LAS ÉLITES BOLIVIANAS Y LA CUESTIÓN NACIONAL,
1899-19201
MARTA IRUROZQUI VICTORIANO
Centro de Estudios Históricos. CSIC
Madrid
1. INTRODUCCIÓN
El presente trabajo es una reflexión sobre las posibles razones que explican
por qué Bolivia no llegó a conformarse como Estado Nacional, esto es, como
aparato institucional y de dominación con capacidad de responder a las
demandas de progreso de la élite boliviana. Esta propuesta de investigación
se estructura en tres partes. En la primera se abordan las posturas historiográ-fícas
bolivianas acerca de la relación entre élite y Estado-nación; en la segunda
se discute el significado y alcance que a principios del siglo XX poseen
tales términos; y en la tercera se esboza una propuesta de interpretación alternativa
que hace hincapié en el proceso de restructuración y reconversión de la
élite^ como su objetivo político prioritario, subordinado a este propósito la
idea de un proyecto nacional.
Los temas de trabajo indicados constituyen un adelanto de una investigación
en marcha, por lo que no se pretende dar una versión exhaustiva de las
cuestiones que se examinan ni adjuntar información concreta que lo convierta
en un estudio de caso y no en un modelo aplicable a la realidad de otros países.
Por otro lado, no se olvide que esta es una investigación sobre cómo la
élite se ve a sí misma y qué es lo prioritario para ella, por lo que si bien su
1. Proyecto financiado por el Plan I+D AME 90-O849-C02-O1.
2. Se emplea este tcnnino como sinónimo de oligarquía y burguesía nacional, que son las
denominaciones más repelidas aunque no definidas entre los autores analizados. Se trata de un
concepto englobador de aquellos sectores sociales que poseen poder político y económico y de
aquellos otros que constituyen su margen de reclutamiento y reserva. Cuando se habla de élite se
hace referencia a grupos heterogéneos, aún no consolidados como clas^ aunque compartan una
herencia corporativa. Son grupos de poder diversificado que se extienden en todos los aspectos
del proceso de desarrollo y que gestionan intereses muy variados. Los mecanismos que sus distintos
miembros empicaran para conformarse como un sector lo suficientemente fuerte social-mente
como para construir un proyecto que les salvaguarde como grupo social preeminente serán
objeto también de discusión en este artículo.
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comportamiento es resultado de la interacción con grupos sociales subalternos
las razones y demandas de estos últimos no importan en sí mismas sino
en la medida en que la élite puede instrumentalizarlas.
2. EL DEBATE SOBRE EL ESTADO NACIONAL EN LA HISTORIOGRAFÍA
BOLIVIANA
Las posiciones historiográficas bolivianas sobre la realidad o no de la construcción
de un Estado Nacional se entienden en función del tipo de élite que
define cada uno de sus autores. Y esto ocurre tanto porque se las considera las
encargadas de la gestación de dicho Estado, como porque se las ha visto presentes
en tal proyecto, aunque ello no implique la exclusión de otros grupos
sociales. Así, de la contraposición entre élite progresista y dinamizadora del
país, y élite entreguista y dependiente surgen diversas aproximaciones acerca
de las características de Bolivia como Estado nación. Aparecen, por tanto, dos
bloques interpretativos iniciales. El primero lo integran los historiadores que
resaltan la trascendencia de las obras realizadas por los «patriarcas de la
plata» y «los barones del estaño». Identifican obras públicas con progreso
para insistir más tarde en el protagonismo de estos mismos grupos en el proceso
de industrialización, dinamización y liberalización económica de Bolivia,
al tiempo que subrayan su conciencia de dirigir un país nuevo y no una
sociedad tradicional. En su mayoría defienden su conformación como Estado
nacional moderno adjudicando tal hecho a las iniciativas modemizadoras de
los grandes propietarios mineros, pero en los casos en que afirman que ese
proceso no llegó a darse, la culpa de su no conclusión no recae sobre esas élites
progresistas sino que se achaca a las pervivencias coloniales'.
Contrario a la opción historiográfica denominada tradicional, aparece un
segundo grupo de historiadores que acusa a la «élite» de incapacidad para
convertir a Bolivia en nación. No lo consiguió porque intentó construir un
país sin resolver la cuestión nacional, es decir, la integración de los diversos
grupo sociales y étnicos. A esto se añade que tampoco se considera a la élite
un agente central de industrialización ya que es ante todo consumidora y sólo
apoya el proceso de modernización nacional para procurarse los bienes que le
son necesarios en una coyuntura de crisis del mercado internacional. En su
mayoría, tales acusaciones están referidas al grupo liberal (1900-1921) al
considerarse que tras la guerra federal de 1899 este sector tuvo la oportunidad
de gestar la dependencia y miseria actual que vive Bolivia. Dado que esta
postura es mayoritaria en los análisis historiográficos bolivianos, hechos tanto
por nacionales como por extranjeros, resulta conveniente establecer una tipología
de la élite a partir de la historiografía sobre el tema:
3. Ramiro Condarco Morales, Aniceto Arce. Artífice de la extensión de la revolución industrial
en Bolivia, ed. Amerindia, La Paz, 1985.
