Revista Latina
de Comunicación Social, 61
enero – diciembre de 2006
Edita: Laboratorio de Tecnologías de la Información y Nuevos Análisis de Comunicación Social
Depósito Legal: TF-135-98 / ISSN: 1138-5820
Año 9 – 2ª época - Director: Dr. José Manuel de Pablos Coello, catedrático de Periodismo
Facultad de Ciencias de la Información: Pirámide del Campus de Guajara - Universidad de La Laguna 38200 La Laguna (Tenerife, Canarias; España) -
Teléfonos: (34) 922 31 72 31 / 41 - Fax: (34) 922 31 72 54
Revisión
FORMA DE CITAR ESTE TRABAJO EN BIBLIOGRAFÍAS, SEGÚN LA APA:
(Toledano Buendía, S. (2006). La neolengua de Orwell en la prensa actual. La literatura profetiza la manipulación mediática
del lenguaje.Revista Latina de Comunicación Social, 62. Recuperado el x de xxxx de 200x de:
http://www.ull.es/publicaciones/latina/200601toledano.htm
[Revisor/ra: El artículo presenta un tema interesante y adecuado a las temáticas de la revista, además que recoge
comentarios e ideas sobre la comunicación y el poder del lenguaje que nos sitúan en cuestiones relevantes y de
actualidad.El sentido del artículo: uso que hace el poder del lenguaje y concretamemnte el papel de los medios se percibe de
una manera más clara y se aprecia que el autor ha cambiado algunos fragmentos [tras la primera revisión], lo que beneficia
la comprensión y el desarrollo de la argumentación. En cuanto a las conclusiones, se han ido anticipando a lo largo del texto
y su exposición final gana en claridad con las pequeñas modificaciones realizadas.]
La neolengua de Orwell en la prensa actual. La literatura profetiza la manipulación
mediática del lenguaje
Orwell’s Neo-Language in Contemporary Press: Literature Foretells the Media
Manipulation of Languagee
Lic. Samuel Todedano Buendía © [C. V.]
Periodista - Doctorando de la Universidad de La Laguna
samueltoledano@hotmail.com
Resumen: Medio siglo después de que George Orwell escribiera su libro 1984 muchas de sus visiones de una sociedad
futura podrían ser tenidas en cuenta al percatarnos del modo en el que funciona el mundo. Nuestro objetivo no es centrarnos
en el aspecto político de esta obra de ciencia ficción sino en la neolengua, ya que, en este libro, Orwell ofrece una profunda
explicación sobre el uso de un nuevo idioma para controlar el pensamiento humano y muestra lo rentable que son los medios
de comunicación para expandir la neolengua y, consiguientemente, la doctrina del Gran Hermano. Finalmente, lo que en
principio es sólo parte de la imaginación de Orwell termina siendo el perfecto ejemplo de la forma en la que trabajan los
medios de comunicación, porque, nos guste o no, las noticias están escritas en neolengua.
Palabras clave: periodismo – neolengua – manipulación – Orwell – lenguaje
Abstract: More than half a century since George Orwell wrote 1984 many of his visions of a future world could be taken into
account as soon as we realise the way society works. It is not our aim to focus on the political aspects of this science fiction
story but on the newspeak. In this book, Orwell introduces a detail explanation of the use of a new language to control human
thinking. At this point, the author shows how effective media empire is to expand newspeak and, as a consequence, the Big
Brother doctrine. Finally, what it seems to be just a piece of Orwell´s imagination becomes an illuminating means of explaining
the way the media works, because, whether we like it or not, the news is written in newspeak.
Key Words: journalism – newspeak – manipulation – Orwell – language
Sumario: 1. Introducción, 2. La neolengua. 3. El lenguaje de los medios. 4. La guerra es la paz. 5. Dos minutos de odio. 6.
Conclusión. 7. Bibliografía. 8. Notas
Summary: 1. Introduction. 2.
1. Introducción
La imaginación al poder (eslogan del Mayo de 1968)
Cuando George Orwell escribió poco antes de morir su novela 1984 probablemente desconocía que, más de medio de siglo
después, muchos aspectos de esa sociedad futura que plasmaba en su libro iban a guardar una semejanza con la realidad
cuanto menos curiosa. Es evidente que el sistema político que predomina en Occidente y que trata de extenderse al resto del
mundo dista mucho de ese ambiente opresivo que había en la historia de Orwell. Aún así, no se le puede negar que gran
parte de sus imaginarias predicciones no estaban del todo desencaminadas y que, aunque la forma externa de esa sociedad
dista de la actual, el fondo guarda similitudes preocupantes.
