LA PRESENCIA FRANCESA EN LA ISLA DE CUBA
A RAÍZ DE LA REVOLUCIÓN DE SAINT-DOMINGUE
(1790-1809)
ALAIN YACOU
(Universidad de las Antillas y Guyana francesas,
Centro de Estudios y de Investigaciones Caribeñas)
Como es harto sabido, los disturbios acaecidos en la parte francesa de
la isla de Santo Domingo a raíz de la Revolución francesa y a continuación
del tremendo estallido de la Revolución negra de Haití, provocaron la emigración
a la isla de Cuba de numerosos refugiados civiles despavoridos así
como militares desbandados.
Dichos refugiados se implantaron a lo largo del territorio cubano tanto
en las ciudades como en las zonas rurales. Ahora bien, tradicionalmente, los
estudiosos han tratado de valorar esta presencia francesa tan sólo en la parte
oriental de la isla, es decir en donde fueron más numerosos los que huyeron
de la tormenta y todavía siguen visibles las huellas de los mismos ^ Más aún,
que nos sea permitido agregar que, salvo contadas excepciones, sigue siendo
tema silenciado la presencia de un grupo de mulatos y negros franceses,
como se decía en aquel tiempo, puesto que casi siempre se estuvo a la mira
de las actividades sociales y económicas de los refugiados blancos^.
Por lo mismo, trataremos de apreciar en todo su significado dicha presencia
francesa en la isla de Cuba al alborear el siglo XDÍ. En base a ello,
aparece obligado el estudio de los tres grandes lincamientos que ofrece la
dinámica migratoria que nos ocupa. A saber: su periodización, su demografía,
su sociología.
' Alain Yacou, « La diaspora domingoise a Cuba, 1790-1813: du legs des historiens cu-bains
du XIX.° siécle aux travaux actuéis », in Haíti et l'aprés-Duvalier, continuités et rup-tures,
bajo la dirección de Cary Héctor et Herard Jadotte, Montréal et Port-au-Prince 1991,
t. 2, chap. 19, pp. 421-444.
^ Olga Portuondo Zúñiga, «La inmigración negra de Saint-Domingue en la jurisdicción
de Cuba (1798-1809)», in Espace carcübe, Revue intemationale de Sciences Humaines et
sociales, MPI, Université de Bordeaux III et CERC, Université des Antilles et de la Guyane
(1998), n.° 2, pp. 169-198. AlainYacou, «Esclaves et libres fran9ais a Cuba au lendemain
de la Révolution de Saint-Domingue», in JahrbuchfUr geschichte von staat, wirtschaft und
gesellschaft: Latein Amerikas, band 23, Bóhlau Verlag Koln, Weimar Wien, 1991, pp.
163-197.
219
1. EL FLUJO MIGRATORIO (1790-1805)
Cabe recordar que durante el período que va de 1791 a 1805, la inmigración
francesa de Saint-Domingue fue llegando a Cuba por etapas: cinco
en total según nuestros propios cómputos.
1.1. LOS PRIMEROS REFUGIADOS (1791-1792)
La primera migración corresponde con la salida de varios individuos
precavidos cuando ocurrieron en la colonia varios choques entre las distintas
facciones blancas y mulatas y sobre todo al estallar la famosa insurrección
de Boukman que asoló la Plaine du Nord en los contomos del
Cabo Francés (Guarico), o sea la parte más rica de Saint-Domingue, en la
noche del 21 de agosto de 1791.
En realidad, muy pocos refugiados pudieron radicarse en la isla de
Cuba en aquel entonces. A este respecto, éste no ha sido, ni mucho menos,
el único lugar adecuado para los que únicamente habían podido salvar la
vida huyendo de la catástrofe. En estas circunstancias, la parte española de
la isla de Saint-Domingue desempeñó un papel de primer orden ya que a
fines del año 1789 y sobre todo a principios del siguiente, tanto familias
enteras con sus esclavos, como individuos desamparados, cruzaron la frontera,
siendo acogidos en los poblados españoles cercanos, en especial San
Miguel de la Atalaya^.
De hecho, en la isla de Cuba, en donde a instancias de los gobernantes
españoles las autoridades extremaron la vigilancia para resguardarla de
todo contagio revolucionario, no fue sino hacia finales del año 1791
cuando aparecieron en el puerto de Baracoa los primeros refugiados cono-cidos'*.
Se trataba de auténticos dueños de cafetales e ingenios de azúcar.
