LOS CONTORNOS BORROSOS DE LO NACIONAL
EN LAS ANTILLAS HISPÁNICAS
JAMES COHÉN
(Universidad de París VIII;
Instituto de Altos Estudios de América Latina, París)
Traducción al español de Sonia García López
A Paul, que apoya a los jóvenes como pocos
profesores, que defiende sus convicciones y favorece el
intercambio de ideas como pocos ciudadanos.
En los últimos veinte años los debates en ciencias humanas en tomo a
los temas de la nación y el nacionalismo no han dejado de renovarse hasta
alcanzar una riqueza sin precedentes. Y no se trata solamente de una cuestión
teórica, pues estos progresos están suscitados en parte por las controversias
propiamente políticas referidas a esos temas. Esta permeabilidad de
la relación entre el campo político y el científico es inevitable cuando se
trata de un tema tan sensible políticamente como la nación, ya que la idea
misma de nación, como entre otros apunta el historiador Gérard Noiriel,
compete directamente al registro de la reivindicación política'.
Cuando se invoca la nación -se trata, en la mayor parte de los casos de
invocar una nación particular- quedan sobreentendidas lógicamente la
aceptación de la legitimidad del principio de la nación y una concepción
naturalizada del mundo entendido como un conjunto de Estados y de naciones.
Invocar a la nación supone también, en la mayor parte de los casos,
reconocer la legitimidad de las aspiraciones de las colectividades reconocidas
como «naciones» con soberanía política, independientemente de que
adquieran la forma de un Estado independiente (como es el caso más
usual) u otra forma de autogobierno.
Hoy en día resulta cada vez más difícil sostener las teorías denominadas
primordialistas, que fundamentan la existencia de las naciones a partir
de solidaridades «étnicas», o de parentesco, presentadas como los puntos
de origen objetivos de las colectividades y de sus conciencias nacionales.
' Cf. Gérard Noiriel, «Natíon, nationalités, nationalismes» en Etat, nation et immigra-tion:
pour une histoire dupouvoir, París, Belin, 2001, p. 90.
385
Cada vez más a menudo, e inspirándose en la gran obra de Benedict An-derson,
Comunidades Imaginadas^, los investigadores parten de la idea de
que las solidaridades nacionales son construcciones sociales en las cuales
el factor imaginario no es tan desdeñable. Reconocen por ejemplo, con An-derson,
que los sentimientos de pertenencia nacional se materializan en los
flujos de comunicación reconocibles y pueden ser estudiados con los métodos
de la historiografía y la sociología. Pero el contenido atribuido a estos
flujos es un producto del imaginario social que apunta a la creencia más
que a una demostración del enraizamiento «objetivo» de una nación en la
historia.
Los investigadores que adoptan esta perspectiva -con un espíritu pluri-y
trans disciplinar- examinan la forma en que, en cada caso particular, se
manifiestan «los orígenes y la difusión del nacionalismo», como reza el
subtítulo de la obra de Anderson.
1. NACIONES CARIBEÑAS EN MUTACIÓN
A escala planetaria se encuentran, claro está, distintos tipos de nacionalismo,
distintos modos de difusión y distintos «modelos» de relación entre
Estado, sociedad y modo de constitución de las naciones. La política
comparada y los estudios de zonas determinadas del mundo (área studies)
han ganado en rigor gracias a los interrogantes que en tomo al hecho nacional
han surgido en los últimos años. En este trabajo, se tratará de sentar
las bases para un análisis comparado de tres países -la República Domirñ-cana,
Cuba y Puerto Rico- que, comúnmente contemplados, constituyen
un interesante laboratorio para el estudio del fenómeno nacional. A pesar
de formar un conjunto culturalmente coherente (y, por supuesto, la fórmula
está por demostrar), estos tres países han conocido trayectorias políticas
muy divergentes.
De los tres países, dos de ellos se cuentan hoy en día como «Estados
nacionales», formalmente independientes, y un territorio ligado de manera
particular a la metrópoli estadounidense. De los dos Estados independientes,
uno se asemeja a una república latinoamericana o caribeña «clásica»
por su condición de país del sur, económicamente dependiente respecto a
Estados Unidos. El otro, habiendo comenzado su carrera de Estado independiente
casi como protectorado de Estados Unidos se convirtió, a partir
^ Benedict Anderson, Comunidades Imaginadas. Reflexiones sobre los orígenes y la
difusión del nacionalismo, trad., México, FCE, 1985.
