BOJEO CUBANO. ALGUNAS APROXIMACIONES
A LA INSULARIDAD EN LA NARRATIVA
CUBANA DEL SIGLO XX
ODETTE CASAMAYOR CISNEROS
(Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, París)
La sublime ligereza insular puede ser un lastre grave, pesando permanentemente
sobre la conciencia de cada cubano, de los de la ausencia tanto
como la de aquellos que permanecen anclados en la isla, de los cubanos de
antaño y de los de hoy. Presencia cotidiana o nostalgia, llamada u olvido
desde el exilio, perdura la insularidad como una fatalidad. Pasan las ideologías
y las modas y los sistemas políticos. Cambia el paisaje. La isla se
mantiene. ¿Isla de corcho, insumergible y solitaria, desafiando mareas y ciclones?
Siendo el corcho materia tan ligera, ¿cómo resistir puede entonces
el peso de una nación? ¿Cómo puede esta parcela notando en medio del
océano cargar sola con los delirios de todo un pueblo?
El presente trabajo se pasea, sin pretender en modo alguno la exhaus-tividad,
por algunas propuestas narrativas de comprensión de la insularidad
cubana.
1. COMPRENDER LA ISLA
Comprender es aportar explicaciones. Es definir, atravesar las fronteras
de la contemplación e instalarse más allá, donde es posible insertar el
objeto en la continuidad orquestada por una fórmula cualquiera, pero que
se vuelve indispensable al hombre ávido de signos y certezas sobre los cuales
fundar el porvenir. Comprender Cuba es, en un principio, comprender
la isla.
Cuba es en el imaginario de todos una isla anclada en el Nuevo
Mundo y en el Tercer Mundo. Isla marcada por las ventajas y desventajas
de estas dos circunstancias. Isla de la revolución y la hecatombe, de la firmeza
y la deriva. Encrucijada cultural escogida por la América aborigen,
por Europa y África, como espacio para batirse y reconciliarse ininterrumpidamente.
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Los escritores no pueden ignorar los conflictos de la insularidad, sobre
todo hoy en día, cuando ser cubano no quiere decir más, stricto sensu, que
se vive dentro de la isla. La aceleración de los movimientos migratorios
han introducido transformaciones importantes en la interpretación de la nacionalidad.
Sin embargo, la insularidad tercermundista y latinoamericana
de Cuba persiste.
José Lezama Lima (1910-1976) y Vu-gilio Pinera (1912-1979) acarrean
bien lejos la cuestión de la insularidad. Solamente Alejo Carpentier (1904-
1980) hubiera conseguido oponerles una visión de la isla igualmente fuerte.
Mas el noveüsta infatigable no se abandonó nunca a los peligrosos torbelU-nos
insulares y prefirió sobrevolar sabanas o extasiarse desde un barco que se
aleja pero regresa siempre a penetrar la bahía de La Habana, sin dejarse en-glutir
por la voracidad infinita de la isla^ Pinera y Lezama, al contrario, sintieron
la isla en lo más recóndito de sí mismos. Immersión profunda, siguiendo
cada uno el camino propio, trazado por la visión del mundo que se
inventan. Lezama interroga la sensibihdad insular a nivel de la hiperteüa poética
y modela así «el mito que nos falta»^. Por su parte. Pinera está obsesionado
con la idea de hacer de su isla un objeto muy concreto. Busca sentirla
totalmente y llega, justo al umbral de su muerte, a transformarse en isla (sic)^.
Tras Lezama y Pinera, la mayoría de los narradores cubanos sólo han
conseguido enfrascarse, con mayor o menor suerte, en un desciframiento
incesante de estas dos sensibilidades insulares tan profundas, construyendo
a partir de ellas su propia interpretación. Ir más allá de las insularidades le-zamiana
y piñeriana, cambiar radicalmente el discurso de la sensibilidad
insular, deja a estas alturas una sola posibilidad: ignorar completamente la
cuestión. Esta opción ha sido elegida-muy recientemente por jóvenes escritores,
como Pedro de Jesús López (1970), Gerardo Fernández Fe (1971)
y Ena Lucía Pórtela (1972), entre otros.
