LA CUBANIDAD Y LA NACIÓN CUBANA:
JOSÉ ANTONIO SACO Y JOSÉ MARTÍ
JOSEF OPATRNt
(Centro de Estudios Ibero-Americanos, Universidad Carolina, Praga)
Para la mayoría de los historiadores especializados en la historia de
Cuba, el siglo decimonónico cubano fue ante todo -y para algunos de ellos
casi solamente- la época de la lucha por la independencia nacional. Los últimos
olvidan todos los otros rasgos importantes de este periodo -cambios
sustanciales en la esfera social, cultural, económica, etc.- buscando cada
manifestación de independentismo y juzgando severamente a las personalidades
del siglo, según su relación con la idea de la independencia de
Cuba. Para ellos, una de las personalidades más influyentes del siglo XIX,
José Antonio Saco, es casi un traidor a los intereses cubanos, una persona
de conceptos inaceptables, dignos de condena. Resulta paradójico cuando
esta opinión aparece en el texto de un autor interesado en el estudio del
proceso de formación de la conciencia nacional de la capa criolla, que registró
cambios sustanciales durante algunas décadas del siglo XIX^ No
' Véase especialmente Rafael Soto Paz, La falsa cubanidad de Saco, Luz y Del Monte,
La Habana, 1941. Más sobre la problemática «nacional» en el caso de Cuba, véase Elias
Entralgo, La liberación étnica cubana. La Habana, 1953; W. Carbonell, Cómo surgió la
cultura nacional. La HabEina, 1961; Carlos Chain Soler, Formación de la nación cubana.
La Habana, 1968; Sergio Aguirre, «Nacionalidad, nación y centenario», in: Eco de los caminos,
La Habana, 1974; Jorge Ibarra, Ideología mambisa. La Habana, 1967; Josef
Opatmy, Antecedentes históricos de la formación de la nación cubana, Ibero-Americana
Pragensia, 3, 1986; Gerald E. Poyo, «With All, andfor the Good ofAll». The Emergence
of Popular Nationalism in Cuban Communitíes ofthe United States, 1848-1898, Durham,
N. C, 1989; Identidad nacional y cultural de las Antillas hispanoparlantes, Ibero-Americana
Pragensia, 5, 1991; Miriam Fernández Sosa, «Construyendo la nación: proyectos e
ideologías en Cuba, 1899-1909», in: La nación soñada: Cuba, Puerto Rico y Filipinas ante
el 98, ed. Consuelo Naranjo Orovio, Miguel Ángel Puig-Samper y Luis M. García Mora,
Aranjuez, 1996, 123-129; Eduardo Torres Cuevas, «Patria, pueblo y revolución: conceptos
base para la historia de la cultura en Cuba», in: Nuestra común historia. Cultura y Sociedad,
La Habana, 1993, 1-22; Jorge Ibarra, «Cultura e identidad nacional en el Caribe hispánico:
el caso puertorriqueño y el cubano», in: La nación soñada: Cuba, Puerto Rico y Filipinas
ante el 98, ed. Consuelo Naranjo Orovio, Miguel Á. Puig-Samper y Luis M. García
95
hay ninguna duda de que el proceso mencionado tuvo tres grandes hitos en
las opiniones de Francisco Arango y Parreño, José Antonio Saco y José
Martí. Este último está considerado tradicionalmente como un caso excepcional
en la historia del pensamiento cubano^, lo cual tiene razones históricas,
ideológicas, psicológicas, etc. Sin querer menospreciar la importancia
de Martí para la historia cubana y latinoamericana, debemos hacer
constar que Martí tuvo en Cuba precursores, cultos y capaces, que presentaron
sus conceptos sociales, económicos, políticos y culturales de forma
acabada y compleja. Martí tuvo, de esa manera, la oportunidad de aprovechar
esos conceptos, modificarlos, desarrollarlos y llevarlos al nivel en el
que son admirados por las generaciones de especialistas cubanos.
