La raíz familiar ^'^
por NÉSTOR ÁLAMO
Un igran señor y un prelado magnífico. Era todo él un destello brillante
del rococó en ago^nía. Suaves gustos suntuarios, jnónbidos; parecido
a una seda tratada por Mengis, en contraste violento con la burda est;i-meña
uisada por el pueblo, ese ente traído a la vida por la Revolución Francesa
y que Gaya isabría inmortalizar.
Nació en esta ciudad de Canaria a 22 de agosto de 1749. España desde
la muerte de Carlos II arrastra una cadena inacaibable de guerras. Tuvo
que lliegar Fernando VI para que la vida desembocara en un remanso
de doce años tranquilos. Y em esta etaipa nace U. Manuel. Sus padres son
D. Joaquín José Pérez Verdugo y Albiturría y su prima D* Micaela María
Verdugo Albiturría. En paños áe Armas traían, por Verdugo, un león
nampanite len azur por campo de oro, y bordara en azur con ocho aspas
doradas en ella, surmontado por casco de caballero; y de Albiturría, sobre
el propio azur, trece •estrellas de plata, tres a tres y una en final, superándolas.
Merced a los Albiturría entroncaba el matrimonio con Juan de Albiturría
Orbea y Saíazar, vasco puro y segundón de Francisco Albiturría,
Jefe de la casa alavesa de este apellido. Casó D. Juan en Canaria en el
tercio primero del XVII con D5 Francisca de Urúspuru Cairasco y Mire-
(1) Capítulo I del libro que aun seguimos ignorando si algún día saldrá
a luz, El Obupo Verdugo. Su tiempo. El retrato que se atribuye /i|
Goya. Luetgo de escrita esta nota hemos isalbido que el Grupo de Bibliófilos,
dell GaibÍTiete Literario de Lais Pailmas, ha acordadtoi imprimir el Id-hiro
de Néstor Alaimo como aportación de didha entidad al seigundo Centenario
M nacimiemto de Goya.—N. de la R.
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les, más conocida por D^ Francisca Mireles—de los Míreles de Telde—,
en su época. Del connubio, a más de varias hembras, nacen D. Roque y
D. Etomiimig-o de Alibiturría Orbea y Salazar. Al moriT este último, sólo ile
soibreviven, de «us hermanos, una D- Inés, sufridora de temporales tras-tomos
del sexo, y los hijos de D. Roque, que imurió ordenado de clérigo
presibítero.
Este D. Roque—que se apellidó Díaz en recuerdo de su tío, el Arcediano
de Canaria D. Roque Díaz Peloz—había procreado en Sevilla, en la
etapa loca de la estudiantina, tres hijos, en cierta andaluza, libre y retozona,
llamada Isaibel Muñoz. Son éstos los vastagos, que reconocidos más
tarde, formarán la opulenta, aria toe rática sucesión de Albiturría, y se llamaron
D. Salvador, que fué clérigo y notario, muerto en Canaria en 3 de
noviemlbre de 1703; el Oaípitán Juan de Albiturría, y D* Majría Luisa de la
Trinidad, bautizada en Santa Lucía de Sevilla el 28 de diciembre de 1659.
Y allí casa, en San Lorenzo, oon D. Criisitóbal Diego Verdugo y Bienmúdez
el día 8 de enero de 1673. Y sus hijos'—^no sabemos por qué—anteponen
un oibsouro "Pérez" a los eufónicos dictados de sus progenitores.
El D. Juan (que Fernández de Béthencourt, en oposición a los papeles
familiares llama D. José Pérez Verdugo de Albiturría) nace en Sevilla
en 13 de febrero de 1679 y casa dos veces. Del matrimonio primera
con D5 María Isabel de Espino y Carvajal, no obtiene hijos, y en el segundo,
celebrado en 13 de mayo de 1722, oon D* Josefa de Herrera Sarmiento
y Salas, en el Sagrrario Catedral, engendra dos hijos: D. José Marcos y
D5 Micaela María Verdiugo Albiturría.
La paterna proeedencia de D^ Luisa vióse en trance de Jitigio añois
más tarde, negándola nada menos que su hiemiano D. Juan y el Deán y
Cabildo de Canarias. Intervino la austera Temis, encarnada en la grave,
infteíigienbe persipicacia de D. Pedro Agustín del Castillo, en funciones de
Corregidor de ausencias, que falló la difícil contienda un poco a lo Salomón.