' «Ahora, turista en mi propia tierra, aprendo a considerar La Habana con un respeto
ajeno a todo sentimiento íntimo y personal de cariño. Me maravillo ante su multiplicidad,
[...] ante su pintoresquismo de buena ley [...] me divierto en hallar analogías auténticas con
rincones de Europa que habían retenido mi atención», A. Carpentier, «La Habana vista por
un turista cubano», in Alejo Carpentier, Conferencias, La Habana, Letras Cubanas, 1987,
p. 182.
^ José Lezama Lima, «Coloquio con Juan Ramón Jiménez», in J. Lezama Lima, Ana-lecta
del Reloj: ensayos. La Habana, Orígenes, 1953, p. 47.
' En 1979, año de su desaparición física, Virgilio Pinera escribe el poema «Isla», donde
interpreta su muerte próxima como un renacimiento, esta vez como isla. Este poema forma
p£irte del cuaderno «Una broma colosal», in V. Pinera, Una broma colosal. La Habana,
Unión (col. «Contemporáneos»), 1988, p. 92.
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1.1. SOLEDADES EN UNA ISLA
La soledad mitológica de la isla. Imagen de un país sin raíces e incapaz
de sobrevivir a su propia soledad. La tentación de acercarse a una
mole continental, que ofrezca solidez y protección a la intemperie cubana,
polémica secular. Europa, África, América Latina, los Estados Unidos, todos
han representado, cada uno a su tiempo, tierras maternas o paternas
cuya cultura, según algunos cubanos, puede servir de base a la existencia
insular.
Reinaldo Arenas (1943-1990) recrea genialmente este fenómeno de la
conciencia insular en las últimas páginas de la novela El color del verano
(1990). Cuando, roída en su base, la isla se separa de su plataforma, sus
habitantes, eufóricos de saberse al fin libres de la condición insular, se enfrentan
al problema de elegir la mejor costa continental en la cual desembarcar.
Nadie cree que sea posible resistir solos a la deriva. Hay que encontrar,
con urgencia, una metrópoli:
Ya algunos proponían que debían encaminarse hacia los Estados Unidos lo
más pronto posible pues necesitaban ayuda económica. [...] Pero al momento
otros manifestaron rotundamente que debían dirigirse a las costas de España,
«pues de allá provenimos y no es éste el momento de ponerse a aprender una lengua
extranjera». Entonces un líder negro dijo con voz potente que si a algún continente
tenían que acercarse era al africano [...] ¡Eso sería el colmo del retroceso!,
clamaron los partidarios de la condesa de Merlín, ¿por qué ir para el África
cuando podían escoger un destino más civilizado, un destino que, sin duda alguna,
tiene que ser Francia? [...] ¡No! ¡No! ¡No! Somos latinoamericanos. Navegaremos
hacia el sur y nos detendremos cerca de las islas Malvinas o en las costas de
Brasif.
Para otros, unos pocos, es el Caribe el que, por su propia ligereza y
diseminación, puede constituir una configuración tan poderosa como
cualquier gran masa continental. Sin embargo, la identidad caribeña, tan
cara a los intelectuales martiniqueños y guadalupeños de nuestros días,
interesa raramente a los narradores cubanos. En el mundo de la prosa,
Carpentier había dado ya algunos pasos en este sentido. Pero un camino
narrativo hacia el Caribe se define realmente bajo la pluma de Antonio
Benítez Rojo (1931). Iniciada en los sesenta y presentada en la década
de los noventa, su trilogía caribeña, formada por la novela El mar de las
lentejas, el libro de cuentos El paso de los vientos y el ensayo La isla
'' Reinaldo Arenas, El color del verano, Barcelona, Tusquets (col. «Andanzas»), 1999,
p. 451.
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que se repite, desarrolla particularmente el concepto de identidad archi-piélica.
Es un hecho, no obstante, que el cubano abriga frecuentemente un sentimiento
de superioridad con respecto a las otras islas del Caribe. Orgullo
de habitar la mayor de las Antillas y de haber experimentado, en ciertas
épocas, un esplendor económico, político y cultural envidiado en toda la
región. Situación que recorre el pensamiento cubano, desde los tiempos
coloniales. La influencia de Cuba sobre el resto de las islas caribeñas sirviendo
de argumento para la madurez nacional.
