LUIS MUÑOZ MARÍN O LA SUBVERSIÓN DEL PASADO
LIBIA M. GONZÁLEZ
(Universidad de Puerto Rico)
.nuestro programa es convertir la esperanza en historia;
convertir la esperanza de los puertorriqueños en la
historia de Puerto Rico del futuro inmediato. Una
breve ojeada al pasado nos revela cuánto de lo
que era esperanza en 1940 es historia hoy en 1956.
Luis Muñoz Marín, discurso de campaña
pronunciado por radio el 14 de noviembre de 1956.
Por algún tiempo la historia cultural sobre Puerto Rico ha afirmado que
el imaginario sobre lo «nacional» se originó en la década de 1930. Los trabajos
de intelectuales como Arcadio Díaz Quiñones^ y María Elena Rodríguez
Castro^ han estudiado cómo durante esos años un grupo significativo
de la intelectualidad del país, reunidos en tomo a instituciones como el
Ateneo y la Universidad de Puerto Rico (yo diría también al periodismo),
se dio a la tarea de elaborar un proyecto cultural como una alternativa a la
incertidumbre política y a la desastrosa situación económica del país.
Según estos estudiosos los treintistas buscaban dotar al país de un coherente
pasado histórico que le diera sentido familiar e identidad a los
puertorriqueños. Después de todo, la historia, como publicaba la revista
índice en 1929, «era la continuación de esfuerzos precedentes, de obstáculos
vencidos, de verdades compradas, de rectificaciones establecidas»^.
Los treinta por lo tanto parecen ser el período en que esta élite culta ex-
' Arcadio Díaz Quiñones, «Recordando el futuro imaginario: la escritura histórica en
la década del treinta». Sin Nombre, San Juan, vol. XIV, núm. 3, abril-junio 1984.
^ María Elena Rodríguez Castro, «Tradición y modernidad: el intelectual puertorriqueño
ante la década del treinta». Boletín del Centro de Investigaciones Históricas, Universidad
de Puerto Rico, Río Piedras, núm. 3, 1987-1988, p. 45.
' «La santa continuación», índice, Mensuario de historia, literatura y ciencia, año 1,
núm. 6, 13 de septiembre de 1929, p. 83.
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presa tener conciencia de sí misma y se autodenomina la generadora de
proyecto patriótico. «El pensador orienta al pueblo», expresaba José CoU
Cuchí en 1934, convencido de que «Puerto Rico posee todo lo que contribuye
a formar la personalidad de una nación»'*.
Se ha dicho que durante esta década la gestión intelectual buscaba un
instrumento de cambio que contribuyera a salvar el país de su desintegración
total frente a los Estados Unidos. Como todos sabemos, dos resultados
de esta búsqueda aparentan ser la renovación del movimiento inde-pendentista
en el seno del Partido Nacionalista^ y la fundación del Partido
Popular Democrático en 1938, ambos encabezados por la élite intelectual^.
Otras investigaciones también apuntan a que hubo una segunda etapa
de articulación de estos proyectos historicistas en la década siguiente.
Como indica María Elena Rodríguez Castro, durante dicha época buena
parte de la intelectualidad decide romper con su nacionalismo de Ateneo y
formular una agenda social cuyo objetivo principal era una participación
política más activa y el diseño de un programa político futurista que garantiza
la sobrevivencia del pueblo puertorriqueño dentro de los marcos de
una sociedad moderna pero en asociación a los Estados Unidos^. Una
nueva visión sobre la puertorriqueñidad menos amparada en los tiempos
pasados, se destaca en los intelectuales «treintistas» que se agruparon en el
seno del Partido Popular Democrático. Luis Muñoz Marín, el líder de este
partido en un célebre manifiesto daba un puntapié a los esfuerzos de su
propia generación y en 1936 decía lo siguiente:
Nosotros -todos los líderes de Puerto Rico, en el campo político, económico,
en el cultural- ... tenemos que crecer... Lo pasado es prólogo. Las carabelas de
Colón llegaron, Ponce de León conquistó y pacificó. Eso fue prólogo. Los españoles
del siglo XVI echaron los cimientos de una comunidad aislada en todo un
mundo nuevo. Y eso fue prólogo... Y el prólogo tiene que terminar hoy. Y hoy
tiene que empezar la obra en sí de un pueblo maduro y de una nacionalidad cons-
* José CoU Cuchí, «Relieves históricos de Puerto Rico», Puerto Rico, propaganda proturismo.
