Revista Latina de Comunicación Social
31 – julio de 2000
Edita: Laboratorio de Tecnologías de la Información y Nuevos Análisis de Comunicación Social
Depósito Legal: TF-135-98 / ISSN: 1138-5820
Año 3º – Director: Dr. José Manuel de Pablos Coello, catedrático de Periodismo
Facultad de Ciencias de la Información: Pirámide del Campus de Guajara - Universidad de La Laguna 38200 La Laguna (Tenerife, Canarias; España)
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ÁMBITOS Revista Andaluza de Comunicación Número 3-4
Año 2000 - Universidad de Sevilla
Notas sobre procesos reflexivos y funciones en los nuevos
especialistas de información: aproximación a los perfiles
formativo e investigador
Conferencia inaugural del curso académico 2000 Escola de Comunicaçoes e Artes, Universidade de Sao Paulo, 28 febrero 2000
Dr. Antonio García Gutiérrez ©
Catedrático de la Universidad de Sevilla
Departamento de Periodismo
Comenzaré con algunas precisiones sobre el título de esta exposición y sobre sus objetivos, que tan sólo pretenden contribuir a
arrojar alguna luz sobre el dilema de la transformación de la estructura curricular y sobre algunas prioridades en la investigación
actual de la Información y Documentación, a saber, el eterno dilema. De los dos años de debates, en los que he participado,
sobre planes de formación de comunicadores en la Universidad de Sevilla, debates a veces razonables, a veces insensatos,
casi siempre interesantes, he aprendido a mirar el futuro con mayor cautela casi, como diría Edgar Morin, en términos de
complejidad, a mirar las dos caras de la moneda integralmente, desde dentro y desde fuera. Esto ha incrementado mi habitual
obsesión por la precisión, de un lado, pero también mis niveles de desconfianza, por otro. Intentaré transmitir en esta
comunicación, si así me lo permiten, tanta dosis de la una como de la otra.
En el título se sugiere el concepto de procesos reflexivos usado en el sentido de qué debemos mirar en lo que hacemos y cómo
debemos mirarlo. Crear un espacio de reflexión, desde esta perspectiva, significa promover hábitos de investigación en nuestro
campo de conocimiento, la necesidad de pensarnos y describir qué rol desempeñamos y qué efectos provocamos, en suma,
crear una concienciación del profesional y del investigador de la información en estos tiempos de crisis identitaria. Por funciones,
entiendo en qué procesos intervenimos, con qué alcance y cómo se supone que debemos hacerlo. Por otra parte, utilizo el
adjetivo "nuevo" aplicado a especialistas de la información no sin cierta irritación. Lo nuevo al ser antónimo de lo viejo participa
de sus mismos sentidos, queda anclado, permanentemente envejece, y quiero referirme con "nuevo" a la renovación
permanente, elemento innato de un profesional de la información tan cambiante como la propia información que manipula, como
las propias herramientas que utiliza, como las mentalidades de los públicos a los que sirve, en constante ebullición y
transformación. El adjetivo "nuevo" debe omitirse como parte de la denominación de muchas materias de nuestras enseñanzas
(por ejemplo, nuevas tecnologías); por defecto, lo que debemos transmitir es nuevo: su opuesto serán las materias
retrospectivas como las historias de la tecnología o de los archivos.
La metáfora que oímos desde principios de los noventa sobre el rol y las funciones de los documentalistas creando
esencialmente una escenografía y una iconología marítimas, en la que somos felices navegantes y aparecen imaginarios
anclas, faros que iluminan el rumbo hacia una aventura plagada de erotismo náutico (uso el eros en el sentido de lo deseado y
también del emergente mito de la red como juego) está determinando algunos debates ingenuos sobre la figura, en intensidad y
extensión, de nuestros profesionales. Sin embargo, pocos hablan de las tempestades y de los naufragios que acontecen a diario
en esas aguas. Sin dejarnos sucumbir por las metáforas, que siempre generalizan en exceso, prefiero ubicar al documentalista
en la tierra, tierra agrícola o minera, de la que debe extraer, seleccionar, tratar y empaquetar productos culturales. Y como en la
economía de mercado, el agricultor y el minero, son personajes oscuros que trabajan con herramientas rudimentarias y que
dependen de un distribuidor que es quien se lleva las ganancias. Pero nuestro obrero del campo trabaja en un espacio
noológico y su difusión se le escapa rápidamente de las manos, en ese aspecto estamos ante un "sem terra" del conocimiento
(por más que alguna multinacional española –Telefónica– anuncie en carteles la "Terra libre" de Internet, su más lucrativo sector
de negocios). A pesar del desarraigo, nuestro documentalista ayudará a otros a construir miles de textos y a formar o deformar
miles de mentes.
