco apoyo a las
reivindicaciones estudiantiles que reclamaban «la dotación de catedráticos
más aptos para la enseñanza, la ampliación de ésta a horizontes más extensos
de cultura conforme a la establecida en la Península, y la separación
de la Universidad, si era factible, de la dirección de los Dominicos,
pasándola a la inmediata del Gobierno a quien incumbe...»^^. Ciertamente,
si bien la formulación no es en absoluto virulenta, no por ello dejó
de dar un paso decisivo con mucha determinación: Sancianco se expresa
abiertamente en contra del control exclusivo de la enseñanza por la Iglesia.
Sin embargo, lejos de quedarse a mitad de camino, el intelectual filipino
prosiguió su pensamiento hasta las siguientes conclusiones: lamentó
que las autoridades interpretasen el movimiento de las cartas, al que llama
el «sordo motín»^^, como un acto subversivo y reprimido como tal, cuando
" id., cap. XIX: «Servicio de seguridad por medio de cédulas personales», pp. 100-108.
2» El 20 de febrero de 1872.
^' G. Sancianco, El Progreso..., op. cit., p. 110.
" Ibíd.
" Ibíd.
138
de hecho se resumía en «una mera pretensión, nada subversiva, antes razonable
y fundada, justa y legal...», agregando que los autores de los escritos,
lejos de pedir «la caída del poder y predominio de las órdenes religiosas
», eran «enteramente inofensivos para la integridad de la Nación»^'*.
Merece la pena subrayar estas posturas, porque eran decididas y porque
ponían en tela de juicio no sólo la capacidad de los Dominicos para cumplir
con su labor docente sino que también destacaban las limitaciones de
la justicia entonces impartida en Filipinas.
En nuestra opinión, lo que parece más interesante, más allá de lo que San-cianco
escribe expKcitamente, es precisamente lo que no expresa pero que es
posible leer entre líneas. Cabe admitir que la referencia al «poder» y a la «autoridad
» debe entenderse dentro del estricto marco de las referencias al sistema
educativo; pero no deja de sorprendemos el hecho de que una reivindicación
únicamente relacionada con la manera de enseñar de los Dominicos en
el grado superior acabara adquiriendo un valor de cuestionamiento con carácter
separatista, hasta aparecer como amenazante para la «integridad de la
Nación». También es difícil admitir la existencia de una relación directa entre
el movimiento de las cartas y la represión de Cavite, ya que a priori ambos
acontecimientos carecen de puntos comunes. De forma que sólo se puede
entender dicha interpretación si se reconoce que la influencia de las órdenes
monásticas sobrepasaba con mucho el mero ámbito escolar. El discurso de
Sancianco revela de manera subyacente que, en Filipinas, atacar a los frailes
era algo que exponía a una condena por actividad separatista porque ellos
eran los verdaderos detentores del poder colonial en el archipiélago. Pero
Sancianco no se expresa de manera realmente explícita y si bien el juicio que
pronuncia sobre el suceso de Cavite es claro, el análisis que hace no deja de
ser ambiguo. Condena la interpretación del motín por parte de las autoridades:
«Atribuyeron a ella [la insurrección] toda la importancia de una verdadera
insurrección separatista, que no pudo tener ni por su naturaleza, ni por
su espíritu, planos y medios de ejecución ni por sus efectos mediatos e inmediatos
»^ y busca explicaciones: «Pero las circunstancias, sin duda, que pueden
a veces más que los hechos mismos, ayudadas acaso por alguna mano
negra que cruzara antes y durante el proceso [...] cuando de haber seguido
trámites más regulares ante la jurisdicción ordinaria, acaso se hubieran despejado
ciertas nebulosidades que envolvieron completamente los hechos de
Cavite y que corren todavía allí como versiones misteriosas.. .»^. Bien se ve
2" Ibíd.
^ íd.,pp. 109-110.
^ Id., p. 113.
139
que Sancianco no deja de poner en duda la realidad del desarrollo de los acontecimientos
pero su crítica se queda corta. Sancianco invoca una «mano negra
» pero nunca revela a quién o a cuál entidad se refiere, bien fuese porque
nunca pensó que las órdenes monásticas pudiesen implicarse en el asunto -recordemos
que aparte de pedir su alejamiento de la enseñanza superior, nunca
dejó de hablar de ellas en términos halagüeños^^-, bien fuese porque no se
atrevió a radicalizar su discurso y por ello la prudencia de sus palabras debería
ser interpretada como un argumento meramente estratégico.
