Revista Latina
de
Comunicación
Social 55 de
2003
Edita: LAboratorio de Tecnologías de la Información y Nuevos Análisis de Comunicación Social
Depósito Legal: TF-135-98 / ISSN: 1138-5820
Año 6º – Director: Dr. José Manuel de Pablos Coello, catedrático de Periodismo
Facultad de Ciencias de la Información: Pirámide del Campus de Guajara - Universidad de La Laguna 38200 La Laguna (Tenerife, Canarias; España)
Teléfonos: (34) 922 31 72 31 / 41 - Fax: (34) 922 31 72 54
Investigación
Una opinión improvisada publicada como ensayo [1]
Lic. Concha Mateos Martín ©
cmateos@ull.es
Si se llama Técnicas de comunicación política. El lenguaje de los partidos y está escrito en castellano y publicado por Tecnos en
fecha posterior a 2000, tiene venta segura. Estamos ante un producto en la gama de oferta escasa y demanda creciente,
supuestamente de alta especialización, y tácitamente considerado “manual sobre materia de secreto estratégico-político”; es
decir, altamente deseable por un montón de aprendices políticos, estudiantes deslumbrados por las leyenda hollywoodiense de
los asesores políticos, ciudadanos críticos ávidos de argumentos para protegerse y despotricar con elegancia contra las
manipulaciones de la política, técnicos en comunicación acuciados por el fantasma de la competencia profesional y también por
la exigencia tozuda de jefes que piden resultados.... En política, como en periodismo, abunda la autodesconfianza disimulada, y
los catecismo recetarios se devoran con la misma fe que un obeso cansado de que sin piedad se lo llamen pone en la ejecución
de un régimen de adelgazamiento en quince días sin hambre y sin tabla de gimnasia.
Este libro de 226 páginas se pone interesante en la 223, cuando se abre la reseña de bibliografía y el lector encuentra la puerta
hacia otras lecturas, las que se hayan recopiladas, citadas, resumidas y malversadas en las 222 páginas primeras.
Una portada engañosa, una expectativa truncada
Técnicas de comunicación política no habla de lo que parece que va a hablar, si nos guiamos por su título. Aunque, ciertamente,
la ilustración de la cubierta no es nada engañosa. Se trata de una portada atractiva: un fragmento de la pléyade de reporteros
gráficos que suelen acorazar las apariciones públicas de los famosos en los momentos de tirón mediático. Todos miran y
enfocan hacia un punto fuera de campo, a alguien o algo que no aparece en la imagen de portada. Se trata de una atención
focalizada que invita al posible comprador a imaginar el magnetismo de lo que no se dice. Pues bien, he ahí la metáfora perfecta
para describir el contenido del volumen editorial que esta portada presenta: lo que parece que va a estar no está, o más
exactamente, tan sólo aparece en el deseo-expectativa del comprador lector, porque las técnicas de comunicación política no se
describen, apenas algunas se enumeran, pero no se tratan y el lenguaje de los políticos se aborda superficialmente tan sólo en
el capítulo uno. A cambio de todo eso que falta, el libro es pródigo en valoraciones subjetivas presentadas como principios y en
consideraciones personales propias de una columna de opinión pero no de un texto supuestamente técnico o académico.
Tres virtudes
Pero le dedicamos esta reseña crítica y alguna razón tenemos: ofrecer un análisis previo a los candidatos a compradores del
volumen y avanzar un semblante de los contenidos que pueda orientar en la consulta en biblioteca. El libro ya está publicado, el
gasto ecológico de materia papel ya está consumado, pero la inversión de tiempo y esfuerzo intelectual de los ávidos
buscadores de claves de comunicación política se puede racionalizar. No siempre es necesario leer un libro íntegramente. Por
eso, antes de tratar más ampliamente lo que hemos apuntado en el párrafo anterior vamos a señalar también algunos rasgos y
aportaciones que el libro ofrece desde nuestro punto de vista:
1. - La bibliografía sencilla, accesible y actualizada. Se puede consultar sin necesidad de leer el libro y ofrece un
interesante punto de partida a quienes se introducen en este terreno del conocimiento.