Éste es también el caso del concepto de nación cubana que tiene sus
raíces en el concepto de «cubanidad» de José Antonio Saco. La idea de
Saco nació durante la discusión sobre el anexionismo, como lo atestiguan
ante todo sus folletos Ideas sobre la incorporación de Cuba en los Estados
Unidos y Réplica de Don José Antonio Saco a los anexionistas que han impugnado
sus ideas sobre la incorporación de Cuba en los Estados Unidos,
Mora, Aranjuez, 1996, 85-95; Michael Zeuske, «1898: Cuba y el problema de la transición
pactada». Prolegómeno a una historia de la cultura política en Cuba (1880-1920)», in: La
nación soñada: Cuba, Puerto Rico y Filipinas ante el 98, ed. Consuelo Naranjo Orovio,
Miguel A. Puig-Samper y Luis M. García Mora, Aranjuez, 1996, 131-147; Luis M. García
y Consuelo Naranjo Orovio, «Intelectualidad criolla y nación en Cuba, 1878-1898», in: Stu-dia
Histórica. Historia Contemporánea, 1997, vol. 15, 115-134; Louis A. Pérez, «Identidad
y nacionalidad: Las raíces del separatismo cubano, 1868-1898», in: Op. cit. Revista del
Centro de Investigaciones Históricas, 9, 1997, 185-195; Elena Hernández Sandoica, «La
política colonial española y el despertar de los nacionalismos ultramarinos», in: Juan P. Fusi
y Antonio Niño, ed. Vísperas del 98. Orígenes y antecedentes de la crisis del 98, Madrid,
1997, 115-132; Jorge Ibarra, «Los nacionalismos hispano-antillanos del siglo XIX», in:
Juan P. Fusi y Antonio Niño, ed.. Vísperas del 98. Orígenes y antecedentes de la crisis del
98, Madrid, 1997; Consuelo Naranjo Orovio, «Cuba, 1898: Reflexiones en tomo a los imaginarios
nacionales y a la continuidad», in: Cuadernos de Historia Contemporánea, 1998,
20, 221-234; Consuelo Naranjo Orovio, «Hispanización y defensa de la integridad nacional
en Cuba, 1868-1898», in: Tiempos de América, 2, 1998, 71-91; Consuelo Naranjo Oro-vio,
«Immigration, Race and Nation in Cuba in the Second Half of the 19* Century», in:
Ibero-Amerikanisches Archiv, 24: 3/4, 1998, 303-326. Consuelo Naranjo Orovio, «La historia
se forja en el campo: nación y cultura cubana en el siglo XX», Historia Social, 40,
2000, 153-174.
^ Hay una cantidad enorme de publicaciones sobre Martí. Cfr., ante todo, el excepcional
anáhsis de la literatura martiana hecho por Ottmar Ette, José Martí. Teil I. Apostel-Dich-ter-
Revolutionán Eine Geschichte seiner Rezeption, Tübingen, 1991. De las últimas biografías
políticas martianas, ver Paul Estrade, José Martí. Los fundamentos de la
democracia en Latinoamérica, Aranjuez, 2000.
96
publicados a fines de los cuarenta, en París y en Madrid^. Parece muy verosímil
que todo el acceso de Saco al problema de la nacionalidad y de la
nación estuvo profundamente influido por su experiencia europea. Desde
1837, Saco vivió -al menos por cierto tiempo- en París, observando las
discusiones sobre el carácter de las naciones europeas que formaron parte
de los imperios multinacionales, como lo confirman las menciones en sus
textos. Precisamente Europa -y ante todo la Europa del sur y central- fue
en ese tiempo la región donde se formaba el concepto de la nación cultural"*
introducido por Saco entre los forjadores de la «cubanidad»^ en la co-
•' José A. Saco, Ideas sobre la incorporación de Cuba en los Estados-Unidos, París,
1848; José Antonio Saco, Réplica de Don José Antonio Saco a los anexionistas que han impugnado
sus ideas sobre la incorporación de Cuba en los Estados Unidos, Madrid, 1850.
'' Sobre la problemática de los diferentes conceptos de nación y de nacionalismo, ver
sobre todo Benedict Anderson, Imagined Communities: Reflections on the Origin and
Spread of Nationalism, rev. ed., Londres, 1991; John A. Armstrong, Nations befare Natio-nalism,
Chapel Hill, 1982; Etienne Balibar e Immanuel Wallerstein, Race, Nation, Class:
Ambiguous Identíties, Londres, 1991; John Breuilly, Nationalism and State, 2.' ed., Chicago,
1994; Emst Gellner, Nations and Nationalism, Oxford, 1983; Eric J. Hobsbawm, Nations
and Nationalism since 1780, Cambridge, 1990; Miroslav Hroch, Social Preconditions
of National Revival in Europe. A Comparative Analysis ofthe Social Composition ofPa-triotic
Groups among the Smaller European Nations, Cambridge, 1985; Anthony D. Smith,
The Ethnic Origins of Nations, Oxford, 1986; John Hutchinson, Anthony D. Smith (eds.),
Nationalism, Oxford, 1994; Anthony D. Smith, Nationalism andModemism. A critical sur-vey
of recent theories of nations and nationalism, Londres-Nueva York, 1998; J. A. Hall
(ed.), The State ofthe Nation. Emest Gellner and the Theory of Nationalism, Cambridge,
1998. Las obras clásicas de Carleton B. Hayes, The Historical Evolution of Nationalism,
Nueva York, 1931; Karl W. Deutsch, Nationalism and Social Communication. An Inquiry
into the Foundation of Nationality, Cambridge Mass, 1953; Boyd C. Sheifer, Nationalism.
Myth and Reality, Londres, 1955; y Hans Kohn, The Idea of Nationalism, Nueva York,
1967, tienen siempre su importancia. Sobre el problema de la cultura nacional ver, p. ej.,
Jorge Ibarra, Nación y cultura nacional. La Habana, 1981.
' Más sobre esta discusión, véase en Manuel Moreno Fraginals, «Nación o plantación.
