Notas bibliográficas
RAYMONI) MACCUHDY: The Spanish Dialed in
SI. Bernard Purish, Louisiana, Publ. de la Univer-sity
of New México, Albuquerque, 1950. 88 págs.
en 4.°.
Millares Torres, en su Hi.itoria general de las Islas Canarias,
dice que «por 1778 salen de las Canarias varias expediciones con
el objeto de poblar la Luisiana, recientemente cedida a España, en
cuyas lejanas costas fueron a establecerse mas de 4.0(K1 canarios,
llevando allí sus usos y costuujbres»'. Ante esta noticia, se piensa
de pronto que debe, de estar algo exagerada la cifra de aquellos
emigrantes. Un primer intento de comprobación fracasa: la obra
de Vicente Rodríguez Casado, Primeros años de dominación espU'
ñola en la Luisiana' sólo llega hasta el fin del gobierno de O'Reilly
(1770). Mayor provecho e interés para la comprobación ofrecen
los Documentos históricos de La Florida y la Luisiana. Siglos XVI
al XVIII, publicados por la Biblioteca de los Americanistas'^. A uno
de ellos, Relación de la campaña que hizo don Bernardo de Calvez,
contra los ingleses, en la Luisiana. Septiembre del año Í779,
pertenecen estas líneas:
«...llamó a junta a todos los gefes y capitanes de su guarnición,
y haviéndoles presentado los planos de esta provincia, con las más
exactas noticias de las fuerzas que los ingleses tenían en el río, que
pasavan de 800 hombres de tropa veterana, y con el conocimiento
de las que ocupavan por nosotros llegavan a 500; los 330 reclutas
acavados de llegar de Canarias y de Mégico, se resolbió que, si no
venía algún refuerzo de la Havana, hera menester fortificarse en la
villa...» (pág. 344).
En otro de los documentos. Reflexiones políticas sobre el estado
actual de la provincia de la Luisiana, por Martín Navarro, 1782,
se dice lo siguiente:
1 Cfr. la edíc. de Las Palmas, 1894, tomo VI, págs. 220-221.
2 Madrid, 1942.
3 Madrid, 1913.
4id
«Con ciento y veinte pesos se puede establecer una familia pobre,
comprendido el gasto de dos años de víveres, y no consumirá
el Rey las sumas inmensas que está costeando a las actuales que
han venido de las islas Canarias y Málaga.
»Una contrata de mil familias alemanas, casadas y de buena
robustez, a cualquiera costo serían baratas; no faltarían contratistas
que por la vía de Olanda las fazilitasen de aquellos países inmediatos...,
permitiendo por excmplo, un número de navios, a tantos
hombres por tonelada, conforme a las convenciones más adaptables,
sin nezesidad de despojar las Canarias, útiles a otros fines*
(pág. 369).
Como no se trata de comprobar el número exacto de los canarios
que en el último tercio del XVIII emigraron a la Luisiana, resultan
suficientes los datos que estos dos documentos nos proporcionan.
De ellos se deduce que la emigración fue importante, y con
esto basta. Las noticias de Millares deben de ser bastante exactas.
De lo que ni Millares ni ningún otro autor canario nos dice nada
es de la suerte que corrieron aquellos emigrantes, de su suerte
o de sus desventuras en América, de la labor que allá realizaron,
de la perduración de sus influencias, l'.s ahora Raymond R. Mac-
Curdy quien nos viene a ilustrar, en la obra objeto de este comentario,
sobre la extraordinaria supervivencia de los elementos culturales—
lengua, cantos, costumbres...— llevados a la Luisiana por
los canarios.
Con datos tomados de la llistory oj Luisiana de Charles Gaya-rré,
nos declara que precisamente con la llegada de numerosas familias
transportadas desde Canarias a expensas del rey, la Luisiana,
que hasta entonces había arrastrado una vida lánguida, empezó,
hacia 1778, a lograr alguna actividad y desarrollo. Algunos
de aquellos colonos se establecieron en la Terre aux Boeufs, una
porción de tierra hoy incluida en la parroquia de St. Bernard, cuyo
dialecto ha servido de tema para las tesis doctoral del profesor
MacCurdy.
La pequeña colonia se vio desde el primer momento sometida a
poderosas influencias extrañas. Allí se había encontrado con bastantes
plantaciones francesas de la época anterior a la cesión de la
Luisiana a España. La población francesa aumentó después continuamente
con refugiados de Acadia que buscaron hogar y seguridad
en la parroquia. En el aspecto religioso, dependía, además,
del clero francés de New Orleans.
Esta primitiva influencia francesa fué sustituida después, al
pasar la Luisiana a los Estados Unidos, por la influencia norteamericana.
La nueva influencia, si primero fué suave, ha sido luego
muy absorbente. Hoy, en las escuelas, está prohibido hablar el
español.
420
A pesar de esta doble presión, presión de dos culturas superiores,
no de indígenas de rudimentaria cultura y de los dos siglos
que casi han transcurrido desde entonces, el fondo cultural de la
colonia sigue siendo español. Española es en todos los aspectos la
base del dialecto de St. Bornard*; espaiiola es sxi literatura tradicional^
y, para que nada se pierda, todavía está vivo el origen de los
primitivos colonos en el nombre que aun se sigue aplicando a sus
descendientes; isleños.
Las causas de este extraordinario supervivencia han sido, por
una parte, el aislamiento en que han vivido las comunidades isleñas
de St. líernard, y, por otra parte, las especiales ocupaciones de
sus habitantes. Con excepción de los tenderos y pequeños mercaderes,
la población se dedica a colocar redes y trampas para coger
animales aprovechables, por su rica piel, durante la estación que se
extiende desde el 30 de noviembre hasta el 1." de febrero. Durante
este período, hasta la asistencia a la escuela se interrumpe. Los
trappers, que es el nombre que se da en Norteamérica a este tipo
de cazadores, se marchan con sus familiares a sus puestos en los
pantanos, donde viven en barcos cabanas, lejos de toda clase de
americanismos. Al final de esta estación, los isleños se dedican a la
pesca de moluscos, a cultivar ostras y a reparar sus redes y barcos
para la estación de pesca del camarón, que se extiende desde el 16
de abril al 9 de junio y desde el 11 de agosto hasta octubre. La
caza de animales de rica piel y la pesca del camarón son las ocupaciones
más lucrativas de los isleños. Tanto una como otra ofrecen
frecuentes ocasiones de regocijo y camaradería. Por lo común, un
cocinero especial prepara la comida de la noche, que es compartida
por diez o doce pescadores. Después de la cena, sigue una larga
4 «...the foundation of tlio T.ouisiana dialocí in all its aspects lexico-graphical,
phonoloffical and morphoIoKÍcal-- is Spanish» (páff. 4).
5 Todos los aspectos lingüísticos del estudio de Mac(/urdy están basados
en textos folklóricos, espontáneamente relatados por informantes
nativos; luego han sido verifloados aisladamente. Algunos de estos textos
ya han sido publicados por su colector: Spanish Riddlcs froni St. Tiernatd
Parish, Louisiana, en «Souther Folklore Quarterly», voi. XII, núm. 2, juno,
1948; Spanish Folklore from SI. Uernard l'arish, Louisiana: I'art I Barkground;
Part II. Jokes and Anccdotes ofQuevedo, «Ibídem», XIII (1949). K\ primero de
estos dos trabajos, que es el <iue conozco, recoge adivinanzas tan españolas
y tan populares en Canarias, como éstas:
Peluda por fuera,
peluda por dentro,
alza la pata
y métela dentro.
Una casita muy encaladita
sin puertas, sin ventanitas.
421
sesión de bromas, cantos y juegos. Estos regocijos, repetidos noche
tras noche, han contribuido en gran medida a preservar y conservar
la vigorosa cultura tradicional española.
A causa de esta vida aislada y especial, los isleños no tienen todavía
un gobierno municipal serio. Y, hasta hace poco, los matrimonios
se celebraban en el círculo cerrado de la comunidad.
A pesar de todas estas especiales circupstancias, la cultura española
de St. Bernard no ha podido librarse de ajenas influencias,
y hoy presenta ya todos los rasgos de la cultura de las zonas fronterizas;
en lo que se refiere a la lengua, concretamente, se advierte
una gran heterogeneidad de tendencias fonéticas, morfológicas y
lexicológicas; formas vacilantes y de compromiso; hasta tendencias
de dialectos diferentes en una misma palabra.
En general, el dialecto de St. Bernard revela, fonética y morfológicamente,
una gran afinidad con el habla popular de Andalucía
y Tas Antillas, y en particular con Santo Domingo. MacCiirdy explica
estas semejanzas por ser la pronunciación de Canarias más
parecida a la de Andalucía que a la de ninguna otra región española
y haber habido íntimos contactos entre la Luisiana y Santo
Domingo. En este último aspecto recuerda que en 1794 un gran número
de españoles de Santo Domingo, plantadores de azúcar, se
establecieron en la Luisiana, y supone que algunos de los isleños
debieron de haber trabajado con ellos. No señala, sin embargo,
MacCurdy, ni tampoco Henríquez Ureña en su estudio sobre El
español en Santo Domingo (B. Aires, 1940), la posible influencia
canaria en el español dominicano. No conocen, o no valoran, lo
importancia de la emigración isleña a la Española, de ninguna manera
despreciable. Sin contar inmigraciones anteriores, solo entre
los años 1720 y 1764 llegaron a Santo Domingo justamente cuarenta
barcos con un total de 483 familias canarias, todas de cinco individuos,
salvo 20 familias que pasaron de dicho número. Con canarios
se poblaron Monte Christi, Puerto Plata y Samaná. Y con canarios
se había fundado, a fines del siglo XVII, junto a la capital,
la población de San Carlos, que en el siglo XVIII tenía ya 2.500
vecinos". ¡lay fundamento sobrado para suponer una influencia del
habla canaria en la dominicana y para que ella justifique en cierta
medida la afinidad que MacCurdv observa entre el dialecto de los
isleños de St. Bernard y el dominicano. Aparte de estas influencias,
el habla de Canarias y la de Santo Domingo presentan mechas
semejanzas; no en vano el archipiélago canario y la Española
fueron conquistados en la misma época y colonizados con población
de análoga procedencia.
6 Cfr. ANTONIO SANCHKZ VALVKROK, Idea del mlor de la isla Española,
edición anotada, Ciudad Trujillo, 1947, págs. 132 y 138-139.
422
Los rasgos fonéticos del dialecto de St. Beriiard coinciden, en
general, con los del habla rústica de Canarias, si bien, en su mayoría,
son comunes al español vulgar. Estas coincidencias pueden
resumirse de la manera siguiente:
Las vocales acentuadas se conservan firmes, menos en algunos
arcaísmos corrientes en español rural: truje, mesmo, sernos.
En las vocales inacentuadas se dan los siguientes fenómenos:
a >• e {estilla, legarto, que en Canarias, cerrándose más, llega a
ligartó); e > i por asimilación {dicir, pidir, vistido); e >• i por
influencia de yod {lición); pérdida de la e inicial en varias formas
del verbo estar (ta, tan, etc.); o > a (atorgar); o >• u por asimilación
(custurera); y en varias formas de verbos [uyir, rumpió, dur-mir,
fundiar); u •>• o {colata,, fasilar).
En los diptongos: au >• a {anque); eu >• o (romatismó); ie =- e
{pacencia, concencia); ue •>• o (pos); uo > o {individo).
En las vocales en hiato: diptongación de ai; áe ">• di {cai, trai);
eó > ió [pión, pior); eí > i {rir, frir); oa >• ua {tualla); oí >• uí,
que se convierte en uyí en el infinitivo y en otras formas del verbo
oír; ia se conserva, pero a veces se convierte en iá [habió); lo se
conserva, pero frecuentemente se intercala una j - entre las vocales
{friyo); uí sufre siempre la misma inserción (juyir).
La nazalización ocurre en el caso de vocales entre dos consonantes
nasales [mancfta).
En las consonantes labiales y labiodentales: b y v iniciales delante
de ue cambian en g {güeno, giielto): lo mismo ante o o M
{golver, gomitar, tigurón); la b se pierde en el grupo bs {oscuro,
oservar), el grupo mb se reduce a m {tamién, comenencia); lamber,
sin embargo, es frecuente. La p no presenta irregularidades, salvo
en la forma híbrida/e^ítV/o [pestillo), en St. Bernard, por cruce
con el port. fechillo, bastante corriente tanto en St. Bernard como
en Canarias: en relación con la h derivada d e / l a t i n a , sorprende
que en muchas palabras haya llegado a tener en St. Bernard la pronunciación
de jota, y no se haya conservado aspirada como en el habla
popular canaria; la/original latina se conserva en algunas voces
(fierro en St. Bernard, foguera en Canarias).
En las dentales e interdentales: la d en posición inicial absoluta
se pierde en decir >• icir; el arcaísmo onde (> lat. unde) persiste; en
posición intervocálica se pierde no sólo en los finales -ado, -ido, sino
en otros casos médico >• méico, alrededor >• alredory alreor); en posición
final se pierde; la c es pronunciada como « y la z no existe.
