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ESTUDÍOS ETNOGRÁFICOS
LOS PRIilITITOS HMiNTES i CIllliRllS
VIL
LOS HIJOS
E n pariendo las mujerea, dice Abreu Galindo, antes que el pecho, daban a
* " BUS iiijos raices de iieleciios asadas y majadas, o mascadas con manteca
que llamaban agnamanes, y al presente les dan harina de cebada tostada mascada
con queso en lugar de los aguamarles antiguos y los llaman del mismo
nombre» Loe. cit. lib." 1." cap." XVIII, pág. 50. Costumbres del Hierro.
De los de Canaria, dice Castillo tomándolo de otros autores, que a los niños
al nacer se le diputaban cabras, que le diesen leche, «haciéndose cuasi
de su naturaleza para tener la grande ligereza para saltar los riscos, y en los
llanos y asperezas, y para en los combates retirarse de los golpes» (Lib." 1.",
cap. XX, pág. 62-26).
Esta idea de que una persona adquiere los caracteres del animal de que
se nutre o come, estuvo y está aún muy generalizada. En la India, según
Forsyth, los mahauts suelen dar a su elefante «un trozo de higado de tigre
para que se haga valiente, y los ojos de la lechuza para que pueda ver bien
por la noche»-;-Higlands of Central India, pág, 452. Los malayos de Singapur
aprecian también mucho la carne de tigre, no porque les guste, sino porque
creen que el hombre que la come «adquiere la sagacidad y el valor de ese
animal». (Keppel, Visit to the Indian Archipelago, pág. 13). Esta idea es comente
entre varias tribus montañesas de la India.—(Dalton, Des. Ethn. of
Bengal, pag. 33).
«Los dayaks de Borneo tienen prevención contra la carne de ciervo, que
REVISTA DE HISTORIA 715
íio deben comer los hombres, aunque es permitida a las mujeres y a los niños.
La razón que dan es que, si los guerreros comiesen la carne del ciervo,
se volverían tan tímidos como ese animal,»—(Kep{)el, Expedition to Borneo),
vol. 1, pág. '231—.
En tiem})os antiguos los que deseaban tener hijos solían comer ranas,
porque ponen muchos huevos.—(Inman, Anclen Faiths in Ancient Ñames,
])ág. .-583.)
Los caribes no quieren comer cerdo ni tortuga |K)r temor de que se les
quedasen los ojos tan i)equeños como los de estos animales.—(Müller, Ges
ehichte der Americanischen Urreligíonera, pág. 221). Los dacotas comen hígado
de perro para poseer la sagacidad y el valor de ese cuadrújiedo.—
Schoolcraft, Indian trioea, vol. II, pág, 80). Los árabes atribuyen el carácter
apasionado y vengativo de sus compatriotas al uso de la carne de camello.—
Astley, Col'ection of Voyages, vol. II, pág, 143). En Siberia se come oso con
la idea de que su carne «estimula a la caza, y fortittca contra el miedo».—
(Atkinson, Upper and Lower Amoor, pág, 4t»2). Los cafres preparan también
un polvo «hecho de la carne sevn de varias fieras, a fin de nacer participes a
loshombi-es de las cualidades de varios animales, mediante la administración
de ese compuesto.»—CiiUawav, Relgious Svstem of te Amazulu, parte
IV, pág. 438).
Cuenta Tylor que un «negociante inglés de Shangai, en tiempo del ataque
de los taipings, encontró a su criado chino, dirigiéndose a la casa con un
corazón en la mano; como le preguntase lo que era, el criado le respondió
que el corazón de un rebelde, y que se lu llevaba, para comérselo y hacerse
valiente.»—(Early llistory of Man, i)ág. 131). lx>s neozelandeses, después de
bautizar un niño, solían hacerle tragar chinitjia \mr:i (jue se le endureciese el
corazón y fuese incai)aa de jñedad. (Yate, New Zcaland, pág. 82).