386
de 1959, en el símbolo mismo, en las Américas y más allá de eso, de la ruptura
antiimperialista revolucionaria. Hoy en día esa función, que ha atravesado
numerosas etapas desde 1959, remite de forma mucho más palmaria
a la representación que a una sustancia concreta.
En cuanto a Puerto Rico, decididamente no constituye, en términos políticos,
la «segunda ala del pájaro» evocada en un célebre poema^. En 1898
se transformó en satélite de Estados Unidos, y desde 1952 pasó a ser «Estado
libre asociado», no sin haber preservado una historia colectiva y unas
dinámicas culturales propias. ¿Se trata de un pueblo que defiende, hasta en
la práctica incorporación a los Estados Unidos, una «identidad cultural»?
Más apropiado parece considerar Puerto Rico como el lugar de producción
de los discursos más diversos sobre la identidad política y cultural de la colectividad,
incluido el tema de la nación. Por sus vacilaciones y sus contradicciones
en materia de expresión identitaria, y por su larga experiencia
en cuanto a las relaciones «extemas-intemas» con Estados Unidos, se podría
decir que Puerto Rico juega un papel precursor con respecto a los otros
países citados"*.
Hoy en día numerosos análisis demuestran que la soberanía de los Estados
del sur -que nunca fue fuerte en comparación con los Estados metropolitanos-
es cada vez menos factible debido a las coacciones de un sistema
económico mundializante cada vez menos sometido a unas reglas que
constriñe a los Estados más débiles a través de una política monetaria y de
créditos que coarta cualquier ambición desarrollista a escala nacionaP. Por
otra parte, la relación Estado/nación entra en un periodo de gran incerti-dumbre
en una época no sólo de transnacionalización de los grandes flujos
económicos y financieros y de pérdida de la soberanía de los Estados, sino
también de proliferación de las redes sociales transnacionales, es decir de
la constitución de grupos -ya estén compuestos por élites, por clases medias,
por inmigrantes asalariados, etc.- cuyo horizonte de vida se define
con relación a dos (o más) territorios y «naciones»^.
3 Se trata del poema «Mi libro de Cuba» (1893) de Lola Rodríguez de Tió (1843-1924):
«Cuba y Puerto Rico son / De un pájaro las dos alas... Sueña la musa de Lola / Con ferviente
fantasía / ¡De esta tierra y la mía, / Hacer una patria sola!»
'* Esta idea es sugerida por Román de la Campa, Cuba on My Mind: Joumeys to a Se-veredNation,
Verso, 2000, p.l7.
' Sobre este tema existen numerosos escritos. Recomiendo el de Sami Naír, Le diffe-rend
méditerranéen. Essais sur les limites de la démocratie au Maghreb et dans les pays du
tiers-monde, París, Kimé, 1992.
* Véase, entre otras obras que abordan esta cuestión, Arjun Appadurai, Modemity at
Large: Cultural Dimensions of Globalization, University of Minnesota Press, 1996.
387
En el comienzo del siglo XXI podemos decir que los contomos borrosos
de la nación constituyen un factor de «convergencia» entre los tres países
abordados. Cruel ironía: estamos lejos, tal vez en las antípodas, del
sueño betanciano de una Confederación Antillana constituida por naciones
orguUosas y soberanas. Para demostrarlo, examinaremos paso a paso los
tres países y su relación con el tema de la nación.
2. LA REPÚBLICA DOMINICANA A LA VANGUARDIA
DEL TRANSNACIONALISMO
De los tres países. República Dominicana es el que, a la larga, tendrá
un destino más «clásico» en el contexto geopolítico, es decir, el más comparable
con los otros países latinoamericanos y más generalmente con
otros países del Tercer Mundo, a pesar de ciertas especificidades evidentes
entre las que se cuentan: 1) un grado excepcional de control político ejercido
sobre el país durante la mayor parte del siglo veinte por Estados Unidos
(lo que sitúa a República Dominicana en la misma categoría que Haití,
Cuba, Puerto Rico, Nicaragua y Panamá); 2) la singular forma de gobierno
que comportó la dictadura de Trujillo^; y 3) desde luego, la larga y dolo-rosa
historia de sus relaciones con Haití, llenas de racismo: un racismo a
menudo suscitado y codificado por el Estado (véase el artículo de Lauro
Capdevila en este mismo volumen). El odio a los haitianos y a los negros
en general fue durante mucho tiempo un leit-motiv central en la vida política
dominicana, y por ello resulta imposible hacer una abstracción al respecto
cuando se reflexiona sobre los contomos contemporáneos de una nación
dominicana.