En las alveolares: la s tiene articulación dorsoalvear; en posición
intervocálica se aspira: nosotros >• nohotros; en final de sílaba
generalmente se aspira {pehcueso, ehpina, máh grande, doh barriles);
delante de -g- las dos consonantes se funden en un sonido aspirado
{los guantes •>• lo huantes); la I se cambia en r en algunas palabras (ar-
423
guiler); en final de sílaba la / puede vocalizarse en /; el marinero (en
Canarias parece circunscrito este fenómeno al liahla de alguna
gente de mar); la -r- intervocálica puede perderse (////>« >- ;n/n, que
en Canarias suele ir acompañado de cambio de acento: niíá), en
final de sílaba la r se aspira con frecuencia (carne > calme; en Canarias
no se da en todas las islas); lo mismo que la /, la r puede
vocalizarse en i {el cuerpo > ei ciieipo); la -r en final de palabra se
aspira con frecuencia (mejor > mejoh^ dormir > dormih); la n en
final de sílaba seguida de s (o c pronunciada como .?) se debilita v
hasta desaparece (entonces > entocc); este fenómeno es aún más frecuente
cuando la n va seguida de -j- (naranja =- nnraja. berenjena
:=- hcrejena); la forma encina (del port. encin/ia), según MacCur-dy.,
debió de llegar a St, Reriiard a través de Canarias, y es probable,
aunque no la he oído en las Islas.
En las palatales: el cambio -//- > -y- se da también en Canarias,
pero no es general.
En las velares: \ajota intervocálica se debilita y se reduce a simple
aspiración (trabajo >• trabaho, iüejo>- vicho); la-jr-inicial de
palabra o sílaba seguida de o o (/ pasa con frecuencia a b (gusano
>• husano, aguja>- abuja); el grupo gn, como es corriente en el
habla popular, se reduce a n {magnífico =•• maníjico).
En los cambios especiales se dan las siguientes coincidencias:
prótesis de vocales, especialmente en formas arcaicas que persisten
(abajar, ajuntar), prótesis de consonantes por aglutinación del artículo
(leje-<: el eje); y de grupos (entodavía, emprestar, estijera); epéntesis
en formas verbales analógicas como haiga {haya),juigo (huyo),
vaiga (vaya), y en otras palabras como caiba (caía), alantrc [adelante),
proba (proa); epitesis de vocales como en azucara (azúcar) y de
consonante como en las formas verbales analógicas ^ana.síeí, vistes,
fuistes, en el doble plural de pieses, cafeses y en las formas populares
ansina y asina (así); aféresis como en bujero (agujero), cedía
(acedía), garrar (agarrar), icir [decir), espabilar (despabilar), sudar
(ensuciar), somarrar (desamarrar); síncopa como exprimentar (experimentar),
tamién (también), faldiquera (faldriquera); apócope como
en sarampio (sarampión); metátesis como naide (nadie); niervo [nervio),
y otras muchas corrientes en el español vulgar.
En la morfología hay fenómenos bastante generales como cambios
de género [la costumbre > el costumbre, la .sartén =- el sartén)
y los plurales dobles ya indicados (pieses, sofaces). En los pronombres
hay coincidencia en el uso de ustedes en lugar de vos y vosotros;
en el empleo de lo y la como acusativos y de le como dativo;
en el empleo del interrogatotivo cuálo y cuála; en el escaso uso del
indefinido ambos que se sustituye por los dos; en la sustitución del
reflexivo íi, que no se usa, por él «las llevó con el». En los verbos
se dan los siguientes fenómenos coincidentes: la sustitución de la
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segunda persona del plural por la tercera con ustedes; la diptongación
de la e radical de aprender y comprender en el presente de indicativo
y de subjuntivo (apriendo y aprienda); la persistencia del
final ía por eía en el imperfecto de indicativo como en vía (veía),
cría (creía), en el que, a veces, surge una b apentética como en
caíba (caía); la vacilación del itviperfecto de indicativo de dir (ir)
entre día, días, etc. y díba, dibas, etc.; la persistencia de las formas
arcaicas trujo, trujiera; el empleo de la tercera persona del singular
del presente de indicativo en lugar del imperativo: pone (pon) sale,
(sal).
Me he detenido tanto en resumir las coincidencias que he hallado
entre la fonética de los actuales isleños de St. Bernard y los de
Canarias, porque creo que con ello facilito materiales a los estudios
de estas islas, que tal vez tropiecen con algunas dificultades
para conseguir la publicación del Dr. MacCurdy. Además, este resumen,
por ser bastante detallado, representa indudablemente una
aportación de elementos para el estudio sistemático de la fonética
canaria, tan deseado por todos.
En el vocabulario, por limitaciones de espacio, reduce su estudio
el autor a las palabras no corrientes en el español: arcaísmos
españoles y variantes fonéticas; términos franceses hispanizados y
franceses de Luisiana; palabras francesas y francesas de Luisiana,
usadas en el habla cotidiana, que conservan su pronunciación original;
dialectalismos canarios; portuguesismos; voces hispano-ame-ricanas;
términos ingleses hispanizados, y palabras de origen oscuro
y desconocido.
El rasgo más notable es el gran número de voces francesas y
francesas de Luisiana que se han adoptado en forma hispanizada,
literalmente trasladadas al español o conservadas con pronunciación
francesa. Este importante grupo de voces está integrado por
nombre de instrumentos desconocidos por los primeros colonos,
toponimias, nombres de animales, de plantas y de telas.
Otro rasgo distintivo del vocabulario es el notable número de
portuguesismos que se usan corrientemente. Este rasgo no debe
sorprender, sin embargo, según opina el mismo autor, porque en
Canarias, de donde procedían los primeros colonos, abundan las
voces portuguesas. Registra las ya señaladas en Canarias: caquero,
cambado, cambar, emborrullado, escanillo, escarranchado, fechadura,
fechillo, ferruje, fondaje, jailo [jeito), liña, morianga, pilla, quejo,
rente, safado.
En lugar de caquero, rehistra caguero. Debe de ser error producido
por la edición que la Real Academia Española hizo de la Colección
de vocps y fra.ies provinciales de Canarias, en la que, por
confusión de la -g-por -g-, figuran también caguero. En Canarias
la forma corriente es caquero, del port. caqueiro, y este de caco y
425
el suf. -eiro (NASCENTBS). A encelar lo da como portuguesismo, pero
como es también voz española, lo más que se podr;i decir es que
llegó a St. Bernard, vía Canarias, de la doble procedencia hispana y
lusa. Lo mismo cabe decir de escachar. Otras observaciones podían
hacerse, si esta nota no hubiera adquirido ya tanta extensión.
Por último, como es natural, los regionalismos canarios también
abundan. Entresacando sólo lus más significativos, pueden
anotarse los siguientes: bandola «vuelta o doblez de un vestido»,
esmnyar y esmayo (Can. desmayar y desmajo) «bostezar» y «bostezo
», garrar, «agarrar», gofio, guantazo, giiirre, puntilla «cortaplumas
», nisperero, nómbrete «apodo», sarampio, tacho «chato»,
testimonio «falso testimonio», tregunada (Can. tribunada) «tronada
» (que también parece portuguesismo, de trovoada).
No faltan las voces cuya área se encuentra reducida a Canarias
y América: morrocoyo, machango, embullado, etc.
Por todo este rico contenido, examinado con un criterio estrictamente
científico, el estudio del Dr. MacCurdy resulta de muy subido
interés. Este interés general, para Canarias se acrecienta y
duplica.
A la vista de este caso extraordinario de supervivencia de la
cultura isleña en un medio cercado por culturas com|)letaniente
extrañas, más desarrolladas en muchos aspectos, debe pensarse en
las influencias más amplias, y más normales, de los canarios en
llispano-América. Ea Facultad de Filosofía y Letras de Laguna o el
Instituto de Estudios Canarios debieran tomar sobre sí la misión de
ir reuniendo materiales para hacer algún día la determinación y el
estudio de la enorme labor que, en todos los aspectos, han realizado
los isleños en América. Ahora que el estudio de la historia interna
de las Islas parece que va llegando a determinarse con bastante
precisión y claridad, bueno es que se vaya pensando en fijar
esta historia de la expansión canaria (jue, si no es más interesante
que la otra, no lo es menos.
J. ri':i{KZ VIDAL
Planas de Poesía, Las Palmas do (irán Canaria,
núms. [ (L" julio 1S)49) a X(4 noviembre 1950).
Desde que aquel culto escritor e intrépido librero Juan Manuel
Trujillo residió en Gran Canaria para enseñarnos lo que era editar
con sobriedad y buen gusto, han venido apareciendo ininterrumpidamente
casi tantas colecciones poéticas como poetas son: «Colección
para 30 bibliófilos», «Cuaderno de Poesía y Crítica», «Los Dioscu-ros
», «El Arca», «Planas de Poesía»... Esta última serie literaria,
fértilísima en números, es el teína de la presente nota.
426
Dirigen las ediciones los hermanos Agustín, José María y Manuel
Millares, con pulcritud tipográfica y buen criterio selectivo.
La exhumación de valiosos originales inéditos de García Lorca y
Alonso Quesada bastaría para justificar sus esfuerzos.
Hasta el presente, diez son las entregas de «Planas». De ellas,
un sabroso cuento de Jorge Campos, ilustrado por el pintor impresionista
Eduardo Vicente, es la única obra no insular, a que nos
contentamos con aludir. Las demás, por numerosas y diversas, exigen
un comentario particular, desglosado.
LIVERPOOL por JOSÉ MARÍA MILLAUKS
Un violento afán cosmopolita, muy isleño, canta desordenadamente
confusos males de la civilización. Neruda está presente en
su procedimiento de audaces asociaciones, invocaciones urgentes a
cosas muy diversas, congregadas para un fin único. Sapos de azufre,
pezuñas de lagarto, aletas de pez, estopa, alquitrán... Una multitud
de sustantivos traídos a colación enumerativamente componen
un solo poema, por el milagro sintáctico de conjunciones háDÜ-mente
encadenadas. Se utiliza el mal llamado verso libre: prosa
con abundantes sangrías, que desdeña la rima, el metro, la acentuación
y el ritmo. Si no la forma, su esencia, esa patética esencia
invocativa, le presta calidad de poema. Ráfagas retoricas describen
un oscuro mundo mecanizado, en un impresionismo libre de la razón,
indirigido, dentro de un tono intencionadamente trascendental.
Walt Whitman grita, a veces, desde Liverpool, increpando
al lector, como en arenga moralizante. Y, en ocasiones, aciertos
poéticos nos subyugan. Hong-Kong ea acaso el poema más logrado,
porque el caudaloso verbo del poeta consigue canalizarse desde
la segunda mitad y adquirir algo más que brillantez descriptiva:
intención y sentimiento.
Ya no podrán
contra el dulce cielo amarillo
de sus maduras pieles de manzana,
ni contra sus afretados ojos de arroz purísimo,
ni contra todo lo que nace de raíz como las alas,
como la sangre,
como la vida.
El resto del opúsculo, en ese tono cuotidiano que el autor de
Residencia en la tierra sabe dignificar, se pierde en una exuberancia
de sinónimos, reiteraciones y lapsus gramaticales. Allí el alba
se agrupa en sus ojos, la noche convive bajo el cielo, y alguien
de cada rincón salta de una bodega a otra. Allí eruptos, ca-
421
fes, cines y malas digestiones alternan con las más elegidas sustan
cias líricas. Concomitancias sólo explicables en una poesía social
que intenta llevarnos al bien y a la belleza por contraste, por
reacción.
Manolo Millares ilustra los poemas con dibujos sintéticos, donde
la ciudad se condensa en trazos sobrios y altamente plásticos.
DE LA VENTANA A LA GALLE por AGUSTÍN MILLARES SALL
En Agustín Millares se encamina y cierne la lírica impetuosa de
su hermatio José María. Seis poemas integran De la ventana a la
calle. Seis poemas de diversa factura y época, que, sin cmbar;
se abanderan bajo una misma idea y forman unidad. /V'
Tira el viento de los árboles,
tira el rio de los pies.
Viento y río sólo ven
lo que no pueden llevarse.
Toda la canción española, hasta Machado y Miguel Ilernánd
suena en los oídos de Agustín Millares, que se dispone a ser, desde
que escribe, un poeta popular. Millares ha descubierto la magia del
dicho trivial, de la frase, hecha, cuando va sabiamente enquistada
en un concepto noble. Este es el procedimiento capital de su poesía:
casi su exclusivo procedimiento.
Que venga ese día
descorchando puertas,
nos dice en llamada a esc futuro en que el rigor de las ciudades no
encadenará al hombre. Popularismo que en ocasiones se estanca,
se queda lejos del fin poético, como en esta estrofa, donde, con un
lenguaje de calle, nos quiere decir algo sin lograrlo:
Por esto y lo demás que no se esconde,
por todo lo que espero y mucho más,
por esto y lo que apenas se conoce,
por esto y lo que aún no tiene nombre,
acudo a recibir la claridad...
El presente librito no desmiente su cualidad de poeta social.
Apenas el amor bipersonal tiene cabida. Millares lo hace rebosar
hasta que inunde la colectividad en la que sufre. Millares tiene
unas veces en la entraña, y otras sólo en el estro, una idea fila, noble,
subyugante.
Pernianencia del hombre y El día más cerca son los poemas
que definen al más auténtico Millares.
428
Cinco composicioíies de Felo Monzón acompañan dignamente
este canto. Simbólicamente, Felo Monzón exalta la hermandad en
la tierra y la paz, donde la paloma de Picasso y la grave fisonomía
isleña se asocian por primera vez.
FEDERICO CHOPIN
Trece colaboradores, poetas y dibujantes, recuerdan al romántico
de la sometida Polonia. Es el primer centenario de un representante
de la libertad.
Se compone el folleto de un clásico y templado soneto de Juan
Millares, un poema algo descoyuntado y arrítmico de Pino Ojcda,
una elegía en alejandrinos de José Luis Junco, una oda en la prosa
desorbitada e impulsiva de José María Millares. Millares sigue, a
nuestro juicio,buscando campos extraños que no necesita verdaderamente
su inspiración de buen poeta. Con su frente cortada bajo
el brazo, mientras trota una rosa lanzando alaridos de armonía, las
estremecidas suelas de sus zapatos aman a Federico Cliopin. Sus
expresiones se evaden de la metáfora trillada, harto tibia para su
impetuosidad, y alcanzan otras comarcas poéticamente dudosas.