204
A. Élites sin ideología hegemónica. Se culpa a la oligarquía de no constituir
un grupo de poder aglutinante, creador de una estructura nacional subordinada
a sus intereses que hubiese servido de plataforma a los procesos de integración
de los que resulta la formación de un Estado moderno*. Su responsabilidad
residiría en continuar bajo los mismos indicadores del despotismo
«feudal» del periodo caudillista y conservador, ya que gracias a éstos se beneficiaron
de la riqueza nacional sin el esfuerzo de levantar el país. La carencia
de voluntad hegemónica fue entonces lo que la hizo constituirse en «una clase
dominante con ideología prestada, característicamente alienada y carente de
conciencia nacional»'. Así, en ningún caso se cuestiona la legitimidad de la
élite como constructora de naciones sino que se la critica por no cumplir adecuadamente
con lo que se supone que es su papel social.
B. Élite precapitalista. El hecho de que la oligarquía pretendiese construir
un país sin resolver la cuestión nacional significaba que pensaba articular
bajo el dominio de una estructura agraria «feudal» el modo de producción
capitalista. La condición de hacendados rentistas les impedía romper con las
estructuras precapitalistas que dificultaban la ampliación del mercado interno
y la creación de un nuevo orden social*. Por tanto, la oligarquía no sólo representaba
un proyecto incapaz de superar los bloqueos de una herencia ideológica
colonial, sino que también fue absorbida por la avalancha imperialista al
quedar vinculada su visión y ganancia con el exterior. Así, la clase señorial
boliviana resultó incapaz de reunir en su seno las condiciones subjetivas y
materiales para autotransformarse en una «burguesía moderna» al carecer de
valores burgueses y estar escindida entre elementos capitalistas y precapitalistas.
Esto hizo de la oligarquía no una clase social sino una serie de individuos
interesados ante todo en el aumento de su fortuna y la defensa del clan familiar.
Tal aspecto se complicaba con la ausencia de una articulación interregional
que hubiese sido posible de haberse dado la modernización del agro, lo
que tampoco ocurrió porque las élites regionales se consideraban a sí mismas,
no como la dirección moral de la nación, sino como las proveedoras del equi-
4. Sergio Almaraz, El poder y la caída. Ed. Los amigos del libro, 1.a Paz, 1987, págs. 89-90.
Juan Albarracín, El poder minero, ed. Urquizo, La Paz, 1972.
5. Gabriel Ponce, «En tomo a la naturaleza del Estado oligárquico», en Avances, n.° 2, 1.a
Paz, 1978, p. 168.
6. León Bieber, Empresarios mineros en el siglo XDC. Bases para su caracterización social.
lESE, Cochabamba, 1980. Antonio Mitre, «La minería boliviana en el siglo XDC» en AAVV,
Estudios bolivianos en homenaje a Gunnar Mendoza, 1.a Paz, 1978, Antonio Mitre, Los patriarcas
de la plata, lEP, Lima, 1981. Silvia Rivera Cusicanqui, «Rebeli&i e ideología: lucha del campesinado
aymara del altiplano boliviano, 1910-1920» en Historia boliviana, n.° 1-2, Cochabamba,
1981. Silvia Rivera Cusicanqui, «La expansión del latifundio en el altiplano boliviano: elementos
para la caracterización de su oligarquía regional» en Avances, n.° 2, La Paz, 1978. Gustavo
Rodríguez, «Acumulación originaria, capitalismo y agricultura precapitalista en Bolivia, 1870-
1885», en Avances, n." 2, La Paz, 1978. Gustavo Rodríguez, «Librecambismo y el carácter del
capitalismo: el caso boliviano» en AAVV, Esludios en homenaje a Gunnar Mendoza, La Paz,
1978. Gustavo Rodríguez, «Mercado interior y conflictos regionales: Santa Cruz, 1891-1952» en
Historia boliviana, n.' 7, La Paz, 1987.
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librio que requería ésta para romper con las asimetrías entre el poder central y
el poder local'.
C. Élite definida por la negación de lo indio. La élite carecía del ímpetu de
autodeterminación necesario para la construcción nacional porque se veía
acosada desde el interior del país por la población indígena. El sentimiento
racista que expresaba hacia ella la condujo a transformarse en una clase entre-guista',
y, en consecuencia, a subordinar un proyecto de unificación nacional
a otro de dominación.