Los nacionalismos que a partir del siglo XIX comenzaron a manifestarse
en República Dominicana han servido de armazón ideológica a los
más diversos y contradictorios proyectos políticos: los nacionalismos conservadores
del XIX, el patriotismo incondicional acompañado del culto a
la personalidad bajo el régimen de Trujillo, y más tarde los contranacionalismos
antiimperialistas en sus diversas expresiones. Hoy, tras una larga y
penosa mptura con los autoritarismos (primero Tmjillo, después Balaguer)
el tema de la nación es evocado con mayor modestia y circunspección, no
sólo a causa de la transición democrática, es decir, del trabajo de asimilación
de las reglas del juego pluralistas que retira a los gmpos políticos par-
' Lauro Capdevila, La dictadure de Trujillo. République Dominicaine, 1930-1961, París,
ed. L'Harmattan, 1998.
388
ticulares el derecho a reivindicar la nación de manera exclusiva, sino también
porque la colectividad nacional se transnacionaliza a gran velocidad.
Con el concepto de «transnacionalismo» nos referimos a la actividad
de las empresas privadas que actúan más allá de las fronteras nacionales,
pero también a los movimientos transfronterizos de las personas y sus
efectos sociológicos. Este transnacionalismo puede definirse como «un
proceso mediante el cual los emigrantes, a través de sus actividades cotidianas
y sus relaciones sociales, económicas y políticas, crean campos sociales
que atraviesan las fronteras nacionales»^. La República Dominicana
se ha convertido, para sociólogos, politólogos y etnólogos, en un caso paradigmático
de este fenómeno: gran cantidad de estudios serios analizan la
formación de una «diáspora» dominicana muy estructurada (incluso desde
el punto de vista político) a Nueva York, donde la población dominicana
asciende a medio millón de personas y a otras ciudades del noreste de Estados
Unidos^. Una vez admitida la doble nacionahdad, las redes de acción
política y económica son auténticamente transnacionales. Este país constituye
uno de los mejores ejemplos de una «nación desterritorializada», en
el vocabulario de Nina Glick Schiller et al.'°.
Los aspectos sociológicos de las redes transnacionales de emigrantes
son muy variados: hay pequeñas y medianas empresas dominicanas cuya
gestión supone una movilización transnacional, así como sucede con las
redes de solidaridad familiar o local. Es demasiado pronto para conocer las
implicaciones que a largo plazo puede tener esta situación para el desarrollo
económico y social, pero en ciertos casos documentados, las redes pueden
estimular dinámicas locales de desarrollo o incluso proyectos de «co-desarroUo
». En cualquier caso, los gobernantes dominicanos han asimilado
a la perfección la idea de que las «fuerzas vivas» de su nación están ahora
geográficamente dispersas y exigen formas de movilización que desbordan
el marco territorial.
^ Cf. Linda Basch, Nina Glick Schiller y Cristina Szanton Blanc, Nations Unbound:
Transnational Projects, Postcolonial Predicaments and Deterritorialized Nation-States,
Gordon and Breach, 1994, p. 22.
' Cf. por ejemplo: Sherri Grasmuck y Patricia R. Pessar, Between two Islands: Domi-nican
International Migration, University of California Press, 1991; Silvio Torres Saillant,
«Visions of Dominicanness in the United States» en F. Bonilla, E. Meléndez, R. Morales,
M. de los Angeles Torres (eds.), Borderless, Borders, Filadelfia, Temple University Press,
1998; Patricia R. Pessar and Pamela M. Graham, «Dominicans: Transnational Identities and
Local Politics», in N. Poner (ed.), New Immigrants in New York, ed. revisada, Columbia
Univ. Press, 2001.
'" Véase nota 8.