Deseaban casi todos afincarse en las afueras de Santiago de Cuba. Pero
otros varios fueron a recalar a la parte occidental de la isla. Aquí interesa
citar el caso de un tal Jean Delaunay, oriundo de Burdeos, que no tardó en
fomentar una de las primeras haciendas cafetaleras francesas en la localidad
de Cayajabos. Ahora bien, no estará de más recordar que en aquella
misma época aparecen en el centro de la isla, en Puerto Príncipe (hoy Ca-
^ Archivo General de Indias (A.G.I.), Santo Domingo 954, Carta del capitán Núñez al
gobernador don Joaquín García, 20 de marzo de 1790.
" Archivo Nacional de Cuba (A.N.C.), Correspondencia, leg. 4, n.° 36, Lettre de M. de
Vaumeuf, habitant á Jérémie au gouvemeur de Santiago de Cuba, 1." novembre 1791.
220
maguey), unos que otros «negros franceses», los que habían sido llevados
por sus amos en su huida. Por supuesto, volveremos a mencionarlos a su
debido tiempo, dada la trascendencia de los hechos que protagonizaron
unos años después.
1.2. LOS EMIGRADOS MONÁRQUICOS HISPANÓFILOS
Entre 1792 y 1795 se produce una verdadera oleada de refugiados, la
cual ofrece rasgos peculiares como se notará. Las razones de este importante
cambio son diversas: en primer lugar, la posición de los mismos gobernantes
españoles al enterarse de la gravedad de la situación en la colonia
francesa. A este respecto, tanto el omnipotente ministro Floridablanca
como su sucesor el conde de Aranda en febrero de 1792 coincidieron en
dictar instrucciones que, del todo acordes con las disposiciones del Pacto
de Familia, evidenciaban la estrecha sohdaridad colonial que a pesar de las
discrepancias políticas entre los dos Estados seguía vigente frente al incipiente
peligro negro.
En estas circunstancias, cuando disuelta ya la Asamblea Legislativa
en Francia, el 21 de septiembre de 1792, la Convención se hizo con el poder
revolucionario en París, y a mayor abundamiento, después de la ejecución
de Luis XVI, siendo proclamada la República, los colonos monárquicos
de Saint-Domingue así como varios aristócratas hispanófilos
empezaron a alistarse en el ejército o en la armada de Su Majestad Católica.
Así se explican las gestiones de Monsieur de Fontanges en la parte
española de la isla de Saint-Domingue, y más aún en Santiago de Cuba
el 25 de abril de 1793 las de Vézien des Ombrages, gobernador que fue
de Jérémie en la parte francesa: se trataba pues de utilizar los territorios
españoles circunvecinos como otros tantos bastiones de la contrarrevolución,
según, parece, un proyecto formado por el Estado mayor francés de
la Emigración, lo que, en rigor, no se consiguió del todo, dado el torcido
ardid del duque de Alcudia secundado por el intrigante gobernador de
Santo Domingo español y más aún el proyecto sutil del habanero Francisco
de Arrango y Parreño que patrocinó el mismo capitán general de la
isla de Cuba^.
' Alain Yacou, «La stratégie espagnole d'éradication de Saint-Domingue frangais»
(1790-1804) in Uespace caráibe, théátre et enjeu des luttes imperiales - XVI.'-XIX."siécle.
Actas du Colloque International du 30 juin-2 juillet 1995, M.P.I. Bordeaux, 1996, pp. 277-
293.
221
Sea lo que fuere, muchos han sido los que en base a ello empezaron a
solicitar derechos de ciudadanía en la isla de Cuba: el conde coronel Be-aumont
en San Antonio Abad, los dos de Chappotin, Francisco y Mariano
en San Marcos así como Paul Gleize de Maisoncelles, o Jean de Cheviteau,
Alexandre Kenskoff en Matanzas, Alexandre Benatour, Claude Rousset,
los Lachiche y los Robert, todos ellos en Remedios, para citar tan sólo a
los que fomentaron cafetales en el oeste y centro de Cuba.
Firmada la paz en Basüea, otros varios emigrados que se encontraban aüs-tados
en la parte española de Saint-Domingue se retiraron sin tardanza a la isla
de Cuba: si se exceptúa a Domingo Lafargue, cirujano que fue del ejército español
y padre del yerno de Karl Marx, el caso más significativo fue el del marqués
de EspinviUe que, a semejanza de su hermano el conde de Espinville, logrará
fomentar un cafetal en Melena en la parte occidental de Cuba, teniendo
por socio a Joseph Messemé, éste mismo se había alistado años antes en la escuadra
de Aristizábal. Por su parte, menos conocidos son los pasos que llevaron
a Cuba a cuantos colonos hispanófilos que se habían acantonado en aquellas
plazas de Bayajá, Dajabón y Montechristi que el gobemador de la parte
española don Joaquín García tuvo que entregar o retroceder en 1796 y 1797.