D. Élite conformadora de una nación inconclusa. Parte de la historiografía
boliviana insiste en que el porvenir del país está subordinado al redescubrimiento
del ser nacional. De ahí que ante el fracaso de la élite como gestadora
de un Estado nación eficaz se desarrollen posiciones centradas en el arraigo
de las identidades étnicas y de sus valores y, por tanto, en la reivindicación de
las nacionalidades autóctonas. Se trata de impugnar el actual Estado boliviano
«señorial y burgués» y reemplazarlo por uno «nacional-popular»'. Y lo popular
lo constituyen primero el indio-campesino y, más tarde, el proletariado
minero, al considerárseles los únicos sectores capaces de dar una respuesta
colectiva ya que por su pasado y actividad logran combinar formas de doble
contenido: moderno y arcaico, revolucionario e indígena'".
En general, la mayoría de los autores revisados sustentan la tesis desarrollada
por Alberto Flores Galindo y Manuel Burga acerca de que la oligarquía no
fue una clase dirigente. Esta negación se desarrolla a partir de tres presupuestos
que insisten en la dependencia de la oligarquía del capital imperialista, en
su incapacidad para articular a otras clases en tomo a sus objetivos y en la
carencia de un sustrato cultural común con las clases populares". Tales principios
se aplican y repiten en muchos casos sin ningún tipo de reflexión, dejando
entrever que la búsqueda de los orígenes nacionales y de la conformación de
un Estado nacional manifiesta más una preocupación contemporánea que
real'^, que, a su vez, conlleva una dependencia de modelos extranjeros de
modernización que impide reflexionar sobre las especificidades locales. El
nexo que existe en la historiografía boliviana entre el debate político-ideológico
y la interpretación histórica conduce a la condena de las experiencias nacionales
bolivianas por inadecuación a los casos «con éxito» de Europa y Norteamérica.
En consecuencia, la élite es acusada de no ser suficientemente
7. Gustavo Rodríguez y Humberto Solares, Oligarquía, Chicha y cultura popular, ed. Serrano,
Cochabamba, 1990. Gustavo Rodríguez, El regionalismo cochabambino, siglos XK y XX.
ed. Ceres-Ddis, Cochabamba, 1991.
8. Rene Zavalcta Mercado, Lo nacional-popular en Bolivía, ed. Siglo XXI, México, 1986.
9. Ibidem.
10. Silvia Rivera Cusicanqui, 1981.
11. Manuel Burga y Alberto Flores Galindo, Apogeo y crisis de la República aristocrática, ed.
Bilochay, Lima, 1984, p. 90.
12. Un ejemplo de repetición dogmática de las tesis aludidas lo manifiesta la Tesis de licenciatura
en Sociología de Roberto l.aura. Constitución de la oligarquía de La Paz, 1870-1900, La
Paz, 1988.
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burguesa, ya sea por el papel desarrollado por la propiedad agraria tradicional,
ya sea, en sentido weberiano, porque carecía de un auténtico espíritu capitalista.
Pero en contrapartida, los que parecen demostrar un auténtico espíritu burgués
son el campesinado indígena y la clase obrera revolucionaria.
De esta forma se llega a la simple concepción de una burguesía que tenía
rasgos no burgueses, de tipo señorial, y que por lo tanto no era una auténtica
burguesía capaz de llevar a cabo una innovación capitalista. Para ello se presupone
también la obligatoria responsabilidad de la élite en el proyecto nacional
ya que ésta se encontraba inscrita en una atmósfera donde el progreso"
era la meta y el Estado nación un objeto al servicio de ese progreso. Pero afirmaciones
como éstas desconocen, primero, que una aspiración de progreso no
implica necesariamente la inclusión política de toda la población del país y,
segundo, que los imperativos de supervivencia de un grupo social dependían
de hacer aparecer el empleo particular de los recursos públicos como tareas
nacionales. Su debilidad como grupo, su falta de homogeneidad y su necesidad
de configuración global para manipular y hacer frente a las presiones de
movilidad social de otros sectores de la sociedad, son interrogantes que van
más allá de clasificaciones rígidas e Lrrazonadas sobre las tradicionales funciones
de los distintos actores sociales. Y esta crítica también se hace extensiva
a la intocable autonomía de lo popular-indígena cuya exaltación se hace
sospechosa de obedecer más a intereses de subordinación que al de perviven-cias
culturales que favorecen la resistencia étnica.
3. ALCANCE DE LOS TÉRMINOS «ESTADO NACIONAL»
Sería conveniente preguntarse hasta qué punto es factible afirmar que el
grupo privilegiado quisiese y debiese realizar configuraciones nacionales y,
de suceder éstas, por qué tenían que implicar la participación de los sectores
populares mediante la ampliación de la ciudadanía o la representación partidaria.
Quizás mejor que buscar culpables de la actual situación de Bolivia
conviniera entender la lógica del comportamiento de sus protagonistas y, en
concreto, sus prioridades y posibilidades en la concreción de una nación,
antes de adjudicarles una función inalterable en dicho proceso. Se hace
imprescindible, entonces, distinguir entre lo que hoy se interpreta como Estado-
nación y lo que se consideraba como tal en el periodo histórico analizado.
