LA CUESTIÓN DEL CARIBE EN LA ISLA QUE SE
REPITE (1989-1998) DE ANTONIO BENÍTEZ ROJO
FRANgOISE MOULIN CIVIL
(Universidad de París X, Nanterre)
Para Paul Estrade,
maestro y entrañable amigo.
«... hay una isla que se repite hasta
transformarse en meta-archipiélago»
Antonio Benítez Rojo,
La isla que se repite (p. 40).
1. PREÁMBULO
A la tópica cuestión de saber si existe o no un objeto llamado «Caribe»,
un buen número de respuestas han sido aportadas en las últimas décadas
que nos autorizan a considerarlo como tal sin, por ello, naturalmente, aducir
la idea preestablecida de una supuesta o real unidad orgánica o de cualquier
naturaleza que sea^ Reconozcamos simplemente que el Caribe, por
más de un motivo, ha sido siempre el objeto de una fascinación. A imagen
y semejanza del vórtice de un ciclón, se ha convertido en el centro de las
' En su propio ensayo, Antonio Benítez Rojo cita varios libros entre los que destacan
Sidney W. Mintz, «The Caribbean as a Socio-Cultural Área», Cahiers d'Histoire Mon-diale,
IX, 4, 1966, p. 914 y sig.; Eric Williams, From Columbus to Castro. The History of
the Caribbean, New York, Harper & Row, 1970; Franldin W. Knight, The Caribbean. The
Génesis of a Fragmented Nationalism, New York, Oxford University Press, 1978; Frank
Moya Pons, «Is there a Caribbean consciousness?», Américas, agosto 1979, p. 33 y sig. A
esta lista de obras en lengua inglesa, cabe añadir otras referencias, en español o en francés
(¡otras dos lenguas del Ceiribe!), que nos han sido sugeridas por nuestra colega Sandra Hernández:
Édouard Glissant, Le Discours antillais, París, Seuil, 1981; Andrés Bansart, El Caribe:
identidad cultural y desarrollo, Caracas, Equinoccio, Universidad Simón Bolívar,
1989; Paul Estrade, Les Antilles Hispaniques. Hommage á Robert Jammes, Anejos de Criticón,
n.° 1, Toulouse, Presses Universitaires du Mirail, 1994; Maryse Conde y Madeleine
Cotteret-Hage (ed.), Penser la créolité, París, Karthala, 1995.
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miradas y de las tensiones, en un núcleo de fuerzas centrípetas y centrífugas
que vuelven compleja y arriesgada su aprensión global. Allende la
imagen simplista del remolino, lo que se intenta decir es que el Caribe, por
su situación geográfica atomizada, por las convulsiones que marcaron y siguen
marcando su historia, por las disparidades que, aparentemente, le son
inherentes^, pero más aún por las interferencias culturales y simbólicas que
lo van conformando, este Caribe oscila sin cesar entre realidad y mito, generando
a la vez lecturas pragmáticas y lecturas imaginarias^.
Es precisamente en tal encrucijada y sin excluir eventuales aportes
complementarios o contradictorios, donde se sitúa, sin duda, el libro de
Antonio Benítez Rojo, La isla que se repite. El autor gustó de subrayar, en
lo que aparenta ser un subtítulo, que la edición de 1998 era la definitiva,
sustituyendo, diez años más tarde, la primera edición de la obra y mostrando
así la larga maduración de un proyecto concebido desde lo más íntimo'*.
En este libro de intuición y de reflexión, de amor y de homenaje, dedicado
a la cultura del Caribe, el ensayista cubano no deja de ser sin
embargo el narrador y novelista que todo el mundo conoce: el que obtuvo
en 1967 el prenúo «Casa de las Américas» para su libro de cuentos Tute de
reyes^, el que, sobre todo, ha emprendido un ciclo significativo, una trilogía
enteramente dedicada al Caribe, inaugurada por la novela. El mar de
las lentejas^, seguida por el ensayo fundamental que aquí nos ocupa, La
isla que se repite, y rematada por el libro de cuentos, Paso de los vientos''.
^ Detengámonos simplemente en el ejemplo lingüístico. Se hablan cinco idiomas en el
Caribe (el español, el inglés, el francés, el holandés, el portugués) a los que conviene agregar
varios dialectos locales.
' El estado más reciente de la cuestión lo encontramos en el «Dossier Caribe hispano».
