Notas bibliográficas
JOSÉ M* PINTO Y DE LA ROSA: Tinerfeños ilusire*
del siglo XIX. Don José M^ Pinto y Vega. Don Francisco
Af Pinto de la Rosa.—Prólogo de D. José MANUEL
GuMERÁ Y GuRREA.—Zaragoza, Imp. Zap. Portillo,
1955.—IV + 109, págs. + algunas duplicadas y sin
numerar. 4°.
Conjunto de fragmentos de diversos autores sobre la vida y la personalidad
intelectual de estas dos figuras de la literatura y del pensamiento lagunero del
siglo pasado, hilvanados en homenaje a su memoria por su deudo el General de
Ingenieros que publica el libro. El prólogo de J. M. Guimerá esta datado en 1948,
fecha que será la de la preparación de esta antología, que sólo ahora aparece al
público. El publicador nos expone su propósito en el capítulo I: homenaje a la
ciudad a través de sus hombres representativos, de los que se escogen estos dos,
padre e hijo, y precisamente por los lazos que le unen a ellos se limita a recoger
palabras ajenas sobre su vida y virtudes. Pinto y Vega (1826-1873), catedrático
del Instituto de Canarias, director desde 1868 y jefe local del Partido Liberal,
creador de la Escuela Libre de Derecho (1869-1874), es por ella precursor de la
restauración universitaria de La Laguna. La biografía de Francisco Pinto de la
Rosa (1854-1885) es reproducción de la escrita por Patricio Estévanez para el homenaje
necrológico de 1885. Pinto de la Rosa, critico y pensador, alcanzó cátedra
en el mismo Instituto, en el que casi desde su infancia ejerció el profesorado. Es
sabido que sus escritos fueron reunidos en volumen por el Gabinete Instructivo de
Santa Crux de Tenerife en 1888. Se reproducen poesías dedicadas a o escritas por
los biografiados, y, en apéndice, siguen notas genealógicas, decumentos, memorias
136
y recorte* de prensa alutívot a loi pTota]foniitat, cuyoi retratos y firmas autisfr'f**
también se estampan. Desgraciadamente la edición es muy deficiente, acaso debido
a los costos actuales, superiores a un presupuesto privado.
E.S.
JUAN RÉGULO PÉREZ: Necesidad histórica y valor
literario del esperanto.—Puerto de la Cruz (Tenerife),
Instituto de Estudios Hispánicos, 1956.—32 págs. 8°
prolongado.
Edición por este Instituto de una conferencia pronunciada en su aula el 8 de
marzo de este año 56. Parte el autor de los acuerdos de la UNESCO en Montevideo
(diciembre de 1954) sobre el valor del movimiento esperantista, que lo
han consagrado como empresa de interés internacional, coincidente con los fines
generales de este organismo interestatal. Luego se esfuerta en minimizar los factores
naturales en la formación y evolución de las lenguas, para así reducir el
foso que separa la lengua artificial de las espontáneas; pero no creemos baste a
este fin resaltar el carácter social de las lenguas, pues los fenómenos sociales son
también naturales.
El mismo fin deben de tener sin duda los párrafos que dedica Régulo a los factores
diferenciadores y a los unificadores que actúan sobre las lenguas, para pronosticar
un rápido predominio y triunfo de los últimos. Sin duda se piensa que
esta necesidad de uniformidad lingüistica justifica la necesidad del esperanto
para llenarla; pero nos parece que si tan a la vista estuviese la imposición natural
de una sola lengua, ésta seria la triunfante en una dura competición universal de
fuerzas. Mas las tendencias son todavía vacilantes: la unificación económica, que
se presenta como un factor igualador, tiene quiebras tan singulares como la desesperada
lucha de todos los estados políticos hacia la autarquía, que alcanza resultados
no soñados por la economía feudal más cerrada; la imposición lingüistica,
propia del estado policía moderno, da lugar a reacciones que no conocía la difusión
espontánea de una lengua adoptada como neutral o eoini, Y en cuanto a los poderosos
medios técnicos, que dan enorme ventaja a las grandes lenguas oficiales,
han producido a su lado esa babel de emisiones radiofónicas en modesta* habla*
locales, a que se consagran en competencia para ganar el corazón de sus hipotético*
oyentes todas las grandes empresas estatales de propaganda.
Sea como fuere, no parece que estos conscientes esfuerzos asimiladores de
las lengua* moderna* poderO*a* tengan que reflejarte jama* en favor de una lengua
precisamente neutral como el esperanto; antes es sabido que ios directores de
aquella política lingüística *on lo* enemigo* nato* de estos intentos idealistas de
lengua común.
137
Máf cere» nos tentimot del autor cuando hace observar la tendencia a
establecer una equivalencia de todas las lenguas, con una masa, cada vea mayor,
de vocabulario común y, todavía más, de ideas comunes. Esta tendencia sí que
prefigura el esperanto y parece aconsejar la sustituciin de parrafadas diferenciadas
s¿lo en sus desinencias por una provista de desinencias aceptadas previamente por
todos. En este sentido es como es justo decir que el esperanto nació cuando el
ambiente lo pedia, por la necesidad de expresar una ideolo^a común mediante un
instrumento también común, y que los progresos de la idea habrían sido ya decisivos,
a no interponerse aquella política lingrüistica combativa que hace esperar a
cada potencia imponer su lengua como tal instrumento necesario, ya universal, ya
a una vasta área muy superior a su dominio ling-üistico propio.
En fin. Régulo y los esperantistas en general dan considerable importancia a
las posibilidades de creación literaria en esperanto. Es posible que las tenga,
aunque la literatura en lengua diferente de la nativa ha dado escasos frutos a través
de los tiempos. En todo caso es cosa innecesaria, pues este menester lo desempeñan
de manera insuperable las infinitas lenguas nativas. No es probable que
una lengua más añada nada nuevo al acervo literario de la humanidad.
Pero es un placer ver tratados estos temas, de transcendental interés humano,
con esta objetividad y este amor, por uno de los nuestros, en estas Islas, en la encrucijada
de todos los hombres, en lugar de verlos aprovechados como recurso
para la fácil chabacanada del gracioso de oficio.