Sea como fuere, si el análisis de la represión de Cavite puede parecer-nos
parcial, la exposición de las causas de la insurrección debe ser distinguida
en cambio por su claridad y firmeza. Una vez más -Sancianco ilustra
su relato con otras dos rebeliones anteriores^^-, el fundamento de la
demostración del intelectual se basa en la insostenible situación de discriminación
económica, social y política que imperaba en el país, vivencia
muy arraigada en el origen racial: «esa división de raza y clases, esa distinción
de condiciones en los derechos y deberes de los filipinos, origen
hasta aquí y para siempre de resentimientos, venganzas y rebeliones»^^. La
estratificación de la población, muy propicia para todo tipo de disturbios y
sediciones, era el resultado directo del famoso sistema del tributo, aquel
ominoso privilegio que, según Sancianco, ratificaba «la división entre la
raza europea y la indígena, la primera como dominadora exenta de todo
tributo, y la segunda como dominada, esclava y tributaria»^^. Convengamos
por consiguiente en la virulencia de la aserción, realzada por un léxico
escogido y por una formulación dicotómica que traducen magistralmente
ya no sólo una idea sino también un profundo resentimiento. Es obvio que
Sancianco mudó su reserva inicial y resulta patente que pasó de la tónica
neutral de su exposición del sistema tributario nefasto desde el exclusivo
punto de vista económico, a una denuncia áspera de sus consecuencias directas
mucho más amplias. No debemos olvidar que Sancianco era un fiU-pino-
chino, es decir miembro de la «segunda raza» a la que define como
«dominada, esclava y tributaria». No debe pues extrañamos que se sintiese
personalmente humillado por la injusticia y la crueldad, ineludiblemente
inherentes a esa forma de estructura social, símbolo de una ley impuesta
por la fuerza, que se remontaba a un tiempo caduco y que ya nada
"" Ibíd., Sancianco habla de «sagrada institución» y de «divino ministerio».
^ Se trata de dos levantamientos, el primero encabezado por el capitán Novales, en
1823, y el segundo, capitaneado por Cuesta, en 1854.
^' G. Sancianco, El Progreso..., op. cit., p. 117.
30 id., p. 102.
140
justificaba en una época en la que el vínculo entre el Estado y los ciudadanos
no era la servidumbre sino el intercambio de servicios.
Además, el comportamiento de los europeos agudizaba la discriminación
social institucionalizada, de por sí insoportable. Los mestizos españoles,
más que nadie, que aborrecían el trabajo, despreciaban a quienes se encontraban
sujetos a él: "[los mestizos] se entregan a todo abuso contra la
clase que cree indigna»^^. En toda la obra, son muy numerosos los fragmentos
que traducen la preocupación de Sancianco por reivindicar la dignidad
de su propia categoría que lamenta ver invariablemente definida
como incapaz e inmadura, y siempre indolente. Dedica, al final del libro, a
este tema un extenso apéndice que tituló LM indolencia del indígena^^, en
el que desmonta el trasfondo de este tópico que era utilizado como pretexto
por mucha gente para justificar lo que Sancianco denuncia con las siguientes
palabras: «Los abusos, arbitrariedades y violencias que ejercen
allí las autoridades, funcionarios y aun los particulares peninsulares»^^.
También explica Sancianco que esa realidad abrumadora era el corolario
del espíritu que impulsaba a los españoles a acercarse a las Islas Filipinas:
«los empleados antes de embarcar para aquellas islas ya piensan en su regreso
[de] donde no hay más atractivo para ellos que la comisión que llevan
o el gusto de viajar y visitar tierras extrañas»^^. La observación es
clara: los españoles asentados en Filipinas manifestaban escaso interés por
el desarrollo de un territorio al que no consideraban suyo, y menos aún por
el bienestar de sus habitantes a los que no veían como sus iguales. Es probable
que algunas actuaciones fuesen el resultado de iniciativas personales,
pero ello no es un motivo suficiente como para eximir a España de su
responsabilidad en cuanto a la permanencia de las lacras más irritantes del
sistema colonial.