Los aguamnnes dados a los niños en la isla del Hierro sería con la idea de
que engordaran y para ello utiliv.alKin la raíz del h(>leclio y la manteca, por
lo que veían que "sucedia al ganado. «No acostumbra el ganado cabruno, ovejuno
y porcuno a beber en los veranos por la falta de las aguas y está tan
amaestrado con la necesidad, (jue des|)ués que las yerbas se agostan para
soportar y llevar el trabajo de la sed, con las manos las ovejas y cabras, y
los puercos con los hocicos «cavan la tierra donde iiay heléchos y gamones y
se hartan de sus raíces, y con la humedad que tienen mitigan la sequía, y
<i8í con esto y con salir del verano muy gruesas se sustentan el estío.» Ab,
Galludo, pág. 49.
LOS HIJOS GEMELOS
Nada nos dicen los autores coetiineos de la conquista acerca de los hijos
gemelos. Sin embargo, nosotros hemos podido averiguar que en el Sur de esta
isla de Tenerife, se le dá el epíteto ae jamagna a mujer que da a luz dos
hijos. Tal palabra es evidentemente guanche porque si harimaguada designa
a la mujer en clausura o sacerdotisa, la raiz w^y/ia entra en la composición
de ambas voces, v aún en esta vemos la de dos componentes ma y gua, y si
Consideramos la última como verdadera y primitiva raíz, tendremos: Oiiany
hombre-si le añadimos un prefijo, J/a-^Hrt, muiiír; Han-Magua, mu^er sacerdotisa;
Ja-Mama, que quizá podría traducirse jior «mujer con dos hijos», a no
ser que la palabra Magua signifique como en muchos pueblos primitivos mu-
^er o madre, i:.distintaraente, y en ese caso querría decir; «madre de dos (hijos)
». También podría suceder que la denominación áejamagaa se refiera únicamente
al parto de dos niñas gemelas y entonces indicaría «dos mujeres»,
aun cuando el sistema de numeración guanche .lo expresa la dualidad con la
176 Los PRIMITIVOS HABITANTES DK CANARIAS
voz «ja». Pero de todos modos la expresión «jamagua» servia para expresar
el nacimiento de dos hijos.
Un sentimiento muy general es la aversión por los gemelos en la sociedad
primitiva y aun en los pueblos poco civilizados de aliora.
En la isla de Bali, cerca de Java, los naturales «tienen la singular idea
de que, el dar una mujer a luz dos gemelos, es cosa de mal augurio; e inmediatamente
que se sabe, la mujer, su marido e hijos, tienen que irse a vivir a
orillas del mar o entre las tumbas, durante un mes, para puriflcarso; de8i)ué8
de lo cual pueden volver a la aldea, ofreciendo el debido sacriñcio». —(Moor,
Notices of the Indian Archipelago, pág. DO). Esta idea dista mucho de ser peculiar
de esa isla. Los kasias del Indostán, cuando nacen niños gemelos,
«acostumbran frecuentemente a matar uno; considei-an una desgracia o una
degradación tener mellizos, |)onjue entienden que es asemejarse a los animales.
»—(Steel, Trans. lítliii. Soc, nueva seiie, vol. Vil, i)ág. :?08).
Algunas tribus de Siberia atribuyen el nacimiento de gemelos al influjo
de los malos esjñritus.—(Müller, Des. de toutes les Nations de l'Empire (le
Russie, vol. 111, pág. 138). Los ainos del .Japón, cuando nacen mellizos, matan
uno generalmente.- (Hickmore, Proc. Host. Soc. of Nat. Hist., XHCtl). Lo
mismo hacen algunas tribus del África meridional.—-(Livingstoiie, Triivcls in
í^outli Afri(;a, |)i'ig. .577;. Smitti y Hosn;an ciieutan (pie en Arcbo (Guinea,),
cuando nacen gemelos, se mata a los dos y a la madre.- (Voyage to (luiuea,
pág. 2:5.3). «p]n Daiiomey y en Nguru, una de las provincias de Üin'anyenibé,
se manda miitar a los gemelos y arrojarlos al agua, en cuanto nacen, poiípie
de otro modo el pais se vería afligido |)or s(iquías, hambres e inundacion(3s.