2. - La recopilación de algunos materiales o referencias sobre materiales políticos (discursos, sobre todo). Se pueden
igualmente leer sin necesidad de leer todo el libro, es decir, tiene sentido y atractivo leer uno de esos discursos y resulta
útil saber que en este libro se pueden encontrar.
3. - La estructura de los capítulos, además de ordenada y ágil, cierra cada bloque con una propuesta de trabajo y
elementos de reflexión. Estas propuestas también admiten una lectura o consulta independiente del resto del texto.
Con algunos grados menos de subjetivismo, y algunos grados más de imparcialidad, el libro podría haber constituido un texto de
referencia para los estudiantes, si se hubiera indicado en el título honestamente que se tratara de un manual de curso: texto
recopilatorio de rasgos y teorías descritas por otros autores. No ha sido el caso.
No siendo así, el libro de David Pérez García no merece, en opinión de esta reseñista, que una rama de un árbol haya muerto
para convertirse en hoja de imprenta. Nuestro criterio de ecología editorial reclama una vez más [2] en estas líneas que la
industria editorial deje de producir dividendos como objetivo único y procure seleccionar la edición, con el fin de no hacer perder
masa vegetal al planeta y tiempo a los lectores. Publicar refritos es un atentado ecológico intelectual que genera ruido en el
mundo de la inteligencia. Más que nunca cobra vigencia el Arte de callar que escribiera el abate Dinouart allá en el XVIII [3],
procurando inculcar la autocensura a los aspirantes a autor, para, con ello, evitar que el clero perdiera el preciado monopolio
que entonces ostentaba sobre la palabra escrita. Así como celebramos que el Arte de callar fracasara entonces –es decir, que
no consiguiese asustar a los escritores-, lamentamos que no triunfe ahora –es decir, que no consiga ahora evitar que se
escriban tantos libros prescindibles o refritadores-.
Pero sea, pasemos a nuestra reseña de Técnicas de comunicación política. El lenguaje de los políticos, de David Pérez García,
quien en la contraportada es perfilado curricularmente como periodista, profesor universitario de una universidad no citada,
asesor parlamentario de un grupo parlamentario no citado, organizador de campañas electorales no citadas y asesor, dice
textualmente, “en” la Asamblea de Madrid, no se especifica asesor de quién ni sobre qué asuntos. Quizá por sintonizar con este
estilo evaporado de perfil curricular, encontremos en las páginas interiores (pág. 110), cosas como ésta: “Y, según algunos
autores, la credibilidad depende de...”.
Contenidos: poco análisis y mucha pontificación
El texto se divide en cinco partes.
La primera se dedica al lenguaje político. Pero en ella reina una clara confusión conceptual, pues se confunde lenguaje con
mensaje político. Veamos por qué decimos esto.
Una de las características que se le atribuyen al lenguaje político es la multiplicidad de enmiendas, junto a otras dos: la
concepción oratoria y la autoría colectiva.
El lenguaje no tiene autor nunca, el lenguaje es por definición un recurso social, colectivo, basado en la arbitrariedad (en caso
de los lenguajes simbólicos) y el consenso. Por tanto, no puede ser una característica del lenguaje político ser de autoría
colectiva, pero sí puede ser una característica del mensaje o texto político. Igualmente, quien es susceptible de sufrir o soportar
enmiendas no es el lenguaje político sino el mensaje o los textos políticos. Y respecto a la concepción oral, recordemos tan sólo
que un lenguaje puede ser oral, escrito alfabético, escrito iconográfico... Pero el supuesto lenguaje del que nos habla David
Pérez García que sufre “multiplicidad de enmiendas” no es un lenguaje oral sino un conjunto de mensajes escritos producto de
la práctica política. Las categorías aparecen por tanto mezcladas y la falta de definición y claridad conceptual convierten en
inoperativas las características que el texto se propone ofrecer sobre el “lenguaje político” o de los políticos. Quizá valdrían para
la comunicación política o los comunicados políticos. Pero entonces se trataría de otro libro, otro texto, otro análisis.