En tiempos de la primera república, aparece además un claro desdeño
por el universo antillano. Algunos intelectuales desconfían de la
importación de mano de obra barata procedente de las Antillas inglesas
y francesas, que se incrementa con el desarrollo de la industria azucarera
hacia principios de la década del 20. En el importante ensayo Azúcar y
población en las Antillas, Ramiro Guerra responsabiliza en 1927 la presencia
de braceros antillanos con la miseria del campesinado cubano.
Igualmente, la formación de comunidades caribeñas en el campo cubano
constituía, según Guerra, un factor desintegrador de la unidad cultural
nacional. Este punto de vista es expuesto por Carpentier en su primera
novela Ekué-Yamba-0, publicada en 1933. Su protagonista, el negro
Menegildo Cué, no pierde la ocasión de expresar su arrogancia cubana y
manifestar el desdén que le inspiran los negros venidos de Haití, Jamaica
o Barbados:
Menegildo atravesó varías callejuelas animadas... Se sentía extraño entre
tantos negros de otras costumbres y otros idiomas. ¡Los jamaiquinos eran
unos «presumidos» y unos animales! ¡Los haitianos eran unos animales y
unos salvajes! ¡Los hijos de Tranquilino Moya estaban sin trabajo desde que
los braceros de Haití aceptaban jornales increíblemente bajos! [...] Una sonrisa
de simpatía se dibujaba espontáneamente en el rostro de Menegildo
cuando divisaba algún guajiro cubano, vestido de dril blanco, surcando la
multitud con su caballito huesudo y nervioso. ¡Ése, por lo menos, hablaba
como los cristianos!^.
Ya por los años 40 y 50, los poetas origenistas^ Gastón Baquero y Cin-tio
Vitier^ no titubearon en elogiar el carácter «civilizado» de la isla de
Cuba, en comparación con el «atraso» de otros pueblos caribeños. Esta po-
' A. Carpentier, Ecué-Yamba-0, Madrid, Alianza Editorial, 1989, p. 69.
^ Pertenecientes al grupo Orígenes, capitaneado por José Lezama Lima.
^ Para la crítica de Vitier, ver Cintio Vitier, Lo cubano en la poesía, La Habana, Letras
Cubanas, 1970, pp. 479-481.
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sición se destaca particularmente, cuando ambos autores atacan el poema
La isla en peso, de Virgilio Pinera. En estos versos, sin duda alguna unos
de los mejores versos escritos en Cuba, tanto Baquero como Vitier descubren
con pavor vínculos con la obra del martiniqueño Aimé Césaire. Escribía
entonces Gastón Baquero:
Es una isla de plástica extracubana [...] llena de una vitalidad primitiva que no
poseemos, de un colorido que no poseemos, de una voluntad de acción y una reacción
que no poseemos, es precisamente la isla contraria a la que nuestra condición de
sitio ávido de problema, de historia, de conflicto, nos hace vivir más «civilmente»,
más en espíritu de civihzación, de nostalgia, de Persona [...], es una isla de una an-tillanía
y una martiniquería que no nos expresan, que no nos pertenecen [...] No nos
corresponde esta realidad antillana pura porque no somos tales antillanos puros*.
No hay gratuidad en las observaciones de Baquero. Pinera había traducido
en el segundo número de su revista Poeta, en 1943, fragmentos del
poema «Grand Midi» y conocía seguramente los versos de Cahiers du re-tour
au pays natal. Mas las diferencias entre ambos poemas son insoslayables,
definitivas. Si bien las dos obras ambicionan el despertar de las
conciencias dormidas de los pueblos martiniqueño y cubano, el poema de
Césaire se inscribe dentro de un proyecto político en el cual la negritud responde
a una exigencia urgente de autorreconocimiento, mientras que Pinera
no escribe un poema de la negritud sino un particular elogio de la cu-banía.
Y si la cubanidad piñeriana toca en ciertos puntos el verbo
martiniqueño de Césaire, es porque, en un final, ambas islas, aunque diferentes,
no están del todo distanciadas y que la «civilidad» que tanto enorgullece
a Baquero no es tal vez más que un travieso espectro.
