TEBETO. Anuario del Archivo Histórico Insular de Fuerteventura
· N.º 20, Puerto del Rosario (2012), pp. 395-416, ISSN: 1134-430-X
FUERTEVENTURA Y EL MAR EN
DE FUERTEVENTURA A PARÍS
MARÍA CRUZ GARCÍA HERNANDO
© Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2018
2 María Cruz García Hemando: Fuerteventura y el mar en De Fuerteventura a París
Resumen: la intensa subjetividad que impregna toda la obra de Unamuno
también se halla presente en De Fuerteventura a París. Diario íntimo de confinamiento
y destierro vertido en sonetos. Está motivada tanto por las circunstancias
históricas que vivió su autor, como por su necesidad vital de trascenderlas
reflejando sus preocupaciones filosóficas y existenciales: la comunión con la
Naturaleza, el poder creador de la palabra, la inmortalidad, la vida como continuo
obrar, la alternativa realidad-ficción ...
Al intentar reflejar la relación entre Unamuno y la Naturaleza en esta obra,
advertimos que es el «alma» de la isla la que queda desentrañada y con la que se
identifica el alma del poeta; este pedazo de tierra, fundido con el cielo y el mar,
esta Naturaleza que le acoge y consuela, simboliza, más allá de toda materialidad,
la eternidad de lo concreto, al mismo tiempo que se ofrece como imagen de una
desesperanzada España. Fuerteventura y el mar aparecen como el sendero que
conduce al autor a su más «sufrida y descamada» realidad.
Pero la Naturaleza es también el interlocutor que aplaca la necesidad dialógica
del autor, que consuela del dolor que le causa la imagen de una España
«envilecida por la envidia», y a la que comunica su anhelo de eternidad, su
deseo de permanecer, como el mar, aunque todo cambie. Y en este proceso de
espiritualización llega a una «comunión mística con ella, de la que he sorbido
su alma y su doctrina».
También en la nostalgia, en el recuerdo, el poeta revive el sentimiento de la
Naturaleza en un éxtasis que le reconforta y que refleja la profunda huella que
el exilio ha dejado en él.
Palabras clave: Unamuno; Fuerteventura; isla; mar; comunión; eternidad.
Abstract: the intense subjectivity which imbues the whole of Unamuno's
work can also be found in De Fuerteventura a París. Diario íntimo de confinamiento
y destierro vertido en sonetos (From Fuerteventura to París, an_intimate
diary of confinement and exile expressed in sonnets). It is motivated both by _
the historical circumstances experienced by the writer and by his vital need
to go beyond them, reflecting his philosophical and existential concems: The
communion with Nature, the creative power ofthe words, immortality, life as
continuous acting, the altemative between reality and fiction ...
When trying to reproduce the relationship between Unamuno and Nature in
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María Cruz García Remando: Fuerteventura y el mar en De Fuerteventura a París 3
this work, we realise that it is the «soul» ofthe island what becomes explained
and with which the soul ofthe poet is identified; this patch ofland, merged with
the sun and the sea; this Nature, which shelters and comforts him, symbolises,
beyond ali materiality, the eternity ofthe concrete things, offering at the same
time the image of a hopeless Spain. Fuerteventura and the sea appear as the path
which leads the author to his most «endured and crude» reality.
But Nature is also the interlocutor who softens the dialogic need of the
author, who soothes the pain caused by the image of a Spain «made evil by
jealousy» and to which he communicates his yearning for eternity and his wish
to remain, the same as the sea, even though everything changes. In this process
of spiritualization he attains a «mystic communion with it ( the sea) where I have
absorbed its soul and its doctrine».
It is also in the nostalgia, in the remembrance where the poet relives the
feeling ofNature in an ecstasy which comforts him and which reflects the deep
mark that the exile impressed on him.
Key words: Unamuno; Fuerteventura; island; sea; communion; eternity.
1. INTRODUCCIÓN
Pocos autores como Unamuno son objeto de reflexión de su propia
obra; pocas obras son tan subjetivas como las de este escritor; incluso
aquellos de sus libros que parecen ser debidos a motivaciones externas
o circunstanciales quedan sometidos al fuerte carácter introspectivo de
este escritor que da unidad a toda su obra. Esto es lo que ocurre en De
Fuerteventura a París. Diario íntimo de confinamiento y destierro vertido
en sonetos. Al acercamos a estos poemas, no podemos dejar de lado las
circunstancias históricas y personales que los motivan: la implantación
en España de la Dictadura de Primo de Rivera (el <<Ganso», que es un
«tonto» que tiene «llena de vacío la cabeza»), consentida por Alfonso XIII
( a quien «con sus sacudidas el serrín/ te ha de salir a chorro del bacín»),
y su feroz oposición a la misma en su papel de «luchador por la verdad».
Pero el significado de esta obra no se queda en lo meramente anecdótico,
pues, como señala en el prólogo al Romancero del destierro,
«La actualidad política es eternidad histórica y, por lo tanto, poesía.
Y nada es más actual que lo circunstancial cuando se le siente en
eternidad. Las obras más duraderas -se ha dicho mil veces- son las de
circunstancias».