Aprovechando estas circunstancias, varios negros y mulatos franceses
pudieron arraigarse en la isla de Cuba, burlando a menudo la vigilancia de
las autoridades o gozando de la cabal anuencia de las mismas. Buena
prueba de ello, todavía en 1809, la propia esposa del general Biassou que
mandaba las tropas auxiliares negras de Su Majestad Católica en Santo
Domingo, vivía en Calvario, un barrio extramuros de La Habana.
1.3. LA EMIGRACIÓN ÚTIL (1795-1798)
Sin embargo, y por espacio de tres años al menos, inmediatamente después
de la Paz de Basilea (1795), las características del refugiado francés
cambian paulatinamente. Ya no es necesario aparentarse monárquico para
entrar en Cuba. Ya se habían acabado las campañas oficiales contra los republicanos
franceses a los que se tachaba de regicidas o propagadores de
las calamidades de la anarquía. Al revés, criterios de orden económico empiezan
a predominar en la implantación de los colonos franceses.
Así es como, atraídos por los más esclarecidos representantes de la saca-rocracia
habanera que, como se sabe, había concebido el plan de eliminar al
Saint-Domingue francés del mercado (mundial) del azúcar, llegaron a Cuba,
entre 1795 y 1798 importantes contingentes de técnicos, cuadros de plantación,
hacendados, administradores, mayorales o artesanos, vinculados a la pro-
222
ducción azucarera y cafetalera. Entre éstos merece señalarse la presencia del
famoso técnico Lardiére que, así como el ingeniero Esteban Boris, se asentó
en la parte occidental -en Güines- que fue en aquel entonces el polo por excelencia
de crecimiento de la economía de plantación azucarera cubana^.
1.4. LA HUIDA DE LOS ANGLOFILOS DERROTADOS,
LA DESBANDADA DE LOS MULATOS Y EL RETIRO
DE LOS ÚLTIMOS FRANCESES HISPANÓFILOS (1798-1802)
En los dos últimos años del siglo XVIII y los primeros del XIX llegaron
a Cuba nuevos refugiados -civiles y militares- que unos acontecimientos
de gran trascendencia en el orden político habían echado de la isla
de Saint-Domingue.
Unos tras otros, se trata primero de colonos anglófonos que tuvieron
que marcharse cuando se produjo la evacuación de la isla por las tropas británicas
de ocupación en 1798 -no todos fueron a recalar a Kingston-,
luego los mulatos seguidores del general Rigaud, obligados a su vez a
abandonar Saint-Domingue por la absoluta enemiga del vencedor Tous-saint
Louverture en la llamada Guerra del Sur (1799-1800), a continuación,
los refugiados que fueron expulsados de Jamaica a raíz de una supuesta
conspiración en el año 1800, y en último lugar los miles de colonos
franceses y españoles que se vieron en la precisión de huir cuando se produjo
la invasión de la parte oriental de Saint-Domingue por Toussaint-Lou-verture
en 1801, con notorios visos de aprovechar para sí mismo y a espaldas
del gobierno francés todo lo pactado en Basilea.
Tanto La Habana y Matanzas en el oeste de Cuba como Trinidad y
Puerto Príncipe en el centro, y con mayor razón Santiago de Cuba ofrecieron
un seguro asilo a todos.
1.5. EL GRAN ÉXODO: 1803-1805
La última oleada de refugiados corresponde con lo que se dio en llamar
la evacuación de Saint-Domingue. Los hechos son conocidos: «En in-
* Alain Yacou, «La présence frangaise dans la partie occidentale de l'íle de Cuba au
lendemain de la révolution de Saint-Domingue», in Revue frangaise d'histoire d'outre-mer,
t. LXXIV (1987), n.° 275, pp. 149 á 188. Aquí, remitimos al imprescindible El ingenio, de
Manuel Moreno Fraginals, La Habana, 1978, t. 1, pp. 60 y 75.
223
teres de la civilización», Bonapaite pretendía «destruir la nueva Argelia»
que «se organizaba en medio de América», según le escribía a Talleyrand
el 8 Brumario Año X (30 de octubre de 1801). En otros términos, había que
erradicar a Toussaint Louverture, artífice del «poder negro» en Saint-Do-mingue,
lo cual de suyo amenazaba el inveterado orden colonial^.
No se ignora cómo fracasó del todo la expedición francesa de 1802, al
mando del general Leclerc, cuñado del Primer Cónsul, cuyo cometido era,
entre otras cosas, el restablecimiento de la esclavitud en las colonias francesas.