(El dilema político cubano visto a través de José Antorio Saco)», in: Homenaje a Silvio Za-vala,
México, 1953, 243-272; Gordon K. Lewis, Main Currents in Caribbean Thought. The
Historical Evolution of Caribbean Society in Its Ideological Aspects, 1492-1900, Baltimore
y Londres, 1983, 144-47, 149-154; Josef Opatmy, US Expansionism and Cuban Annexa-tionism
in the 1850s, Praga, 1990, 167-205; el mismo, «José Antonio Saco's Path Toward
the Idea of Cubanidad», in: Cuban Studies, 24, 1994, 39-56; R. Sevillano Castillo, «Ideas
de José Antonio Saco sobre la incorporación de Cuba en los Estados Unidos (París, 1848)»,
in: Quinto centenario, 10,1986, 211-29; C. Sainz Pastor, «Narciso López y el anexionismo
en Cuba: en tomo a la ideología de los propietarios de esclavos», in: Anuario de Estudios
Americanos, XLIII, 1986, 441-468; Luis Navarro García, La independencia de Cuba, Madrid,
1992, 193-237; el mismo, «Patriotismo y autonomismo en José Antonio Saco», in:
Anuario de Estudios Americanos, LI-2, 1994, 135-154; Max Zeuske, Michael Zeuske,
97
lonia y el exilio europeo y americano. Su concepto de la sociedad criolla
difirió sustancialmente del de Francisco Arango y Parreño que, en su famoso
discurso, identificó a los «cubanos» con los españoles.
«Somos españoles, no de las perversas clases de que las demás naciones forman
muchas de sus factorías mercantiles, que es a lo que redujeron y reducen sus
establecimientos en Américas, sino parte sana de la honradísima España. Y esa
ilustre sangre que corre por nuestras venas en nada ha desmerecido porque, a
costa de tantas visas, probaciones y fatigas, haya logrado conquistar, establecer y
fomentar tantas Espafias nuevas, tantos reinos opulentos»*.
Arango y Parreño no veía diferencia alguna entre españoles peninsulares
y de ultramar, y pedía los mismos derechos políticos para todos los
subditos de la corona española. Saco, como representante de la segunda
generación de los reformistas^, tuvo la misma meta treinta años después
de que se publicasen las demandas del padre del reformismo cubano^.
Hubo, sin embargo, una gran diferencia entre Saco y Arango y Parreño.
El primero no consideraba a los criollos de la isla como españoles,
sino como detentadores de la cubanidad. Saco tuvo sus dudas sobre la posibilidad
de poder definir claramente esta palabra:
«Confieso que no es fácil definir claramente esta palabra; y en vez de va-lerme
de definiciones imperfectas y oscuras, me serviré de ejemplos y diré: que
todo el pueblo que habita un mismo suelo y tiene un mismo origen, una misma
lengua, y unos mismos usos y costumbres, ese pueblo tiene una nacionalidad [subrayado
por Saco]. Ahora bien: ¿no existe en Cuba un pueblo que procede del
mismo origen, habla la misma lengua, tiene las mismas costumbres, y profesa
además una sola religión, que aunque como a otros pueblos, no por eso deja de ser
uno de los rasgos que más le caracterizan? Negar la nacionalidad cubana, es negar
la luz del sol de los trópicos en punto de mediodía»'.
A pesar de que Saco se niega textualmente a definir la noción de «la
cubanidad», la explica claramente en sus folletos antianexionistas, rechazando
la argumentación de otros críticos del colonialismo español, encabezados
por Gaspar Cisneros Betancourt.
Kuba 1492-1902. Kolonialgeschichte, Unabhangigheitskriege und erste Okkupation durch
die USA, Leipzig, 1998, 245-252.
* Francisco Arango y Parreño, Obras de.... La Habana, 1952, vol. n, 113.
^ Más sobre otras personas de esta generación ver, p. ej., en Rafael Azcárate Rosell, M-colás
Azcárate. El reformista. La Habana, 1939.
^ El lugar de Arango y Parreño en la historia cubana fue analizado por FrEincisco L.
Ponte Domínguez, Arango y Parreño. Estadista colonial cubano. La Habana, 1937.
' J.A. Saco, Réplica..., 45.
98
Este portavoz del exilio político cubano en Nueva York no compartió
la opinión de Saco sobre la importancia de la cultura -simbolizada por las
lenguas diferentes- para la vida de las sociedades humanas, subrayando, en
cambio, la idea del progreso en el sentido del desarrollo económico, social
y político. Gaspar Cisneros Betancourt estuvo pronto a aceptar la disolución
de «lo cubano» en la sociedad anglosajona, cambiando la cultura, lengua,
religión y costumbres cubanas por el bienestar material, el progreso
tecnológico y la democracia norteamericana, opinión que expresó en las
cartas a su amigo personal y oponente espiritual, José Antonio Saco. En una
de ellas, escribió:
«Por esto he podido amontonarte aquí verás que c'est trop tard, como le dijeron
al zama... de Luis Felipe para hacer retrogradar la opinión y la obra de independencia
y anexión; independencia para descartarse de España y sus ladrones;
anexión para tener un apoyo fuerte contra la Europa y contra nosotros mismos que
al cabo. Saco mío, españoles somos y españoles seremos engendraditos y cagadi-tos
por ellos, olindo de guachinangos, zambos, gauchos, negros. Paredes, Santa
Ana, Flores & ¡Qué dolor, Saco mío! ¡Qué semilla! ¡Oh! ¡Por Dios, hombre; no
me digas que deseas para tu país esta nacionalidad! ¡No, hombre! Dame turcos,
árabes, rusos; dame demonios, pero no me des el producto de españoles, congos,
mandingas y hoy (pero por fortuna frustrado ya el proyecto) malayos para completar
el mosaico de población, ideas, costumbres, instituciones, hábitos y sentimientos
de hombres esclavos, degenerados y que cantan y ríen al son de las cadenas,
que toleran su propia degradación y se postran envilecidos íinte sus señores.