1.2. EL ENTREDÓS INSULAR
Dentro de la mitología insular, la disyuntiva entre independencia e impotencia,
entre progreso y subdesarrollo, electriza el discurso de la identidad
del intelectual cubano. De un lado, el orgullo de saberse isla sohtaria,
refutando dominaciones e influencias. Del otro, el sentimiento de inferioridad
y la nostalgia, emanando también de la circunstancia insular. Sensación
de indefensa y desamparo. La eterna tensión entre lo firme y lo
blando, civilización y barbarie. Una misma preocupación atravesando generaciones
y estilos.
* G. Baquero, «Tendencias de nuestra literatura», in Gastón Baquero, Ensayo, Salamanca,
Fundación Central Hispano (col. «Obra Fundamental»), 1995, pp. 307-309.
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En la novela De donde son los cantantes de Severo Sarduy (1937-
1993), el dúo fatídico formado por Auxilio y Socorro, saltando de un nivel
a otro del imaginario cubano, encama esta cuestión que es expuesta claramente
cuando, recién llegadas de España, como frutas se van corrompiendo
al contacto de las costumbres criollas:
Hasta que un día: 1) echaron una pancita ovoide que se iba meneando delante
de ellas [...]; 2) se aburrieron de todo, se cagaron en el solfeo y la teoría, se dejaron
crecer horquetillas en el pelo y mugre en los tirantes del refajo; 3) contestaban
a todo «lo que sea, socio», «lo que no hay es morirse». Resumen: la siesta les
royó los huesos, las amarillo, anemia perniciosa; nada, que les dio el soponcio caribeño
-¡tan sabroso!- por su lado más flojo, el del ajiaco, el del danzonete cotidiano
y el del colchón'.
Mientras Sarduy se contenta con proyectar una visión atemporal sobre
la confluencia más o menos contradictoria de los diferentes elementos
constitutivos de la nación y su connotación posterior, Edmundo Desnoes
(1930) ofrece por su parte una interpretación percutiente, cuya fuerza principal
estriba en el hecho de partir de una situación concreta y conflictiva:
los años sesenta. Memorias del subdesarrollo es, en este sentido, una de las
novelas más interesantes escritas en Cuba después de 1959. En medio de
un ambiente conquistado por el epos, Desnoes recrea la percepción que de
la revolución tiene un burgués abandonado por su familia. Mientras una
nueva sociedad nace, Malabre, el protagonista, permanece solitario en un
rincón. Es el observador inerte de un entusiasmo general que no logra convencerle.
Desde el desarraigo existencial, Malabre expone sus reflexiones
sobre la cubanía y el subdesarrollo y se pregunta cómo la revolución, que
pretende llevar el progreso a la nación, conseguirá eliminar las características
del subdesarrollo aparentemente inherentes al pueblo cubano. No cree
que tal milagro sea posible. Durante la Crisis de octubre, en 1962, Malabre
piensa que el fin es cercano. Dice entonces: «Siento que todo es desproporcionado.
Nosotros y el resto del mundo»'". No entiende cómo una
isla minúscula osa desafiar potencias de tal envergadura, ponerse a la altura
del mundo y no del subdesarrollo. El personaje de Desnoes no es
-¿qué duda cabe?- un héroe cabal: «Nunca hemos sido más importantes ni
más miserables. Luchar contra Estados Unidos tiene grandeza, pero no
' Severo Sarduy, De donde son los cantantes, in S. Sarduy, Obra Completa, t.l, Madrid,
Galaxia Gutemberg, Círculo de Lectores (col. «Archivos»), 1999, p. 398. (Subrayado
por el autor).
'" Edmundo Desnoes, Memorias del subdesarrollo. La Habana, Unión, (col. «Contemporáneos
»), 1965, p. 58.
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quiero ese destino. Prefiero seguir siendo un subdesarrollado»". Malabre
no se encuentra a la altura de los acontecimientos de su época. Su mirada
es, por ello mismo, indispensable. Es la visión que faltaba.
En La Habana convulsa de 1999, Abel E. Prieto (1950) teje, a través
de las páginas de El vuelo del gato, una serie de interesantes reflexiones
sobre la nación e insiste en la recuperación de los valores de la cultura popular
cubana. Prieto, quien es ministro de la cultura desde 1997, explora
aquí los meandros existenciales de un grupo de amigos durante la aguda
crisis de los noventa. La novela es lanzada por una alegoría de Lezama, según
la cual, de la unión entre una marta y un gato no puede nacer un gato
«de piel shakesperiana y estrellada, ni una marta de ojos fosforescentes»^^.