389
3. CUBA: NACIÓN BIPOLAR, NACIÓN DIASPORICA?
Después de haber vivido una violenta y larga lucha para la independencia
nacional (una lucha relativamente popular y democrática, especialmente
en la versión martiana de su proyecto), Cuba pasó a principios del
siglo XX por la directa dominación política y económica de Estados Unidos,
con la fundación en 1902 de ese Estado formalmente independiente,
bautizado por los historiadores cubanos como la «República mediatizada».
Este régimen clásicamente neocolonial engendró, frente a él y en sucesivas
olas históricas, oposiciones nacionalistas radicales y antiimperialistas. El
discurso ideológico central del régimen surgido con la revolución de 1959
aparece desde este punto de vista como la superposición de un internacionalismo
«socialista» a la soviética sobre un nacionalismo antiimperialista
típicamente cubano.
Las afirmaciones nacionalistas y antiimperialistas del régimen castrista
no le han impedido, en el contexto de la guerra fría, buscar la protección
soviética mediante la transformación de Cuba en estado-cliente caribeño
de la URSS. Ciertamente, un Estado-cliente un tanto atípico, salido de un
proceso revolucionario más reciente y popular que los de los países del
este, pero no menos sujeto a un sistema de control ideológico similar a las
dictaduras del resto del bloque, que invocaba la agresividad confesada del
vecino del norte como justificación permanente de tal cerrazón.
El carácter antisistémico de la revolución cubana, tan evidente en los
años 60, es hoy en día, en el momento de la mundialización liberal y de la
«hiperpotencia» estadounidense, difícil de demostrar: ¿cómo evitar llegar
a la conclusión de que Cuba tiende desde hace algunos años a volver a convertirse
en un país latinoamericano ordinario, prisionero como sus vecinos
de un sistema mundial que ya no tolera ninguna desviación significativa
con relación a la norma neoliberal? El internacionalismo socialista ya no
brinda mucho auxilio ideológico a los dirigentes cubanos, sino que una
campaña oficial tiende hoy en día a promover la nación cubana y la cuba-nidad
como valores-refugio^^ como medio de conjurar la falta de soberanía
real, especialmente en materia económica, así como el deterioro social
de este «socialismo» condenado a administrar la penuria.
El exilio anticastrista radical en el sur de Florida pretendió encamar a
la «auténtica» nación cubana frente a un régimen revolucionario acusado
de usurpar la identidad nacional. Pero después de más de cuarenta años de
castrismo y de exilio, la población cubana en Estados Unidos se ha diver-
" R. de la Campa, op.cit., introducción y capítulo 6.
390
sificado considerablemente, tanto desde el punto de vista social como del
ideológico. No se puede asimilar toda la población cubana de Miami a los
exiliados más fervorosos'^. Si hacemos abstracción por un momento de las
divergencias políticas, observaremos que existe, y desde hace largo
tiempo, un área cultural cubana que engloba a un mismo tiempo a la isla y
a la «diáspora»'^. Como bien lo demuestran Gustavo Pérez Firmat^'* y Román
de la Campa'^, la «diáspora» cubana en Estados Unidos representa un
polo de la colectividad cubana -una parte de una nación territorialmente
escindida, políticamente polarizada, que mantiene sin embargo una coherencia
de espacio cultural. Cualesquiera que sean las energías desplegadas
por los militantes del exilio y por los del régimen dentro del territorio para
negarse los unos a los otros, existe en la actualidad un contacto permanente-
lo que no significa una entente perfecta -entre estos dos polos de la
nación, «norte» y «sur»-. Por otra parte, el «norte» se diversifica y no se
limita exclusivamente a los Estados Unidos, pues una presencia cubana
nada desdeñable en España y en otros lugares contribuye al carácter abigarrado
de esta «diáspora» que se busca.
Nadie puede saber qué talante político asumirá la transición post-cas-trista
pero, ya desde este momento, la formación de redes de contacto
transnacionales entre cubanos de diversos espacios, se afirma como una
ola sociológica de fondo que transforma el paisaje de forma más segura y
perdurable que todos los cálculos estratégicos y los discursos ideológicos,
particularmente aquellos que buscan fijar la «nación» en su integridad territorial
o en su soberanía eterna. Por otra parte, esta soberanía se encuentra
amenazada por todos aquellos que sueñan con una futura república cubana
tan «abierta» y «mundializada» que se convirtiera rápidamente en
presa fácil para el FMI. (Al menos sabemos esto: los que se opongan a una
transición neohberal radical no lo tendrán fácil).