La derrota del cuerpo expedicionario francés a lo largo del año 1803
determinó la evacuación de miles de supervivientes de la tormenta. La isla
de Cuba será, desde luego, el refugio obligado para todos ellos, al menos
para los que habían tenido la suerte de escapar a la persecución inglesa en
el mar. En una carta del gobernador de la parte oriental de Cuba, Sebastián
Kindelán, fechada el 31 de diciembre de 1803, se señalaba que, en los dos
últimos meses del mismo año, habían desembarcado por el puerto de Santiago
de Cuba un total de 18.213 personas exactamente, a las que se debe
agregar un sinnúmero de soldados y oficiales desbandados^.
Todavía en 1804 y 1805, se nota la llegada de varios centenares de personas
despavoridas que encontraron asilo en Baracoa y Santiago de Cuba:
estos últimos refugiados eran los que habían podido escapar a las alevosas
matanzas de franceses decretadas por el mismo Dessalines después de la
proclamación de la independencia de Haití.
2. GEOGRAFÍA Y DEMOGRAHA D E L A PRESENCIA FRANCESA
Había desaparecido para siempre la floreciente parte francesa de Saint-
Domingue tan elogiada por su mejor historiador, Moreau de Saint-Méry.
' Remitimos al conocido Toussaint Louverture, de l'esclavage au pouvoir noir de Fierre
Pluchon, París, 1979, pp. 219-325. Es de notar que el excelso investigador abrió novedosas
perspectivas de investigación en este terreno con su artículo, «Toussaint Louverture
défie Bonaparte: l'adresse inédite du 20 décembre 1801», in Rev. Frang. d'hist. d'outre-mer,
t. LXXVm (1992), n." 296, pp. 388-389.
* Archivo Histórico Nacional (AHN) Madrid, Estado, Correspondencia de los capitanes
generales, leg. 6366, caja 2, «Extracto de las embarcaciones y demás que han entrado
en este puerto con familias de la colonia de Santo Domingo desde el 15 del corriente, sus
pasageros y resumen de los antecedentes ingresos» en Informe del Gobernador Kindelán
del 31 de diciembre de 1803 que el Capitán General Someruelos ofició al Ministro Ceva-llos
el 31 de enero de 1804.
224
Muchos miles de supervivientes se habían trasladado a la isla de Cuba durante
los quince años del conflicto.
A este respecto, varios estudiosos han aventurado que hubo hasta
30.000 refugiados, lo cual no nos parece abultado si se tiene en cuenta el
hecho de que a los colonos blancos se juntaron un nutrido grupo de mulatos
y negros franceses (como se decía), libres o esclavos. Por otra parte, no
se debe perder de vista la multitud de soldados o mejor dicho de desertores
que se entremezclaron con los civiles. Es más, a los refugiados de
Saint-Domingue, se tienen que agregar todos aquellos que vinieron de Lui-siana,
de los Estados Unidos, de la misma Francia o de las Antillas menores
francesas. Desde luego, no todos se asentaron en la isla: para muchos
de ellos, en efecto, ésta no fue más que el lugar adecuado para un provisional
retiro.
Por lo mismo, nos parece que la única manera de llegar a concreciones,
despejando incógnitas o supliendo deficiencias, es atenerse a los censos y
padrones que las autoridades españolas habían mandado hacer en toda la
isla de Cuba, a raíz del consabido sublevamiento del 2 de mayo de 1808 en
Madrid contra el ejército invasor napoleónico.
Con toda certeza, se puede afirmar que ya se había producido en aquella
época una selección a la vez natural, social y cultural, mediante la cual
tan sólo habrían permanecido en Cuba los refugiados que se habían arraigado
en ella, contribuyendo a su desarrollo económico y social.
Según nuestros propios cómputos basados en las declaraciones de las
cabezas de familia y solteros ante las autoridades de Cuba, los refugiados
sobrepasaban las 10.000 almas, habida cuenta de los nacidos en la isla o de
los fallecidos, exceptuando la más de las veces, a los esclavos cuyo número
no aparece en todos los casos.
La gran mayoría de los franceses, o sea más de 9.000 personas, se encontraban
en la zona oriental: tan sólo la jurisdicción de Santiago de Cuba
arrojaba la cifra de 7.449 personas de todas condiciones étnicas, esclavos
incluidos, cabe subrayarlo, según el empadronamiento realizado en 1808,
de todos los habitantes de la ciudad y de sus alrededores. Los franceses
representaban allí el 22% de la población, mientras que alcanzaban un
30% en Baracoa con 1.700 personas. En cambio, en Holguín, eran 37
franceses solamente... En la parte occidental, la colonia francesa implantada
en tres zonas distintas rayaba en un millar de personas de estado libre,
o sea 269 en Pinar del Río, 367 en La Habana, 292 en Matanzas. En
la parte central vivían unas 202 personas en las cuatro villas de Santa
Clara (17), Sancti Spirirus (33), Trinidad (43), Remedios (50) y en la de
Puerto Príncipe (59).