Cierra el opúsculo un poema de Agustín Millares, que no sana
de su juanramoniano odio a la g. Su poema es sostenido y elegante,
aunque un poco convencional por lo forzado del tema. Todo
el cuaderno se resiente de esta servidumbre; pero canta a Chopin
dignamente y cumple el fin propuesto.
Elvireta Escobio, Manuel Millares, Juan Ismael, Alberto Manrique,
Vinicio Marcos y Felo Monzón ilustran deliciosamente el canto.
Destaca, por inesperado y bello, el retrato idealizado de Chopin
que traza Elvireta Escobio.
ELEGÍA EN BLOQUE. Homenaje a Cirilo Benítez
Poetas, eruditos y miembros extraliterarios se congregan a la
muerte de un amigo común. Es el auténtico dolor de una pérdida,
la resurrección de días olvidados, el reproche a la suerte, la tristeza
ante un futuro del que no participará quien más se lo merecía.
Este cuaderno no contiene más ilustraciones que un dibujo rápido
y circunstancial del propio Cirilo Benítez, y, en la portada,
el retrato del mismo trazado tenuemente por Manuel Millares, sobre
un fondo de urbe enmarañada, tema del que el pintor está haciendo
leit-motiv de toda su obra.
RONDA DE LUCES por JOSÉ MARÍA MILLAKKS
José María Millares, cuatro meses antes, desbocado en el páramo
del verso deshecho, sin los caireles de la preceptiva, quiere en
este folleto uncirse a la más estricta ortodoxia. Nada menos que
429
cincuenta y tres octavas reales de aire gongorino. Mas la personalidad
del poeta no es cosa mobiliaria. Aquí, la que fué retórica en
libérrima lluvia tala ahora sus artículos, busca penosamente una
vaga apariencia de sintaxis latina y se constriñe en un metro rigu-gurosamente
uniiorme.
El folleto contiene dos producciones: Ronda de luces y Peces.
En la primera se describo la lidia y se sigue al torero en un
ardoroso idilio, expresado igualmente en términos taurinos. Las dificultades
del poema son, por la ambición que lo guía, incomensu-rables.
Por eso no es de extrañar que la voz decaiga hasta la arena,
cuando había volado hacia los tendidos en airosa escala.
Así:
En masa los aplausos se congregan
y al aire se desnudan los pañuelos
—inviernos que apresados se disgregan.
Una hermosa metáfora queda más bien degradada en la formación
de la rima, cuando esta rima no viene milagrosamente caída del
cielo. Alguien ha señalado el aspecto profctico de su uso. Cuando
tal acorde verbal se produce, nos parece que se cumple, se lleva a
buen fin la promesa o la proftícía que se ha aventurado en el verso
anterior. Pero esto solóse realiza en la rima natural, espontánea.
Cuando la consonancia está forzada, no es una profecía lo que se
cumple, sino una maldición.
El poema Peces acentúa el hermetismo culterano hasta la embriaguez.
Exclusivamente descriptiva, esta composición se oscurece
en tintas de bajos fondos, hasta darnos apenas una imagen, una rápida
visión, huidiza como un pez, de los escenarios submarinos.
Estrofas hay bordadas en espuma, verdaderos bodegones poéticos
a fuerza de color, felicísimas. Las más se pierden marchitas, como
flores en estrecho embalaje.
Complementan esta poesía plástica los dibujos de Manolo Millares.
A pincel fino, el pintor describe con imaginación los azares
de la lidia, y finalmente concede a la tendencia abstracta en boga
cierta libertad en la representación.
OFENSIVA DE PRIMAVERA por AGUSTÍN MILLARES
La monotonía de su primer poema se olvida en el severo y hondo
que se titula Noticia de mi abuelo. La obrita pudo haber sido
editada junto con el cuaderno anterior, sin solucióu de continuidad.
Es el tiempo el que se fuga,
no los hombres,
dice Agustín, persistiendo, inquebrantable, en una catatonía poética
que le dura desde hace muchos años. Efectivamente, el antiguo
430
tema del venturoso futuro, su idéntico utillaje popularista puede
apreciarse en esa entrega. Dijimos, comentando el librito anterior,
que su técnica poética introduce el dicho popular en la expresión
lírica, con efectos sorprendentes. Una ojeada sobre Ofensiva de
primavera, y colegiremos un buen repertorio de frases hechas:
a sus anchas,
abrir paso,
a la vista salid,
vueltas de campanas,
durar lo que canta un gallo,
de pies a cabeza,
como el perro y el gato.
El acierto en estos bruscos descensos a la tierra, en pleno vuelo
lírico, no sobreviene siempre. (Jada vez más frecuentemente, ios
contactos terrenales son tantos, que el poema jamás despega hacia
lo alto, quedando en prosa popular y moralista. Claro que Agustín
Millares no lo ignora. Su pasión ética pospone a veces la belleza,
y a tal género de monotonía conviene lo que el prólogo de un
libro mío expresa:
...maldecid, estetas; desdeñad
esa monotonía pertinaz, esa terrible
pobreza de expresión, en el monocorde lenguaje
del náufrago que sólo conoce la palabra: socorro.
Ofensiva de primavera intercala cinco dibujos alegóricos del pintor
Alberto Manrique.
CRUCIFIXIÓN. Homenaje a García Lorca
Se produce este opúsculo merced a la retención casual de un
poema inédito de García Lorca en la biblioteca de don Miguel Be-nítez
Inglott. El mismo don Miguel nos lo explica en un ensayo inicial,
donde se refiere al universo privado de todo poeta, no yuxtapuesto
al real, sino confundido. Y, en forma anecdótica, estudia el
uso especial que del lenguaje ha de hacer el poeta, la selección de
los términos y el descubrimiznto de la metáfora. Señala el prosista
hasta qué grado sumo se elevan las virtudes creadoras del gran
poeta granadino.
Las dos páginas que siguen presentan los versos inéditos de
Lorca, bajo el título de Crucifixión. Ytchaáoñ en 1929, pertenecen
al período estético del Poeta en Nueva York, y a los mismos
pueden ser referidos los análisis que sobre este aspecto lorquiano
86 han escrito.
45t
José María Miliares dedica a continuación unas garbosas y eufónicas
seguidillas al malogrado andaluz, y, finalmente, su hermano
Agustín cierra el folleto con unos elegiacos alejandrinos henchidos
de vigor. Manuel —su otro hermano—lleva a la portada un excelente
retrato del poeta.
SMOKING-ROOMy LLANURA por ALONSO QUESADA
Dos obras de Alonso Quesada. Dos dimensiones de su corazón
solitario. El humor tenue y sin amargura de sus cuentos, y el estremecimiento
ante la muerte y el misterio de un drama breve. Estas
dos espléndidas ediciones completan la personalidad compleja
de Rafael Romero. Su humor es del más límpido estilo, sin turbulencias
sarcásticas ni resentimientos. Cuando el humor enseña los
filos de la ironía, pierde dignidad humana. La ironía, esa agresión
correctamente vestida, propia de un elegante pueblo como el francés,
está cercana a la comedia. El humor, como superación del infortunio,
es de superior rango, sólo dable en espíritus íntegros,
donde el odio resbala sin huella.
El drama titulado Llanura se halla dentro de un teatro esencialmente
contemporáneo, no popularista, aunque sus personajes
pertenezcan al pueblo. El buen gusto literario lo aparta, en todo
caso, del costumbrismo. Habla el pueblo, pero habla literariamente;
la acción es interior y poética, alojada en un ambiente de tenso
misterio y gravedad. Leyendo Llanura se recuerdan las tendencias
de Priestley, Lenormand y Maeterlinck.
Revela un acierto de los directores de f Planas» la publicación
de estos dos folletos, que Manuel Millares ilustra con su buen sentido
habitual.
Pedro LEZCANO
PKDRO LEZCANO.—Romance del tiempo, Las Palmas
de Gran Canaria, 1950. Dibujos del autor y
una nota de VENTURA DORESTE.
Así como de la noción del movimiento, en la metafísica aristotélica
y tomista —numerus motus—, nace el concepto del tiempo,
de modo símil, de los octosílabos de este romance surge su imagen.
Ardua empresa de Pedro Lezcano, pero resuelta con éxito. Esta
poesía —la más honda de su autor— iniciase con una estrofa digna
de un gran poeta de los siglos de oro:
Hace veintinueoe años
un carpintero en mi pecho
—martilla que te martilla—
está construyendo un féretro.
432
El poeta, en soliloquio metafísico inmerso, urde sus estrofas,
que a veces se desnudan, escuetas, trágicas, unamunescas.
Aúnase la copia de conceptos a la riqueza de imáj¡;ene8. Plasticidad,
difícil plasticidad de lo universal, del tiempo en todos sus
trances, máxime en sus tres partes esenciales, hijas del movimiento.
Poesía profunda y original, ontológica, en nada semejable a la
[loesía efímera, frivola, que pasa como las rosas y que muere como
08 crepúsculos. El tiempo, serpentina de acero, mensaje de la
muerte. Meditación lírica del tiempo, que el autor comienza por la
filosofía del minuto. El romance es tan angustioso, que Lezcano se
siente morir en él. La exactitud, casi matemática, de la gran metáfora—
hallazgo de Lezcano—incorpórase, implacable:
Tiempo, inmortal moribundo,
la vida es tu eterno duelo.
Leña humana en tu dolor.
Arde el universo entero,
en luz, en sangre, en canción.
El mundo es tu cirio ardiendo.
El inmortal moribundo pasa ante el numen del poeta en todas
las fases de su agonía. Y la imagen, síntesis esquilina, nos acucia,
y cobra metálicos brillos:
Todo es vida hasta la muerte,
que es filo de lo concreto.
La categoría aristotélica, tortura especulativa de los filósofos,
abarca, a lo largo del romance, todos los seres que integran el cosmos.
El poeta interroga, enlutecido, lúgubre, agónico:
¿No hay un rincón olvidado
en la memoria del tiempo?
Lezcano prefiere la justeza de la idea y de la voz a la caricia
musical. Lo que origina que algunos versos, por reiterarse —cinco
o seis veces— la misma vocal, pierden la melodía que caracteriza a
los restantes octosílabos que integran el maravilloso romance.
Con qué hondura metafísica, con qué exactitud analítica, con
qué agonía asevera el poeta:
Yo soy Pedro y ya no soy.
Ahora soy otra vez Pedro,
y ya no soy, porque soy
el Pedro del otro verso.
Lezcano, ante el poder inmenso del tiempo, siempre presente,
lo cree divino:
433
Tiempo, tiempo, un Dios que muere
eternamente cayendo
desde la cima del cosmos
al hondo pie del misterio.
Y, para saciar su hambre de aprehensión del concepto, no puede
menos de ocurrir —en viaje de similitud, aunque con distancia
infinita— a las procesiones en el seno de la Santísima Trinidad. La
lírica y la metafísica acogidas a la teología. Las tres partes del tiempo
causan, principalmente, esta jornada. Lo humano tornando—
como es lógico— hacia lo divino. Vínculo irrompible. Retorno
necesario.
Los aciertos del romance son innúmeros y revelan un gran
poeta, que ahora se sumerge en meditación ontológica. La muerte,
viscosa y dramática, introduce su sombra de esqueleto en los octosílabos,
impera en el romance como pesadilla que obsede:
Para el hilván de la muerte
la cana es hilo perfecto.
Surco de siembra es la arruga
y el tiempo es el cosechero.
¡Cuánta belleza y cuánto acierto! El pensamiento de Lezcano
es emperador del verso, que se rinde, esclavo, a la idea intensa
que el poeta le infunde con el arte mágico de su numen.
Las metáforas se desbordan, casi se agotan en torno al concepto:
El corazón y las sienes *
son dos relojes latiendo.
Un[a] clepsidra es el mar,
un reloj de sol el cielo,
la playa un reloj de arena,
el hombre un reloj muriendo.
Y amén de estas imágenes, otra: el sol, péndulo inmóvil.
Análisis, observación, síntesis, de Lezcano, como en áureo periplo,
como en un periplo clásico.
Lo implacable, lo inasible, lo huidizo, lo célere del tiempo, la
agonía de la gran serpentina de acero asumen hondura filosófica
con matices de ternura lírica:
Mas volar sobre un instante,
saltar en vilo un momento,
ni las alas de la música,
ni el ave del mal agüero,
ni los éxtasis dulcísimos,
ni los puentes del recuerdo.
434
El que perennemente muere sin acabarse de morir, galeote del
romance, canta su poderío destructor por medio de enérgicas
imágenes:
Terrible huracán de garras.
Tú, constelación de insectos.
Tú, los limadores mares.
Tú, los erosivos vientos.
Tú, la lepra de la esfinge
y el telón del pensamiento.
Y en la gravedad solemne del largo soliloquio metafísico irrumpen
pompas de contrastes, de antinomias poéticas:
Hay lágrimas en la risa
y vida en el heredero.
El negro carbón da luz,
y el resplandor deja ciego.
La rosa sobre el sepulcro
y en mi corazón mi féretro.
Poesía de siglos ésta de Pedro Lezcano. Espicilcgio lírico del
tiempo. Agonía metafísica, poética. Vivencia trágica. Creación. El
hombre solo, en soledad agobiadora, frente a su tiempo, ante su
periplo, frente a meridianos que se le huyen, frente a su romance
que se le muere en los labios para perpetuarse en el tiempo que no
acaba, que no lo dejará desvanecerse, porque es su himno más augusto,
porque es su concepto deprecante. ílueso del tiempo. Eje lírico,
en torno'del que, en concepto e imagen, gira lo humano. Romance
anatómico, de epitafio. Metafísica —y perdonad mi paradoja—
plástica de la voraz categoría. Fragancia perenne del tiempo.