El fruto de este cruzamiento es el gato volante, metáfora del mestizaje, en
quien Prieto cifra las esperanzas de un futuro mejor para todos los cubanos.
En este raro espécimen, el «mestizo volador», se imbrican armónicamente
diferentes caminos de la nación y las energías -habitualmente percibidas
como contrarias- que impulsan al cubano hacia el atraso o el
adelanto.
1.3. JUVENTUDES
Y luego, la tan llevada y traída juventud del Nuevo Mundo. ¿Insuficientemente
maduro para afrontar sin ayudas su propio destino? ¿Demasiado
crecidito ya como para poder enorgullecerse de su singularidad?
En Carpentier, las exhaustivas descripciones de la naturaleza y de la
cultura latinoamericanas esbozan una trayectoria hacia la apología de la juventud
del Nuevo Mundo. El novelista no abriga duda alguna: Cuba, como
todo el continente, se encaminaba hacia su propia madurez. La juventud de
estas naciones garantizaba, además, el porvenir floreciente que les esperaba.
La misma convicción alimentaba el pensamiento lezamiano. Sin embargo,
el autor de Paradiso se dedicó a demostrar sus teorías a través de la
interrogación constante de los arcanos de la nacionalidad. Un discurso relativamente
opuesto llega, como era de esperar, de Virgilio Pinera, quien
se queja de la inmadurez latinoamericana en La isla en peso. Bajo su
pluma, la isla se convierte en esa nación que no ha vivido aún los años o
los siglos suficientes para fabricarse una máscara definitiva, bajo la cual
» Ibíd., p. 59.
'^ J. Lezama Lima, «Universalidad del roce», in A.-E. Prieto, El vuelo del gato
(Exergo), La Habana, Letras Cubanas (col. «La Novela»), 1999.
531
sentirse al fin segura. Martillan sus versos la adolescencia de un pueblo en
su opinión desprovisto, incluso, de una literatura propia:
¡País mío, tan joven, no sabes definir,
¡Pueblo mío, tan joven, no sabes ordenar!
¡Pueblo mío, divinamente retórico, no sabes relatar!
Como la luz o la infancia aún no tienes un rostro''.
1.4. EL MAR
Otra circunstancia orquestándose también alrededor del aislamiento insular.
Una isla se ata siempre a un litoral. Mar que delimita y define, que
sofoca o libera las energías concentradas en la isla. Abilio Esté vez (1954)
lo precisa en la novela Tuyo es el reino: «vivir en una Isla significa que más
tarde o más temprano tienes que enfi-entarte con el mar»''^. No hay pues
manera de evitar el mar, por donde vienen y se escapan las ilusiones, pero
también la desesperanza y finalmente los propios isleños.
Los unos ven en el mar la posibilidad de recibir las oleadas del progreso,
promesas de un mimdo mejor. Había así en El siglo de las luces la visión elegiaca
de Carpentier'^. Otros piensan que será por el mar como la nación cubana
alcanzará universalidad. También hay quienes temen perder lo mejor del
misterio insular por ese incesante vaivén de mareas. A Lezama, en 1938, le inquietaba
aquella «cultura de ütoral» y temía la seducción que ejerce el océano
sobre el ser de las islas, quien menoscaba así su paisaje interior. «El insular ha
de vivir hacia dentro»'^, se exclamaba entonces el autor de Paradiso. Entretanto,
Pinera, incapaz de acercarse al mar con serenidad, atado a su influencia
maléfica, lo considera una terrible monotonía circular impidiendo la huida.
" V. Pinera, «La isla en peso», in Pinera, La isla entera. La Habana, Uneac (col. Contemporáneos),
1969, pp. 27 y 37.
''* Abilio Estévez, Tuyo es el reino, Barcelona, Tusquets (col. «Andanzas»), 1997,
p. 302.
'^ Esteban permanece extasiado frente a aquel «prodigioso Mar de las Islas». Encuentra
significados divinos en toda esa vida minúscula que viene a depositarse sobre las costas,
a sus pies, tras cada oleada. Son algas, peces traslúcidos, «vidrios que, caídos de barcos,
rescatados de naufragios, habían sido arrojados a esta ribera del Océano como
misteriosa novedad», in A. Carpentier, El siglo de las luces. La Habana, Unión, 1993,
p. 211 .
