11. LOS PROTAGONISTAS INTELECTUALES
Y POLÍTICOS DE CUBA, PUERTO RICO Y
LAS FILIPINAS (SIGLOS XIX Y XX)
ALCANCE Y TRASCENDENCIA DEL CONCEPTO
DE REPÚBLICA DE JOSÉ MARTÍ*
PEDRO PABLO RODRÍGUEZ
(Centro de Estudios Martianos, La Habana)
Ponencia presentada en el panel en el XXni Congreso de la Latín American Studies
Association (LASA 2001) en Washington, 7 de septiembre de 2001.
El aparato categorial de Martí ha sido tan poco estudiado que ni siquiera
se ha establecido un cuerpo de sus conceptos o analizado a fondo algunos
de ellos. Han sido los estudiosos que han abordado sus escritos con
otros propósitos, quienes alguna que otra vez han señalado el alcance o el
valor categorial de algunos de los términos. Esta ausencia se enmarca dentro
de otra de mayor alcance: aún esperamos todos por un examen que nos
dé las claves de su pensamiento. Los estudios acerca de su filosofía -que
parecerían ser los que tendrían que habernos aportado en tal sentido- han
pecado generalmente de insistir en la clasificación de sus ideas y en una organización
de éstas como cuerpo filosófico en sentido estricto, sin la pretensión
de analizar los presupuestos, basamentos y estructuraciones de ese
pensamiento que se fue expresado de manera consciente como un todo,
como una cosmovisión.
Disponemos por suerte de un inteligente y abarcador examen de su
pensamiento económico'; pero no ocurre lo mismo con su ideario político,
que ocupa el mayor espacio en su obra y acerca del cual se ha escrito mucho.
En este último terreno podría decirse que patria y libertad son los conceptos
que más han atraído la atención, y recientemente equilibrio y república,
aunque en la aplastante mayoría de los casos los acercamientos han
sido más contextúales que dedicados a explicar la lógica de funcionamiento
del pensar martiano. Una excepción notable ha sido el libro de Paul
Estrade acerca de la democracia como uno de los ejes principales del pensamiento
de Martí^. En realidad, la obra trabaja con exhaustividad con este
' Rafael AlmEinza Alonso. El pensamiento económico de José Martí. La Habíina, Editorial
de Ciencias Sociales, 1990. Este mismo autor publicó un valioso y aportador ensayo
referido al pensamiento martiano globalmente en: «La acción histórica en José Martí»,
Contracorriente, (La Habana), n.° 1, julio-septiembre, 1995.
^ Paul Estrade. José Martí, los fundamentos de la democracia en América Latina, Madrid,
Ediciones Doce Calles, 2000.
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concepto mediante una aprehensión totalizadora de sus ideas económicas,
sociales y políticas, por lo que resulta notable en virtud de sus valores analíticos
y metodológicos.
Hay que reconocer, sin embargo, que durante los últimos treinta años
algunos estudiosos han examinado el término martiano de república justamente
como un concepto al que ha de conferirse una importancia singular
para la comprensión de la totalidad de su pensamiento^.
La revisión de su obra permite comprender sin mayor esfuerzo que
cuando Martí habla de república es frecuente que no se esté refiriendo a
una forma de gobierno, sino a un tipo de sociedad, y que en su amplia escritura
en tomo a la independencia de Cuba -aunque no sólo allí- emplea
la palabra con un valor conceptual aún superior, pues le sirve para denotar
el nuevo tipo de sociedad que a su juicio debía constituirse en las Antillas
libres.
Tal sentido es lo que le confiere alcance conceptual al término, al extremo
de que puede considerarse como su categoría fundamental para explicar
su idea de las transformaciones que habrían de producirse en Cuba
a fin de garantizar una verdadera independencia"*.
La república era para Martí un proceso que comenzaba desde la propia
guerra por la independencia e, inclusive, desde la propia organización de
ésta. Así, si la guerra habría de conducirse con método y espíritu republicanos,
el Partido Revolucionario Cubano -vehículo para concertar la unidad
entre los patriotas hacia la lucha armada- sería ya una especie de ensayo
republicano. De ahí la importancia que Martí concedió a la
democracia dentro del Partido y al ejercicio del sufragio. Recuérdese que
' Véanse los textos siguientes: Pedro Pablo Rodríguez, «La idea de liberación nacional
en José Martí, Pensamiento Crítico (La Habana), n."* 49-50, febrero-mayo de 1971 y
Anuario Martiano (La Habana), n.° 4, 1972; Ramón de Armas, La revolución pospuesta.