En síntesis, orbe poético.
S. PADRÓN AGOSTA
TuiNo PERAZA DE AVALA. -Por eí mar..., Madrid,
Colección «La Nave», 335 págs. en 8.°. Retrato del
autor.
En 1933 publicó el doctor don Trino Peraza de Ayala Cien
mil y una millas, libro en que narra un viaje en trasatlántico
desde el puerto de Santa Cruz de Tenerife hasta Las Antillas.
El que ahora ha dado a la estampa es asimismo un libro de
viajes; pero de calidades superiores al de 1933. A través de sus páginas
pasan Portugal, Inglaterra, Francia, Holanda, Norteamérica,
etc.
435
El autor es un hombre goloso de horizontes, culturas, costumbres,
climas, paisajes. Aficionado a viajar, como Gulliver, aunque
sin naufraffios en sus derroteros. El viajar constituye para él uno de
sus exquisitos deleites, además de una liberación y una enseñanza.
El viajar prepara su espíritu para las luchas de la tierra, por medio
de una vida más humana. Y no actúa así por hurañía de Robinsón,
ya que trátase de un hombre civil, que realiza en su medio sus instintos
naturales de sociabilidad. El animal racional y político de
Aristóteles.
cLa navegación —afirma Peraza de Ayala en el prólogo de la
obra que comentamos— posee un embrujo de espumas y lejanías,
capaz de embellecer la breve escala del hombre en este planeta.
El alejamiento de tierra muéstrale la inconcebible estupidez; las
grotescas vanidades que ilusionan y esclavizan a cuantos en ella
viven».
El libro es un conjunto de descripciones de ciudades, pueblos,
monumentos, costumbres, paisajes. El espíritu de cada país.
La prosa de Peraza de Avala tiene el prestigio de la fluencia y
carece de la fatigosa lentitud que tanto anatematiza Azorín. Prosa
ágil, dinámica. Rasgos sucintos y precisos; diálogo lleno de ingenio,
de vida, de interés: espíritu, en síntesis, de escritor genuino:
todo esto caracteriza la prosa vibrante del doctor Peraza de
Ayala.
Encomiable es su ahinco en usar vocablos que los diccionarios
dan por anticuados: maguer, amiganza, etc. Acaso por analogía
con esta última voz, emplea arribanza por 'arribo, arribada, arribaje'.
Mas este vocablo no lo registra el Diccionario de la Real Academia
(17." edición); ni el de Alemariy Bolufer (2." edición), calificado
por Azorín de notable.
Advertimos trastrueque de casos en algunas de las frases latinas
que se citan —Homo hominis lupus; Primas ínter paribus—; y se
aduce como bíblica una frase que no lo es —El que a hierro
mata...—.
Pero no empece esto para que el libro sea interesante. Sobre el
trazo geográfico, la exacta evocación histórica. Las descripciones
de paisajes cobran, a veces, maestría suprema. Late en el libro un
profundo y recio espíritu español, que ya se observaba en Cien
mil y una millas.
A través de la obra, álzase, plasmada con magnificencia, la figura
augusta de don Alvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz, por
la que tanta admiración siente el autor del libro.
De mano maestra está trazada Celeste, principal figura femenina
de Por el mar... Telmo Iriarte, personaje precipuo de la obra,
es hilo conductor de las narraciones, en que Peraza de Ayala precisa
su cultura histórica y geográfica.
436
Rasgos de humor, de ironía, de sátira matizan a ratos las páginas.
A este propósito, observemos lo que escribe: «Un peñasquito
como base de negociación y una presentable fila de acorazados como
argumento diplomático proporcionan un imperio del modo
más elegante».
Frente a Nueva York, define: «geometría cósmica del cemento
y del ángulo recto».
Glorifica a los grandes descubridores de tierras, a los ilustres
colonizadores; exalta las epopeyas navales españolas. Pinta el mar
como la gran ruta de las civilizaciones, cuya esencial diversidad
busca con denuedo. Su periplo es de divertimiento cultural: paralelos
y meridianos. Países y razas. Mares y crepú.sculos. El hombre
a través de la geografía y de la historia. Obra que instruye, solaza,
divierte ésta del doctor Pcraza de Ayala. No se trata de uno de
tantos libros aburridos que viajeros más aburridos aún lanzan a
las prensas. Es libro escrito por un hombre de cultura y selección.
Por ello se lee gustosamente y se reitera su lectura.
Adviértense en él influencias de l'ío Baroja, el gran novelista
español de nuestro tiempo fjue, como el doctor Peraza, es medico
Y viajero infatigable. A fuer de buen canario, alude a nuestras islas
en diversos pasajes de su obra. Muéstrase gran conocedor del
mundo femenino. Con emocionada actitud detiénese en la contemplación
de cuanto conserva recuerdos gloriosos de España. La belleza
de las descripciones geográficas e históricas engárzase en fábula
novelesca. De aquí que Por el mar... sea a la vez que libro de
viajes novela. Páginas vitales, rezumantes de contrastes y transiciones.
Libro humano, hondamente humano, liste viajero del «Halka-nia>
no es un viajero estupefacto, sino un viajero de mavor excepción.
Sabe ver, observar, discernir, y dejarnos luego en páginas
iluminadas sus inquisiciones v sus recuerdos. Y no todos los viajeros
saben hacer esto. Existen quiénes no conservan de sus viajes
más huellas que las que deja en el mar la estela del buque en que
navegaron. Estamos ante un libro lleno d(\ interés y divertimiento,
y ante un escritor excelente. Pero lo malo del libro es... que Telmo
Iriarte es un hombre sensual.
S. PADKÓN ACf)STA
KMKTKIUO (ÍHTiftiiRK/ ALI!KI>(). -Los blancos pies
en tierra, Santa Cruz do Tenerife, 1051, 8.", sin paginar
y eon un retrato del autor por .Tosí; V. DE
RlIEIMiO Y OllÁA.
Para enjuiciar una determinada labor poética, no podemos prescindir
de ojear la producción en conjunto de un autor; pues, aunque
no sea reg.a general de crítica literaria, muchas veces un libro nos
437
da la clave del siguiente, y con una visión de la obra total atisba-l
mos características que nos permiten un mejor estudio y una exacta\
comprensión del mundo poético en que se lia desarrollado.
Pretendo con ello insiuuar mi propósito de realizar —para más
en adelante— el arduo trabajo a que liago referencia, globalizador
de la obra del gran poeta insular E. Gutiérrez Albelo, cuya intensa
inspiración lírica respiramos en su magnííico Cristo de Tacáronte,
y se agiganta por las rutas de clasicismo de castiza escuela castellana
en el nuevo libro de sonetos Los blancos pies en tierra, que
ahora ocupa nuestros desvelos en esta casi notación improvisada.
Gutiérrez Albelo, poeta fino, intenso y profundo, tradicional y
vario, es hoy, estrechamente vinculado a Tenerife, tierra que le vio
nacer, el más alto exponente de la poesía canaria.
El Cristo de Tacoronfc atesora poemas que encuentran parangón
con Morales, aunque con distinta significación y acento. Y he aquí
que, para nu', el estudio de Albelo ha de hacerse precisamente partiendo
de ese momento esencial de su vida y de su obra que se
trasluce en los acrisolados versos de Cristo de Tacáronte.
Gutiérrez Albelo es poeta desde la época de,los ismos. Analizar
el conjunto de su poética es tanto como recorrer las distintas direcciones
que desde el modernismo han cruzado el campo de la poesía
española. Y algunos, con el agonizante aparecer en que surgieron,
así tienen expresión en el poeta. Estamos de acuerdo con Aleixan-dre
al considerar a Albelo, ilentro de su variada temática y múltiples
tendencias (alguna de las cuales sólo saluda), en una línea de
fierfecta continuidad a través de su obra, desde el claro neo-popu-arismo
de Campanario de la Primavera hasta el neo-romanticismo
con entronques ultraístas de Romanticismo y Cuenta Nueva; desde
el aire superrealista de Enigma del invitado —su noche obscura
del alma, como él mismo la llama— hasta ese momento decisiva,
de motivos tradicionales con formas nuevas, de sorprendentes
intuiciones, de versos rezumantes de hondo sentido religioso, en
un alma que para consuelo de su extravío busca de nuevo a Dios
en medio del paisaje. Ese momento, que nos hace pensar en los
poetas de tema sacro o en los mejores instantes del escultural y neo-
Darroco Valbuena—el Valbuena de ZÍÍ'OÍ sobre la muerte (aunque
los caminos sean distintos para un mismo fin)—, creemos que representa
la plenitud de un poeta que se consagra reclamando para
sí una gloria universal.
Bien es verdad que Cristo de Tacoronte es todavía un tributo
a su tierra, al intenso paisaje de ese bello rincón tinerfeño; a pesar
de todo, su matiz localista no le resta importancia y pone al poeta
en disposición de elegir un camino. Y éste, afortunadamente, lo ha
sabido captar. La nueva postura poética de Gutiérrez Albelo, representada
por una colección de sonetos, Los blancos pies en tierra.
438
nos va a decir mucho en pro de su autor. Sobre este nuevo libro
voy a explanar unas notas que de antemano creemos innecesarias,
puesto que la lectura de esos mismos versos dirá mejor que nada lo
que el poeta y su obra significan.
Hoy, cuando la poesía busca y ensaya nuevas formas, que
tienden hacia la libertad expresiva, y superada en parte aquella
tendencia de retorno a los clásicos que preconizaron poetas de raigambre
y formación universitaria (Lorca, Alberti, Dámaso, Gerardo,
etc.) hasta los movimientos más inquietantes de la actual creación
poética, asombra ver una dirección de limpios perfiles clasicis-tas
en demanda de nuevo de los reposados esquemas del siglo XVI.
A ella se refiere el maestro Valbuena Prat en la última edición de
su Historia de la Literatura (1950), cuando, comentando la producción
poética a partir del año 1945, indica: De nuevo hacia Garcilaso.
Gutiérrez Albelo sentía acaso desde hace años una ansiedad que,
poco a poco calmada, fué plasmándose en versos y más versos que
formaron el rosario lírico de sonetos Los blancos pies en tierra.
Encontrar filiación a esta nueva obra dentro de la poesía española
actual es difícil, parque tanto el tema que canta —la novia Poesía—,
completamente inédito, como el perfecto dominio de la forma
y la admirable riqueza de imágenes nos muestran al autor paseando
solo por sus propios jardines. Pensamos si acaso en aquellos
Cantos del ofrecimiento de Panero, y en los sonetos de Ruidrcjo,
aunque distintos motivos mueven a unos y otros poetas.
Pero distingamos. Si Gutiérrez Albelo es verdad que a través de
sus sonetos canta amorosamente —como hace Garcilaso—, pensemos
de antemano que en éste lo explícito y determinado es característico,
salvo la indeterminación de aquellos versos que Navarro
Tomás supone a una desconocida dama napolitana; pero en Albelo
sólo busquemos como débito a Garcilaso un fervor reverencial por
la forma, la técnica renacentista de sus versos y la intensidad de
sus mejores momentos de pasión y melancólica postura, puesto que
la indeterminación, con ese fluir ascendente, hasta un motivo fundamental
y absoluto del amor en abstracto, es la clara explicación
de su ansiedad poética, encerrada con sumo cuidado en su equilibrada
técnica constructiva.
Levendo una y otra vez, reparando en algunos sonetos, nos viene
a la memoria aquel famoso cuadro de Pollainolo, Metamorfosis
de Apolo y Dafne, de la Galería Nacional de Londres. Y este mito,
que pudiera haber escogido el poeta como clave temática de su
obra, resplandece, hábilmente llevado por su autor, con serena intención
clásica, que a veces se quiebra en su doliente neo-barroquismo.
Varios momentos señala el libro que coinciden, a nuestro
parecer, con otros diversos estados del autor.
43d
La intención del poeta es clara y la manifiesta, entre otras ocasiones,
en el soneto que sirve de prólogo:
Nada vengo a pedirte, ergida rosa,
pues precisamente más que nadie conoce su esencia para guardarla,
únicamente, en el corazón:
pues temo que en mis manos te deshojes
y en un rayo de sol te desvanezcas.
Con ello podríamos pensar que el mito está iniciado y ahora en
el poeta se traslucen, por efecto de un misterioso rayo, los distintos
estados, para reposar ai fin en el amor perfecto.
Dividamos la obra coincidiendo tal vez con el poeta: la primera
parte la titularíamos «Búsqueda». Aquí, en tres magníficos sonetos,
un fuerte aletear de su espíritu intenta «La búsqueda infinita> por
los senderos del ayer dolorido:
Mi existencia, un jardín abandonado;
un surtidor, el chorro de mi cuita;
y el corazón, un pájaro enredado
entre los dulces hilos de una cita.
Todo ello no conduce sino a un mundo de esperanza, recóndito
y apartado, de «Musa del Silencio», entre insinuaciones de formas
acabadas en el poeta, que terminarán en un estado de desdén y angustia.
Esta postura inicial de trágica existencia, que encontramos también
en Carcilaso y nos recuerda un poco a Unamuno, nos lleva de
la mano a un mundo etéreo, insubstancial, inaccesible y que abre
nuevas posibilidades a su lírica.
Aquí late el ansia de un viajero desesperado sobre una roca
herida:
No sé si un día, rotas las cadenas,
he de enhebrar los vientos de la rosa,
indemne, entre el latir de las sirenas.
