LA DIMENSIÓN CULTURAL DEL 20 DE MAYO DE 1902
ANA CAIRO
(Universidad de La Habana, Cuba)
A la memoria de Carlos del Toro
(1936-2000)
Conocer es resolver [...] Pensar es servir^.
1. LA DIMENSIÓN CULTURAL DEL 20 DE MAYO
El general Leonardo Wood, jefe de la ocupación militar y feroz anexionista,
no pudo alcanzar su más entrañable anhelo: conseguir el pleno
respaldo para ejecutar una ocupación militar indefinida. Él la vislumbraba
como realizable, mientras disfrutaba del apoyo estricto del presidente Wi-
Uiam McKinley, quien fue asesinado en la ciudad de Buffalo (septiembre
de 1901). Teodoro Roosevelt juró la presidencia. Él optó por acelerar la variante
de una república neocolonial, porque así mejoraba su imagen pública.
No podía arriesgarse en los inicios de su mandato (con un origen ya
escandaloso) a asumir la responsabilidad de una gran operación militar
para reprimir al pueblo de Cuba, al modo que habían hecho en el archipiélago
de Las Filipinas. Imponer la ocupación indefinida por la violencia le
crearía problemas internos con la población norteamericana honestamente
solidarizada con Cuba entre 1895 y 1898. Por otra parte, la prensa internacional
publicitaria con regodeos todos los excesos de Wood y de la oficia-
Hdad interventora. Roosevelt había logrado potenciar muy bien la imagen
de combatiente solidario con el pueblo cubano en la Guerra del 98. De ahí,
arrancaba su rápido ascenso. Tres años después, resultaba demasiado ruidoso
(y hasta desvergonzado) que él se opusiera a la mínima implementa-ción
política del compromiso moral implícito en la «Joint resolution» apro-
' ' José Martí, «Nuestra América», Obras completas. La Habana, Editorial Nacional de
Cuba, 1963-1973, t. 6, p. 22 (los subrayados son míos).
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bada por el Congreso. La variante de la república permitía difundir la imagen
de un presidente moderno, porque acogía la modalidad de protectorado
(que el imperio británico ya había utilizado en el siglo XIX). Roosevelt, el
primer presidente del naciente imperio, supo cultivar una imagen pública
muy favorable. Hizo que su hija Alicia visitara (en los inicios de 1902) La
Habana, como una acción de cordialidad dentro de los preparativos para
fundar la república. El general Wood, eufórico, le informaba:
La única solución consistente ahora es la de la anexión. Ésta, sin embargo,
requerirá algún tiempo... y durante ese tiempo no es otra cosa sino prácticamente
una dependencia de los Estados Unidos... Con el control que tenemos sobre
Cuba, un control que pronto, sin duda, se convertirá en posesión, no tardaremos
en dominar, en la práctica, el comercio de azúcar del mundo o por lo menos una
parte muy importante del mismo. Creo que Cuba es una adquisición muy deseable
para los Estados Unidos. Vale tanto como dos cualesquiera de los estados del
Sur, juntos y hasta tanto como tres de ellos, si exceptuamos a Texas^.
No obstante, Wood tuvo que acatar la decisión de Roosevelt de abreviar
el tránsito hacia la preparación de la república. De todos modos, se esforzó
por dilatarlo y hacerlo traumático para los cubanos. Ante la animosidad
obvia de Wood, los intelectuales libraron una batalla con resultados
eficientes para la alta creatividad de sus variantes. Tenían que actuar con
rapidez para acortar el tiempo de la intervención y lograr algunas ventajas.
Mantuvieron las presiones del cabildeo en los Estados Unidos y con funcionarios
de la ocupación militar. Algunos arriesgaron prestigio y credibilidad
política al aceptar responsabilidades importantes dentro del gabinete
de Wood. En el epistolario de Enrique José Varona (1849-1933) y Esteban
Borrero (1849-1906) quedaron explícitas sus opiniones en tomo a los norteamericanos.
No obstante, Varona asumió la Secretaría de Instrucción Pública
para impulsar la ejecución del primer intento de sistema púbhco de
educación (desde la enseñanza primaria hasta la universitaria), y la reforma
que abrió las carreras de estomatología, arquitectura y las ingenierías (entre
otras). Borrero se concentró en la creación de las primeras formas institucionales
para adiestrar a los maestros primarios.