Por este motivo, en la discusión sobre si Bolivia pudo o no transformarse en
un Estado nacional moderno hay que tener en cuenta tres preguntas. Primera,
¿qué tipo de orden estatal era el buscado?; segunda, ¿quiénes se plantearon la
necesidad de que dicho país se convirtiera en un Estado-nación?; y tercero,
¿se logró o no llevar a cabo, y por qué?
13. ADLP. Archivo Julio César Valdez. Programa borrador de gobierno de Femando Huacha-
11a, jefe del Partido Liberal, 1907. «El progreso de los pueblos modernos reposa sobre este axioma:
instrucción popular y vías de comunicación».
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Para la mancomunidad criolla-mestiza boliviana de finales del siglo XIX y
primeras décadas del XX, el Estado era un aparato institucional de dominación
con capacidad de responder a las demandas de progreso de la élite boliviana.
Tales demandas se referían a la conversión de Bolivia en un país competitivo
a nivel internacional, sin que en ningún momento se planteara que
ese hecho tuviese que implicar la concesión de ciudadanía a los indios u otros
sectores excluidos políticamente, y menos aún que éstos tuviesen que estar
representados por medio de partidos políticos. El proyecto de construcción de
un Estado-nación estaba gestado por y destinado a los sectores privilegiados.
Estos eran quienes tenían que llevarlo a cabo y disfrutarlo, por lo que no se
plantearon que otros grupos sociales pudiesen hacerlo. Es más, estos grupos
constituían la negación de lo que la élite quería alcanzar, eran la antítesis del
progreso y de la modernización pretendidos, y, por lo tanto, no se podía pensar
en ellos como sujetos adecuados para una Bolivia nueva que rompiese con
un pasado de atraso.
Ño obstante, que ese modelo nacional boliviano naciera excluyéndoles no
significaba que no considerase su integración a través del trabajo. Por supuesto
que participarían de los logros nacionales pero lo harían en calidad de
mano de obra que dotase a la élite de la infraestructura necesaria para la materialización
de sus expectativas. Se mantendría, así, un orden estamental que
no sólo no transgrediera los privilegios de los sectores dominantes sino que
les permitiese reafirmarse en su situación jerárquica. El proyecto de Estado
nacional boliviano fue, en consecuencia, el proyecto de una clase que aspiraba
a su propio engrandecimiento y que lo llamaba «nacional» porque no concebía
ni se planteaba que otros tuviesen derecho a ello.
En resumen, fueron las diferentes fracciones de la élite boliviana las que se
propusieron cambiar la imagen de su país por otra más adecuada a sus deseos
de reconocimiento y legitimidad internacionales. Y ese cambio suponía la
marginación política de aquellos sectores sociales a los que la élite no consideraba
válidos en su diseño utópico de nación. Para justificar esa medida,
construyó un discurso en el que abogaba por la futura reincorporación de
estos sectores a la vida nacional pero supeditándola a una previa reforma educativa
y militar. Esta tendría que ser realizada por los miembros de la élite ya
que eran los únicos aptos para ello, con lo que se reservaban señalar el
momento en que la población indígena estaría preparada para adquirir la ciudadanía.
Mientras tanto confirmaría con su atraso y necesidad de tutela la
decisión de excluirles políticamente.
En cuanto a la tercera pregunta referente a si se logró o no llevar a cabo la
conversión de Bolivia en un Estado-nación, convendría tener en cuenta que el
éxito o fracaso de ese proyecto no dependía de que los sectores populares
tuviesen cabida en él como defiende gran parte de la historiografía mencionada.
No era un diseño democrático de participación universal, no se quería solucionar
con él las desigualdades sociales y menos permitir que grupos tradicio-nalmente
subalternos tuviesen oportunidad de expresarse. Esperar que la élite
boliviana a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX aspírase a lo con-
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trario, esto es, a construir una nación fraternal, es aplicarle un anacronismo
político. El proyecto nacional fue un proyecto de la élite y para la élite cuyos
intereses no involucraban al conjunto del territorio ni a su población. De ahí
que su fracaso deba entenderse circunscrito a ella y no causado por la exclusión
de sectores subalternos para los que nunca fue diseñado. Esto no quiere
decir que los grupos marginados no pugnasen por la movilidad social y la
apertura del sistema político. Al contrario, significa que la élite boliviana se
veía envuelta en otro proyecto anterior al nacional, es decir, tenía que resolver
ante todo su propia continuidad como clase. Dado que era una élite fuertemente
fragmentada y enfrentada en su interior, lo prioritario para ella era lograr un
consenso intra-élites que diese lugar a una élite hegemónica que articulara al
resto. Mientras esto no se produjera, no había que arriesgarse a ninguna
empresa que conllevara algún tipo de apertura social. Su reproducción como
grupo les hizo, entonces, subordinar el problema nacional sin que esto significase
la fragmentación del país. La lucha social entre élites no estaba en contradicción
con la perpetuación del orden establecido sino que buscaba ante todo
su permanencia, por lo que difícilmente pudieron dividir a la nación más de lo
que ya estaba. Además, en última instancia la nación la constituían ellas y se
veían obligadas a llegar a algún tipo de acuerdo acerca de qué élite iba a marcar
las directrices económicas del país si querían asegurar su supervivencia
como grupo. La resolución de ese interrogante conllevó enfrentamientos partidarios
y golpes de Estado que, como el ocurrido en 1899, hicieron imprescindible
la participación de la población indígena como ejército auxiliar de los
liberales conü-a los conservadores. Fue, entonces, de la debilidad y de las contradicciones
surgidas de las disputas internas de la élite de donde partió la ocasión
de los sectores sociales excluidos para participar en el destino del país.