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A través de los poemas percibimos la rabia, la indignación, el dolor,
la angustia existencial, la nostalgia, el amor. .. , estados de ánimo y sentimientos
que evidencian que Unamuno se siente vivo, agónico, en un
mundo en el que las hostilidades que le acechan quedan superadas por
la intensidad emocional con que las expresa. Las circunstancias quedan
trascendidas por las grandes cuestiones que preocupaban a su autor: la
comunión con la Naturaleza, el poder creador de la palabra, el tema de la
inmortalidad, la concepción de la vida como continuo obrar, la confusión
entre realidad y ficción ...
Esta obra, «diario íntimo de la vida íntima de mi destierro», nos
muestra, en sonetos, el proceso y el resultado, al mismo tiempo, de
la agonía en que vive el autor debido a unas circunstancias históricas
superadas por las grandes cuestiones trascendentales. De un modo un
tanto impreciso, y al mismo tiempo sugerente, el autor apunta esta
doble condición, circunstancial y personal, de la obra, cuando hace
referencia a los temas más significativos que vamos a encontrar en
estos sonetos:
«Así resulta este mi nuevo rosario de sonetos un diario íntimo de la
vida íntima de mi destierro. En ellos se refleja toda la agonía -agonía
quiere decir lucha- de mi alma de español y de cristiano. Como todos
los feché al hacerlos y conservo el diario de sucesos y exterioridades
que ahí llevaba, puedo fijar el momento de historia en que me brotó cada
uno de ellos. Otros son hijos de la experiencia religiosa -alguien dirá
mística- y algunos del descubrimiento que hice ahí, en Fuerteventura,
donde descubrí la mar. Y eso que nací y me crié cerca de ella».
En la obra no hay una distribución clara y coherente de los poemas
desde el punto de vista temático, lo que parece incidir en que nos encontramos
ante una obra de estructura un tanto caótica. No obstante, sí
que se advierte en ella una «relativa evolución psicológica» que permite
señalar los temas apuntados más arriba. El tono combativo, airado,
sarcástico del autor, derivado de las circunstancias personales que está
viviendo, se refleja a lo largo de toda la obra, pero, fundamentalmente,
al principio de la misma. A medida que vamos avanzando, ese tono se va
remansando, se van acentuando los sonetos en los que la nostalgia y el
dolor por Fuerteventura y España, a las que añora y ama en la distancia,
se hace más evidente, al mismo tiempo que advertimos de modo más
intenso las grandes inquietudes existenciales del autor que confieren a la
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obra un carácter más existencial. Parece como si a medida que avanzáramos,
Unamuno quisiera que comprendiéramos que detrás de los hechos
históricos se esconde lo eterno, lo. inmutable, lo que verdaderamente
merece ser objeto de la Poesía.
Estos grandes bloques temáticos no están delimitados; es frecuente
que poemas de uno u otro tema se entremezclen, pero sí que se puede
intuir esa «evolución psicológica», que puede tener su justificación en la
forma de «diario íntimo» que estructura la obra y le da unidad: la cólera,
la indignación, la rabia de los primeros poemas tal vez obedezcan a la
situación injusta de destierro que está sufriendo su autor. A medida que
va pasando el tiempo estos sentimientos se van mitigando y derivan en
sonetos de significado más universal y abstracto, una vez que el autor
parece asumir su situación y pasa a convertirse en «modelo» de hombre
agónico, social y espiritualmente.
Ya hemos apuntado los temas que encontramos en la obra; pero dadas
la limitaciones de espacio, nos centraremos en el que denominaremos,
«la comunión con la Naturaleza: Fuerteventura y el mar»; no obstante,
conviene señalar que en un mismo poema podemos encontrar fundidos
varios aspectos temáticos.
2. LA COMUNIÓN CON LA NATURALEZA
2.1. FUERTEVENTURA
La línea intimista de la poesía de Unamuno también se ve reflejada
en la imagen que en esta obra se nos ofrece de Fuerteventura. Ésta no
se nos revela desde un punto de vista objetivo, es el «alma» de la isla la
que queda desentrañada y con la que se identifica el «alma» del poeta:
el abandono, la aridez, la soledad que envuelven a la isla son las mismas
que siente el poeta en su destierro. Sin embargo, estas impresiones
quedarán superadas por el significado trascendental que se otorga a
este pedazo de tierra que, fundido con el cielo y el mar, simbolizará,
más allá de la materialidad, la otra realidad oculta, la eternidad de
lo concreto. La isla es la imagen de lo eterno, de lo espiritual, de lo
intrahistórico; en definitiva, de la Naturaleza que acoge y consuela al
poeta en su agonía.
Si es evidente el significado espiritual de Fuerteventura, también
hay que reseñar su significado social: la visión que se nos ofrece de la
isla, como veremos, se revelará tambiép. como imagen de una desespe-
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ranzada España y de un autor sumido en la nostalgia y el dolor por la
patria perdida.
El tono de estos sonetos es más reposado, más sereno y más intimista
que el que advertimos en aquellos de carácter más combativo; en ellos
el lirismo se tiñe de melancolía y el tiempo parece detenerse intentando
apresar lo eterno, lo esencial, lo intrahistórico encamado en la Naturaleza,.·
de la isla. Fuerteventura y el mar aparecen como el sendero que conduce
al autor a su yo más íntimo: la isla, el mar y Unamuno se funden en una
misma realidad.