Los escritores libraron campañas de prensa para alentar la movilización
cívica. Los maestros organizaron la presencia de los niños en las calles.
Se estimularon las asambleas políticas y las procesiones patrióticas.
Se coreaban canciones. Los centros de veteranos (promovidos desde no-
^ Herminio Portell Vilá, «La intervención militar norteamericana 1899-1902», El
Mundo, La Habana, 20 de mayo de 1952, pp. 34 y 36.
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viembre de 1898) también se animaban para apresurar el fin de la intervención.
El factor político decisivo para que Roosevelt apoyara la variante
de crear un estado republicano, con reconocimiento internacional y un derroche
de publicidad en tomo al cumplimento de la «Joint Resolution», fue
la permanente movilización patriótica del pueblo cubano. La devoción se
manifestó en homenaje a héroes y mártires, álbumes de fotografías, postales,
grabados, caricaturas, canciones, poemas, narraciones, artículos, crónicas,
entrevistas, ensayos, discursos, etc. Hubo consenso en el supremo
objetivo: allanar el camino para la salida del ejército norteamericano y para
la fundación del estado cubano. No era el que se había soñado desde Várela
y Heredia hasta Martí. Sin embargo, era la opción mejor ante el peligro
de una ocupación indefinida. En este dilema, algunos pensaban refun-cionalizando
el lema de Saco (el proyecto de una Cuba cubana): lo
primero y posible era constituir ese estado. Después, cuándo y cómo se pudiera
ir maniobrando con inteligencia hasta derogar la Enmienda Platt. Con
mentalidad afincada en un evolucionismo posibilista, se razonaba que el
enfrentamiento a la metrópoli española había abarcado siete décadas; entonces,
podía aspirarse a los avances dentro de reaUdades contradictorias,
aprovechando coyunturas para rediseñar los vínculos con los Estados Unidos,
que -por otra parte- también podían ser provechosos.
Cuba como nación capitalista podía beneficiarse de los adelantos técnicos,
inversión de capitales, la introducción de nuevas tecnologías y de algunos
aspectos del modo de vida. Si se continuaba desarrollando la nacionalidad
cubana (para ello la construcción del estado era clave), se evitaría
el riesgo de asimilación. Se pensaba que el pueblo cubano podría resistir
ese impacto y consolidarse como nación, a largo plazo. Comenzaba una
nueva etapa. La producción ideológica mayoritaria conjugaba varios de los
argumentos anteriores. Los análisis antiimperialistas de Martí (publicados
en la prensa latinoamericana entre 1889 y 1895) no se habían conocido en
Cuba. Desde 1897, Manuel Sanguily (1848-1925) tenía prevenciones contra
el gobierno de McKinley y Varona ya desde que intervinieron en la guerra.
Bartolomé Masó, Juan Gualberto Gómez, Salvador Betancourt Cisne-ros
(entre otros intelectuales) se asomaron a la problemática del
expansionismo yanqui en los debates de la Asamblea Constituyente, o en
el conocimiento de las interioridades de los métodos arrogantes del general
Wood. Por otra parte, las alianzas públicas del gobierno interventor con
los españoles integristas y con los cubanos autonomistas, ayudaron a gestar
disgustos y prevenciones. También la reanimación del pensamiento
anexionista, como ilustró Francisco Figueras en Cuba libre. Independencia
o anexión (1898) aceleró las preocupaciones. De todos modos, entre fe-
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brero y junio de 1902, se generalizó una tregua ideológica para festejar el
advenimiento de la República.
