NOTICIAS SOBRE LOS PARADORES
DE FUERTEVENTURA
A. SEBASTIÁN HERNÁNDEZ GUTIÉRREZ
A principios de los años 50, Puerto de Cabras, capital de Fuerte-ventura,
por medio de su gobierno municipal, inició la gestión ante el
Mando Económico de Canarias para la construcción de un local hostelero
capaz de fomentar la industria turística en la isla.
Canarias empezaba en aquellos años a prepararse para el negocio turístico
y el Mando Económico durante el periodo en que fue administrado
por el general García Escámez apoyó decisivamente la industria. De
manera especial se había empeñado en la recuperación de la región por
medio de la construcción de algunos hoteles en lugares estratégicos que
fuesen admirados por los pocos turistas que venían al archipiélago. Así,
Las Palmas de Gran Canaria conocía desde 1945 la reconstrucción del
Hotel Santa Catalina' con un proyecto del arquitecto Miguel Martín Fernández
de la Torre; en Santa Cruz de Tenerife y enclavado en la rambla,
se construyó según los planos de Enrique Rumeu de Armas el Hotel
Mencey^; y en el Puerto de la Cruz era motivo de una seria remodelación
(dirigida por el técnico Machado y Méndez) el Hotel Taorol Además
de estas tres obras, que bien pueden ser consideradas como las más
representativas del momento, se empezaron a gestar otras tantas llamadas
a dar el conveniente equipamiento turístico a Canarias. Dentro de esta línea
están las piscinas de Martiánez, el parador de Icod, los miradores
Humbolt y Martín, el parador de las Cañadas del Teide, el refugio de Al-tavista...
Pero hay que destacar en este grupo tres proyectos de paradores
que se emplazaron en Santa Cruz de La Palma, Arrecife de Lanzarote y
1. Este hotel había sido originalmente proyectado por el arquitecto escocés James
Maclaren en el año 1890.
2. Entregado por el Mando Económico de Canarias a las autoridades santacruceras
en el año 1950.
3. Data este edificio del año 1890 y fue trazado por el arquitecto lionés Adoph Co-quet.
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Parador de Puerto de Cabras según el proyecto de Marrero Regalado.
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Alzado del Parador Nacional de Playa Blanca. Año 1965.
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Puerto de Cabras. Todos ellos fueron proyectados por el arquitecto ti-nerfeño
José Enrique Marrero Regalado, quien junto a Tomás Machado,
se había convertido en el artífice más prestigioso de la isla, siendo por
ello, requerido en más de una ocasión por los mandatarios regionales.
Marrero Regalado entregó a la institución los tres proyectos basándose
para su trazado en las propuestas arquitectónicas que por entonces
imperaban en el país. El, junto a otros técnicos, abrazaba con agrado
las directrices estéticas dictadas por la autarquía, constituyendo una
auténtica arquitectura de posguerra implantada en el archipiélago. El
debate entablado en la actualidad por modernos historiadores sobre las
denominaciones científicas y los orígenes de tal movimiento, no han
concluido aún; pero nuestro poco gusto por inventar denominaciones
de origen nos lleva a aprovechar algunos de los términos que se barajan.
Así, al hablar de las obras que nos interesan lo haremos indistintamente
bajo los nombres de «neocanario», «historicismo regionalista», incluso
«barroco colonial»''.
Sea como fuere se trata de un «estilo» desarrollado bajo las influencias
grandilocuentes del régimen autárquico, auspiciado por las acciones
castrenses del franquismo. En él se valora la unidad nacional, que
posee su máximo exponente en el folklorismo como viva expresión de
lo popular, de lo hispano. De ahí que el amplio repertorio temático,
que con carácter ornamental se apodera de la arquitectura, pretenda ser
un reflejo de lo regional, de lo vernáculo.
Los técnicos canarios que lo practicaron al igual que los del resto
del territorio nacional, habían sido instruidos en academias de arquitectura,
en las que el plan docente se basaba en el desarrollo del funcionalismo
como única respuesta válida a los problemas espaciales que acuciaban
al hombre del siglo XX. Ello había provocado el movimiento racionalista
dentro de nuestras fronteras, y que en Canarias tuvo grandes
adeptos llegando a constituirse como la auténtica vanguardia artística.
