1841: DOS CUBANAS EN EUROPA ESCRIBEN
SOBRE LA ESCLAVITUD
LUISA CAMPUZANO
(Casa de las Américas, La Habana)
En 1841, año en que se publica precipitadamente en París «Les esclaves
dans les colonies espagnoles», primera entrega de un libro que la condesa
de Merlin publicará tres años más tarde, y se edita en Madrid Sab, novela
que Gertrudis Gómez de Avellaneda terminaba en el 39, el
mantenimiento de la esclavitud en Cuba no sólo corrió los mayores peligros
y dio lugar a grandes debates y definiciones, sino que estuvo a punto
de provocar un enfrentamiento militar entre Inglaterra y España, que de
producirse, hubiera implicado a los Estados Unidos.
Los textos que publican entonces estas autoras, situados en polos extremos
de la confrontación sobre el destino de la esclavitud en la Isla, y
vinculados a distintos programas políticos, evidencian la compleja interconexión
de género, raza y clase, al tiempo que constituyen excepcionales
ejemplos de la engañosa dinámica de la exclusión/inclusión femenina en
relación con el espacio público, y de las paradojas, contradicciones y ambivalencias
de la condición colonial.
En las últimas décadas Sab ha merecido importantes ediciones y estudios,
que hacen de esta novela la parte más asediada de la obra de Avellaneda'.
Sólo más tarde comienza a estudiarse la producción de Merlin, particularmente
sus textos memorialísticos y los libros que escribe tras su
viaje a La Habana^. Pero a lo largo de más de un siglo, desde que aparecieran
a la cabeza de una genealogía de escritoras cubanas^, se han buscado
reñejos, complementaciones, paralelismos entre María de las Mercedes
' V. ediciones y bibliografía pasiva más recientes en Gómez de Avellaneda, Gertrudis.
Sab. (Catherine Davies, ed.). Manchester y Nueva York: Manchester University Press, 2001,
pp. 30-33.
^ V. ediciones y bibliografía pasiva en Méndez Rodenas, Adriana. Gender and Natio-nalism
in Colonial Cuba. The Travels of Santa Cruz y Montalvo, Condesa de Merlin. Nash-ville
y Londres: Vanderbilt University Press, 1998, pp. 292-299.
' Cf. «Esperemos», en El Fígaro, La Habana, 24 de febrero de 1895, p. 67.
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Santa Cruz y Montalvo, condesa de Merlin (La Habana 1789-París, 1852),
y Gertrudis Gómez de Avellaneda (Puerto Príncipe, 1814-Madrid, 1873),
a partir de algunos rasgos de su obra, y sobre todo, de sus vidas"*.
En los últimos tiempos se ha intentado hallar mayores identificaciones
entre ellas, que sin embargo desestiman la historicidad del hecho Uterario
y minimizan definiciones como su textualización de la esclavitud^, infah-ble
piedra de toque para cualquier autor del XIX cubano, que en el caso de
estas mujeres, cuyas vidas se desarrollan lejos de Cuba, en distintos momentos,
clases, países, lenguas, comunidades, a través de relaciones sociales
diferentes, resulta del mayor interés, porque permite un acercamiento
privilegiado a la literatura como práctica social, como espacio de contradicción
y de lucha por el poder interpretativo en un contexto cultural dado,
al tiempo que evidencia, en contra de lo que han podido pensar otros críticos,
el alcance internacional del debate político y de la producción cultural
en tomo a la esclavitud en Cuba, y la pertinencia de estudiar los textos
de estas autoras «desterritorializadas».
La emancipación de los esclavos en los dominios británicos y el triunfo
de los liberales en España, facilitaron en 1835 la firma de un tratado de supresión
del tráfico más severo que el de 1817, ignorado totalmente en Cuba
por hacendados y negreros. Un conocido líder antiesclavista, Richard R.