2. EL PRIMER DÍA
El 24 de febrero de 1902 se reunieron los electores en cada provincia
(que habían surgido de las elecciones presidenciales del 31 de diciembre)
para validar que Tomás Estrada Palma fuera el primer presidente. El 25 de
marzo salió de las oficinas de Elihu Root (secretario de guerra) la orden de
que el martes 20 de mayo se celebraría la toma de posesión. ¿Por qué se
escogió un día ajeno a las tradiciones patrióticas cubanas? ¿Por qué no el
10 de abril, aniversario de la Asamblea Constituyente de Guáimaro o de la
fundación del Partido Revolucionario Cubano? ¿Por qué no el 19 de mayo,
conmemoración de la muerte de Martí? Los empleados de la oficina de
Root cumplieron instrucciones de elegir un día carente de referencias. Se
quería una fecha sin pasado, porque esto facilitaba el diseño político de
crear un mito fundacional. Se hizo un cronograma prolijo y con objetivos
específicos. Primero, había que publicitar la figura de Estrada Palma. Sólo
era un hombre muy citado; pero la mayoría de la población lo desconocía.
Se le organizó una campaña de imágenes. La revista El Fígaro promocionó
un reportaje sobre él y su familia en la casa-escuela de Central Valley en
las cercanías de Nueva York. Se alababa al maestro, al padre de familia, al
político de la emigración, al buen ciudadano norteamericano que renunciaba
a la nacionalidad en aras de la patria. Antes de abandonar Nueva
York, los emigrados le ofrecieron un banquete y le regalaron una pluma de
oro. Viajó en el vapor Julia hasta Gibara (donde arribó el 20 de abril). Se
organizó una caravana, bajo el ritual de una peregrinación patriótica. En
Holguín, fue a la casa de La Periquera, donde guardó prisión en los finales
de la Guerra del 68. Siguió a Bayamo para el entierro de los restos de su
madre (mambisa, que lo había incitado a alzarse). Se dirigió a Santiago de
Cuba; peregrinó en el cementerio de Santa Ingenia al nicho donde se guardaban
los restos de Martí y a otras tumbas de patriotas. Por barco se acercó
a Cienfuegos. A continuación, marchó a Santa Clara. En la costa norte embarcó
en el Julia. Hizo escala en Cárdenas. Desembarcó, en La Habana, el
11 de mayo. La primera visita fue al general Máximo Gómez (su amigo) y
personalidad suprema del independentismo, que apoyó su candidatura.
El 15 de mayo se constituyó el Congreso (Senado y Cámara de Representantes)
y proclamó presidente a Estrada Palma. El 16 comenzó el programa
oficial de despedidas a los interventores. El centro de veteranos de
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La Habana organizó un banquete a las tropas de ocupación en el recién
nombrado Teatro Nacional (antiguo Tacón). Le regalaron a Wood un machete
con adornos de oro. El 17 de mayo, la élite de políticos y hombres de
negocios agasajó a Wood con un baile. El 18 se organizó una manifestación
pública como despedida al ejército. El 19 se declaró «día de recogimiento»;
las banderas permanecían a media asta con crespones de luto. Hubo ofrendas
florales por la mañana y una velada solemne por la noche con cuatro
oradores. A las doce de la noche, ocurrió lo insóHto: en pocos minutos se
había pasado del luto al jolgorio desenfrenado hasta el mediodía.
Las Fiestas de la República^ tuvieron un programa nacional, con acciones
en cada capital de provincia, ciudad, pueblo o caserío. La ceremonia
de izar la bandera cubana, acompañada de cañonazos, se diseñó para
todo el país y a la misma hora. En La Habana hubo dos ceremonias simultáneas:
en el Palacio de los Capitanes Generales y en la explanada del Castillo
del Morro. En el antiguo salón del trono del Palacio, al mediodía, se
reunieron más de doscientos hombres con representación política o social:
el general Gómez (que presidía) asistido por sus oficiales, Wood y su gabinete,
Estrada y el suyo, el Congreso en pleno, el Tribunal Supremo de
Justicia, el Rector de la Universidad de La Habana, el Arzobispado primado
de Santiago de Cuba, el cuerpo consular, la Sociedad Económica de
Amigos del País, el director del Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana,
y una representación de oficiales del Ejército Libertador, entre otros.