Una primera necesidad del reciclaje viene sugerida por las nuevas apariencias que adopta la información: el hipertexto ha
transformado radicalmente, en una década, el concepto milenario de biblioteca. Como dice Rodríguez de las Heras, se ha
producido un descuadernamiento del libro; y se han arrojado sus párrafos al viento. Esta fragmentación impone nuevos hábitos
por parte de los usuarios y, en consecuencia, un nuevo espacio de reflexión y acción para nuestra disciplina.
El trabajo del documentalista está descontextualizado pero esto no es sólo una cuestión de paradigmas aunque desde fuera, y
siempre a posteriori, construyamos grandes modelos referenciales para darle cobertura. Lo que hoy es nuestra disciplina (a la
que eludo llamar, siempre que puedo, de la misma forma y para contentar a todos acudo a la generosa anáfora) se lo debe al
positivismo salvaje de Paul Otlet, el fundador belga, llamándola Documentación y usando otras etiquetas sobradamente
conocidas. Pero en la época que se formó la personalidad de Otlet (último cuarto del XIX) estaba de moda ser positivista: el
maquinismo se encontraba en su apogeo, el Oeste era la riqueza y la aventura, territorios siempre dominables por el
pensamiento occidental libre y liberalizador, Darwin explicándonos, por fin, de dónde venimos, en suma, "orden y progreso".
Ahora el optimismo positivista sobre la información se ha tornado en una pesimista actitud típica de la posmodernidad y en
parte, en una dejación de lo que es nuestra responsabilidad ya completamente en manos de las máquinas, o mejor, de quienes
las crean: la industria informática y de telecomunicaciones.
En nuestro campo, como en los cercanos de la Comunicación y los Estudios culturales, hemos observado, como consecuencia
del positivismo optimista y paternal un cierto vértigo epistemológico, el pánico al salto, a la alternativa, que ha bloqueado el
pensamiento informatológico abandonándolo en los brazos de la tecnología salvadora. Como reacción, tal vez, ha surgido en el
otro extremo del péndulo un hedonismo epistemológico, la recreación o placer del pensamiento por el pensamiento, también
contribuyendo en poco al desarrollo de nuestra disciplina. La reflexión y la acción, en nuestra área de conocimiento, no se han
centrado ni enraizado sólidamente en un paradigma científico general en el sentido que propone Khun, a no ser por un
inconsciente positivismo. Podríamos decir que tenemos una cierta adicción al modelo "victoria regia" o al picoteo y a la
dispersión epistémica. Esto ha provocado constantes flirteos con disciplinas (Estadística, Computación, Lingüística,
Cognitivismo, Comunicación, Sociología y otras) y escoramientos hacia modas conceptuales: recuperación de información,
gestión de información, análisis documental... faltando un verdadero modelo estable e integrador de la disciplina. Como
consecuencia, el frente de nuestro conocimiento no se corresponde con la altura de los tiempos, con el desarrollo tecnológico.
Apenas estamos en la retaguardia.
Pero no teman que no voy a divagar sobre posmodernidad (aunque, para algunos, posmoderna es la Ciencia de la Información)
y las relaciones de éstas con la información. Por el contrario, quienes mantienen ese debate como único o central de nuestra
disciplina, poco han entendido sus objetivos. Ahora bien, parece necesario hacer una breve parada para desentrañar, mediante
esas esquematizaciones, que son los modelos teóricos, de dónde venimos y dónde estamos, esencialmente para imaginar el
camino: la ciencia moderna se está quedando en pura hipótesis.
Podemos hablar de un modelo conservacionista de la información, arrastrado desde la biblioteconomía y los archivos y que
sobrevive en esos universos y también en el nuestro, en el que prevalece el soporte sobre el contenido, y predominan conceptos
como adquisición, política de préstamos y descripciones formalistas altamente normalizadas. Si alguna entente global ha
ocurrido en el mundo de la información ha sido en el seno de este modelo.