Conviene subrayar a estas alturas la ambigüedad que regía los vínculos
legales entre la metrópoli y Filipinas; los textos oficiales contemplaban
un sinfín de cautelas retóricas para rechazar la utilización de la voz «colonia
» para referirse al archipiélago^^, pese a que el tributo seguía existiendo
31 id., p. 106.
3^ G. Sancianco, El Progreso..., op. cit.: «Apéndices», n." 5, pp. 223-237.
" id., p. 231.
^ G. Sancianco, El Progreso..., op. cit., pp. 117-118.
3' J. Schumacher hace hincapié en la paradoja que existía entre la teoría y la práctica y
cita acertadamente (Jhe Propaganda..., op. cit., p. 24), el discurso de Miguel Blanco Herrero,
Política de España en Ultramar, Madrid, 2." ed., 1890, p. 410; en él éste autor recordaba
que España nunca había considerado a sus provincias de Ultramar como «colonias»;
para reforzar su observación, cita una Orden Real de 1857 que obligaba al Gobernador Ge-
141
como base de la organización social. Sancianco, consciente de la contradicción,
planteó la pregunta fundamental: "¿Cual era el auténtico estatuto
del archipiélago filipino y de sus habitantes? ¿Era el archipiélago una colonia
o una provincia? ¿Era el filipino un esclavo o un ciudadano?: «Si
pues se considera a Filipinas como parte de la Nación y de consiguiente
es provincia española y no colonia tributaria; si sus hijos nacen también
españoles como los de la Metrópoli; si, por último, reconociéndose en los
peninsulares el derecho de ciudadanía, hay que reconocérselo igualmente
a los filipinos, no puede imponérsele ningún tributo bajo el sentido propio
de esta palabra»^^. Parece claro que todos los filipinos, por ser ciudadanos
españoles, debían cumplir ipsofacto con los mismos deberes y disfrutar de
los mismos derechos que los españoles de la Península. Llegar a parecidas
conclusiones era poner de manifiesto el palmario punto débil de tal retórica:
¿cómo era posible seguir hablando de ciudadanía cuando Filipinas
llevaba casi cincuenta años privada de representación parlamentaria?
Lo que Sancianco pretendía era instar a que España otorgase a Filipinas
la ciudadanía mediante el reconocimiento de los derechos políticos y
de la reforma política que, según él, era «reclamada por la justicia, por el
derecho y aun por la conveniencia nacional y política, porque establece
para siempre un lazo de Gobierno e intereses entre Filipinas y la Metrópoli
»^'^. Para Sancianco, la restauración de la representación parlamentaria
no era una reforma cualquiera, sino que revestía un punto capital. En su
percepción de total asimilación, lo que verdaderamente estaba por medio
era la permanencia de los «lazos» inalterables entre Filipinas y la «Madre-
Patria».
El ambiente de la vida colonial filipina en la década de los 50 del siglo
XIX, después de trescientos años de administración española, seguía remitiendo
una imagen que se podría tachar de arcaica. El archipiélago asiático,
debido a su aislamiento geográfico con respecto a la Madre-Patria y de las
demás posesiones españolas, permaneció sin lugar a dudas al margen del
desarrollo económico y del trasiego de las nuevas ideas de progreso, así
neral de Puerto Rico a que exigiera de la Audiencia «que no hiciera uso [...]de este término,
en ningún documento oficial para referirse a Puerto Rico o a cualquier otra provincia de
Ultramar».
'* G. Sancianco, El Progreso..., op. cit., pp. 101-102.
" /d.,p. 118.
142
como de la agitación revolucionaria que venía sacudiendo el imperio español
desde hacía ya bastantes años. Filipinas siempre despertó poco interés
para la potencia colonial dominadora y, al parecer, aquellas tierras lejanas
no alcanzaron a representar en el imaginario colectivo español poco
más que un «rosario de islas repartidas en plena mar en la costa sur de
China»^^.
