PREHISTORIA-ARQUEOLOGÍA
PROSPECCIÓN ARQUEOLÓGICA SUBACUÁTICA
EN LA PLAYA DEL BAJO DE LA BURRA (LA OLIVA,
FUERTEVENTURA, ISLAS CANARIAS, 1998)
GABRIEL ESCRIBANO COBO
ALFREDO MEDEROS MARTÍN
1. ÁREA DE ESTUDIO
En el Norte de Fuerteventura, aunque inicialmente el Puerto del Roque
de Mascona (El Cotillo, La Oliva) fue el más importante de la isla de
Fuerteventura a lo largo del siglo xvi y primera mitad del siglo xvii, junto
con el Puerto de la Peña (Betancuria), el tráfico marítimo acabó por desplazarse
progresivamente hacia el estrecho de la Bocaina.
Este área de la isla tuvo tres núcleos especialmente activos: la Playa del
Pozo (La Oliva), El Puerto de Corralejo (La Oliva) y particularmente el
Puerto del Tostón o del Arrecife (La Oliva) (Escribano y Mederos, 1999).
Este último será, entre la segunda mitad del siglo xvii y finales del siglo
XVIII, el principal puerto de la isla, como refleja un texto de 1649, pues llegaban
«embarcaciones de todas partes» (Roldan y Delgado, 1970: 289),
particularmente navios procedentes de la Península Ibérica, Madeira y
Lanzarote, que tenían en el Tostón el primer puerto donde abrigarse
(Fig. 1).
Sin embargo, presentaba serios condicionantes naturales:
1) Insuficiente calado hasta el punto que acabó prácticamente colma-tado
de arenas a inicios del siglo xix (Álvarez Rixo, 1861/1995:
444), lo que impedía fondear a grandes embarcaciones (Roldan y
Delgado, 1967: 327).
2) Resultaba habitualmente impracticable durante el invierno, al igual
que los restantes puertos de la zona Norte, lo que obligaba a cerrar
el puerto «por impedirlo el mar» (Roldan, 1966: 204), restringiéndose
su uso al verano.
3) Y carecía de agua dulce para aguada, con excepción de unas balsas
utilizadas para la recogida de agua dulce de la lluvia en Punta Gorda
(Ruiz Cermeño, 1772/1981: 453).
Un uso complementario al Puerto del Tostón como desembarcadero lo
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realizó el Puerto de Corralejo (La Oliva), y aunque su utilización está
documentada desde el siglo xvi, recogiéndolo Torriani (1592) en su mapa
como Cala de Coralejos, ganará mayor protagonismo a partir del siglo xix,
paralelo a la colmatación y declive del Puerto del Tostón.
Es interesante que en las dos últimas décadas del siglo xix, dos viajeros,
O.M. Stone (1887/1995: 369-374) y R. Vemeau (1891/1981: 139-
140), recorrerán la distancia desde la bahía del Papagayo o Puerto del
Rubicón, en Lanzarote, hacia Corralejo, de unos 8 Km. en una barca de
vela de pescadores. Vemeau lo hará en apenas 1 hora y 30 minutos, mientras
que el viaje de Stone, que cogió una calma en el centro del canal de la
Bocaina, durará 2 horas y 10 minutos. En ambos casos seguirán la ruta que
sugiere G. Glas (1764/1976: 28-29), quien señala que cuanto más cerca a
la Isla de Lobos, mayor era la fuerza del viento que empujaba para arribar
hacia Fuerteventura, lo que favorecía a Corralejo como punto de recalada
en una ruta Norte-Sur.
El relato más antiguo sobre un viaje en sentido inverso desde
Fuerteventura a Lanzarote, es el del Obispo C. de la Cámara (1631: 343),
quien tras tener que permanecer dos días esperando en Corralejo por la bravura
del mar, tardó seis horas en cruzar la Bocaina hasta arribar al Puerto
del Rubicón.
El tercer puerto clave de desembarco en el Norte de la isla es la Playa
del Pozo o del Pocilio (La Oliva), denominada así porque era el único punto
del norte de la isla que disponía de agua potable de un pozo (Ruiz
Cermeño, 1772/1981: 452-453), siendo utilizado habitualmente como punto
de aguada y fondeadero por los barcos que hacían el tráfico de cabotaje
entre islas según el derrotero de Várela (1788/1986: 48).