Madden, fue nombrado en 1836 representante británico en la Comisión
Mixta destinada a supervisar su cumplimiento en La Habana, pero sus actividades
fueron mucho más allá de sus funciones oficiales. Relacionado a
través de Domingo Del Monte con intelectuales criollos, estimuló el desarrollo
de una literatura comprometida con la denuncia de los crímenes de
la esclavitud, que parcialmente traduciría y daría a la imprenta en el 40. Me
detengo brevemente a señalar que entre esos escritores parece que hubo,
por lo menos, una mujer: Rosita Aldama, la esposa de Del Monte, traductora
de Merlin^.
En diciembre de 1840, Londres propuso a Madrid un nuevo tratado, en
virtud del cual todos los esclavos traídos a Cuba después de 1820, es de-
* Cf. sobre este tema la excelente reseña de Nara Araujo a Méndez Rodenas, op. cit.,
en Revista de la Biblioteca Nacional «José Martí», enero-junio 2001, pp. 132-136.
' Cf. Martin, Claire E., «Slavery in the Spanish Colonies: The Racial Politics of the
Countess of Merlin», en Meyer, Doris (ed.). Reinterpreting the Spanish American Essay.
Women Wríters ofthe 19th and 20th Centuries. Austin: University of Texas Press, 1996, pp.
45-50.
' Cf. Carta de Anselmo Suárez y Romero, de 15 de marzo de 1839, a Domingo Del
Monte, en Centón epistolario de Domingo Del Monte. La Habana: Imp. El Siglo XX, 1923-
1957, t. rv, p. 39.
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cir, desde la fecha en que habían entrado en vigor las estipulaciones de
1817, debían ser emancipados, lo que significaba la quiebra de la industria
azucarera cubana, que vería drásticamente disminuida su fuerza de trabajo
precisamente cuando se consolidaba su gran expansión. El gobierno liberal
del regente Espartero, tan comprometido por el apoyo que Inglaterra le
había ofrecido en la guerra carlista, acogió del mejor grado esta propuesta.
Pero la llegada de la noticia a La Habana creó tal encono entre los hacendados,
que cuando a comienzos del 41 el recién instalado capitán general
Gerónimo Valdés recibió instrucciones para actuar en consecuencia, se
negó a cumplirlas y amenazó con renunciar, lo que obligó a Madrid a reconsiderar
el asunto y pedir al gobierno de Cuba que expresara sus criterios
al respecto. Entonces Valdés solicitó su opinión a las principales corporaciones
y personalidades, las que prepararon sus respectivos informes,
coincidentes en rechazar la propuesta inglesa. Mas el gobierno de Londres
parecía que no iba a cejar en su empeño, y al tiempo que mantenía sus presiones
sobre Madrid, envió una escuadra al Caribe bajo el mando del vicealmirante
Parker, lo que, sin duda, eran palabras mayores^.
A comienzos de 1840, poco después de la muerte de su esposo, la condesa
de Merlin decidió regresar a su ciudad natal tras casi cuatro décadas
de ausencia. Los móviles de su viaje obedecían a muy entremezcladas razones:
económicas^, literarias, familiares, emotivas. Aquí residían su hermano,
heredero del título y bienes de los condes de Jaruco, y sus parientes,
miembros de antiguas familias habaneras, vinculadas al poder y al azúcar.
Para ellos y para la intelectualidad criolla, el viaje de la condesa tenía gran
valor: significaba la llegada a la Isla de una autora que proclamaba su crio-
Hez; y cuyos escritos memorialísticos, legitimantes de una tradición y de
un modo de vida cubanos que venían del XVIII, eran bien conocidos y
apreciados tanto acá como allá^. Y, sobre todo, Merceditas Jaruco quería
^ Cf. Moreno Fragináls, Manuel, El Ingenio, 1.1. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales,
1978; Corvin, Arthur E, Spain and the Abolition ofthe Slavery in Cuba, 1817-1886.
Austin: University of Texas Press, 1979; Barcia, María del Carmen, Burguesía, esclavitud
y abolición. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1987; Armario Sánchez, Eemando,
«Esclavitud y abolición en Cuba durante la regencia de Espartero», en Esclavitud y derechos
humanos. Madrid: CSIC, 1990, pp. 377-405.