En España, como en otros países latinos, la entronización de nuevas formas de pensar estos procesos y la ruptura con la
tradición provino de la concepción otletiana a través de una de nuestras rutas naturales de invasiones: Francia. A finales de los
años cincuenta, junto a los primeros trabajos de Gardin, que infelizmente tienen muy poca influencia en la bibliografía
documentológica europea, se crea una corriente nueva en torno a la documentación de la mano de Marcel van Dijk y George
van Slype (también belgas como el fundador) y que culminó con una obra de excepcional importancia para los estudios
documentales: "Los servicios de documentación frente a la explosión de la información". Este trabajo, traducido al español, en
Argentina, en 1972 (lo que supuso la entrada y asentamiento de esa corriente en el país fraternal), se vio seguido por otros
muchos en la misma línea, especialmente por la prolífica y divulgadora bibliografía de Jacques Chaumier, consultor y profesor
francés ligado al Bureau Van Dijk y al sector tecnológico.
Estos últimos elementos son claves para entender cómo formamos a nuestros documentalistas e investigadores de la
información en España y en parte de Europa desde hace veinticinco años y qué criterios han determinado las políticas y las
ayudas a la investigación de la información en la Unión Europea. Podríamos llamar a esta tácita superestructura como modelo
empresarial o economicista (incluso preferimos usar el término organigrama mejor que el de modelo) basado en la división del
trabajo, sujeto a la economía de mercado y a los dictados de la competitividad. La propia denominación "cadena documental"
expresa tanto la partición como la sucesión de operaciones (producción, gestión y consumo de información). Los nombres de los
eslabones de esta "cadena" han constituido, aparentemente sin mayor debate previo, las denominaciones de materias
obligatorias de los curricula en las facultades españolas de Biblioteconomía y Documentación. A mi juicio, el resultado no ha
podido ser más catastrófico: se solapan las materias por falta de definición de contenidos, durante quince años se ha forzado la
maquinaria del doctorado, no concediéndose suficiente tiempo a la reflexión, debido a la urgencia de ocupar plazas docentes
creadas irracionalmente en las varias decenas de centros superiores de formación, los egresados son especialistas en software
y en normas Fiab o Iso pero desconocen absolutamente las claves de producción y las formas de representación habituales en
los discursos sobre los que han de operar. Y una nota curiosa, este modelo utiliza un metalenguaje escasamente definido, como
el popular, entre los profesionales, concepto de indización o indexación que proclama, todavía hoy, todo un himno a la
ambigüedad o, en su acepción empírica, niega las operaciones de análisis (lectura, captación) en beneficio de la representación
(indización por descriptores, por materias, por unitérminos) cerrando un complejo proceso cognitivo con unas pocas operaciones
simples y mecánicas.
Con la creación de la materia "Documentación" en los planes de estudios de comunicadores y periodistas en la Universidad
Complutense de Madrid, en 1976, se había abierto un importante espacio académico para el abordaje de nuestro objeto, desde
otras aproximaciones, en España. El contexto de los estudios de Documentación en una Facultad de Comunicación generó dos
nuevos modelos: uno influido por la Semiótica al comparar el documento al signo lingüístico y desmontarlo en cuatro niveles,
dos formales y dos de contenido provocándose, con ello, una pérdida del sentido real de la disciplina por lo que fue rápidamente
relegado, a pesar del enriquecimiento aportado a nuestros estudios, y un segundo modelo comunicacional, basado en el
paradigma matemático de Shannon y Weaver recortado y aplicado al proceso documental en un excelente trabajo del
canadiense Jean de Bonville que abrió nuevas sendas a pesar de su también excesivo mecanicismo.
Muy al margen de los aciertos y fracasos de una investigación incipiente y escasa y ajenos al debate académico, la creación de
centros universitarios para la formación de documentalistas (reproduciendo los mismos errores estructurales de las Facultades
de Comunicación), y paradójicamente desde la misma academia, iba a toda vela en la España de los ochenta. Cientos de
profesionales especialistas en normas y versiones obsoletas de software de gestión documental egresaban anualmente en
busca de discurso sobre el cual aplicarlas. A su vez, el pensamiento científico era escaso, inconexo, contradictorio, en una
permanente busca de anclaje epistemológico. En este marco de desorientación, y aquí comienzan los interrogantes de esta
exposición, ¿Confiarán y delegarán los productores y usuarios de esos discursos complejos de la ciencia, la cultura o el arte, en
esos generalistas?