E. SERRA
PEDROTARQUISRODRÍGUEZ: Tradiciones canarias.—
Santa Cruz de Tenerife. Imp. Católica. 1952. 4°, 280
págs. + 18 láms. fuera de texto.—60 pesetas.
En el prólogo Víctor Zurita alude al problema de la discriminación entre la
leyenda y la historia. Probablemente la dificultad de este problema es la respon-ioble
del atraso excesivo y anómalo con que comentamos en nuestras páginas esta
publicación, con la atención que sobradamente merece. Quien atiende a reseñar
los libros históricos esperaba que el crítico literario se hiciese cargo del cometido,
y éste confiaba en el primero.
En una sencilla introducción el autor explica la formación de su libro, integrado
totalmente o en su mayor parte pOr reedición de narraciones aparecidas primero
en diarios locales, labor literaria a que venia dedicándose desde 1920. Si el
prologista se plantea el problema de la relación entre leyenda e historia, el autor
BO sospecha siquiera tal problema, y así, con la mayor ingenuidad, nos habla de los
autores que, precediéndole, han «creado alguna tradición», y nos dice que para las
suyas buscó primero asuntos en los cronistas e historiadores, pero luego ha investigado
en los archivas con el mismo fin. En realidad, según su idea, la leyenda o la
tradición es la narración de un episodio histórico en forma «breve, vibrante y
138
vivida», cali no diferenciada de la verdadera historia sino en la forma de exposición,
que tratará de dar ambiente y vida a lo contado. Pero esto lo han hecho
muchos cultivadores del género histórico, desde la antigüedad griega hasta hoy; y
sólo se opondrá a lo más a la historia redactada en forma científica o erudita, y
aun no necesariamente, que también cabe escribir ésta con emoción comunicativa.
De este concepto de la leyenda, sin duda arbitrario, que muestra el autor, sólo
salimos ganando los amantes de la historia, pues, si algo pierden por él las narraciones
de don Pedro Tarquis, es en su aspecto literario; y en cambio podemos considerarlas
como verdaderos episodios históricos sueltos, verdaderas epanáforas,
que diría aquel don Francisco Manuel de Meló, autor de.la magnifica historia de
la sublevación y guerra de Cataluña, obra extensa, pero también de una colección
de episodios a los que dio aquel título erudito y que serian leyendas para Tarquis.
Desde nuestro punto de vista, el valor de cada pieza -^y no son menos de 57
las que aquí nos ofrece el autor— depende de las fuentes o materiales en que se
basa; si es en crónicas, y dado que escoge, naturalmente, los episodios más raros y
menos verosímiles, no nos da más que otro recalentado de narraciones muy conocidas
y zarandeadas, a las que nada útil puede añadir ni histórica ni literariamente.
Pero si se vale de materiales inéditos de los archivos, puede hacer, y hace a menudo,
verdaderas miniaturas, con ambiente y caracteres bien sacados, en que los
tiempos viejos vuelven a ser proyectados ante nuestros ojos como en una reprise
cinematográfica; Por esto preferimos, por lo común, los episodios de los siglos
hispánicos de las Islas a aquellos otros de guanches y conquistadores. El autor nos
dice que siguiendo sus trabajos de información preparatoria tiene materiales aparejados
para otras tantas «tradiciones»; y aunque no hay que olvidar que la finalidad
inmediata perseguida no es otra que la de entretener un rato al lector
distraído de nuestra prensa local, pensamos que esas narraciones futuras o no recogidas
pertenecerán precisamente a este grupo más estimable del viejo ambiente
de nuestras ciudades isleiías, tales como El combate naval de Anaga, La jaula del
ahorcado. Un cura de recursos, Al asalto, etc., etc.
En fin, añaden todavía valor al libro algunas de las fotografías que lo acompañan,
que por la remota fecha en que fueron impresionadas constituyen verdaderos
documentos del pasado. Nosotros, que muchas veces hemos lamentado que
verdaderos trabajos de erudición histórica sean confiados a la breve vida de las
hojas diarias, tenemos que alabar la recolección de esta serie narrativa en un manejable
volumen.
E. SERRA
JAIME RAMOS RAMOS: Geografía médica de La
Laguna.— «Acta Médica de Tenerife», V, 1956, n" 3,
febrero-marzo, págs. 187-197.
Breves notas que han obtenido premio en la Real Academia de Medicina del
distrito de Canarias. Una introducción histórica, lista de pagos y de producciones
139
no cifradas, demografía y, por último, con algún mayor detenimiento, cifrat cli-matoUg'icas,
medias 1911-1945. En el sobrio comentario de estos datos echamos
de menos, especialmente, apreciaciones sobre su influencia en el org'anismo humano.
No son mencionados datos patológicos. Algunas erratas, como un «curios» de
la primera página, resultan insalvables.
E.S.
E. R. SvENTENlus: ¿os plantas canarias como ele-menio
decorativo en el jardín.—«Cedro», Revista del
Instituto de Estudios de Jardinería y Arte Paisajista.—
Madrid, CSIC, II, n° 7, otoño de 1955, págs. 19-24.
El botánico Sr. Sventenius, bien conocido en Tenerife, publica un trabajo con
el propósito de divulgar entre los jardineros y amantes de los jardines las posibilidades
que para ellos ofrecen las plantas endémicas de Canarias, algunas de gran
belleza, otras de tipo llamativamente arcaico. Divide, para fines prácticos, estas
plantas en arbóreas, arbustivas y subarbóreas o plantas menores. Luego paSa a
describir cada planta por orden alfabético del nombre técnico dentro de las categorías
citadas. Echamos de menos algún informe práctico sobre su forma de cultivo
o reproducción, que será el primer problema que se plantearán los aficionados.
Abundantemente ilustrado. A continuar.
E. S.
GERMÁN BAUTISTA VELARDE: Fang Eyeyá. Cosas
de la Guinea.—Madrid, 1950.—286 pgs. 25 pts.