Un profundo sentido nos hace suponer un leve contacto con la
Amada, pero sabe el poeta ser nada entonces, cuando su sueño puede
ser realidad:
Porque eres huidiza e inasible
y tu entrega total no llega nunca,
navegando en el mar de lo imposible.
Pero el poeta la busca
en un abismo,
en el único árbol de [sus] sueños,
y en el bosque absoluto de [si] mismo.
440
El tema de la fuga y de la evanescencia, tan reiterado en la obra,
alcanza su plenitud en el soneto que empieza Tupeplo transparente
es algo leve... y que nosotros consideramos de una sutileza que
cabe junto a los mejores aciertos de Garciiaso. El que se inicia ^'P
he de tener al fin que abandonarte? encuentra en los restantes versos,
después del tono interrogativo del primer cuarteto, la respuesta
adecuada de un mundo que pretende y se esfuerza por mostrarnos
el extraño contraste de su recurso literario: Oh presencia y ausencia
a un tiempo mismo.
Hacia la Amada, con ciego destino e indeterminado caminar, parece
marchar en la tercera parte el poeta, buscando su refugio en
el silencio, en un mar de átona.f espumas, y bogando con ansiedad
parece llegar al puerto seguro. Y entonces, se pregunta, o nos
preguntamos nosotros: ¿Qué es la Amada?
Varios sonetos parecen traslucir la llegada de la felicidad:
Con qué temor, con qué ansiedad de amante
vengo a pulsar tu lírico teclado.
Antes había dicho:
Déjame que te guíe, dulce barca,
entre el hondo rumor del oleaje.
Pero la Amada es un sueño; es, según pensamos, un verso, en el
delirio intenso del poeta:
Y en mis labios floreces, en un verso.
Pero él entra en el mundo sensible de la descripción, sin embargo.
Tu mano blanca. Tu boca, sembradora de ternura, aunque
la duda vuelve a arquear su interrogante en el final de esta
parte: ¿Y tu forma?
Nada hay de exceso y sí de justa medida en estos motivos en los
que una mera intelección nos pone en contacto con un arte perfecto
y acabado. El soneto que empieza
Tus blancos pies, tus breves pies ligeros
en la tierra se posan y enseguida...,
de paralela estructura e intención al de Garciiaso, nos da su clave
plástica —aun sin querer— en los momentos en que la metamorfosis
se nos muestra con poder de extraordinaria representación
visual:
...a mis Jugos recónditos inflamas;
y en mi pecho tus pies son dos raíces,
y tus brazos, dos ramas, en mi frente.
441
Mas un tono de inquietud delirante por la transformación, constante
e interrofjativo, parece no dar respuesta a las ansias del poeta.
Gutiérrez Albelo ha sabido beber en el eterno cauce de la poesía
clásica, en el Ovidio del pes modo tam velox pigris radicibus
haeret. Pero ello cuando la escuela perfecta y equilibrada del XVI
español había hecho suyas esas tendencias petrarquistas y neo-platónicas.
El poeta busca de nuevo a la Amada por el camino de la desventura,
y todo le conduce a ella con un signo de fatalidad. Y ahora
Garcilaso vuelve a afilar sus mejores perfiles:
Este dulce dolor que me consume,
esta inquietud, este desasosiego...
Y todo el soneto chorrea un nuevo agonizar, cuando ella es sólo
eso, Musa:
Y, oh incorpórea Musa, mi agonía
es un irme muriendo cada día
para nacer de nueuo en cada aurora.
Lo que antecede marca un cambio en el proceso poético de la
obra, que nos conduce por un nuevo doloroso camino hacia una
nueva aha realidad. Las metamorfosis del soneto garcilaciano que
da título a este poema y que el autor glosa tan sabiamente continúan
no en un verde laurel olímpico, sino en un árbol de angustia.,
y entonces cobran existencia términos que dejan un sabor de
incertidumbre y recuerdos amargos: Hasta alUjucmi vida un vino
triste, etc., buscando, ¿a quién? El mismo nos lo dice: Iba buscando
a Dios sin yo saberlo.
El resto del poema sigue mostrando un cambio profundo, no en
la técnica, que pensamos está superada, sino en el motivo central
del asunto, aunque la reiteración de circunstancias sea palpable. La
visión bajo el propio signo del preagonizar—qué árbol de angustia
ante mis ojos era— abre las esclusas del poeta, transido del dolor
de la Humanidad agónica. Dafne, fugitiva, vuelve a ser; pero la
alegría de una luz liberadora anuncia el feliz mensaje al hombre
atormentado:
Y en oes de lauros, llevo, sonriente,
mi corona de espinas en la frente,
y el corazón, en una cruz clavado.
Y queda un pozo ahora de alta pasión —Unas nupcias más altas hoy
celebro—, la celeste herida de un dolor que ya no cabe en e,?íe mundo,
una vida traspasada por el rayo estelar; que abre [su] pecho en
íntima cascada.
Con lo que antecede creemos, aunque someramente, analizados
el intento y la obra del autor. Hemos preferido el rigorismo de un
442
ordenado análisis, siguiendo, paso a paso, las distintas etapas del libro.
En realidad, era obligado, ya que la unidad del tema y el tono
ascensional de su desenvolvimiento así lo requerían.
Nos restan sólo unas palabras: Gutiérrez Albelo ha dado su último
adiós a la poesía de tono localista o regional. Hoy, después
de su Cristo de Tacoronte, que en su día arrancó de la crítica los
mejores elogios, lanza al mundo literario un nuevo libro en el que,
a los motivos de intensa emoción lírica, a la habilidad y destreza
con que trata un tema que revive de nuevo en la literatura con luces
inéditas, une el perfecto dominio de la estrofa, logrando limpios
endecasílabos, con tal fuerza y vivacidad en su perfecta estructura,
que le colocan a la cabeza de los modernos versificadores de
la literatura nacional. Bien sabemos que lo demás ya lo hacía, y
hoy hemos aprendido que, junto a la desvariada multitud de escuelas
y tendencias, hay quien, mirando a nuestros motivos más castizos,
nos presenta un fruto inigualado que no esperamos quede ahí,
y de quien hablarán las futuras generaciones, porque la presente
sólo será testigo de sus éxitos en el quehacer literario.
Juan BARCELÓ JIMÉNEZ
Murcia
Oran Canaria a mediados del siglo XIX según un
manuscrito comlemporáneo (con dibujos), 1851.—La
capital y los pueblos, 1852.—Las fiestas de Puertos
Francos, 1853.—El Carnoual.—Ediciones del Excelentísimo
Ayuntamiento de Las Palmas.—Volumen
III.—Las Palmas, 1950.
Con la pulcritud a que nos tiene acostumbrados, el Ayuntamiento
de Las Palmas ha editado, para conmemorar el 467 aniversario
de la incorporación de la isla a la Corona de Castilla, un ms.
anónimo, en que el autor copia la descripción hecha por Viera de
los pueblos de Gran Canaria, poniéndola al día, y describe las fiestas
a que se refiere el título, según los periódicos de la época. Precede
a la edición una minuciosa nota indagatoria sobre el autor del cuaderno,
debida a la vigorosa pluma de don Simón Benítez Padilla.
En la edición se reproducen, con exquisito gusto, los dibujos del
autor del manuscrito, que representan la catedral, iglesias, conventos,
el coliseo, el escudo de la ciudad y una alegoría a la división
de la provincia, dentro de la unidad del Archipiélago, que reza:
«Tenerife, Canaria,divididas pero unidas»,y a los lados una bandera
nacional y utra, cuyo significado no conocemos, pero que pudiera
querer representarla de las Islas: roja, amarilla y azul, cruzada en
aspa en blanco.
443
Cierto número de ejemplares han sido coloreados, según el original,
por el artista Santiago Santana.
El trabajo, si no como fuente para la historia local, ni preciso
en los ingenuos dibujos, tiene un valor indudable, que han snbido
captar sus editores. Es un librito amable y evocador, qne ha de
hacer despertar en los habitantes de la ciudad y de la isla el amor
a su pasado, a los restos monumentales que recuerdan la creación
de los pueblos y su desarrollo al pasar de los siglos, y ya es bastante
con que cumpla esta misión. Como cuando nos hemos referido a
las anteriores publicaciones del Ayuntamiento de Las Palmas, ahora,
nuevamente, hemos de ponerlo como ejemplo digno de ser en esto
imitado.
L. R. O.
SILVIO ZAVALA. — Eshidios indianos. México,
Ed. de Kl Colegio Nacional, 1948, 4.".
Esta obra lleva ya fecha bastante atrasada y hasta hoy no había
sido reseñada como merece en nuestras páginas, a las que, como
veremos, afecta directamente. Por ésta y otras demoras análogas
tenemos que excusarnos con nuestros lectores: agobios de trabajo
del que suscribe le han impedido, de un tiempo a esta parte, mantenerse
al día en su ordinaria labor de crítica y comentario de los
libros de historia canaria, que afortunadamente siguen publicándose
cada vez más a menudo y con más exigencia científica.
El magnífico libro del señor Zavala llegó a nuestras manos, generosamente
ofrecido por el autor, en 1949, y su reseña no verá la luz
sino en 1951, pues también nuestra publicación va de hecho retrasada.
Bien es verdad que la obra que nos ocupa es una reedición
de algunos interesantes trabajos del autor, aparecidos en publicaciones
varias desde 1935 a 1944, salvo, al parecer, el último. La libertad
de movimientos de los indios de Nueva España, que sería inédito
hasta la impresión de este tomo. Como elemento de comparación
con fenómenos sociales de estas Islas, interesa tanto ése como los
demás estudios, todos muy sólidamente fundados, que integran el
volumen: Los trabajadores antillanos en el siglo XVI, De encomiendas
y propiedad territorial en algunas regiones de la América española.
Orígenes coloniales del peonaje en México. Pero, ya no en forma
indirecta, sino como estudio del pasado canario, aunque desde
un ángulo comparativo con el hecho americano, tenemos que tratar
del primero en fecha y orden de los trabajos constitutivos de
esta colección: Las conquistas de Canarias y América.
Apareció primeramente en la malograda revista madrileña
«Tierra Firme», en 1935 y 1936, y, si bien no a raíz de su publica-
444
ción —por obvias causas de fuerza mayor—, ya fué objeto de
nuestro comentario en estas mismas págmas, en 1941 («Revista de
Historia», VII, 1940-1941, págs. 134-137), y antes en «Revista Ri-mestre
Cubana» (1936,1, págs. 451-455^. Ello nos dispensa de consagrarle
ahora un estudio proporcionado a su importancia, si bien
no podemos excusarnos de volver sobre el tema, pues en la nueva
edición se recogen en notas, precisamente nuestros comentarios
de entonces y algunos otros datos y puntos de vista del autor, acopiados
posteriormente.
Para memoria del lector, que pueda en parte evitarle tener que
acudir a aquella reseña de hace diez años, diremos que el estudio
que nos ocupa examina varios aspectos de las conquistas de las Islas
Canarias y de las islas y continentes americanos por los españoles.
Para Canarias distingue especialmente el momento de la conquista
señorial de Réthencourt, y el de la conquista real de las islas
mayores; para las Indias, los varios momentos de la evolución
del concepto jurídico de aquella empresa, que llevó pronto, por lo
menos en el terreno teórico, a la proscripción de la esclavitud de
los indios. Resalta el carácter de cruzada que tuvieron en principio
estas empresas de conquista, el derecho de cautiverio que de ello
deriva, con el requisito previo, puramente ilusorio, del requerimiento
a la sumisión para que la guerra subsiguiente fuese justa. La
organización privada de las expediciones militares basadas en concesión
real pactada que, si bien en principio con Réthencourt daban
lugar al señorío, después redundan siempre políticamente a
favor de la Corona; y, en fin, los repartimientos de la tierra conquistada
y la participación que en ellos alcanzó a los indígenas. Como
hemos dicho, Zavala reproduce nuestras observaciones de entonces
y algunas otras, y a estas notas vamos a referirnos ahora especialmente.
Es acertada la observación del autor a las apreciaciones del
P, Leturia en su nota 15: la doctrina de la Iglesia de rechazar la
compulsión de los infieles para su incorporación a la fe debe entenderse,
a la compulsión directa y personal a dicho fin, no a la guerra
para destruir su resistencia colectiva y hacer posible su posterior
conversión, la cual fué siempre admitida y no es otra cosa que la
cruzada.
La nota 16 se refiere a los derechos de cercanía alegados por
Castilla para hacer preferente su derecho a las Canarias. Creemos
no es necesario añadir que los derechos góticos alegados por los testigos
de la Información de Cabitos no pueden ser tomados en serio;
derivan de Alonso de Cartagena en circunstancias parecidas, en su
informe al embajador Alvarez de Paz (no a concilio alguno),cuyos
argumentos, por lo visto, se habían divulgado. No sólo el dominio
gótico de la Tingitana es legendario, y el derecho universal de
4tó
sucesión de Castilla discutible, sino que antes y después de estas
alegaciones los reyes de Castilla no se ocuparon poco ni mucho de
hacerlo valer en lugares mucho más obvios, como cuando las conquistas
portuguesas de Ceuta (1415), Alcázar Seguer (1455), Arzila
(1471) y, en íin, Tánger (1485), la misma Tingis, capital de la mentada
Tingitana, todo en las tierras «que es notorio pertenecer su
conquista a la Corona Real de Castilla». La «tierra de Careva> debe
leerse «Carena», nombre con que suelen designarse los Montes
Claros o Atlas en las cartas catalanas, tan divulgadas {carena 'cumbre',
'cordillera', así la carena del Pireneu). En fin, no es cierto
que Alonso de Cartagena mencionase en su alegato la Mar Pequeña,
que probablemente no era todavía lugar conocido en su tiempo,
1435; sólo se refirió a la Tingitana en general (Cf. Serra, Los portugueses
en Canarias, págs. 24-25).