* Correspondencia íntima de la condesa de Merlin [...] notas biográficas [...] por Emilia
Boxhom. Madrid: Industrial Gráfica, 1928, p.xi.
' Mes douze premieres années (Paris: Gautier Laguionie, 1831) y Souvenirs et mémoi-res
de Madame la Comtesse Merlin (Paris: Charpentier, 1836), traducidos y publicados total
o parcialmente, fueron comentados por la prensa habanera, y en París habían sido reseñados
por Sainte Beuve, George Sand y Sophie Gay.
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escribir un libro sobre este viaje, lo que resultaba muy interesante porque
sus éxitos sociales en París podían hacer de ella una magnífica abogada de
los intereses de sus compatriotas.
Por eso, durante su breve estancia en La Habana, la condesa no sólo se
ocupó de asuntos pecuniarios, de relaciones familiares, y de exhibir sus reputadas
dotes de soprano o de dama caritativa -se dice que había inaugurado
en Francia los recitales con fines de beneficencia-, sino que comenzó
a modificar el proyecto inicial de su libro. A ello colaboraron, en distintos
momentos, los reformistas cubanos y miembros o amistades de su familia,
quienes le propondrían escribir algo mucho más sólido que unas impresiones
de viaje, con el fin de dar a conocer en Europa sus ideas en relación
con el futuro de la Isla. Para la redacción de este libro se le brindarían los
textos e informaciones que seguramente necesitaba'". Mercedes Merlin
parte de regreso a Francia a fines de julio. Pocos meses después, Londres
le pide a Madrid que todos los esclavos introducidos en Cuba a partir de
1820 sean emancipados.
La historiografía cubana apenas se ha ocupado del «lobby» cubano de
Madrid. Integrado por miembros de la oligarquía criolla establecidos en la
Corte, o por sus representantes, había llegado a ocupar importantes espacios
por las vías más disímiles; y empleaba sus abundantes recursos y relaciones
para controlar la política española en relación con Cuba. Así, ante
el peligro de perder la mano de obra acumulada en veinte años de contrabando
negrero, no escatima medidas ni presiones, y a más de los esfuerzos
que realiza in situ, encuentra una singular alianza en su «French connec-tion
», esa incipiente colonia cubana de París, uno de cuyos más notables
representantes había sido Gonzalo O'Farrill (La Habana, 1754-París,
1831), ministro de la guerra de Carlos IV, Femando VII, y también de José
Bonaparte, a quien cuidaría en su largo destierro su sobrina nieta Mercedes
Merlin.
Ello explica por qué, con mucha antelación a la publicación de La Ha-vane
y de Viaje a Cuba -las dos versiones que acabará por tener el libro
pensado en el 40-, aparece en la primera mitad del 41 un extenso artículo
de la condesa: «Les esclaves dans les colonies espagnoles», en la Revue
des Deux Mondes^^. Los editores justifican la inclusión del artículo con una
'" Particularmente en el Centón epistolario de Domingo Del Monte, op. cit., hay abundante
evidencia de esta colaboración, contemporánea y posterior a su viaje.
" T. XXVI, 4éme serie, [abril-junio] 1841, pp. 734-769. Presumo que una suerte de resumen
de éste es lo que se publica en junio del mismo año en Le Cabinet de Lecture, con
un título que precisa mucho más su contenido: «De l'esclavage dans l'íle de Cuba».
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muy breve nota en la que subrayan la pertinencia de publicarlo dado el debate
contemporáneo sobre la esclavitud, y amparan la acogida que se da en
sus páginas a una mujer, con la existencia de una documentación -que
ellos habrán visto, pero los lectores no- que avala la redacción de su texto
(734, n.l).
La condesa entra rápidamente en materia y expone en pocas palabras
la argumentación central de su trabajo: «Rien de plus juste que l'abolition
de la traite des noirs; rien de plus injuste que l'émancipation des esclaves.
Si la traite est un abus révoltant de la forcé, un attentat contre le droit na-turel,
l'émancipation serait une violation de la propriété, des droits acquis
et consacrés par les lois, une vraie spoliation» (735).