Usos documentales. Algunas certidumbres
La perspectiva pragmática de la Documentación nos ha enseñado, desde hace tiempo, empleando una afirmación tan radical
como cierta que no existe documentación sino usos documentales. Este principio constituye un objetivo prioritario en una
aproximación cognitivista a la formulación y resolución de los problemas que surgen en nuestra disciplina. La modelización de
usuarios es una tarea de primera instancia que ha reducido su presencia, en los estudios documentales, al área de evaluación
de sistemas y a algunos escasos aunque interesantes estudios de usuario en el sentido que propugnamos. El uso determina el
significado, como diría Wittgenstein, y en nuestras prácticas: el usuario dice qué es relevante en documentación; al final todo se
reduce a una cuestión de relevancia. Pero el usuario nos interesa también como ecuación de demandas, es decir, como
observable construido empíricamente, mediante parámetros temáticos y modales, que debe ser trasladado a los cuestionarios
de análisis: este asunto se podría resumir en dos preguntas básicas que podemos hacernos antes de proyectar un sistema de
información: qué cosas piden y, sobre todo, cómo las piden.
Ante estas dos situaciones, la documentación actual responde rudimentariamente: el documentalista no ofrece la información
que debe (o quiere) sino la que puede, es decir, la que le permite y en los formatos que le permiten los tecnólogos. Pero,
¿suelen preguntarse, a su vez, ingenieros e informáticos, qué desean sus usuarios/clientes documentalistas? ¿Nos piensan, nos
intuyen, les preocupamos? Y por otro lado, ¿sabemos los documentalistas lo que queremos, qué herramientas necesitamos,
cómo pedirlas sin complejos o si son posibles de construir en la década de la llegada a Marte?
La planificación de un sistema de información exige un conocimiento profundo del usuario como sumatoria de todas las
tipologías posibles de búsqueda, del dominio por el documentalista de las claves del discurso en que opera. Únicamente de esa
forma el documentalista podrá simular el comportamiento de los usuarios del sistema, auténtico núcleo de su ejercicio
profesional: aún sin saberlo, somos lectores delegados, debemos leer y representar con los mismos criterios que lo harían
nuestros usuarios.
Las metodologías documentales sólo pueden abordarse desde aplicaciones discursivas, es decir, la pragmática impone pensar
la documentación desde los usos. En mi caso, llevo veinte años haciéndolo en el campo del discurso periodístico, universo sin
grandes complicaciones en la estructura textual pero con multitud de variables en constante transformación que contribuyen a
provocar inestabilidad en el pensamiento del investigador y un permanente estado de alerta. Los esquemas heredados de las
áreas científicas sirvieron de poco, más bien bloquearon los avances en esta área de la organización y la transferencia de
cultura, actualidad y formación de conciencias. Desde hace poco tiempo hemos independizado los estudios de documentación
periodística de las aplicaciones científicas y del mismo modo deberán hacerlo otras aplicaciones como el arte y la estética.
Nuestros hipotéticos usuarios: periodistas, realizadores, fotógrafos, locutores, en suma, todos los profesionales de la industria
periodística y cultural, piden de manera anárquica, dispersa, urgente, desnivelada, mal expresada. Esto sólo incita a la crítica
por los documentalistas pero, reflexionando un poco, reparamos la injusticia: en efecto, esos modos que nos pueden desagradar
son elementos claves del discurso que construyen y desean recuperar: ¡¡Están en todo su derecho!! Primer plano de un niño
africano con una mosca en la cara que sugiera la mala conciencia occidental, imágenes de soledad, agobio, amor, saturación (la
avenida Rebouças de Sao Paulo en rush...), inferencias, referencias, verificaciones, comparaciones, datos puntuales, citas
textuales, el presidente sentado, bajando, subiendo, riendo, llorando, sonidos que asusten, que alegren, que incomoden, cómo,
cuando y por qué ocurrió... Estas son formas normales de pedir información.