La Habana, Imprenta La Milagrosa, 1934, p. 10.
' Ver Luis A. Fetrao, Pedro Albizu Campos y el nacionalismo puertorriqueño, Río Piedras,
Editorial Cultural, 1990.
* Sobre las formas discursivas de los líderes del Partido Democrático véase Silvia
Álvarez Curbelo, «El discurso populista de Luis Muñoz Marín: Condiciones de posibilidad
y mitos fundacionales en el período de 1932-1936», en Álvarez Curbelo et al. Del nacionalismo
al populismo, Río Piedras, Ediciones Huracán, 1993, p. 13.
' María Elena Rodríguez Castro, «Foro de 1940: Las pasiones y los intereses se dan la
mano», en Álvarez Curbelo et al., op. cit., p. 61.
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ciente de sí misma tanto en el espíritu de ciudadanía como en el espíritu de patriotismo...*.
En el período de la década del 50, cuando el Partido Popular accede al
gobierno con el consentimiento del voto popular, su inmediata gestión fue
dotar al país de una Constitución política que legitimaba el Estado Libre
Asociado de Puerto Rico y sus emblemas constitutivos. El nuevo código,
aunque no ofrecía al país su soberanía política, garantizaba una autonomía
que permitía a las élites gobernar así como oficializar el discurso sobre la
identidad. Símbolos ya conocidos por la tradición como el himno «La Bo-rinqueña
», las banderas de Puerto Rico y Estados Unidos y las históricas
enseñas con que se distinguió a la Isla en los tiempos de España, permanecían
y permanecen todavía como emblemas oficiales del Estado Libre
Asociado. Inicialmente estos iconos se difundieron a través de los programas
culturales de instituciones como el Departamento de Educación y el
Instituto de Cultura Puertorriqueña, las cuales además divulgaron las efemérides,
levantaron museos sobre la «familia puertorriqueña» y monumentos
para animar la ilusión del pasado. El Estado Libre Asociado, a mi
modo de ver, creó, a través de estas instituciones, un lugar de convergencia
para los diversos relatos de la historia nuestra.
Como los intelectuales que le antecedieron antes de los treinta, Luis
Muñoz Marín, como otros treintistas, también elaboró su relato histórico a
tono con los tiempos fundadores del ELA en los cincuenta. ¿Dónde quedó
el pasado, la nación y lo histórico en su era de progresos? ¿Dónde quedaban
los relatos fundacionales de los treinta y de las generaciones anteriores?
¿Cómo se armó su relato? Esto es lo que examino a través de sus discursos
de la década de 1950.
«Toda construcción histórica presupone una vuelta atrás», sostiene Mi-chel
de Certeau^.
Al respecto creo poder afirmar que esta vuelta atrás tanto en el XIX
como en el XX en Puerto Rico fue como en toda historiografía una ruptura
con el tiempo anterior que colocaba a las generaciones nuevas de frente a
un pasado ya marcado por rupturas anteriores.
Como parto de la premisa de una ruptura, quisiera comenzar por las narrativas
que precedieron a Muñoz, y que para su generación habían sido
tema de estudio, creación y reflexión.
* «Muñoz Marín dirige un manifiesto a los puertorriqueños», El Mundo, 25 de junio de
1936, p. 1.
' Michel de Certeau, L'écriture de l'histoire, París, Editions Gallimard, 1975, p. 1.
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Arcadio Díaz Quiñones afirma que la obra del historiador Salvador
Brau se fue haciendo central en la tradición que ha dominado cultural y políticamente
en el siglo XX'". De mi relectura se desprende que, aunque las
historias de Brau sobre Puerto Rico y la colonización se convirtieron en
textos básicos en la enseñanza de la historia después de 1950 -tanto en las
escuelas como en la universidad-, su obra en los 1930 fue repensada por
escritores como Pedreira, en ánimo de alentar otro sentido a la puertorri-queñidad.
Pedreira, quien admitía que con Acosta y Brau empezó la filosofía de
la historia de Puerto Rico en el siglo XIX, rompió con los conceptos de
progreso, civilización y docilidad que sostenía Brau. En un tono pesimista
parece afirmar que el progreso no fue asunto del pasado sino del presente
y que el mismo era causante de la agonía de la sociedad. De esta manera
el progreso no era como para Brau una utopía de los tiempos venideros.