Si alguien intentase ocultar- el nacirnicnto de gemelos, la familia entera, sería
asesinada.»—(Speke, Discovery of the Souroe of the Nile, pág. 511).
En el Perú, dice Gai'cilaso de la Vega, que algunas tribus «tienen tales
nacimientos (el de los mellizos;, ])or cosa de mal afidero».
En el pasaje de la, iutroducción al CIM ¡(^so y antiguo r()nia,nce d(íl cahaJie-ro
Assigne, o (Jaballero del (/isne, el i-ey y la reina se halla;; sentados en la
muralla: «El rey miró hacia abajo, y se puso a considerar, y vio una pobre
mujer sentada a la puerta, con dos niños delante, luicidos los dos de un mismo
parto; y entonces se vo!vi() y dejó correr sus lágrimas. Luego dijo a la
reina: Ved allá abajo esa |)ol)re nuijer; ahora que está aíiigida con dos gemelos,
¿no habré de socorrerla? La r(!ina res|)ondió: No, y eso no está bien: para
un hijo hace falta un hombn;, y para dos, dos mujeres; lo contrario me i)are-oe
una cosa singular; y si cada hijo tiene U:Í ¡¡adre, ¿cuántos ha habido aqui?
—(The Romance of the Chevalier Assigne, j)ul)licado por H. 11. Gibbs Esq.,
Trübner, 1878).
Después do haber leído este jiasaje hemos de consignar que en la Guinea,
entre los australianos, los mejicanos y los indios de la América sei)teu-trional,
existe la misma idea, y matan uno de los gemelos.
Estando tan arraigada la costumbre expuesta y siendo tan geneial, no
dudamos en afirmar que en la primitiva 80(;iedad canaria, la «jamagua» tenía
la obligación de matar a uno de sus hijos mellizos, acto que se justifica
por la dificultad de criar dos niños.
DEL BAUTISMO DE LOS NIÑOS
Nos dice Fray Alonso de Espinosa: «Acostumbraban cuando alguna criatura
nacía, llamar a una mujer que lo tenia por oficio, y ésta echaba agua
sobre la cabeza de la criatura: y aquesta mujer contraía parentesco con los padres
de la criatura, de suerte que no era lícito casarse con ella, ni tratar deshonestamente.
De donde les hubiese quedado esta costumbre o ceremonia no
saben dar razón más de que así se hacía.»
Esta noticia la tomó sin duda el autor citado de Gómez Escudero: «A los
177 Los PRIMITIVOS HABITANTKS KK OANARIAS
niños recién nacidos echaban agua y lavaban las cabecitas a modo de bautismo,
y estas eran mujeres buenas y vírgenes, que eran las «Maguadas», y decian
que tenían parentesco, como nuestros i)adrinos; no daban razón de esta ceremonia,
y era en Canaria y Tenerife, mas no supimos de otras islas, aunque
los usos eran comunes».
«Tenían por costumbre los de esta dicha isla de Tenerife, cuando una
criatura nacía de echarle agua sobre la cabez/i, y para esto había unas mujeres
que lo tenían por oficio, a las cuales llamaban Harimaguadas, eran doncellas
y prometían ser vírgenes, y estas vivían juntas en grandes cuevas, sin que
de allí saliesen, sino cuando eran llamadas a la ocasión; los padres de la criatura,
o los parientes llamaban a una de estas doncellas, la cual echaba el
agua a la criatura sobre la cabeza, y le ponía su nombre, la cual contraía
parentesco con el padre del recién nacido, de tal manera que no se podía casar
con él.»—Núnez da la Peña. El pasaje anterior es copiado del poema de
Viana y de ambos se deduce que hubo equivocación, ya que solamente existían
«h'arimaguadas» en la isla de Gran-(^anaria y no en la de Tenerife.