Esta tradición quedó truncada para dejar paso al nuevo orden regionalista
que en los años 40 invade el archipiélago. Su discurso no va más
allá de una extraordinaria ornamentación sobre estructuras elementales,
dejando a un lado los problemas de planimetría, composición, equilibrio...
para prestar la máxima atención a la tramoya decorativa. A la
obra funcionalmente racionalista se le enmarcará con «revolucionarias»
decoraciones que evocan en un sentido lírico la cultura canaria. De esta
manera se adosan a los paramentos los balcones de madera, el trabajo
4. Es el término más atrevido que se ha buscado para denominar esta arquitectura,
siendo su autor el arquitecto Sebastián Matías Delgado.
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Fachada del Parador Nacional de Playa Blanca.
torneado, la balaustrada, la tapia rural, las esquinas de cantería, la teja
árabe... sin olvidar elementos efectistas que como los vegetales (bugan-villas,
enredaderas, plataneras, piteras o palmeras) o los símbolos de
«falsa» grandeza (coronas, escudos de armas...) contribuyen a diferenciar
esta arquitectura y a elevarla a cotas de prestigio social.
El repertorio fue buscado en lo profundo de las crónicas hispanas,
intencionadamente utilizando en los años de posguerra como una doctrina
de base política; pero pasado el tiempo, el folklorismo quedó relegado
a ser un apéndice publicitario que sirvió como reclamo turístico.
De entonces parten las más elementales teorizaciones de «lo canario»^
como símbolo de calidad al que respondían los vistantes europeos. Generándose
una arquitectura turística del periodo autárquico, que en
épocas avanzadas del proceso turístico sería tomada como buena en la
programación arquitectónica de las islas. No es de extrañar, de hecho,
que el único edificio relevante de Puerto del Rosario de este momento
sea el parador de la ciudad, una construcción de uso turístico. El enclave
del inmueble es muy significativo, a la entrada de la isla, junto a la
línea de atraque del Puerto de Cabras. Ello constituye por sí solo una
constante histórica en la tipología hotelera, ya que los locales de este
uso se sitúan próximos a los accesos principales de las islas, en nuestro
caso al muelle.
Se trata de un edificio de pequeñas dimensiones (hoy desafortunadamente
transformado por las mediocres intervenciones que ha sufrido)
con capacidad para muy pocos huéspedes. De sus formas estéticas, de
su decoración ya hemos tratado en las líneas anteriores, pero debemos
destacar de él la coherencia artística de sus proporciones (las que vienen
una vez más a demostrar la genialidad del arquitecto Marrero Regalado)
con respecto a los otros edificios de la serie: el de Santa Cruz de La
Palma y el de Arrecife de Lanzarote.
Esta obra, junto a sus condicionantes históricos, hubiese quedado
arrinconada en el anecdotario de la isla de no haberse producido durante
la década de los 60 el «boom» del turismo. Con él se recupera el inmueble,
ya envejecido, y se promueve la isla como un enclave más para la industria.
Fuerteventura se mantiene, por entonces, a la espectativa y pese a
ofertar, como la primera, sus recursos naturales (sol y playa) al progreso turístico
de Canarias, las autoridades regionales hacen de ella —al igual que
de La Palma, Gomera, El Hierro y Lanzarote— un lugar de reserva.
Dificil fue contener a los organizadores turísticos oficiales (Sindicatos
y Asambleas) en la pujanza por transformar la isla; y en el año 1962
5. La figura del pintor grancanario Néstor es en este sentido de vital importancia.
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tuvieron que ceder ante las peticiones que venían firmadas desde la alcaldía
de Puerto del Rosario. El interés por alcanzar el tren del turismo
llevó a la municipalidad a conceder licencias de obras para la «modernización
» de la capital majorera. Con la consiguiente aparición de moles
de estilo internacional que quebraron en muy poco tiempo el aire
recogido que gozaba la ciudad. Pero el mejor ejemplo de éste impulso,
generalizado en todo el archipiélago, fue la aprobación de la construcción
de la Avenida de los Reyes de España, vía marítima que estuvo de
moda a principios de los años 60 en las ciudades más importantes de
Canarias que tenían contacto con el mar. Es el caso del Puerto de la
Cruz, Las Palmas de Gran Canaria, Garachico, Arrecife de Lanzarote,
Santa Cruz de La Palma...
Tal aberración urbanística, cegó en el ejemplo majorero las esperanzas
del desarrollo turístico en la capital, al sepultar con dicha obra la
única fuente de atracción que poseía: la Playa de las Cuevas.