' ' J. Lezama Lima, «Coloquio con Juan Ramón Jiménez», in J. Lezama, Analecta del
reloj: ensayos. La Habana, Orígenes, 1953, p. 44.
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Pero hay quienes permanecen indefensos ante el mar, que escapa a toda
explicación. Situándolo en una dimensión diferente al caos que descubren
en la sociedad cubana, Reinaldo Arenas y Guillermo Cabrera Infante
(1929) lo veneran como una entidad secreta a la que no saben atribuirle una
significación estrictamente positiva o negativa.
Silvestre, uno de los tristes tigres de Cabrera Infante, haUa en el mar, que
se extiende socarrón frente a la ciudad, la alternativa al parlotear desordenado
y redundante de su compañero Arsenio Cué. Las palabras vacías de sentido
que lanza Cué se deslizan sobre Silvestre, que, ausente, está mirando siempre
obscuridades más allá del malecón. Sin enibargo, el mar no encierra la panacea
a su incertidumbre. Más bien, es el recordatorio de su propio absurdo.
No, el mar no ne. El mar nos rodea, el mar nos envuelve y finalmente el mai
nos lava los bordes y nos aplana y nos gasta, como a los guijarros de la costa y
nos sobrevive, indiferente, como el resto del cosmos, cuando somos arenas, polvo
de Quevedo. Es la única cosa eterna que hay sobre la tierra y a pesar de su eternidad
lo podemos medir como el tiempo. El mar es otro tiempo o el tiempo visible,
otro reloj".
El protagonista de Tres tristes tigres se debate aquí entre la insensatez
de Cué y el abismal sentido marino, entre caos y cosmos, infinito y finitud.
Los océanos esconden otra realidad, armoniosa, que se opone a la mediocridad
cotidiana. Pero Silvestre titubea siempre, entre una y otra realidad,
entre el desorden de Cué y la sabiduría marina.
Es también este mar el que ribetea la zozobra de los protagonistas de
Otra vez el mar, de Reinaldo Arenas. En estas páginas, tal vez las más angustiosas
de toda la Pentagonía areniana, ningún sufrimiento es ahorrado a
los personajes, un hombre y una mujer perdidos en los marasmos de la sociedad
cubana de los setenta. Atmósfera permanentemente pesada. Ninguna
salida. El sol siempre implacable, banalizando la maravilla que hubiera
podido ser la vida. Pero la mediocridad reina, devorando las horas y
el sueño. Insomnio y pesadilla. Y a veces, peligrosamente esperanzador,
llega el mar, para recordar en su invariable cántico que tal vez cierta trascendencia
es posible.
A un costado de la carretera se ve el mar; del otro, un gran cartel con letras inmensas.
ESTÁ USTED ENTRANDO EN EL PLAN MONUMENTAL DEL
CORDÓN DE LA HABANA. A un costado de la carretera, el mar; al otro, una valla
gigantesca. ¡OCHENTA MIL HABANERAS AL COGOLLO! A un costado de la
" Guillermo Cabrera Infante, Tres tristes tigres, Barcelona, Seix Barral (col. «Biblioteca
de Bolsillo»), 1994, p. 324.
533
carretera, el mar; al otro, un cartel. ¡YA LLEGAMOS A LAS CIEN MIL POSTURAS
DE CAFE! [...] Pero oye, pero oye, pero mira, pero atiéndeme: A un costado
de la carretera se sigue viendo el mar, el mar, terso. El mar fluyendo sin tiempo'*.
Dolorosa alternativa a la gris realidad, el mar es también el tiempo
fuera de la comprensión humana. Tiempo no politizado ni social. Tiempo
fuera del tiempo. Eternidad. Mas, ¿quién puede asegurar que el mar no se
burla, al fin y al cabo, de los hombres? ¿No atiza, con sus apariciones, la
angustia lacerante de los personajes de Arenas y Cabrera Infante? El mar
les permite, efectivamente, imaginar que hay soluciones que escapan a su
entendimiento. Pero en todo caso, estos personajes permanecen encadenados
a las tinieblas de su vida cotidiana.