Sobre el alcance de la Real Cédula de 20 de enero de 1487, de
incorporación de Gran Canaria a la Corona de Castilla, creemos
que hay equívoco. No se trata de una especie de consagración jurídica
de la conquista, sino simplemente de un compromiso real
de mantener la isla bajo la dependencia directa de la Corona, como
el que a menudo se contraía con otras villas realengas que en momento
de apuro o debilidad habían sido enajenadas o se había intentado
enajenar a favor de señoríos privados. Era ésta una cuestión
viva en Canarias, donde acababa de ser fallado en sentido
contrario el caso de Lanzarote, y los nuevos colonos de Gran Canaria
pidieron a los Reyes una cédula que les garantizase contra tal
eventualidad. Para La Palma y Tenerife, más clara ya la orientación
de la política real, no hizo falta esta precaución.
Algo hay que decir también a propósito de la nota 22, referente
a las modalidades del espíritu de cruzada en Canarias y América.
Sobre las complicaciones de este espíritu en la propia Edad Media
habría visto el señor Zavala nuevos ejemplos, si hubiese llegado a
su conocimiento la documentación sobre los viajes mallorquines a
nuestras Islas. Es lástima que no los haya conocido: fueron publicados
en esta Revista, en su tomo Vil, 1941, págs. 195-209 y 281-
287, esto es, poco después del comentario de su trabajo, y no nos
explicamos como no llegaron a México, tanto más que Zavala conoce
artículos de «Revista de Historia» anteriores y posteriores a
esas fechas. Por lo demás, en el fondo de la cuestión tiene probablemente
razón Zavala: si los capellanes de Béthencourt eran capaces
de distinguir entre indígenas catecúmenos, merecedores de protección
y a los que —aunque los llamen sarracenos— era traición
cautivar, y los verdaderos enemigos del nombre cristiano,
los rudos conquistadores castellanos de fines del siglo XV y del XVI
no hacían diferencia entre el servicio de la fe y el de la honra y
provecho. Tampoco la hacía Béthencourt, digan lo que digan sus su-
446
tiles cronistas; ni unos ni otros analizaban tanto, y sin duda es muy
cierto que la necesidad de pagar los gastos privados de esas empresas
comerciales de conquista obligaba tanto o más que la codicia a
observar un criterio muy ancho en apreciar el cautiverio como de
buena guerra. Había que pagar con los despojos de la conquista, según
las mismas capitulaciones con los Reyes, y de ellos sólo las cabezas
de ganado humano tenían buena remuneración.
En la pág. i54 se reproduce, de nuevo, entrecomillado el pasaje
de Viera, II, lib. IX, cap. 22: «mandó publicar un bando [Alonso
de Lugo, a raíz de su victoria] para que todos sus soldados tratasen
a los guanches como a conciudadanos y amigos que iban a habitar
juntos en un mismo país y a formar un solo cuerpo de nación».
Este bando y su contenido, incluso el lenguaje anacrónico con que
se resume, salió totalmente de la imaginación de Viera; nada hallamos
sobre él en los cronistas (entre los que no debe incluirse a
nuestro gran historiador). Hoy sabemos bastante de las ideas v sentimientos
de Alonso de Lugo, respecto a los guanches, para poder
afirmar que ese bando no sólo carece de fundamentos históricos,
sino que es del todo inverosímil. Algún requerimiento previo a la
lucha, más bien con intención de ultimátum que de negociación,
sí es probable que medió en estas conquistas, como luego en Indias.
En la nota 50 se refiere Zavala, con buena bibliografía, a las
«entradas» canarias en África, que, como es común, hace remontar
al mismo Juan de Béthencourt. Es cierto que así lo dice la versión
del Canarien de Juan V, pero Buenaventura Bonnet ha demostrado
bien que se trata sólo de un arreglo más del falsificador
{Juan de Rélhencourt. Inst. de Estudios Canarios, 1944, cap. IX).
De todos modos, es cierto que estos asaltos remontabati al siglo XIV
y se prosiguieron en los siguientes. En cuanto al interesante obispo
salteador que se menciona en la nota .51, apud el testigo de
Pérez de Cabitos Antón Ferrández Cuerra, calculamos que debe de
ser Jean Le Verrier, para honra del clero castellano...
Hay que reconocer también ia razón de Zavala cuando nos observa,
en la nota 70, que el hecho de que los gomeros sublevados
contra Fernand Peraza el Mozo fuesen ya antes cristianos, lejos de
librarlos de pena de cautiverio, agravaba todavía su situación jurídica.
Son, en efecto, «esclavos de segunda guerra», concepto jurídico
que tomó forma precisa en la legislación indiana.
Acaso la única interpretación de fondo en que tenemos que
mantener nuestra discrepancia es la referente a ia organización de
las «armadas». Sostenemos todavía, como hace quince años, que
este método de conquista a base de empresas privadas no puede
considerarse una persistencia medieval; antes al contrario, es típicamente
moderno. Y es que no admitimos la identificación del servicio
feudal de guerra con la capitulación con un jefe-empresario,
?,
447 /^
apoyado en una sociedad mercantil, sistema iniciado en Gran Canaria
y plenamente aplicado en La Palma y Tenerife.
Y en cuanto a los repartimientos, es indudable que Zavala se
deja arrastrar demasiado por el optimismo no ya de los cronistas
sino de los panegiristas modernos sobre la amplia participación en
ellos de la raza vencida. Aparte las tierras que recibiesen de Béthen-court
algunos destacados lanzaroteños y majoreros, sólo los canarios
conquistadores recibieron datas en Tenerife de su repartidor
Alonso de Lugo, como moderada recompensa de sus servicios. Los
guanches sometidos, que no pudieron ser ya conquistadores en Canarias,
porque se habían acabado las islas por conquistar, sólo por
excepción recibieron datas. Ahora bien, es bien cierto en cambio
[ue los guanches horros, con dala o sin ella, pronto fueron con-undidos
con los castellanos, en igual situación respectiva, cualquiera
que fuesen los esfuerzos de los cQnquistadores y sus cabildos
para obtener de la Corona leyes de excepción, tan insistentemente
pedidas como continuamente negadas. Como nos dice Zavala,
no tuvieron tanta fortuna los indios, a pesar de habérseles eximido
de la esclavitud, con ventaja sobre nuestros canarios.
Este interesantísimo estudio de Zavala nos dice, pues, que, pi en
Canarias puede verse a menudo el embrión de soluciones jurídicas
y sociales indianas, los desarrollos posteriores fueron marcadamente
diversos, como diversas eran las circunstancias y las proporciones
entre estos dos mundos.
E. 8ERRA
LEONCIO RODHÍGUEZ. La Laguna, ciudad de
recuerdos. Introducción de JOSÉ MANUKL GIIIMRRA.
«Biblioteca Canaria», Santa Cruz de Tenerife, 1948.
Este evocador y grato libro de Leoncio Rodríguez ha nacido
(como tantos libros) de la suma de trabajos periodísticos. El éxito
de semejantes trabajos, la incitación de los amigos, los dimes y diretes,
elogios o reproches impusieron al autor la necesidad de re-unirlos
en este libro que ahora nos brinda en su «Biblioteca Canaria».
Empieza el ya ilustre periodista por aludir a las reformas que él
haría en La Laguna de haber sido concejal: cuidado de jardines,
una calle para don Antonio Porlier, Marqués de Bajamar, un monumento
al Padre Anchieta, un homenaje a Verdugo, un monumento
a San Cristóbal, patrono de la Ciudad y del Automovilismo,
a la entrada de la misma, aprovechando esa pilastra truncada que
nos dejó el activo Padre Chacobo, la creación de un Jardín Canario,
jardines en los campo» de la futura Universidad, y alguna otra
cosa.
448
Cuando escribo estas líneas dos de los deseos de Leoncio Rodríguez
están ya cumplidos: el homenaje a Manuel Verdugo y la
creación del Jardín Canario en Martiánez, sitio más a proposito, y
al desvelado cuidado de ese asceta o místico de nuestra botánica
que es Svensson Sventenius.
La obra de cualquier alcalde de la Ciudad que quiera servir a
su pueblo se reduce, en realidad, a conservar por un lado y a impulsar
obra nueva por otro, pero acaso a conservar bien y con sentido.
Una política de jardines, en la que nos ha vencido el estupendo
Adalberto Benítez en la capital, sería una gran política para
La Laguna, y todavía quedan en ella hijos ilustres que plantar su
pie en medio de las frondas... De bronce, de mármol u otra piedra.
Todos creíamos, con Leoncio Rodríguez, que antes que se acabara
el edificio de la Universidad los jardines estarían ya crecidos,
porque un jardín no se improvisa; pero desde que se le ha quitado
toda perspectiva a la fachada principal con ese pegote del Colegio
Mayor, que dan ganas de correrlo con la mano al pasar por él, yo
desconfío mucho del buen sentido de gentes que debieran tenerlo.
¡Y qué pena da ver crecer una cosa mal hecha y sin remedio! Supongo
que cundirá la torpeza y dejarán fabricar, por lo que debiera
ser exclusiva Ciudad Universitaria, casas más o menos flamantes
que hipotecarán dentro de un siglo una perspectiva que debiera ser
sobria, sencilla, en medio de un paisaje que suspira ya por sus jardines.
En fin..., ¡qué le vamos a hacerl
Y el presente lagunero abrió en el escritor el portalón melancólico
de su pasado: los artistas muertos, Domínguez Guillen, Botas,
Juan Pozuelo, Rafael Arocha y, tras de ellos, los recuerdos de
su «niñez y mocedad». Evocados por la feliz y sensible pluma de
Leoncio Rodríguez, se nos presentan en su Club de la Calle de la
Carrera don Blas Cabrera Tophan, el Dr. Olivera, Suárez Núñez,
Cándido Domínguez, Veremundo Cabrera, Juan Reyes Vega, el
poeta Zerolo, y gentes más jóvenes como León Huerta, Arturo Ver-gara,
Domingo Bello y tantos más. Y al lado de este Club la peña
de Joanico Zambrana. La figura popular y estimadísima de don
Alonso Castro, adscrito a todo lo que La Laguna tuviera de preocupación
musical; el fino humor de Joaquín Arocha; las figuras de
don Mateo y don Silverio Alonso, las andanzas de Picar y sus
Tiempos mejores, con el prólogo de Pedreira, aquel de Laguna,
ciudad bravia.
Nos lleva después el escritor de la mano de su pluma a su barrio,
al 12 o 13 (él no se acuerda) de la entrada de La Laguna,
frontera a la ermita de San Cristóbal, donde él nació. Parodiando
a Caldos, su barrio es «el de los tristes destinos». Allí, al filo de la
calle de Herradores (antes de los Mesones), quedó ensartado el
cuerpo de un hombre como una mariposa cuando le entierran un
449
alfiler; piadosas manos levantaron una cruz y luego la actual capi-llita.
Una obra de amor quiso suavizar lo que un minuto de rencor,
de celos, ¡sabe Dios!, hizo en las esquinas del siglo XVIII.
El escritor recuerda su niñez,, las buenas gentes con quienes
convivió, su encuentro con don Leoncio Jordán, su primer empleo
en el ayuntamiento, los tiempos iniciales del Viana, del teatrito
que es noy un garaje, pero que albergó un día a la distinguida dama
doña Guadalupe González de Mesa, como Reina de la Fiesta de
los primeros Juegos Florales de las Islas, cuyo poeta premiado fué
don Antonio Zerolo; la tradición musical de La Laguna y sus antiguos
médicos completan la emocionada evocación que de sus años
mozos ha hecho el periodista tinerfeño. Referencias a los amigos
actuales del Ateneo lagunero completan un libro tan grato y sencillo.
El primer artículo que lo forma lo leí en Madrid, y desde allí
expresé al escritor mi desconformidad con una apreciación suya
respecto a la generación vigente, la de los nacidos entre 1909 y 1923
(según el cómputo orteguiano, que no es de este lugar explicar), a
la que pertenezco. Leoncio inserta en este libro mi intervención y
su amable respuesta. Desde lejos, verse uno puesta en tela de juicio
respecto a amor por su isla es cosa que desazona el ánimo. Lo
probable es que el escritor y yo nos referíamos a cosas distintas, y
por eso no coincidimos de momento. Él sabe de sobra que un hecho
como el del Ateneo en 1909, un hecho que fué cuasi nuestro
98, no podía darse, ni lejamente, en nuestros tiempos; él sabe que
nuestros tiempos están nuiy condicionados... Y por eso me pareció
injusto. Pero a mí su nobleza me obliga, y en las zonas de la cordialidad
y las rectas intenciones todos encuentran mi corazón.
A veces, preciso es confesarlo, en nuestro país se levantan muchos
cultos emocionales. Cuando uno oye que don Zutano o don
Mengano fué una maravilla de persona o que valía mucho, uno se
pregunta cuáles son las obras de don Zutano o de don Mengano.
¿Qué libros ha escrito? ¿Qué fundaciones ha hedió? Si fué rico, ¿a
quién protegió? Si fué patriota, como se dice, ¿a quién ayudó?,
¡qué instituciones ha dejado? ¿Ha habido aquí un doctor Chil, que
la hecho posible un Museo Canario? Y en ocasiones nos encontramos
que don Fulano o don Zutano era una persona simpática, buen
abogado o médico; pero nada más. Y que conste que soy sumamente
sensible al valor humano de las personas, que me prenda
más una persona humanamente valiosa de alma que no un sesudo
intelectual o virtuoso artista; pero ya que nos referimos a valores
del país, la justicia exige aquilatar un poco.