Lo que Gregorio Sancianco y Gosón pretendía era sacar a las Filipinas
de su aislamiento y dar a conocer al mundo entero la realidad de la vida colonial
en el archipiélago bajo la dominación española, arranque que dio lugar
a la redacción y al contenido crítico de su libro. Su empresa merece
elogios indiscutibles y tanto la calidad del análisis como la pertinencia de
las soluciones contempladas y la robustez de la argumentación, muy dignas
de alabanzas, han hecho que El Progreso de Filipinas se presente como
la primera obra de consulta escrita sobre estos temas por un filipino.
Recordemos, sin embargo, que para Sancianco el propósito crucial que
más le preocupaba y sobre el que fundamentó su demostración e investigación
era el de la situación económica del país y por ello toda su obra está
presidida por la búsqueda de los fondos adecuados para costear la educación
del pueblo y las obras públicas, tarea encaminada a incrementar el desarrollo
del sector comercial. Por otra parte, Sancianco se muestra resueltamente
más propenso a exponer que a reclamar: presenta propuestas pero
ni pide nada ni denuncia a nadie, por juzgar, probablemente, que las pruebas
proporcionadas para cada uno de los ámbitos referidos bastaban sobradamente,
y que España sabría razonablemente sacar las conclusiones
que parecían imponerse y proceder a las reformas administrativas, económicas,
sociales, educativas y políticas necesarias a la reactivación del país
y a la cordialidad de las relaciones hispano-filipinas. En el prefacio que dirigió
al Gobierno, Sancianco escribe con sobriedad y modestia: «5/ no se
adoptan las reformas que proponemos en ella [esta obra], porque no caben
dentro de los principios que se sustentan, o por otros motivos, servirán al
menos de antecedentes o meros datos para los estudios que se hagan sobre
la materia. En éste como en el otro caso, estarán recompensados nuestros
trabajos»^^.
El tono del libro es muy diferente del que adoptarán los futuros reformistas,
como Rizal, del Pilar ó López Jaena. El discurso de Sancianco se
conforma con ser principalmente el de un economista o el de un jurista que
propone una serie de reformas como los antiguos arbitristas; se trata de un
'* G. Willoquet, Histoire..., op. cit., p. 1 (traducción libre).
" G. Sancianco, El Progreso..., op. cit.: «Al Gobierno», p. XTV.
143
discurso muy hábilmente estructurado, bien es verdad, pero que no participa
del compromiso total y constante que presidirá las actividades llevadas
a cabo por El Movimiento de la Propaganda.
Poco después de publicar su libro, Sancianco abandonó España de manera
definitiva para regresar a Manila, ciudad en la que habría ejercido
como jurista sin que se haya encontrado rastro alguno de una colaboración
con los reformistas permanecidos en la Península. Esta «retirada» no deja
de ser sorprendente ya que no parece ser que al volver a Filipinas Sancianco
se desinteresase por completo por los asuntos públicos del territorio
o que dejase de involucrarse en la vida pública. Tenemos prueba de ello
gracias a los datos de su biografía'*'': en el mes de mayo de 1884, como consecuencia
de un levantamiento en la provincia de Pangasinan, fue encarcelado
durante algunos meses, junto con otras personalidades de Manila. En
1887, fue nombrado juez de paz en la provincia de Nueva Écija, pero un
conflicto con el cura de la parroquia le obligó a dejar su cargo. Poco más
tarde ingresó en la asociación de juristas dirigida por Ambrosio Rianzares
Bautista, un consejero allegado del general Emilio Aguinaldo. En 1889,
fue desterrado a Lingayen bajo la acusación de haber fomentado una sublevación
en Manila, pero pronto fue liberado al no hallarse ninguna
prueba fehaciente en contra suya. Después de toda una década muy provechosa,
activa, por no decir agitada, se deja de hablar de Sancianco; se sabe
que murió en noviembre de 1897 en Santo Domingo, en la provincia de
Nueva Écija, pero ningún indicio nos permite arrojar luz sobre una eventual
contribución de su parte en los acontecimientos de 1896.