Decía Pedreira que así como se tenían más escuelas, más centrales (azucareras),
carreteras, oficios y profesionales también había aumentado «nuestra
desgracia colectiva». Para éste el progreso sinónimo de cantidad y no
de cualidad, no era asunto de civilización como para Brau, sino de cultura.
Compartía sin embargo con Brau la perspectiva del hombre culto. Una sociedad
civilizada tendría como guía y redentor al hombre culto. Al igual
que Brau, Pedreira reclama ese espacio para los intelectuales. «Hoy somos
más civilizados pero ayer éramos más cultos" -decía-, a la vez que señalaba
que la democracia estaba en crisis en el mundo debido a que el subir
los valores de la plebe bajaban los de los «selectos». El eco de la vulgaridad
de la muchedumbre eclipsaba a los inteligentes en el mundo de las
igualdades.
De modo que a Pedreira le preocupa el ascenso de la plebe. Con iguales
oportunidades para todos -apuntaba-, la plebe se ha sentido satisfecha
al ver subir sus valores a costa del descenso de los hombres cultos. De este
modo si en el siglo XIX se sueña con instrucción para la masa en el siglo
XX se denuncia como uno de los males de la democratización. Para escritores
como Pedreira la educación del nuevo tiempo beneficiaba a los ineptos
y no le rendía favores a los inteligentes^^.
Por ello Pedreira y hombres como Emilio S. Belaval, Vicente Géigel
Polanco y Miguel Meléndez Muñoz, entre otros, señalaron la urgencia de
'" Arcadio Díaz Quiñones, «Salvador Brau: la paradoja de la tradición autonomista».
La Torre, julio-diciembre 1993, año VII, p. 404.
" Antonio S. Pedreira, Insularismo, Río Piedras, Editorial Edil, 1978, p. 77.
12 Md, p. 79.
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crear una vida cultural y en el caso de Pedreira, de colocar «los mejores
hombres para los mejores puestos». La cultura de Pedreira no era popular,
sino de altura intelectual. Es por eso que él mismo rechaza las costumbres
del pueblo inculto y del campesino. De estos últimos, por ejemplo, le molestaban
sus «andrajosas» y «horrorosas décimas jíbaras». Proponía una
cultura antialdeana, un arte criollo superior al que hizo en el siglo XIX Manuel
Alonso en su obra El Jíbaro.
Por otra parte, Pedreira, al admitir que a los puertorriqueños les faltaba
construir su nacionalidad, sabía que para conseguir esa integridad
nacional era importante trascender la polémica racial y social, viva en el
país como herencia del debate partidista de principios de siglo. A ello
viene su exhortación y autorreflexión cuando declaraba que su deber
como el de los suyos era conseguir «una amorosa comprensión de todas
las clases, sin alimentar ese horrendo y bestial sentimiento de los prejuicios
sociales»'^.
La nacionalidad puertorriqueña en los treinta era como el progreso en
el siglo XIX, una ilusión y un proyecto. Para escritores como Pedreira no
era asunto de partidos políticos ni de elecciones ni de un Estado nacional
con himnos y banderas.
El proyecto cultural, en palabras de Emilio S. Belaval, resolvería el
problema más urgente de la vida puertorriqueña. Para éste como para Pedreira
lo nacional era un esquema cultural en que los puertorriqueños se reconciliaban
con su historia y con las proyecciones de la marcha del tiempo.
En este sentido, parecían seguir las palabras del intelectual español Samuel
Gili Gaya, quién desde las páginas de la Revista índice escribía: «La cultura
nace de adentro, no es cosa de sentarse a llorar por las ruinas de pretérito
sino escuchar el alma presente...iluminada de futuro»''*.
Tomás Blanco lo planteaba en su Prontuario histórico, el mismo que
realizó apoyado en las obras de Brau y de Paul Miller. Sobre el proyecto
nacional decía:
Seleccionemos y coordinemos los materiales de diverso abolengo para
crear una originalidad típica con raigambres en nuestras tradiciones y nuestra
idiosincrasia. Adaptemos de la civilización universal todo lo que pueda servirnos
para nuestra madurez y nuestro progreso; pero aspiremos a vivir dentro de
una modalidad cultural auténticamente acorde a nuestra isla y a nuestra manera
de ser'^.