Abreu Galindo, nos dice en su pág. i5t:i: «Cuando parían las mujeres
acostumbraban lavar las criaturas «desde la cabryM hasta los pií's, y para esto
tenían una mujer o más diputadas q^ie no entendían en otro oíicio; y con esta
mujer no era lícito tratar deslumestamente, ni se podían casar con ella.»
De igual modo se expresa Marín y Cubas: «Oíando nacía la criatura \ÍÍ
lavaban con agua todo el cuerpo, mujeres a niñas y hombres a niños, y quedaban
en nuevo parentesco con los padres.»
De estos dos últimos historiadores se desprende que el lavado no se limitaba
a la cabeza sino que era total.
Castillo, lib." l.'\ capítulo XX, pág. 5'J, después de dar cuenta del lavado
de la cabeza de los niños, dice: «Ceremonia (pie discurro quedaría de las que
por tradición les quedar-ía do los vai'oncs santos, (San iwito, San lihvudam y
San Malo) que dejo referidos en el cap. 4.", u otros que estuvieron predicando
en estas islas; interrumpiendo y olvidando el tiempo la demás forma...»
Los testimonios en que se funda Castillo no son otros sino los falsos cronicones
de Flavio Dextro, Marco Máximo y otros. La crítica de estos escritos apócrifos,
hecha por Godoy de Alcántara en 18G8, fué premiada i)or la Academia
de la Historia.
!ja práctica del lavado de los recién nacidos tiene otro orígeii; guarda
relación estrecha con el culto del agua, y fué muy común en otro tienipo entre
los pueblos primitivos; seríamos dcniasiado minuciosos si consignáramos
todas las regiones en que se practica el lavado de los niños. Hemos dicho que
tal rito se relaciona con el culto de los lagos, fuentes y ríos, y con esas aguas
sagradas se ])racti('aba la ceremonia. Así vemos qne Herodoto cita la existencia
de lagos sagrados entre los libios. Según Cicerón, Justino y Strabón,
había un lago sagrado cerca de Tolosa; Tácito, Plinio y Virgilio, hablan de
fuentes sagradas. E)\ el siglo (>." Gregorio de Tours menciona otra fuente sagrada
en el monte Helamis.
También abundan en Inglaterra vestigios del culto del agua. Gildas lo
cita expresamente, diciendo que es condenado en una homilía conservada en
Cambridge. —(Wright, Supertitions of England). En Irlanda, el «kelpie» o es
Kiritu de las aguas tomaba varias formas, pero las más comunes eran las de
ombre, mujer, caballo o toro. Aún abundan las leyendas sobre este espíritu
de las aguas.
LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS
«No habitaban en comunicado, dice Ab. Galindo, hablando de los habitantes
de Tenerife, sino apartados en chozas y cuevas, «y ejercitaban a sus
hijos en correr, saltíir, y tirar.»
178 REVISTA DE HISTORIA
«Eran los gomeros gentes de mediana estatura, animosos, ligeros y diestros
en ofender y defenderse; grandes tiradores do |)icdras y dai'dos. Acostumbraban
los naturales do esta isla «para hacer diestros y ligeros a sus lii-jos
» ponerse los padres a una parte, y con unas ¡¡elota; de barro le tiraban
porque se guardasen; y como iban creciendo, les tiraban .oiedras, varas botas,
y después con puntas: y asi los hacian diestros; en guardarse, hurtando oí
cuerpo, y éranlo en tanto que en el aire tomaban las piedras y dar'dos y las
flechas que les tiraban con las manos; |)eleaban con varas tostadas, y andaban
en carnes, con solo pañetes de cuej'o pintados. Cuando anda,l)a,n de guerra
traían atadas unas vendas jwr la frente, de junco majado tísjido, teñidas
de colorado y azul...»