La intención de este escritor, como es sabido, era advertir de forma explícita, y recurriendo a la ficción, del peligro comunista
y de las consecuencias que este régimen tendría en caso de extenderse más allá de las fronteras de Europa oriental. El
pasado marxista del autor y su experiencia en la Guerra Civil española, donde fue testigo directo del férreo control que las
autoridades soviéticas y los comunistas españoles hicieron de parte del territorio republicano, explican su rechazo a los
sistemas comunistas cuando gran parte de los intelectuales de izquierdas occidentales se aferraban a él como referente de
sus líneas ideológicas.
Libros como 1984, Un Mundo feliz, de Aldous Huxley o Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, son ejemplos más que probados
de cómo la imaginación se adelanta a los acontecimientos y de cómo estas historias se adentran en el campo de la
sociología de una forma evidente. Y si la ciencia imaginada en la mente de Julio Verne tuvo una plasmación casi milimétrica
de sus aventuras en la vida real, qué menos que reconocer que la mente de Orwell adelantó en 1984 algunos aspectos de
gran parte de la sociedad occidental y, sin duda, de algunos regímenes políticos que han ocupado el poder a lo largo de la
segunda mitad del siglo XX y, por desgracia, de parte de este comienzo del XXI.
Realizar un análisis del sistema político reflejado en 1984 y sus posibles semejanzas y diferencias con el actual justificaría
más de un estudio que, por otra parte, ya se ha hecho. El objetivo será mucho menos ambicioso y tratará de centrarse en un
aspecto concreto de esta obra de Orwell: la neolengua.
2. La neolengua
El idioma que imagina Orwell en su 1984 es explicado por el mismo autor al término de la novela: "Era la lengua oficial de
Oceanía y fue creada para solucionar las necesidades ideológicas del Ingsoc o Socialismo Inglés" (Orwell, 1995: 293).
Ya con esta primera aproximación aparecen los dos elementos de este idioma orwelliano: el concepto de "lengua oficial" deja
de manifiesto que, ante todo, éste es un instrumento de comunicación al igual que cualquier idioma que se recoja como
oficial en cualquier estado. Sin embargo, es en el segundo elemento, que hace referencia a la necesidad de satisfacer
"necesidades ideológicas" donde se muestra un concepto novedoso. De esta forma, Orwell descubre que a través del
lenguaje se expanden conceptos ideológicos que están necesariamente vinculados a una carga subjetiva y que en ocasiones
son radicalmente opuestos al significado original de la palabra o frase en cuestión. El objetivo, según explica el propio autor,
va más allá de crear un medio de expresión y se adentra en la ideología. Así, con esta lengua, cualquier "pensamiento
divergente de los principios del Ingsoc, fuera literalmente impensable, o por lo menos en tanto que el pensamiento depende
de las palabras".
Su vocabulario estaba constituido de tal modo que diera la expresión exacta y a menudo de un modo muy sutil a cada
significado que un miembro del partido quisiera expresar, excluyendo todos los demás sentidos, así como la posibilidad de
llegar a otros sentidos por métodos indirectos. Esto se conseguía inventando nuevas palabras y desvistiendo a las palabras
restantes de cualquier significado heterodoxo, y a ser posible de cualquier significado secundario. [...] La finalidad de la
neolengua no era aumentar, sino disminuir el área de pensamiento, objetivo que podía conseguirse reduciendo el número de
palabras al mínimo posible. (Orwell, 1995: 293-294)
Esta explicación la completa Orwell más tarde, en un mismo apéndice a su libro, donde el escritor se explaya en explicar el
vocabulario que compone esta lengua, clasificándolo en tres clases:
A: Palabras de uso cotidiano y que sólo expresan pensamientos simples y objetivos.
B: Palabras que habían sido construidas deliberadamente con propósitos políticos.
C: Vocabulario que era complementario de los otros dos y contenía totalmente términos científicos y técnicos.
Toda esta amplia información acompaña la novela de Orwell, como una tesina posterior o intento de ensayo que tiene gran
interés para alguien que se dedica al mundo de la comunicación. No podemos olvidar que el escritor británico y nacido en
India había trabajado para el periódico The Observer y para la BBC, con lo que este especial interés por la neolengua y la
extensa explicación que hace de ella demuestra que pretende hacer algo más que una mera aproximación de algo que
sucede en la novela. Su experiencia como periodista es un hecho que añade especial valor a su tesis sobre la neolengua y
por el que nos parece de vital importancia acercarnos a una obra que esconde continuas referencias al uso que el poder
hace del lenguaje y, en concreto, al propagandístico papel que desempeñan los medios.