La hoja de méritos de Leoncio Rodríguez es, én cambio, una
hoja valiosa. No necesitó emprender la aventura de Indias, quede-cía
Tanco del Fregerial, es decir, la aventura de América, para hacerse
un hombre de positivo mérito y mediana fortuna. A su claro
í,
460
talento, a su cazurro conocimiento de sus conciudadanos (¡cuánto
sabe Leoncio Rodríguez de sus gentes, de esa con la que hay que
jugarse los dineros...!) debe el gran escritor su personalidad. Soltó
desde la mocedad su empleo modesto del ayuntamiento lagunero;
lo arrastró el periodismo; trabajó con Guillermo Perora en empresas
juveniles: «El Noticiero Canario», «El Heraldo de La Laguna»,
aparecido en 1903 y dirigido por él, los periódicos de don Mateo
Alonso y de don Patricio Estévanez, donde él se curtió en el periodístico
batallar, y después esa ejemplar obra de «La Prensa» (1910-
1938), hija valiosa de sus desvelos. Los números extraordinarios a
las islas, a los pueblos, a las generaciones pasadas, a los canarios
en América integrarían sabrosos volúmenes. Luego una copiosa labor
editorial con las «Publicaciones de La Prensa»: novelas cortas
y largas, libros de versos, reportajes de diferentes autores que
Leoncio Rodríguez editó y, por último, esa «Biblioteca Canaria»,
que tanto me ha sulfurado, la verdad, porque Leoncio, por ser periodista
de su pueblo, corta aquí y allá, cercenando lo que le parece
en las ediciones antiguas, por creerlo «más periodístico», con lo
que a mí me llevan los diablillos...
Y si de esta labor editorial, con sus lunares, desde luego (¿quiénes
no tenemos lunares?), pasamos a la suya de autor, nos encontramos
una bibliografía nutrida: Cuentos canarios djl entonces Luis
Roger tengo regalados por mano amiga y cortados del folletín de
«El Noticiero»; después 7'eneri/e, 1916; Plataneras, 1933; Los árboles
históricos, primer volumen; Los árboles históricos, 1946,
segundo volumen; Estampas tinerjcñas, 1940; Lances y aventuras
del Vizconde de Buen Paso, 1947; Epistolario íntimo, 1948 v
el presente que reseñamos. A su obra teatral habría que añadir
Ajijides, que ignoro si se ha publicado. Es posible que haya omitido
alguna obra más, sin contar los numerosos prólogos a diversos
libros. Si personas de positivo mérito y laboriosidad hay entre nosotros,
Leoncio Rodríguez, sin lugar a dudas, está en la plana mayor.
Limpio y merecido se ha ganado por puños el adjetivo de
ilustre.
María Rosa ALONSO
PABLO AHTILES.—LM« y leyenda. Tip. La Luz,
Gran Canaria, 1948.
De nuevo nos ofrece don Pablo Artiles un libro que sumar a su
bibliografía. En Luz y leyenda ha yuxtapuesto al nervio histórico
sobre la ermita de la Luz sus dotes literarias e imaginativas.
Consta el libro de tres partes: la primera, titulada La primera
misa, 86 refiere al lugar donde el deán Bermúdez dijo la primera
451
misa de que se tiene noticia histórica en Gran Canaria, aquella alegre
mañana de San Juan de 1478, que cantó Viana en sus endecasílabos
sueltos.
Como los datos históricos con que contaba el autor se reducían
a citas textuales y algún documento que le hubiera dado materia
para un artículo histórico o, a lo sumo, una monografía más extensa,
para lograr un libro, el señor Artiles se ha visto forzado a
«hinchar el perro», como se dice en argot periodístico: se ha remontado,
pues, a la repulsa que a los lanzaroteños mereció Diego
de Herrera, primero: luego, a la llegada a Gran Canaria del capitán
Rejón y el deán Bermúdez, quizá con exceso de lirismo vulgar. Cita
el testimonio de Wólfel para defender el alto puesto y papel de
la Iglesia en la evangelización de la isla y, de paso, incita a algún
seminarista a que escriba una Historia de la Iglesia de Canarias y a
los señores párrocos a que velen por el pasado de sus iglesias, lo
3ue nos parece muy bien. De párrocos celosos de ese menester po-ríamos
citar varios ejemplos dignos de todo encomio.
Reúne luego textos históricos sobre el desembarco de los españoles
en Gran Canaria: Anónimo de La Laguna, Escudero, Sedeño,
Abreu Galindo, Sosa, Marín, Castillo y Viera. El autor cree que el
Anónimo lagunero es la crónica más antigua conocida; pero ya Millares
Cario publicó en 1935 la hoy llamada Crónica Matritense
(«El Museo Canario», núm. 5, enero-abril de 1935), de mayor antigüedad
que la de La Laguna. En términos parecidos al Lacunense
se expresa el Matritense (seguido por aquél) sobre la llegada de Rejón
y Bermúdez. El autor echa su imaginación al vuelo y piensa
que, a la vista de los españoles, los naturales canarios dirían algo
parecido a los guanches tinerfeños, según Viana, y, por mucha fantasía
que se permita a un relato de esta índole, si los naturales tenían
en parte algún conocimiento de los cristianos por evangeliza-ciones
parciales previas, no se quedarían tan absortos ante la cruz,
como el sigoñe vianesco...
La segunda parte se refiere a La ermita. Ella recuerda el sitio
donde Bermúdez dijo la primera misa de luz a la Virgen de Guía,
que a feliz término había llevado a los conquistadores; parece ser
que la primera advocación fué la de la Virgen de Guía (de la que
hay topónimos en Gran Canaria y Tenerife), pues era la guía o faro
de gentes que navegaban. Más tarde se alteró por la del Rosario,
hasta hoy.
El autor advierte que la victoria sobre el inglés Drake se celebró
el día 6 de octubre de 1595, sábado y víspera del Rosario, y
conjetura que la ermita pudieron haberla destruido luego los holandeses
en 1599, y que más tarde se reedificaría. La festividad actual
de la Luz o Naval se celebra el sábado siguiente al primer domingo
de octubre o sábado naval. El señor Artiles examina los da-
452
tos históricos que le permiten esclarecer el origen del nombre de la
Luz y de Naval, y casi cada dato es un capítulo de exégesis literaria,
porque asegura que su libro es «más de ilusión que de realidades;
es decir, de sentimientos que de inteligencia: no se pida rastrear
la tierra sin levantar alas* (pág. 109).
La ermita de La IJUZ aparece citada como tal en lT.i7 en las Sinodales
de Dávila; Sosa dice que el Puerto se llama de la Luz por
la ermita, y sabido es que Sosa escribe en 1678; un documento o
f>artida número uno de la hoy Parroquia del Puerto (San Agustín)
a cita en 1665; en los extractos que Viera hizo de los libros capitulares
la encontró citada en 1637, época en que ya eran de tradición
los festejos con la imagen de la Luz.
La última parte la dedica el señor Artiles a La Naval. Luz en
verdad —dice— no es fiesta litúrgica, ni tiene fecha propia en el
Calendario; más bien es título real y popular; la advocación auténtica
es el Rosario. Pío V ordenó celebrar el Rosario en la primera
dominica de octubre, «por la gloriosa victoria de una batalla naval
», la de Lepanto, el 7 de octubre de 1571; fué un 6 de octubre
la batalla naval ganada por los canarios a Drake, quien desapareció
el día 7 de la isla con sus naves; fué ésta la gran naval de los
isleños, a la que se asociaría la otra naval nacional de Lepanto. Documentos
examinados por el autor en el Archivo Histórico Nacional llevan
la fecha de la Naval como festividad a 1695, y como fiesta de
soldados figura ya en 1605, pocos años después de la naval msular.
Para la cuestión del nombre de I^a Luz promete el autor otro libro.
Citas y textos de Cairasco y F^ope y profusa literatura condimentan
el libro Luz y leyenda, gratamente presentado y con el que el entusiasta
admirador de las tradiciones de su isla que es el señor Artiles
ha escrito un libro sencillo y fervoroso.
M. R. A.
ROQUE MOREKA.—Loe cuentos famosos de Pepe
Monagas. Los saca en papeles Llevan
un prólogo de don SIMÓN BKNÍTEZ. La portada
y las viñetas son del pintor FKLO MONZÓN. Madrid,
1948, 158 págs. en 4.° menor
Sobre el humor isleño escribió hace unos años un ensayo el
poeta Ángel Johan, gallego avencindado en Las Palmas y que me
parece no vive ya allí, si bien no lo sé con exactitud. Unas claras
páginas sobre la caída, cumbre de la gracia regional, sin demasiadas
citas ni esoterismo, vendrían bien, si los ensayistas no estuvieran
tan escasos entre nosotros.
453
El saladísimo escritor Francisco Guerra, que, con el seudónimo
de Roque Morera (nombre auténtico de un famoso poeta que vivió
en la segunda mitad del siglo pasado en Las Palmas), nos divirtió
tantas veces cuando redactaba «Canarias Deportiva», ha reunido
los cuentos de Pepe Monagas en un bien cortado volumen, impreso
en Madrid y con gratas ilustraciones de Felo Monzón.
Don Simón Benítez, en un sabroso y atinado prólogo, nos advierte
cómo salió Pepe Monagas de la entraña misma del pueblo
canario, de allí del Risco él—fioyóF—, presentido en la vieja gracia
de los Millares Cubas, pero hecho y derecho hombre de humor
gracias a las de su padre Paco Guerra, al que he venido a conocer
personalmente en Madrid.
Cuando nada sabía yo de Pepe Monagas, me creí que era éste
un señor nmy simpático, de carne y hueso, al que oí contar con
una sombra impresionante varias anécdotas canarias en un espectáculo
organizado por Paquita Mesa en Las l'almas, al que asistí en
una de mis estancias en aquella ciudad, cuando iba a mortificar a
las criaturas que se examinaban de reválida de bachillerato.
Pepe Monagas es la encarnación del humor isleño, sujeto folklórico,
truhanesco y picaro de corto circuito, de gracia demasiado particular
y cercana como para no tener nada que ver ni con la picaresca
ni con Silvestre Paradox. Pepe Monagas es el hombre de
las fiestas, del tmiple o del requinto, de las jumaceras de media
noche p'al día, vela de todo entierro o duelo, pimienta y ajo de
todo velorio, acento jocundo para el señorío avenado y ridículo y,
si se tercia, fantasma celestinesco por mor de unos duros.
Creado el personaje como suma de todo lo que es donaire y gracia
específica, la sabia pluma de Francisco Guerra hace con él la
mayoría de las veces auténtica eclosión de un estilo que podemos
llamar barroco de rasantes, arrancado y simpático, brujo, como el
mismísimo perrete. Hay que poseer buenos adarmes de ley y de
estilo canario para entender esta religión de la gracia isleña, este
hondo misterio de la caída que, gestada en la morosidad del contar,
estalla y nace con la explosión rápida del cohete vistoso verbenero.
De la misma manera que para entender la poesía auténtica
de este medio siglo XX, o su arte, hay que tener una conformación
especial no revelada a todos —porque el misterio es siempre rito de
iniciados—, así las armonías auténticas de nuestros cantos populares
no les están reveladas a todos, dígase lo que se quiera, ni las
delicias de la gracia isleña provocan esa cascada de bendición divina
que es la risa, que tampoco la prodiga Dios a todas sus criaturas.
Quiérase o no, gústenos o no, hay, ha habido y habrá siempre
clases...
De aquí la dificultad de hacer entender en qué consiste la fortuna
graciosa de esta creatura de Francisco Guerra, Pepe Mona-
454
gas, que en Tenerife sólo tiene en su género la taimada ocurrente
que es Seña María, la del gracioso y popular Nijota. Francisco
Guerra maneja el léxico de su isla como nadie, y el dialectólogo de
Gran Canaria no puede menos que frecuentar una prosa tan rica
no sólo en léxico, sino en giros, en formas lingüísticas cargadas de
intencionalidad que hacen, por ello, una semántica específica de la
isla redonda, distinta de la de las otras islas, aunque tenga y afecte
muchas semejanzas con ellas. Guerra no abandona su personal de-c,
ir—que alguna vez nos recuerda la salomónica prosa de Néstor
Álamo— ni cuando hace hablar a sus personajes, ni cuando cuenta
él o narra directamente, ni siquiera cuando indica la distribución
escénica de algún cuadro representable. Enreda sus medios expresivos
con tal fortuna, que la psicología de los tipos resalta lo mismo
en lo que ellos dicen que en el comentario personal del escritor.
Algunas veces la metáfora ornamenta la relación: «Se cuajó el
silencio como un cacharro de leche cortada» (pág. 21). «Una isa majadera
trabó de beso y ya no se fué hasta morir en las orillas del
alba» (pág. 152).
Hay muchas veces en el aire de una época personas, hechos,
circunstancias que sólo esperan la fortuna de un ser que sepa darles
corporeidad. A esa jocunda gracia que andaba por ahí, por Ve-gueta,
por las plazuelas, por las calmosas parsimonias de los maúros,
por el Risco, la cazó felizmente Francisco Guerra, y ese día nació
para regocijo de a los que Dios nos dio alma para reírnos el inefable
Pepe Monagas.
M. R. A.
PKDRO PERDOMO ACEDO.—^ue breve. Halcón,
Colección de Poesía, núm. 13, Valladolid, 19'!8.