Bn 31 de agosto de 1714 declara—no sabemos basándose en qué—a
D5 Luisa hija verdadera, aunque ilegítima, de D. Roque Díaz Peloz. Así
se le echaron palas y punteras al desvencijado honor de la lozana anda-
• luza en quien D. Roque, en momentos de pooo—o imualio—pensar, había
engendirado sus tres revellados retoños. De estos detalles aparecen mu»
ohos en la declaración que un nieto de la iseñora, D. José Verdugo, presta
en el pleito familiar motivado por la herencia codiciada del Areediaino
D. Domiingx) de Albiturría.
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Este D. Domingo tuvo más suerte en su carrera que «u hermiano D. Roque,
el de la vocación tardía. 'Como vemos, llegó a servir el cargo importantísimo
de Arcediano titular de la Catedral de Canarias, desempeñado
en lo antiguo por ®u tío D. Roque Díaz Peloz, y que era de los más pingües
de la Diócesis. Tanto fué el provecho que de la prebenda obtuvo y
su (tino en administrarlo, que, unido a lo cuantioso de su hacienda propia,
pudo llenar al morir una de las ilusiones más altas de la época: fundar
um Mayorazigo en cabeza de su apellido.
Disfrutaron el Mayorazgo del señor Arcediano Albiturría su hermana,
la desvariante D* Inés, y sus sabrinoa, Salvador, Juan y Luisa, por el orden
que se citan.
El fundo lo estableció el Arcediano D. Domingo por testamento íde
20 de agosto y codicilo de 11 de septiemibre de 1692, ante el notario da
Canaria Lázaro de Figueroa, y los bienes vinculados rentaiban al año la
para entonces exorbitante cantidad de veinte mil reales plata.
Era ésta una época nacida de mayorazgos, de brujas, de alucinantes
fantasmagorías. Bl hechizo y el milagro aindaiban sueltos y los Austrias,
en su dedive, arrastraiban a España, que no era más que mortaja de terciopelo
ajado.
La fórmxda prevalecía s-obre Ja acción, y los barajeros Reyes de Armas
—"ibergantes genealógicos", como Torres de Villarroel los bautizó—^hacían
fortuna con hidalguías de bragueta, (hambre y orgullo, ci-eando blasones
ipara colgarlos de inextricables airibolarios. Y todo ello, alumibrado
por el oro que arribaba de América; oro que aventa España sin dansa
cuenta que es su propia sangre lo que sieníbra a voleo. Inconsciente, en um
aibúlico despilfairro inútil.
Las Islas son también—ihan seguido Diéndolo—^unas Américas chiquitas
donde los Capitanes generales, y los Regclntes de Audiencia, y los
señore» Obispos e Inquisidores Apostéliicoe haicían aprendizaje de lo que
en las Américas auténticas pudieran hacer y acontecer a poco que la fortuna
les soplara. Donde podían arramblar con miles y millones con sólo
engordar la vista y dejarse pasar la mano...
Y este afán desatentado de honores va en aumento hasta su último tercio.
Un caao tipo, ese del Chantre e Inquisidor d* Canarias D. Bartolomé
Benítez de. Lugo. A la muerte de su padre, D. Diego, primer Marqués de
Celada, creyóse con ¡bastante vuelo para celebrar sus funerales en la Catedral,
con asistencia, en Cuerpo, del Santo Oficio. Mas, una Cédula del
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Rey, provocada por el propio Cabildo, que en lo que a sus fueros toca
jamás ha claudicado, hizo abortar en aquel rnismo año el proyecto orgru-lloso.
Y se ordenó que, en lo sucesivo, sólo pudieran celebrarse honras en
la Catedral por miembros de su Cabildo o de la Real Familia.
Elste D. Bartolomé tuvo la rara virtud de no ejercer el cargo a gusto
de inadíe: ni del Tribunal que considéraiba sacrilegio, o poco menos, que
un hijo del país ostentara tan altísimo y sacro cargo; ni de sus paisanos,
que lo consideraiban demasiado finchado e infumable (2).
Al ser nombrado Inquisidor en 1718, sus coleigas del Tribunal de Canaria
se negaron en redondo a aceptarlo, porque, a más de ser de raza
isleña—ilo que implicaba ya cierta lasitud en la €ocrupuloisa atención Ide
sus familiares—, se dedicaiba bajo cuerda y por medio de testaferros a
cuanto megocio de usura, o similares se le ponía a tiro. Hubo prueiba fehaciente
de «u aprovechamiento cuando quiso enviar un plieigo secreto de
protesta a la Suprema por •el repudio que de su pomposa personalidad
hacía el Tribunal de Canaria. El mensajero fué en un barco suyo por mitad,
siendo la otra áel mercader inglés, vecino de La Orotava, William
Puldon, compinclhe o testaferro junto a D. Agustín García de Bustamante,
en los negocios del muy magnífico señor. En prueiba de esto se hacía
constar que a su regreso de Cádiz trajo la nave del triunvirato, y pdr
cuenta del mismo, cien arrobas de aceite y cien pifrulcras (3) de aceiltu;-
Inias... (4).