3. El lenguaje de los medios
Un primer acercamiento a la realidad de los medios de comunicación nos revelerá de inmediato la importancia que tienen
para informar a todos y cada uno de los individuos de los acontecimientos que suceden en el mundo y a los que sus
habitantes no pueden acceder de forma directa, por lo que es necesario un intermediario que acerque a la población la
realidad que no está a su alcance.
Sin embargo, más allá de esa primera aproximación, descubrimos que existe un papel educador y formador que ejercen los
medios y que, pese a que pueda pasar desapercibido, resulta de gran trascendencia en el desarrollo y conformación de una
sociedad, lo que ha provocado, además, que los medios entren a formar parte junto a estados, organizaciones
internacionales o multinacionales de lo que podemos calificar como el establishment.
Este papel, que en principio debería ejercerse con la máxima responsabilidad, es utilizado en multitud de ocasiones para
promover y atraer a la sociedad hacia unas concretas posturas que, más que formar o educar, posicionan a favor o en contra
de determinados actores o ideas en cualquiera de los planos de la realidad mundial. La propia limitación del individuo, que no
puede informarse directamente de la realidad y que en raras ocasiones contrasta o profundiza en la información recibida,
acrecienta aún más el protagonismo que ejerce los medios de comunicación para definir la sociedad y, en última instancia,
para marcar sus líneas de pensamiento y actuación.
La manipulación mental de los medios de comunicación, y de todo el sistema en general, ha sido ya advertido por numerosos
expertos y pocos ponen en duda hoy que los "los actores sociales con poder, además de controlar la acción comunicativa
también hacen lo propio con el pensamiento de sus receptores" (Van Dijk, 2003: 21). El investigador holandés, no contento
con esta afirmación, intenta esclarecer el modo concreto en el que los medios de comunicación logran dirigir el pensamiento
de los receptores. Con ese fin, van Dijk ha utilizado el Análisis crítico del discurso (ACD) para estudiar las relaciones de
poder, dominación y desigualdad mediante un esfuerzo por descubrir, revelar o divulgar aquello que es implícito, que está
escondido o que por algún motivo no es inmediatamente obvio en las relaciones de dominación discursivas o en sus
ideologías subyacentes.
Dado que el discurso es una forma de acción, este control también se puede ejercer sobre el discurso y sus propiedades: el
contexto, tópico o estilo. Y puesto que el discurso influye en la mente de los receptores, los grupos poderosos también
pueden controlar indirectamente (por ejemplo, con los medios de comunicación) la mente de otras personas. (Van Dijk, 2003:
120)
Y obviamente, cuando se hace referencia al discurso, no se puede pasar por alto el elemento en el cual se sustenta: el
lenguaje. La prueba de su importancia se evidencia en la continua pugna lingüística, que va más allá de la mera clasificación
terminológica de sujetos o acontecimientos para adentrarse en la formación de una opinión pública sobre cualquier suceso.
El uso que el poder hace del lenguaje ha tenido ejemplos ilustrativos en regímenes dictatoriales que, como antes
apuntábamos, tuvo en la Alemania nazi, con el comunicador Joseph Goebbels (ministro de Instrucción Pública y de
Propaganda), el perfecto ejemplo de la propaganda mediática al servicio de un interés político que luego se demostró ser
altamente pernicioso para la humanidad. No resulta extraño comprobar que este alto dirigente del nazismo fuera un
licenciado en filología. Esto ya fue advertido en su época, pero resulta ilustrativo recordarlo de la mano de una de las tantas
víctimas del nazismo y que tiene en el escritor Primo Levi uno de los más relevantes supervivientes:
Para mantener el secreto, entre otras medidas de precaución, en el lenguaje oficial sólo se usaban eufemismos cautos y
cínicos: no se escribía "exterminación" sino "solución final", no "deportación" sino traslado, no "matanza con gas" sino
"tratamiento especial", etcétera. (Levi, 1998: 196)
Sin irnos tan atrás en el tiempo y abandonando la ficción, otro escritor, el uruguayo Eduardo Galeano, habla también en
términos similares y ya con una clara referencia al mundo actual:
Hoy por hoy, no queda bien decir ciertas cosas en presencia de la opinión pública: el capitalismo luce el nombre artístico de
economía de mercado; el imperialismo se llama globalización; las víctimas del imperialismo se llaman países en vías de
desarrollo, que es como llamar niños a los enanos; el oportunismo se llama pragmatismo, la traición se llama realismo; los
pobres se llaman carentes, o carenciados, o personas de escasos recursos; la expulsión de los niños pobres por el sistema
educativos se conoce bajo el nombre de deserción escolar; el derecho del patrón a despedir al obrero sin indemnización ni
explicación se llama flexibilización del mercado laboral... (Galeano, 2000: 41)
Estos autores, de ficciones muy reales, no hacen más que confirmar lo que Orwell apuntó en una ciencia ficción que tiene
una representación bien definida en el mundo actual. Una realidad que nosotros estudiamos a través de los medios de
comunicación y en los que, por lo tanto, hallamos la función que desempeña el lenguaje para modelar un sociedad que no
admite ser controlada de forma explícita y violenta pero que, sin embargo, es víctima de numerosos controles.