225
Ahora bien, sin llevar a extremos el estudio demográfico comparativo
de la presencia francesa en sus tres ubicaciones, basta con señalar unos datos
significativos.
En primer lugar, tratándose de los orígenes de los refugiados, si en la
zona oriental casi todos procedían de Saint-Domingue, en las demás zonas
del oeste y del centro, muchos habían llegado directamente de Francia o de
alguna otra colonia francesa, en especial de Luisiana. Así, en la zona occidental,
al lado de los 735 de Saint-Domingue aparecían hasta 128 de la
Nueva Orleans.
Quizás valga la pena señalar otro hecho aparentemente intrascendente:
es que a la inversa de lo que sucedía en la zona oriental, en Santiago de
Cuba específicamente, donde la mitad del grupo francés de condición libre
venía constituida de negros y mulatos (2.341 personas sobre 5.004), en las
otras dos, la colonia francesa era mayoritariamente blanca (en el centro, 9
de color sobre un total de 202 personas, 66 sobre 900 en el oeste). Por
ende, aún cuando fue modesto, el aporte demográfico francés, venía a reforzar
las tendencias que desde el punto de vista étnico diferenciaban el
este del oeste cubano.
Otro rasgo distintivo fue el alto porcentaje de varones entre los franceses
radicados en el oeste y el centro -respectivamente 515 varones contra
161 hembras y 108 contra 44— frente al relativo equilibrio que se podía notar
en la región de Santiago de Cuba en el Oriente -cualquiera que fuese la
casta o estado-. En total, 3.479 contra 3.970^.
El dato es de suyo elocuentísimo. Explica en parte la importante cuota
de criollas cubanas que habían contraído matrimonio con franceses en la
parte occidental. Estas representaban la cuarta parte de las mujeres casadas
del grupo. Asimismo vale la pena subrayar que sobre un total de 33 hombres
casados en la región central, 17 se habían unido con una hija del país.
Se sabe por otra parte que de los 50 niños con que contaba la comunidad
francesa en esta misma región, 27 eran hijos de madres cubanas, habiendo
nacido en total 33 en la isla. Así, de manera ejemplar, en el centro y en el
oeste de Cuba, se estaba formando dentro de la colonia francesa un sub-grupo
que se hallaba en vías de integración en la sociedad global, por con-
' 0 sea:
Blancos
Mulatos libres
Negros libres
Mulatos esclavos
Negros esclavos
Varones
1.420
656
145
175
1.083
Hembras
1.238
1.235
305
132
1.067
226
ducto de los privilegios que brindaban el consorcio y las ventajas que aportaba
el abolengo. En otros términos, estaba en marcha en algunas partes de
la isla un proceso de paulatina cubanización de buena parte de la colonia
francesa.
En resumidas cuentas, si por su volumen importante y composición ét-nico-
social equilibrada, los franceses asentados en la jurisdicción de Santiago
de Cuba constituían un grupo homogéneo de marcada tendencia en-dogámica
y por lo mismo capaz de vivir aferrado a sus padrones culturales,
a la inversa los que en número restringido vivían en las demás regiones de
la isla, estando en el mejor de los casos bajo el control diario de sus conciudadanos
cubanos, se vieron en la obUgación de compenetrarse con ellos.
3. APROXIMACIÓN SOCIOLÓGICA A LA PRESENCL\ FRANCESA
Tratándose del asentamiento e inserción social de los refugiados franceses,
quisiéramos apuntar en primer lugar que, en todas partes se les tributó
buena acogida, al menos en los primeros momentos, según los testimonios
autorizados que han sido conservados'^.
Por supuesto, al no ser masiva, la llegada de los franceses en el oeste y
en el centro de la isla no planteó problemas agudos de vivienda o de abastecimiento
como acaeció en Santiago de Cuba adonde un sinnúmero de
personas llegaron a veces tan sólo con la ropa que tenían puesta. Así, por
el mero hecho del desfase cultural entre las dos poblaciones no tardaron en
enfriarse las relaciones, siendo tremendo el impacto de la presencia francesa
sobre la adormecida ciudad. Todo ello explica que a principios de
1804, varios vecinos hayan elevado una súplica al soberano Carlos IV
«quexándose del lastimoso estado de esta ciudad con motivo de la entrada
en ella de veinte a veinte y dos mil franceses entre blancos, mulatos y negros
que tratan de formar establecimientos, y sobre la vida licenciosa y
deshonesta con que se conducen»''.