Esta lapidaria fórmula expresa sin ningún pudor la flagrante contradicción
entre un ideario moral iluminista y una práctica económica capitalista,
callejón sin salida en que se encontraron atrapados los ideólogos de
la sacarocracia cubana sustentada por la esclavitud. Y, por otra parte, al
tiempo que delimita tajantemente el espacio en que se va a mover la autora,
anuncia el tono frío, presuntamente objetivo y desafiante con que tratará
un tema al que en 1831, en Mes douze premieres années, se había acercado
con una mirada totalmente distinta, sentimental, nostálgica y
(auto)compasiva. Entonces, al recordar selectivamente su infancia, transcurrida
todavía en tiempos de esclavitud patriarcal, un yo autobiográfico
apiadado de la condición de los negros la denunciaba como un crimen, y
en los episodios protagonizados por esclavos que incluía en su relato
-como ha señalado Sylvia MoUoy-, no sólo encontraba un modo de proyectar
el abandono en que sus padres, instalados en la corte madrileña, la
habían dejado por tantos años en Cuba, sino, sobre todo, la forma de construir
un espacio donde la pequeña Mercedes podía restaurar, con la facilidad
con que solucionaba los conflictos de sus servidores, la armonía que
su propia vida había perdido'^.
Si en 1831 el breve prefacio de Mes douze premieres années mostraba
la timidez e inseguridad -convencionales o no- de una autora que escribía
sólo para los allegados, que no se atrevía a enfrentar al público lector, las
palabras que introducen su artículo del 41 son todo un reto: duda de la capacidad
de filósofos y publicistas, cegados por la palabra libertad, para
abordar el tema de la esclavitud en las colonias europeas de las Antillas
(734), y sabe que la juzgarán una «creóle endúrele, élevée dans des idees
pemicieuses, et dont les intéréts se rattachent au principe de l'esclavage»
'^ MoUoy, Silvia, Acto de presencia. La escritura autobiográfica en Hispanoamérica.
México: Fondo de Cultura Económica-El Colegio de México, 1996, pp. 123-128.
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(735). Por eso su artículo se construye como un largo catálogo de «razones
» -históricas, económicas, políticas, naturales, ¡humanitarias!, ¡afectivas!-,
destinadas a demostrar, por una parte, la necesidad de que la esclavitud
siga existiendo en Cuba, y las bondades con que se practica en la Isla,
y, por otra, la hipocresía de los abolicionistas ingleses, que al promover la
emancipación de los esclavos entrados ilegalmente sólo quieren la ruina de
los hacendados cubanos.
Una primera lectura de estas páginas en su contexto francés -contexto
sugerido por las líneas iniciales del artículo- revela alianzas, intercambios
y escarceos que van mucho más allá del lobby madrileño y las tertulias habaneras,
pues colocan a su autora en relación con antillanos como Rose-mond
de Beauvallon'^ y Granier de Cassagnac^"*, que por entonces viajan
a Cuba y en sus libros coinciden en la apología de la esclavitud, reseñan
visitas a parientes de la condesa, y se refieren a ella como una autoridad; y
la vinculan directamente con el máximo defensor de los intereses de los
productores de azúcar de Guadalupe y Martinica y del mantenimiento de
la esclavitud, el barón Charles Dupin, destinatario de este artículo cuando
devenido en la carta XX pase a formar parte de La Havane. Pero, sobre
todo, no puede olvidarse el juicio de Víctor Schoelcher'^, paladín del abolicionismo
francés y buen conocedor de Cuba, sobre la condesa: «une
femme qui s'est mise au nombre des apotres de l'esclavage»; y, en particular,
el hecho de que su mayor censura resida precisamente en descubrir,
en el ángulo de coincidencia de género, raza y clase, la incapacidad de
Merlin de apreciar, precisamente como mujer, todas las implicaciones del
aberrante índice de masculinidad que comporta la trata: «Mais une chose
que cette femme n'a pas dite, et qui donne un caractére plus atroce encoré
á ce qui se passe a Cuba, c'est que parmi les négres il n'y a guére que des
hommes!»^^. Finalmente, parece ser que esta colocación de la condesa entre
los impugnadores de la emancipación promovió críticas que van más
allá del debate sobre la esclavitud y proyectaron una imagen de ella, totalmente
ajena a la verdad, que tal vez pudo acompañarla en sus últimos años,
como se lee en este texto, firmado por «Une vieille Saint-Simonienne»,
'^ Rosemond de Beauvallon, Jean B., L'Ile de Cuba. París: Sévres-M. Cerf, 1844.