(2) En 8 de junio de 1753 el señor Inquisidor euperviviente, ail dar
cuenta de la "pía y felice morte" por calenturas éticas—que se lo llevaron
en veinte y tres días—del señor Inquisidor Fiscal D. Gabriel Vázquez do
Arce, que era "de delicada constitución" hacía recordar a la Suprema en
su valiosísima carta "los graves inconvenientes y decaimientos que resultara
de iproveersie en pretendlieinites naturales de estaei Mae, que no dudo
instarán con el motivo de esta bacante, pero cuyos aun menores perjuicios
respectivos a la Audiencia de estas Islas tuvo S. M-, que D. g., por suficientes
para declarar por nulas las gracias de Oidores de ellas hechas en
Dn. Pedro Masiú y a Dn. Luis Mamrique, patricios, mandando se les restituyesen
con el premio de 25 por 100 las cantidades con que habían servido
a S. M. de qu'e se dio aviso a dha. Auid* en 26 de diciemibre del año
pasado de 1708".
(3) Vaisijais de barro.
(4) Como justificainte de esta eterna fobia deil Santo Oficio a que se
nombrasen por Inquisidores a hijos de las Islas—motivo por el cual D. Bartolo
nunca fué tomado en serio por sus compañeras de Tribunal—la tenemos
en el clérigo de Canaria D. Luis Manrique, que andaba por Madrid,
ya electo canónigo de su Catedral, en los tiempos en que los Vfírdugutío
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Pero no se contuvieron los ipujos del altivo D. Bartolo. Bn 1709 pra-movió
otro litig^io de etiquetas al pretender que su aristocrática autoridad
disfrutara de sillón, alfombra y almohada en la Iglesia de la Concepción
de La Orotava, donde tenía raíces sai familia, y en la que placíale desplegar
toda su estrepitosa pompa de 'magnate linajudo y opulento de la Iglesia
isleña. Pero otra Cédula Real del V Felipe dio al traste con sus humos
desniveladlos.
Y en el terreno civil, los Títulos de Nobleza. La aristocracia históri-ca
y (primitiva, entroncada con nobles casas de allende, haibía arrancado con
los Títulos primeros. La nobleza no titulada y la de segunda y tercera
mano; la burguesía dorada—^los trepadores, que dice Baroja^—^buscaiban la
gloria segura y social tras el resguardo del Regio Pergamino. Es en Tenerife
donde estas ansias cristalizan con más vigor. Acaso por la necesidad
sentida por los occidentales de crear una fuerza corporativa, estatal,
que reapaldando la autoridad vidriosa de los Capitanes generales se opusiese,
en contrapeso, al influjo del resto de TWbunales asentados en Ca-estudiaban
y se ponían en condiciones de escalar los puestos primeros del
isleño retablo. Este D. Luis pretendía sin éxito la pla?.a de Inquisidor vacante
por traslado a Granada de D. Alfonso Molina. Pero el pretendiente,
según nuestro Santo Oficio, era tan ignorante, que ni gramática pudo
aprender cuando intentó estudiarla. De carácter díscolo, y tan engreído y
orgulloso reapecto a la nobleza de su Casa—decían lo.s Inquisidores—que
no poseía, que lo tornaban inaguantable. Él y su hermano, el coruscainte
D. García Manrique, eran, según juramento de conciencia de los Inquisidores
Molina y Bolaños, totalmente incalificables, por descender, segiin
fehacientes documentos que obran en el secreto, de judíos, moriscos, mulatos
ilegítimos, sacrilegos y confe.sos...
Como el lector menos avispado puede advertir, no faltaba al rama
ni un capullo. Esta misma exacerbada fruicción con que el Tribunal se refocilaba
en sus invectivas nos induce a suponer que, como dice el refrán
respecto a las fortunas de Canaria, tendremos que tomar de lo dicho sólo
"la mitad de la mitad; que ya habrá tiempo de rebajar..."
La cosa era calumniar, que, como dice el refrán, algo podría quedar de
la mentira. Y para la Inquisición, todos éramos mulatos o moriscos en Canarias.
En su afán de oposición a toda compañía de canarios en la mesa del
juagar de la Fe, decían los señores que al pretender D. Luis Manrique—tío
de los pretendientes y Tesorero en nuestra Catedral—iser Ministro Calificado
del Santo Oficio hacia 1740, se suplantó en los Libros de la Parroquia
del Sagrario la fe de casamiento de sus abuelos paternos y se hizo
perdida la de bautismo del materno. Y tan^—^según ellos—era así, que el
mayor Impedimento que tuvo para ingresar como Ministro del Tribunal el
papelista Romero Zerpa fué ser esposo legítimo de D5 Hipólita Manrique,
hermana del D. Luis, orgulloso e iletrado. •
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naria. A la fuerza ahagadiora de leyes y teocracia que desde nuestra Ciudad
se hacía sentir inexorable en todo el Archipiélago.