Entonces, la pregunta es ¿Estamos capacitados para responder? ¿Qué sistema necesitamos para procesar los datos y darles
un adecuado formato de salida? ¿Es posible su construcción actualmente? ¿Qué tipo de interfaz precisamos? Evidentemente, el
documentalista no está formado para abordar en solitario estas cuestiones porque, entre otras cosas, una de las características
que exigen los actuales sistemas de información es el trabajo en red, la inteligencia compartida, el grupo multidisciplinar. Fijar
las convergencias con esas otras disciplinas en el contexto de los sistemas de información es una prioridad de la investigación
en nuestro campo.
Fiabilidad
La documentación se ha caracterizado, en su corta vida como disciplina científica, por un bajo nivel en su propia cultura de
investigación. Bibliotecarios y documentalistas operan sobre complejos discursos sin conocer los mecanismos de estos ni la
estructura, alcance y fiabilidad de los métodos e instrumentos que usan, si lo hacen, y sin preocuparse demasiado por las
consecuencias negativas de sus prácticas. Y el hecho es que la materia prima sobre la que trabajan es el texto, en todas sus
dimensiones y tipos pero que, en realidad, interesa más como medio y soporte que como mensaje; manejan complicados
lenguajes aparentemente incuestionables (clasificaciones, tesauros y otras estructuras teóricas extrañas para el discurso real y
sus usuarios) o, en todo caso, no están preparados para cuestionarlos y destriparlos; finalmente, ejercen una poderosa
influencia sobre amplios públicos anónimos sin posibilidad de retroalimentación. La responsabilidad derivada del trabajo del
especialista de la información es inmensa.
Desde la incipiente actividad lectora, pues el documentalista es ante todo un lector, basada en criterios meramente formalistas, y
como afirman muchos cognitivistas: el conocimiento es inseparable del modo lector, todo el proceso está repleto de lagunas, de
inexpugnables e inexplicables actuaciones. De la operación de captación de una proposición del texto o imagen hasta la
transformación en etiquetas manipulables en los procedimientos de recuperación el proceso documental es un totum revolutum,
una incógnita, cuestión de fe, el más allá... Sin embargo, cuando consideramos todas esas acciones como objeto de
observación científica, al estudioso no se le puede escapar una primera estimación: nada es verificable en las prácticas
documentales. Si esto es así, como demuestra el hecho de que no seríamos capaces de reproducir el camino seguido por el
documentalista en su actuación analítico-sintética podemos concluir que la documentación como proceso y como producto no es
confiable. Y si no nos dejaríamos tocar la dentadura por un sacamuelas sin título ni cualificación, ¿Por que habríamos de
dejarnos deteriorar la mente o manipular la información que recibimos de oscuros personajes que no son capaces de realizar un
ejercicio de autoevaluación, de sentirse con la formación crítica suficiente para cuestionar tecnoherramientas cognitivas y
complejos procesos de información?
La Universidad debe ofrecer a la sociedad un activista en la cultura de la información, un especialista reciclado a partir, pero
guardando la esencia, de aquel viejo bibliotecario sabio, ilustrado, conocedor de su biblioteca y de la psicología de los lectores
que a ellas se acercaban. Las cosas han cambiado y, sin embargo, seguimos siendo los mismos. Usamos nuevos términos para
ancestrales conceptos. Vagamos de un lado al otro del péndulo epistemológico.
Desde el punto de vista científico tradicional, solamente alcanzaremos cotas de confianza y certidumbre si conseguimos recorrer
el camino seguido por los especialistas de la información en los procedimientos y en los productos que obtienen y nos ofertan.
Aún si estuvieran equivocados, porque no se trata aquí, a estas alturas de la crisis epistemológica universal, de la crisis de la
crisis, de la crisis al cuadrado, de pensar en términos de verdad u objetividad sino de probabilidad o posibilidad. Para muchos
pensadores caológicos lo que somos se lo debemos a la casualidad, al caos, a la entropía y no al orden universal como
creíamos: ¿Cómo afectará esto a nuestro diligente y sistemático bibliotecario?