Este cielo una palma de tu mano,
Señor, que me protege de la muerte
del alma, y la otra palma este de Fuerteventura
sosegado y fiel océano.
Porque es aquí, Señor, donde me gano
contigo y logro la más alta suerte
que es no ya conocerte, sino serte,
ser por ti de mi vida soberano.
Uno de los rasgos fundamentales de toda la obra de Unamuno es el
aliento vital, la humanidad que se desprende de cada una de sus páginas
y que encontramos también en esta obra que comentamos. Todo en ella
es vida, lucha, agonía. Por eso también Fuerteventura se nos presenta
como un ser que lucha por sobrevivir en un medio hostil; es la misma
lucha que da sentido a la vida de Unamuno y que le hace sentirse en
comunión con la Naturaleza, sentir que forma parte de la misma. Las
palabras de Concha Zardoya en Poesía española del siglo XX' nos ayudarán
a entender mejor esto:
«Esta 'humanación' del contorno exterior se logra en su poesía de un
modo natural, jamás rebuscado, porque Unamuno siente que el Universo
rodea y ciñe su corazón, que es y existe con él, que aspira como él a la
eternidad. Y por vía cordial se hace sangre de su espíritu. Y en tal visión
humanante del cosmos, Unamuno funde libremente razón, fantasía y
sentimiento, metafisica y poesía, dándose en ella todo entero. Y afirma
que el poeta, si lo es de verdad, no da conceptos ni formas, sino que se
da a sí mismo».
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Así, en el elogio que en el soneto VIII hace de la isla, «sufrida y
descarnada cual camello», ésta aparece como contrapunto simból.ico de
una realidad, la de España, de la que reniega el autor y en la que:
... un déspota vil ha puesto el sello
de la loca barbarie en que se ufana.
Sin embargo, en el último terceto se advierte que esa circunstancia
histórica, queda trascendida por la 'humanación' de Fuerteventura y la
mar «compasiva» para alcanzar una «realidad» intrahistórica y espiritual
y, por ello mismo, más esperanzada:
Mar que sana
con su grave sonrisa más que humana ( ... )
Roca sedienta al sol, Fuerteventura,( ... )
( ... ) pues del limpio caudal de tu pobreza
para su España celestial y pura
te ha de sacar mi espíritu riqueza.
La isla es el vehículo a través del que Unamuno refleja su angustia
vital y existencial; incluso en aquellos sonetos en que se nos ofrece una
«aparente» descripción objetiva del paisaje y de las gentes de la isla.
En el soneto XVI es estremecedora la imagen de dureza y sequedad del
paisaje, así como de la pobreza material en que viven las personas y los
animales; esta imagen conduce a una realidad estática, casi muerta, de
la cual parece imposible escapar:
Ruina de volcán esta montaña
por la sed descamada y tan desnuda,
que la desolación contempla muda
de esta isla sufrida y ermitaña. ( ... )
arraigado en las piedras, gris y enjuto, .
como pasó el abuelo pasa el nieto
sin hojas;- dando solo flor y fruto.
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8 María Cruz García Hemando: Fuerteventura y el mar en De Fuerteventura a París
Sin saber cómo, el poema ha ido envolviéndonos en una melancolía
que deriva de la desolación, del sufrimiento y de la piedad con que queda
retratada la isla. La subjetividad se ha adueñado de la realidad, por eso
los elementos naturales aparecen humanizados («mar piadosa», «isla
sufrida y ermitaña»); todas las referencias forman parte de una realidad
más absoluta y más espiritual, de una realidad concreta que se intuye
como eternidad.
Este acercamiento un tanto desolador y desesperanzado también
se puede advertir en el soneto XXII donde se alude a una realidad
objetiva que condiciona la existencia material en la isla: la sequía.
La aridez y la miseria de Fuerteventura son debidas a la escasez de
agua de la que, paradójicamente, está rodeada; por eso ésta se convierte
en símbolo de vida ( «¿para qué tierra, si les falta el agua?»);
sin embargo, esta vida aparece aquí solo como un deseo, un grito
frustrado hacia Dios ( «no hay que esperar que Dios milagros obre»)
que no escucha a esta «gente pobre ». La realidad objetiva de la que
parte el soneto ha quedado superada por otra: la «injusticia cósmica
» o quizá la «injusticia divina» que condiciona dolorosamente la
existencia humana.
El cielo y el mar que rodean Fuerteventura, símbolos de la paz,
del sosiego, conducen también a una eternidad anhelada por el autor
y en la cual espera fundirse con Dios; necesita ser por sí mismo y
en sí mismo, ser eternamente, y a través de los elementos de la Naturaleza
que envuelven la isla, en comunión con ella, sueña poder
conseguirlo. .
En el poema XVIII, de fuerte cariz filosófico, podemos leer:
Este cielo una palma de tu mano,
Señor, que me protege de la muerte,
del alma, y la otra palma este de Fuerteventura
sosegado y fiel océano.