''' Granier de Cassagnac, Bemard A., Voyage aux Antilles Frangaises, Anglaises, Da-noises,
Espagnoles... 2 t. París: Dauvin et Fontaine, 1842-1844.
'^ Sobre el que ha llamado la atención Alain Yacou: «El impacto incierto del abolicionismo
inglés y francés en la Isla de Cuba (1830-1850)», en Esclavitud y derechos humanos,
op. cit., pp. 455-475.
'* Schoelcher, Victor, Colonies étrangéres et Haití. Resultáis de l'Emancipation An-glaise.
París: Pagnerre, ed., 1843,1.1, p. 348.
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que Figarola Caneda recoge: «une ápre et médisante vieille dame, la com-tesse
Merlin, cette bizarre romanciére qui, ayant réalisé une grosse fortune
dans le comerce des négres, faisait dans tous ses ouvrages la plus éhontée
apologie de l'esclavage»'^.
El artículo de Merlin se traduce y publica simultáneamente con el título
de «Los esclavos en las colonias españolas», en la prensa periódica
andaluza'^, y también en forma de folleto'^. La nota de presentación de
los editores es un beligerante llamado a la acción para «los naturales de
[...] Cuba y de Puerto Rico» y «las personas que han residido en ellas»,
ya que se trata de un asunto «de vida o muerte para aquellas provincias,
y no menos para la misma metrópoli, que no sólo ve en ellas los restos de
sus vastas posesiones trasatlánticas, sino que tantos recursos saca de ambas
», (ii-iii)
El folleto, sin embargo, demoró en llegar a Cuba, y cuando ya remontado
lo más agudo de la crisis, a mediados del 42, se recibió en «infinitos
ejemplares»^", concitó de inmediato el rechazo con que en lo adelante sería
tratada la condesa, en otro tiempo tan bien acogida por todos, pues en
buena medida promovió un malestar y una desconfianza, explícitos o disimulados,
en cuya dinámica no podemos detenemos, pero que pesarían en
los juicios con que se van a recibir, primero, otras entregas de su libro en
preparación, y finalmente Viaje a La Habana.
Sab, la primera novela de Avellaneda, es, en todo sentido, el reverso
del artículo de MerUn. Situada en el Camagüey, región centroriental de
Cuba, hacia fines de la segunda década del siglo XIX, esta novela sentimental,
de filiación iluminista y romántica, revela y condena la condición
subalterna de mujeres, negros y pobres, en una sociedad colonial y esclavista
a punto de producir su tránsito de una precaria economía regional, de
esclavitud patriarcal, a una economía capitalista en ascenso. La trama, que
tiene como trasfondo económico la ruina del padre de la protagonista, se
articula a través de tres historias de amor: el amor prohibido del esclavo
Sab por Carlota, la hija de su amo; el desgraciado amor de Carlota por Enrique,
su prometido, que sólo está interesado en su dote; y el amor imposi-
" Figarola Caneda, Domingo, La Condesa de Merlin (María de las Mercedes Santa
Cruzy Montalvo). Estudio bibliográfico e iconográfico [...] París: Ed. Excelsior, 1928, pp.
47-48.
'* Cf. Revista Andaluza y Periódico del Liceo de Sevilla. Sevilla, febrero de 1841, pp.
241, 255, 273, 293.
" Madrid: Imprenta de Alegría y Charlain, 1841, las citas corresponden a esta edición.
^'' Cf. carta de Félix Tanco Bosmeniel a Domingo Del Monte, de 29 de octubre de
1842, en Centón [...], op. cit., t Vil, p. 174.