Semejantes observaciones cabría hacer de rasgos como “su oportunismo” , “su pragmatismo”, etc., que no son aplicables a un
lenguaje sino, en todo caso, a una forma concreta de práctica comunicativa política.
Este capítulo recoge sin embargo un conjunto de observaciones, que a falta de su adecuación conceptual, resultan ilustrativas
de algunos aspectos superficiales de la comunicación política, pero también muy parciales y muy arbitrarias.
Por último, en este capítulo encontramos ya un apartado que contiene los dos principales flancos débiles del libro desde el punto
de vista académico: el apartado titulado La sociedad audiovisual.
Título de mucho peso, pero contenido superficial, somero y nada esclarecedor; acompañado de adornos opinativos del tipo: “Por
ello la imagen no debe ni puede suplantar al pensamiento –objetivado o no, expresado no, comunicado o no. En el torpe devenir
de las simplificaciones erradas, las más absurdas aseveraciones acuñadas encuentran acomodo bajo la forma de sentencias
incuestionables”. En medio de tanto adjetivo barroquista, el texto casi hace una foto de lo que el propio libro es.
Como ya señalé en alguna otra reseña bibliográfica, un ensayo académico no es libro de sentencias, ni un catecismo, ni una
licencia para que el autor exprese su deseo moral sobre el funcionamiento del mundo y la conducta de las personas. Para esos
fines existen otros espacios informativos, periodísticos, literarios, de entretenimiento o incluso privados. Pero el ensayo
académico implica un contrato con el mundo del conocimiento, en el que el autor pone a disposición pública su experiencia
personal, experimentación personal –observación, ejercicio, reflexión, análisis, práctica, experimento, investigación- tratada de
modo científico para comunicar una fórmula o vía de conocimiento de la realidad o de lo real –de lo estudiado-. Cuanto más rico
el acervo cultural, vivencial, académico, biográfico y bibliográfico del autor, más útil el ensayo, lógicamente. Pero un ensayo –y
su producto comunicativo, el libro- no es un catecismo, ni un artículo de opinión largo. “Un catecismo sirve para compendiar lo
que se debe, lo que ha de ser considerado bueno y malo, lícito y no lícito, deseable y merecedor de la pena (si es que algo
puede merecer pena en este mundo). Y un análisis y un analista sirven para explicar cómo se logran las cosas, cómo se
producen, qué las causa o las explica, cómo operan, trabajan los mecanismos de la conducta, de lo social, de los niños, de la
lectura... Explicar, describir, mostrar para hacer entender, para transmitir la ciencia, la sabiduría destilada de la experiencia del
que escribe. Ésa es la diferencia entre la moralina, la sentencia subjetiva y el análisis”.[4]
Reincidencia en la observación desequilibrada
El capítulo 2 se titula La política y la comunicación. Presenta una colección muy comercializable, ligera, fácilmente digerible por
el lector novel, de citas de textos sobre el pensamiento político. Desde Aristóteles Anthony Giddens, pasando por Hume o
Duverger. Faltan autores insignes o aparecen autores menores, pero eso ocurre en toda selección de citas. Como ensayo de
salón, si es que existe tal categoría, el capítulo se muestra práctico para ofrecer “frases” o argumentos coleccionables por
alguien que sin leer mucho quisiese presumir de lecturas especializadas en pensamiento político.
Este jardín de extractos y referencias ofrece una lectura amena pero se salda con cero aportaciones descriptivas sobre técnicas
de comunicación política, que es lo que el título del libro anuncia. Y sin embargo abundan las valoraciones personales
laudatorias sobre el sistema político que rige en la mayoría de los países enriquecidos de occidente: “Así hemos llegado al
sistema más avanzado que nunca ha habido: la democracia liberal” (Pág. 33); “Y el único poder legítimo es el poder
democrático” (Pág. 34); “...en un mundo en el que podemos hablar libremente” (Pág. 34).
Da por incuestionable asuntos como: la democracia liberal es lo mejor (Pág. 33) , el comunismo es un error (Pág. 34), la
democracia directa es inviable (Pág. 36), el dinero es bueno porque proporciona cohesión social (Pág 39), se vive más
libremente cuando el Estado pinta poco (Pág. 36 y ss.) “el mega-Estado no funciona” (Pág 40); y por omisión se deja afirmado
que la democracia liberal no tiene errores.