En ocasiones sentimos más cercana a Fuerteventura cuando Unamuno
nos la muestra, no como medio para hablar de los grandes temas
que le preocupan (situación de España, problemas filosóficos ... ), sino
desde la proximidad que supone la realidad de sus pueblos y de sus
gentes. Ya se ha señalado que en el autor estos dos puntos de vista
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son imposibles de separar, pero en algunos de los sonetos se advierte
un tratamiento más lírico, más intimista en la descripción de la
isla. En este sentido es muy significativo el soneto XLIV, dedicado
a Betancuria, un pueblecito de Fuerteventura, retratado, a través de
unas breves pinceladas, con una delicadeza que pone de relieve el
profundo amor del poeta hacia el pueblo y, en definitiva, hacia la isla
de la que aquel es imagen. El poeta se sirve de una serie de elementos
tomados de la realidad (la blancura de las casas, la majorera, la
desnuda montaña, el camello que busca entre las piedras la aulaga, el
geranio) para hacemos sentir el silencio, la pobreza y la amargura en
que vive anclado el pueblo (su paisaje y su gente) y que nos ofrecen
una imagen imprecisa, sugerente, pero real, en la que «el geranio»
aporta la nota de color que «nuestra pena apaga». Ni siquiera de
estos sonetos más descriptivos y, aparentemente, más impersonales,
puede estar ausente el autor («nuestra») quien, como los maj oreros,
encuentra consuelo a su dolor en la nota de color:
Enjalbegada tumba es Betancuria,
donde la vida como acaba empieza,
tránsito lento a que el mortal se aveza
lejos del tiempo y de su injuria.
Si en el soneto comentado anteriormente la realidad hacía referencia
a un pueblo de Fuerteventura y a su entorno, en el número LX, probablemente
el soneto más poético del libro, aquella queda mucho más
restringida: la palmera y el sol se convierten, a través del enamoramiento
que parece describirse entre ambos, en emblemas de la isla. Al poeta le
bastan esos dos elementos para sugerir toda la grandeza que se refleja en
este pedazo de tierra: la fuerza del sol y de la luz, la aridez del yermo, el
orgullo, el anhelo de alcanzar el cielo ... A pesar de que formalmente no
se halla presente el autor, también aquí intuimos su presencia, pues la
palmera y el sol se convierten en símbolos de los temas recurrentes del
autor: el deseo de la palmera de alcanzar al «padre Sol» en «luz cuajada
en ofrenda de amor» parece esconder el ansia de Unamuno de lograr
la eternidad. Quizá, si hacemos un paralelismo simbólico, la palmera
représente al poeta que anhela fundirse con Dios, el padre Sol:
Es una a~torcha al aire esta palmera,
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verde llama que busca al sol desnudo
para beberle sangre; en cada nudo
de su tronco cuajó una primavera.( ... )
La sangre de un volcán que enamorada
del padre Sol se revistió de anhelo
y se ofrece, columna, a su morada.
En el poema anterior quedan reflejados la admiración y el amor que
el autor siente hacia la isla de un modo indirecto, intuitivo, a través de
algunos de los elementos que la representan; en otros, en cambio, esos
sentimientos quedan expuestos de un modo más claro, directo, incluso
exaltado, sobre todo cuando están teñidos de nostalgia. Así ocurre 'con el
soneto LXV en el que Fuerteventura se nos muestra desde una perspectiva
más existencial; el poeta, a través de la isla, ha encontrado la paz,
histórica y espiritual, en la que «la cruel historia» lo tenía sumido:
( ... )Un oasis me fuiste, isla bendita;
la civilización es un desierto
donde la fe con la verdad se irrita.
Cuando llegué a tu roca llegué a puerto
y esperándome allí a la última cita
sobre tu mar vi ei cielo todo abierto.
Este poema, de fuerte tinte filosófico, muestra lo que apuntábamos al
principio: Unamuno, progresivamente, va sintiendo y viviendo la isla,
se percibe una simbiosis entre ambos; la naturaleza, de la que aquélla
es símbolo, aparece como el único camino para lograr, aunque sea solo
parcialmente, el cese de su agonía vital; la humanación de la que la
isla es objeto al presentarla como un interlocutor, acentúa el carácter
personal e íntimo del soneto, al mismo tiempo que refleja la tendencia.
a incrementar la presencia del sujeto en detrimento del objeto como
elemento humanizante.
En la introducción a la segunda parte de la obra escribe Unamuno:
«Fuerteventura me ha acompañado a París; es aquí, en París, donde
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he digerido a Fuerteventura y con ella lo más íntimo, lo más entrañado de
España, que la bendita isla fuerteventurosa simboliza y concentra. Aquí
en París, donde no hay montaña, ni páramo, ni mar, aquí he madurado
la experiencia religiosa y patriótica de Fuerteventura».
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La isla ha calado profundamente en el alma del poeta, alejado de ella.
Esta comunión, que es notoria desde el primer momento, se incrementa
en la distancia; la lejanía física de Fuerteventura cubre a estos sonetos
de una pátina de nostalgia, incluso de amargura, especialmente cuando
añora la paz que gozó en la isla y que no ha vuelto a recuperar. No podía
ser de otro modo: en el primer soneto escrito desde París, el LXVII,
Fuerteventura, desde el recuerdo, aparece como símbolo de la paz, del
sueño, de la luz y de la esperanza perdidos y añorados desde un presente
angustioso y apremiante del cual es imposible escapar. Si la isla, en el
pasado, representa la liberación, París, desde el presente, es símbolo de
la zozobra que invade al autor, por eso aquélla se convierte en «flor», en
medio del sufrimiento («yermo») de la ciudad:
Te alzas enjuta como flor de cardo,
flor que es un hito en el confin del yermo,
día tras día de esperanzas mermo,
se hace mi paso cada vez más más tardo.