La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 198, capítulo, y «La república cubana de
Martí», Casa de las Américas (La Habana), n.° 76, enero-febrero de 1973; Manuel Mal-donado
Denis, «Martí y su concepto de revolución». Casa de las Américas, n.° 67, julio-agosto
de 1971; Jorge Ibarra, José Martí, dirigente político e ideólogo revolucionario. La
Habana, Editorial de Ciencias Sociales, capítulo V, «La república moral de Martí»; Luis
Toledo Sande, «Doce puntos sobre gobierno y funcionamiento social en José Martí»,
Casa de las Américas, n.° 198, 1995; e Ibrahim Hidalgo Paz, «Reconquistar al hombre.
Notas sobre la revolución de José Martí», Temas (La Habana), n.° 8, octubre-diciembre
de 1996.
* Tal apreciación fundamenta la conocida obra de Emilio Roig de Leuchsering La república
de Martí (quinta edición, La Habana, 1960), quien allí afirma que en Martí se expresa
un «programa de fundamental nacionalismo y de radical transformación republicana
de la colonia.»
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en los Estatutos secretos^, se establecían tanto la representatividad en los
cuerpos de Consejo de las localidades de todos y cada uno de los clubes
allí adheridos al Partido, como la celebración anual de elecciones en que
se escogía al presidente de dichos cuerpos, y al delegado y al tesorero de
la organización. Y bien sabemos que hasta su muerte Martí fue un celoso
cumplidor de estos principios de funcionamiento de esa organización política.
Su insistencia desde su desembarco en Cuba en abril de 1895 para
constituir un gobierno, no era solamente con el propósito de impedir la manifestación
del caudillismo entre los jefes militares. Su voluntad era educar
a los patriotas sobre las armas -como había venido ocurriendo entre los
emigrados- en el ejercicio de métodos republicanos, lo cual no contradecía
impedir los trabajos que durante la Guerra de los Diez Años se habían
levantado contra el desarrollo de las operaciones militares.
Esta escueta frase de su Diario de campaña, sintetiza su idea «...el
Ejército libre, -y el país, como país y con toda su dignidad representado»^.
Luego la república se forjaba desde la guerra.
Primero: porque el gobierno por constituir adoptaría la forma republicana.
Segundo: porque mediante el ejercicio del sufragio, los patriotas en armas
eligirían sistemáticamente a sus representantes.
Así, al lograrse la separación política de España se habría acumulado
una práctica, una cultura republicana, que se volcaría hacia la nueva nación.
Si revisamos cuidadosamente las diversas referencias martianas a la república
ya alcanzada la independencia, encontraremos que nunca la explica
como una forma de organización estatal sino como una manera de
ser, como una forma de vida. La república, en sus palabras, no obedece a
un esquema gubernamental preconcebido, sino que una y otra vez es un deber
ser hacia el que había de tender la sociedad republicana.
Observaciones directas a la forma de gobierno sólo encontramos en
una ocasión en sus Cuadernos de Apunte^, y de ellas quedan claros su deseo
de respetar el criterio de ia minoría aunque se adopte el de la mayoría
y un cierto ejercicio del poder de forma colegiada.
^ José Martí. Obras completas, 27 tomos. La Habana, Editorial Nacional de Cuba,
1963-1965, t. 1, p. 281. En adelante, se citará OC, el tomo en el primer número y el paginado
en los siguientes.
* OC, 19, 229
' OC, 22,108-109.
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Sin embargo, son numerosas las referencias a cuáles serían los objetivos
de aquella república.
En su magistral ensayo «Nuestra América»^ se halla la mejor síntesis
de tales objetivos. Es obvio que su crítica a las repúblicas criollas del continente
indican claramente cómo no debía ser la antillana. Se trataba de que
la colonia no continuase viviendo en la república a través de la implantación
de modelos políticos y de organización social que perpetuasen el hábito
de mando de los opresores. Había que situarse del lado de los oprimidos,
del hombre natural (el indio, el negro, el campesino) y cumplir sus
ansias de justicia social.
Luego, es evidente que la república cubana tendría que remover el
modo de vida colonial -algo de mucho más alcance que las formas del despotismo
político colonial- y abrir cauce a la justicia social, lo cual, a todas
luces, implicaba transformaciones sociales radicales. Por tanto, la perspectiva
republicana de Martí, además de la forma de estructuración del estado
y del gobierno, subordinaba ésta al cambio social en función de las clases
populares.
Sabemos que para él ese cambio habría de ser para alcanzar el equilibrio
social entre las diferentes clases y capas. Llamo la atención acerca de
que su concepto de equilibrio expresado en fórmulas tan conocidas como
«con todos y para el bien de todos», no significaba en modo alguno sostener
el status quo colonial o reproducir el practicado en las repúblicas de
nuestra América. En ambos casos se trataba de sociedades de injusticia,
desequilibradas. No se trataba, pues, de mantener esos desequilibrios que
hasta ponían en peligro el sostenimiento de la independencia frente a la
amenaza expansiva de Estados Unidos, sino de alcanzar el equilibrio. Este
es entonces un desiderátum al que sólo podría arribarse si se practicaba
efectivamente la justicia social.