También, cabe señalar cómo las ideas de libertad e igualdad, así como
los demás principios democráticos acuñados por la Revolución Francesa,
los difundieron por doquier los negros franceses. Conocedores del decreto
de la Convención que, en 1794, promulgaba la abohción de la esclavitud,
'" J.M. Callejas, Historia de Santiago de Cuba compuesta y redactada en vista de los
manuscritos originales e inéditos de 1823 y precedida de un Prólogo por Femando Ortiz,
La Habana, 1911, pp. 65-66.
" A.H.N., Estado, Correspondencia... leg. 6366, caja 2.
227
algunos iban insinuando que todos los esclavos procedentes de las colonias
francesas eran libres. Es más, al finalizar el siglo XVIII, dichos negros
franceses, propagandistas acérrimos de las ideas libertarias, no dejaron de
fomentar varios alzamientos entre las dotaciones de las jurisdicciones de
Puerto Príncipe y Trinidad en la región central, provocando un gran terror
en el vecindario, como era de esperarse, al confesar los cabecillas su deseo
de hacerse dueños del país'^. No de otro modo, en nuestra opinión, apareció
en la isla de Cuba el incipiente abolicionismo negro protagonizado después
por José Antonio Aponte en la coyuntura de los años 1808-1814'^.
A la inversa -es justo apuntarlo- varios refugiados supieron granjearse
la amistad o la estimación de sus conciudadanos cubanos, gozando incluso
en ciertos casos de la consideración de la gente pudiente por evidentes motivos
de solidaridad de clase y de interés económico según las pautas de
una estrategia cumplidamente diseñada por el más prestigioso representante
de la plantocracia habanera en aquel entonces, Francisco de Arango
y Parreño'"*.
De hecho, convencidas de la utilidad de esa emigración, las autoridades
españolas habían hecho todo lo posible por favorecer la inserción de
los refugiados franceses. Se sabe que, junto a uno que otro de los ricos hacendados
que habían podido traer consigo a unos pocos esclavos, vino
gente de escasos recursos pero ducha en las artes mecánicas. Estos y aquéllos
dieron origen a un desarrollo artesanal y agrícola en las regiones donde
se asentaron.
Según la información que en los años 1808-1809 facilitaron los mismos
franceses, se conoce bastante bien la ocupación de la mayor parte de
entre ellos o sea la de la casi totalidad de los varones incluyendo a algunas
mujeres solteras que ejercían un oficio.
Pasando por alto los médicos, cirujanos y militares que conformaban
la minoría en todas partes, hay que notar la existencia de un alto porcentaje
de artesanos que obraban en las mismas ciudades -talabarteros, zapateros,
plateros, relojeros, silleros, cocineros, sombrereros, sastres, costureras,
lavanderas y panaderos- siendo éstos últimos los más numerosos en
'^ A.G.I., Ultramar, leg. 312, «Relaciones de los varios movimientos de negros acaecidos
en la Villa de Puerto Príncipe y en la ciudad de Trinidad de esta Ysla», 1798.
'^ Sobre Aponte, véase a José Luciano Franco, La conspiración de Aponte, La Habana,
1963, passim.
Hemos abordado el tema del abolicionismo negro en el artículo «La insurgencia negra
en la isla de Cuba en la primera mitad del siglo XIX», en Revista de Indias, vol. Lin, Madrid,
1993, pp. 23-51.
''' Obras de Francisco de Arango y Parreño, La Habana, 1952, pp. 382-383.
228
general. Por otra parte, eran muchos los artesanos y técnicos de plantación:
carpinteros, albañiles, toneleros, mayorales, maquinistas, ingenieros, agrimensores
e incluso obreros agrícolas.
Al lado de dichos artesanos y técnicos, los comerciantes siempre constituían
una minoría menospreciada por las autoridades por ser pernicioso
en su opinión todo tipo de comercio en manos de extranjeros. No obstante
en Baracoa y Santiago de Cuba, únicos lugares donde se encontraban armadores
y corsarios franceses, éstos gozaban de cierta consideración por
razones obvias.
En último lugar, venían los administradores y hacendados. Entre aquéllos,
los dueños de cafetales fueron los más numerosos. Muy pocos franceses
habían conseguido fomentar ingenios de azúcar. No obstante, muchas
veces les tocaba administrar unos cuantos mediante debidos contratos
con propietarios cubanos ausentes.
Sea lo que fuere, la presencia francesa ha sido decisiva tratándose del
despegue de la economía de plantación cubana. Así, en lo que se refiere a
la producción cafetalera, se debe tener en cuenta la existencia de hasta 115
cafetales franceses en toda la extensión al este y al sur de La Habana, 200
en los alrededores de Santiago de Cuba. Incluso en el centro de la isla de
rancia tradición ganadera, los franceses fundaron no menos de 20 cafetales
en poco tiempo.