La presente propuesta de investigación reside en que al margen del discurso
de identidad nacional lo importante para la élite fue su configuración como
grupo. Y a esta necesidad subordinó las demandas del resto de los sectores
sociales y regionales, hasta el punto de instrumentalizar el «problema indígena
» y su inadecuación nacional como argumento de contrarrespucsta. De este
modo será el discurso que la élite confeccionó sobre los grupos sociales
subordinados el que permitirá establecer el tipo de problemática que se debate
en su interior. Hecho que explica y justifica la importancia del indio y del
mestizo en el discurso político a pesar de su exclusión real.
De lo dicho con anterioridad se desprende que de todos los discursos debatidos
entre los diversos miembros del grupo dominante será el relacionado
con el universo indígena (entendido éste en su doble acepción de campesino y
de trabajador minero) el que se tendrá en cuenta en esta refiexión. Su dimensión
de debate público ayudó a delimitar con mayor claridad las divisiones
sociales reduciendo las resistencias al mantenimiento de un orden que favorecía
el proyecto de reconstrucción de la élite. Y en éste se manifiesta la capacidad
de acción política de un grupo de dirigentes económicos que tenían una
mira más clara de sus intereses personales y familiares que del tipo de gobierno
y de sociedad que pretendían establecer.
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4. LA ÉLITE Y SU PROYECTO DE RECONSTRUCCIÓN
Para desarrollar las ideas anteriormente esbozadas, este trabajo se centra en
un primer momento en la trascendencia que tuvo la guerra federal de 1899 en
el proceso de redefinción y reestructuración de la élite boliviana del altiplano'*.
Será objeto de una segunda reflexión la confrontación de los discursos
sobre qué hacer con los indígenas con la finalidad de percibir en ese debate la
problemática de reconversión en que se ve imbuida la élite.
A partir de la guerra Federal de 1899, que enfrentó a liberales y conservadores
bolivianos, y que, a consecuencia del triunfo de los primeros, trasladó
la sede de gobierno de Sucre a La Paz, el «problema indio» y su debate se
intensificaron". Estaban en cuestión los trueques de poder en el seno del bloque
social dominante, trueques que serán institucionalizados desde la guerra
del Pacífico (1879-1881) con la presencia de un régimen de partidos
políticos'*. Estos, lejos de representar intereses económicos diferentes, son,
por su oposición misma, la expresión del control de la élite sobre el sistema
político. Los mecanismos parlamentarios disminuyeron las intermitentes
insurgencias bélicas y redujeron los gastos militares causantes del déficit fiscal
y del continuo endeudamiento externo de los gobiernos. Todo ello permitió
a los sectores sociales con presencia en la esfera de la producción el acceso
al control político que se les había negado durante el periodo caudillista, al
igual que asegurarse el control de la fuerza de trabajo.
Al mismo tiempo, el régimen partidario terminó con el clima de inestabilidad
social presente en ese mismo periodo, con lo que aumentó la capacidad
del grupo dominante de controlar la movilidad social y, por tanto, la selección
de las contra-élites en ascenso. Más importante aún fue el hecho de que el
régimen de partidos políticos garantizara la legitimidad en el poder de aquellos
que venciesen en las elecciones. De ahí la necesidad de salvaguardar a
toda costa este régimen a pesar de que no siempre se respetasen los resultados
de las urnas a causa del fraude y del cohecho electoral. A partir de este
momento el debate público comenzó a girar en tomo a las argumentaciones
sobre las normas constitucionales, es decir, las normas para la circulación de
la élite. Esta quedó dividida entre los privilegiados y los excluidos del poder,
teniendo estos últimos la opción electoral como medida de desalojo de los
primeros y si ésta no funcionaba aún se podía recurrir al golpe de estado. La
14. La Guerra Federal de 1899 supuso el traslado de la sede de gobierno, esto es, de la hegemonía
política de Sucre a La Paz, hecho que explica por qué es la élite paceña la que define los
distintos enfrentamicntos entre élites. Un la actualidad jurídicamente Sucre es la capital de Boli-via
aunque de hecho La Paz funcione como tal y como tal sea reconocida.
15. Sobre la persistencia de una matriz patrimonial véase Víctor Peralta y Marta Irurozqui,
«Los bolivianos y el indio. Pairimonialismo y modernización en Bolivia, siglo XDÍ», ponencia
presentada al in Coloquio Internacional del gmpo de trabajo FLACSO, «Tradición y modernidad
en los Andes», Cochabamba, 1991.