Genoveva Guardiola, la primera dama (hondurena de nacimiento), estaba
en el Palacio pero no asistió a la ceremonia. Los contituyentistas en 1901
no habían aprobado los derechos políticos para las mujeres. Ellas quedaron
excluidas del ceremonial. Se extremó el protocolo. Gómez se situó en
el centro del salón. Por una puerta entró Wood con su séquito y por otra
Estrada. Hablaron los dos y Estrada juró el cargo ante el presidente del Tribunal
Supremo (todo, en menos de treinta minutos). Los soldados norteamericanos
E. J. Kelly y Frank Vondrak hicieron descender la bandera norteamericana
e izaron la primera bandera cubana (que ya había ondeado
durante las sesiones de la Asamblea Constituyente y el día del arribo de Estrada
a La Habana). Esa bandera sólo ondeó quince minutos. Por capricho
de Wood, se la entregaron como trofeo (¿adonde habrá ido a parar?) Entonces
Gómez y Wood izaron la segunda bandera, mientras el Generalísimo
decía: «¡Creo que hemos llegado!» y se fotografiaba ese momento.
' Para reconstruirlas se utilizó información de disímiles fuentes, en especial de los periódicos,
muchos ya en grave estado de deterioro. Se trató de depurar los datos en busca de
las mejores precisiones. Todavía se sigue trabajando.
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En la Plaza de Armas no había civiles sino soldados: cinco compañías del
Regimiento de Caballería del ejército norteamericano y tres compañías de
la artillería cubana, al mando del capitán José Francisco Martí (hijo del
Apóstol). Ellos dispararon 45 cañonazos durante el ritual de las banderas.
Wood salió del Palacio y se dirigió al muelle para embarcarse en el Broo-klyn.
Ya las tropas lo habían hecho antes. De inmediato, zarparon. Habían
quedado en Cuba tres compañías de soldados en funciones de entrenadores
de las fuerzas cubanas (como las de artillería).
En el Morro, también al mediodía, ocurrió la otra ceremonia. La presidió
el general Emilio Núñez; asistieron veteranos y funcionarios de la gobernación
y alcaldía de La Habana. Dos soldados norteamericanos hicieron
descender la enseña norteamericana. Núñez, con la ayuda de decenas
de manos cubanas (que rompieron el protocolo), izó nuestra bandera. En el
Malecón (ya estaban por comenzar los primeros tramos de la obra) se congregaron
decenas de miles de personas. Miles se arrodillaron en gesto de
devoción; se abrazaron con desconocidos; se reunieron familias con todas
sus generaciones. Risas, gritos, llantos, cantos, caracterizaron esa hora. A
las tres de la tarde ya se había ido Wood y habían concluido las ceremonias
políticas. Entonces se inició la gran procesión cívica por el Paseo del
Prado desde la Punta al Campo de Marte. Desfilaban carrozas de instituciones,
empresas o establecimientos, bandas de música, abanderadas en
honor de las Repúblicas de América, agrupaciones políticas y hasta personas
disfrazadas, etc. También iban bailando.
La Habana, en proporción mucho mayor, y todas las ciudades, se engalanaron
calle a calle, plaza a plaza, casa a casa. Se construyeron centenares
de arcos de triunfo. En el Parque Central se colocó una réplica de la
Estatua de la Libertad. Las grandes empresas y los hoteles acudieron a la
novedad de los trabajos de iluminación decorativa de las fachadas. Y por
todos lados, se desplegaban decenas de miles de banderas cubanas. Las casas
de alta costura de Madame Pucheu y Madame Erard y centenares de
humildes modistas no podían satisfacer las demandas. La moda era que todas
las familias estrenaran zapatos y ropas. Los colores predominantes
(blanco, azul y rojo) aludían a la bandera en una práctica que se remontaba
a la Guerra del 68. El inicio de la temporada de verano quedó asociado a
la fecha. La «Constitución de 1901» proclamó el estado laico (posiblemente
el único de América Latina) y las fiestas públicas se mantuvieron
ajenas a las connotaciones religiosas. De todos modos, en las iglesias hubo
ceremonias y, a las cuatro de la tarde, se realizó un Te Deum en la Catedral
de La Habana. En las casas se prepararon comidas, fiestas, bailes, tertulias
de amigos. No obstante, la novedad radicaba en salir a pasear por las ca-
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lies, en participar en los actos de la muchedumbre. En los días previos al
20 de mayo, centenares de variados medios de transporte enfilaron hacia
La Habana, provenientes de las seis provincias. Posiblemente, se aproximó
al cuarto de millón de personas el número de los involucrados en las Fiestas
de la República en todo el país. La ceremonia del Morro era la que más
entusiasmo despertaba. Quizás cerca de cien mil personas se apretujaron
bordeando el litoral para contemplarla o imaginarla. Llegó la noche. En el
Teatro Nacional se efectuó una velada cultural. Marta Abreu, esposa del vicepresidente
Luis Estévez y mecenas de artistas, ocupó el palco de honor.