No y reno: si tal es la nacionalidad que hemos que conservar; si tal es el bien a que
el cubano tiene que aspirar, malditos de Dios sean el bien y el beneficiado»'".
En otra carta, escribió sobre los anexionistas el exiliado cubano en
Nueva York:
«Creen éstos que la Isla de Cuba corre precipitada a inevitable ruina bajo la
tutela de su Metrópoli; que la suerte de Cuba está decretada por las mismas manos
que han decretado la suerte de Santo Domingo, Jamaica, Guadalupe y todas, todas
las colonias de Europa en este Archipiélago; y que el único medio de salvar a Cuba
es incorporarla en la gran familia de Estados Confederados de la Unión Americana.
De esta clase de creyentes hay dos partidos, unos que ven en la anexión el
medio de conservar sus esclavos, que por más que lo oculten o disimulen es la mira
principal, por no decir la única que los decide a la einexión; otros que creen en la
anexión el plazo, el respiro, que evitando la emancipación repentina de los esclavos,
dé tiempo a tomar medidas salvadoras como duplicar en 10 o 20 años la po-
'" Gaspar Cisneros Betancourt a J. A. Saco, New York, august 30, 1848, in: Cartas de
Lugañero, ed. Federico Córdova, La Habana, 1951, 303. Más sobre G. Betancourt, véase
en Federico Córdova, Gaspar Cisneros Betancourt. El Lugañero, La Habana, 1938.
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blación blanca, introducir máquinas, instrumentos, capitales inteligencias que reemplacen
y mejoren los medios actuales de trabajo y de riqueza. En fin. Saco mío,
todos buscan en la anexión la garantía, la fianza del gobierno sabio y fuerte de los
Estados Unidos contra las pretensiones de Europa, no menos que contra nosotros
mismos que mal que pese a nuestro amor propio somos del mismo barro que los
que han logrado hacerse independientes pero no pueblos libres y felices»".
Como lo demuestra la participación de Saco en las discusiones anexionistas
y antianexionistas, los argumentos de Cisneros Betancourt no le
convencieron. Es que todas las actividades de Saco hasta ese momento revelaban
que este portavoz de la sociedad criolla no tuvo interés solamente
en la esfera política y la económica -que prevalecieron, evidentemente, en
las consideraciones de Cisneros Betancourt sobre el futuro de Cuba'^-,
sino también en la cultural^^. Juntamente con otros, como Domingo del
Monte, Félix Tanco, etc., aportó al enorme auge de la cultura de la sociedad
criolla'"* basada en los cimientos españoles de la isla'^. A pesar de estos
éxitos, palpables en la cantidad de libros y revistas publicados en la colonia,
apareció precisamente en este grupo el temor a las «influencias»
ajenas, peligrosas para esa cultura criolla. Encontramos una de las mani-
" Gaspar Cisneros Betancourt a José Antonio Saco, Nueva York, 20 de febrero de
1849, en: Medio siglo de historia colonial de Cuba. Cartas a José Antonio Saco ordenadas
y comentadas (de 1823 a 1879), ed. José A. Fernández de Castro, La Habana, 1923, 100.
'^ Cfr. en este contexto la visión de Cisneros Betancourt en Elias Entralgo, Doctrina
del Progreso+Revolución Mecánica=El Lugareño, La Habana, 1956. Sobre este portavoz
del anexionismo ver, ante todo, Federico Córdova, Gaspar Cisneros Betancourt. El Lugareño,
La Habana, 1938.
'•^ Más sobre José A. Saco, véase en Manuel Moreno Fraginals, J. A. Saco, Estudio y bibliografía,
Santa Clara, 1960; Anita Arroyo, José Antonio Saco: su influencia en la cultura
y en las ideas políticas de Cuba, Miami, 1989; Femando Ortiz, José Antonio Saco y sus
ideas cubanas. La Habana, 1929; Francisco J. Ponte Domínguez, La personalidad política
de José Antonio Saco, 2.° ed.. La Habana, 1932; Raúl Lorenzo, Sentido nacionalista del pensamiento
de Saco, La Habana, 1942; Eloy G. Merino Brito, José Antonio Saco: su influencia
en la cultura y en las ideas políticas de Cuba, La Habana, 1950; R. Menocal, Conflicto
de orientaciones. Saco y Martí, La Habana, 1950; Eduardo Torres-Cuevas, Arturo Sorhegui,
José Antonio Saco. Acerca de la esclavitud y su historia. La Habana, 1982; Eduardo Torres-
Cuevas, José Antonio Saco. La polémica de la esclavitud. La Habana, 1984.
