MARTI COMO ANTIDOTO DE
LA GLOBALIZACIÓN CAPITALISTA
ROLAND LABARRE
(Universidad de París VIII)
En uno de sus primeros escritos, publicado el 23 de septiembre de 1875
en La Revista Universal de México, José Martí opinó que «la imitación
servil extravía en economía como en literatura y en política»'. Muchos
años han transcurrido desde entonces pero, aunque convenimos plenamente
con nuestro inolvidable compañero francés Noel Salomón en que
«nada sería más antihistórico y dogmático que el deseo de exigir de su obra
que sea una Biblia que responda a todos los problemas de Cuba o de la
América latina de hoy»^, hemos de confesar que dicho aforismo martiano
no deja de parecemos de mucha actualidad en estos tiempos en que la glo-balización
capitalista se encamina a borrar las autonomías económicas, las
soberanías políticas y las especificidades culturales para instaurar el monopolio
de la alta finanza, el unilateralismo en la política internacional, y
la estandartización en el orden cultural.
Martí no tuvo, por cierto, la oportunidad de ejercitarse concretamente
en el orden de la economía, pero no por eso había dejado de expresar ya
estos saludables dictámenes en la ya citada revista mexicana, el 14 de
agosto del mismo año de 1875:
No se ate servilmente el economista mexicano a la regla, dudosa aun en el
mismo país que la inspiró. Aquí se va creando una vida; créese aquí una Economía.
Álzanse aquí conflictos que nuestra situación peculiarísima produce: discútanse
aquí leyes, originales y concretas, que se estudien y se apliquen y estén hechas
para nuestras necesidades exclusivas y especiales'.
' MARTÍ, José, Obras completas. La Habana, Editorial Nacional, 1963-1973, VI, p.
335. En las futuras citas de esta edición emplearemos la abreviación O. C.
^ «José Martí y la toma de conciencia latinoamericana», Anuario martiano, 4, La Habana,
Sala Martí, 1972, p. 25. Se debe a Teresa Proenza la traducción al español de este artículo
publicado originalmente en Cuba sí, n.™ 35-36, París, Association France-Cuba,
1971.
' «Graves cuestiones», O. C, VI, p. 312.
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La temprana reserva que manifestó así ante los cánones liberales, a
pesar de ser fundamentalmente partidario del libre comercio, no pudo
menos que acrecentarse cuando su exilio definitivo en Nueva York, a
partir de 1880, le permitió conocer mejor las entrañas del capitalismo financiero
norteamericano, y así hizo en La Nación de Buenos Aires, el 4
de octubre de 1885, esta descripción de los chanchullos de sus protagonistas
que, de ignorar su procedencia, cualquier lector actual podría
creerla inspirada por las recientes revelaciones acerca de las bancarrotas
fraudulentas de las empresas Enron, Worldcom, Tyco y Adelphia:
Forman sindicatos, ofrecen dividendos, compran elocuencia e influencia,
cercan con lazos invisibles al Congreso, sujetan de la rienda la legislación como
un caballo vencido, y, ladrones colosales, acumulan y se reparten ganancias en la
sombra. Son los mismos siempre; siempre con la pechera llena de diamantes; sórdidos,
finchados, recios: los senadores los visitan por puertas excusadas; los Secretarios
los visitan en las horas silenciosas; abren y cierran la puerta a los millones:
son banqueros privados.
Si los tiempos sólo se prestan a cabalas interiores, urden una camarilla, influyen
en los decretos del gobierno de manera que ayuden a sus fines, levantan
por el aire una empresa, la venden mientras excita la confianza pública mantenida
por medios eirtificiales e inmundos y luego la dejan caer a tierra''.
No ignoró tampoco sus manejos exteriores y cuando se abrió en Washington
la primera Conferencia Internacional Americana, el 2 de octubre
de 1889, no tardó en juzgar que el proyecto de unión económica que los
Estados Unidos proponían a la firma de los delegados latinoamericanos encubría
en realidad su propósito de conseguir, por medios aparentemente
consensúales, la hegemonía continental que Monroe había reivindicado en
su famoso mensaje presidencial de 1823, por lo cual no vaciló en escribir
el 19 de diciembre de dicho año en La Nación:
Jamás hubo en América, de la independencia acá, asunto que requiera más
sensatez, ni obligue a más vigilancia, ni pida examen más claro y minucioso que
el convite que los Estados Unidos potentes, repletos de productos invendibles, y
determinados a extender sus dominios en América, hacen a las naciones americanas
de menos poder, ligadas por el comercio libre y útil con los pueblos europeos,
para ajustar una liga contra Europa, y cerrar tratos con el resto del mundo. De la
tiranía de España supo salvarse la América española; y ahora, después de ver con
ojos judiciales los antecedentes, causas y factores del convite, urge decir, porque
es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda
independencia'.