«Eran los canarios en criar sus hijos muy celosos cuando tenian conocimiento,
porque siempre les tuviesen respeto los castigaban con ejemplos, di-ciéndoles
que no fuesen como fulano ((ue decian de ól tales cosas que eran
malas y era tenido por malo, con palabras (pie los inducian a odio, y vergüenza
a los hechos de aquel, y desi)ués le decía.n (jue |)oiiían otios por ejemplo
de buenos, que fuesen como fulano que tiacia tales obras que eran buenas,
y por ellas era tenido, querido y estimado, paia, (pie imitase lo bueno y
huyese de lo malo.»
De todas las noticias (jue se leen en los historia,dorcs de la, coiupiista, se
deduce que la educación de los niños se endereza,ba, principalmente a foinia.'
hombres ágiles, fuertes y aguerridos, como correspondia, al medio (ÍU (pie lia-bian
de desenvolverse y al estado casi perp('>tuo de ludia, de las distintas tribus
entre si. Corrobora esto, es decir que sus costumbres era,n violentas, (d
número crecido de cráneos y de huesos (pie s(! han (íucontrado con scülahísdo
heridas citados ¡lor Vorneau y Hertlielot, aíirmaciíui (pi(í liemos coinproha-do
nosotros en los conservados en el Musco mun¡(;ipal de Santa. (Jruz de Tenerife.
La educación de las niñas se encaminaba en otro sentido.
En la cría y enseñanza de las niñas, dice (bastillo pág. ,')(•>, tenian gran
cuidado, nombrábanles una maestra de las mujeres de más prudencia y (capacidad
para instruirlas y doctrinarlas para el mejor |)r()c(íder; y en no arreglándose
a todo conforme a la ley natural, reprehendía a, i;\. niña diciéiidole:
Si la hija de Fulano (por ser toda.s las (pie adinitía.n a esta escuela de las más
nobles, y otras que no lo eran, y tenian por las muestra,s (pie manifestaban
de habilidad las que tenían separadas;, hicieran lo (pie erraban, merecían
ser castigadas y daban en el suelo con una vara ([iie les era muy sensible y
les servía de enmienda.
Enseñábanlas a coser tamangos que eran los vestuarios de hombres y
mujeres, de pieles gamuzadas y dado de tinta roja o amirilla, con gualdiM
que es yerba, que majada y cocida la hace; y el color i'ojo co i sangre do drago
y manteca de cabras, con (pie les hacia lan permanente, ipio no se diferenciaba
lo vivo de'color, del más flno talilete. «Habrá diez año,-!, dice el
autor citado, que tuv« en mi mano una faldilla de una. de e^tas ropas, (jue a
no estar cierto que se había hallado envuelto en ella el cuerpo de una cana,-
ria incorrupta, no me persuadiera (ñe su antigñeda,d, puesto qiu; se hizo de
ellauna bolsa para guardar pedernales, y eslabones para sacar fuego.» Las
agujas con que cosían eran espinas de peces, y el hilo de correillas de cabras,
tan finas como cuerdas de vihuelas.»
«Fuera de esto, dice Viera, era oficio de las mujeres moUír el gofio, guisar
las viandas, cuajar los quesos, etc.»
Las niñas de los nobles, se recogían en las casas, o seminarios que el rey
tenía para las hijas de los nobles, (lesde la edad de ocho aiios, poco maso
menos, y las mantenían en ellas como veinte años, (pie estando biísn instruidas,
y de naturaleza robusta, las sacaban para casarla con mancebo de igual
calidad, y viéndolas primero el rey, no viéndolas gordas y con gran barriga,
REVISTA DE HISTORIA 119
180 Los PRIMITIVOS HAHITANTE.S DE CAÑARÍAS
decía que no era tiempo de casarla, pues en vientre angosto sería la prole
disminuida. La idea de que el vientre abultado de las mujeres es sig'no de
mayor desarrollo del embrión está muy arraigada entre nuestros campesinos
y aún en la época presente la hemos podido comprobar nosotros. Los
datos que consignamos perteiiecen todos a la isla de Gran Canaria, desconociendo
los referentes a las demás islas.