1.5. EXILIO: ENTRE AMENAZA Y DESEO
Lezama Lima identificaba el exilio con un «nuevo purgatorio». En Pa-radiso,
Poción, atormentado por lo demoníaco, resume esta idea: «Le dije
[...] que el exilio era una forma de inocencia, una ausencia de lucidez para
la bondad o la maldad, una suspensión en el tiempo» ^^. Pero llegar a esta
conclusión no debió de ser difícil para el poeta, «peregrino inmóvil»^" que
solamente en dos ocasiones consigue moverse fuera del espacio insular (en
1949, viaja a México y, en 1950, visita Jamaica).
Infatigable viajero, Alejo Carpentier había encontrado, por su parte,
una solución a la problemática insular en la tensión misma entre el «aquí»
y el «allá», que domina su obra. El novelista opta por desplazarse constantemente
entre el «aquí» y el «allá», entre el espacio insular y el resto del
mundo. El exilio le inspira rotunda repugnancia. En 1945 lo expresa ya claramente:
«Me espantaba llegar a parecerme a uno de esos intelectuales
americanos que se destierra, y sin lograr nunca a ser europeos, dejan también
de ser americanos. No quería ser uno de esos productos híbridos que
tanto abundan en la historia de nuestras artes»^^.
'* Reinaldo Arenas, Otra vez el mar, Barcelona, Argos Vergara, 1982, pp. 33-34.
" J. Lezama Lima, Paradiso, La Habana, Letras Cubanas, 1991, p. 397.
^^ «Aquí estoy, en mi sillón, condenado a la quietud, ya peregrino inmóvil para siempre
», J. Lezama Lima, «Interrogando a Lezama Lima», in P. Simón (ed.). Recopilación de
textos sobre Lezama Lima, La Habana, Casa de las Américas (col. «Valoración múltiple»),
1970, p. 30.
^' Entrevista publicada en Papel literario del Nacional, el 16 de septiembre de 1945,
citada por Roberto González Echevarría, Alejo Carpentier: peregrino en su patria, México,
UNAM, 1993, p. 49.
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Carpentier condena la «impureza» del exiliado. Pero el exilio es una
sombra amenazando siempre el horizonte del ser insular. Para escritores
como Reinaldo Arenas, el exilio vuelve imposible la comodidad carpente-riana.
El autor se debate entre la indefinición y la desesperanza de quien no
consigue identificarse a ninguna sociedad. Aunque recorriese el mundo entero,
la isla no desaparece jamás de su horizonte. El exilio se reviste en su
prosa de paradojas múltiples. Por una parte, encama cierta libertad. Por
otra, es hondo desarraigo. Según Arenas, que tras años de persecución
abandonase la isla por el puerto del Mariel en 1980, el exiliado es un fantasma
lamentando constantemente la falta de referencias, fronteras y raíces,
un espectro flotando en el aire^^.
Indicios hay de que el novelista hubiera preferido cerrar definitivamente
sus ojos en medio de la luz tanto tiempo denegada, blanca, abraca-dabrante
y dura de su isla. Pero, enfermo de sida, se suicida en New York.
El regreso, por demás, estaba sancionado por su condición de enemigo del
régimen. Final de un cuento recrea en cierto modo tan trágico desenlace.
Se narra aquí la agonía de un cubano exiliado en los Estados Unidos que a
fuerza de nostalgia termina por suicidarse. El narrador se encarga de cumplir
su última voluntad: arrojar las cenizas del amigo en el pozo marino del
Caribe. Debe hacerlo desde la punta meridional del país. Frente a él, está
solamente el mar, al que espeta:
Mar tenebroso, divino mar, acepta mi tesoro; no rechaces las cenizas de mi
amigo; así como tantas veces allá abajo te rogamos los dos, desesperados y enfurecidos,
que nos trajeses a este sitio, y lo hiciste, llévatelo ahora a él a la otra orilla, deposítalo
suavemente en el lugar que tanto odió, donde tanto lo jodieron, de donde salió
huyendo y lejos del cual no pudo seguir viviendo^'.
La isla está más allá. Inolvidable. Una presencia segura, hiriendo a pesar
de la distancia. Permanecer en ella era un infierno, mas alejarse conduce
también a la muerte. Este cuento ha dejado testimonio de su nostalgia.