Quimera, 193-194, julio-agosto 2000, pp. 27-87, en el que se analizan sucesivamente la historia,
la geografía, la literatura, la pintura, la música y las mitologías caribeñas.
'' Antonio Benítez Rojo, La isla que se repite. Edición definitiva, Barcelona, Mtirta Fo-nolleda/
Casiopea (col. Ceiba), 1998 (1.' ed., 1989). De ahora en adelante, indicaremos las
páginas del texto entre paréntesis.
^ id.. Tute de reyes. La Habana, Casa de las Américas, 1967. A este primer libro seguirá
inmediatamente un segundo libro de cuentos: El escuda de hojas secas. La Habana,
Unión, 1969, él también ganador de un premio, el «Luis Felipe Rodríguez».
* id.. El mar de las lentejas, Barcelona, Marta FonoUeda/Casiopea (col. Ceiba), 1999
(1.° ed., 1979). A esta novela, he dedicado un trabajo reciente: «Historia y ficción en El mar
de las lentejas (1979), de Antonio Benítez Rojo», ponencia presentada en el XIV Congreso
de la Asociación Internacional de Hispanistas, Nueva York, Gradúate Center / City Uni-versity
of New York, 16-21 julio 2(X)1 (en prensa).
^ Antonio Benítez Rojo, Paso de los vientos, Barcelona, Marta FonoUeda/Casiopea
(col. Ceiba), 2000.
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Es bastante decir, según parece, cuánto defiende Benítez Rojo la tesis de
una complementariedad intrínseca y provechosa de los géneros y de qué
manera es unitario el proyecto que sustenta su obra. Es muy posible que
esto tenga que ver con una situación de exiliado que, sin cesar, como en un
juego de espejos y espejeos, confronta al sujeto distanciado, desarraigado
con la imagen modelizadora de un Caribe único y múltiple, generador y
caótico.
2. TEORÍA DEL CAOS
No en vano se ha utilizado el calificativo «caótico». En efecto, la Teoría
del Caos, tomada prestada, entre otras ciencias, de las Matemáticas, y probable
avatar de la tan trillada postmodemidad, rige el método de aproximación
del que se vale Benítez Rojo, lo que él mismo llama su «relectura» del
Caribe. ¿Qué entiende él por «Teoría del Caos»?^
Parto del juicio de que lo Caribeño es un sistema lleno de ruidos y opacidades,
un sistema no lineal, un sistema no predecible, en resumen, un sistema caótico
más allá del alcance total de cualquier tipo específico de conocimiento o de
interpretación del mundo (p. 350).
Por otra parte, precisa el autor, la perspectiva no lineal, desordenada,
que propone la «Teoría del Caos», permite contemplar las numerosas y
complejas interacciones (Benítez Rojo utiliza el término angloamericano de
«interplay») que constituyen el tejido sociocultural del Caribe; tal enfoque
autoriza asimismo vincular campos aparentemente incompatibles: lo científico
y lo mágico, lo historiográfico y lo mitológico, lo profano y lo sagrado.
..; en fin, permite considerar al Caribe como «un sistema turbulento
bajo cuyo desorden hay regularidades que se repiten» (p. 351), es decir
como un sistema atravesado y vertebrado por ejes dinámicos, por perspectivas
plurívocas pero también por repeticiones. Repeticiones, constantes, re-currencias,
resurgimientos, cualquiera que sea la palabra para designar este
fenómeno, es de hecho su hallazgo el que contribuye a revelar el misterio
del Caribe y aclarar su opacidad. Como por un efecto mimético inevitable,
Benítez Rojo reflexiona a la luz de una teoría que, de buenas a primeras,
enuncia los rasgos presuntamente intrínsecos del Caribe:
* Para una explicitación parcial de las ideas desarrolladas en La isla que se repite,
véase Edmundo Bracho, «Entrevista con Antonio Benítez Rojo. El Caribe y la Teoría del
Caos», Quimera, 131-132, 1994, pp. 55-61.
361
... su fragmentación, su inestabilidad, su recíproco aislamiento, su desarrídgo, su
complejidad cultural, su dispersa historiografía... (p. 15).