En Gran Canaria se da un curioao caso de ennoblecimiento que puede
siituarse ooino cifra y encarnación de tod.OB eillois. Éste:
El Receptor de Caudales del Santo Oficio D. Juan Naranjo de Quintana,
caballero que !po6€Ía una grave y diestra haMÉdiad em' el mainiejo idle
aquellos y en lo de subir y administrar sin control los intereses que los
tales produjeran, tuvo ciertos devaneos con las aumas a su honradez encomendadas,
de los que resultó la integridad' de las mismas con irreme-diaibles
agujeros. Para evitar escenas desagradaibles con la justicia se vio
precisadlo a huÍT a ia Corte a uña de oaballo, año de 1746, ante ©1 ainuncio
de una inispeociÓTi ^de sois tareas administrativas.
Como era lógico, se despidió a "la francesa", es decir, sin explicación
de (género alguno a su» superiores, y éstos cursaron orden de dietenci6n
contra el infiel Naranjo que estaba ya en Santa Cruz de Tenerife de partida
para España.
Pero la cosa se llevó tan... sedosamente, que el ex-Receptor pudo ihuír
con toda tranquilidad "antes" de que en el "Lugar y Puerto" recibieran
la orden de detención.
Andando el tiempo, que todo lo lima y allana, la cosa tuvo arreglo
honesto y tranquilizador. El Santo Tribunal pasó y dio :por ibuenas las
cuentas que de Madrid le envió el resibaloso D. Juan, y, según loa maldicientes,
con facilidades excesivas y sospechosas.
Pero «sto no fué sino anticipo del futuro. Andando el tiempo, D. Domingo
Galdós, abuelo vasco del gran D. Benito, en el ajuste de cuentas
que en 1817 cierra con el Tribunal, donde desempeñaba el cargo que antaño
Quintana, aparecía con un "alcance" de cerca de medio millón de reales
(5) en los veinticuatro años (1785 a 1808) que había ejercido la Receptoría.
Como durante este largo período el caballero—que vino de su tierra
de Vizcaya sin más ibienes térreos que sus pruebas de cristiano viejo
y su paño de armas—había adquirido casas y haciendas y.una flotilla de
pesqueros que andaJban en el negocio del salpreso en la costa vecina, los
señores Inquisidores Grómez y Martínez Palomino insinuaban, al dar cuenta
del caso a la Suprema, que tanta compra y tantos tene'res no haibíain
(5) Exactamente, 47'?.379 reales con 3 y 1/3 maravedises.
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podido ag'enciarse con el salario de seis mil reales al año que su cai>g?o
producía...
Pero también en este caso, como en el anterior, un esipeso, comprensivo
velo se espesa en su torno, haciendo desaparecer lo feo del asunto.
Por lo didho no puede extrañar a quien lea que, tanto uno como otro,
dejaran a su muerte orondas fortunas, d« mayor importancia la dfe Naranjo.
Sus herederos tenían, pues, la cardinal oblig-ación de ennoblecerla.
Y Carlos III, por Real Merced, que firma en El Pardo a 14 de marzo de
1788, crea para los heredero^! de D. Juan el Título Nobiliario de Marqueses
del Buen Suceso, nombre de una hacienda familiar lindante con la llamada
de "La PoUinia", propiedad hoy de los Marqueses de Arucas, y situadas
ambas en la muy opulenta y plataneril ciudad de este nombre.
Fué primer Marqués del Buen Suceso D. Bartolomé Francisco iHer-nández
Naranjo, nieto del Receptor, cuyos apellidos, así a primera visita,
no parecen los más a propósito para sostén de un Marqueisado. Aunque
hay quienes afirman que no son precisamente los apellidos el mejor y más
sólido sostén <te los Títulos, y que la nobleza personal y verdadera y loa
sonoros apellidos ancestrales suelen darse de cachetes con harta y aterradora
frecuencia.
Ya viejo, arribó a Canaria este primer Marqués del Buen Suceso. Tenía
la noble ilusión de fijar en la Isla su casa, en d'iig<no empeño desvirtua-dor
de la huida de su abuelo. Venía con él su esposa, natural de Caracas, y
su primoigrénito, D. Juan, casado con D* María de la Sema y FigTieiroa,
nacida en Jerez de la Frontera.
Abortó a nuestra tierra el flamante y valetudinario Marqués a bordo
de la fragata imperial "José 11", que ancló en el Puerto de la Luz en la
tarde del domingo 27 de julio, del propio año de su titulación. Como era
lógico, D. Bartolo pensó achicar con su boato a la vieja aristocracia de la
Isla, <5fue miraba con cierta sorna el brillo flamante de s.u Marquesado.
Puso casa a lo grande, con amplio señorío, en la Plaza Mayor, donde hoy
las tienen los Sres. de Ascanio-Manrique, y ofreció a la alta sociedad canaria
un soberbio festín el 4 de agosto, día de Santo Domingo de Guz-mán.