La mirada humanizadora de Unamuno va más allá: España se convierte
en objeto de su lamento y la isla («flor que es un hito en.el confín del
yermo») encama, el consuelo, la luz, en medio del ocaso en que muere
España. A diferencia de otros sonetos que tratan el tema de España, y
que tienen un carácter más combativo, en éste el autor parece cansado
de luchar, un poco resignado al destino trágico que el último terceto
parece augurar:
Eres mi luna ya, Fuerteventura
gigante espejo del gigante ocaso .
del sol de España en su postrer postura;
Como apuntamos más arriba, a m~dida que avanzamos en la obra,
la rabia y la indignación van siendo sustituidas por un sentimiento de
relativa aceptación del destino; el tono combativo, que no llega a des-
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aparecer, queda mermado; a veces da la impresión de que Unamuno
se ha cansado de luchar, el largo destierro ha calado en su alma y la
nostalgia de las «tierras perdidas», España y Fuerteventura, conduce
a una progresiva y melancólica ensoñación de las mismas. Así leemos
en el soneto LXX:
Caído desde el cielo aquí me aburro
-y cielo era la mar, junto al desiertocon
este marco el cielo es cielo muerto,
no oigo de Dios el inmortal susurro.
Y solo a través de ese proceso de idealización de la isla, el poeta
puede decir:
¡Discurrir! ¡Cuántas tardes la amargura
del hondón de la historia de mi España
me endulzaste en tu mar, Fuerteventura!
Toda la referencia objetiva que aparece en la obra de Unamuno
es una reinterpretación subjetiva de la realidad como se intuye en
muchos sonetos y también en éste. La descripción física de la isla
se ha limitado al máximo, no importa destacar los detalles de ese
paisaje porque aquella se ha convertido en el universo («cielo, mar,
desierto») espiritual del autor; solo así, en comunión con este universo
agonizante, puede expresar sus inquietudes filosóficas y sociológicas
ya que la soledad, la austeridad, la ensoñación, la espiritualidad que
definen a Fuerteventura, son las- mismas que siente el autor. La isla
ciñe y rodea su corazón, que existe por ella y que, como él, aspira a
la eternidad:
¡Cuántas me derretiste inmunda saña
metiendo la evangélica dulzura
de tu higo de secano hasta mi entraña!
En esta misma línea se halla el soneto LXXIII en el que Fuerteventura
es revivida desde la añoranza como consuelo espiritual del poeta;
en él han desaparecido las referencias a realidades cercanas y concretas
( camello, flor, casa ... ) y han sido sustituidas por otras como «roca, sol,
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Océano», que otorgan al poema un significado más universal y espiritual;
parece como si en la distancia Unamuno recordara solo lo que considera
símbolo de lo esencial, lo perdurable, lo eterno; la isla se ha convertido
en pilar firme en que apoyar las contradicciones que envuelven, desde
París, la existencia presente del autor:
Con tal rec;:uerdo mi esperanza cuno
sostiéneme en este camino vano
y alimenta a mi espíritu en su ayuno.
Como podemos ver a través de estos últimos y breves comentarios,
la imagen que de Fuerteventura se nos ofrece se va idealizando progresivamente,
a medida que, como anteriormente apuntamos, la presencia
del sujeto se va acentuando eil la misma medida en que la imagen del
objeto, Fuerteventura, se va diluyendo, aunque no desapareciendo; desde
la distancia espacial y temporal la visión de la isla va quedando envuelta
en una nebulosa que impide percibir su realidad fisica; ésta permanece
oculta y cuando, brevemente, la muestra, su significado real parece
haberse difuminado: la roca, el sol, el mar se convierten en símbolos de
los anhelos y las inquietudes de Unamuno. Es, pues, evidente el proceso
de interiorización y de espiritualización a través del cual la isla se nos
ofrece. Como síntesis y un buen ejemplo de todo lo expuesto podemos
leer el soneto LXXV:
Isla de libertad, bendita rada
de mis vagabundeos de marino
quijote, sentí, ¿orden del sino?,
cómo la libertad se encuentra aislada.
Aislamiento feliz que es la alborada
de la liberación de su destino,
que así la pobre irá por donde vino
hasta su cuna, su postrer morada.
Libertad, libertad, isla desierta,
conciencia de la ley, que es servidumbre,
tú no er~s casa, no eres más que puerta;
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14 Maria Cruz García Hemando: Fuerteventura y el mar en De Fuerteventura a París
mas por la puerta entra de Dios la lumbre
dentro de la casa y nos mantiene alerta,
no nos rindamos a la vil costumbre.
2.2. EL MAR
Es otro de los grandes temas de la obra, íntimamente enlazado con
el anterior. En el prólogo a la obra escribe Unamuno: ·
«Usted, su venerable padre Don José, sus hermanos,( ... ) los amigos
todos de la inolvidable tertulia cara a la mar que sonríe a nuestras flaquezas,
ustedes saben todo lo que ahí viví».