) _ •
El autor pone como subtitulo a esta obra: Cosas de la Guinea. Y, efectivamente,
tras una rica experiencia en el lugar mismo de la acción, el escritor se
lanza a desarrollar su novela en un ambiente nunca llevado con tal fiel realismo a
nuestra literatura; me refiero a la vida en un cafetal de la colonia,española en la
Guinea, donde, por decirlo con las mismas palabras del autor, se siente «una
extraña y latente expectación, como la presencia irreal de un destronado dios mitológico...
>
Es sin duda lo mejor de la novela la lucha tenaz del hombre contra la selva
impenetrable, la vida de los trabajadores negros y sus seculares superticionei, los
capataces blancos que han arraigado en medio de aquella salvaje naturaleza'y el
análisis de las ideas y sentimientos que se van desarrollando en aquellos hombres,
•ometidos constantementes a aquel clima agobiador, que forma un tipo de vida tan
diferente de nuestra civilización y de nuestas costumbres habituales.
140 -
Sin •mbarg'o, la trama de la novela no ha llejfado a estructurarse adecuadamente.
Sólo despierta interés cuando aparecen en ella los personajes mejor descritos:
Joaquín, Guillermina y Oyatia, la negrita, y los braceros. Pero al final
toda se deshace de una manera sentimental un poco absurda. Hay que señalar
también al^funas faltas de expresión y de léxico. A pesar de estos evidentes defectos,
no es novela que se deja fácilmente, y se lee con interés hasta el final.
Sin duda Bautista Velarde tiene buenas condiciones para ser- un buen novelista,
pues es observador y sabe reflejar el ambiente que se propone. Fang Eyeyá,
sin ser una novela de gran estilo, es ya una novela importante. Sin duda veremos
en sus nuevas producciones, desarrolladas plenamente, todas las buenas cualidades
que se adivinan en su primera novela.
S. de LA NUEZ
FRAY JUAN DE ABR£U GALINDO: Historia de la
Conquista de las siete Islas de Canaria. Edición crítica
con Introducción, notas e índice por ALEJANDRO CIO-RANESCU.—
Santa Cruz de Tenerife, Coya Ediciones,
1955. XLIV + 368 págs., cartoné. 4°.—200 pts.
Coya Ediciones, que tiene adquiridos grandes méritos para la cultura canaria,
al iniciar y estimular publicaciones cuidadas de temas insulares, todavía ha añadido
otro más para los amigos de la historia, al incluir preferentemente entre tales
ediciones las de autores de crónicas históricas. Dejando aparte la magnífica reedición
de Viera y Clavijo, que era la que más alicientes comerciales ofrecía, esa editorial
ha publicado la Historia de Nuestra Señora de Candelaria, que incluye la de
Tenerife del P. Alonso de Espinosa y, ahora, esta general de las Islas del P. Fray
Juan dé Abréu Galindo, la más completa de las viejas crónicas. Preparadas ambas
ediciones por don Alejandro Cioranescu (si'bien la edicción de aquella primera no
pudo ser controlada por él hasta el fin), tienen por este solo hecho toda la responsabilidad
que hoy debemos exigir en ediciones de textos; y además este de Abréu
Galindo va acompañado de un importante estudio de conjunto y de las notas
oportunas.
Teniendo en cuenta que muchas crónicas, y estas dos precisamente entre ellas,
habían sido objeto de estampaciones anteriores, especialmente las de la Imprenta
Isleña, de buena memoria, en donde a mediados del siglo pasado se dieron a conocer
por primera vez para el público común, parecerá que no era muy urgente esta
nueva serie de ediciones de textos ya conocidos, por lo menos para los eruditos.
Pero muy otro será el juicio, si pensamos que en las ediciones ochocentistas, hoy ya
raral, apenas hay noticia alguna de los originales de donde se extraen, y que hoy,
al hacer información sobre ellos, nos encontramas que si de Espinosa, como ya era
de esperar, no hubo otro modelo que su edición príncipe, de Abréu casi todos los
manuscritos antiguos, que conociero|i y manejaron Viera, Berthelot, Chil y otros
141
autores, han desaparecido de los depisitos públicos de que formaban parte.
Cuando Ciorinescu ha hecho el recuento se ha encontrado que Abréu Galindo
sólo está representado por un silo manuscrito, que no corresponde al usado por la
Isleña en 1848. Y cuanto a Espinosa, apenas está más seguro, pues los ejemplares
de su edición aludida de 1594 han segruido el mismo camino que aquellos manuscritos,
y de uno de los pocos existentes en él extranjero, que no en España, y menos
en Islas, se ha podido sacar la actual edición... No sabemos si algún día
cesarán las cavernosas hazañas destructivas de los bibliófilos (?), y si volverán a la
lux estos preciosos manuscritos; pero, de seguir las cosas el camino visto, han de
pasar muy pocos años para que toda la tradición manuscrita de estas crónicas sea
escrupulosamente destruida y no quede para su texto otro testimonio que el irtpre-so
hace un siglo con tanto descuido como era habitual entonces. Evitar esto, sacar
ediciones solventes antes que sea demasiado tarde, no será el menor servicio que
habrán prestado los tórculos de Goya Ediciones y los desvtlos del Dr. Ciorinescu.
Como hemos dicho, esta edición va avalada con un extenso estudio del puesto
y significación de la obra en el conjunto de la historiografía canaria. Casi nada sabemos
del franciscano autor de la crónica, pero Ciorinescu sienta que ella se incluye
por su plan y por el conjunto de su contenido dentro de la serie de cronistas
locales que desde las Islas trataron de crear una tradición histórica de ellas. Más
delicado problema es el de la fecha y lugar correlativo que corresponde a Abréu
en esa serie; un manuscrito, que al parecer fue el tronco de todos los manejados
por estudiosos y curiosos, llevaba en su portada y en algún pasaje interior la fecha
de 1632, y ésta es la que todo el mundo atribuía a la obra, si así fuese, bastante
tardía en aquella serie. Cioránescu demuestra que esta fecha tuvo que ser añadida
por un copista y que el texto mismo revela mayor antigüedad, fines del siglo XVI
o primeros años del XVII, apenas posterior a Espinosa y Torriani. Pero es sabido
que hay más crónicas en el grupo aludido y otras se habrán perdido con seguridad.