" «Los Secretarios del Presidente», O. C, Xm, p. 289.
' «Congreso International de Washington», O. C, VI, p. 46.
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Como podía preverse, la siguiente Conferencia Monetaria Internacional
Americana, que se celebró en la misma sede del 7 de enero al 8 de abril
de 1891, no logró desvanecer sus sospechas acerca de las intenciones norteamericanas
y, en el número de mayo de La Revista Ilustrada de Nueva
York, expresó al respecto este sagaz comentario:
Ha de desearse, y de ayudar a realizar, cuanto acerque a los hombres y les
haga la vida más moral y llevadera. Ha de realizarse cuanto acerque a los pueblos.
Pero el modo de acercarlos no es levantarlos unos contra otros; ni se prepara la
paz del mundo armando un continente contra las naciones que han dado vida y
mantienen con sus compras a la mayor parte de los países de él; ni convidando a
los pueblos de América, adeudados a Europa, a combinar, con la nación que nunca
les fió, un sistema de monedas cuyo fin es compeler a sus acreedores de Europa,
que les fía, a aceptar una moneda que sus acreedores rechazan'.
Pues, al leer estas declaraciones ¿quién no se convence de que Martí
estaría hoy al lado de aquellos que denuncian la creciente dolarización de
la economía mundial, con los resultados que se han visto en Argentina?
Sin embargo, la resonancia actual que les hallamos no se debe tanto,
claro está, al análisis económico que ofrecen de una coyuntura olvidada
como a su enfoque eminentemente político, y no es menos cierto que Martí
no esperó que los Estados Unidos le diesen esa oportunidad de denunciar
sus lacras pues, a guisa de antídoto de la llamada nordomanía -o sea la obsesión
de buena parte de las burguesías latinoamericanas por el modelo político
estadounidense- ya había trazado en La Nación, el 9 de mayo de
1885, este cuadro no muy halagüeño de una campaña presidencial en la
gran república del norte:
Es recia, y nauseabunda, una campaña presidencial en los Estados Unidos.
Desde mayo, antes de que cada partido elija sus candidatos, la contienda empieza.
Los políticos de oficio, puestos a echar los sucesos por donde más les aprovechen,
no buscan para candidato a la Presidencia aquel hombre ilustre cuya virtud sea de
premiar, o de cuyos talentos pueda haber bien el país, sino el que por su maña o
fortuna o condiciones especiales pueda, aunque esté maculado, asegurar más votos
al partido, y más influjo en la administración a los que contribuyen a nombrarlo
y sacarle victorioso.
Una vez nombrados en las Convenciones los candidatos, el cieno sube hasta
los arzones de las sillas. Las barbas blancas de los diarios olvidan el pudor de la
vejez. Se vuelcan cubas de lodo sobre las cabezas. Se miente y exagera a sabiendas.
Se dan tajos en el vientre y por la espalda. Se creen legítimas todas las infamias.
Todo golpe es bueno, con tal que aturda al enemigo. El que inventa una villanía
eficaz, se pavonea orgulloso. Se juzgan dispensados, aun los hombres
6 «La Conferencia Monetaria de las Repúblicas de América», O. C, VL p. 161.
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eminentes, de los deberes más triviales del honor. No concibe nuestra hidalguía
latina tal desborde'.
No se sabe si Martí quiso combatir así la influencia de Sarmiento,
quien en su libro Viajes había llevado por las nubes las instituciones norteamericanas,
pero no hay duda, en cambio, de que sí rebatió las tesis francamente
racistas de Civilización y barbarie y de Conflictos y armonías de
las razas en América, cuando inspirándose a la vez de Montesquieu, según
quien «las leyes son tan peculiares del pueblo para el cual están hechas que
rara vez las de una nación pueden convenir a otra», y de Rousseau, que no
concebía la democracia sin igualdad social, hizo esta proclama altamente
humanista en su antológico artículo «Nuestra América», que se publicó a
la vez en La Revista Ilustrada de Nueva York, el 10 de enero de 1891, y
en El Partido Liberal de México, el 30 del mismo mes:
La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden
y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición
singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre
en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia. Con
un decreto de Hamilton no se le para la pechada al potro del llanero. Con una
frase de Sieyés no se desestanca la sangre cuajada de la raza india. A lo que es,
allí donde se gobierna hay que atender para gobernar bien; y el buen gobernante
en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el
que sabe con qué elementos está hecho su país y cómo puede ir guiándoles en
junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado
apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la
abundancia que la Naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su
trabajo y defienden con sus vidas. El gobierno ha de nacer del país. El espíritu
del gobierno ha de ser el del país. La forma del gobierno ha de avenirse a la constitución
propia del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos
naturales del país*.