Dicho de otro modo, la teoría que expone el autor cubano dista de sólo
arrojar luz sobre su método; al contrario, lo ejemplifica y lo justifica, sin,
por ello, pecar por psitacismo. El «discurso del método» es, desde este
punto de vista, al menos tan importante como los considerandos de este
mismo discurso. Insistiendo una y otra vez sobre lo contingente de tales
premisas, Benítez Rojo no deja de hilvanar metáforas y ensartar las mismas
palabras y nociones: inestabilidad, heterogeneidad, entropía, discontinuidad,
fi-agmentación, marginalidad, incoherencia, turbulencia, etc., palabras
todas, cabe admitirlo, muy de moda. Además, postula la hipótesis
de una isla-centro, la famosa «isla que se repite» tal un motivo musical^ y
formula, desde las primeras páginas, una definición del Caribe cuya pertinencia
viene justificada a lo largo de las cinco partes que configuran el libro
y cuyos títulos, la mayoría de ellos en singular, se inscriben en un innegable
propósito emblemático y antonomástico: «La Sociedad», «El
Escritor», «El Libro», «La Paradoja», «Los Ritmos». Esta definición del
Caribe, así enunciada, excluye la idea de un centro único y aboga, de
cierta manera, por un descentramiento permanente, una proliferación de
núcleos:
... el Caribe no es un archipiélago común, sino un meta-archipiélago [...], y como
tal tiene la virtud de carecer de límites y de centro. Así, el Caribe desborda con
creces su propio mar [...] es el último de los grandes meta-archipiélagos (p. 18).
Una vez explicitados estos datos previos, conviene interrogar el método
de Benítez Rojo, tanto como su discurso, un método que parece pertenecer
esencialmente a la Historia Cultural, en el sentido más amplio que
pueda tener ésta, a saber en su triple relación con la Historia (más la de las
ideas y mentalidades que la de los puros acontecimientos), con la Ideología
y, por fin, con las diversas formas de Expresión (tales como la literatura
o las artes visuales). Estas tres vertientes vienen muy exploradas en el
libro. Por otra parte, arrojar luz sobre este método, mediante un breve análisis
(más formal que de contenido), no se hará sin objeciones ni críticas
sin que mengüen por ello el interés e incluso la pasión que esta obra sabe
suscitar.
' Conforme al modelo de este esquema inicial, se repite, a lo largo del ensayo, un motivo
central recurrente, proliferante, el de la Plantación, núcleo significativo del sistema Caribe.
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El discurso del método, en Benítez Rojo, se construye esencialmente
alrededor de dos nociones claves que muy brevemente se van a comentar
en adelante'".
3. DIALOGISMO Y TRANSVERSALIDAD
Al principio del capítulo 4, consagrado a Femando Ortiz quien fue -según
Benítez Rojo- un postmodemo antes de la letra, el autor del libro introduce
una interesante cita del historiador francés Femand Braudel:
La interdisciplinariedad es el matrimonio legal de dos ciencias vecinas. Pero
yo, yo estoy por la promiscuidad generalizada (p. 180)".
No cabe la menor duda de que se apropia Benítez Rojo este punto de
vista. Se reconoce incluso en esta alegación el fundamento de su método.
Según él, el dialogismo es el fruto de una época esencialmente marcada por
el derrocamiento de los dogmas, de los postulados demasiado rígidos, de los
discursos y de los códigos culturales estancados. Además este dialogismo
induce una necesaria lectura transversal de los saberes y de los discursos
disciplinarios que así dejan de estar separados. Dicho de otro modo, las diversas
disciplinas que, hasta ahí, se proponían estudiar separadamente el
objeto «Caribe», tales como la econonua, la política, la historia, la cultura,
la literatura..., dichas disciplinas deben de ser confrontadas, incluso entrecruzadas,
y construir así un nuevo saber o, por lo menos, una percepción
inédita, capaz de aprehender no solamente el objeto «Caribe» sino también
sus márgenes, susceptible asimismo de constituir archivos in progress, sino
exhaustivos, al menos heteróclitos y complementarios.
Se trata, según los propios términos del autor, de una empresa de h-quidación
de la Verdad, de lo unívoco y de la autoridad de los saberes que
él justifica de la siguiente manera:
Estamos en los tiempos del blow up. Los términos «unidad», «coherencia»,
«verdad», «síntesis», «origen», «legitimidad», «contradicción dialéctica» y otros
semejantes se desmantelan... (p. 216).
Por supuesto, tal desmantelamiento, lejos de ser académico y dogmático,
autoriza cualquier lectura y favorece las aproximaciones más audaces.
"* Es evidente que el libro ofrece otras muchas vías de acceso.