Más adelante, al señalar el origen de estos sonetos añade:
«Y algunos (son hijos) del descubrimiento que hice ahí, en Fuerteventui-
a, donde descubrí la mar. Y eso que nací y me crié muy cerca
de ella».
Pero Unamuno yá había descubierto el mar y toda su riqueza poética,
como podemos ver a través de las palabras de Concha Zardoya:
«Nuestro poeta se olvidaba de que había escrito en 1910 su letanía
al mar titulada «El poema del mar», en el que éste ya aparece humanado
y convertido en «madre» del hombre. Madre que briza nuestro sueño,
que nos cuenta «recuerdos de aquel tiempo en que no era el hombre»;
que ciñe a la tierra con su pecho y en el que junta a todos los humanos
en «santa compañía», pues sus senderos son «de hermandad caminos».
El mar ha sido cuna de la vida y Unamuno desea que sea «nuestro
sepulcro»: «en el santo silencio de tu pecho/acógenos, madre». Para el
poeta la eterna juventud del mar «es prenda de vida sin muerte», prueba
de inmortalidad».
También en De Fuerteventura ... Unamuno se acerca al mar desde
su más profunda interioridad; el misterio que incesantemente las olas le
susurran es el mismo que trata de descifrar el poeta en su agonía existencial;
aunque sabe que e_s un intento fallido, nunca cesará en esa búsqueda,
que da sentido trágico a su existencia, del mismo modo que el mar jamás
suspenderá su eterno movimiento.
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Desde el destierro el poeta contempla el mar de un modo apasionado,
vivencial, personal, tratando de desentrañar los secretos que oculta.
Ya hemos apuntado que la comunión con la Naturaleza se refleja en la
«humanación» de sus elementos, por eso el mar es femenino, es la madre
que consuela y que le hace exclamar en el soneto VIII:
en tu mar compasiva vi el destello
del sino de mi patria! Mar que sana
con su grave sonrisa más que humana
Como la isla, la mar es el interlocutor con el que dialoga acerca de
la realidad .. Así en el soneto IX la visión que se nos ofrece de España es
realmente atroz; a diferencia de otros poemas donde la sátira giraba en
tomo a los gobernantes, en éste se nos muestra una imagen del pueblo
español «envilecida por la envidia», lo que provoca un profundo sentimiento
de dolor en el poeta. Ante este desolador panorama se refugia en
el mar que aparece como el «sanador» de las heridas del alma porque le
cura del «miedo» que le produce la visión de esta «noche» de España.
Frente a esta noche, el mar representa la luz porque:
nace en ti el sol y con rosado dedo
toca mi frente por tu amor curtida.
Y gracias al mar el poeta puede escapar de esa realidad y decir:
y yo, curado de la noche el miedo
despierto al sueño que es mi noble vida.
La imagen del mar ha quedado interiorizada; a través de su humanización
se ha desnudado el alma del autor, quien nos ha mostrado sus miedos
y sus angustias que solo encuentran consuelo en la contemplación del
mar; pero el mar no solo le alivia de los problemas sociales, es también el
sanador de sus angustias existenciales porque incluso en estos sonetos de
«mayor significado social», el mar se ofrece como vehículo para «sugerir»
cuestiones filosóficas; así puede verse en el ultimo verso. Una vez más
comprobamos que es imposible establecer una diferenciación temática
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en los poemas; en cada uno de ellos advertimos la única realidad social
y existencial que vive el autor; no obstante, cabe señalar que en algunos
sonetos predomina más un aspecto u otro.
En esta misma línea, en el soneto XXIII el mar despierta la conciencia
social de Unamuno; este poema gira en torno a dos polos antitéticos:
el mar y España. El primero representa la paz, el sosiego, el sueño que
anhela el autor; es casi un dios a través de cuya voz ( «susurro, oración»)
sueña que recupera la fe, la ilusión de creer que también sus palabras, su
obra, pueden servir para acabar con la« España escarnecida». El mar le
induce a gritar, a consagrar su vida a acabar con el silencio de España,
el «mar de piedra» que «al callar olvida».
Es tu oración sin fin canto sublime,
me traes, trayendo fe, las horas lentas
que me trillan el alma y luego avientas
mi grano con tu brisa que redime.
Si en el poema anterior el mar da fuerza al autor para luchar y despertar
la conciencia social, en otros, como en el XXVII, le sirve de confidente,
es el amigo ante el que desahoga su tristeza y su nostalgia, su anhelo de
paz y de <<olvido», cansado pero no vencido, de esta lucha que da sentido
a su obra y a su vida.
Olas que sois ensueños del Océano,
y en cúya vista mi morriña anego,
lavad meciendo mi pasión, os ruego,
mas sin abrirme el misterioso arcano.
Ya hemos apuntado que en los sonetos anteriores el mar está, relativamente,
ligado al contenido social de los mismos; en otros, en cambio, el
significado espiritual, que se va intensificando a medida que avanzamos
en la obra, se hace más evidente. Así, en varios poemas, partiendo de
una realidad personal, más o menos concreta, se expresa el anhelo de
eternidad a través de la fusión con el mar. En el XXXI, la contemplación
del mar esperando un barco que le lleve a París, le invita á plasmar en
versos (las olas «son sonetos de la mar») su comunión con el océano y su
deseo de permanecer, como el mar, aunque todo cambie. Ya conocemos
el sentimiento contradictorio que da sentido a la vida de Unamuno; por
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eso, a pesar del cansancio que implica vivir en permanente agonía, y del
anhelo de evasión, el poeta nunca dejará de luchar:
pasan las obras, pasan las naciones,
queda la mar, guardando sus secretos;
calma su espuma nuestros corazones
cansados podrá ser, nias nunca quietos.