En la página 34 habla de la contradicción del comunismo, pero nunca habla de las contradicciones de la democracia liberal, sin
embargo grandemente laureada por él.
En la página 41 se habla de que la izquierda ha generado “refinados argumentarios políticos” para darse sentido ante su
necesidad de evolucionar. Pero no se dice nada de la “necesidad de evolución” de cualquier ideología. Es decir, se plantea la
“necesidad de evolución” de la izquierda, como necesidad que sólo le afectase a ella y como dato ilustrativo de alguna
deficiencia, como dato de carencia, de “falta de algo”. Y seguidamente se le atribuye una llamada “ideología mix”, consistente en
“tomar aspectos dispersos de unas y otras ideologías, sin terminar de componer ninguna nueva” (Pág. 41).
Éstas y otras opiniones se van sucediendo en un capítulo en el que el lector espera infructuosamente la llegada de las
descripciones de las técnicas de comunicación política. Esas descripciones no llegan. Pero sí llega ese tipo de comentarios
sobre las ideologías de izquierda y derecha, siempre asentados en este esquema: la izquierda defectuosa –carente de- ha
tenido que recurrir a cosas “mix” , por tanto, ha seguido un proceso cuando menos “sospechoso”, impuro, mezclador, usurpador,
en tanto que la derecha y los conservadores “han ido paulatinamente dulcificando sus posiciones, y han evolucionado hacia el
centro político” , es decir, ha seguido un proceso mostrado en términos positivos –dulcificación, evolución...-.
Y hay más: sorprendentemente, mientras de la izquierda se dice ha recurrido a “tomar aspectos dispersos de unas y otras
ideologías, sin terminar de componer una nueva”, es decir, algo que más que en la izquierda, nos invita a pensar en una
definición de lo que es el centro; del centro se dice algo muy distinto: “El centro político, que no es una novedad, aunque su
nueva formulación sí implique rasgos novedosos. “
Estamos ante un rosario de párrafos que fuerzan la lógica descaradamente para tratar a toda costa de verter honores sobre el
centro y las fuerzas conservadoras. Algo inadmisible y sobre todo improcedente en un texto que se autopropone como ilustrador
de las “técnicas de comunicación política”.
Lo que en la izquierda se considera como una “ideología mix” para sobrevivir, en la derecha se presenta como “hallazgo y
llegada al puerto de la gran novedad”, el lugar de la verdad, de “compatibilidad de determinadas ideas de izquierda y de derecha
con los nuevos tiempos, sin el filtro de las ideologías”. El centro es confluencia y reparcheo, pero del bueno, no del malo, como
el de la izquierda, no del impuro y mix, sino del auténtico; y con el plus de que está “libre de ideologías”. Lo que a la izquierda se
le critica -que haya tenido que recurrir a “evolucionar” y “reformularse” y usar términos nuevos como “nuevo socialismo” o
“tercera vía”-, a la derecha se le atribuye positivamente: “Se ha actualizado”, ha encontrado una nueva formulación “centro
reformista”.
Compárese ese tratamiento, esa perspectiva triunfadora del centro, con la visión que se ofrece de la izquierda, a la que se le
augura un “difícil destino” y cuyo itinerario se refleja así: “ El itinerario ideológico por ella recorrido se resume en una abjuración
casi total de sus ideales originales”. Se llega incluso a comparar (¿para qué?, cabe preguntarse, ¿qué sentido o procedencia
tiene en este ensayo tal comparación?) la evolución de la derecha y la izquierda: “A diferencia de la evolución de la derecha, la
de la izquierda no se ha producido como resultado de una autocrítica saludable”... sino por su fracaso o, textualmente, “por la
incuestionable realidad que ha dado al traste uno tras otro con cada uno de los principios que un día animaron su pensamiento”
(Pág. 42).