''* Sobre el problema de la sociedad criolla en la isla ver, por ejemplo, Enrique Gay-
Calbó, Formación de la sociedad cubana. Notas sobre la influencia de la economía y la
composición étnica. La Habana, 1948; Elias Entralgo, Períoca sociográfica de la cubani-dad.
La Habana, 1947.
'^ Sobre el desarrollo de la cultura en la colonia en este tiempo, ver Larry R. Jensen,
Children of Colonial Despotism. Press, Politics, and Culture in Cuba, 1790-1840, Tampa,
1988.
100
festaciones más expresivas en una carta de Félix Tanco del año 1837.
Tanco escribía:
«¿Quién no ve en los movimientos de nuestros mozos y muchachas deseando
bailar contradanzas y valses una imitación de los negros en sus cabildos?
¿Quién no sabe que los bajos de los dancistas del país son el eco del tambor
de los tangos? Todo es africano, y los inocentes y pobres negros, sin pretenderlo,
y sin otra fuerza que la que nace en la relación en que están ellos con
nosotros, se vengan de nuestro cruel tratamiento inficionándonos con los usos
y maneras inocentes, propias de los salvajes de África»".
No hay ninguna sorpresa en que la preocupación de Tanco fuese
compartida por Saco, muy escéptico también en lo que tocaba a la participación
de la gente de procedencia africana en la economía colonial.
Saco se opuso a las opiniones de los partidarios de lo imprescindible
que era el trabajo de los esclavos en las plantaciones, refiriéndose a los
métodos modernos de la producción del azúcar. A Saco le pareció el
mejor sistema el cultivo de la caña por los pequeños campesinos, inmigrantes
blancos de España peninsular (o de sus partes isleñas), y la producción
de azúcar en grandes ingenios equipados con maquinaria modernísima
manejada por obreros calificados. Esta combinación
-productores de caña libres y fábricas para producir el azúcar con obreros
industriales asalariados- podría resolver, según Saco, la cuestión fatal
de la sociedad de la isla^^. Ambos factores -el temor de la «africa-nización
» de la cultura en Cuba, y la persuasión sobre la menor
eficiencia económica del sistema esclavista en la producción del azúcar-,
acompañados por el miedo a la sublevación de esclavos con desastrosas
consecuencias para la población blanca de Cuba, llevaron a
Saco a su postura negativa frente a la idea de la lucha armada contra el
colonialismo español y frente a las aventuras de los anexionistas^^. Sin
" Félix Tanco a D. del Monte, 1837, Centón epistolario de Domingo del Monte, ed.
Manuel I. Mesa Rodríguez, La Habana, 1957, t. VII, 86 ss. Más sobre la cultura afrocubana,
véase en Jorge Castellanos, Isabel Castellanos, Cultura afrocubana 1. El Negro en Cuba,
1492-1844, Miami, 1988; Jorge Castellanos, Isabel Castellanos, Cultura afrocubana 2. El
Negro en Cuba, 1845-1959, Miami, 1990.
' ' José A. Saco, La supresión del tráfico de esclavos africanos en la isla de Cuba, examinada
con relación a su agricultura y su seguridad, París, 1845. Sobre esta problemática
cfr, p. ej., Josef Opatmy, «Los cambios socio-económicos y el medio ambiente: Cuba. Primera
mitad del siglo XIX», Revista de Indias, 207, LVI, mayo-agosto 1996, 367-386.
'* Saco escribió en este contexto: «No hay país sobre tierra, donde un movimiento revolucionario
sea más peligroso que en Cuba. En otras peirtes aun con sola la posibilidad de
triunfar, se pueden correr los bazares de una revolución, pues por grandes sean los padeci-
101
embargo, la principal reserva de Saco contra el anexionismo fue el peligro
para la «cubanidad» de los habitantes de la isla.
Saco no puso en duda la democracia en los Estados Unidos, concluyendo
sin embargo que precisamente las elecciones democráticas podían
servir para la marginación del elemento hispano en Cuba. La anexión significaría
que los cubanos «serán excluidos, según la misma ley, de todos o
casi todos los empleos: y doloroso espectáculo es por cierto, que los hijos
de los amos verdaderos del país, se encuentren en él postergados por una
raza advenediza»'^.
Rechazando la idea de la anexión, aprovechó Saco la oportunidad para explicar
su concepto de nacionalidad a partir de las diferencias entre «lo cubano»
y «lo anglosajón». El portavoz de la idea de la cubanidad escribió sobre las lenguas
diferentes, tradiciones diferentes y religiones diferentes, diciendo:
«Nunca olvidemos (así escribía yo hace algunos meses á uno de mis más caros
amigos) que la raza anglosajona difiere mucho de la nuestra por su origen, por
su lengua, su religión, sus usos y costumbres: y que, desde que se sienta con fuerzas
para balancear el número de los Cubanos, aspirará á la dirección política de
los negocios de Cuba; y la conseguirá, no solo por su fuerza numérica, sino porque
se considerará como nuestra tutora ó protectora, y mucho más adelantada que
nosotros en materias de gobierno»^".