" La cita, traducida por el propio Benítez, está sacada de Frangois Ewald y Jean-Jac-ques
Brochier, «Une vie pour l'histoire», Magazine Littéraire, 212, 1984, p. 22.
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abogando por una revisión de las lecturas existentes del Caribe (sólo se recordarán
aquí las dos más corrientes, la lectura unificadora vs la lectura di-ferenciadora),
abogando también por una aprensión simultánea de todos
los elementos fundamentadores del Caribe y, corolariamente, su total y
significante permeabilidad en un conjunto convertido en un sistema, por
así decirlo, de vasos comunicantes. Así es como Benítez Rojo opone al desarrollo
diacrónico de la Historia, un orden transhistórico^^, lo que lo lleva
a acercar entre sí los hechos, las obras, los conceptos, los referentes más
increíblemente diversos. De entre la tupida multiplicación, a veces excesiva,
de las formas que se repiten, sólo se aludirá aquí a las dos más emblemáticas,
que funcionan como leitmotivos obsesivos y unidades fundamentales
de significación a lo largo de todo el libro: la Plantación y el
Carnaval.
La Plantación, sistema con el que el autor vincula todo el devenir del
Caribe («la plantación», dice, «es mi vieja y paradójica patria» -p. 396-),
le permite primero abordar de manera transversal los campos de la Historia
(desde la época colonial hasta la era contemporánea), de la economía,
de la poKtica, de la literatura, de la mitología y así establecer puentes entre
Las Casas, Agustín Acosta y Nicolás Guillen, entre Wilson Harris y
Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez y Rodríguez Julia, Jamaica y
Cuba, el azúcar y el tabaco, el palenque y la irreversible africanización de
la cultura, etc. En cuanto al Carnaval, considerado desde el principio como
«la gran fiesta del Caribe» (p. 45), confiere a una improbable estética caribeña
su sentido, su razón de ser y su palabra clave: el ritmo. El análisis
conjunto y dialógico de Sensemayá, de Nicolás Guillen, de Concierto Barroco,
de Alejo Carpentier y de Drums and Colours, de Derek Walcott,
hace posible una aprensión global del Carnaval: más allá de la imagen tópica
del mundo al revés surge la de un conglomerado, de un espacio unifi-cador
e intemporal de deseos contradictorios. Ni degradación de los valores
ni perennización del antiguo orden, el Carnaval, para Benítez Rojo, es
el lugar por excelencia de la paradoja, del encuentro y de la fusión. No estamos
muy lejos del viejo mito de integración, tal como lo ilustran perfectamente,
por un lado, la historia, conocida y relatada por Benítez Rojo, de
los tres Juanes^^, y, por otro lado, la imagen archiconocida, propuesta por
'^ No estamos muy lejos de las teorías transhistóricas del Barroco que, en su época, de-sarroUíu-
on el catíilán Eugenio d'Ors o el francés Henri Focillon y que, salvando las distancias,
sirvieron de modelos a sus epígonos neobarrocos.
" Pertenece la leyenda a la tradición oral. Tres hombres humildes, nombrados Juan
Criollo, Juan Indio y Juan Esclavo, hallándose en un barco a punto de hundirse, fueron in-
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el propio Ortiz, del ajiaco. Por tanto bien se trata de dialogismo y de trans-versalidad.
4. POSTMODERNIDAD
En La isla que se repite, la postmodemidad es la perspectiva privilegiada
que permite ir más allá de la visión obsoleta que la Modernidad, según
parece, ha propuesto y que, siempre, ha encerrado al Caribe en un sistema
maniqueísta de oposiciones binarias y altamente simbólicas: negro /
blanco, esclavo / amo, colonialista / anticolonialista, violencia del poder
dominador / violencia del dominado, cultura popular / cultura elitista o sabia,
etc. El ensayista cubano, sin negar totalmente la pertinencia de tal
aprensión, pretende sobrepasar el hiato histórico que separa las razas, las
culturas, las sociedades, las economías y prefiere considerar al Caribe
desde el ángulo más amplio de un sistema «interactivo», sin duda más políticamente
correcto: «un mar cultural sin fronteras», como lo llama
(p. 350). Por otra parte, la visión estallada que, según Benítez Rojo, es lo
propio de la postmodemidad, confirma la idea de la inutilidad de encontrar
el origen de «lo caribeño». Por ende quiere decir que la única lectura ya
posible, a saber la lectura postmodema, que un día habrá que revisar también,
es la que toma en cuenta todos los paradigmas sin excluir a ninguno.