Ahora no existe teóricamente un partido único, sin embargo, el mundo y nuestra percepción de éste nos pone de frente ante
una realidad que está cada vez más globalizada, con noticias cada vez más uniformes, con medios de comunicación
conglomerados en grandes emporios empresariales y con una sociedad cada vez más apática y reticente a buscar su propio
criterio y que opta por repetir modelos mayoritarios.
No es descabellado entonces hacer una semejanza entre este mundo globalizado y el que imagina Orwell, pese a que en
1984 el ambiente opresivo es palpable, a diferencia de la generalidad de los países occidentales, cuya población, en su
estrato medio, no está sometida de forma directa o violenta a este control.
Hoy sabemos que el ciudadano medio no permite un control directo y opresivo como el que se respira en 1984, aunque los
privilegiados de este mundo son ahora víctimas conscientes o inconscientes, en la gran mayoría de los casos, de un método
mucho más sutil y que, como expresaba van Dijk, sólo necesita recurrir a discursos: palabras y frases que nos recuerdan que
la neolengua de Orwell está presente en la sociedad actual. La cercanía es tal que se puede tomar como propia la afirmación
de Chomsky y que, curiosamente, recuerda el trabajo del autor inglés y lo sitúa sin dudarlo en la época actual.
El Gran Hermano inmenso y aún creciente, virtual, de los medios de comunicación (por no hablar de los actuales "centros de
espionaje", tan buscados) deja en ridículo al bolchevique, muchísimo menos sofisticado. (Otero, 2005: 39)
La referencia de Chomsky, citada por Otero, no es baladí. De lo que se trata, según el autor estadounidense, es de la
necesidad que tiene el sistema político de mantener un nivel de control sobre la población sin recurrir a la violencia física o
sectaria que se daba en métodos totalitarios, tanto en los regímenes de derecha (nazismo o fascismo) como los de la
izquierda (comunismo, y especialmente su variante estalinista). En este control más sutil los medios de comunicación juegan
un papel fundamental como expresión directa del ya conocido cuarto poder o incluso como poderes afines al Estado. Esto no
es nuevo, pero toma especial relevancia cuando la sociedad comienza a lograr un estado de bienestar y los medios de
comunicación se afianzan no sólo como un intermediario entre la realidad y el destinatario, sino como un instrumento de ocio.
Y en ese momento, especialmente efervescente tras la Segunda Guerra Mundial con la aparición de la televisión,
movimientos políticos como los situacionistas lo advierten de forma clara y expresa, y denuncia el uso del lenguaje por parte
de los "dueños del mundo" como forma de mantener su situación privilegiada en la sociedad:
"La inversión de las palabras testimonia el desarme de fuerzas de la contestación de las que se da cuenta con estas
palabras. Los dueños del mundo se apoderan de los signos, los neutraliza, los invierten". (Internacional Situacionista, 2000:
342)
En vista del demostrado poder que tiene el lenguaje para crear opinión es sumamente relevante observar la terminología
utilizada por los medios de comunicación e intentar demostrar que la neolengua de Orwell ha encontrado su espacio en la
realidad más de medio de siglo después de que este escritor regalara a la humanidad una de sus mejores obras.