Por su insistencia se había organizado un programa especial: la primera
parte, una selección de fragmentos de óperas; la segunda parte, un espectáculo
patriótico. El orador Lincoln de Zayas recitó el poema «Hatuey» de
Francisco Sellen. La cantante Rosalía Chalía, con un coro femenino, entonó
canciones cubanas y cerró con el estreno de la habanera «Cuba» del
joven compositor Eduardo Sánchez de Fuentes. Chalía y el coro vestían
batas blancas cubanas. Se utiUzó un telón con un cañaveral pintado y en la
escena se diseminaron trozos de caña de azúcar. En las últimas horas comenzó
el festival de fuegos artificiales y el frenesí de los decorados lumínicos.
La Habana nocturna resplandecía como un sol. Los fotógrafos se esmeraron
captando esa rareza.
La prensa cubana cubrió todas las acciones. Vinieron decenas de corresponsales
extranjeros. La revista El Fígaro aportó una innovación propagandística.
Los propietarios imprimieron miles de postales (los retratos
del presidente, vicepresidente, consejo de secretarios, miembros del Congreso),
para estimular el coleccionismo de álbumes. Además preparó un
número especial de la revista, que estuvo a la venta desde las primeras horas
del 20. La mayoría de los intelectuales cubanos escribió algo, en cuanto
a la transcendencia que suponía el hecho histórico. Enrique José Varona
aportó el artículo «Hacia el ideal», una reflexión filosófica en términos de
programa de acción:
Cuba está de fiesta. Hermoso es su júbilo y sano y fortificante. Muclias lágrimas,
cruentos martirios le cuesta la hora presente de exultación y esperanza.
Mézclase por lo mismo, en el corazón de no pocos de sus hijos, un dejo de melancólica
gravedad a estas espontáneas efusiones; [...].
Cuba tiene la libertad, por la cual pugnó tantos años; tiene la república, por
la que sacrificó la ñor de sus hijos. Su ideal ha cobrado forma visible. Con la dicha
de la posesión del bien anhelado, llega también al hondo sentimiento de la inmensa
responsabilidad que pesa sobre su pueblo.
Cuanto dejamos atrás debe servimos de enseñanza para evitar los males que
abominábamos y lo que huíamos, y de acicate para mejorar de día en día lo que
tenemos delante. Conservemos de lo pasado el recuerdo, para que nos sirva de sa-
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ludable aviso; pero rompamos con lo pasado, ptira que no sea manto de plomo que
nos dificulte y retarde y embarace el paso. Rompamos con lo pasado, tremendo
palenque en el que batallaban ciegamente el espíritu colonial y el espíritu revolucionario.
Aprendamos ya a mirarlo exento de pasión, sin ira, sin odio y también
sin idolatría [...].
Si alguien dice que representa la idea colonial, si alguien pretende que encama
la idea revolucionaria, debemos contestarles que la colonia y la revolución
son cosas del pasado, desaparecida una en la sombra y otra en la penumbra de los
días que fueron; y afirmar que lo que demanda el presente son quienes trabajan en
fecundarlo, en quitar los escombros del camino, en asegurar, embellecer y dignificar
el pasado*.
Juan Gualberto Gómez (1854-1933) presentó el ensayo «La Revolución
del 95. Sus ideas directoras, sus métodos iniciales y causa que la desviaron
de su finalidad». En el trabajo razonaba como a la muerte de Martí
se produjo la cancelación del proyecto que él también compartía y que
... en esta desviación está la clave de la gran herida que sufre en este momento el
ideal de la independencia absoluta de la patria cubana, por el cual se ha sacrificado
lo mejor de nuestra generación.