16. James Dunkerley, Orígenes del poder militar en Bolivia, 1879-1935, ed. Quipus, La Paz,
1987.
210
interrupción de la legalidad se hacía empleando un mínimo de violencia y
manteniendo intactas las relaciones básicas, las relaciones de poder, lo que
evidencia que la problemática política esencial era la circulación de los
miembros en el interior de la élitei'. El «golpismo» fue permitido en la medida
en que se dirigiera a restituir en el poder al partido político elegido por
sufragio'*, pero para que esto fuera aceptado el partido aspirante tenía que
demostrar la ilegitimidad de su contrario como gobernante. Se iniciaba, así,
un juego recíproco de descalificaciones discursivas que explica por qué uno
de los temas que con mayor reiteración aparecían en la prensa era el referido
a acusaciones de corrupción y malversación de votos", lo que justificó, por
otro lado, la intromisión del ejercito para restablecer la legalidad del régi-men^
o.
Un ejemplo del juego político descrito se manifiesta en la Guerra Federal
de 1899. Su importancia residió tanto en la necesidad de un golpe de Estado
para que los acuerdos constitucionales se respetasen y, por consiguiente, se
produjera la remodelación interna que necesitaba la élite boliviana, como en
que para que dicha reestructuración fuera posible se recurrió a la movilización
indígena. Este hecho es especialmente significativo en la medida en que
determina los acuerdos que estarán presentes en el interior de la élite y el
modo en que se van a llevar a cabo. La utilización de sectores sociales subalternos
como arbitros del conflicto en el seno del grupo privilegiado iniciará
una nueva estrategia política.
La novedad de la participación de la población india como fuerza de apoyo
del Partido Liberal del coronel Pando, frente al Partido Conservador del presidente
Severo Fernández Alonso (1896-99) no sólo supuso el triunfo de los
primeros sino que manifestó la posibilidad del campesinado indígena de compartir
el control del Estado con la élite^i. Posiblemente el miedo a que esto
sucediese produjo, tras la matanza de Mohoza (1899)^, un rápido acuerdo
entre los dos partidos políticos en pugna, más su posterior unión para acallar
17. James Malloy, Solivia: la revolución inconclusa, ed. Ceres, La Paz, 1989.
18. «...consolidarse a la sombra del hermoso pabellón sostenido por el Partido Nacional, para
oponerse a la propaganda sediciosa, a eso que se llama derecho de insurrección; porque no hay
causas ocasionales, ni motivos aparentes de justificación», en El Comercio, La Paz, martes 19 de
enero de 1892.
19. «lie aquí la razón que nos muestra la única propiedad del radicalismo en el poder; la coacción,
principalmente en cuanto al sufragio», en El Comercio, La Paz, 11 de enero de 1892.
20. «...estamos seguros que harán del ejercito, comandado por el general Camacho, el verdadero
guardián del régimen legal», en El Comercio, La Paz, 12 de noviembre de 1882.
21. Ramiro Condarco Morales, Zarate, el temible Wilka, ed. Quipus, La Paz, 1983.
22. En el pueblo de Mohoza fueron asesinados por los indígenas 130 soldados de caballería
pertenecientes al escuadrón liberal «Pando». Si bien se habían producido con anterioridad actos
semejantes como el de Ayoayo y Corocoro, este era el primero en el que las víctimas pertenecían
al ejército liberal, que era al que supuestamente apoyaba la población india aymara, y no al ejército
unitario. Ante tal comportamiento las divisiones políticas entre liberales y conservadores se
dejaron de lado para atender un conflicto más importante en la sociedad rural que amenazaba las
bases del poder de la mancomunidad crioUa-mcstiza.
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dicho levantamiento. Los campesinos amenazaban con la destrucción del sistema
vigente en el agro" y con el desmantclamiento de la separación étnica.
Y esto hacía peligrar la consolidación del proyecto de reconstrucción oligárquica
y los términos de su presencia material. Tal proyecto presuponía un
grado de homogeneidad y coherencia en el interior de la élite que aún no se
había logrado como lo muestra la necesidad de una guerra como la federal. El
grupo dominante estaba en un proceso de conformación que lo hacía vulnerable
a cualquier ingerencia interna y, por tanto, incapaz de enfrentarse a presiones
exteriores que se expresaran en términos de movilidad social. Esto
explica su rechazo a cualquier forma de incorporación ciudadana de la población
indígena en una comunidad Estado nacional, ya que ello habría significado
la participación en la vida política del país de un grupo tradicionalmcnte
marginado de ella cuya inclusión conllevaría una reevaluación de las relaciones
de poder y un rediseño de la jerarquía, quebrándose el esquema estamental
de dominación. De ahí que uno de los prerrequisilos para la estabilidad del
sistema fuera la pasividad y marginación de gran parte de la población no ciu-dadana^*.