Galindo se distingue bien de éstas, y así lo reconoce Ciorinescu, en que mientras
el común de estos pequeños cronistas es incapaz de reelaborar su material histórico,
si no es con meras amplificaciones verbales o retazos tomados de otra parte,
nuestro franciscano es un verdadero autor, con personalidad y juicio propios, que
manejó muchas fuentes, sin excluir las documentales y no menos las orales, acaso
todas las disponibles en su tiempo, y las refundió y coordinó con criterio a menudo
certero; no conoció todavía la crítica, ni siquiera en la medida,en que la usó Viera,
pero si la construcción histórica a base de materiales múltiples. Si estas cualidades
no estuvieron totalmente ausentes de alguno de sus colegas en historiografía canaria,
ninguno puede comparársele en información y en diligencia. Siendo esto así
y siendo también indudable la comunidad de fondo con los restantes cronistas,
Ciorinescu se pregunta quién fue el modelo, Abréu o estos cronistas pobres (si
bien admite también la posibilidad de una fuente común). Algunos de estos texto*,
el del P. Espinosa o el de Torriani, están bien datados y por tanto la relación con
Abréu no ofrece mucha duda (aquél es anterior, éste posterior, aunque probablemente
ajeno al franciscano); pero todos los demás, puesto que raramente contienen
nada que no esté en nuestro autor y siguen el mismo plan expositorio, ton
142
para Cioránescu dependientes de Abréu Galindo, resúmenes torpes del mismo.
Esto se opone ai supuesto muy recibido que hacia remontar esta familia de crónicas
de Gran Canaria hasta los mismos conquistadores de ia Isla o a personas que
representaron la tradición oral de los mismos. Para echar abajo este supuesto, el
de que la familia de crónicas que se relacionan tradicionalmente con el alférez de
la conquista Jáimez de Sotomayor arranca por lo menos de personas que conocieron
a éste en su vejez y recogieron de él una tradición histórica, expone primero
Cioránescu una serie de razones jfenerales basadas en. la similitud o independencia
de sus materiales, que, fuerza es que lo digamos, no nos parecen convincentes.
Que lo que cuentan estas crónicas se halla también en Abréu y que cuando se separan
yerran las más veces en la versión que dan no es en manera alguna decisivo.
Aparte que en algunos casos quién yerra es Abréu, entendemos que cuando éste
está mejor informado, como en el el caso de la conquista Bethencouriana, no se
explica por qué los otros, teniendo a Abréu de modelo, incurrieron a capricho en
los dislates que los caracterizan.
Pero luego Cioránescu, dejando consideraciones generales, desciende al examen
concreto de frases y construcciones paralelas, que es lo que entendemos verdadera
critica textual, y evidencia fenómenos realmente llamativos: en los textos
cronísticos aludidos (Matritense, Lacunense, Escudero) se nota una serie de anacronismos
al mencionar lugares e instituciones con su denominación tardía de por
lo menos entrado el siglo XVI, mientras en Abréu aparecen escruposamente aludidos
como eran en el momento de la conquista a que se refiere el relato, y si acaso
añade el nombre cambiado que tuvieron después (San Antonio, antes Santa Ana,
Aldea de San Nicolás, antes San Nicolás junto a Lagaete, etc). Si estos casos
pueden explicarse como diferencias entre aquellos toscos compiladores y el autor
informado que no escribe a ciegas sino atendiendo a las circunstancias de lo que
dice, hay otros casos tadavía en que el texto ininteligible en los cronistas se aclara
como derivado torpemente del de Abréu: así el famoso suicidio del hijo del gua-narteme
de Telde, invocando a Atistirma, convertido en el risco de Tirma (Lacunense)
o simplemente no entendido (Matritense). Aun en tal caso Cioránescu
reconoce en el Lacunense otros elementos (p. XXVIII, nota 2), lo que en fin obliga
a admitir un texto anterior a nuestro Abréu, del que bebían cada uno por su lado
y a fu manera todos e^tos escritores, anónimos o conocidos. Y de ningún modo
pensamos que Abréu haya transcrito servilmente ese texto original, sino que sin
duda lo ha reelaborado ampliamente, como hace con todas sus fuentes, con ventaja
de sus lectores de más de tres siglos, pero con daño nuestro, pues que nosotros no
buscamos elaboraciones históricas sino únicamente fuentes.
En el fondo no nos ponemos de acuerdo por una cuestión de nombres. Hay
una narración centrada en la conquista de Gran Canaria, que Abréu aprovechó con
gran discernimiento (aunque no sine errare) y otros con gran torpeza. Evidentemente
este texto no es ninguno de los Ms. que poseemos, todos a lo más del siglo
XVn. Si estos textos han podido salir, como admite Cioránescu, del texto conocido
de Abréu, ¿qué dificultad hay para que remonten a una fuente muy anterior y
que lu misma redacción deba situarse a mediado* del XVI y aun antes? El Dr.
. 1 4 3
Cioránescu sabe, fruto de sus constantes investigaciones, que un texto histórico
atribuido ya al alférez Alonso Jáimez de Sotomayor corria por entonces. Sig'O creyendo
que este texto es la base de toda la familia de crónicas de Gran Canaria y
con ellas de la más personal y más valiosa de todas, la Crónica gfeneral de Abréu
Galindo, en la parte correspondiepte, ya que en el resto utilizó otras fuentes diversas
y aun para Gran Canaria tomó de Alonso de Falencia. Con ayuda de otra crónica
canaria, la de López de Ulloa, basada en la misma fuente, creo que todavía
será posible restituir aproximadamente el texto de esta fuente original, labor que
tiene iniciada un joven investigador, que hacemos votos tenga paciencia para llevarla
algún día a cabo.