La era de las revoluciones sangrientas debe darse por terminada en Cuba [...].
Pero más que nunca, hay que persistir en la reclamación de nuestra soberanía
mutilada; y para alcanzarla, es fuerza adoptar de nuevo en las evoluciones de
nuestra vida pública las ideas directrices y los métodos que precoiüzara Martí
(p. 242).
Jesús Castellanos (1879-1912), joven periodista, narrador y caricaturista,
ironizaba en «Por el cristal rosa»:
Nunca como ahora tenemos que reconocer que todo se ve rosado y con el
sonriente Doctor Pangloss en que «no hay mal que por bien no venga».
La intervención dejándonos como huella de su paso una república lisiada,
impone por su oportunidad que se la despida entre aplausos batidos con el corazón
abierto de par en par, porque nuestra propia mutilación nos hará más cuidadosos
al caminar hacia el concurso de los pueblos que en serio pueden llamarse
naciones. Nadie fija los pasos de su marcha con más atención que los lisiados.
Nuestra madre la República nos encuentra con lágrimas de amor en los ojos
y decididos a ser sus firmes puntales. Nunca se siente latir más intenso el cariño
de los padres, que cuando se les ve salir con algo que parezca vida, de un tremendo
naufragio.
Tenemos la materia prima: el entasiasmo, la esperanza, el amor, en una palabra.
Y sabido es que el mundo sólo mueve su masa por el amor, aunque a veces
se note únicamente por su sombra, a lo que se ha dado en llamar el odio (p. 249).
'' Enrique José Varona, «Hacia el ideal». El Fígaro, número homenaje, 20 de mayo de
1902, p. 206. En las citas siguientes, al final, se indicará sólo la página.
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El general Bartolomé Masó resumía en tres puntos los nuevos objetivos
de lucha: la independencia absoluta, la abolición absoluta de toda clase
de privilegios y el reconocimiento de los derechos a cada ciudadano de la
República.
El general Máximo Gómez aconsejaba:
Aprended a hacer uso en la paz de vuestros derechos que habéis conseguido
en la Guerra; que no se deben conformar los hombres con menos, porque esto
conduce al servilismo, ni pretendáis más porque os llevaría a la anarquía. La observancia
estricta de la Ley es la única garantía para todos.
Yo aconsejo para Cuba, puesto que se alcanzó el sublime ideal, un abrazo fraternal
que apriete y una para siempre el angustioso principio de la nacionalidad
cubana (p. 207).
Estrada Palma estimaba que:
[...] lema santo de la República, el trabajo que ennoblece, la paz que fecunda, el
orden que afianza, la concordia que une, la tolerancia que aproxima i el ejercicio
discreto de la libertad que mantiene en fiel de la balanza de los derechos i deberes
del ciudadano i que garantiza el respecto i la obediencia a la autoridad i la lei
(p. 207).
El general Ensebio Hernández coincidía con Masó en que el 20 de
mayo significaba el reconocimiento de nuestra personalidad política, que
era el primer paso en el camino de la real independencia y la soberanía absoluta.
Manuel Sanguily lanzaba una pregunta sin respuesta inmediata:
¿qué pronósticos podían hacerse sobre la viabilidad y el porvenir de la República,
conociendo las circunstancias de las que surgió?
¿Cuántos poemas se escribieron en recordación del 20 de mayo en las
semanas y meses siguientes? Se han recogido decenas de todas las calidades.
La poeta Aurelia Castillo de González (1842-1920) escribió cuatro en
distintos momentos. Fue una de las pocas mujeres, invitada a colaborar en
el número homenaje de El Fígaro, al cual aportó el soneto «Victoriosa».
No obstante, el más interesante fue -por su carácter de crónica- «En Palacio
y en el Morro»:
Estaba el pueblo expectante
-¡Menos treinta!-... -¡Veintidós!-...
-¡Qué lentitud!-... -¡Menos dos!-...
-¡Las doce! ¡llegó el instante!-
¡Qué majestuosa y gigante
Cuando, al descender despacio
La bandera americana!
¡Qué bella y qué soberana
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En el Morro y en Palacio!
Aprieta los corazones
Un tormento de alegría
¡Mueren siglos de agonía!