LOS MALOS USOS
«... Y primero que se entregase la doncella a su esposo y marido, la noche
antes se le daba y entregaba al Guanartheme para que le llevase la Hor
de su virginidad, y si le parecía bien llevarle la flor, y si no entregábala al
Paycan, o al más ])rivado, como fuese noble; no casándose flacas porque decían
tenían el vientre [)equeño, y estrecho para concebir. Esta costumbre de
dar al Guanartheme las doncellas desposadas ])rimero que a sus maridos la
primera noche, no quieren confesarla los que descienden de los natuiales
canarios. (Ab. Gal. lib." 2." cap. ;s." pág. 97). I
«... Y estando como le parecía convenir, la gozaba jjrimero el Rey, y |
después se la entregaba al novio, siendo esto para ellos de más aceptación, |
como dice Arcángelo Madrigiiano, también portugués en el Honorario de los |
de su nación, que asi mismo reñere Román, quien en el citado capítulo hace j
mención de las muchas naciones que usaban esta barbaridad, y estos prime- i
ros hijos se tenían por natui-ales del Guadarteme, con que al tiempo de la |
conquista se halló tener Tenesor Semidán 42, y sólo una hija de su nuitrimo- %
nio legitimo según su rito.» (Castillo, lib." l.", caj). 20, jiág. ítH, párrafo t).» I
Azurara es el j)rimer historiador que dice que todas las mozfis vírgenes f
tenían antes que ser entregadas a algún caballero para después casarlas. |
«E toda lias mogas virgeés ham elles de romper; e des|)ois que algún dos ca- |
valleiros dorme com a moya entom a pode cazar seu padre ou elle com quem |
ilhe prouver...» |
rero a las jóvenes nobles las conocía primero el Rey, según Gómez Es- |
cudero, o alguno de los |)arientes del monarca, o un noble según a aquel pa- |
reciera; y al día siguiente la entregaba a su marido, y ambos le reconocum I
por padrino, siendo también el primer hijo que hablan en más consideración |
que los que después naciesen.» g
Todos sabemos que la costumbre descrita existió en Euro|)a hasta muy
cerca de la edad modei'iia: No debemos extrañarnos que también si practicara
en este archi|)iélago [lor sus i)rimitivos habitantes, demostrando esto
3ue el proceso evolutivo de las sociedades se verifícó del mismo modo en toas
partes, aún en las más aisladas. El derecho de pernada, o de primicias del
matrimonio, en Cataluña, «firma de espolio forzada», y en Francia «droit de
cuisse», ya sea considerado como un acto de feudalismo, sumisión al señor, o
uu vestigio de poligamia, o de matrimonio comunal, que tal sería su origen,
desapareció cuando una superior cultura hizo que se avergonzara el hombre
de tanta falta de pudor y decencia, redimiéndose por dinero los llamados malos
fueros. En el año 148(i Fernando el Católico por su sentencia arbitral declaró
abolidos los malos usos en Cataluña, única región es|)añola que aún
subsistían desde los tiempos de Carlomagno.
Otra costumbre arraigada en Europa durante siglos, existia entre los canarios.
Oigamos a Castillo:
«La ceguedad en que su gentilidad los tenia, daba a los Guanarthemes
la. franqueza de en llegando a algún lugar, (fuera de su corte) pernoctando
en él, el admitir la torpe oferta, que el que le hospedaba, «le hacia de su mujer
e hijas».
El no aceptar alguna de ellas, dice Gómez Escudero, era mirado como
REVISTA DE HISTORIA 181
^in gran desaire; pero en el caso contrario, si de aquellas relaciones resultaba
alguna descendencia, no sólo era noble el hijo que entonces nacía, sino
^ue participaban del mismo honor todos los que tuviese después. Oedeño
conñrma esto mismo.
Según Viera y Olavijo, también los gomeros tenian ))or urbanidad ofrecer
el lecho de sus mujeics a sus huéspedes.
Plutarco afirma de una manera categórica que existia entre los romanos
la costumbre de prestar sus mujeres. Harto conocido es el caso del severo
Catón que permitió que su mujer íarcia se uniera a Hortensio, y muerto éste
volviera aquella a vivir con su primer marido.