Subrayando repetidamente la existencia de la «nacionalidad» para la
comunidad criolla de Cuba, negó la de la «nación». «La nación» y «la nacionalidad
» difirieron, segiín Saco, en un único rasgo; rasgo, sin embargo,
importantísimo. «La nación» gozaba de la soberanía estatal; «la nacionalidad
» formaba, juntamente con otras entidades, sólo una parte del estado.
«Toda nación supone nacionalidad; pero toda nacionalidad no constituye nación,
porque sí hay muchas naciones que se componen de los pueblos diferentes,
teniendo cada uno de ellos una nación propia, sin que a ninguno pueda darse el
nombre de nación»^'.
Ilustrando este hecho con el caso de la situación centroeuropea, puso
de relieve Saco la inspiración de su concepto. El portavoz de la idea de la
«cubanidad», en este contexto, escribió sobre el imperio de los Habsburgo,
mientes, siempre queda el mismo pueblo; pero en Cuba, donde no hay otra alternativa que
la vida o muerte, nunca debe intentarse una revolución, sino cuando su triunfo sea tan
cierto, como una demostración matemática.» J. A. Saco, Ideas..., 1.
'9 J.A. Saco, Ideas .... 2.
20 Ibíd.
2' J.A. Saco, Réplica ..., 46.
102
considerándolo como una nación compuesta de diferentes nacionalidades:
polaca, checa, húngara, etc. Concluye por fin sus consideraciones muy racionalmente,
subrayando el contexto histórico de la formación, desarrollo
y eventual desaparición de las nacionalidades y naciones.
«Yo pudiera comparar las nacionalidades de los pueblos a los seres animales
cuya existencia pasa por distintos grados de vitalidad. El niño desvalido que acaba
de nacer, el adulto que vive bajo la autoridad paternal o bajo el látigo de un verdugo,
el hombre robusto que pisa la tierra con pie libre e independiente, y aun el
caduco anciano que con vacilante paso se acerca al sepulcro, todos viven y todos
tienen una existencia propia; pero la existencia que ofrece grandes modificaciones,
según los distintos estados y circunstancias, en que cada uno de ellos se encuentra.
Lo mismo acontece con la nacionalidad. Pueblos hay en que empieza a
desarrollarse; otros en que se hídla expiríindo; unos en que está más o menos comprimida,
más o menos desenvuelta; y otros en fin en que habiendo llegado al complemento
de la fuerza, se ostenta por sí sola en el rango de nación soberana»^^.
Tomando en cuenta todos estos hechos, concluyó Saco que, para él, la
meta de todos sus esfuerzos era que,
«Cuba no solo fuese rica, ilustrada, moral y poderosa, sino que fuese Cuba cubana
y no anglo-americana»^-'.
Martí presenta su concepto de la nación más de treinta años después,
subrayando las calidades espirituales de ese conjunto social. Para Martí, la
nación no es una comunidad de individuos indiferentes creada casualmente,
sino una
«apretadísima comunión de los espíritus, por largas raíces, por el enlace de las
gentes, por el óleo penetrante de los dolores comunes, por el gustosísimo vino de
las glorias patrias, por aquella íilma nacional que se cierne en el aire, y con él se
respira, y se va aposentando en las entrañas, por todos los sutiles y formidables
hilos de la historia atados, como la epidermis y la came»^.
El concepto de la nación de Martí es, sin duda, más vago que el concepto
de la «nacionalidad» de Saco, y en cierto modo lo podemos comparar
con el concepto de Emest Renan^^. Paul Estrade resume muy brevemente
la problemática de «lo nacional» en Martí escribiendo:
22 Ibíd.
2^ J.A. Saco, Ideas..., 2 ss.
^ José Martí al Director de La Nación, Nueva York, 9 de febrero de 1885, Obras completas,
XXm, 157 ss.
2' Emest Renán, Qu'est-ce qu'une nation?, Paris, 1882.
103
«Se puede comprobar fácilmente que Martí habló mucho más de la patria que
de la nación»^*,
haciendo referencia a la misma situación en la literatura política de la independencia
latinoamericana. Estrade, sin embargo, subraya que «las condiciones
en que las nuevas naciones, como Cuba, harían su entrada en el
mundo en las postrimerías del siglo XIX, ya no son las que presidieron el
nacimiento de las naciones latinoamericanas emancipadas en la época de
la gesta de Bolívar y San Martín»^^. Martí, como Saco, consideraba a la nación
como a una comunidad formada en cierto momento de su desarrollo,
en el caso de las naciones latinoamericanas en el momento del surgimiento
de la independencia. Cada nación llega a su forma final a través de un proceso
de larga duración, distinta para las diferentes comunidades. Cuba, según
Martí, tuvo su nación ya antes de la consecución de la independencia,
por determinadas causas históricas.