¡Hoy encaman ilusiones!
Truenan fieros los cañones
Anhelante hacia el mar corro,
Y veo, cuando la recorro.
Que un ser de cien manos tira
De grueso cable y... delira...
¡La Bandera en el Morro!
Ya no hay hombres ni mujeres
Sus lazos soltó el amor
Y se estrechan con ardor
Y confundidos los seres
No hay distintos pareceres.
El vítor llena el espacio
Llora el ojo más reacio...
Pero, llegado un momento.
Se suspende el sentimiento
¡La Bandera está en Palacio!^
El poeta Manuel Serafín Pichardo (1863-1937), uno de los redactores
de El Fígaro, escribió el texto épico Cuba a la República. Poema en dos
cantos, que se vendió como libro el propio 20. Se lo dedicó a Marta Abreu
y su marido. ¿Quizás ella financió la edición?
En la lectura de decenas de poemas escritos en 1902, me ha interesado
la afirmación coincidente de que la «musa» obedecía más a una creencia
en el deber de dejar testimonio de una página histórica de obligada trascendencia.
Se juzgaba casi un pecado patriótico el no reiterar el sublime
sentimiento de aquellas horas; o, si se trataba de una anticipación de los hechos
(el texto de Pichardo), entonces, el uso de alegorías de las mitologías
griegas y romanas indicaba que el bardo solemnizaba el acontecimiento
con la orfebrería de recursos más correcta de acuerdo con un buen gusto
neoclásico (todavía validado por la rutina de versos bajo consigna).
Wood decretó no laborables el 20 y el 21 de mayo para la participación
en las Fiestas, porque los festejos concluyeron muy cerca del amanecer del
' Aurelia Castillo de González, «En Palacio y en el Morro», Libro EX: Trozos guerreros
y apoteosis, Escritos de Aurelia Castillo de González, La Habana, Imprenta El Siglo
XX, t. IV, pp. 308-309. Los subrayados son míos, para resaltar que ella fue la única crónica
que preservó el hecho de que los cubanos rompieron el protocolo y se abrazaron a izar,
junto con el general Emilio Núñez, la bandera en el Morro. Castillo no estuvo presente, pero
se lo contó un amigo.
352
21. A Estrada Palma correspondía trazar una política definitiva. Lo hizo
por el decreto de 18 de marzo de 1903 que estipulaba tres días considerados
de «fiesta nacional»: el 10 de octubre (que siempre ostentó la mayor
jerarquía y solemnidad histórica), el 24 de febrero y el 20 de mayo. Con la
excepción del año en que correspondiera la toma de posesión presidencial,
el diseño de la «fiesta nacional» del 20 de mayo se eligió dentro de los atributos
de la fiesta del 4 de julio en los Estados Unidos: día de descanso laboral,
de convites familiares, de paseos, excursiones, de fiestas públicas en
las calles, o en locales, etc. Se le adicionó el de apertura de temporada en
modas, o el del inicio del verano (para bañarse en las playas, irse de vacaciones,
o cambiar el color del vestuario en las empleadas de comercios). La
fecha se ideó en el sentido de asociar novedades, pasión de actualidad,
conciencia de ser modernos, con el propósito de incentivar la búsqueda de
imaginarios nuevos. En el ensayo republicano se presumía el énfasis de
ruptura con el pasado colonial (equiparado con la noción de atraso, de obsolescencia).
Se ideaba un reacomodo pragmático de las creencias en la teleología
del progreso material (tecnológico, científico, artístico, literario) y
espiritual, que había acompañado a los orígenes del sueño republicano. La
categoría del confort material (personal, doméstico, familiar) se jerarquizaba
como señal de éxito en detrimento de otras categorías dentro del cor-pus
de dicha teleología, ante el impacto creciente de un American way of
Ufe, sobre el que interactuaban los hábitos culturales del período colonial.
Se transculturaron nuevos códigos con increíble celeridad y eficiencia. La
exaltación de la imagen pública (como instrumento de la política y la cultura),
las formas del consumo, la pasión por las novedades (de todo tipo) y
las modas, la afición por el espectáculo con un ritmo dinámico, se fueron
readecuando y estilizando hasta ser ingredientes de un modo de vida cubano
para la cultura cubana del siglo XX.