Si la ruptura entre la dirección castrista y los sectores más duros del
exilio es total, pese a los acercamientos que ha posibilitado el fenómeno
diaspórico, es porque es sostenida ideológicamente desde ambos lados.
Las alas «duras» de cada una de las partes son las más ruidosas ya que, del
'^ Véanse María de los Ángeles Torres, In the Land ofMirrors: Cuban Exile Politics
in the United States, Ann Arbor, University of Michigan Press, 2001, y R. de la Campa, op.
cit.
' ' Cf. la obra monumental de Louis A. Pérez Jr., On Becoming Cuban: Identity, Natio-nality
and Culture, Chapel Hill/Londres, Duke University Press, 1999.
''' Gustavo Pérez Firmat, Life on the Hyphen: The Cuban-American Way, University of
Texas at Austin, 1994.
'^ Op. cit.
391
lado estadounidense están próximos al poder, y en Cuba, son el poder. Pero
asistimos a la emergencia de corrientes, entre los cubanos de la «diáspora»
menos afirmadas en el sentimiento anticastrista y que aspiran a una comunicación
más abierta -menos saturada por los discursos ideológicos polarizantes-
entre cubanos'^.
Hoy, el resurgir del discurso nacionalista oficial esconde mal una pérdida
de soberanía y una adaptación forzada al capitalismo neoliberal imperante.
Pero -signo de los tiempos- los temas de la emigración y la «diáspora
» comienzan a tener carta de ciudadanía en la investigación cubana,
mientras que ciertos escritores del exilio, durante mucho tiempo margina-lizados,
son «recuperados» para una visión más «ecuménica» y translocal
de la nación. Si bien es imposible definir por adelantado las características
de la transición política que podría producirse en Cuba tras la desaparición
de Fidel Castro, sí que podemos aventuramos a decir que el próximo «modelo
» de la nación cubana será necesariamente más modesto en sus pretensiones
de soberanía y más «transnacional» en su concepción del gobierno,
dada la dureza del entorno económico y estratégico y la
importancia -ya notable- de la «diáspora» como fuente de riquezas.
4. PUERTO RICO: UNA NACIÓN TRANSTERRITORIAL
INCRUSTADA EN EL ESTADO METROPOLITANO
Incluso teniendo en cuenta las particulares circunstancias de su inclusión
en el espacio político estadounidense, podemos decir que Puerto Rico,
en tanto que colectividad nacional llamada a vivir a caballo entre el Caribe
y la metrópolis desde hace un siglo, posee una experiencia potencialmente
rica en enseñanzas para otros países de la periferia cercana a Estados Unidos.
La dominación política directa por parte de Estados Unidos hizo de
Puerto Rico, a partir de 1900, un animal político-institucional de especie
hasta entonces desconocida: una colonia consagrada a la rápida modernización
capitalista, en un régimen de dominación colonial directa que sin
embargo comportaba una esfera parlamentaria administrada de forma rela-
'* Cada uno a su modo, los autores citados más arriba -Pérez de la Campa, Pérez Fir-mat
y Torres- han contribuido a la constitución de este espacio público de encuentro entre
cubanos de los dos espacios. Véase también el notable dossier, «Cuba, 170 años de presencia
en Estados Unidos» publicado por la revista Encuentros de la Cultura Cubana, n.°
15, invierno de 1999-2000.
392
tivamente democrática (relativamente, sobretodo, respecto al entorno caribeño
o latinoamericano). El pluralismo que ha podido reinar en esta esfera
institucional, y más generalmente en la esfera pública, ha posibilitado una
extensión extraordinaria del discurso de la nación, ya que el campo político
se escindió en diversas concepciones sobre el «mejor» tipo de relación
del pueblo con la nación, con la soberanía, con el poder norteamericano (el
problema del «status»). Así, las tres «grandes» opciones -independencia,
incorporación o mantenimiento de la fórmula del «Estado libre asociado»-
forman, como dice el sociólogo Emilio González Díaz, una «Santa Trinidad
» que resume y reduce a un esquema simple, demasiado simple, toda la
vida política puertorriqueña'^.