En Lacedcmonia se daba el caso de que el marido enamorado de la mujer
de uno de sus amigos |)idiese a este que le admitiese al goce de sus dere
chos, y hasta no se miraba mal ceder la nuijer a uno (jue no fuese ciudadano,
si parecía a propósito para procrear iiijos robustos. (Plutarco. Ls/cargo, XV, 9
y io.—Xenol'onte, üe Laced. Respb. cap. I. 7. 8 y 9).
Afín a este sentido es el (pie induce a tantas tribus salvajes actuales, esquimales,
indios de ambas Ainéricas, polinesios, australianos, bereberes, negros
orientales, abisinios, cafres, mongoles, tusivi, etc., a proporcionar a sus
huéspedes mujeres temporales; omitir tal práctica se consi<leraria una falta
completa contra la lios|)italida(l.
Esa costumbre no la ex|)lica sino la i-eminisceiicia de un estado anterior
social y lo mismo sucede con el derecho de i)ernada, es decir, la comunidad
de mujeres en la tribu.
El ejemplo más notable en la actualidad lo ofrecen algunas tribus brasileñas.
Solían conservar durante algún ticni|)o los i)risioneros que hacían en
la guerra, para engordarlos, y después los mataban y se los comían. Pues,
aun en este caso, durante el tiempo (pie les dejaban de vida, se procuraba a
cada infeliz una mujer teiniwral. A los liijos (pie puedan haber tenido en el
periodo de su cautiverio so los comen también. (La-fitau, Moeurs des Sauv.
Amér., vol. 11, pág. 2',(l)-
Los casos anotados demuestran (pie la j)oblación canaria se desenvolvió
en términos análogos a la demás immaiiida,d.
RELACIONES ENTRE AMBOS SEXOS
Dice Espinosa: »Y estos guerreros, estaban tan bien disciplinados, que
era ley inviolable (pie el hombre de guerra (pie topando alguna mujer en algún
(iamino o en otro lugar solitario, la miraba o liablal>a, sin que ella nrime-ro
le hablase o ])idiese algo, y en })oblado le decía alguna palabra deshonesta,
que se pudiese jirobar, muriese luego por ello, sin alguna apelación.» Esta
costumbre parece que no subsistió sino en Cicta isla de Tenerife, pues no
hemos visto se hable de ella por los historiadores cuando escriben de las demás
islas del archipiélago.
Abi-eu Galindo. contirma lo dicho por Es|)inosa: «Era costumbre que si
algún hombre se encontraba en el camino o en algún lugar solitario alguna
mujer, no la habia de mirar ni hablar hasta (pie ella inimero le hablase o pidiese
algo, y se habia de ajjartar para que pasase, y si le decía alguna i)ala-bra
deshonesta tenia grave pena por ello: tanto respeto se tenia.»
Viera y Olavijo, amplía a los dos autores citados: «Auiupie también castigaban
los guanches se ver ísi mámente el pecado de hurto y adulterio, nada
^on más severi(lad que la pérdida del respeto y decoro debido a las personas
del sexo delicado. En fuerza de esta Ivcy, si un hombre encontraba cualquie-i"
a mujer en el camino u otro paraje solit;\rio, no podía tomarse la libertad de
182 Lf)H PKIMITIVOS HABITANTES DE CANARIAS
hablarla, ni aún de mirarla de hito en hito, sin que ella se lo permitiese:
siendo obligación suya pararse, y cuidar de no dispararle ningunas palabras
equívocas, so pena de ser castigado inexorablemente por unos jueces, que en
tales casos eran siempre íntegros y celosos.»