La vigilancia de estos tres puertos se realizaba desde la Montaña de
Escanfraga (La Oliva) (Ruiz Cermeño, 1772/1981: 452), atalaya de 529
m.s.n.m., situada a 3 Km. al Este del núcleo de La OUva.
El recurso más escaso en todo el Norte de Fuerteventura, al menos en
los 15 Km. que separan el estrecho de la Bocaina de La Oliva, es la ausencia
de agua. Por esta circunstancia no sólo los navios, sino también las
poblaciones de Corralejo, Villaverde y Los Lajares (Perera y Cejudo,
1989: 143), distantes respectivamente 4.5 Km., 8 Km. y 11 Km., se trasladaban
a la Playa del Pozo a proveerse de agua salobre donde inicialmente
existía un pozo. Posteriormente se abrieron dos nuevos pozos, situados en
el entorno de los actuales hoteles Oliva Beach y Tres Islas.
Por el contrario, en la banda de Barlovento, la principal y única fuente
fue la del Esquinzo, la más próxima a La Oliva, para cuya limpieza se convocaba
a los vecinos que la usaban regularmente: El Roque, La Costilla,
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Lajares, La Oliva, Tindaya, Vallebrón, La Matilla, La Manta, Malpaisejo y
Las Cuevas (Roldan y Delgado, 1967: 74 y 1970: 62, 133, 167, 173, 177,
184, 314). La única otra alternativa era un pozo en Peña Azul, próximo a
la Montaña de Curíame (La Oliva) (Perera y Cejudo, 1989: 144).
Es importante señalar que probablemente la Playa del Pozo fue la elegida
por Gadifer de la Salle para desembarcar en Fuerteventura en 1402
(de la Salle, 1404-19/1980: 38), según proponen Serra Rafols y Cioranescu
(1964: 208-209), por ser el único punto donde se obtendría agua y encontrarse
en las inmediaciones del Islote de Lobos donde G. de la Salle (1404-
19/1980: 25) y sus hombres iban a cazar focas monje, denominados en el
texto como lobos marínos.
En la ensenada abierta que forman la Playa del Caserón y la Playa del
Pozo se encuentra uno de los poblados aborígenes más importantes del
norte de la isla. Los Caserones, en el entorno del Jable de Corralejo, que
presenta numerosas estructuras, cerámicas lisas y decoradas, artefactos líti-cos,
placas de concha decoradas y abundante malacología (Hernández
Díaz et alii, 1990: 73, 76).
La Playa del Pozo está íntimamente relacionada con el Puerto de
Rubicón o Playa de las Coloradas (Yaiza), situado en la Punta de Papagayo,
que aparece mencionado sucesivas veces en Le Canarien (de la
Salle, 1404-19/1980: 25, 36-37,42,44) durante los traslados hacia el Islote
de Lobos y Fuerteventura.
En sus inmediaciones se disponían 2 o 3 pozos de agua salobre y algo
más al interior, otro de agua dulce (Caballero, 1776/1991: 22), que dará pie
a denominar también a la Playa de las Coloradas como Playa del Pozo.
La presencia colonizadora en Lanzarote se retrotrae al menos hasta
1312, en el que se fecha aproximadamente la arribada del navegante mila-nés
Lancelotto Malocello a la isla de Lanzarote. Su objetivo será tratar de
someter a la isla al pabellón genovés, preocupándose asimismo de difundirlo
en las diversas cortes reales europeas como refleja la cartografía
cuando aparece la «ínsula de Lanzarotus marocelus», cubierta por el escudo
genovés, en el mapa de Angelino Dulcert en 1339 (Hamy, 1886: 254).
La construcción de una torre en el centro de la isla, durante los 20 años que
permaneció en la isla hasta su partida o muerte en 1332, probablemente en
la Montaña de Guanapay (Teguise) de 452 m.s.n.m., que aún se conservaba
cuando llegaron los normandos a principios del siglo xv, tal como recoge
el Le Canarien (de la Salle, 1404-19/1980: 34) o T. Marín de Cubas
(1694/1986: 61), demuestra la entidad de esta presencia genovesa. La inte-rrelación
de los acontecimientos entre ambas oríllas la muestra una simple
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evidencia física, un disparo de arcabuz en una isla se podía oír en la otra
(Marín de Cubas, 1694/1986: 98).