Los nacionalismos propiamente dichos son los de las diversas corrientes
independentistas, moderadas o radicales. Electoralmente, su peso no ha
alcanzado el 10% en cuarenta años, pero su peso sociológico queda realzado
por la presencia en su seno de un sector todavía importante de la in-telligentsia
puertorriqueña, que sostiene toda una «vida simbólica de la nación
», impregnándose de la idea de que Puerto Rico, «como toda nación
que se precie» tiende «naturalmente» a la independencia.
Sin embargo los independentistas están lejos de poseer el monopolio
sobre los discursos de la nación. En Puerto Rico se puede tener la
falsa impresión de estar rodeado de independentistas ya que lo que se
expresa a menudo con la retórica de la nación, incluidos los slogans de
recelo antiimperialista, no es tanto la aspiración a la soberanía política
como una búsqueda de autoafirmación colectiva de tipo cultural, «iden-titario
» que permita a los ciudadanos distinguirse de los Estados Unidos...
algo que en absoluto les impide, en última instancia, marcar su
preferencia por una forma de unión permanente con Estados Unidos, así
se trate del estatuto en vigor, el Estado libre asociado (ELA) o de la incorporación
en la unión estadounidense como el estado n.° 51 («estadi-dad
»).
La colaboración entre independentistas y partidarios del ELA en la
afirmación cultural colectiva, bajo la forma de un nacionalismo políticamente
soft, tiene un fuerte coeficiente cultural y simbóUco, es un hecho patente
de la vida electoral puertorriqueña desde hace varios años. Por la vía
publicitaria también, el tema de la nación ha sido banahzado en el espacio
público hasta el punto de convertirse en fetiche: la puertorriqueñidad sirve
de argumento de autenticidad, no solo para los productos autóctonos (ron.
" Véase Emilio González Díaz, «El misterio de la Santísima Trinidad y el partido del
Status», revista Bordes n.° 1, Puerto Rico, 1995.
393
café), sino también para los cigarrillos Winston o la cerveza Budweiser, es
decir, cualquier contenido comercial'*.
Por otra parte, podemos hablar de un corte que en el seno de la colectividad
puertorriqueña se ha producido entre la isla y la metrópoli y en virtud
del cual numerosos puertorriqueños de la isla se niegan a reconocer
como verdaderos hijos de la patria a los que parten y se quedan lejos mientras
que los emigrantes y sus descendientes en la metrópoli tienen otras
preocupaciones que la vida pública de su país de origen. La integración a
la que aspiran los emigrantes en el espacio social y político de la metrópoli,
que a menudo se manifiesta como problemática, prima sobre las consideraciones
más lejanas e ideológicas. Una tentativa concreta en los años
60-70 para suscitar una movilización diaspórica masiva en favor de la independencia
puertorriqueña, en detrimento de las reivindicaciones sociales
de los mismos emigrantes, tuvo como consecuencia un monumental fracaso'^.
Dado que Puerto Rico no es un país del Tercer Mundo desde los
años 40, la población emigrada no está obligada a movilizarse colectivamente,
como lo hacen las «diásporas» de los países independientes del Caribe,
para salvar a sus compatriotas de la miseria con remesas.
Asimismo, existe un grado importante de interpenetración entre los dos
espacios. Los puertorriqueños de la emigración mantienen, de una manera
o de otra, la memoria de su país de origen, y el uso del término «diáspora»
se justifica sobre todo en este sentido. Ellos regresan regularmente por vacaciones,
o por un periodo de tiempo mayor, y comparten con la isla ciertas
formas artísticas y musicales que construyen un auténtico espacio cultural
transnacionaP^. Una corriente de artistas militantes cuya presencia es
visible en Nueva York se esfuerza permanentemente por recordar a los
puertorriqueños «de dónde vienen», difundiendo formas culturales que
sustentan un fuerte lazo de identificación. Si bien es cierto que la población
emigrada no siempre se apasiona por la vida política de la isla, y que
los partidos políticos de la isla tienen escaso predicamento en la metrópoli,
no es menos cierto que ciertos casos políticos que revisten tanta importan-
'* Las diversas formas de banalización de la retórica puertorriqueñista son aneilizadas
con rigor e ironía por Carlos Pabón en Nación postmortem. Ensayos sobre los tiempos de
insoportable ambigüedad, San Juan, Puerto Rico, Ediciones Callejón 2002. Véase también
Arlene Dávila, Sponsored Identities: Cultural Politics in Puerto Rico, Filadelfia, Temple
University Press, 1997.