Como ya advertimos al tratar de Fuerteventura, también cuando se
identifica con «la mar», se produce un proceso de espiritualización en
el que, como apunta en el comentario al soneto XXXII, llega a «una
comunión mística con ella, donde he sorbido su alma y su doctrina»:
Ya como a propia esposa al fin te abrazo,
¡oh mar desnuda, corazón del mundo,
y en tu eterna visión todo me hundo
y en ella esperaré mi último plazo!
El anhelo místico lo hallamos también en el soneto XXXIV, uno de
los más profundos del libro. La noche y el mar se humanizan para mantener
una relación de dos amantes apasionados que aparece descrita de
un modo muy sugerente: se ciñen, se besan, se derriten en un abrazo.
Pero este amor apasionado no se da solo entre los dos amantes, inunda
todo el universo (las estrellas) y también envuelve el alma contemplativa
del poeta que queda enredada en el deseo de unidad absoluta, de
identificación con Dios.
La mar ciñe a la noche en su regazo,
y la noche a la mar, la luna, ausente;
se besan en los ojos y en la frente;
los besos dejan misterioso trazo.
Derrítense después en un abrazo,
tiritan las estrellas con ardiente
pasión de mero amor y el alma siente
que noche y mar la enredan en su lazo.
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Y en ese estado de éxtasis, de nuevo el contraste: en «la oscura lejanía»
el alma cree encontrar el germen eterno «de su origen/cuando con ella Dios
amanecía»; solo en ese estado se acerca al sentir primigenio del tiempo
en que Religión, Filosofía y Poesía eran una misma realidad. Y ahora, al
volver los ojos hacia el mundo, constata que las leyes establecidas por los
hombres («necios») para «regirn la sociedad no explican el sentido de la
vida o el misterio de Dios, que solo puede ser vivido por la «piedad del
alma», no sujeta a leyes. Por desgracia, este anhelo de espiritualidad no
está inscrito en las «leyes que son las que nos rigen».
No es necesario insistir en que para Unamuno el mar, el cielo, la
noche, las estrellas, toda la Creación, de la que también forma parte el
hombre, es una sola realidad. Por eso la Naturaleza puede reír, hablar,
soñar, amar, besar, y ser guía de la vida del ser humano. En el soneto
XXXV el horizonte expresa la unidad del universo pues en él se funden
cielo y mar; la visión extática de esta «raya celeste de la mar serena»
justifica su ansia de eternidad porque ella es la palabra original
la que nunca se tuerce ni resiente,
la que mide los cielos sonriente
y a nivel de razón al mundo ordena.
Es Dios quien habla a través de la creación, el interlocutor de Unamuno.
Podemos comprender a través del poema el profundo poder de
la palabra como medio de creación.
En otros poemas (XLVII), tras negar el hastío vital como forma de
vida, clama al mar que se halla en continua «sacudida», y que simboliza
el deseo de plenitud, de vida, de lucha eterna:
¡La mar, la mar, la mar! Amar la vida
y amamantarse de la lucha eterna
sentir el mimo de su sacudida.
De nuevo, la necesidad absoluta de espiritualización y comunión con
la Naturaleza podemos verla a través de los versos del soneto XLVIII:
412
«¡Mar!» es el sino que sella mi suerte,
mar que entre luces te escondes y celas
nunca en el cielo deje yo de verte.
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En los sonetos comprendidos entre los números L y LIII el mar aparece
casi como un ser divino capaz de subyugar, de modo inevitable, al autor;
pero el mar, al mismo tiempo que divino, es profundamente humano, por
eso se convierte en el interlocutor del poeta, y, en nombre de él, de todos
los hombres. A través de un lenguaje profundamente metafórico, aquel
aparece como vehículo para expresar las grandes inquietudes filosóficas
y existenciales que preocupan al poeta.
El mar es la madre consoladora que con «insondables ternezas» nos
mece en su regazo y nos tranquiliza; si la tierra es símbolo de sufrimiento
porque en ella, dice el autor, que «duda» y «suda», el mar encarna la
paz espiritual pues es «del Señor escudo» y «pulso del mundo»; pero
el mar es también lo eterno, lo inmutable, lo intrahistórico. Así, en el
soneto L, la eternidad del mar queda reflejada cuando, refiriéndose al
mar, dice del mundo:
de su augusta niñez guardas memoria
y tu cantar, preñado del olvido,
descúbrenos el fondo de la historia.
El poema LI no es nada más que una prolongación del anterior; escritos,
probablemente, uno a continuación del otro, ponen de relieve la
imposibilidad de expresar en un solo poema la profunda significación
vital y espiritual que para Unamuno posee el mar. En estos poemas y en
los siguientes se intuye la necesidad de desahogo, que no se manifiesta
a través de la rabia o el sarcasmo, como se ve en los primeros poemas
de la obra, sino a través de una creciente abstracción en los temas que
reflejan el profundo malestar existencial del autor; la expresión· del
mismo se evidencia a través de un prolongado diálogo con el mar que
pasa a ser su mejor interlocutor, el «alter ego» del poeta, que sueña con
la verdadera «realidad».