Se ha atribuido a los primeros asentamientos normandos la construcción
de los pozos de Rubicón (Jiménez Sánchez, 1960a y 1960b; Serra
Ráfols, 1960: 362; Tejera y Aznar, 1989: 36,43; Tejera, 1992: 80), aunque
los últimos reconocen una «técnica constructiva mixta, consistente en el
uso de brocal y rampa que no tiene paralelismo con los casos europeos que
conocemos» y sería fruto del contacto de «la simbiosis de una técnica
prehistórica con soluciones arquitectónicas de origen europeo».
Otros autores, recogiendo la tradición oral, remontan su construcción a
los aborígenes de Lanzarote (Álvarez Rixo, 1866/1982: 79), siendo particularmente
interesante la referencia del redescubrimiento de un pozo en las
inmediaciones del puerto de Arrecife en 1802 el cual «excavaron y limpiaron
» pero resultó de agua salobre por lo que se abandonó.
Recientemente, se les ha atribuido una cronología púnica al Pozo de la
Cruz y romana al Pozo de San Marcial del Rubicón (Atoche et alii, 1999:
406), ante la duda de que los normados fabricasen dos pozos de factura distinta
de forma más o menos simultánea. Consideran que sus paralelos
arquitectónicos coinciden «casi a la perfección» en el Pozo de San Marcial
con las cisternas abovedadas romanas, y resaltan la presencia de un signo
de Tanit (Tejera y Aznar, 1989: 46, 52) y de «caracteres epigráficos de inspiración
púnica» (Atoche et alii, 1999: 406 a partir de Tejera y Aznar,
1989: 49-50) en el Pozo de la Cruz. Sin embargo, aún se carece de artefactos
cerámicos en el entorno que se remonten a estos periodos púnicos y
romanos, difícilmente ausentes si se trata de pozos vinculados a alguna
factoría, aunque sea de frecuentación estacional, y la primera mención
segura de los pozos es de 1506 (Atoche et alii, 1999: 410), lo que implica
casi dos siglos de presencia europea en la isla, si nos remontamos hasta
1312, y exige de momento prudencia.
2. ANTECEDENTES DEL YACIMIENTO
Actualmente tenemos cierta información sobre cuatro hundimientos en
Fuerteventura recogidos en diversas fuentes documentales o arqueológicas.
El menos conocido es un posible pecio submarino en la Caleta de
Fustes (Amezcua, 1995: 561, 616), de donde provendrían los croquis de
dos anforoides. Más concretamente, A. Miñano (1995: 138), indica que se
trata de 3 anforoides extraídos por la Comandancia Militar de Marina, que
se encuentran actualmente depositados en El Museo Canario.
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Un segundo pecio se localiza en el Puerto del Roque de Mascona-El
Cotillo (La Oliva), pues en 1598 o 1599, según un protocolo notarial (Lobo,
1991: 81), un barco mandado por el maestro de navio portugués
Antonio López, encalló en el puerto, siendo parcial o totalmente despiezado,
poniéndose a la venta en Fuerteventura las velas y aparejos recuperados.
El pecio más famoso corresponde al hundimiento del barco de «El
Griego» en Pájara, que ha dado lugar al nombre de Arrecifes del Griego
(LH.M., 1984: 114), en el punto más saliente de los fondos rocosos de
Punta de Jandía. Estos arrecifes suelen estar visibles en pleamar, pero quedan
ocultos en bajamar, lo que los hace extremadamente peligrosos.
Con motivo de las hambrunas de 1683 y 1684, 470 vecinos con sus
familias, de los 600 existentes entonces en Fuerteventura emigraron de la
isla según Acuerdo del Cabildo de 27-5-1686 (Roldan y Delgado, 1967:
123-124), aunque según otro Acuerdo de 13-5-1689 (Roldan y Delgado,
1967: 134-135), fueron 600 famiüas de las 800 existentes en la isla. En
1685, cuando ya habían muerto en Gran Canaria más de 500 majoreros de
hambre y enfermedades, regresaron a la isla 160 personas recogidas en
Puerto de Las Palmas en el barco de Nicolás Francisco «El Griego», vecino
de Santa Cruz de Tenerife, pero con nacionalidad griega. Sin embargo,
la embarcación chocó con los arrecifes, ahogándose más de 140 pasajeros.