La publicación de esta obra dio lugar a bastantes artículos de prensa en Gran
Canaria y esta isla; aquí lo comentaron Salvador Lujan, en «La Tarde», por dos
veces; José Rodríguez Barreto el 14 de enero, en el mismo diario, y Luis Diego
Cuscoy en «El Día> de 16 de mayo; también el «Diario de Las Palmas» y la «Hoja
del Lunes» de esta ciudad por Sebastián Jiménez Sánchez. Todos estos comentarios,
naturalmcinte, son elogiosos para la calidad de la obra, que justamente los
merece; pero es curioso que en Gran Canaria se ha manifestado un recelo frente al
carácter critico, esto es, frente a la depuración de las ingenuas tradiciones que habían
llegado a cubrir totalmente la historia canaria. En realidad, Cior&nescu no
hace labor critica, se limita a buscar los orígenes de cada narración, a veces mis
poéticos que históricos. Esto y haber llamado la atención sobre la reiteración con
que Abréu recuerda el origen supuesto del título de Grande anejo a la isla Canaria
han suscitado este recelo; ¡parece que contra esto último todavía no se ha
aceptado allá que este adjetivo no fue ni pudo ser invención de Béthencourtl
Nosotros felicitamos cordialmente al Dr. Cioránescu y a su editor por este
espléndido libro, exento de los pequeños reparos que en su día tuvimos que poner
al del P. Espinosa. Y hagamos votos para que la serie no se interrumpa, pues todavía
quedan materiales narrativos dignos de figurar al lado de estos y poco o
nada conocidos de los numerosos lectores de historia canaria.
E. SERRA
RoBERT RICARD: Éiades Hispano-Africaines.—Jt-tuán.
Instituto General Franco de Estudios e Investigación
Hispano-Árabe [Imp. del Majzen], 1956, VI -f
229 págs. + 13 hojas.—4°
Con el título reseñado recoge el autor en un solo volumen un total de 14 artículos,
publicado* hace años en diversas revistas,^n ios que presenta distintoa
aspectros de las relaciones entre la Península Ibérica y África a partir del siglo XV.
De todos estos trabajos nos interesa anotar aquí el titulado Recherches tur
Us relations des lUs Canaries et la Berbérie au XVI* Siecle, donde el Dr. Ricard
144 .
nos presenta a Berbería como la principal fuente de mano de obra servil obtenida
por medio de entradas y correrías; los recastes, conversiones y apostasías; loa moriscos
canarios, y, finalmente, los piratas berberiscos y cautivos cristianos. Otro
de los artículos, el titulado Les relations dea Canaries avec lea placea portugaUea
de Maroc au Siecle XVh, ya había visto la lur en redacción española, lig^eramente
diferente déla francesa, en nuestra REVISTA DE HISTORIA, XV, 1949, 5-13, lo que
nos releva de comentario.
M. M.
JossF MATZNETTCR: Der Trocken/eldbaa auf den
Kanariachen Inseln, en «Mitteilun^en der Geographi-schen
Gesellschaft», Band 97, Heft II.—Wien, 1955.
El Sr. Matznetter, después del obligado resumen de las condiciones físicas del
Archipiélag:o, hace también el de ]a evolución histórica de la agricultura canaria.
Al llegar a los tiempos modernos destaca el contraste entre el secano y el regadío,
dentro del conjunto de variantes agrícolas que ofrecen las Islas.
El interés del trabajo destaca en la siguiente clasificación que hace de los cultivos
de secano canario:
/. Cultivo de aecano de tipo general:
A) Cultivo de secano en tierras húmedas.
B) Cultivo de secano en tierras áridas.
2. Cultivo de secano típico de Cánariaa:
A) Empleo de lápilli basáltico:
1) Por cubrimiento del suelo:
a) Enarenado natural.
b) Enarenado artificial.
2) Por mezcla del suelo.
B) Empleo de piedra pómez gris, jable de Tenerife (cubrimiento suelo).
C) Cultivo de arena movediza, jable de Lanzarote.
3. Métodos canarios de cultivo de aecano en regadío:
A) Mezcla de piedra pómez amarilla.
B) Cubrimiento de campos yermos de tomates con guijas de barranco.
A continuación describe cada uno de estos sistamas, con atinadas observaciones
acerca da las peculiaridades canarias. Destaca, como caso eicepcional, el método
de lat gavia» y nateroa.
145
Sin embargfo lo que más ha llamado la atención del autor es el cultivo en las
arenas volcánicas de las Islas, y a ello dedica la mayor parte del estudio, para hacer
resaltar la completa individualidad y orijrinalidad del método.
Se detiene en la búsqueda del origfen de las formas de cultivo típico para las
{[avias, que atribuye a los moros, pues el cultivo en j^avias es empleado también
en Murcia y Almeria.
La referencia más anticua del enarenado en Lanzarote la encuentra en Glas.
Sin embargfo supone que debió ser anterior este cultivo en La Palma (Fueocaliente)
y en Gran Canaria (Tafira). También plantea la duda de si el cultivo empezó realmente
por la erupción volcánica de 1730-1736, pues hacia la mitad del si^lo XVIII
ya estaba perfeccionado en tus rasaos fundamentales el enarenado natural. El
desarrollo del artificial debió estar ligado ai cultivo de las tuneras. En 1851
Hartung describe como completamente desarrollado el enarenado natural.
El autor ha rebuscado las referencias al enarenado en la mayoría de los que
visitaron las Islas en siglo XIX, especialmente en los trabajos científicos.
El cultivo átXjable lo sitúa en el año 1880 en la Caldera Trasera, desde donde
te fue ensanchando. Aunque Sapper no lo refleja, hace constar que no estuvo en
Soo. Supone que en lasvdemás islas se extendió con trabajadores de aquellas islas.
A Tenerife parece que llegó en este siglo, pues las referencias son tardías.
Sitúa el cultivo especial frente al antiguo del viejo mundo y al dry-farming
norteamericano, al que corresponde una posición completamente independiente y
unida a un factor muy preciso, es decir a la presencia de arenas volcánicas, además
del exacto conocimiento empírico de sus potibilidadet de aprovechamiento.
Sin embargo comidera que no se debe atribuir a la casualidad y que el campesino
ha tenido un papel muy importante. Compara a Lanzarote con Fuerteven-tura,
atribuye el desigual desarrollo al enarenado y destaca cómo una duplicó tus
habitantes mientras la otra permaneció estancada. El resultado es una notable
atenuación de la inseguridad económica.