El estrado y comedor ofrecían una visión espléndida. Y la Nobleza,
Autoridades y Clero avalaron con sus presencias aquel convite de rumbo
con que la Casa del Buen Suceso hacía aquí sus armas primeras. La fies-
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ta fué de tarde, pero hasta muy altas horas de la noche duraron las risas,
músicas, alegrías y donaires.
El proipósito del buen Marqués no tuvo logro: falló con su muerte
acaecida el 7 de diciemibre de aquel 'mismo año, a los 72 años de edad. La
familia, sin amarre de sentimientos con la tierra de su jefe y pariente
mayor, alzó el vuelo hacia la igracia alegre de 'Sevilla, donde hasta hoy
existe. Antes de irse llevóse el consuelo de que al entierro del Marqués
Bartolo—capitán en retiro—^asistiera una escolta de honor de cuarenta
soldados.
Este «aso de fresca nobleza titulada nos trae a laa mientes el de otra
casa oriunda de Gran Canaria: la venezolana de los Marqueses del Toro.
Con uila Ihija del primer Marqués del Toro, D. Bernardo—D^ María Teresa—,
ca-sa Simón Bolívar en Madrid, en 1802; antes, en 1782, anduvo entre
nosotros un nieto de D. Bernardo, que marcihó a Cádiz en noviemibre,
a bordo dtel navio que llevaiba al Marqués de Nava: que era como acá ,se
conocía al alcurniad'o y laigrunero de Villanueva diel Prado.
La España de 1692 tenía cariz gemelo al que China ofrecía en 1937.
Era un cuerpo fofo e inmenso donde todos enterraban sus garras con seguridad
de presa y sin peligro mayor. Se trataba de un conjunto amargo
y podrido, en disgregación constante. Todo hida%uete de tres al cuarto se
creía en la obligación de fundar Capellanías, Aniversarios y Mayorazgos.
Y todo el ámibito de las España» se rebozaba en un culto idolátrico y 'milagroso,
hecho, más que nada, de inconsciente terror al Maligno.
Entre las cosas curiosas—^y creemos absolutamente inéditas eri Canarias—
que podemos ofrecer al lector, se halla este Decálogo o el Mandamiento
de los Padres, que en las Islas circula en 1756 de mano en mano,
entre zumiba y carcajeo, contra una poderosísima Orden. Era a.sí:
El .primero, amar al dinero.
El 'Segfundo, a todo el mundo.
El tercero, dejar la vaca por el carnero.
El cuarto, perseguir a Esculapio.
El quinto, mezclar el blanco con el tinto.
El sexto, ir por la calle muy honesto.
El séptimo, vestir el paño veinticuatreno.
El octavo, tener al penitente por esclavo.
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El noveno, andar siempre en coche ajeno.
El postrero, conquistar las viudas de dinero.
Estos diez Mandamientos se encierran en dos. Todo para Nos y nada
para Vos...
El Mayorazgo instituido por el Arcediano D. Domingo de Albiturría
y Onbea Salazar estaba formado con sólida fortuna. Tierras, aguas, casas,
molinos, censos... y todo situado en zonas diferentes. En Agüimes, sotore
todo, cuna de loa Míreles, que sor. a la postre los isleños simplones que
aiiemipre apartan las galliTias de los huevos de oro... Y los graneros repletos,
A la vieja casa solar quedan viniculados caudales y enseres de importancia.
Rimeros de plata labrada en forma de fuente, iplatos, aguamanos
y salvillas. Candelarios de arquitectura maciza y palmatorias de forma picotera.
Arconea y anaqueles rebosantes de ropas de toda especie y un suntuoso
y completísimo mobiliario que exorna las estancias.
Homibre de su época, el Arcediano D. Domingo, pese a las Letras y
Artes adquiridas en Sevilla, no resistió la tentación de ponerse en manos
curanderiles cuando la vejez descargó sus alifafes. Llamó a su lado a María
Magdalena, moza morisca y retrechera avecindada en la Carnicería,
que a más de dotes curandiles tenía un palmito capaz de tentar con ifrtu-to
ai mismísimo San Antonio, cosa que dice Había podido comprobar, con
anterioridad |muy sostenida, el Muy Ilustre señor Arcediano, y que por
eso la reclamaba en sus iboqueadas.
Así que, cuando la Muerte apareció a los pies de su cama, no pudo irse
con ella en gracia de Dios. Fué menester arrojar a la María Magdalena,
hedhizadora que allí estaba prolongando su agonía. De arrojar a la morisca
Magdalena se encargaron el Capitán Juan de Albiturría, sobrino del
moribundo señor, y el mulato Bartolo, esclavo de aquél. Dijo su señoría:
—¿Sabéis ipor qué no puedo ir a ver a Dios?
—No, señor tío.
—Pues ¡porque estby "ligado"! Obra de esa bruja traicionera, que el
demonio confunda. ¡Echadla! ¡Eóhadla!
Traed una tijera y cortad el cordón que liga mis partes, que ésta ds
abra de esa bruja maldita...