Áspero y ceñudo el gesto, esquivo el ademán, el poeta Pedro
Perdomo Acedo apenas si deja entrever esa honda zona cálida y
cordial que es en él callado manantial, que no surtidor sonoro. No
sabría explicar qué asperezas de acantilado me lo hicieron difícil
en días ya idos; luego vi mejor, para fortuna mía, las ocultas —u
ocultadas— vetas de su alma fina y entrañable. Seco, serio (como
loba captado con precisión Manuel Millares en su retrato), dignamente
viril, Pedro Perdomo es un típico ejemplar de isloteño, no sé
si a la postre, como todos, soñando «con el sueño del Infinito».
Poéticamente Pedro Perdomo es fiel a buen sector de su generación,
la de los hombres que nacieron a fin de siglo, y este su delicado
libro, aunque tardío, está bajo el signo de la poesía pura a
lo Salinas y Guillen (Salinas, sobre todo). De espaldas él a la tradición
sensorial de los poetas de Las Palmas, Perdomo apenas si brin-
455
da escasísima muestra de poeta canario. Desnudo el verso de todo
ropaje colorista, abandonada voluntariamente la rima, e incluso el
ritmo bastantes ocasiones, el poeta nos da una poesía trabajada,
con más imágenes que metáforas, una poesía (baladas casi todas)
unida por la constante de un amor decantado, permanente, esencial:
la voz a él debida, que son estas puras canciones de Ave breve,
susurro alígero hasta en la fonética del título.
El amor (a veces a Dios y a su madre), razón del cantar poético
de Pedro Perdomo, es ave que enardeció su voz. A veces cobra dramática
hondura, como en la mínima y estupenda Balada de la angustia:
Lo evidente se hace música:
arroyo, flor, trino, día,
Dios, espesura...
¡ Y tu alma es sorda
y tu palabra es muda!
Para el catador de tópicos literarios, hallar una composición
como Balada de la rosa bermeja es grata sorpresa. Perdomo Acedo
continúa el tema de la puniceae rosae horaciana v ausoniana que
reaparece en el Renacimiento, cobra acentos propios en nuestros
barrocos, específicos en Juana Inés de la Cruz, rebrota en los románticos
y aún en los tiempos de Mallarmé y Maragall.
No aduerti que la presencia de la rosa es la vejez de la rosa
y la mata un suspiro enamorado, o el estrecharla conoulsioa-
[mente contra el pecho.
A veces no sé si alguna errata explicaría versos tan flojos como:
hinche el covanillo del aire (pág. 12), que sofocaste nuestro hermoso
siniestro (pág. 41), confusamente va descantillando mi voluntad (pág.
45), y acaso alguno más. A cambio, este de exacta nitidez: ve transparentes
viernes repintados de olvido (pág. 23).
Por las riberas de la voz a ese amor debida tuerce la melancolía,
viril y puramente presionada, sus ensueños idos:
Nunca fué mío el dulce sol perfecto;
lo que nunca fué mío me ha dejado.
Delicado encanto de la Balada a la guagua. Feliz concesión al
ritmo en la ajustada y melancólica Balada del huésped eterno. Con
todo, yo prefiero por ahora la hermosa Balada nostálgica. La he
entresacado como preciada mariposa para una futura Antología
poética que preparo:
456
^ Qué confidente oído,
urna de tu secreto,
elegirá tu ausencia;
qué frontera del humo de tu canto
—verdor vicioso tras oscuro invierno—
ha de flotar tan alta,
que gane al sol desengañado lecho?
La poesía de Ave breve se enmarca y sostiene en un tono de altura
y gran dignidad poética. Fruto y voz de madurez ha ganado
en su plenitud de otoño lo que pudo haber perdido por temprana
primavera agraz.
María Rosa ALONSO
PEDRO CULLEN DEL CASTILLO.—Don Quijote en
Fuerteventura. Tip. Alzóla, Las Palmas de Gran
Canaria, 1948.
Debida a la capacidad organizadora del inquieto y vigilante Ignacio
Quintana, se organizó en Las Palmas una semana cervantina,
con motivo de la celebración del centenario del nacimiento de Cervantes,
que. si bien resultaba un tanto retrasada (de octubre de 1947
a febrero de 1948), no afectó ello a la eficacia y éxito de los actos
celebrados en el Salón Dorado del Excmo. Ayuntamiento de Las
Palmas, por el que desfilaron las personas de mayor relieve en la
vida cultural de aquella ciudad.
La conferencia de Pedro Cullen (crucificado por esa obligación
que es siempre un acto de circunstancias) fué una glosa a grandes
rasgos del contenido general del Quijote, interpretado desde el punto
de vista del comentario o exégesis de Unamuno, tan conocido,
que amenaza bordear ya las márgenes del tópico. Después del hermoso
comentario unamuniano, todos hemos sentido malquerencia
por los Duques, por Sansón Carrasco y por todo lo que no sea
exaltación a la ejemplar locura quijotesca, cuyo símbolo se ha ido
gestando a través de las generaciones hispánicas, hasta dar como
resultante el gran tipo universal que hov representa.
Don Miguel de Unamuno encontró su señor en don Quijote,
cuando acabó de entender el sentido que la creación cervantina
adquirió después de la tragedia colonial del 98. Al famoso «¡Muera
don Quijote!», sucedió la mayor apoteosis que haya podido
tributarse al hoy gran mito hispánico, por su mismo detractor
délas mocedades. Conforme a la interpretación unamuniana, ve
Pedro Cullen en todos los agoniados: Quevedo, el P. Isla, Forner,
Cadalso, Jovellanos, Larra Ganivet, Menéndez Pelayo, representan-
I HEMEROTECA P. MUNICIPAL I
I s a n l a Cruz IIB lüiierit» I 457 /:f
tes del quijotismo, si bien es verdad que algún reparo podríamosl'9 ^
hacer a esta lista; pero ello nos llevaría lejos, y no creo tampoco \%^^;
que Pedro Cullen pretendiera otra cosa que dar unos cuantos ejemplos,
sin más.
Don Quijote en Fuerteventura es, pues, el propio Unamuno,
que encontró en la isla por él llamada esqueleto la llanura manche-ga
trasmutada en llanura marina; un paisaje bíblico o evangélico;
semejante al castellano; algún molino, como en aquellas tierras;
pero conviene añadir que no pasa el alma de Caín, ni el hombre
malo que ve Antonio Machado en el campesino de Castilla, sino el
buen nombre sufrido, entero, sencillo y gran señor en su miseria
que es el fuerteventuroso hijo de la antigua Erbania. Don Miguel
de Unamuno (que acaso terminará por llegar a ser un gran mito) vio
en ella la ínsula Barataría, y prometió a sus amigos escribir un libro
que se llamase Don (Quijote en Fuerteventura. Herniosas crónicas de la
isla y el desigual libro De Fuerteventura a París dedicó el genial escritor
a la humilde gran peña atlántica, cuyo nombre va aparejado
siempre al de Unamuno. Don Miguel recreó una Fuerteventura literaria,
e intuyó, con su enorme talento y su visión noventayochesca
del paisaje castellano y del Dios ibero, la enorme fuerza lírica de
unas tierras secas de palmeras sin sombra. Nos metió en el alma el
valor de un paisaje sustantivo, sin accidetites; después de él nos
conmueven todos los suren de nuestras Islas: el cardón, la tabaiba,
ei camello, la tierra torcida de sed. El canario ha integrado un paisaje
bifrontal, gracias a la sugestión religiosa que el amor unamu-niano
por Fuerteventura supuso. Y ahora nuestro corazón está al
norte húmedo, artificial y un poco céltico; y al sur, sediento, africano
y de pelado desierto,
Pedro Cullen, alineado a Fuerteventura, o creo que hijo de ella,
quiso destacar la contribución de Unamuno a su isla y de su isla a
Unamuno. Con discreción ha logrado su empeño en unas páginas
a las que la anarquía de los cajistas o correctores les volteó acentos
y comas, que caveron donde Dios quiso.
M. R. A.
LEONCIO 'RODV.ÍQVKA.-Epistolario intimo (Cartas
a otras tantas amistades de mi devoción y simpatía).
«Biblioteca Canaria», Santa Cruz de Tenerife,
1948.
Me parece que ya he escrito en alguna parte que el género epistolar
es en nuestros días escasamente cultivado. Con esa prisa angustiada
que tienen las gentes, ni la buena conversación ni la ágil
y decantada misiva pueden florecer como en tiempos cómodos y
serenos. Hoy impera un rápido y a veces absurdo estilo oficinesco,
458
hasta para las cartas íntimas. De tal manera la prosa de la oficina
ha invadido altas zonas interiores, que más de una vez todos habremos
recibido una carta que, sin tener nada que ver con un oficio o
minuta, pone debajo un garabato y después, a máquina: firmado,
Fulanito de Tal... A mí, personalmente, me producen una rara impresión
estos Fulanitos de Tal. Yo no he entrado por el oficinismo
epistolar y pongo mis letritas claras, legibles, corteses.
En una vigilada selección nos da Leoncio Rodríguez un ramillete
de cartas escritas por él a sus amigos, o escritas por sus amigos
a él: muy campechana, la de don Patricio Estévanez, y de valor
desigual, las de don Antcmio Zerolo, Sanabria, Rodríguez Moure,
Gil Roldan, González Díaz, don José Mesa López, José Aguiar, Antonio
Rumeu y Ángel Guerra; muchas de estas cartas son acuse de
recibo a obra del escritor tinerfeño y expresión de justos plácemes
por el mérito de la misma.
Versos de Nijota y de Manuel Verdugo integran el homenaje al
gran periodisia tinerfeño.
Jugosas, sencillas, emotivas, las cartas de Leoncio acaso están
pensadas para la publicidad. Me equivoqué al creer a Leoncio Rodríguez
un despreocupado de su archivo y del borrador o copia.
Una carta, para mí (cuando la recibo), es un documento privado y
jamás hago uso de ella, si no ae me autoriza. Con recomendada reserva
guardé celosamente una, saladísima y sagazmente escrita, que
en 1944 me envió el periodista. ¡Cuál no sería mi asombro en
Madrid cuando la encontré publicada en el libro que ahora anoto,
8 los cuatro añosl Los temores habían sido vencidos, porque no en
vano el tiempo corre... Y me he alegrado de ello, porque la carta
es muy buena, si bien Leoncio se tomó «en serio» eso de que yo iba
a escribir mis memorias... ¿No sabe usted, amigo Leoncio, que yo,
tacorontera y tamaida al fin de cuentas, tengo también mis buenas
dosis de humorismo?
Cartas a Manuel González de Aledo, a Davó, Juan Álvarez Delgado,
don Agustín Cabrera y Víctor Núñez, contando la escrita a
mí, componen este Epistolario de Leoncio Rodríguez. Lo inicia a
modo de prólogo la carta con que felicitó a nuestro querido obispo
don Domingo Pérez Cáceres, cuya noble y sencilla respuesta cierra
a manera de epílogo este relicario de intimidades, que el autor ex-plicita
en un gesto cordial y efusivo. En el buen lector gustoso del
detalle quedará la firme y sentimental pincelada de aquella noche
de «luna sobre un mar en calma, sereno y bruñido como un espejo
». Caía la maravilla de aquella gracia frente a la Raranda del Sauzal,
y venía entre las huestes de don Renito nuestro actual Obispo,
y él interpretó detrás de la delicia un pródigo mensaje de la Divinidad...
Uno de nuestros más exquisitos prosistas pudo escribir una
vez que «Dios habla a la Isla de noche».
459
Leoncio Rodríguez, que no es hombre de estos tiempos precipitados,
puede escribir buenas cartas y dejar copia de ellas; puede
reunirías y ofrecérnoslas un día como el de hoy en ese emotivo y
sencillo Epistolario íntimo.
María Rosa ALONSO
ANDRÉS DE ARROYO. —Teobaldo Pórver, verbo inmortal
del alma canaria. Imp. Herreros, Puerto de
la Cruz, 1948.
Contribución al brillante centenario de Pówer es la publicación
del discurso que don Andrés de Arroyo pronunció el día 15 de agosto
de 1948, día de la patrona del Puerto de la Cruz, en el acto del
descubrimiento de la lápida con que se quiso perpetuar la memoria
del músico canario.
El padre de Teobaldo, don Roberto, es sabido que era del Puerto
de la Cruz, así como otros familiares: al señor Arroyo gustó de
referirse a varias ramas del árbol Pówer y colaterales, que cuenta
hoy distinguidos representantes; alude a la fusión de extranjeros
con nativos, tan específica de nuestras Islas, y del Puerto sobre todo,
e inserta la breve composición con la que Victorina Bridoux
celebra la futura gloria del niño artista, de la que me ocupé en mi
libro sobre la poetisa.
La cálida palabra del señor Arroyo, correspondiente de la Academia
de la Historia y destacado hijo del Puerto, tributó a la familia
Pówer y al músico un encendido homenaje de amor a la tierra,
que sus auténticos hijos acogeremos siempre con toda clase de
plácemes.
M. R. A.
NOTA IMPORTANTE.—Motivos profesionales me han obligado a ausentarme
de las Islas y de mis tareas de impenitente lectora de obras de canarios. Gran
cantidad de ellas aguardan el que me sea posible leerlas y anotarlas. Creo con esto
contestar a algunas preguntas que varios autores me han hecho. Termino en
este número de reseñar las editadas en 1948; las aparecidas en 1949 serán objeto
de mi atencióti en próximos números, y luego las que han visto la lúe en 1950. Es
ésta una ingrata labor, en la que no se gana otra cosa que algún desplante del
autor, si la reseña no sale a su gusto, y por eso se brindan pocos a ayudarme.
Con paciencia de los autores, procurarle poner al día estas recensiones.
M. R A.