Al formular sus concepciones, partió Martí de una experiencia totalmente
distinta a la de Saco. Durante la Guerra de Diez Años, cambió esencialmente
la reflexión de las capas criollas cubanas sobre la sociedad isleña.
La conflagración bélica no culminó con la sublevación de los
esclavos, y de tal manera no se cumplió el antiguo temor de los criollos
blancos acerca del final de «la raza cubana». Al contrario. Mucha gente de
color, esclavos y libres, participó en la guerra del lado del ejército libertador,
y en la lucha común desaparecieron -al menos de una manera significativa-
las animosidades tradicionales^^.
2* Paul Estrade, ioieMaríí ....,364.
" Ibíd., 365.
^^ Más sobre el problema de la relación de los criollos cubanos con los afrocubanos
véase en S. A. Agüero, Racismo y mestizaje en Cuba, La Habana, 1958; Vera Martínez
Alier, Marriage, class and Colour in Nineteenth Century Cuba. A Study of Racial Attitudes
and Sexual Valúes in Slave Society, Cambridge, 1974; Robert Paquette, Sugar Is Made with
Blood: The Conspiracy ofLa Escalera and the Conflict between Empires over Slavery in
Cuba, Middletown, 1988; Aliñe Helg, Our Rightful Share. The Afro-Cuban Struggle for
Equality, 1886-1912, Chapel Hill & London, 1995; Ada Ferrer, «Social Aspects of Cuban
Nationalism: Race, Slavery and the Guerra Chiquita, 1879-1800», in: Cuban Studies, 21,
1991, 37-56; Consuelo Naranjo Orovio, «En la búsqueda de lo nacional: migraciones y racismo
en Cuba (1880-1910)», in: La nación soñada: Cuba, Puerto Rico y Filipinas ante el
98, ed. Consuelo Naranjo Orovio, Miguel Á. Puig-Samper, Luis M. García Mora, Aranjuez,
1996, 149-162; S. Labrador, «El miedo al negro: el debate de lo racial en el discurso revolucionario
cubano», in: Historia y Sociedad, 9, 111-128; Ada Ferrer, «Rustic Men, Civili-zed
Nation: Race, Culture, and Contention on the Eve of Cuban Independence», in: Hispa-nic
American Historical Review, 78: 4, 1998, 663-686; Rebecca J. Scott, «Race, Labor, and
Citizenship in Cuba: A View from the Sugar District of Cienfuegos, 1886-1909», in: His-
104
De este modo se abrió el camino a la transformación del concepto de
la sociedad cubana. Para la nueva generación de habitantes de la colonia
nacidos en la isla, ya fue imaginable la sociedad compuesta por gente con
diferentes colores de piel. Ya no se sintieron españoles, y tampoco consideraron
como el mayor peligro para el futuro de Cuba la penetración masiva
de la cultura de la gente de color en la criolla, o «la africanización».
Durante la preparación de la segunda guerra por la independencia, José
Martí propagó incesantemente su idea de la sociedad en la isla, expresada
en su sentencia frecuentemente citada «Cubano es más que blanco, más
que mulato, más que negro»^^, influyendo sustancialmente en el pensamiento
de amplias capas de la sociedad cubana. No hay ninguna duda «que
para un antillano como Martí, el problema negro era uno de los más complejos
y decisivos que puede afrontarse: pues su solución justa condicionaba
las posibilidades de la democracia en las Islas y en el continente»^°.
Hay que subrayar la palabra «complejo». Paul Estrade menciona en la sentencia
citada la dimensión democrática del problema, que conllevaba también,
sin embargo, una dimensión humanística, nacional y política. Durante
los preparativos para la nueva guerra por la independencia, fue
necesario eliminar todos los eventuales obstáculos en el camino hacia la
colaboración de diferentes grupos sociales y étnicos de la isla para formar
un frente de lucha el más amplio posible. En la esfera «nacional» fueron
los «cubanos de color», según el concepto martiano, tan miembros de la
comunidad como los criollos blancos. Nacieron en la misma «patria»,
compartieron los destinos de ella formando parte integral de su cultura. En
panic American Historical Review, 78:4, 1998, 687-728; Rebecca J. Scott, «Raza, clase y
acción colectiva en Cuba, 1895-1902: la formación de alianzas interraciales en el mundo de
la caña», in: Op. cit. Revista del Centro de Investigaciones Históricas, 9, 1997, 131-157;
Consuelo Naranjo Orovio, Alejandro García González, Racismo e Inmigración en Cuba en
el Siglo XIX, Aranjuez, 1996; Pablo Tornero, «Desigualdad y racismo. Demografía y sociedad
en Cuba a fines de la época colonial», in: Revista de Indias, 1998, LVni, 212, 25-
46; Elena Hernández Sandoica, «La historia de Cuba vista desde España: estudios sobre
"política", "raza" y "sociedad"», in: Revista de Indias, 1998, LVni, 212, 7-24; AUne Helg,
«Sentido e impacto de la participación negra en la guerra de independencia de Cuba», in:
Revista de Indias, 1998, LVIII, 212, 47-63; Alejandro García González, «Ciencia, racismo
y sociedad en Cuba: 1878-1895», in: Cuba y Puerto Rico en tomo al 98, ed. Celia Parcero
Torre y María E. Martín Acosta, Valladolid, 1998; Michael Zeuske, «Estructuras, movilización
afrocubana y clientelas en un hinterland cubano: Cienfuegos 1895-1906», in: Tiempos
de América, 2, 1998, 93-116.