" Véase Andrés Torres y José E. Velásquez (eds.), The Puerto Rican Movement: Voi-ces
the Diáspora, Temple University Press, 1998.
^^ Véase Ángel Quintero Rivera, Salsa, sabor y control. Sociología de la música tropical.
Siglo XXI, 1998.
394
cia para la isla como para Washington pueden ser en un momento dado objeto
de «movilizaciones diaspóricas» en la metrópoli. Por ejemplo, la controversia
en tomo a la base naval de Vieques, así como el caso de los militantes
independentistas liberados de la prisión por el presidente Clinton,
se han convertido, desde las elecciones del 2000, en verdaderos envites de
la vida electoral neoyorquina^'.
Los nacionalismos «duros» o «blandos» de la isla, durante largo
tiempo, han preferido «olvidar» la emigración si no era para condenar en
abstracto lo que desde su punto de vista era considerado como una abominable
escisión de la nación. Sin embargo, los tiempos comienzan a
cambiar. La intelligentsia puertorriqueña, incluida el ala independen-tista,
reconoce de mejor grado que antes que la colectividad puertorriqueña
no puede ser reducida, en términos sociológicos, a la población de
la isla. En 1993, el eminente profesor de letras en Princeton, Arcadio
Díaz Quiñones denunció la «sistemática evasión» de la cuestión de la
emigración por parte de los intelectuales puertorriqueños, así como «el
olvido de la mezcla e hibridez de nuestra lengua y de nuestros muchos
grados de bilingüismo»^^. Poco después, un grupo de sociólogos de la
isla publicó un libro sobre Puerto Rico considerado como «nación de
viajeros» (commuter nationf^. Un sociólogo de la cultura radicado en
Nueva York explora desde hace varios años las contribuciones de la población
emigrada a la construcción de una «identidad puertorriqueña»,
así como las formas de expresión musical que comparten los jóvenes
puertorriqueños de Nueva York y los de la isla^'^. A partir de ahí, otros
investigadores tratan de teorizar la «nación desterritorializada» o la
«etno-nación transterritorial»^^.
^' Véase James Cohén, «Défense commune et citoyenneté de seconde zone». Limes n.°
2,2000.
^^ Arcadio Díaz Quiñones, La memoria rota, Río Piedras, Ediciones Huracán, 1993,
pp. 97 y 144.
^' Véase Carlos Antonio Torre, Hugo Rodríguez Vecchini, William Burgos (eds.), The
Commuter Nation: Perspectives on Puerto Rican Migration, Editorial de la Universidad de
Puerto Rico, 1994.
^ Véase Juan Flores, La venganza de Cortijo y otros ensayos. Ediciones Huracán,
1997 (traducción de Divided Borders: Essays on Puerto Rican Identity, Houston, Arte Público,
1993); From Bomba to Hip-Hop: Puerto Rican Culture and Latino Identity, Colum-bia
University Press 2000.
^' Véanse, entre otros trabajos. Francés Negrón-Muntaner y Ramón Grosfoguel (eds.),
Puerto Rican Jam: Rethinking Nationalism and Colonialism, University of Minnesota
Press, 1997; y Jorge Daony, The Puerto Rico Nation on the move, University of North Carolina
Press, 2002.
395
Por otra parte, asistimos al comienzo de un retomo crítico de los historiadores
sobre las formas concretas del nacionalismo, comenzando por el
partido nacionalista de Pedro Albizu Campos. Una biografía política de
esta figura capital del nacionalismo radical, publicada en 1991, aporta
pruebas del contenido social ultraconservador de su visión^^. Empresa que
arroja luz sobre las diversas tentativas que en los años 60-70 se dirigían a
organizar la «junción» ideológica entre Albizu y la revolución socialista...
A pesar de estas nuevas vetas de la reflexión crítica, el tema de la nación
continúa siendo sensible en Puerto Rico, ya que, tanto en los medios
de comunicación como en los círculos intelectuales no es de buen tono
cuestionar la seriedad de la problemática nacional. Desde la mitad de los
años 90, las corrientes críticas que se adscriben al pensamiento postmo-demo,
denuncian con gran desenvoltura las fallas y las hipocresías del discurso
nacionaP. Actitud que provoca crispaciones, pero también reflexiones
de fondo.