No parece apropiado calificar a Gregorio Sancianco y Gosón de reformista,
puesto que la palabra se emplea para llamar a los Ilustrados filipinos
asentados en la metrópoli, unos hombres que se dedicaron por completo
a la causa reformista, luchando sin tregua y con todos los medios a
su alcance por hacer oír su voz. En cambio, la tónica de El Progreso de Filipinas
hace posible que pueda ser llamado prerreformista. Sancianco anticipa
en su obra la mayoría de los temas que serán posteriormente tratados
por El Movimiento de la Propaganda: las reformas de la administración, la
denuncia de la corrupción del Gobierno, la reducción del poderío de los
frailes en el sistema educativo, la aplicación de las leyes españolas a los filipinos
y el respeto de la dignidad del pueblo filipino mediante el recono-
* Sobre la vida de Gregorio Sancianco y Gosón, vid., Eminent Filipinos, National His-torical
Commission, Manila, 1965, p. 249; J. la Torre, Les Intellectuels philippins en Es-pagne
de 1872 á 1896, tesis doctoral inédita leída en Ecole des Hautes Etudes en Sciences
Sociales, París, 1988, p. 416.
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cimiento de sus derechos. Sancianco había tejido una trama sólida y los jóvenes
ilustrados que, a partir de mediados de los años ochenta, abrazaron
la causa reformista, no se equivocaron: retomaron por cuenta propia los
análisis realizados por Sancianco que se dedicaron a desarrollar y a profundizar.
En octubre de 1882, Rizal, cuando se encontraba en España desde hacía
escasos meses, evocó en una carta dirigida a su familia al «autor de "El
Progreso de Filipinas"»'^\ Ocho años más tarde publicó un ensayo que se
haría famoso: Sobre la indolencia de los Filipinos^^, obra que se abre con
un homenaje al «Dr. Sancianco». Este ejemplo es sin duda alguna uno de
los más representativos de la filiación entre Sancianco y Rizal, y se puede
entender cómo este último pudo ser seducido por el estudio científico desarrollado
en El Progreso de Filipinas y por el carácter de la reflexión expuesta
por Sancianco. Es evidente que Rizal, y, con él, los Ilustrados, coincidieron
con los comentarios presentados por Sancianco y estuvieron de
acuerdo con sus conclusiones: pusieron toda su energía en buscar los medios
de lograr que se aphcaran las reformas administrativas, sociales y políticas
que su país necesitaba urgentemente.
Los reformistas ensancharon apasionadamente el surco abierto por
Sancianco -una de las principales líneas de sus reivindicaciones sería la
restauración de la representación parlamentaria-, aunque podemos observar
la radicalización de sus quejas y demandas, en particular por lo que se
refiere a un aspecto clave del dominio español en Filipinas: el del papel desempeñado
por las congregaciones religiosas. En efecto, por aquel entonces
ya había pasado la hora de la moderación en cuanto al cuestionamiento
de la calidad de la enseñanza impartida por las órdenes religiosas y de las
tímidas alusiones a su entrometimiento nefasto en la administración de las
islas. En junio de 1884, Rizal dio un paso firme cuando, en uno de sus discursos"*^,
habló atrevidamente de los frailes que se oponían a la enseñanza
de la lengua española a los filipinos: «esos miopes y pigmeos que, asegurando
el presente, no alcanzan a ver el porvenir, no pesan las consecuencias;
nodrizas raquíticas, corrompidas y corruptoras, que tienden a apagar
todo sentimiento legítimo que, pervirtiendo el corazón de los pueblos,
•" Cartas entre Rizal y los miembros de la familia (1876-1887), Publicaciones de la Comisión
Nacional del Centenario de José Rizal, Manila, 1961, p. 55.
"2 La Solidaridad, n.°' 35-39, 15 de julio-15 de septiembre de 1890.
••' Discurso de José Rizal durante un banquete celebrado en homenaje a los pintores filipinos
Juan Luna y Novicio y Félix Resurrección Hidalgo, José Rizal, Escritos políticos e
históricos. Publicaciones de la Comisión Nacional del Centenario de José Rizal, Manila,
1961, p. 20.
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siembran en ellos los gérmenes de las discordias para que se recoja más
tarde el fruto, el anapelo, la muerte de las generaciones futuras». Convengamos
en la violencia de estas palabras, por primera vez pronunciadas
en público. Para Rizal, la exclusión de las órdenes religiosas de la enseñanza
en particular y de las esferas del poder colonial en general, no sólo
era algo urgente sino indispensable pues consustancial de toda forma de
progreso y de aplicación de las reformas. Aspira por consiguiente a la secularización
de las parroquias y a la vuelta de los frailes a sus conventos,
oponiéndose en este punto a Marcelo Hilario del Pilar que se había mostrado
mucho más expeditivo por haberse pronunciado sin miramientos a
favor de la expulsión de los religiosos españoles del archipiélago"'^.