Discrepamos del autor en la inclusión como cultivo en enarenado natural al
realizado en las arenas volcánicas. Creemos que dicho nombre debe reservarse a
los casos en que bajo la capa de arena existe suelo propiamente dicho, donde te
detorrollan la mayor parte de lat raices, cosa que no siempre ocurre en muchoi de
lot lugares señalados por el autor como cultivo en enarenado.
El trabajo que reseñamos es un adelanto de una obra de mayor importancia,
titulada Caracterítticaa fundamentaUi de la Geografía Agraria de las Islaí Canaria
», de la que daremos cuenta en estas páginas, una vez dispongamos de la traducción
del alemán, que amablemente nos está haciendo la Srta. Carmen Rota
García Montelongo. El Sr. Mattnetter, catedrático de Geografía de la Universidad
de Viena, enamorado de las Islas, ha iniciado una serie de trabajot tobre lat mit-mas
que, según referenciai particularet, irá apareciendo en laTevista que incluyó
el que reteñamot, los cualet, ademát de conttituir una notable aportación al conocimiento
científico det Archipiélago, ayudan a divulgar sus características, por le
que como canarios le ettamos agradecidos.
Leoncio APONSO
KHL, 10
146
José PERAZA DE AYALA! El contrato agrario y loa
censos en Canarias.—«Anuario de Historia del Derecho
Español»,XXV, 1955, pkgs. 257-291 [Hay separata]-
Este trabajo del Dr. Peraza de Ayala no sólo ofrece interés para los estudios
canarios, sino que merece destaquemos también su valia como fuente de conocimiento
del derecho privado en la Edad Moderna, periodo casi no investigfado por
los actuales especialistas, tanto en esta rama, como en la del derecho público,
la cual, como en otro lugar hemos señalado, demanda un más detenido examen, en
muchas de sus instituciones, como ocurre con las audiencias castellanas del territorio
metropolitano y con sus concejos municipales.
Como acertadamenta advierte el autor en la Introducción, el no haberse prestado
primordial atención al tema obedece al fondo de identidad que, por la general
influencia del derecho romano, presentan los tiempos modernos, en relación con la
Baja Edad Media, y que favorece la tendencia uniformista de la vida jurídica de la
época, haciendo coincidir muchas veces la práctica del derecho, no sólo en la parte
del territorio sometida a la legislación castellana, sino también en los de otros
reinos de los que vinieron a integrar la corona española. La escasa bibliografía es,
unido a otros méritos, motivo de que celebremos la publicación de trabajos como
el que reseñamos.
Con visión de jurista hace una síntesis de los hechos que acusan diferencias
en el campo de la aplicación del derecho, que ha obtenido del estudio de diversas
fuentes documentales, algunas publicadas en la colección «Fontes Rerum Cana-riarum
», pero, sobre todo, de la la paciente lectura de gran cantidad de instrumentos
públicos, conservados en los archivos históricos de protocolos notariales de
Tenerife y Las Palmas, así como de particulares de la primera de estas islas.
El Dr. Peraza nos dice textualmente: «En los años que siguieron a la conquista,
la necesidaii de poblar el país, la abundancia de tierras incultas y la falta de brazos
y de capitales dan lugar a un ambiente nuevo, que exige soluciones jurídicas
adecuadas. De aquí que aparezca limitado el derecho de propiedad por la obligación
de residencia; que ese mismo derecho esté condicionado a determinadas
plantaciones, y aun a llevar a cabo ciertas fábricas; que esté vedada la enajenación
del dominio durante un plazo y, lo que es todavía más interesante, que el medio
de que se trata haya permitido, aunque fuese en forma esporádica, el renacer de
instituciones de los primeros siglos de la Reconquista, las que, si bien no se ajustan
plenamente a los tipos clásicos de la Alta Edad Media, constituyen un hecho
de innegable valor histórico». El autor añade más tarde: «Préstase también el
asunto para sugerir algunas consideraciones dé carácter más amplio, por ser complemento
de una visión panorámica del desarrollo del censo y de otras cargas perpetuas
de la propiedad en España. Para aportar al examen de la enfiteusis datos
precisos en ciertos aspectos que no hemos visto puntualizados hasta ahora, como
es la aplicación de sus principios y prestaciones a otros censos y contratos, su influencia
en distintas escrituras de entrega de capital, tierras y solares, y, en último
147
término, el grado y persistencia de la institución hasta el sigflo XIX, cuando ya el
establecimiento de los censos va siendo raro».
Con perfecta sistemática, cl profesor Peraza de Ayala divide la materia que
trata en dos partes: la primera, dedicada a la propiedad de la tierra a raíz de la
conquista y a los contratos agrarios: complantación, arrendamiento y aparcería,
esta última examinada especialmente cuando se daba en tierra propia y cuando se
constituía para el cultivo de tierra ajena; la segunda, en la que expone la enfiteusis
temporal y los censos; éstos analizados en sus diferentes clases: enfitéutico, con-signativo
y reservativo, y en las condiciones varias en que podían establecerse los
primeros, sin olvidar la aparcería perpetua, la subenfiteusis y los antiguos censos
al quitar y fructuarios. También dedica dos apartados a un procedimiento especial
en materia de censos y al registro de los mismos, dando a conocer muchos
extremos que hasta ahora han permanecido ignorados del estudioso.
Sin duda una de las aportaciones históricas más importantes es demostrar que
en Canarias existió el contrato de complantación, o sea la «complantatio», que
aparece en los documentos medievales de aplicación del derecho, el cual relaciona
el autor, en cuanto a su origen, con el que le asignan a los de la Alta Edad Media
los profesores Sánchez Albornoz y Gibert.
Analiza doctrinalmente las transformaciones que van sufriendo los contratos
de censo por influencia de los principios de la enfiteusis y prueba que lo^ consig-nativos
llegaron a no presentar otra diferencia con el enfitéutico, por las condiciones
en que se establece, que el estar situados en fincas del propio censatario, y
califica la situación de venta del dominio directo.
También trata el autor del problema de la conversión del arrendamiento en
censo y cita diversas disposiciones del siglo XIX y reciente jurisprudencia, interesantes
en extremo para el abono de su tesis.