R. Roldan comenta que un submarinista de Fuerteventura le comunicó la
localización de un pecio hundido cerca de dichos arrecifes (Roldan y
Delgado, 1967: 124, nota 26), emplazamiento que también nos ha sido
confirmado por un buceador.
El cuarto hundimiento, al que creemos puede adjudicarse el pecio que
hemos documentado, se localiza en las inmediaciones de la Caleta del
Barco (La Oliva), entre las Playas de Majanicho y Corralejo. Según la tradición
oral (Perera y Cejudo, 1989: 156-157), se trata de un barco pirata
que asaltaba los navios que venían de América, «por ejemplo de Cuba».
Supuestamente, entre su tripulación estaba un majorero de Lajares que
estaba preso en el barco, el cual avisó de la presencia de dinero en una cueva,
la actual Cueva del Dinero situada en los Llanos del Dinero (La Oliva),
y les convenció para asaltar la cueva. Sin embargo, su verdadera intención
era escaparse del barco y les llevó por las inmediaciones del Bajo de la
Burra, intentando que encallara el navio y así poder escapar. Finalmente,
el barco encalló, pero cuando trataba de huir nadando, «se tiró al agua un
negro con un machete y lo mató».
Una segunda versión oral (Perera y Cejudo, 1989: 159-160) sostiene
que un barco pirata encalló en las inmediaciones de la Caleta del Barco, y
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los piratas que venían en la embarcación «enterraron el dinero» en la
actualmente denominada Cueva del Dinero.
Esta historia tomó cuerpo en la primera mitad de los años cuarenta,
cuando regresó de Cuba un majorero que habló con el dueño del terreno
donde se localiza la Cueva del Dinero, para iniciar la búsqueda de un
supuesto tesoro pirata. Ellos dos, con la colaboración de Marcial Estévez
(en Perera y Cejudo, 1989: 160), estuvieron excavando sistemáticamente
la cueva durante uno o dos meses en 1945, inclusive «dormíamos allí, no
sea que vinieran otros y sacaban los dineros», sin embargo «no se encontraba
dinero sino huesos». Al exterior de la cueva, y en sus inmediaciones,
se localizan actualmente material cerámico aborigen y restos malacológi-cos
(León et alii, 1987: 81; Perera y Cejudo, 1989: 160; Hernández Díaz
et alii, 1990: 75).
Estas excavaciones incontroladas en 1945 fueron también realizadas
en el pecio, según Marcial Estévez (en Perera y Cejudo, 1989: 160-161),
extrayéndose varios cañones del fondo del mar que fueron entregados en
la Comandancia de Marina de Puerto del Rosario.
La Playa del Bajo de la Burra, o Caleta del Barco, presenta algunas
estructuras aborígenes, un conchero en bastante mal estado y algunos fragmentos
ceránúcos de posible filiación aborigen (Hernández Díaz et alii,
1990: 73-74). Tradicionalmente era un sitio habitual de pesca (Perera y
Cejudo, 1989: 134), pues en la Caleta queda un gran charco, cuando hay
bajamar, donde permanece pescado, al que se le echaba leche de tabaiba,
denominada en la zona «jiguerilla», lo que provocaba la muerte de los
peces y permitía una fácil captura.
3. ACTUACIÓN ARQUEOLÓGICA
El redescubrimiento del pecio, conocido por los habitantes de la zona,
se realizó por dos buceadores deportivos de la isla de Fuerteventura, que
denunciaron la presencia de cañones y material arqueológico en el entorno
del Bajo de la Burra (Fig. 2).
La prospección para la localización y delimitación del hallazgo se realizó
entre los días 25 al 27 de febrero de 1998, dirigida por los dos firmantes.
El yacimiento se sitúa a una profundidad más o menos regular de -5
m. y -7 m., tras unas rocas que sobresalen en la superficie durante la bajamar,
a unos 800 m. de la costa durante la pleamar. No obstante, durante las
mareas bajas de septiembre, esta distancia disminuye significativamente
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por el escaso desnivel de la gran plataforma continental que parte desde la
orilla de la playa.