4. La guerra es la paz
La consigna del partido en el 1984 de Orwell es la guerra es la paz: un lema acorde con el Ministerio de la Paz, que sustituye
al Ministerio de la Guerra o el Ministerio de la Verdad, donde el protagonista del libro se encarga de escribir la historia:
Oceanía estaba en guerra con Asia Oriental; Oceanía había estado siempre en guerra con Asia Oriental. Una gran parte de
la literatura política de aquellos cinco años quedaba anticuada, absolutamente inservible. Documentos e informes de todas
clases, periódicos, libros, folletos de propaganda, películas, bandas sonaras, fotografías... todo ellos tenía que ser rectificado
a la velocidad del rayo (Orwell, 1995: 182).
Los paralelismos de lo descrito en el libro con la época actual son más que evidentes. Basta comprobar cómo el Islam dejó
de ser un aliado de Estados Unidos en su batalla contra el comunismo para convertirse en el "enemigo" número uno de la
sociedad occidental. Cosas similares podemos decir de China, la antigua Unión Soviética o diversos países de
Centroamérica.
Evidentemente aquí se trata de una cuestión de política internacional, pero no podemos abstraernos de las asombrosas
similitudes que hay entre el 1984 de Orwell y los primeros años del siglo XXI, donde la guerra contra el terrorismo sirve como
excusa para limitar las libertades de la población en aras de la seguridad global, al igual que en la novela de Orwell, donde la
permanente guerra –aunque con enemigos alternos– justifica el totalitarismo del Gran Hermano.
La similitud es tal que se descubre además que el lenguaje es utilizado tanto en el Ingsoc como en la sociedad actual para
hacer creer a la ciudadanía que la guerra asegurará la libertad, la seguridad y la democracia. Que estas afirmaciones las
haga un gobierno o un partido político es comprensible, pero no que se realicen por los medios, siempre y cuando éstos
fueran objetivos y neutrales. El problema lo encontramos tan pronto como descubrimos el seguidismo que se hace de la
doctrina oficial y su lenguaje. Y es que la terminología que utilizan los gobiernos para definir determinados hechos o ideas se
traslada miméticamente a los medios de comunicación, que con escaso pudor optan por repetir esos términos. Conocemos
además, que el léxico utilizado para informar sobre un hecho tiene un valor esencial (Van Dijk 1995: 25). Tampoco hacen
faltan muchos estudios para comprender que una idea, un acto o una persona puede ser calificada de muchas formas,
atendiendo a los numerosos sinónimos de los que dispone cualquier lengua y, en nuestro caso, el idioma español.
Pero más allá de que todos los ministerios o departamentos se llamen de defensa –en lugar de guerra– existen palabras que
no son ajenas a los lectores de cualquier periódico y que al final puede conseguir incluso que una sociedad determinada
termine apoyando una guerra.
Recognizing the important role played by the media in shaping and transforming political reality and influencing readers’
attitudes about politics […]. [Estudios sobre el discurso mediatico en varias guerras] reveals language as implicitly
representing an ideological stance that accepts and promotes war, i.e. organized and legally sanctioned physical violence, as
a viable alternative for the settling of intergroup conflict and/or regulating international relations. [1]
Con esos argumentos se recoge el papel de los medios de comunicación en conflictos como el de El Salvador y Nicaragua y
otros países de Centroamérica, donde Noam Chomsky hace un estudio exhaustivo del tratamiento mediático realizado
acorde con los intereses políticos del Gobierno estadounidense. Mirando un poco más atrás en el tiempo los EE.UU.
calificaban de “aldeas estratégicas” los campos de concentración que creaban en Vietnam del Sur (Chomsky, 2005: 278).
Lo cierto es que ejemplos hay tantos como guerras o "conflictos armados" hay en el mundo. El interés de un país o una
determinada administración política va a marcar la línea de los medios de comunicación que se podrán sumar en masa a la
defensa del Reino Unido en la guerra de las Malvinas o cubrir la guerra en Yugoslavia de una forma absolutamente errónea y
parcial (Pizarroso, 2004: 31, 37-38). Y como es de esperar, la realidad termina por disiparse en acontecimientos difusos que
se escriben una y otra vez según el interés que hay detrás:
Hay una guerra de Irak contada por los medios de comunicación occidentales y otra por los medios árabes. Hay una guerra
de Irak interpretada por el Gobierno de Estados Unidos y otra por la mayoría de los Gobiernos de Europa. Existen diferentes
guerras según la cuenten chiíes, suníes, kurdos, habitantes del norte, del centro o del sur de Irak, incluso del norte, del centro
o del sur de Bagdad. En España hay una versión de la guerra de Irak, de su origen y sus efectos construida por la izquierda y
otra por la derecha. (Caño, 2005)
5. Dos minutos de odio
Los minutos de odio de la novela de Orwell tienen como claro fin conseguir que la población se identifique con la doctrina del
Partido y comparta el odio hacia el enemigo que, como podemos observar en el libro, cambia según discurre la guerra, con lo
que la población tiene que cambiar el destinatario de su odio, pese a que en los ciudadanos no hay conciencia real de ese
cambio (Orwell, 1995: 180-182).