Asimismo, en el no menos celebrado discurso donde definió, el 26 de
noviembre del dicho año de 1891, en el Liceo cubano de Tampa, el objetivo
de la nueva guerra de liberación nacional que quería librar en Cuba
«con todos y para el bien de todos», rechazó en estos términos los falaces
modelos extranjeros:
Y con letras de luz se ha de leer que no buscamos, en este nuevo sacrificio,
meras formas, ni la perpetuación del alma colonial en nuestra vida, con noveda-
' «Historia de la caída del partido republicano en los Estados Unidos y del ascenso al
poder del partido demócrata», O. C, X, p. 185.
« O. C, VL pp. 16-17.
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des de uniforme yankee, sino la esencia y realidad de un país republicano nuestro
Pero, como si este compromiso de obrar por una república enteramente
libre de toda ingerencia extranjera y plenamente preocupada del bienestar
general suscitara todavía alguna duda en las filas independentistas, lo selló
con estas rotundas máximas en el artículo «Ciegos y desleales», que salió
el 28 de enero de 1893 en Patria:
La política no es ciencia emprestada sino que ha de ser propia. Al país, lo del
país, y nada menos de lo que necesita el país'".
¡Qué lección tan clara entraña para la actualidad esta defensa intransigente
de la identidad de Hispanoamérica en su conjunto y de Cuba en particular
puesto que, a estas alturas, el neoliberalismo está poniendo en tela
de juicio las prerrogativas de los Estados nacionales y que, como quien no
dice nada, Henry Kissinger nos asesta en su libro Diplomacy que «los Estados
Unidos tienen el mejor sistema de gobierno en el mundo» y que «el
resto de la humanidad puede alcanzar la paz y la prosperidad si renuncia a
la diplomacia tradicional -entendamos aquí la soberanía de todos los demás
países- y acatan como América -esto dicho sin ironía- el derecho internacional
y la democracia»!^^
Ni que decir tiene que, no menos que la admiración ciega de las burguesías
hispanoamericanas por el sistema poMco norteamericano, le disgustó a
Martí la devoción de sus élites a las modas culturales europeas, pues juzgaba
peligrosa para la preservación de la identidad nacional esta infidelidad a sus
raíces, que él llamó «apostasía» en este pasaje archiconocido de su carta de
1878 al poeta cubano-guatemalteco José Joaquín Palma:
Dormir sobre Musset; apegarse a las alas de Víctor Hugo; herirse con el cilicio
de Gustavo Bécquer; arrojarse en las simas de Manfredo; abrazarse a las ninfas
del Danubio; ser propio y querer ser ajeno; desdeñar el sol patrio, y calentarse
al viejo sol de Europa; trocar las palmas por los fresnos, los lirios del Cautillo por
la amapola pálida del Darro, vale tanto ¡oh, amigo mío! como apostatar. Aposta-sías
en Uteratura que preparan muy flojamente los ánimos para las venideras y originales
luchas de la patria'^.
' «Con todos y para el bien de todos», O. C, IV, p. 278.
'O O. C, II, p. 216.
" KISSINGER, Henry A., Diplomacy, New York, 1994. Los dictámenes citados aparecen
en la página 10 de la traducción francesa, publicada en 1996 por la editorial Arthéme
Fayard.
'^ «A José Joaquín Palma», O. C, V, pp. 95-96.
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La misma reprobación de inspiración patriótica aparece en esta pregunta
que concluye, en el artículo que publicó el 15 de julio de 1881 en La
Revista venezolana, una de aquellas vehementes apostrofes tan características
de su talento oratorio:
¿Será alimento bastante a un pueblo fuerte, digno de su alta cuna y magníficos
destinos, la admiración servil a extraños rimadores, la aplicación cómoda y
perniciosa de indagaciones de otros mundos [...]?''.
Reanudó esta condena en 1882 con estos categóricos aforismos de su prólogo
al Poema del Niágara del venezolano Juan Antonio Pérez Bonalde:
Sólo lo genuino es fructífero. Sólo lo directo es poderoso. Lo que otro nos
lega es como manjar recalentado'''.