'3 íbid., p. 31.
''' Revista índice, núm. 15, 13 de junio de 1930, p. 1.
' ' Tomás Blanco, Prontuario histórico, p. 148.
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Blanco entendía que la fórmula política que podía articular adecuadamente
ese proyecto nacional era la autonomía:
Necesitamos plena independencia; personalidad internacional para negociar
tratados comerciales por nuestra propia cuenta; real y efectivo self-govemment
que dignifique nuestra política, vigorice nuestro carácter y ejercite el sentimiento
de nuestra responsabilidad de pueblo'*.
MUÑOZ MARÍN O LA SUBVERSIÓN DEL PASADO
La historia que Muñoz elabora en 1950 comprende un pasado breve.
Su mirada más lejana la remonta a la ciudadanía de 1917 y a la década de
los treinta y su principal tema de reflexión es la trayectoria política de su
generación, de sí mismo y la del Partido Popular. Su relato es «una recapitulación
de lo político, lo económico y social de Puerto Rico durante los
últimos años».
En 1951, en un discurso pronunciado en el pueblo de Barranquitas, en
conmemoración del natalicio de su padre y líder autonomista del siglo
XIX, Luis Muñoz Rivera, establecía cuál era su perspectiva con respecto a
los otros. Dejaba claramente establecido que su recuento mostraba el «ensanche
de su propio pensamiento» y el de su generación.
Su recapitulación se iniciaba con una reflexión sobre los significados de
las palabras «Patriíi» y «Estado Nacional» y sobre cómo los acontecimientos
poKticos de las décadas anteriores al cincuenta le movieron a repensar los
conceptos que acorralaban a los miembros de su misma generación.
Su memoria se iniciaba así con su ejercicio, que nada tenía en común
con las narrativas anteriores, ni siquiera con las reflexiones elaboradas anteriormente
sobre la Patria. «La palabra -decía- es para que los hombres
se entiendan. Pero a veces hay palabras que por un tiempo hacen que no se
entiendan. En nuestro país, la palabra "patria" ha sido una de esas». Su generación
-«con más lecturas y menos sabiduría» según el propio Muñoz-había
postulado la idea del Estado Nacional, que Muñoz llamará a partir de
1949, la Patria-Concepto. Pero para él «el lenguaje -terreno de la movilidad
»- permitía considerar otros conceptos fuera de la rigidez de las alternativas
clásicas. Reconocía que el Proyecto Tydings le aclaró el entendimiento
sobre los significados y desde entonces substituyó la nacionalidad
por la patria-pueblo, la patria-paisaje o la patria-gente.
Ibíd., p. 149.
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Hemos de agradecerle a este Proyecto que, como gran golpe de maza, empezó
a obligamos a muchos a pensEír con mayor cuidado sobre si por devotos de
la patria-nombre, estaríamos siendo enemigos de nuestro pueblo, de la patria-pueblo.
Sin quererlo, por insuficiencia de pensamiento, por negligencia en el esfuerzo
de nuestro espíritu.
En diciembre de 1949 ya Muñoz distinguía su relato de las lapidarias
herencias de otros tiempos. Para él el pasado (los treinta) era confusión y
tenía como fisonomía el dolor, la escasez y las tribulaciones del espíritu.
Cargaba además con el espectro del nacionalismo que consideraba una enfermedad
mundial «obsolescente». Su memoria o recapitulación, por lo
mismo, no era nostalgia, tampoco recriminación, recuerdos ni reencuentros.
Era sobretodo explicación y glosario para los puertorriqueños que se
iniciaban en el ejercicio de los derechos civiles. También genealogía de la
era que él iniciaba con nuevos significados y que, contrario a la propuesta
de Pedreira, colocaba a las masas en el centro de la patria.
Su historia-memoria explicaba, conmemoraba y señalaba frases y
eventos para recordar. De su recuento se popularizaron «el status no está
en issue» y la idea del partido-patria, el partido de la gente. En su calendario
se fijarían las fechas de la historia de la gente: la ciudadanía, la fundación
del PPD y los días de la memorable Asamblea Constituyente.
El pasado como lo anunció en 1936 era prólogo, pero prólogo sedimentado
en aras de una historia no estática, que comenzaba no con la conquista,
ni con la memoria de los padres fundadores del liberalismo como
en los relatos tradicionales, sino con la fundación del Partido Popular. El
relato era explicación y legitimación fundacional. Los natalicios de Muñoz,
Barbosa, Baldorioty y los discursos de campaña contaban esa historia
comenzada apenas una década. Su historia exaltaba símbolos que en ninguna
manera eran comparables a las rígidas estatuas testigos de otros tiempos.