Tales paradigmas son, diacrónicamente hablando, los que han construido
el discurso sobre el Caribe: primero el paradigma premodemo, o sea las
creencias y las tradiciones afi-oeuropeas y afi-ocubanas; luego, el paradigma
moderno, o sea la visión binaria, antitética de la sociedad y de la
cultura. En Benítez Rojo, la postmodemidad, a pesar de su aspecto trillado,
dice sin embargo que no hay orden sin desorden y que, al contrario, su coexistencia,
incluso su reciprocidad, es productiva, en todo caso significativa.
Esta virtud ecuménica es sin duda discutible aunque el método propuesto
patentiza un sincero deseo de salvaguardar los ritos y los mitos
tanto como una no menos sincera voluntad de constmir el discurso sobre
el modelo de la imagen tópica (pero valedera) del solar, avatar cubano de
la plaza pública medieval, lugar de todos los encuentros y de todos los
mestizajes, lugar de los intercambios y de las promiscuidades, lugar del famoso
melting-pot. En este sentido, el Caribe sería el conglomerado al que
ya se ha aludido y cuyo centro y origen resultarían desconocidos. Pero
distintamente salvados por la Virgen de la Caridad del Cobre: hermosa parábola de la igualdad
y de la indiscriminación racial, social y cultural.
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también sería aquella totalidad que condenaría a quien intentara descifrar
sus signos a buscar sin cesar las figuras del Mismo (ajiaco, solar, cama-val,
concierto barroco, etc.)- Bien parece entonces que, paradójicamente, el
discurso de Benítez Rojo encierre al Caribe en una circularidad, una rotundidad
de las que no puede escapar y que reproduce, de cierto modo, la
imagen del encierro, de la finitud, vinculada ella también con la estructura
insular, aquí, multiplicada al infinito, atomizada en tantos pedacitos de tierra
como lo ostenta un meticuloso mapa del Caribe.
5. EPILOGO
Allende la innegable aportación al conocimiento del Caribe, la seductora
modernidad de este método y de este cuestionamiento lleva en sí sus
propios límites. En efecto, procurar fusionar sistemáticamente las aproximaciones
científicas, es correr el riesgo de la amalgama, quizás también el
de la deconstrucción epistemológica, de la diseminación del saber. Se reconocerá,
desde luego, en esta manera de ver, la huella del filósofo francés
Derrida y, en este conformismo postmodemo, cierta despreocupación muy
propia del tiempo. Son los mismos límites que se pueden reconocer en los
brillantes postulados neobarrocos de un Severo Sarduy"^ cuyo último libro
de ensayos se titula precisamente Nueva inestabilidad^^, y en el que repite
sin circunloquios que hoy la ciencia es un imaginario y que ha comenzado
«la aventura de la fragmentación, la era de la fractura»^^. Para quien conozca
la obra teórica de esos dos cubanos del exilio, surgen numerosas se-
''' Véanse mis estudios «Le néo-baroque en questíon», in Le néo-baroque cubain, América.
Cahiers du C.R.I.C.C.A.L., n.° 20, 1998, pp. 23-49 e «Invención y epifanía del neo-barroco:
excesos, desbordamientos, reverberaciones», in Severo Sarduy, Obra completa,
ed. Gustavo Guerrero y Fran§ois Wahl, 2 t., Madrid..., ALLCA XX / Archivos, 1999, II,
pp. 1649-1678.
'^ Severo Sarduy, Nueva inestabilidad, in Ensayos Generales sobre el Barroco, México-
Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica (col. «Tierra Firme»), 1987, pp. 7-49.
'* Ibídem, p. 25 (el subrayado es del autor). Es curioso comprobar cuánto el léxico utilizado
por Sarduy se asemeja al de Benítez Rojo: «... en lugar de la unificación, o de la totalización,
[la filosofi'a y los múltiples desarrollos de la lingüística estructural] avanzaron
bajo el emblema de la diseminación, la fi-actura y el corte insalvable. Pulverizar significados
y textos, hacerlos aparecer bajo otros textos; señalar la división, negar la unidad o la
prioridad del sujeto y de su monolítica emisión de la voz. Se prefiere lo fragmentario y múltiple
a lo definido y neto, la ramificación rizomática a la raíz; la esquizofrenia pulverizada
y discontinua, como la imagen del sujeto en un espejo roto, a la paranoia autoritaria, icó-nica...