El racismo será, entonces, más que un sentimiento real o una herencia
de la colonia, la consecuencia lógica de la exclusión de dicha población,
una excusa justificatoria para evitar la integración de un gran número de personas
en un régimen político sin definir.
En resumen, la gran contradicción de la élite residió en que para dirimir los
problemas en su interior, una fracción de ésta involucró a los indígenas. La
oportunidad de expresión que concibieron éstos no sólo les convirtió en arbitros
del conflicto sino en la causa justificante del retraso de la élite en su conformación
como grupo de poder asentado capaz de digerir un proyecto de
integración y unificación nacional.
La violencia con que se sofocó la sublevación india que siguió a la Guerra
Federal expresó la negativa de la élite a aceptarles como copartícipes en la
dirección del Estado y en la vida pública. De ahí que la finalidad del proceso
de Mohoza residiera en dar ejemplo públicamente de la «criminalidad»
india^s. Este aspecto marca el comienzo de un chantaje político que tendrá
como título instrumental «la guerra de castas», logrando que la cuestión india
se convierta en el gran debate nacional^*. Se trata de una discusión referida a
cómo y hacia dónde va el proceso de restructuración de la élite. Se organiza a
partir de dos variantes discursivas: indio culpable e indio inocente. Con esa
imagen contradictoria de la naturaleza indígena se perseguía, por un lado, ins-trumentalizar
a favor de los liberales y de la élite paceña los miedos interiorizados
de la población criolla-mestiza y, por otro, convertir al indio en un ele-
23. Andrew Pcarse, «Campesinado y revolución: el caso de Bolivia», en Jorge Dandler
(comp.), Bolivia: la fuerza histórica del campesinado, ed. Cetcs, Cochabamba, 1986, p. 337.
24. James MaUoy, 1989, p. 53.
25. Marie-Danielle Démelas, «Darwinismo a la criolla: el darwinismo social en Bolivia,
1880-1910» en Historia Boliviana, 1-2, Cochabamba, 1981, p. 63.
26. ADLP. Proceso de Mohoza. Octavo Cuerpo, 1901. f. 24-122.
212
mentó productivo al servicio exclusivo del grupo privilegiado. Veamos con
más detalle el contenido de ambas interpretaciones:
A. La criminalidad innata del indio^. Por medio de la imagen de un indígena
sanguinario, de instintos criminales y descoso de exterminar a la raza
blanca, se buscaba impedir que hicieran causa común con los indígenas tanto
aquellos sectores de la élite que estaban fuera del poder y aspiraban a él,
como aquellos otros, los artesanos mestizos, con quienes se podían establecer
lazos de solidaridad horizontal que atentaran contra la hegemonía de la mancomunidad
crioUa-mesüza. De esta manera se pretendía una tregua que estabilizase
al país y condujese la pugna en el interior de la élite por los cauces
constitucionales de un régimen de partidos políticos^». A partir de entonces,
en la visión de la oligarquía, los indios serán el obstáculo fundamental para su
existencia. Y dado que el indio se convierte en el único enemigo reconocido
por el Estado en el plano de sus anhelos sustantivos, las exigencias de los
«desposeídos de la élite» sobre la necesidad de conformar una nación se
transforman en un fuerte rechazo hacia los sectores marginales que con su
ignorancia y agresividad están impidiendo el progreso de la nación. La población
india se ha convertido en ese «otro» que asume cualquier error o desinterés
que manifieste el grupo de élite en el poder. Contra los indígenas va dirigido
todo el desencanto de ese resto del país que no asume la responsabilidad
de sus gobiernos ni de ellos mismos en las características de Bolivia. De esta
forma, las posibilidades de diálogo entre ambas partes desaparecen porque la
existencia de unos se concibe como el exterminio de los otros, ya que imposibilita
una opción de desarrollo que dé a Bolivia presencia internacional. En
consecuencia, el proyecto de reconstrucción oligárquica se mantuvo cada vez
más excluyeme, y ésta exclusión fue incluso admitida por sectores subalternos
urbanos, aunque sus posibilidades de ascenso social se iban cerrando progresivamente.
B. El indio es una víctima de la explotación de siglos^'. Los discursos a
favor de la redención del indio recogían el debate sobre la modernización de
Bolivia, que expresaba como el anterior los problemas de ajuste en el interior
de la élite. Estaba en juego la posesión y el uso de la tierra y de la mano de
obra, y su modificación podía conducir a un resquebrajamiento de los canales
tradicionales de movilidad social y, por tanto, a un cuestionamiento del sistema
de clientelas que vincula a terratenicntes-mineros-comerciantes, autoridades
locales y campesinos. El cambio de las relaciones de poder en el campo
significaba una variación de las mismas a nivel nacional, lo que actualizó el
problema de la resü^ucturación de la élite. El hecho de que la élite actuara
27. ADLP. Colección León María Loza. Correspondencia del señor Carlos Bravvo Aspiazu,
fundador de la Sociedad Geográfica de 1.a Paz, Sucre, 8 de marzo de 1899.