Los programas de los Dos Minutos de Odio variaban cada día, pero en ninguno de ellos dejaba de ser Goldstein el
protagonista. Era el traidor por excelencia, el que antes y más que nadie había manchado la pureza del Partido. [...] Él era un
objeto de odio más constante que Eurasia o que Asia Oriental, ya que cuando Oceanía estaba en guerra con alguna de estas
potencias, solía hallarse en paz con la otra. [...] A los treinta segundos no hacía falta fingir. Un éxtasis de miedo y venganza,
un deseo de matar, de torturar, de aplastar rostros con un martillo, parecían recorrer a todos los presentes. (Orwell, 1995: 19-
21)
Estos minutos provocan un odio que se materializa en actitudes racistas o xenófobas, excluyentes, discriminatorias contra
personas de distinto sexo, religión, raza o nacionalidad. Así podemos recordar a los judíos de la Alemania nazi, la
conspiración judeomasónica de la dictadura franquista, los troskistas de la Unión Soviética o los comunistas de la guerra fría
son ahora los musulmanes del Occidente civilizado y democrático. En la actualidad, la utilización del fundamentalismo
islámico se ha extendido tras los atentados del 11 de septiembre de forma generalizada y, en la mayor parte de las
ocasiones, se ha cometido el error de englobar toda una religión, país, comunidad y corriente de pensamiento en el mismo
término o en otros semejantes (Renold, 2003: 93-108).
Lo trágico es que el odio no necesita una guerra para manifestarse. De hecho, en las sociedades actuales, el racismo se ha
consolidado como una lacra que debe ser atajada, pero que, sin embargo, se extiende a los medios de comunicación con
una pasmosa presencia sin que nadie se percate de los mensajes nocivos y bordeando el delito que muchos hacen. Es
evidente que el origen geográfico no origina el delito (Pablos, 1997: 86-88) por mucho que algunos medios se empeñen en
considerar lo contrario y en recoger en titulares los delitos cometidos por extranjeros, y destacar en éstos la nacionalidad de
los delincuentes, lo que no suele ocurrir cuando los presuntos autores del delito son nacionales o del mismo municipio o
provincia que el diario en cuestión.
Y los otros pueden ser tus mismos ciudadanos, ni siquiera es necesario que vengan de fuera, basta con que no sigan la
doctrina del partido. Por eso, en el 1984 de Orwell a los disidentes y los que no apoyan el estado se les castiga y se les
difama públicamente.
Esta difamación pública podría ser el objetivo de “la fórmula del Valle del Mohawk” donde los otros, en este caso sindicalistas
que se oponen al “estado de bienestar” en una comarca, terminan siendo víctimas de la propaganda corporativista.
(Chomsky 2005: 313-314). La idea de esta fórmula era básicamente movilizar a la comunidad contra los huelguistas y los
activistas sindicales, presentando una imagen negativa que a día de hoy es habitual. Prácticamente es imposible encender la
televisión sin verla. Desde que se experimentó en los años 30, esa imagen ha corrido a raudales. Y hasta el día de hoy, que
las empresas y las grandes corporaciones marcan el desarrollo de la sociedad en dura o estrecha pugna con los estados.
(Chomsky, 2005: 313-314)
Parece lógico considerar que con el fin de la guerra fría, sus enfrentamientos entre los Estados Unidos y la Unión Soviética,
se puso fin al mismo tiempo, a una no menos importante batalla entre el capitalismo y el socialismo. De esta forma, y tal y
como auguró el pensador y político estadounidense Francis Fukuyuma en su obra El fin de la historia, ya no habría más
ideologías. El capitalismo, en ese momento, según explican y argumentan muchos historiadores y sociólogos, pasó a
llamarse globalización, adoptando así un término mucho más neutro y que no contenía la carga negativa que, para muchos,
tenía el capitalismo. Y así se confirma la tendencia de las grandes y medianas corporaciones de suavizar su imagen,
recurriendo a la neolengua, para evitar ser acusadas de primar en exceso los intereses económicos por encima de los
intereses de sus trabajadores, empleados o asalariados.