Por lo demás, la demanda de tierra por parte de los franceses activó
en algo el lento proceso de demolición de las haciendas tradicionales
-los hatos- vinculadas a la economía ganadera, tanto en el centro como
en el este de la isla de Cuba. De todos modos, el precio de la tierra, mucho
menos elevado en cualquier parte que el que habían conocido en
Saint-Domingue, no podía ser de ninguna manera un serio obstáculo para
la adquisición de bienes raíces. A ello se agrega el hecho de que la venta
se hacía «a censo», circunstancia muy favorable para los que no tenían
sobrados capitales. También se tenía la posibilidad de alquilar tierras, llegado
el caso.
Aquí cabe recalcar la actuación benéfica del conocido francés Prudencio
Casamayor arraigado en la isla desde 1797, quien compró en 1802 a la
Real Hacienda tierras realengas en los alrededores de Santiago de Cuba,
así como los sobrantes del hato de Baraguas y parte de los corrales de Hon-golosolongo
y Dos Palmas, repartiéndolo todo por venta en lotes de diez
caballerías entre sus compatriotas^^.
" Juan Pérez de la Riva, «La implantación francesa en la cuenca superior del Cauto»
en El barracón y otros ensayos, La Habana, 1975, p. 387.
229
Por otra parte, puede asegurase sin temor a equivocarse que por medio
de los oportunos casamientos con criollas de Cuba, varios solteros pudieron
fomentar sendos cafetales en las tierras de sus padres políticos. Se debe
aclarar también cómo para salvar dificultades que no eran sólo de tipo financiero,
ciertos refugiados se vieron en la precisión de firmar contratos
con propietarios cubanos o formar sociedades entre sí para dar cima a sus
proyectos. La más famosa de aquéllas fue la que, a instancias del francés
Louis de Bellegarde, compró en 1803 y repartió las tierras del hato Santa
Catalina cuyo fomento dio origen a la ciudad de Guantánamo^^.
Por lo tanto, cafetales franceses hubo de todo tipo, desde los pequeños
fundos atendidos por reducidas dotaciones de menos de 7 esclavos, hasta
los mayores que contaban con más de 80, en la parte occidental específicamente.
En ésta última, así como en las demás en donde se afincaron los
franceses, la producción cafetalera se incrementó rápidamente gracias a la
aplicación de la tecnología avanzada que éstos poseían, así como la explotación
férrea a la que sometían a la mano de obra esclava. Por ende, el reverso
de la medalla fue el ingente desarrollo del cimarronaje en las zonas
montañosas aledañas a los cafetales franceses, en especial en el oriente cu-bano^^.
4. CONCLUSIÓN
Al finalizar la primera década del siglo XIX, unos acontecimientos de
orden internacional irían a alterar las relaciones entre los cubanos y los refugiados
franceses, dificultando los proyectos de inserción social de la mayoría
de éstos y dando al traste con los planes económicos de muchos de
ellos por no haber obtenido en la forma requerida sus cartas de naturaleza.
Nos referimos al alzamiento del 2 de mayo de 1808 del pueblo madrileño
contra el ejército napoleónico, noticia que llegó a La Habana el 17 de julio
de ese mismo año. Desde entonces, los miles de refugiados franceses
radicados en la isla estuvieron expuestos a la ira legítima de las poblaciones.
De hecho, el 28 de julio, el prudente Capitán General, marqués de So-meruelos,
mandó a todas las entidades administrativas y judiciales que establecieran
sin demora las nóminas de todos los extranjeros, con rigurosa
'* Regino E. Boti, Guantánamo, breves apuntes acerca de los orígenes de esta ciudad,
Guantánamo, 1912, passim.
" José Luciano Franco, Los palenques de los negros cimarrones. La Habana, 1973, pp.
102-104.
230
división entre los naturalizados y los que no lo estaban. Estos últimos debían
abandonar la isla en el más breve plazo.
La situación empeoró repentinamente a partir de 1809 cuando el
mismo Capitán General ordenó en su Proclamación del 12 de marzo la
constitución de Juntas de Vigilancia en toda la isla con el cometido de velar
por la expulsión de todos los refugiados desacreditados o de aquellos
que no hubieran abrazado con entusiasmo la causa española, estuvieran o
no naturalizados. En estas circunstancias, hubo en Baracoa y en Santiago
de Cuba algunos incidentes de relativa gravedad'^. Es más, en La Habana
y en buena parte de la zona de los cafetales franceses del oeste, estalló una
insurrección con patentes designios de asesinar a los refugiados franceses
y saquear sus bienes'^. Por lo tanto, presionados por los acontecimientos,
los colonos franceses en su mayoría iban a abandonar la isla para dirigirse,
unos a la Nueva Orleans, Filadelfia, incluso a Haití y otros a las colonias
francesas o inglesas del Caribe.