Así lo hizo su sobrino Juan de Albiturría, ayudado por el esclavo Bar-
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tolomé, y advirtieron qu€ el ibramante estaba enterrado en las carnes más
de dos dedos y llenas todas de postemas y materia. Al desligarle dijo
D. Domingo:
—¡Bendito sea Dios, que ya puedo morir!
Y sufrió un deapeño. Cuando recobró el sentido exigió que fuese ex-puJisadia
de ila easa de Alibituriría la morisca, que en ella asentaba, como dueña,
sus reales. Confesóse con frailes franciscanos y murió tranquilamente
de allí a tres días, eh paz y g^racia de Dios. Súpose esta intriga de amores,
interés y hechicería, a los años, en ocasión de confiárselo a la Beata
Ana María de San Francisco, vieja entremetida y correntona, a más de
la hermana del Arcediano, D5 Inés, una esclava del fallecido D. Domingo,
que respondía por Fraseorra, y DS Francisca de Paula Guerra, esposa
die aquel sobrino d«l iprelbendado, que tomó sobre sí la tarea de "desii-garlo".
Como era natural, la Beata puso en el pico de la Inquisición todo el
enredo; quien, siempre sabia y prudente, no halló de momento materia cas-tigaible...
A tono con el ritmo de su tiempo, instituye el señor Arcediano diez y
odho aniversarios en templos y altares distintos. Ocho oapellanías que sólo
ivinieron a ver coronada su fundación a la muerte del sobrino del fundador
y Mayorazgo heredero, el Csjpitán Juan de Albiturría, y una fastuosa
procesión de la imagen titular (6) en la desaparecida iglesia d« los
Remedios, a que debía asistir el Cabildo Catedral, con el Deán a su frente.
Todo con el máximo fasto y decoro y su costo ínteigro era carga que «(1
Mayorazgo d* la casa de Albiturría anotatoa en sus deberes.
Heredó este Mayorazgo, eliminada la desvariante D5 Inés, el mayor
de los legitimados hijos de D. Roqvíe Díaz Feloz, clérigo hermano del señor
Arcediano. Eran estos retoños tres: D. Salvador, clérigo asimismo; el
Capitán Juan de Albiturría y D? Luisa de la Trinidad, los citados hijos
que D. Roque tuvo en mujer libre, en tiempos en que hacía su estudiantina
en Sevilla. Y allá, ¡en el ruedo de la ciudad hermosa que al Betis tieme
por esipejo, casó a esta hija, D* Luisa, en 8 de enero de 1673, con D. Cristóbal
Diego Verdugo, natuTal de Avila de los Caballeros.
La paterna procedencia de la D9 Luisa vióse en trances de litigio años
(6) Hoy se venera en la Bnmita de San Antón Abad.
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más tard€, como dijimos. Y la contradecían nada menos que su' propio
hermano D. Juan de Albiturría y el Deán y Caibildo de Canarias.
Encontramos al matrimonio Verdugo y Albiturría, en Canaria, hacia
1706. Tienen loe hijos siguiente: D. Joaquín José Pérez Verdugo, que continúa
la línea de su Casa; D. Silvestre, que pasa a Cuba y de quien nace
en Trinidad, a 12 de aibril de 1716, en su matrimonio con B'^ Francisca
María Antonia de los Reyes, el (padre del futuro Obispo, llamado D. Joaquín
José; D. Salvador y D5 Josefa de la Trinidad, que toma velo de Santa
Clara en nuestra Isla.
Por lo visto, el hijo de D. Cristóbal Verdugo y D* Luisa Albiturría,
D. Joaquín José, era hombre dispuesto a hacer valer los privilegios que
encontró en su Casa. En 20 de noviembre de 1752 lo vemos litigando con
el Caibildo y Ayuntamiento de la Isla, ya que como Regidor Perpetuo de
Canaria y Procurador Mayor de aquéllos dieíbía salir, en unión de otros
oua'tro Regidores Perpetuos y la Justicia Reail, precedidos de pregonero
y atambores, a cabaJllo todos y enlutados, a leer la Real Carta de liutcte
por Personas Reales en los sitios de rigor, según inmemorial costumbre,
y celebrar luego las exequias, a costa de los propios, como siempre se habían
hedho.
El D. Joaquín José, padre del Obispo, en matrimonio con su prima
D* Micaela, hermana del Eteán electo D. José Marcos, litigaba porque la
Audiencia ordenó que no ise .mencionase all OsibMdto y Regidores en eS Pregón.
Por tanto, el Ayuntamiento se consideró exento de aaiatir, pero el
Corregidor le obligó a ello. Y ganó la fuerza 'bruta. La solución fué acordar
la asistencia de cuatro Regidores, medio de tapadillo, aunque no se
nombrara su Cabildo al aon de los atambores.