Representaban un origen, pero una memoria sin fisonomía, sino cambiante
y viva. A propósito, Muñoz se expresaba en su mensaje durante la
sesión inaugural de la Convención Constituyente:
Lo que ha nacido, a base del convenio con la Unión Americana, no es una estatua
bella, rígida e incambiable. Es un ser, es si se pudiera ampliar la palabra, un
status dinámico, una creación vital. El niño ha nacido. Pronto lo bautizaremos. Vamos
todos a criarlo'^.
La historia se iría levantando así en el orden sucesivo de las etapas de
una imagen en construcción.
" Discurso del 17 de septiembre de 1951, p. 2.
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Nada es estático. Todo, especialmente en estos tiempos, está en cambio y crecimiento.
Honrar el pasado no es añorar que el presente devuelva sus conquistas;
es fortificar las raíces del presente para el mejor florecimiento del porvenir'*.
Armando la memoria joven, Muñoz declaraba, como «momento histórico
», cada natalicio de un procer, el aniversario del partido o la inauguración
de algún complejo de nuestro progreso industrial. Su patrimonio: la
constitución, la bandera y el voto, así como los iconos de la abundancia y
el progreso para los 1950 tales como el aeropuerto, la industria y las termoeléctricas.
CONCLUSIONES
Las rupturas del relato de Muñoz con las narrativas históricas anteriores,
se daban en buena medida en la perspectiva desde donde miró al país
y en los significados que él otorgó a los conceptos tradicionales sobre la
nacionalidad, la civilización y el progreso. Su mirada al pasado no buscó
legitimidades ni parentescos, por lo menos en el período estudiado. El lugar
de encuentro era el de la ilusión y el diseño de un proyecto de transformación
para Puerto Rico.
Ibid.
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vador y santo de lo propio»^^. Además, tratándose de la esfera en que pudo
concretar mejor su capacidad creadora, esto es la de la cultura, había dictaminado
en fecha aún más temprana, en su artículo sobre Osear Wilde,
publicado en La Nación el 10 de diciembre de 1882, que «conocer diversas
literaturas es el modo mejor de libertarse de la tiranía de algunas de
ellas»^"*, y confirmó esta apertura de pensamiento en la práctica de su propia
crítica literaria. En efecto, si juzgó con una severidad quizás un poco
excesiva la cultura española del tiempo, al declarar en su comentario ya dicho
acerca de Francisco Sellen, que «los pueblos de habla española nada,
que no sea manjar rehervido, reciben de España»^^, ya el 23 de junio de
1881 había tributado en La Opinión Nacional de Caracas un caluroso homenaje
a Calderón, «aquel poeta potente que dio tipo al ansia de libertad
con Segismundo, y a la de dignidad con El Alcalde»^^; si se mostró también
algo severo con los parnasianos y los decadentes franceses, celebró
singularmente a Víctor Hugo y a Flaubert; si dedicó apenas a Henry James
una alusión nada grata, supo mejor que nadie valorar a Emerson, el 19 de
mayo de 1882 en La Opinión NacionaP, a Walt Whitman, el 19 de abril
de 1887 en El Partido Liberan, y Mark Twain, el 13 de enero de 1890 en
La Nación^^. Pues bien, frente al más terco maniqueísmo que se conyuga
hoy con la terrible niveladora de la globalización, para el mayor daño de la
humanidad, nos parece que conviene recordar más que nunca este justo
equilibrio de Martí en sus enjuiciamientos y la proclama alentadora que
nos dejó para las luchas de hoy, al escribir en su ya tantas veces citado artículo
«Nuestra América»:
Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo para, como la bandera
mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados'".
" «Madre América», O. C, VI, p. 140.
2" «Osear Wilde», O. C, XV, p. 361.
O. C, V, p. 189.
«El centenario de Calderón», O. C, XV, p. 125.
«Emerson», O. C, XIII, pp. 17-30.
«El poeta Walt Whitinan», O. C, XIH, pp. 131-143.
2' «Clubs y libros», O. C, XÜI, pp. 459-461.
O. C, VI, p. 15.
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