Se comprende por lo mismo cómo se ha perdido en varias regiones del
oeste y del centro la huella de la presencia francesa, cuando en otras regiones
de la isla sigue perviviendo todavía, en especial en el Oriente
adonde volvieron muchos de los expulsados con otros franceses más, una
vez terminado el conflicto franco español. Así, hoy en día, pueden verse
todavía en las sierras del Este los vestigios de las casas de vivienda de los
cafetales franceses o escuchar las canciones y toques de las famosas tumbas
francesas que siguen siendo testimonios del aporte lingüístico y cultural
de los negros franceses de Saint-Domingue arraigados en Cuba^°.
'* Alain Yacou, «L'expulsión des Fran9ais de Saint-Domingue refugies dans la región
oriéntale de l'íle de Cuba, 1808-1810», CaraveUe, 1982, n.° 39, pp. 149-164.
" Alain Yacou, «Les Franjáis du Sud-Ouest dans la Vuelta Abajo de Cuba au lende-main
de la Révolution de Saint-Domingue», en L'émigration aquitaine en Amérique Latine
au XIX.° siécle (textes réunis par Bemard Lavallé) M.P.I. Bordeaux, 1995, vide, pp.
39-43.
'^ Desde luego, remitimos tan sólo a algunos de los primerísimos estudios publicados
en el siglo XX sobre la presencia cultural francesa en el Oriente cubano o sea:
- José María Callejas, Historia de Santiago de Cuba, compuesta y redactada en vista
de los manuscritos originales e inéditos y precedida de un prólogo de Femando Or-tiz.
La Habana, 19 ü .
- Emilio Bacardí y Moreau, Vía crucis, Barcelona, 1914.
- José Mana Pérez, Santiago de Cuba en 1800, en E. Bacardí y Moreau, Crónicas de
Santiago de Cuba, 1925.
- Eduardo Montoulieu, «Influencia de la cultura francesa en la provincia oriental de
Cuba en los siglos XVín y XIX», en Revista de la Sociedad geográfica de Cuba, La
Habana, 1932, n."'' 1,2,3.
231
- José Antonio Portuondo, «La inmigración francesa: fomentos de cafetales. Las nuevas
ideas», en Curso de Introducción a la Historia de Cuba, La Habana, 1938.
- Francisco Pérez de la Riva, El café, historia de su cultivo y explotación. La Habana,
1944, La habitación rural en Cuba, La Habana, 1952 (este autor proporcionó toda la
información deseable a G. Debien, quien la recopiló en buena parte en su artículo
«Les colons de Saint-Domingue refugies á Cuba, 1793-1815» en Revista de Indias,
año Xin, n.° 54, oct.-dic. de 1953). Ahora bien, es justo realzar que Debien suministró
de su puño y letra datos solventes, fruto de su reconocida erudición por lo que
toca a la vida y hechos de los hacendados franceses citados por Pérez de la Riva, habiendo
tenido la oportunidad de someter a expurgo sistemático a varios «papeles de
familia» que por razones obvias no se encuentran en los archivos públicos franceses.
- Ernesto Buch López, Historia de Santiago de Cuba, La Habana, 1947.
- Francisco José Ponte Domínguez, La Masonería en la Independencia de Cuba..., La
Habana, 1951.
- Juan Pérez Villareal, Oriente, biografía de una provincia. La Habana, 1960.
- Elisa Tamames, «Antecedentes históricos de las tumbas francesas», en Actas del Folklore,
año L n.° 9, La Habana, septiembre de 1961.
- Femando Boytel Jambú, «Restauración de un cafetal de los colonos franceses en la
Sierra Maestra», en La Revista de la Junta Nacional de Arqueología y Etnología, La
Habana, 1962.
No obstante conviene citar, entre muchas otras, a tdgunas obras más recientes que vienen
al caso:
- Jesús Guanche, Procesos etnoculturales de Cuba, La Habana, 1983.
- Olavo Alen, La música de las sociedades de tumba francesa en Cuba, La Habana,
1986.
- Rafael Duharte Jiménez, «La huella de los emigrados en Santiago de Cuba», Revista
del Caribe, año IV, n.° 11, Santiago de Cuba, 1987.
- Isabel Martínez Gordo, Algunas consideraciones sobre Patois Cubain de F. Boytel
Jambú, La Habana, 1989.
232