En un tono esta vez cargado de emoción, declaró en abril de 1884 en
la revista neoyorquina La América, quizás en reacción contra la admiración
desmedida que suscitaba el progreso material de los Estados Unidos
en la esfera material:
Bueno es abrir canales, sembrar escuelas, crear líneas de vapores, ponerse al
nivel del propio tiempo, estar del lado de la vanguardia en la hermosa marcha humana;
pero es bueno, para no desmayar en ella por falta de espíritu o alarde de es-pírim
falso, alimentarse, por el recuerdo y por la admiración, por el estudio justiciero
y la amorosa lástima, de ese ferviente espíritu de la naturaleza en que se
nace, crecido y avivado por el de los hombres de toda raza que de ella surgen y en
ella se sepultan".
Volvió a tocar el tema en forma más severa al declarar, el 17 de agosto
de 1886 en IM Nación, que «son culpables las vidas empleadas en la repetición
cómoda de las verdades descubiertas»^^ y al añadir el 29 de enero de
1888 en el mismo periódico: «Reproducir no es crear, y crear es el deber
del hombre»'^. Pero su crítica se hizo más viva aún cuando, en su análisis
del libro Poesías del cubano Francisco Sellen, que se publicó el 28 de septiembre
de 1890 en El Partido Liberal, lanzó esta carga contra los que se
dejaban seducir por «el pesimismo de puño de encaje» de los poetas franceses
del momento:
'^ «El carácter de la Revista venezolana», O. C, VII, p. 209.
''' «El Poema del Niágara», O. C, VII, p. 230.
'^ «Autores americanos aborígenes», O. C, Vni, p. 336.
'* «Nueva exhibición de pintores impresionistas», O. C, XIX, p. 303.
" «En los Estados Unidos», O. C, XI, p. 361.
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Poesía es poesía, y no olla podrida, ni ensayo de flautas, ni rosario de cuentas
azules, ni manta de loca, hecha de retazos de todas las sedas, cosidos con hilo
pesimista, para que vea el mundo que se es persona de moda, que acaba de recibir
la novedad de Alemania o de Francia'*.
A mayor abundamiento, en un comentario hasta ahora no fechado
acerca de la obra del gran poeta colombiano Rafael Pombo, asimiló ese mimetismo
a una verdadera enajenación al proclamar:
O la literatura es cosa vacía de sentido o es la expresión del pueblo que la
crea; los que se limitan a copiar el espíritu de los poetas de allende ¿no ven que
con eso reconocen que no tienen patria, ni espíritu propio, ni son más que sombras
de sí mismos, que de limosna andan vivos por la tierra?".
Así es dable imaginar que, de vivir hoy, no vería con buenos ojos la
contaminación incesante de las lenguas vernáculas por los inglesismos, la
disneylandización del tiempo libre, la vulgaridad mundidizada de los programas
televisuales y el triunfo generahzado del conformismo ideológico.
Sin embargo, ni su continua reprobación del extranjerismo, ni su no
menos constante enfatización de lo genuino pueden, ni en lo más mínimo,
hacerle sospechar de xenofobia o de nacionalismo cerrado pues raras veces
se ha impugnado el espíritu de aldea con tanto acierto como en el exordio
de «Nuestra América» y nadie dudó jamás de la sinceridad de las profesiones
de fe universalistas que hizo al declarar en Patria, el 14 de marzo
de 1892, que «el patriotismo es censurable cuando se le invoca para impedir
la amistad entre todos los hombres de buena fe del universo»^^, y al proclamar
el 26 de enero de 1895: «Patria es humanidad»^ ^ Patriota sí, pero
patriotero no, se había adquirido credenciales de antidogmatismo cuando
ya, en la crónica sobre José María Heredia, que El Economista americano
publicó en julio de 1888, había expresado sin contemplaciones que «mejor
sirve a la patria quien le dice la verdad y le educa en el gusto que el que
exagera el mérito de sus hombres famosos»-^^, y más aún cuando, en la peroración
de su ya citado discurso del 19 de diciembre de 1889 en honor de
los delegados de la Conferencia Internacional Americana, había recalcado
que «la admiración justa y el estudio útil y sincero de lo ajeno, el estudio
sin cristales de présbita ni de miope, no nos debilita el amor ardiente, sal-
'* «Un poeta: Poesías de Francisco Sellen», O. C, V, p. 181.
" «Rafael Pombo», O. C, VII, p. 408.
^° «Nuestras ideas», O. C, I, p. 320.
^' «La Revista Literaria Dominicense», O. C, V, p. 468.
22 «Heredia», O.C, V, p. 133.
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