481
ble de Teresa, la prima pobre e ilegítima de Carlota, por Enrique. Sus tesis
fundamentales, implícitas a lo largo de la novela, se exponen abiertamente,
desde la perspectiva de Sab, en sus páginas finales, a manera, así lo indica
el subtítulo, de «Conclusión», de texto post-liminar ficticio actoriaP'. Las
tesis relacionadas con la esclavitud, de gran relevancia en relación con el
contexto colonial cubano, que no toleró la publicación de ninguna obra antiesclavista
casi hasta finales del siglo, son las mismas que exhibía contemporáneamente
cualquier otra literatura abolicionista: todos los hombres
son iguales, tengan el color que tengan; unos hombres no tienen el derecho
de esclavizar a otros; la esclavitud es contraria a las leyes divinas. Pero las
ideas relativas a la condición femenina constituyen uno de los momentos
más subversivos de toda la literatura del siglo XIX, por cuanto no sólo homologan
la sujeción de que son víctimas las mujeres con la esclavitud, sino
que la consideran aún peor.
Pero esta novela pudo no ser el texto transgresor, feminista y antiesclavista
que conocemos, si Avellaneda hubiera cedido a las presiones que
obviamente ejercieron sobre ella los acontecimientos de fines del año 40 y
del 41. Si partimos del brevísimo prólogo de Sab, y en vez de leerlo como
ese espacio convencional de pudor femenino exhibido por los prefacios de
autoras de la época -que es lo que ha hecho casi toda la crítica-, lo leemos
atendiendo a su contexto histórico y a lo que en él dice esa tercera persona
autorial que quiere asumir la mayor distancia, que juega todo el tiempo a
complacer, pero sin transigir, descubrimos que nos encontramos frente a
una página en que se está negociando un contrato de lectura sin el cual una
cubana no hubiera podido correr el riesgo de publicar este libro en el Madrid
paradójicamente liberal de 1841.
Lo primero que advertimos es cómo en tres breves párrafos se desvanecen,
no por modestia retórica, sino como estrategia de supervivencia, las
funciones principales del prefacio autorial. Avellaneda renuncia, en efecto,
a estimular la lectura de una novela escrita «por distraerse». Renuncia a explicar
sus ideas, objetivos y trama, porque «la publica sin ningún género
de pretensiones». Está, por el contrario, consciente de los reparos de «las
personas sensatas» que pueden encontrar «errores», concede que «si esta
novelita se escribiese en el día, [...] haría en ella algunas variaciones».
Pero dice rotundamente que no varió el contenido de Sab, a pesar de que
sus ideas habían sido «modificadas»; que no alteró lo que había escrito
«con una verdadera convicción», aun cuando ésta llegara a «vacilar». Y no
lo hizo porque no quiso traicionar «los sentimientos algunas veces exage-
^' Genette, Gerard, Seuils. Pans: Ed. du Seuil, 1987, p. 168.
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rados pero siempre generosos de la primera juventud», que fueron, dice,
los que dictaron sus páginas.
Esta decisión, que salva la novela pero marca y compromete a su autora,
debió requerir mucho valor, porque Avellaneda vivía en Madrid, precisamente
el lugar donde se producen cientos de publicaciones y manifestaciones
en defensa de los intereses de los hacendados cubanos y de los
negreros españoles. Y, además, porque mantenía estrechos vínculos con su
famiUa materna, que residía en el Camagüey, y seguramente estos parientes,
su madre, su padrastro, sus hermanos, estaban entre «las personas sensatas
» cuya opinión acerca de Sab la podía inquietar.