^' José Martí, «Mi raza». La Patria, Nueva York, 16.4.1893, in: La cuestión racial. Biblioteca
popular martiana, 4, La Habana, 1959, 2.° ed., 25.
^^ Estrade, José Martí..., 224.
105
este asunto difirieron profundamente Martí y Saco, a pesar de que ambos
partieron del mismo concepto de nación.
Fue también, sin duda, la gran autoridad de Martí la que influyó al menos
en una parte de los «cubanos conscientes»^' de diferentes colores de
piel. Olvidaron este factor importante para ellos -el color de la piel- y demostraron
su voluntad de seguir el ejemplo del mulato Antonio Maceo y
Grajales y de miles de personas de color sin nombres que lucharon en la
Guerra de Diez Años. Fue precisamente esta parte, cada vez mayor en la
sociedad isleña, la que en la década de los noventa cambiaba la imagen de
la nación cubana. Los habitantes de Cuba ya no fueron los españoles nacidos
en el Caribe o los blancos portadores de las cualidades específicas de
«la cubanidad», sino todos los que estuvieran unidos por la conciencia de
pertenencia a la nación cubana, preparados a cumplir con sus deberes en lo
que tocaba a su participación en la lucha por el Estado soberano. Al menos
algunos de ellos ya consideraban como un peligro para el futuro de la «patria
» no sólo el colonialismo español existente, sino también el poderoso
vecino norteño.
Si aceptamos la teoría de nación formulada por Gellner o Hroch^^, debemos
llegar a la conclusión de que la obra común de Saco y de Martí contribuyó
de manera sustancial a la formación de la nación cubana durante la
segunda mitad del siglo XIX, forjando la conciencia de la sociedad que
buscaba sus rasgos característicos no tanto en contraste con la cultura española,
sino con la anglosajona. Por eso no vale para el caso de Cuba la
conclusión de uno de los especialistas más renombrados en lo que toca a
la problemática de «lo nacional» en América Latina, Hans-Joachim Konig,
y presentada en el volumen especial de Cuadernos de AHILA dedicado al
tema, válida para todas las naciones latinoamericanas:
«La nueva historiografía latinoamericana está de acuerdo en la valoración
que el Estado precedió a la Nación. Se sugiere que fueron los nuevos Estados
independientes que construyeron las naciones. Se llegó así a la conclusión que
las naciones modernas, como unidades políticas con fronteras culturales, no
existieron antes de la consolidación de los Estados, es decir no antes de mediados
del siglo XIX o más tarde. Con esto se rectificaron opiniones anteriores
que señalaban como una causa de las revoluciones de Independencia, de la
formación de Estados, la previa toma de conciencia "nacional", una concien-
" Sobre el problema de la conciencia nacional en Cuba, véase Paul Estrade, «Observaciones
sobre el carácter tardío y avanzado de la toma de conciencia nacional en las Antillas
españolas», Identidad nacional y cultural de las Antillas hispanoparlantes, Ibero-
Americana Pragensia, Supplementum 5, 1991, 21-49.
^^ Ver sus obras citadas arriba en la nota 4.
106
cia que se basaba en aspectos culturales y étnicos de la población autóc-tona
»''.
La nación cubana se formó antes del surgimiento del Estado independiente
cubano, y José Antonio Saco y José Martí -cada uno de ellos a su
manera- aportaron al proceso de formación de la conciencia nacional cubana.
A pesar de la diferencia de sus conceptos, compartieron la idea principal:
el lazo fundamental de la comunidad nacional lo forma la cultura,
con sus rasgos característicos. Además, compartieron un temor común.
Ambos vieron una amenaza fatal para su nación en la «sombra norteña» de
la cultura anglosajona. Fue también, entre otros factores, mérito de los esfuerzos
de Saco y Martí que no se cumplieran sus temores en lo que toca
al aplastamiento de «lo cubano» por «lo norteamericano»^'*.
'^ Hans-Joachim Konig, «Nacionalismo y nación en la historia de Iberoamérica»,
Cuadernos de Historia Latinoamericana. Estado-nación, comunidad indígena, industria,
n-'S, 2000, 31.
^ Sobre el peligro para la cultura cubana proveniente de la cultura estadounidense,
véase Louis A. Pérez, Jr., Cuba and the United States. Ties of Singular Intimacy, Atenas y
Londres, 1990; C. D. Deere, «Here Come the Yankees! The Rise and Decline of United States
Colonies in Cuba, 1898-1930», in: Hispanic American Historical Review, 78:4, 1998,
729-765; y, sobre todo, Louis A. Pérez, Jr., On Becoming Cuban. Identity, Nationality arul
Culture, Chapel Hill & London, 1999, esp., 219 ss.
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