No faltan, asimismo, consideraciones de carácter social y noticias históricas
•obre la vida agrícola de las Islas; igualmente aporta interesantes datos para el conocimiento
de la Real Audiencia y otras instituciones.
El trabajo está concebido con originalidad y el tema estudiado con sutil espirita
de jurista y de buen conocedor de la historia del Archipiélago. Por ello y por
la perfección de su método y claridad de exposición, estimamos que El contrato
agrario y lo* censos no desmerece en nada a otras publicaciones histórico-juridicas
del Dr. Paraza de Ayala.
L. R. O.
CHARLES VERLINDEN: L'esclavoge dans tEurope
Medieval. Tome I. PéninsuU Ibérigue-France.—Braggt,
1955.—929 págs.—4°.
Después de numerosos trabajos sobre el mismo tema, el Dr, Verlinden nos da
ahora una obra de conjunto en la que estudia la esclavitud en sus aspectos social y
148
económico. Hasta ahora los tratadistas so habían ocupado fundamentalmente de
U parte jurídica, en detrimento de la cuestión social y del aspecto económico.
El Dr. Verlinden, que no descuida la parte jurídica, no se limita solamente a
estudiar la esclavitud medieval en los aspectos antedichos, aunque ésta ocupa U
mayor parte del volumen; antes presenta un cuadro completo de la esclavitud en
los últimos siglos del Imperio Romano, y, al final, en un anejo, una visión resumida
de la esclavitud en la Edad Moderna.
El interés de esta obra para nuestra regalón radica en que las Canarias, hacia
finales del sijrlo XV, aportaron, mezclados con ntgTOi y moros, un contingente de
indig'enas a los esclavos peninsulares, especialmente a los mercados de Sevilla
y Valencia, hechos que ahora quedan incorporados a la historia general de U esclavitud.
Además, en conjunto, la obra tiene un valor positivo, y no contaba con precedentes.
Ha sido objeto de recensiones elogiosas, por ejemplo en «Revista de
Indias» por M. Ballesteros-Gaibros, n° 65, 1956, pág. 469; por Jaime Vicens Vives
en «índice Histórico Español», n° 12, 1956, pág. 346; etc.
M. M.
LUIS WECKMANN: La* Bulas Alejandrinas de 1493
y la Teoría Política del Papado Medieval. Estadio de la
Supremacía Papal sobre Islas, 1091-1493. Introduc.
por ERNST H. KANTOROVICZ.—México, Instituto de
Histona [de la Universidad], 1949.
Este estudio —cuyo conocimiento debemos a nuestro compañero Sr. Pérez
Voituriez— es evidente que afecta a la suerte política de nuestras Islas, desde su
redescubrimiento a finales del siglo XIII o comienzos del XIV hasta su total incorporación
a Castilla por los Reyes Católicos en 1496, aunque sólo en el terreno de
la teoría. A esta cuviosa teoría medieval, que atribuía a la Iglesia, en su cabeza
visible, el Papa, el dominio directo de todas las islas, aludimos ya hace muchos
años, a base de un breve pero sustancioso estudio de Paulo MerSa, cuando escribimos
sobre los portugueses en Canarias. Nos interesaba entoncet y ahora por su
conexión con la investidura del Principe de la Fortuna ¿bmo Rey de Canarias,
primera aplicación de este derecho pontificio a las islas nuevamente halladas.
Weckmann se pcupa del caso extensamente en su capítulo VIII, apartado I, páginas
229-239. Desgraciadamente su bibliografía, como era de temer, no es completa, y
nada nuevo añade, por otro lado, a lo dicho por los autores clásicos de historia
eclesiástica. En efecto, omite el trabajo de Zunzunegui, que completa, por lo menos,
los documentas pontificios y otros referentes al caso, que fueron exhumados
por los autores referidos, con fragmentos no puramente formularios sino de considerable
interés propio; tampoco menciona el estudio antes aludido de Paulo Merda,
149
y, naturalmente, menof los de autores canarios, entre ellos los míos. Di^o, cita a
Viera y Clavijo y una anónima Historia de las Islas Canarias, que debe de ser la
editada por don Anselmo Benitez. Y esta última fuente no solamente no le informa
de nada nuevo, sino que le descarria al copiar un párrafo de Marín y Cubas en
que se admite una donación anterior de las Islas por el Papa al rey Roberto de
Ñapóles, de quien habrían pasado a su nieta Juana I, que a su vez habría concedido,
el señorío de ellas a don Luis de la Cerda. Esta combinación fue imagfinada por
Marín y Cubas para explicar la cesión pontificia que ¿1, desconocedor de la pretensión
eclesiástica medieval, no podía fundar en ese dominio papal de las Islas todas.
Marín leyó y no entendió un párrafo de otro cronista anterior, Abréu Galindo, que
dice simplemente que la ciudad de Aviñón, ¡no Islas algunas!, perteneció a la reina
Juana hasta que la cedió al Papa. El autor, de todos modos, reconoce explícitamente
que no ha podido verificar en los documcfntos el aserto de Marín. En
cambio, pudo añadir a lo sabido, si hubiera transcrito los sermones del papa Clemente
VI, con ocasión de la investidura del Infante, sermones que de referencia
conocen muchos pero que no han sido jamás publicados. En ello nos ocupábamos
con un buen compañero de estudio, el pasado ano, cuando dificultades de varios
órdenes nos obligaron a suspender el trabajo, que Dios mediante se reanudará, si
Él nos da vista y salud.
En fin, el trabajo de Weckmann es una aportación documentada y preciosa
para la comprensión de ésta y otras doctrinas medievales sobre las atribuciones
temporales de la Iglesia.
E. SERRA
SEBASTIÁN JIMÉNEZ SANCHEZ: La vivienda aborigen
en la Isla de Fuerteventura. Separata de Actas del I
Congreso Arqueológico del Marruecos Español (Tetuán,
ríJi;.—Tetuán, 1955, Pg. 517-521 + 6 láminas.—4°
La vivienda propiamente construida sólo existió entre los aborígenes de Gran
Canaria y de las dos islas orientales; en éstas sin duda fue más rudimentaria, pero
no deja de ofrecer características sumamente originales, en las que Berthelot y los
curiosos del siglo pasado llamaron «casas hondas». El autor ha estudiado estas
construcciones en número y con detalle infinitamente superior a los curiosos aludidos.