He reconstruido, en otra ocasión, a través de la lectura de la foUetería
antiabolicionista y, sobre todo, de las cartas de El Lugareño a Del Monte^^,
un paisaje más amplio y matizado del contexto madrileño y camagüeyano
en que Avellaneda se atrevió a no cambiar su novela. Ahora sólo recordaré
el alto grado de coerción que implicaban los principales argumentos empleados
contra los impugnadores de la trata y la esclavitud: «la idea -como
dice El Lugareño- de que los negros son el freno que sujeta la isla de Cuba
[...], que suprimir la trata y proteger la inmigración blanca es dar el primer
y segundo repique de la Independencia»^^, y el riesgo de una guerra con
Inglaterra. Por ello creo que Avellaneda sí pudo haber cambiado algo en
Sab, algo que no significaba ninguna concesión, que no variaba para nada
la trama, ni entraba en conflicto con la caracterización de los personajes,
pero que le ofrecía una coartada increíblemente actualizada y eficaz frente
a cualquier interpretación recelosa. Cambió -aventuro- la nacionalidad de
los villanos de la novela, a los que en su primera versión habría asignado
cualquier otro origen, pero que ahora podía convertir en dos pérfidos ingleses,
con lo que se curaba en salud.
A comienzos de 1844 la condesa de Merlin publica La Havane^, en
tres volúmenes, con dos dedicatorias: al recién nombrado capitán general
O'Donnell -promotor meses después de la mayor represión racial del XIX
cubano-, y a sus compatriotas. Su contenido, distribuido en treinta y seis
cartas, doce sobre la travesía y su paso por los Estados Unidos, y veinticuatro
sobre historia, geografía, política, economía y costumbres de Cuba,
^^ Cf. Campuzano, Luisa, «Sab: la novela del prefacio» (inédito), donde se analiza la
correspondencia de Gaspar Betancourt Cisneros, El Lugareño, con Del Monte, entre marzo
y diciembre del 41, en Centón [...], op. cit., t. V.
^^ Lugareño, ibíd., p. 32
^^ En París, por Amyot. Hay, del mismo año y en francés, dos ediciones aparecidas en
Bruselas -una en tres y otra en cinco tomos- y una en La Haya, en tres tomos.
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incluía, repito, como carta XX, su artículo del 41. «Éclaircissements» y
«Piéces justificatives» reunidos al final del tercer tomo daban empaque
científico a lo que se había promovido como «las obras políticas» de la
Condesa^^. La mayor parte de estos anexos, posteriores a la fecha de publicación
del artículo y añadidos en función de la carta XX, son una actualización
del contenido de aquel y, al mismo tiempo, una alabanza del
gobierno de la Isla, pues celebran la persecución del tráfico por el capitán
general Valdés y fustigan a los armadores españoles por la campaña de descrédito
que desataron contra él en Madrid -lo que podría justificar la apresurada
dedicatoria a O'Donnell tras la caída de Espartero y de Valdés-.
Pero sobre todo muestran que las ideas de Merlin sobre la esclavitud no habían
cambiado: «Á la supression de la traite, oui; á l'émancipation, non».
(III, 474).
Mas al mismo tiempo se publica Viaje a La Habana, versión española
muy reducida, que incluye las diez cartas aparecidas en La Presse en el
otoño del 43; seguramente la misma selección «amusante» preparada para
una frustrada edición inglesa^^, pues en Viaje a La Habana no hay ningún
texto «serio», de tema político o científico, ni anexos, ni las dedicatorias
que lleva La Havane, ni destinatarios para cartas devenidas en capítulos de
un libro que simplemente recoge las «impresiones» de viaje de su autora^^.
Mas esta versión, de apenas ciento seis páginas en su primera edición -por
eso Félix Tanco la llama «folleto»-^^, estaba precedida de un texto que
constituye el nexo más fuerte de relación objetiva entre las autoras que tratamos:
los «Apuntes biográficos de la Condesa de Merlin», escritos por
Gertrudis Gómez de Avellaneda.
Aparecidos originalmente como presentación de pasajes del libro de
Merlin publicados por la Revista de Madrid^^, estos «Apuntes» evidencian
el marcado interés de la joven escritora por un solo sector de la producción
^' Carta de Félix Tanco a Domingo Del Monte de 22 de abril de 1843, en Centón [...],
op. cit., t VII, p. 177.
^* Carta de Merlin a Philaréte Chasles de 14 de noviembre de 1842, en Figarola Ca-neda,
op. cit., p. 136.