Entre eso, las grandes omisiones de los defectos del liberalismo, la idea de pureza, la idea de evolución mestiza (¿bastarda?)
de la izquierda, de valor de lo original, de loa implícita a la “raza pura”, y de insistencia en “el error histórico colectivista” y, por
contraste, ristra de halagos al “centro reformista", que ha tenido en España un epicentro que ha promovido con éxito este
concepto fuera de nuestras fronteras, especialmente en el Partido Popular Europeo” (Pág. 42), el lector de este ensayo no
puede sino sentirse estafado cuando menos, por una toma de partido tan poco procedente en un análisis o descripción que se
pretenda académica. Pues no sólo no se encuentra lo que el título del libro promete y anuncia, sino que además se encuentran
“caramelos propagandísticos ideológicos”, gruesos y poco subliminales, que contaminan cualquier análisis, independientemente
si se decantan por hacer loa de la derecha o de la izquierda. Un libro con el título que este lleva no es pertinente que se ofrezca
a ser soporte propagandístico de ninguna posición política. Y si lo desease hacer, el contrato deontológico-editorial con los
lectores le obliga a que lo avise oportunamente en el título, solapa, introducción del libro. O donde sea, pero que lo avise.
Porque, ¿qué tiene por ejemplo que ver con el supuesto contenido del libro, un párrafo que empieza así: “Y es que, como
también ha escrito Isaiah Berlin, lo que esta época necesita <es menos ardor mesiánico, más escepticismo culto, más tolerancia
con las idiosincrasias, medidas ad hoc más frecuentes para lograr...” (Pág. 43).
Y eludiremos por obvios los comentarios sobre el hecho de que el término ‘centro’ se llegue a escribir con mayúscula sin que
ocupe el lugar de comienzo de frase, designe un nombre propio, etc., supuestos en los que nuestro idioma español contempla la
aplicación de la mayúscula.
En la página 43 encontramos el término escrito con mayúscula, dentro de unos párrafos en los que, tras tachar de oportunista la
forma de supervivencia de la izquierda y de evolución libre de lastre histórico a la derecha, se habla del centro como “vocación
exquisita” que no tiene nada que ver con la vieja derecha, etc.
El capítulo adorna toda esa carga propagandística sobre las miserias de la izquierda y las grandezas de la derecha-evolucionada-
hacia-el-centro, con algunos resúmenes de conclusiones de análisis de otros autores sobre lo que es la
comunicación política y la persuasión y otros conceptos generales.
Un panfleto es un panfleto. Si se presenta enmascarado, de forma disimulada, por ejemplo, bajo la apariencia de ensayo sobre
técnicas, constituye además una estafa enunciativa. Si esa estafa enunciativa se publica por una editorial y se comercializa,
deviene un insulto al mundo editorial y la cultura.
Anuncia técnicas y ofrece índices
En el capítulo tres, el lector, ávido de poder por fin degustar los contenidos que el libro anuncia, inducido por el título puede
llegar a presentir que ha llegado el momento. El título es “Cómo trazar un plan de comunicación”.
Se ofrece una serie de esquemas generales de organización, funciones, principios y conceptos. Contenidos típicos y frecuentes
en los textos de comunicación política. La descripción se queda en un estrato epidérmico del asunto y apenas ofrece contraste
con casos o experiencias reales, por lo cual su utilidad, tanto científica como profesional y práctica, se agota en el mero índice
orientativo. Por ejemplo, explica que una de las constantes por de las campañas electorales es la preocupación por la imagen; o
que la comunicación interna sirve para dar cohesión y coordinación a las organizaciones. Son observaciones generales, que,
además de genéricas, se presentan huérfanas de explicación y contexto.
En este capítulo además se traza lo que pretende ser un cuadro comparativo de las constantes argumentales de los mensajes
de dos partidos españoles: PP y PSOE. Este cuadro vuelve a presentar deficiencias graves de equilibrio analítico. Si se le
aplicase un test cuantitativo y cualitativo de tratamiento a los dos partidos comparados volveríamos a encontrar las mismas
tendencias favorecedoras de una parte. No es el objeto de esta reseña, sin embargo, desentrañar la falta de imparcialidad o el
exceso de tendenciosidad del autor, rasgos que ya han sido observados anteriormente y que no requieren mayor exhaustividad,
porque un problema de imparcialidad es un problema de imparcialidad independientemente del caudal de su redundancia.