El 20 de mayo generó una historia dentro de una repúbUca neocolonial.
Su examen constituye otra meditación, porque hay que detenerse en particularidades.
También fue evocado en textos narrativos y poéticos, aprovechando
sus valores de referencialidad. El 19 de julio de 1963, el Gobierno
Revolucionario promulgó la ley 1120 sobre días festivos o de duelo, en la
que desapareció el 20 de mayo como feriado y como día de conmemoración
nacional. Durante sesenta y un años, ese día se insufló de contenidos
históricos que deben evaluarse con lucidez y sin maniqueísmo. Miles de
personas viven y recuerdan acontecimientos o experiencias afectivas en relación
con la fecha. Se necesita meditar sobre el conjunto de toda la cultura
de la república neocolonial. Hay que recrear las redes de contextualizacio-nes.
A modo de ejemplo, piénsese en el CapitoUo, monumento arquitectó-
353
nico de La Habana. Gerardo Machado y sus secretarios trabajaban con un
sentido muy moderno de los imaginarios públicos; usaban las modalidades
del espectáculo como propaganda política. El «Asno con garras» construyó
el Capitolio como imagen de su aspiración de perpetuarse. Lo inauguró el
20 de mayo de 1929, como señal de su prepotente e inconstitucional reelección.
Los miles de habaneros y «guajiros» que se acercaban a los jardines
para ver de cerca el portento y se hacían fotografiar para guardar la instantánea
de recuerdo, o mandarla a los familiares para asombrarlos,
reconvirtieron los significantes del edificio, como imaginario de La Habana
moderna y republicana.
En la tradición de las abuelas cubanas, oí a una, cantándole a su nieto,
una canción que se coreaba en la escuela pública de las décadas de 1930 y
1940:
20 de mayo, fecha gloriosa
en que la patria libre surgió,
en que mi amada bandera hermosa
allá en el Morro bella flotó.
Es tanto, tanto, lo que te quiero
tan grande afecto siento por ti
que si es preciso seré un Agüero,
seré un Maceo, seré un Martí.
Patria adorada tu dulce nombre
llevo grabado en el corazón
cuando te canto sin que te asombre
mi canto débil por la emoción*.
Después de la canción suele ocurrir una escena reiterativa. El niño no
entiende bien el texto, porque ha perdido parte de los referentes para apreciar
adecuadamente todo el patrimonio afectivo que también le pertenece.
En la escuela primaria pública de la década de 1950, existía la ceremonia
semanal del Beso de la Patria y los 20 de mayo solían reunirse todos
los estudiantes que lo habían alcanzado durante el curso. Eran experiencias
de fervor patriótico, que ayudaban a crear formas de conciencia
intergeneracionales, porque algún maestro recordaba la emoción del grito
íntimo, la satisfacción del deber cumplido, que tenían las palabras del general
Máximo Gómez: «creo que hemos llegado».
* Reconstruida gracias a la memoria de Denia García Ronda y Ana Ballester. Se les
agradece la ayuda.
354
Los hombres del independentismo hicieron un esfuerzo titánico y Hbe-raron
al país de la obsoleta dominación española. La intervención norteamericana
(que no pudieron impedir) les planteó un problema impensado
para la mayoría de ellos. Lograron en una batalla de más de dos años imponer
una República lisiada (como pensaba Jesús Castellanos), pero que
era un punto de partida cualitativamente nuevo y superior al problema colonial.
Bartolomé Masó y Ensebio Fernández lo dijeron con brillantez sintética:
ahora, había que seguir luchando por «la independencia absoluta» y
la «abolición absoluta de toda clase de privilegios». Las decenas de miles
de cubanos que lloraron, cantaron, bailaron, se abrazaron, emocionados de
fervor patriótico al ver cómo se izaba su bandera en el asta de la explanada
del Morro, habían cumplido con su deber. Ellos también pensaban que habían
llegado como Máximo Gómez y esos sentimientos patrióticos pertenecen
a la historia política, cultural e ideológica de la nación cubana, que
emergió de las batallas entre 1902 y 1959.
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