Entre El Progreso de Filipinas y los artículos publicados en La Solidaridad,
las ideas planteadas por los reformistas -los cuales habían alargado
la lista de sus reivindicaciones- se fueron profundizando al pedir la
libertad de prensa y de asociación; se afianzaron, incluso se radicalizaron
las posturas según la formación, la personalidad y el carácter de cada cual.
Sin embargo, en lo que a aspectos fundamentales se refiere, nunca se desvió
el sesgo de los intelectuales: permaneció apegado a los valores políticos
de índole reformista, pacifista y a favor de la asimilación que dimanaban
del discurso -claramente fundador- proclamado por Sancianco en
1881, nociones que encontramos aseveradas en concepto de credo por El
Movimiento de la Propaganda. Ahora bien, hasta 1896, año en el que se
desató la insurrección, no surgió ninguna otra alternativa política: los reformistas
filipinos siguieron siendo los únicos interlocutores filipinos de
España, en ausencia de cualquier otra tendencia o partido revolucionario o
independentista.
¿Qué balance de las actividades de los reformistas, únicos vectores de
la respuesta al dominio español, es posible presentar? Muchas de las campañas
que realizaron con valor y dedicación culminaron con éxitos dignos
de mencionarse, caso del abandono del Monopolio del Tabaco, la supresión
del tributo, la reducción de los días de trabajo en las prestaciones personales
de obras públicas y una innegable mejora de la calidad de la enseñanza.
Si bien plasmaron un auténtico progreso, especialmente en el
ámbito social, los cimientos sobre los que descansaba el poder colonial seguían
firmes. A pesar de la energía derramada y de los medios empleados
para exigir reformas, el poder central nunca cedió en las más importantes,
como la libertad de la prensa, de asociación y, sobre todo, la de la repre-
'*^ Del Pilar escribió dos obras con títulos muy sugestivos: La Soberanía monacal en
Filipinas, Barcelona, 1888, 76 pp. y La Frailocracia filipina, Barcelona, 1889, 72 pp.
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sentación en las Cortes. Las tesis que habían sido defendidas durante cerca
de veinte años tuvieron escasos ecos: la asimilación preconizada por los
Ilustrados no cundió como reconocimiento entre su propio pueblo; y como
asimismo eran pacifistas, tampoco consiguieron impedir la formación del
Katipunará^, movimiento que precipitaría la lucha armada del pueblo filipino
contra España. Desde un punto de vista sinóptico y comparativo, los
filipinos que se entregaron a la causa reformista pueden parecemos como
demasiado utopistas y tímidos con relación a sus «hermanos» americanos
y caribeños.
Hemos declarado que las circunstancias históricas pesaron sobremanera
y que la soledad de los filipinos en la Península fue por lo general extremada.
En su mayoría habían llegado a España con la sola pluma en ristre,
no poseían ni un ápice de tierra y no se les podía sospechar de querer
defender intereses personales. Muchos de ellos murieron víctimas de la tuberculosis,
misérrimos y hambrientos, en Madrid y en Barcelona. Sin embargo,
por más que su causa fracasara, gracias a la constancia y a la abnegación
de sus reiterados esfuerzos, consiguieron desvelar al mundo entero
los abusos de la administración colonial española y facilitaron la forja de
una conciencia política en Filipinas. Notemos que los filipinos actuales que
acaban de celebrar la efeméride centenaria de la muerte de José Rizal*^ rinden
un homenaje mucho más ardiente a la primera generación de pensadores,
filósofos y oradores que a la de Andrés Bonifacio y de Emilio Aguinaldo.
Pero, ¿no se trataría acaso de uno de tantos avatares, esta vez actual,
de la famosa especificidad filipina?
*' Sociedad secreta creada por Andrés Bonifacio en julio de 1892.
^ Entre el 21 y 23 de agosto de 1996 tuvo lugar en Manila una Conferencia Internacional
en tomo a la Revolución de 1896, actas en las que se dedicó un día entero a José Rizal.
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