Dos realidades, la americana y la cubana, se mezclan en terrífico
vertigio. La Habana, sus calles, su brisa, su maldición, su desgracia, una
carcajada, inundan de repente el laberinto de Manhattan, otra isla. El narrador
sucumbe al delirio. La furia escalda. El exilio es tan doloroso como
excitante. El placer es, por demás, rabioso:
^^ Jesús Barquet, «Del gato Félix al sentimiento trágico de la vida», in O. Ette (ed.), La
escritura de la memoria. Reinaldo Arenas: Textos, estudios y documentación, Frankfurt am
Main, Vervuert/Madrid, Iberoamericana, 1996, pp. 84-85.
^' R. Arenas, «Final de un cuento», in R. Arenas, Adiós a mamá, Barcelona, Altera,
1995, p. 175.
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Soledad, nostalgia, recuerdo [...] todo eso lo siento, lo padezco, pero a la vez
lo disfruto. [...] Mirar hacia el sur, mirar ese cielo que tzinto aborrezco y amo, y
abofetearlo; alzar los brazos y reírme a carcajadas, percibiendo casi, de allá abajo,
del otro lado del mar, los gritos desesperados y mudos de todos los que quisieran
estEír como yo: aquí, maldiciendo, gritando, odiando y solo de verdad^''.
2. INDIFERENTES A LA ISLA
A veces, impotentes frente al vertigio insular, la huida puede parecer un
camino redentor. «Espejismos», nos han dicho la mayoría de los escritores
cubanos hasta ahora. Cuando se asume la isla, no hay escapatorias. Sin embargo,
la actualidad Uteraria cubana se eriza también, desde fines de los noventa,
de jóvenes que se esfuerzan por romper el maleficio de «la maldita
circunstancia del agua por todas partes»^^. Presienten que su imaginario no
tiene por qué permanecer perpetuamente encadenado a la condición de isla.
Proponen ser cubanos sin angustiarse ni desesperar de insularidad.
Infierno o paraíso, Cuba no es más que Cuba, el país en el que han nacido
o que habitan, casi azarosamente, porque ninguna identidad parece
justificar su nacionalidad. O, al menos, se trata de una cuestión que poco o
nada preocupa a ciertos narradores, muy jóvenes, extremadamente iconoclastas,
ganados por la indiferencia hacia todos los valores éticos de la sociedad
contemporánea. Ni amor ni odio, justo indiferencia. Pero esta apatía
no es ni siquiera condenable, en el sentido en que estos autores se alejan
por igual de toda noción de pertenencia a una clase social, a un grupo político
o a una nación. Sus vidas se deslizan sin tener en cuenta estos conceptos,
que no combaten. Peor aún, los ignoran.
No se experimenta, en las obras de autores como Ena Lucía Pórtela,
Pedro de Jesús López Acosta y Gerardo Fernández Fe, la necesidad de
comprender la realidad cubana. Sólo viven, como cubanos, su abandono
ético.
Abandonar la isla, para el autor indiferente, no constituye exactamente
una huida justificada por la realidad nacional. «No tenía problemas políticos
ni económicos demasiado serios; en realidad, no tenía problemas [...]
emigraba como los pájaros, por razones de clima»^^, confiesa la protagonista
de «Una extraña entre las piedras», cuento de Pórtela publicado en
^•' Ibíd.. pp. 150-151.
^' V. Pinera, «La isla en peso», op. cit., p. 25.
^' Ena-Lucía Pórtela, «Una extraña entre las piedras», in E.-L. Pórtela, Una extraña entre
las piedras. La Habana, Letras Cubanas, 1999, p. 99.
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1999. No se sufre aquí ni incomunicación ni desamparo. No se necesita demostrar
la eternidad de la isla porque el concepto mismo de eternidad no
interesa. No afecta el sentimiento insular de la soledad porque se trata
igualmente de un término desprovisto de significación.
Viviéndose a sí mismos más en lo humano que en lo social, más alejados
de lo político y de lo nacional, estos jóvenes pueden en fin saberse cubanos
sin que ello constituya una circunstancia a definir, a fundamentar, a
justificar. La cubanía no es ya un problema esencial. La isla, en estos libros
nuevos, vuelve a ser un mero accidente geográfico y se despoja del atalaje
cultural, social y político, con el que, desde los albores del sentimiento patriótico
en Cuba, se le ha vestido.
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