^^ Todo parece indicar que las difíciles circunstancias económicas en que se encontraban
ella y Chasles, les sugirieron sacar el mayor provecho de esta empresa, y multiplicar
lenguas y lugares de edición, así como tono y dimensiones de lo concebido originalmente
como un solo libro
^* Cf. [Tanco Bosmeniel, Félix], Refutación al folleto intitulado Viaje a la La Habana
por la Condesa de Merlin, publicada en el Diario por Veráfilo. La Habana: Imprenta del
Gobierno [...], 1844.
29 T. II, 2." época, enero de 1844, pp. 69-84.
484
de la Condesa y apuntan hacia su más patente desconocimiento del resto,
incluyendo el libro al que poco después servirán de introducción. Frente a
la experiencia compartida del exilio, de la ardua búsqueda en tierra ajena
de un espacio de realización personal, y del rescate de la memoria de la patria
por la escritura, Avellaneda proyecta, fascinada, su lectura cómplice de
Mes douze premieres années en más de la mitad del texto de los «Apuntes
». Luego repasa a la ligera -mas anotando algunas imprecisiones- las
Memorias de una criolla (sic), enumera en breve párrafo otras obras ¡publicadas!
de Merlin, como La esclavitud de la raza africana en la Isla de
Cuba (sic), y Viaje a La Habana, y concluye celebrando a sus traductores,
lo que no le perdona Tanco^''.
Poco más adelante, en ese mismo año, se prohibió la entrada en Cuba,
de Sab^^, que antes de esa fatídica fecha había circulado limitadamente, y
aunque mereciera sendas reseñas en la prensa de Puerto Príncipe y La Habana,
no recibió ni un comentario del locuaz círculo delmontino, posiblemente
muy misógino, muy habanero y, sobre todo, muy cauteloso después
del 41.
Un breve intercambio espistolar, del que se conservan dos cartas de
Merlin, del 45 y el 46, elegantemente afectuosas, y una anotación muy posterior
y olvidadiza añadida por Avellaneda a la segunda de ellas, indican la
existencia de cierta relación y de algún encuentro personal entre ambas^^.
Mucho se ha insistido, y con razón, en que Avellaneda no incluyó Sab
en los cinco volúmenes de sus Obras literarias (1869-71) con que diseñó
su inmortalidad. Pero tampoco incluyó ninguna de sus otras obras trans-gresoras.
Parece que el influjo de la iglesia, con su estricta moral y su política
evangélica colonial, fue muy poderoso en los últimos años de su vida.
Sin embargo, hay resultados recientes de la nueva historiografía cubana
que nos permiten reencontrar, en sus años maduros, el espíritu justiciero
de aquella novel escritora que decidió no renunciar a «los sentimientos
algunas veces exagerados pero siempre generosos de la primera
juventud». Pues hay indicios de que durante el tiempo que pasó en Cuba,
entre 1859 y 1864, Avellaneda se ocupó, silenciosamente y desde un espacio
doméstico activado como locus político, de estimular el curso de las
denuncias por malos tratos a esclavos recibidas por su marido, Domingo
3" Op. cit., p. 47.
' ' Cf. Kelly, Edith L., «The Banning of Sab in Cuba: Documents from the Archivo Nacional
de Cuba», en The Americas, n.° 3, 1945, pp. 350-353.
'^ En Figarola Caneda, Domigo, Gertrudis Gómez de Avellaneda. Biografía, bibliografía
[...] cartas [...]. Madrid: Sociedad General Española de Librena, 1929, pp. 156-157.
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Verdugo^^, quien parece haber sido el alto funcionario de gobierno (teniente
gobernador) que más atención brindó, en toda nuestra historia colonial,
a investigar estos crímenes.
^' Gloria García Rodríguez, La esclavitud desde la esclavitud. La visión de los siervos.
México: Cíe «Ing. J.L. Tamayo», 1996, pp. 178-181; y Manuel Barcia, Con el látigo de la
ira. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 2000, pp. 65-66.
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