La prueba del nuevo lenguaje usado por las empresas resulta más que evidente, con los recursos humanos a la cabeza, que
sustituyen a los antiguos departamentos de personal o, de forma más habitual, los expedientes de regulación de empleo, que
es tan sólo un mero eufemismo de la palabra despidos, que, como es obvio, no cuenta con la misma aceptación por parte de
la opinión pública.
Es nuevamente Noam Chomsky el que hace un análisis bastante amplio de la propaganda corporativista, definiéndola como
una "industria inmensa" que, entre otros, controla los medios de comunicación con el único fin de "controlar la mentalidad
pública", es decir, "la mayor de las amenazas a las corporaciones desde el comienzo del siglo XX". (Chomsky 2005: 310).
Esto tiene una consecuencia más que evidente: los medios de comunicación, como grandes corporaciones y, a su vez,
defensoras de otras grandes corporaciones, lanzan mensajes de adhesión a los nuevos partidos y proclaman sin cesar las
bondades de las empresas, países y sectores sociales. Mientras tanto, los otros, los destinatarios de los minutos de odio, son
reflejados como los enemigos del estado del bienestar. Afortunadamente para una gran parte del mundo occidental los
sótanos del Ministerio del Amor y la policía del pensamiento no existen, o eso dicen los medios de comunicación del Gran
Hermano.
6. Conclusión
No es difícil llegar a la conclusión de que el lenguaje puede modelar el pensamiento humano. De hecho, ya partimos con esa
premisa: el lenguaje se aprende de una forma natural y, con él, puesto que las palabras no son hechos abstractos y llevan
aparejados unos contenidos, se van asimilando ideas o conceptos, hasta que todo el conjunto crea un pensamiento que es
personal. Los debates en la lingüística están a la orden del día y aún existen discusiones acerca de si el pensamiento
humano determina el lenguaje o si, por el contrario, el lenguaje es el que engloba y determina lo que el ser humano piensa.
El problema está quizás en palabras que no tienen una representación visual, como pudiera ser el caso de libertad,
democracia, justicia, o las referidas, como dijimos antes, a sentimientos o sensaciones. Sin embargo, hoy no se contempla,
por ejemplo, la posibilidad de que exista una democracia que no tenga un parlamento o un congreso y, desde luego,
podemos observar cómo se intenta expandir por Oriente medio un concepto de democracia occidental que choca con la
población de esos países. Lo mismo podríamos aplicar a una multitud de términos que tienen una consideración distinta en
cada país o incluso región y cuyo significado está determinado por los que están posesión de las palabras.
Donde tampoco tiene que haber duda alguna es al comprobar cómo las personas terminan confluyendo sus pensamientos
individuales. Es algo extraño pensar que el individuo, como ser único, elabora su propio pensamiento de forma aislada y
posteriormente confluye con otros. Resultaría de esta manera muy extraordinario comprobar que palabras, esencialmente
aquellas que no tienen un significado fijo o concreto –referidas especialmente a contenidos o conceptos abstractos e
inmateriales–, tengan la misma representación conceptual en sujetos que no se conocen y cuyas vidas apenas tienen nada
que ver.
Y la respuesta viene de la mano de van Dijk, con su mirada incisiva sobre las estrategias de manipulación, legitimación,
creación de consenso y el resto de mecanismos discursivos que influyen en el pensamiento, lo que conlleva la adopción de
una postura crítica y de oposición contra los que ocupan el poder y las elites, particularmente contra aquellos que abusan de
su situación, como es el caso del protagonista de 1984, que se rebela contra ese poder y que, curiosamente, trabaja como
encargado de adecuar las noticias ya existentes a las nuevas realidades como parte de su empleo de propagandista del
sistema, en una especie de gabinete de prensa que cumple su función eficientemente.
Las dudas están disipadas desde hace tiempo, puesto que, a pesar de que hay excepciones en las que el lenguaje surge de
la calle y se extiende de forma incontrolada e imprevista, la mayoría de las palabras –especialmente las que pueden ser
peligrosas para el Gran Hermano de Orwell– suelen tener unos significados concretos y bien definidos.