Por consiguiente, ésa es la clave de la república cubana, y de ahí el evidente
alcance ético de la república martiana. Tal perspectiva era -y es aún-de
franco carácter revolucionario, aunque Martí insistiese en que no se trataba
en modo alguno de hacer desaparecer las clases propietarias, sino de
eliminar el «exceso de nuestra vanidades y soberbias»^. Sí se trataba para
él de evitar que la república fuese una cuenta corriente o cosa palaciega de
una docena de criollos'^. Por eso, cuando proclama que la república sería
de «justicia para todos», queda claro que en su opinión faltaba justicia para
* OC, 6, 15-21.
' OC, 1, 194.
'» OC, 1, 356.
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muchos. Ese desbalance, ese desequilibrio sería el que habría de romper la
república para llegar en la república democrática al «equilibrio de la justicia
y de los hechos»''.
Tan importante era para él alcanzar la justicia que en una de sus cróiü-cas
norteamericanas proclamó que la política es «el arte de ir levantando
hasta la justicia la humanidad injusta»'^. La repúbhca cubana, pues, sería
la práctica de la política así concebida.
Él mismo estableció cómo se alcanzaría la salvación de la patria mediante
la obtención de justicia para todos:
En «la justicia patriótica de sus leyes y costumbres».
En «el carácter original y directo de sus hijos».
En «el inmediato ensanche de las fuerzas del trabajo maravillosas»'^.
El que Martí no dejase un programa de gobierno, un plan concreto de
medidas por ejecutar luego de ser obtenida la independencia, no significa
que no estemos en condiciones de comprender hacia dónde éstas serían
orientadas.
Sabemos, por una parte, que insistió en que la tierra era la base esencial
de la riqueza y que no podía estar concentrada en pocas manos. Una
clase de propietarios campesinos sería el bastión de una nación de base
agrícola que habría de desarrollarse mediante la diversiñcación productiva
y de mercados, y cuya industria habría de fundamentarse en sus capacidades
agrícolas. Sobre tal esquema económico-social, la república debería alcanzar
y sostener el equilibrio, que se aseguraría mediante la posibilidad
de ofrecer trabajo y una educación que permitiese una agricultura de alta
productividad y una sociedad moderna, asentada en sus propias bases de
autoctonía mediante la adopción de un sistema político y social original,
no mera reproducción de los que ya funcionaban en otras partes del orbe.
Por eso, en más de una ocasión Martí habla de la república nueva en
Cuba. La novedad, desde luego, habría de venir por su forma -que debería
ser original- tanto como por su contenido: terminaría con el espíritu colo-lüal
y los desequilibrios sociales, se abriría al mundo moderno desde su
propio tronco y proporcionaría un desarrollo económico capaz de sustentar
las necesidades básicas de sus pueblos. Desde tales condiciones y, al
mismo tiempo, para garantizarlas con efectividad, la república cubana ha-
" OC, 1, 391.
'^ OC, 12, 57.
'3 OC, 1, 437.
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bría de contribuir al equilibrio de América y del mundo. Su propia existencia
en las condiciones históricas en que se procuraba su surgimiento, sería
ya parte de tal contribución independiente: Cuba -junto a Puerto Rico
también libre- evitaría el derrame de Estados Unidos hacia la región centroamericana
y antillana y su avance más al Sur del continente.
Para Martí se trataba, -lo sabemos bien- de impedir una nueva forma
de dominación en esta zona del mundo y de evitar la disputa que esa nueva
hegemonía de la naciente potencia levantaría desde las potencias europeas.
Al equiUbrio internacional era imprescindible entonces una república en
Cuba, ya no colonia de España, pero capaz también de asegurar su permanencia
en el concierto de naciones libres mediante el justiciero equilibrio
social interno y el verdadero desarrollo económico y social en función y
desde sus propios intereses.
Desde esa república nueva se avanzaría, entonces, hacia el fin supremo
de toda su obra y de su vida: «desuncir al hombre» mediante la conquista
de la victoria en la lucha más definitiva y universal «entre el desinterés y
la codicia y entre la libertad y la soberbia»^''.
Esa esperanza, ese sueño que Martí con enorme realismo practicó al
echar hacia delante la lucha por la república cubana, es aún sueño de muchos,
en esta época incierta que vivimos. Ojalá que según sea conocido, el
pensamiento martiano sirva de acicate para ellos como lo ha sido para los
cubanos.
OC, 3, 304.
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