Pese a todo, las pretensiones turísticas seguían en pie, y una gran
ofensiva se llevó a cabo en los primeros años de la década de los 60
cuando la corporación municipal elaboró un amplio informe sobre las
condiciones de la isla para que el Ministerio de Información y Turismo
construyera allí un parador de carácter nacional. El hecho de hacer la
petición de un parador y no la de promover al capital privado para la
creación de una infraestructura desde el Ayuntamiento, queda justificado
con la falsa creencia popular de la invasión de un turismo adinerado
en el archipiélago. Idea estereotipada que hemos heredado del siglo
XIX, cuando Canarias era normalmente visitada por turistas de las esferas
sociales más cotizadas.
Para obtener el beneplácito del Ministerio, la alcaldía de Puerto del
Rosario, no dudó en ceder unos terrenos de su propiedad dentro del
mismo casco urbano, en contacto con la población. Así, el Charco estaba
llamado a ser el núcleo turístico de la ciudad. Pero en 1964 aparece,
como consecuencia de una segunda oleada de gestiones pro-parador,
otro lugar señalado como más idóneo para la erección del inmueble:
Playa Blanca.
Al año siguiente, en 1965, una vez conformados todos los trámites
para la cesión del terreno, fue redactado el proyecto del edificio en el
estudio del arquitecto J. Palazuelo, siendo auxiliado en su cometido por
otro técnico proveniente del servicio del Ministerio, J. Valverde*. Ambos
trazaron las líneas generales de esta obra, cuyo principal interés es-
6. Archivo Municipal de Puerto del Rosario: «Expediente de construcción del Parador
del Playa Blanca. Año 1965».
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Detalle de la entrada principal del Parador.
triba no sólo en que se trata de un edificio de gran envergadura, sino
que, con él —y otros en la isla de Tenerife'— se inicia un proceso de
transformación estética dentro de la arquitectura del ocio en Canarias:
la que venimos llamando Arquitectura del Oropel.
Desde comienzos de la explosión industrial, los organizadores y
constructores habían entablado una dura lucha sobre el «estilo» que debía
imperar en los edificios de nueva planta que se construyesen para el
uso del turismo. De una lado, estaban los que defendían al estilo neoca-nario,
pues éste había dado grandes resultados en locales hoteleros por
medio de ofrecer su discurso de calidad, admirado por los turistas como
el representativo del archipiélago. De otro, los que abogaban por el internacionalismo
arquitectónico, quienes mantenían su propuesta basándose
en fuertes razones económicas: el estilo internacional podía fabricar
hoteles más rápido y más barato que ningún otro. El triunfo de estos
últimos fue inminente y con ello se produjo el crecimiento hotelero que
hoy podemos apreciar en las islas.
Pero pasados los primeros momentos, cuando las necesidades primarias
ya estaban cubiertas, llegó el cansancio del estilo internacional y se
empezó a fraguar en la mente de los proyectistas canarios un cambio sustancial
en la forma de los hoteles. Se gesta entonces una nueva teoria que
pretendía ante todo refundir los mejores aspectos de las viejas propuestas.
De ahí que en los 70 —el caso que nos ocupa es del año 1965— se hace
cotidiano entre los canarios la contemplación de la arquitectura híbrida
que mezcla, con más o menos acierto, la estructura netamente intemacionalista,
con elementos constructivos y decorativos procedentes de la arquitectura
doméstica canaria. Este pastiche arquitectónico se desarrolla principalmente
en los edificios de uso turístico, y bien podríamos decir que está
aquí en un período experimental ya que con posterioridad traspasará la tipología
para invadir otros usos de la arquitectura.
Con él se regeneran las antiguas teorías formuladas en los años 40, en
las que ya se establecía a modo de identificación social, a la cultura cañaría
como un hecho de calidad que fácilmente era entendido por el turísta.
Fuerteventura ha sido con los casos que hemos expuesto una isla
en la que se han experímentado fórmulas turísticas y en la que el definitivo
aprovechamiento industrial está por llegar. Esperemos que las posibles
enseñanzas de lo ya realizado impidan caer a los proyectistas turísticos
en errores irreparables.
7. Los ejemplos del Parador de Fuerteventura, del Hotel La Paz (obra de Francisco
Roda Calamita) y el Complejo Parque San Antonio (proyectado por Félix Saenz Marrero)
son los pioneros en esta nueva fórmula arquitectónica.
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