El último capítulo, titulado “Análisis del discurso”, recoge una de las aportaciones más útiles del libro. Cualquier manual de
oratoria ofrece guías más completas e ilustrativas que las que aquí se reseñan para elaborar un discurso. Pero los textos –
copias de textos- ofrecidos para analizar ofrecen un catálogo interesante, variado, ilustrador y muy rico de las –infinitas- formas
de discursos. Se facilita al lector un material suficiente y muy adecuado para trabajar analizando, comparando, aprendiendo y
observando. La cuarta Filípica de Cicerón, un comunicado de Batasuna, un comunicado de Eta, una alocución de Bin Laden, un
discurso del subcomandante Marcos, discurso de Fidel Castro, discurso del presidente chino Jiang Zemin, fragmentos de
discurso de Adolf Hitler, discursos de Francisco Franco, dos discursos de José María Aznar, discurso de José Luis Rodríguez
Zapatero, fragmento de discurso de Salvador Allende, del rey Juan Carlos, Georges Bush, Abrahan Lincoln, Boris Yeltsin,
Václav Havel y Antonio Cánovas.
A pesar de que el capítulo se presenta como “Análisis del discurso”, no todos los discursos se analizan; algunos sólo se ofrecen.
Y en los casos en los que se acompaña un análisis, tampoco se siguen los esquemas propuestos para analizar discursos. A
veces, de nuevo, se aprovecha la ocasión para pontificar sobre planteamientos políticos.
Veamos el caso del comunicado de Eta en el que se anuncia la ruptura del cese del terrorismo.
El comunicado ocupa dos páginas y media. A continuación, el autor nos presenta un cuadro con una serie de pautas o
propuestas para un posible análisis del discurso, que él sin embargo no ofrece; y seguidamente, bajo un encabezado que reza
así Comentario critico coloca tres páginas y media de valoraciones sobre el odio, la maldad o la bondad de las ideologías (en el
que el texto se decanta por la maldad, siguiendo las citas de Popper); la confianza en que vamos por el buen camino para la
paz, “no debemos perder la esperanza” “marchamos por el buen camino” (Pág.151).
Inferencias, valoraciones, opiniones sobre el bien y el mal, pero no sobre el texto de Eta. Análisis del discurso no encontramos
ninguno; discurso político, sí, y cargado de vaguedades moralizantes, excepto cuando cita textualmente a otros autores, o dice
cosas como “como hubiera dicho David Villey....”, en una lógica de grandilocuencia oral, con cita no citada y además en
subjuntivo.
Sí es cierto que a mitad de lo que se presenta como “Comentario crítico” un párrafo se dedica a las traslaciones de significantes
que opera la retórica de Eta. Pero, ni se trata de análisis del comunicado de Eta propuesto para analizar, sino del lenguaje
habitual de Eta, y además tampoco se trata de análisis propio del autor sino de un rescate-cita de las observaciones que hace
en su análisis Ideología y libertad Luis Núñez Ladevéze.
En resumen: se nos presenta un texto, después un resumen del análisis que otro autor hace de otro discurso (el discurso
general de Eta) y después un glosario de opiniones y valoraciones ideológicas. Pero ni rastro de análisis del discurso, en un
capítulo del libro, insisto, que se titula “Análisis del discurso”.
Tenemos, por tanto, que cerrar esta reseña con un lamento por la impunidad con la que propuestas editoriales como ésta logran
salida en un mercado ávido de títulos. La edición académica, científica, ensayística, no puede permitirse deslices como el que
nos ocupa sin sufrir un grave varapalo en lo más profundo de su credibilidad.
En nuestro país, e incluso en el catálogo de la misa editorial que publica este libro, el lector puede encontrar textos alternativos
sobre la misma materia tratada con rigor, con riqueza, con pulcritud analítica y expositiva, con mayor objetividad metodológica,
con más exhaustividad, con más neutralidad. Por ejemplo, en 1999 María José Canel publicó en Tecnos “Comunicación política.