Esta costuínbro adquirió notoriedad al describir los escritores la aparición
de la virgen de Candelaria, simulacro que aún se verifica en las playas
de Candelaria y Giiimar: Dice así Abreu Galindo «Y porque entre ellos (los
guanches) era costumbre si topaban alguna mujer en lugar solitario, no hablarle
por que incunían en grave pena por ser delito, hízole señas que se
apartase ])ara que el ganado pasase a la cueva, porque no podía por otra parte
sin rodear; y como la santa imagen no hiciese movimiento, amohinado el
pastor tomó una piedra, y levantando el brazo para tirársela, y queriéndola
desembrazar, se le quedó el brazo sin poderlo menear con la piedra en la
mano y gran dolor.»
El no Jiablarse personas de distinto sexo es una costumbre muy común
aún en los pueblos primitivos, sobre todo cuando se encuentran en parajes solitarios;
es más cuando existe parentesco entre ellos.
Pranklin nos dice que los indios del extremo Norte de América consideran
«sumamente iticonveniente que una suegra hable ni mire siquiera a su
yerno; y cuando tiene algo que comunica,rle, es de rigor que le vuelva la espalda,
y no se dirija a él sino i)or mediación de uiia tercera persona».—(Jour-ney
to "the Shores of the Polar Sea, vol. I, pág. 187.)
Más al Sur, entre los omaliaws, los suegros «no deben tener m'nguna comunicación
inmediata con su yerno; ni él, en ninguna ocasión ni i)or ningún
género de consideraciones, ha de hablar con ellos directamente, aunque estén
en la mejor armonía; jjor ningún conccfito pronunciarán los unos en sociedad
el nombre de los otros, ni se mirarán cara a cara; todas sus conversaciones
se verifican por intermedio de una tercei'ii. persona.» (.Tames, Expedition to
the Roclcy Mountains, vol. I, ]iág. 2.'i2). Harmon dice que los indios del Oriente
de las montañas Rociiiizas observan la misma regla. Baegert indica, con
referencia a los indios do California, que «no se permite al yerno, durante
cierto tíemjio, mirar a su suegra ni a las parientas más cercanas de su mujer,
sino que debe ajiartarse u ocultansc;, (tuaiido están presentes.
Lafitau hace las mismas observaciones por lo que atañe a los indios de la
América del Norte en general. Encontramos esa costumbre entre los cris y
dacotas, y en la Floiida. Rochefort la menciona entre los caribes, y en la
América del Sur nos la ofrecen los arawaks. En Asia una mujer mongola o
kalmuca no debe hablar a su suegro ni sentarse en su presencia. En las tribus
ostiakas de Siberia, «una joven casada evita todo lo posible la j)resencia
del padre de su marido, mientras no tiene un hijo, y el marido, durante ese
tiempo, no se atreve a aparecer delante de su suegra. Si se encuentra por
casualidad, el marido le vuelve la espalda y la mujer se tapa la cara.
En el África Central, Caillié (On the People of India, pág. 285), observa
que la costumbre se extiende más allá de los parientes: si el novio es de un
campo distinto,evita a todos los moradores, hombres y mujeres, del campo de
la novia,excepto unos pocos amigos íntimos a quienes le es permitido visitar.»
Mr. Tylor en su «Historia primitiva del Hombre», dice «que es difícil
imaginar siquiera qué estado de cosas ha podido dar nacimiento a esa costumbre
». Lubbock la exi)lica como una consecuencia natural del matrimonio
por rapto. Cuando éste era en realidad, real debía ser asimismo la indignación
de los padres y de la familia y aún de toda la tribu (matrimonio exóga-mo);
cuando degeneró en mero símbolo, la cólera de los padres, de los hermanos
y de la tribu debió ser simbólica igualmente y continuar aún después
de olvidado su origen.
Ahora bien: la costumbre de no hablarse un hombre y una mujer cuando
REVISTA DE HISTORIA 183
se encontraban en un camino, citada por nuestros historiadores no puede tener
otro origen que el expuesto, o en hechos derivados del matrimonio i)or
rapto.
B. BONNET.
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N. de la R.—El mapa etnográfico que aparece en este trabajo corresponde
al publicado en el número anterior de esta Revista por el Sr. Bonnet.