{ibídem, p. 24).
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mejanzas entre sus discursos eclécticos. Sin que sea verdaderamente posible
afirmar con nitidez la cronología de las influencias recíprocas que marcan
sus escritos, lo que les aproxima es una lectura más sincrónica que dia-crónica,
más sintética que analítica. Tal y como los aficionados a las
curiosidades, van coleccionando objetos parciales (en los dos sentidos de
la palabra), sueltos, heteróclitos, para mejor juntarlos, de manera más poética
que metódica, más metafórica que crítica. Tampoco estamos lejos del
Lezama Lima de las «eras imaginarias» en esta visión de la Historia y de
la Cultura.
Se habrá comprendido que tal visión, que dista de ser ideológicamente
neutra, está profundamente ligada a la condición de exiliado y se inscribe,
sin duda a pesar suyo, en la célebre dialéctica del centro y de la periferia.
Perteneciente a la periferia, excluido del centro, el exiliado no deja de querer
regresar a él para volver a encontrar el origen y, de hecho, de negar sin
cesar el discurso dominante producido por el centro. En este caso, cuando
Benítez Rojo propone rebasar la lectura binaria, dicotómica, del Caribe, no
hace otra cosa que rechazar una visión de la Historia cuya modernidad y
vigencia distan de ser caducas y que inscribe, en la primera fila de sus preocupaciones,
el antagonismo secular de las relaciones socioeconómicas y
de los códigos culturales que le están vinculados.
No obstante, estas escasas reservas que atañen a la validez del método
de Benítez Rojo no disminuyen en nada la pertinencia y la sinceridad de la
lectura paradigmática que hace del Caribe. Ha comprendido especialmente
su profusa complejidad. La construcción que edifica es sumamente intelectual
-se subrayará al respecto la notable riqueza intertextual de La isla
que se repite-; pero, al mismo tiempo, se hará hincapié en la sensualidad,
la pasión y la subjetividad que acompañan su démarche. En cuanto a la
transgresión permanente de los límites disciplinarios, aquella que incita al
autor cubano a pasar ex abrupto del sistema coercitivo de la plantación a
la poesía de Nicolás Guillen, de los ritos afrocubanos a la narrativa de Car-pentier,
de la transculturación al Big Bang, del carnaval a la obra de Fernando
Ortiz, pues aquella transgresión revela también una serie discontinua
de recurrencias y autoriza una tentativa de lectura plenaria del Caribe,
en sus múltiples estratos y ramificaciones. Es como si Benítez Rojo hubiera
creado un sistema de lectura del Caribe a imagen y semejanza del que
inventara Roland Barthes, para Japón, en L'empire des signes^^. Aquí, se
hablará más bien -haciendo un fácil juego de vocablos- de un imperio de
" Roland Barthes, L'empire des signes, Ginebra-París, Skira (Les Sentiers de la Créa-tíon)
/ Flammarion (Champs), 1970.
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signos que, solicitados desde su propia atomización, contribuyen a construir
el sentido de una totalidad.
En definitiva, esta dispersa aproximación, paradójica porque la diseminación
apenas oculta una búsqueda de la unidad (por más ilusoria y derrotada
que fuese), pretende reproducir, sin duda inconscientemente, la
propia dispersión del archipiélago'^, convertido, por la fuerza de las palabras
y de las cosas, en un juego de paciencia y de memoria, un rompecabezas
que el autor se propone reconstituir desde la lejanía y la añoranza,
preso consintiente de un viaje a la semilla que da fe, por si fuera menester,
de que querer remontarse al origen siempre se inscribe en una empresa
identitaria de legitimación y en una suerte de búsqueda utópica:
En última instancia la medida de la «caribeñidad» es la búsqueda de lo caribeño,
independientemente del puerto o puerta desde donde se emprenda esta búsqueda.
En realidad, el Ser caribeño tiene que iniciar el viaje utópico hacia su reconstitución
desde un espacio cultural que queda necesariamente «afuera», ya se
refiera éste a Europa, África, Asia o América en tanto foco dominante en su sincretismo
(p. 278).
'* «Dispersión» no es aquí palabra vana ya que Benítez Rojo no impone límites geográficos
a «su» Caribe que remite a Cuba, a Jamaica, a Venezuela tanto como a Brasil.
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