Técnicas y estrategias para la sociedad de la información”, un trabajo que en poco más de doscientas páginas repasa la
estructura, las técnicas e incluso las tácticas de la comunicación política en campaña y en instituciones, con un alto equilibrio
entre profundidad y eficiencia informativa. Más recientemente, en Paidós, Lourdes Martín Salgado, una profesional vinculada
estrechamente al Partido Popular, ha publicado un libro que además de riguroso y bien documentado teóricamente, enriquece
con rigor la biblioteca de conceptos de cualquier lector, sin tenerse que resbalar de ningún modo en la defensa del liberalismo
adicto que sin embargo practica el partido para el que ella ha trabajado tanto y tan eficazmente.
Estos dos textos citados demuestran que se puede se riguroso en el ensayo, imparcial y honesto, aunque en la vida cotidiana
uno desempeñe tareas de apoyo, incluso comprometido, a determinados planteamientos políticos o ideológicos. El rigor del
análisis académico no es incompatible con el fervor personal por unas ideas políticas concretas. Es cuestión de método, de
esfuerzo y de ética profesional.
Libros como el que hemos analizado en esta reseña lograrán o no éxito comercial, pero sin duda arruinan el prestigio, la imagen
y la autoridad intelectual de sus promotores. Quizá eso no les afecte económicamente. Pero tiene el efecto perverso de debilitar
la estructura intelectual de una cultura y un pueblo (comunidad universitaria, futuros profesionales, lectores, investigadores,
estudiantes...) que merece mejor alimento editorial. Sobre todo ahora, que parecía que habían muerto ya en España los
dictadores que contaminaron la información de propaganda. Como vemos, sus vástagos intentan hacer lo mismo con la ciencia.
Bibliografía
1. Abate Dinouart, 1999: El arte de callar. Ediciones Siruela. Madrid.
2. Álvarez, Tomás y Caballero, Mercedes, 1997: Vendedores de imagen. Los retos de los nuevos gabinetes de
comunicación. Piados Comunicación. Barcelona.
3. Blanco Valdés, Roberto L, 2001: Las conexiones políticas. Alianza Editorial. Madrid.
4. Brown, 1986: Técnicas de persuasión. De la propaganda al lavado de cerebro. Alianza Editorial. Madrid.
5. Canel, María José, 1999: Comunicación política. Técnicas y estrategias para la sociedad de la información. Madrid:
Tecnos.
6. Durandin, Guy, 1995: La mentira en la propaganda política y en al publicidad. Paidós Comunicación. Barcelona.
7. García Fajardo, José Carlos, 1986: Comunicación de masas y pensamiento político. Ediciones Pirámide. Madrid.
8. Luque, Teodoro, 1996: Marketing político. Un análisis del intercambio político. Editorial Ariel. Barcelona.
9. Martín Salgado, Lourdes. 2002: Marketing político. Arte y ciencia de la persuasión en democracia. Barcelona: Piados.
10. Muñoz-Alonso, Alejando y Rospir, Juan Ignacio, 1995: La comunicación política. Editorial Universitas. Madrid.
Notas
[1] PÉREZ GARCÍA, DAVID, Técnicas de comunicación política. El lenguaje de los partidos. Tecnos, Madrid, 2003, 226 pp.
[2] Artículo sobre Sartori en Latina (“El homo videns de un intelectual combativo (Giovanni Sartori): ideal para cambiar el
mundo”, en Revista Latina de Comunicación Social 51, de junio de 2002, en
http://www.ull.es/publicaciones/latina/2002cmateosjunio5107.htm)
[3] “El arte de callar”, abate Dinouart. Ediciones Siruela. Madrid 1999.
[4] Reseña del libro “Leer antes de leer”, publicada el número 24 de Espéculo (http://www.ucm.es/info/especulo/numero24, julio,
2003)
FORMA DE CITAR ESTE TRABAJO EN BIBLIOGRAFÍAS:
Mateos Martín, Concha (2003): Una opinión improvisada publicada como ensayo. Revista Latina de
Comunicación Social, 55, La Laguna (Tenerife). Recuperado el x de xxxx de 200x de:
http://www.ull.es/publicaciones/latina/20035519mateos.htm