28. ADLP. Colección Julio César Valdez. Carta a D. Macario Pinilla, Lxindres, 15 de abril de
1907.
29. ADLP. Colección León María Loza. Borrador sobre la recopilación de leyes y decretos
sobre la educación indigenal. Redención del indio. Proyecto de Ley de 1900. F. 1-3.
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unas veces persiguiendo un proyecto nacional y otras acumulando para su
propia reproducción los recursos públicos se traduce en una confusión entre
esfera estatal y esfera privada, es decir, en el conflicto de poderes locales y
regionales compitiendo con el poder central a través de clientelas que también
tenían su expresión en los partidos políticos.
La movilización de mano de obra según las directrices de la modernización
agrariaso podía renovar las propuestas indígenas referidas tanto a participar en
el gobierno en calidad de ciudadanos como a reivindicar tierras. Este hecho
incide de distinta manera sobre los diversos miembros de la élite a causa de la
variedad de sus intereses y actividades. Aunque tales diferencias no impidieron
su articulación económica con el exterior ya que la amenaza a su consolidación
como grupo proviene de cualquier reforma interna, tampoco permitieron
el predominio concreto de los intereses de una fracción de élite debido a
las obstrucciones parlamentarias.
Planteadas ambas posiciones, la figura del indio se utiliza como el gran
inconveniente que paraliza al país y le impide el progreso. La necesidad de la
élite de estabilizar la renta y utilizarla para su propia reproducción, al igual que
el miedo a que sus esferas de poder se democratizaran, explica que nunca llegue
a darse ninguna comunión cultural con el mundo indígena sino que persista
una posición de divorcio con él, Y esta parcelación forzada de intereses e
identificaciones sociales favorece la no conformación de un nuevo orden político.
El indio será la gran excusa paralizadora, el chantaje de una élite que en
su búsqueda de estabilidad habla de nacionalismo teniendo un proyecto básicamente
excluyente'i, exclusión que en las regiones del Altiplano se justificó
por el terror que inspiraba lo indio y que en las de Cochabamba y Santa Cruz
se tradujo en una lucha entre el centralismo del Estado y las regiones.
La multiplicidad de posiciones que desencadenaron ambos problemas se
convirtió en la característica diferenciadora de los partidos políticos. El acceso
al poder de los distintos miembros de la élite quedó regulado según la postura
que mantuviese su partido con respecto al debate constitucional de los
asuntos señalados. Pero esto no evitó que para el derrocamiento de un gobierno
se llevara a cabo la movilización, a U'avcs de clientelas, de aquellos sectores
populares que buscaban el reconocimiento de la legitimidad de sus reclamaciones
y la incorporación de sus representantes al Estado. Sin embargo,
este tipo de acciones no serán muy corrientes, ya que en la mayoría de los
casos el empleo del descontento popular continurá al nivel de discurso'^.
30. Erick L.anger, «Mano de obra campesina y agricultura comercial en Cinli, 1880-1930» en
Historia Boliviana, n." 3, Cochabamba, 1983, p. 72.
31. ADLP. Colección Julio César Valdcz. Carlas de Eliodoro Villazón a Julio César Váldez.
Buenos Aires, 19 de septiembre de 1900.
32. El golpe de Estado de Bautista Saavedra en 1920 que supone la sustitución del partido
liberal por el partido republicano es un ejemplo del empleo de consignas pro-populares para
acceder al poder, y por lo tanto significa la ruptura con el miedo a este tipo de movilizaciones
que había quedado establecido a raíz de la guerra federal de 1899.
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La construcción del Estado nacional, entendido éste como un proyecto de
unificación e integración de toda la población boliviana bajo la categoría de
ciudadanos, nunca se llevó a cabo simplemente por el hecho de que en ningún
momento la remodclación del país se planteó de ese modo. Estado nacional
significaba progreso y modernización y tales términos no presuponían una
ampliación de la inclusión política sino mayores posibilidades de engrandecimiento
de los sectores dominantes. Pero este esfuerzo de la élite por consolidar
su posición hegcmónica le hizo sacrificar a miembros de su propio grupo,
con lo que se crearon mayores disensiones en su interior que dieron paso a la
injerencia de otros grupos sociales. Estos fueron llamados por esos mismos
miembros de la élite que eran excluidos del control del gobierno, y se renovó,
en consecuencia, el conflicto intra-élite, paralizándose cualquier iniciativa de
avance por parte de alguna de las fracciones del sector privilegiado. De ahí
que la propuesta de este trabajo resida en negar una voluntad prioritaria de las
élites bolivianas en la elaboración de un Estado nacional. Estaba en juego su
reproducción como grupo y a la construcción de este lo subordinaron todo.
Pero con ello sacrificaron también su reproducción ampliada al dejar pendiente
tanto la cuestión indígena como la regional y al reducir a mero discurso las
iniciativas de remodelación que necesitaban el país y ella misma.
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