En pocos poemas como en el LI se refleja con tanta vehemencia un «sí»
al mar como símbolo de la vida; el mar es música que «a soñar ayuda»,
que da «aliento/ al alma que en sus olas se desnuda», es también «sangre
redentora» y es eternidad:
sangre que es vino en la celeste mesa;
los siglos son en ti una misma hora .
y es esta hora de los siglos huesa.
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Como señala A. Suárez Miramón,
«el mar incluye el símbolo de vida, de muerte y resurrección. Adquiere
así un sentido espiritual la Naturaleza, resultado del proceso de
humanación que se observa en su poesía. Ya desde libros anteriores el
femenino aplicado al mar lleva implícito el sentido de vida; aquí ésta ya
es vida material y espiritual».
En el soneto LII volvemos a encontrar al mar como el interlocutor
ante el que el poeta expresa la angustia que le provoca la sinrazón de la
vida humana, que está abocada a la muerte; solo oyendo la voz del mar
«que cantando gime», aquel siente, por un lado, el consuelo de tener
que nacer para morir pero, por otro, la certeza de esa muerte abocada a
la nada; por eso Unamuno expresa su deseo y su miedo de saber lo que
dice el mar:
¡Dime qué dices, mar, qué dices, dime!
Pero no me lo digas; tus cantares.
son en el coro de tus varios mares
una voz sola que cantando gime.
En el último soneto de este grupo (LIII) dedicado al mar, se acentúa
la visión trascendental de la Naturaleza que permite al alma, «lágrima
de las olas gemebundas», fundirse con el cielo, el mar y las estrellas
en un mismo anhelo de eternidad. La exaltación de la Naturaleza
que se hace en los dos primeros cuartetos acentúa la agonía del alma
humana:
Como en concha sutil perla perdida,
lágrima de las olas gemebundas,
entre el cielo y la mar sobrecogida
el alma cuaja luces moribundas
y recoge en el lecho de su vida
el poso de sus penas más profundas.
Es significativo el valor universal del poema que se desprende de
la ausencia de diálogo y de la no presencia del autor; sin embargo, su
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profundo lirismo y la melancolía final del mismo hacen de éste uno de
los sonetos más íntimos y representativos de esta obra.
Pero el mar no es solo consuelo de angustias existenciales; las olas
también le consuelan de la nostalgia que le causa el paso del tiempo y
la lejanía de su tierra natal. El mar es el puente que le une a su pasado,
que le lleva a su infancia de la que añora la inocencia, la pureza y la
ingenuidad de la que parece hablarle el mar; así podemos advertirlo en
el soneto XL:
¿Cuál de vosotras, olas del olvido,
trae acá los zortzicos danzarines
de los regatos de mi dulce nido?
En otros momentos, a través del océano, Unamuno revive la osadía y
la grandeza de su pueblo vasco (XLIX); el mar es eternidad porque identifica
pasado y presente, cielo y tierra en el alma del autor, porque :
cunada en el sosiego de esta playa,
os sueña con morriña el alma mía.
En el soneto XLI, curiosamente fechado el mismo día que el anterior,
la melancolía que el mar le susurra se convierte en lamento de una
realidad, la de España, que le duele en el alma:
«Del fiero golfo de Vizcaya llego»,
me canta una ola y a mis pies perece
y con su canto de agonía mece,
Dios mío, esta zozobra en que me anego.
El mar es también un amigo que comparte las penas del autor, que
sufre con él (LVIII): «y tus quejidos/añaden a los mío.s pesadumbre».
Desde París, la nostalgia intensifica la visión espiritual del mar. En el
comentario al poema LXXIII dice Unamuno:
«Lo que más echo de menos aquí, en París, es la visón de la mar. De
la mar que me ha enseñado otra cara de Dios y otra cara de España, de la
mar que ha dado nuevas raíces a mi cristiandad y a mi españolidad».
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22 María Cruz García Hernando: Fuerteventura y el mar en De Fuerteventura a París
Desde el recuerdo, Unamuno revive la comunión con la Naturaleza,
con Fuerteventura y el mar, en una visión extática que le reconforta y
que refleja la profunda huella que la experiencia del exilio ha dejado en
su obra y en su alma:
¡Oh, mar salada, celestial dulzura
que embalsamaste mi esperanza loca,
me sube a los ojos y a la boca
cuando revive en mí Fuerteventura!
Espero aún, ya que mi fe perdura
fraguada allí sobre su roca, roca;
el sol eterno con su luz la toca;
de todo frágil barro la depura.
Colmo de libertad, frente al Océano,
donde la mar y el cielo se hacen uno
sobre mi frente Dios pasó la mano;
con tal recuerdo mi esperanza vana cuno
sostiéneme en este camino vano
y alimenta a mi espíritu en su ayuno.
BIBLIOGRAFÍA
SUÁREZ MIRAMÓN, Ana: Miguel de Unamuno, Poesías completas.
3 vols, Madrid, Alianza, 1987-1988.
ZARDOYA, Concha: Poesía española del siglo XX Gredos, 1974.
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