La prospección se vio seriamente afectada por el fuerte oleaje provocado
por la acción del alisio en el mes de febrero, con fuerte corriente marina,
mala o nula visibilidad, y el rompiente de las olas en la baja, que llegó
a ser extremadamente peligrosa (Fot. 1 y 2).
Los cañones descansan en una plataforma relativamente horizontal, de
arena y roca volcánica, rodeada por afloramientos que sobresalen en superficie.
Se pudo localizar un número mínimo de 6 cañones, aunque los
buceadores deportivos indicaron que existían en tomo a 14 piezas artilleras
irregularmente repartidas en el entorno de la baja, dato que no pudo
confirmarse con seguridad por el fuerte oleaje que permaneció constante
los días de la prospección. Los cañones se encuentran completamente recubiertos
de algas y concreciones marinas, que los mantienen completamente
adheridos al fondo rocoso. Se trata de piezas de hierro fundido, con
pesos que deben oscilar entre 1.5 o 2 Tm. (Fot. 3 y 4).
Durante el mes de marzo de 1998, se propuso a la Dirección General
de Patrimonio la continuidad de esta actuación en los meses de bonanza
marina, entre septiembre y noviembre de 1998, a fin de proceder a la recuperación
y restauración de los cañones, mediante tratamiento de electrólisis,
para su posible depósito en la Casa de los Coroneles de La Oliva. Sin
embargo, la Dirección General no estimó conveniente autorizar esta segunda
actuación por el costo económico del tratamiento para la conservación
de los cañones.
4. CONCLUSIONES
De acuerdo con la cronología relativa que creemos puede atribuirse a
los cañones, particularmente el siglo xvín, con prolongaciones en la segunda
mitad del siglo xvii y primer cuarto del siglo xix, el emplazamiento del
pecio en las inmediaciones de la Caleta del Barco y las referencias orales
a la Cueva del Dinero, creemos que permiten asociarlas, en su conjunto, al
hundimiento por los ingleses en Fuerteventura de dos barcos españoles en
abril de 1780 (Fig. 3).
Durante la Guerra con Inglaterra entre 1779-1783, un navio inglés aisló
dos embarcaciones españolas cuya tripulación saltó a tierra con dinero
y otros enseres. Los ingleses quemaron los barcos y desembarcaron en tierra,
persiguiéndoles hasta sacarles parte o todo de lo que habían extraído
de los navios. Sin embargo, un capitán de granaderos con 100 hombres y
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numerosos paisanos les hicieron frente, provocando la retirada inglesa,
dando cuenta oficialmente el Coronel de Fuerteventura del combate en la
isla el 8 de abril de 1780 (Guerra, 1760-80/1952: 147). El hundimiento de
dos navios y el desembarco de dinero en tierra, probablemente traído de
América, se corresponde relativamente bien con las tradiciones orales conservadas
hasta la actualidad en el Norte del municipio de la Oliva, en el
entorno de la Caleta del Barco y la Cueva del Dinero, que han ido trasmitiéndose
de padres a hijos, con las lógicas distorsiones y añadidos, pero que
han conservado un fondo de verdad.
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25
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yT/
Fig. 1. Situación de la Caleta del Barco (La Oliva) en función de los principales puertos
del Norte de Fuerteventura: Puerto del Tostón o del Arrecife (La Oliva), Puerto de Carraleja
(La Oliva) y Playa del Pozo (La Oliva), en detalle de la Carte de l'ile de Fortaventure,
de S. Berthelot (1837).
26
Fig. 2. Mapa de Fuerteventura con la situación del pecio del Bajo de la Burra {La Oliva).
27
Fig. 3. Dos fragatas españolas defines del siglo XVIII. Acuarela de Guillermo G. de Aledo
en Manera (1981: 231).
28
Fot. 1. Vista del entorno submarino del Bajo de la Burra.
V
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Fot. 2. Algas flotando por la acción de lafiterte corriente.
29
Fot. 3. Vista del cascabel, lámpara y culata de un cañón.
Fot. 4. Vista de las cañas de dos cañones.
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