Vino al mundo el Mayorazigo D. José Marcos en esta Ciudad de Canaria,
año de 1722, y, a su tiempo, siguió la ruta segura de la Iglesia, de tradición
en la familia. La ascendencia peninsular hace a sus padres enviarle
a Valladolid, al estudio y dominio de Leyes, que practica luego en diversos
estudios y pasantías madrileñas. Adquiere así cultura de las más sólidas
y modernas que en aquel instante ofrece España y que le servirá, andando
el tiempo, para ostentar, el primero, la dirección de la Real Sociedad Eco-
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nómica de Amigos del País, que en 1777 funda el gran Obispo Cervera (7).
Ordenado de sacerdote y hecho su ingreso en el Cuerpo ilustre de nuestro
Calbildo Catedral, ocupa directamente el Arcedianato de Fuerteventu-ra
y, más tarde, es nombrado Arcediano Titular de Canaria, como sus antepasados
D. Roque Díaz Peloz y D. Domingo de Albiturría. Electo Deán
de tan glorioso Instituto, como premio a aus méritos excepcionales, no
pudo ocupar su' alto puesto por hallarse enfermo de muerte.
Hombre de relaciones cortesanas y educación perfecta, su clarísimo saber
y su seguridad sin regateos le hacen ,ser enviado por su Cabildo a la
Corte, hacia 1768, a defenderle en el ruidosísimo litigio que sostenía con
el Inquirsidor de Canaria, D. Juan Martínez Nubla, Juez de Comisión de la
Gracia del Excusado.
Había heredado nuestro Arcediano de su tío abuelo, el también Arcediano
D. Domingo de Albiturría, un odio irreconciliable hacia el Santo Oficio
y sus arbitrarios procederes. D. Domingo había adquirido 6st« sentimiento
anti-inquisitorial, desde los tiempos de las escandalosas pendencias
sostenidas por su protector, el fosfórico y arrebatado Obispo de nuest
ra Diócesis D. Rodrigo Gutiérrez de Rozas (a quien siemipre fué adictísimo),
con la Inquisición de Canarias. Y esta incompatibilidad se proyecta
en todos los del linaje de Albiturría, y Verdugo luego.
La gestión en la Corte del entonces Arcediano de Fuerteventura fué
tan llena de aciertos, que logró para su Cabildo el más apoteósico de los
triunfos, y para él la entera adoración de sus difíciles cofradies. El Rey
Carlos III, en Cédula de aqu'el propio año de 1768, dirigida al Regente y
Oidores die Canaria, hacía saiber que el Inquisidor D. Juan Martínez de
Nubla—^promovido a la Inquisición de Llerena—se había excedido en todas
sus providencias contra el Cabildo Catedral, y que por haberse malquistado
con todos y por lo demás que resultaba, debía ser separado de la
Inquisición de Islas por su Jefe, el Gran Inquisidor General.
ítem más: que los Inquisidores de Canarias—y esto era exacto, aunque
justo sea decir que tampoco el Deán y Cabildo se mordían las lenguas
cuando de defender prerrogativas y derechos se trataba—, en el uso de
sus oficios y comisiones se habían excedido, abrogándose en todo autori-
(7) D. José Marcos, de«de isu silla directorial de la Bconóimiea, es él
instaurador del cultivo de la alfalfa en Gran Canaria.
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dad demasiada y adoptando arbitrarios procederes, que no hacían más
que destemplar al resto de Tribunales.
También ordenaba la Corona que el Saiito Oficio, en observancia de
las Bulas Pontificias y Diaposición de Felipe III sobre Prebendas del Rea!
Patronato, no distrajera a los individuos de Cabildo que fuesen sus familiares
de la precisa asistencia a los Oficios y necesidades de la Catedral.
Se ordenaiba también que en lo sucesivo no se diesen comisiones semejantes,
sino que se encarg-aran a los prebendados que pudiesen resolverlas.
Se ordenaba igualmente, respetando viejas disposicioneis del Emperador
fflorioso, que no se molestara a los Letrados, Procuradiores y Aig-entes
de la Catedral en el uso d;e sus oficios. Y que al notificar al Caibildo Re(ai-les
Cédulas o Despachos Regrios era oblig-ación hacerlo saber primeramente
al Deán a fin de que sin excusas juntara a sus componentes.
Colofón de tan absoluta victoria fué que la Real Audiencia diputara a
un Ministro a fin def pasar a la Catedral a poner tilde y borrón en los Libros
Oaipitulareis a cuantajs notas se hubiesen puesto de orden diel Tribunal
del Excusado (representación del Inquisidor Nubla), «.in conocimiento
de la Real Autoridad y que atentasen al preatig^io y decoro de una I^flesia
del Patronazgo de la Corona.
El éxito enorme obtenido por el Arcediano de PuerteventuT'a enfureció
a la Inquisición. Bramaiba, espumajeante de impotencias terroríficas. Esta
fué la cuchillada que segó su influencia omnímoda en la vida del las Islas.