Desgraciadamente la brevedad de esta comunicación no permite suplir la
ausencia de las Memorias hace unos años suspendidas para la provincia de Las
Palma*; pero los grabados que acompañan son bastante claros y precisos para suplir
la deficiencia: vemos los cubículos de forma redondeada abocando a un patinillo
común y formando racimos o grupos independientes en relación con amplios
corrales o gambuesas (es cierto que, salvo uno, los planos reproducidos carecen de
escala...). Esto nos recuerda el carácter esencialmente ganadero de la economía
150
majorera antehifpánica, si bien el autor supone que coexistió con el cultivo de
cereales, de que no tenemos prueba ni indicio. Esta importancia esencial del granado
cabrio justificaba de sobra el nombre de la capital de la Isla, en mala hora
cambiado por otro caprichoso, por los eternos innovadores siempre avergonzados
de su progenie.
E.S.
José A. PÉREZ REGALADO: Zorrocloco en España y
América.—Separata de «Archivos Venezolanos de Folklore
». Año I, n° 2, Caracas, jul.-dic. de 1952.—Universidad
Central, Facultad de Filosofía y Letras.—7 págs.
Es un interesante estudio de esta palabra zorrocloco, más que de la institución
ancestral a que corresponde en principio. El autor, alumno que fue de nuestra Universidad
y que ya se había ocupado del tema en publicaciones españolas, ha sido
el primero en realizar una verdadera encuesta sobre esta palabra en Canarias.
Después ha extendido su trabajo a Venezuela, adonde ha pasado con los inmigrantes
canarios. Resulta que si bien el sentido prístino fue el de padre que practica
la covada {couvade), al caer en desuso esta costumbre, hace cosa de un siglo,
cuando la voz se ha mantenido ha sido merced a un cambio semántico, que le ha
dado el valor de 'zahori', 'taimado', etc.
E. S.
SEBASTIÁN JIMÉNEZ SÁNCHEZ: Mitos g leyendas:
Prácticas brujeras, maleficios, santiguados y curanderismo
popular en Canarias.—Las Palmas de Gran
Canaria, Publica. «Faycán», núm. 5, 1955.—40 pp.--4''.
Este librito contiene, además de copiosos materiales de supersticiones populares,
tadavta muy vivas en el pueblo canario, una introducción histórica, en la que
se aventuran algunas ideas sobre las causas de este ambiente popular a que nos
referimos; no se atreve el autor a señalar concretamente qué creencias pueden
proceder de la época antehispánica y qué otras deben atribuirse al elemento morisco
o al negro africano. De todos modos, reconoce que a estos últimos ha de
corresponder el mayor número, en comparación con aquél. Como no faltaba en
España un caudal de superstición, nos atreveríamos a sospechar que a moros y negros
se debe antes el ambiente favorable que cada una de las creencias mismas.
Reseña las intervenciones de la Inquisición, los juicios de Próspero Casóla, los
permisos de importación de esclavos, etc. Al estudiar luego la hechicería, con
151
datos de experiencia personal y antecedentes literarios e históricos, tomados estos
de los leg-ajos de la Inquisición del Archivo Histórico Nacional y de El Museo
Canario, observamos una condenación, de parte del autor, por lo menos extemporánea,
ya que ni podemos creer todo lo que creyeron nuestros pasados, ni en esta
ocasión utilizamos su testimonio para otros fines que los informativos. En el capítulo
que titula Fantasía y Leyenda se reproducen curiosas narraciones de este ambiente
supersticioso; se habla luego de espiritismo y médiums, esto con excesiva
brevedad; de los adivinadores, de los santiguados con sus formularios íntegros y
el «^cetario del curanderismo popular. No pasaremos en silencio las curiosas viiíe-tas,
de Victorio Rodríguez, con tipos característicos de brujería. En total, un repertorio
que no podrá omitirse en cualquier estudio de la psicología popular canaria.
E. S.
SEBASTIÁN JIMÉNEZ SÁNCHEZ: 5ucín<a Ais/oria de la
devoción del pueblo canario a Nuestra Señora del Pino,
patrono de Gran Canaria.—Las Palmas de G. Canaria,
Alzóla, 1955.—112 pg. + 20 grabados en 12 láminas.—
4°.
El autor explica sencilla y claramente en su Prólogo la finalidad y el contenido
de su obra presente. A sugestión del cura párroco de la basílica santuario de la
Virgen del Pino, tan venerada en Gran Canaria, escribe un libro de objetivo
piadoso, de tributo a la Virgen patrona de la Isla, libro que al mismo tiempo sin
excesivo fárrago de erudición, sobre todo evitando todo espacio perdido en discusiones
de detalle, presenta una síntesis del origen de este culto, de la imagen en
torno a la cual se mantiene y del desarrollo del mismo a través de los siglos. Es
una obra de divulgación, de lectura devota, pero provista de toaos los elementos
de erudición, de todos los datos exactos y materiales gráficos necesarios para hacer
de ella un documento del culto canario a la patrona de Canaria.
En efecto, como puede verse fácilmente en la copiosa y puntual bibliografia
que trae nuestro libro en sus páginas 107-109, la historia de la devoción canaria a
la Virgen de Teror contaba ya con obras escritas con todas las exencias de la erudición
histórico-eclesiástica, como la del Dr. García Ortega, publicada en 1936.
Precisamente lo que se echaba de menos era algo tan informativo pero más popular
e ingenuo en la forma, en que se superase el estudio crítico, que no interesa ya
* los creyentes, para llegar a la tranquila contemplación. En cambio Jiménez
Sánchez ha querido ser copioso en datos precisos, como las listas de'bajadas de la
Virgen • la ciudad, de curas párrocos desde 1558 a 1955, visitas de personalidades,
actos marianos, materiales folklóricos del culto de la Virgen, la citaba bibliografia,
etcétera. Una presentación esmerada completa esta bella obra devota.
E. S.