La utilización de tipos concretos de lenguaje con propósitos políticos forma parte de una larga tradición histórica en el
desarrollo humano y, para comprender cualquier sistema político, debemos comprender el significado creado por ese
sistema. En lugar de aceptar a ciegas el sentido, uso y verdad de los líderes políticos y las noticias, tenemos la obligación,
como ciudadanos de un Estado democrático, de cuestionar, discutir y comprender el lenguaje que nos proporcionan quienes
afirmar representar nuestros intereses. (Collins y Glober, 2003: 13)
La propuesta y la interpelación al individuo para que éste sea consciente del lenguaje que está asimilando no debe ser
pasada por alto. De lo que se trata es de ejercer una asimilación de la información de forma activa, es decir, que el sujeto sea
consciente de lo que lee, escucha o ve por la televisión. La credibilidad que se otorga a los medios de comunicación como
verdaderos y fieles transmisores de la realidad debe ser desterrada de forma inmediata. Tampoco se trata de afirmar que los
medios mienten, pero sí de comprender que el lenguaje que se utiliza, con sus expresiones y términos, lleva aparejado unos
conceptos que están estudiados para modelar y dirigir la sociedad en una dirección determinada.
Resulta tentador entrar, en este punto, a destacar algunos aspectos que se encuadrarían en el plano de la política o
sociología, pero no sería necesario, ya que el propósito no es desmitificar o criticar determinados sistemas políticos, sino
comprobar que los medios de comunicación repiten una y otra vez un lenguaje que sí tiene un fin político. Aún así, sería
necesario apuntar que no hay sistema político que no pretenda modelar las palabras y darles un concepto determinado –es
prácticamente imposible–. Quizás, la única opción que le queda al individuo es aprender por sí mismo y comparar el lenguaje
utilizado, con sus respectivos términos y expresiones, en distintos conceptos y épocas.
Y en este aspecto los medios de comunicación son los que deberían buscar esa objetividad y ser consecuentes con una
terminología concreta, y no utilizarla tal y como hace un país o sujeto determinado. Los resultados serían estremecedores, ya
que observaríamos cómo, por poner un ejemplo muy recurrente, los terroristas serían, según los diccionarios, los sujetos que
cometen actos destinados a infundir terror. Sin embargo, tal y como son descritos por los medios, en algunos lugares y
dependiendo del interés político, algunos sí son terroristas mientras que otros sujetos, con actos similares, no sólo no son
calificados de tal forma, sino que pueden ser considerados como ejemplos para la ciudadanía.
La solución a esta disfunción del lenguaje parece compleja, puesto que el idioma es algo vivo, que evoluciona cada día y que
se enriquece o se empobrece –según las opiniones– con las diversas aportaciones que vienen de otros idiomas, de otros
países o de distintos estratos sociales. Lo que no parece tan complejo es exigir a los medios que no caigan en el error de
repetir el lenguaje que nos indica la fuente y, especialmente, cuando la fuente tiene la osadía de afirmar que está en
posesión de la verdad. Posiblemente la única solución pasa por informar, dar los hechos, describir los acontecimientos y que
sea el receptor de la información el que decida valorarla y aplicar los calificativos o términos que desee. Puede que sea
posible, pero no parece sencillo.
7. Bibliografía
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SCHÄFFNER, Christina y WENDEN, Anita L. (1995): Language and peace. Dartmouth, Aldershot.
8.- Notas
[1] Schäffner, Christina y Wenden, Anita L. (editores), Language and peace. Dartmouth. Aldershot, 1995. P. xvi.
“Reconociendo el importante papel que desempeñan los medios de comunicación en modelar y transformar la sociedad
política e influenciar en las posturas de los lectores con respecto a la política […][Un estudio sobre el discurso mediático en la
guerra del Líbano] revela que el lenguaje representa implícitamente una postura ideológica que acepta y promueve la guerra,
como, por ejemplo: violencia física organizada y legalmente sancionada como una alternativa viable para resolver los
conflictos entre varias partes y/o regular las relaciones internacionales. (Traducción Samuel Toledano)
FORMA DE CITAR ESTE TRABAJO EN BIBLIOGRAFÍAS, SEGÚN LA APA '
Toledano Buendía, S. (2006). La neolengua de Orwell en la perensa actual. La literatura profetiza la
manipulación mediática del lenguaje. Revista Latina de Comunicación Social, 61. Recuperado el x de xxxx de
200x de: http://www.ull.es/publicaciones/latina/200601toledano.htm