5. CONCLUSIONES PROVISIONALES
Estos tres países, por encima de las diferencias importantes en sus trayectorias
históricas, tienen en común hoy en día el hecho de estar en una
situación de contacto prolongado, es decir de imbricación, con la sociedad
estadounidense.
La relativización de la soberanía nacional, lo hemos visto, es admitida
con cierto pragmatismo en República Dominicana, donde cada uno puede
rendirse a la evidencia de que la «diáspora» aporta recursos vitales al país
y que, finalmente, la nación de mañana será transterritorial y articulada sobre
la metrópoli, o no será.
En los otros dos casos, asistimos a la eclosión, todavía muy minoritaria,
de un pensamiento de toma de distancia con respecto a las concepciones
unitarias y territorialmente íntegras de la nación. En Cuba, cierto nacionalismo
antiimperialista continua estructurando el discurso oficial, e
impide hablar abiertamente del carácter «escindido» y «diaspórico» de la
^' Cf. Luis A. Ferrao, Pedro Albizu Campos y el nacionalismo puertorriqueño. Puerto
Rico, Editorial Cultural, 1991.
" A los trabajos, ya mencionados, de Carlos Pabón, cabría añadir los de otros autores
agrupados en tomo a la revista Bordes, como Arturo Torrecilla, Jaime Benson Arias, My-riam
Muñiz o Emilio González. Véase también Juan Duchesne Winter, El ciudadano insano.
Ediciones Callejón, 2001
396
nación, y menos de los severos límites impuestos a la soberanía nacional
en el sistema mundial contemporáneo. Sin embargo, ciertas orientaciones
políticas concretas del régimen hablan más fuerte que los discursos: la búsqueda
de socios comerciales en Estados Unidos (numerosas firmas responden
a la llamada: sólo el gobierno federal y la derecha del exilio defienden
todavía el embargo); el aumento de la tolerancia ante los
desplazamientos transnacionales de los intelectuales y los artistas; y sobretodo,
la gestión pragmática de las remesas, que se han convertido en la
principal fuente extranjera de divisas para la economía cubana.
En cuanto a Puerto Rico, la casi totalidad de sus ciudadanos ha encontrado
desde hace mucho tiempo un modus vivendi pragmático con los Estados
Unidos pero, en el seno de la intelligentsia, sólo una minoría iconoclasta
parece tener plenamente asimilada esta realidad, hasta el punto de
cuestionar abiertamente la pertinencia de proyectos de separación o de au-tonomización.
Al igual que el caso cubano, el de Puerto Rico nos invita a
reflexionar sobre la tenacidad del imaginario nacional, en una época en que
las colectividades nacionales desbordan sus fronteras territoriales.
Sin embargo, las tendencias observables en estos tres países caribeños
hispanófonos no permiten llegar a la audaz conclusión, avanzada por ciertos
investigadores contemporáneos, según la cual el debilitamiento de las
soberanías y los vaivenes de las referencias a la nación anuncian para muy
pronto una completa obsolescencia de los Estados nacionales^^. El que el
rol de Estados en el sistema mundial se transforme rápidamente, que las
evocaciones de la nación se diversifiquen en su contenido, o que los pueblos
se transnacionahcen sociológicamente, no impide que sean todavía
numerosos los sujetos sociales que piensan los contomos de las naciones
en términos de fijeza. Este reflejo no desaparecerá tan pronto, ya que remite
a pasiones fuertemente enraizadas. Sin embargo, la evocación de la
nación -estos tres casos lo muestran palmariamente- será necesariamente,
en un futuro próximo, más balbuceante, más polisémica, pues nadie posee
todavía un lenguaje adecuado para describir el mundo contemporáneo en
constante mutación. El orden político y económico que rige este mundo se
acomoda perfectamente a los contomos borrosos de las naciones periféricas
y propone cualquier cosa menos una refundación de esas formaciones
nacionales sobre nuevas bases.
^^ Arjun Appadurai, op. cit., cap. 6, evoca esta hipótesis con circunspección y modestia
confesando que, observando en todas partes los desafíos lanzados a la soberanía nacional,
no ve perfilarse en el horizonte un acuerdo institucional que viniera a sustituir eficazmente
al Estado nacional en tanto que marco institucional del civismo y la justicia social.
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