Tal vez ser capaz de explicitar los modos de acción sea suficiente, de momento: cómo los documentalistas se acercan a los
textos, cómo deciden en ellos los conceptos fundamentales, cómo construyen sobre estos las síntesis en función de los
productos y servicios mencionados antes, cómo formalizan sus representaciones diversas, qué paradigmas y códigos subyacen
tras los potentes objetos simbólicos y culturales que usamos y construimos los documentalistas y los usuarios. Este es el
espacio que interesa a la teoría: la descripción, hasta sus últimas consecuencias, de esas transformaciones y acciones sobre lo
textual para reconocer, con lucidez, las estructuras y proponer los procedimientos y herramientas. La documentación, después
de todo, es una técnica íntima, individual. Sólo se da si hay contacto personal antrópico entre los objetos y estos artesanos que
deben reproducirlos, reducirlos y, a veces, transcodificarlos. Piensen, si no, en la acción intelectual subjetiva del documentalista
sobre la condensación simbólica que recoge una simple fotografía: separar lo que dice (denotaciones) de lo que sugiere
(connotaciones).
Y el problema es que nuestros artesanos comenzaron trabajando con las manos de la intuición y su anclaje ideológico-cultural,
como únicas herramientas, realizando un trabajo irrepetible, creando productos irreproducibles: ni siquiera por ellos mismos. Y
así lo siguen haciendo. ¿Cómo explicar y superar, entonces, las contradicciones de este trabajo que tan sólo atiende a
parámetros individuales en el territorio de la industria de la información, cuyo máximo exponente alcanzamos ahora con los
nuevos canales de teledistribución y selfservice? Y, sobre todo y nuevamente, ¿Cómo confiar en ese paradójico artesano cada
vez más especializado en el medio y menos en el mensaje? Las herramientas que usa, además, son construidas por otros (los
informáticos) a quienes ni siquiera les han sido solicitadas, sobre las que no tienen dominio ni conocimiento suficiente, tan sólo
la consolación de esperar la nueva versión que solucione las lagunas de la precedente.
Y para los propios intereses de la Industria ¿Cómo sustituir al artesano ausente a mitad de un procedimiento? Médicos,
arquitectos, hasta directores de cine, podemos comprobar que son capaces de continuar, siguiendo un método quirúrgico, un
proyecto urbanístico, un guión cinematográfico, el trabajo ya comenzado. ¿Quién y cómo se puede sustituir al documentalista en
un análisis de contenido o en la composición de una estructura asociativa en un tesauro? Y, finalmente, ¿Cómo conciliamos la
paradoja del trabajo artesano y a la vez industrial o masivo?
Promover el pensamiento y la cultura de la curiosidad y de la investigación en este oficio es la única respuesta posible y urgente.
Marcar nuestro propio espacio de acción y reflexión respecto a las ciencias que nos rodean sin que esto suponga un ejercicio
inútil y absurdo de independentismo disciplinar porque tal vez, únicamente en la interdisciplinaridad, nuestro objeto de estudio
encuentre su estatuto científico, su identidad. Introducir, entre los especialistas de la información el conocimiento de los
discursos sobre los que actúan subvirtiendo el orden actual de prioridades en las Instituciones formativas. Formar en sus mentes
una conciencia críticista, que deberán usar en función del código institucional que les impongan en la empresa. Ubicar su acción
en las coordenadas globales apropiadas: hasta el último bibliotecario de una aldea africana con un punto telefónico puede
transformar el pensamiento de un erudito escandinavo enganchado a la red. Recordemos a aquel modesto impresor
saramaguiano que cambió un "sí" por un "no" determinando el conocimiento del pasado en "Historia del cerco de Lisboa". La
parábola, extrapolada, sirve para llamar la atención sobre la responsabilidad de nuestros documentalistas.
En cuanto a la vertebración de los productos artesanos elaborados industrialmente ya tenemos el precedente en la industria
agrícola: intervención humana mediante esquemas reglados en el contenido, asistencia de la máquina en la construcción y
manipulación de envases. Nuestro equipo de trabajo, investigadores y doctorandos, mantiene un objetivo común: generar
procedimientos de análisis y representación, aplicados al discurso cultural y periodístico, que cumplan ciertos principios:
– Prever y recoger todas las constantes y variables discursivas.
– Conocimiento del usuario como sistema para reproducir sus comportamientos. Los perfiles de usuarios son asimilados
vicariamente por el procedimiento de análisis y representación.
– Elaborar cuestionarios tanto de análisis-representación como de construcción de lenguajes que permitan explicitar con detalle
cada actuación y, por tanto, verificarla y, en su caso, continuarla o modificarla.
– Crear interfaces simples para ser usados por los especialistas teniendo en cuenta el contexto de urgencia y rapidez en el que
operan.
– Crear los procedimientos en un marco tecnológico y testarlo en el mismo previendo sus posibles evoluciones. Expresar
necesidades informativas al tecnólogo para evitar la imposición de formatos.
– Elaborar productos visibles y útiles. La reflexión aislada en nuestra área de conocimiento se ha demostrado estéril. Las
herramientas deben ser pragmáticas y favorecer mecanismos de feedback. Simular procedimientos en sistemas complejos.
– Incorporar, en toda su extensión, el concepto de red, de trabajo compartido, de distribución de saberes.
Varios productos han surgido, en los último años, de esta línea de trabajo que hemos instaurado en Sevilla: Por citar algunos:
estudios del concepto y las políticas de selección desde la teoría de la decisión contribuyendo con cuestionarios que explicitan y,
por tanto, ayudan a objetivar, los mecanismos selectivos; métodos que pretenden concretar una pragmática, y para algunos
imposible, tipología de connotaciones en la recuperación de información de actualidad, estudio del lenguaje audiovisual del
discurso periodístico para crear hojas de análisis y representación por secuencias; y procedimientos de explicitación estructural
en los lenguajes documentales, acercando las estructuras teóricas de estos a la realidad discursiva de textos y usuarios, entre
otros.
A pesar de estos avances concretos, creemos que nuestro mayor aprendizaje se ha dado en el compromiso que mantenemos
con la vertiente social, en sentido altruista, de nuestra disciplina y de sus productos, a pesar del aprovechamiento económico o
ideológico que quieran darle otros. Consideramos que la información es un derecho humano como proclama la carta de
Naciones Unidas y que esto no puede quedar sólo en palabras. Tanto desde la teoría como desde la práctica de nuestros
conocimientos debemos comprometernos con la promoción de la cultura de la información entre nuestros ciudadanos. En otras
palabras, enseñar a descubrir pozos y a pescar en los territorios culturalmente desheredados del mundo. He aquí un nuevo
compromiso con nuestra agricultura de la información ¿Cuántas cosas podrían hacer los especialistas de la información en esa
dirección?
Las prioridades de la política científica y los proyectos subvencionados con millones de euros por la Unión Europea indican que
cuando hablamos de sociedad de la información no nos referimos al mismo concepto. La sociedad de la información se
establece como noble objetivo en el que no parecen caber los desinformados ni los analfabetos funcionales (culturales), o sea,
la mayoría (entre el 60 y 80% en la UE, más del 98% en el litoral del sudeste mediterráneo, y ¿cuántos en América Latina?). En
todo caso, esas mayorías marginales sí serán objeto de atención por la información comercial y electoral. Al introducir la
competitividad de las herramientas tecnológicas, en lugar de investigar en la divulgación de culturas de la información y de
tecnoculturas interactivas entre las poblaciones marginales, como eje esencial de las políticas científicas, se establece un
criterio economicista y no social que comienza a delinear, en el espacio cultural mundial, un nuevo Tordesillas. Nuevas
expresiones para viejas ambiciones. También en estos latifundios de la información debe operarse una profunda reforma
agraria.
Seguramente, esta última pretensión es una llamada a la ética y a la conciencia profesional que sólo haría cambiar las
prioridades de la investigación, de la formación y de las prácticas en el mundo a un reducido grupo de inconformistas. Pero, y
termino con más preguntas: ¿Sólo debemos pensar en clientes y no en usuarios? Y ¿deben pertenecer estos usuarios a las
elites (científicos, políticos, periodistas) que ya tienen el acceso a la información? Y ¿quién informa a los realmente
desinformados? Y si no nos afecta a nosotros ¿a quién debe incumbir este derecho humano fundamental?
FORMA DE CITAR ESTE TRABAJO EN BIBLIOGRAFÍAS:
García Gutiérrez,Antonio (2000): Notas sobre procesos reflexivos y funciones en los nuevos especialistas de
información: aproximación a los perfiles formativo e investigador. Revista Latina de Comunicación Social, 31.
Recuperado el x de xxxx de 200x de:
http://www.ull.es/publicaciones/latina/aa2000kjl/z31jl/88garcia.htm