La (g^ente comenzó a darse cuenta que podía "meterse" sin peligro con tan
«aero Tribunal y empezó a tener claras dudas sobre su poder ultra-<Mvino
y extra-humano. Y lo que aun es peor: a tomarlo a broma. Por tanto, el
odio represado por loe siglos comienzo a fluir. Lo® párrocas se aimpaiabam
en fiutilidades infantiles para no leer los Edictos de Fe y Anatema o dejaban
que los viejos samibenitos se (pudriesen, descoligados, en cualquier desván
o sacriatía... ¡Y lo peor era la fantástica publicidad dada al asunto!...
Bstaiba todavía Nubla en Canaria cuando llegaron nuevas oficiosas de
su derrota, y los primeros ejemplares impresos del Informe de Veírdugo
en contra de su autoridad. Un dominico, el Predicador General Fray Juan
Díaz Góanez, lo trajo aü Triibunai. Lleno de aírrio despedho, de ralbia y soberbia
impotentes, toma Nubla la pluma y alza hasta la Suprema, en 1769,
nueva y verídica exposición de los hechos. Verídica desde su propio punto
de viata.
Era la carta amamga y larguísiima. Se hacían ver la decadencia y mtier-
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te que al Tribunal aguardiaban de permitir semejantes desacatos. En estas
letras vive el furor qu« contra el Santo Oficio alentaba el Cabildo. Y que
ellos—los Inquisidores Nubla y Ceballos'—no tenían culpa de los desafueros
que los Inquisidoies, sus antepasados, huibiesen cometido.
Esta fobia contra el Tribunal aflora en todos los medios. Sus privilegios
y exenciones tenían la virtud de exasperar al ipueblo lo mismo que a
la Nobleza y a la piante clase media. Caso típico de estos sentimientos lo
tenemos en 1766. Y es el que sigrie.
Un criado del Inquisidor Nuibla (Vicente Padilla), fué a la Carnicería
en 'busca de carne para su amo. Como gallo en corral propio, se coló en el
Arca Saíita del Peso, aun viendo que quedaba fuera el criado del Regente.
El cortante—que era majorero y se llamaba Francisco de los Beyes—, ante
la frescura insolente del Padilla, miró cazurro al Regidor de mea,
D. Juan de la Barrera. Este lo miró a él. Y ordenó deapaohar, antti todo
aquel bullente mundo, al criado del señor Regente...
El Padilla sintió herido su honor inquisitorial. Como perro raibioso «e
aibalanzó al pesador, José Almeida, y le arrebató los dos reales de carnero
destinados al Regente. El criado de su señoría, Pedro Ríos, saltó la reja
divisoria y se fule al Padilla airado:
—Dacá, mastuerzo, que esto es de mi amo, gachopín...
—¡Favor al Santo Oficio! ¡Que atropellan a un Ministro del Tribunal!...
¡Favor! ¡Auxilio!
—^No peleen aquí, que no quiero tafetanes con la Justicia!...—farfullaba
el Regidor.
Entre la vaya y la risa, el Padilla se llevó el carnero. Pero su amo tuvo
contienda menuda con el Regidor, con el cortante y pesante y hasta con
el iluatrísimo Regente y su criado. Pero comprendía mejor que nadie que
íil juaticáa y poder sonaban a hueco...
Jefe del movimiento anti-inquisitorial en defensa, hasta su muerte,
de la jiurisdicción eclesiástica, fué el electo Deán D. José Marcos Verdugo
y Albiturrla. Así lo reconocieron los Inquisidores Molina y Haro en carta
a la Suprema de 16 de septiemibre de 1773, ail quejarse de la opinión funesta
que este "Informe Instructivo" había suscitado y fomentaba. En octubre
de 1780 los Inquisidores Prada y Mota hacían ver los graves perjuicios
causados al Tribunal por el "Informe" famoso y la absoluta conve-
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iiiencia de recocerlo. Y en 25 de noviembre de 1784 volvieron sobre el tema
los señores Inquisidores Galarza y Alarilla, en forma que liacía ver
bien a las claras lo doloroso que para ellos resultaba el andar en ipúWico
tales cosas contra su autoridad. Sostenían que la pervivencia del famoso
escrito redundaba en el más eficaz descrédito del Tribunal, y en su íntimo
desprecio, porque no había persona que no lo tuviera como Ejecutoria de
los ihorribles procederes del antaño omnipotente Oficio. Y, para colmo de
vergüenzias, el Cabildo Eclesiástico no cesaba de jactarse públicamente de
su victoria, y del golpe mortal que contra el poder inquisitorial había descansado
y que, gracias a él, ya se veía por tierra...
Pero acasio tuviesen algo—y aOigois^—de razón tos aeñones de (la Cruz
Aspada de Sati Andrés. Acaso fuera excesivo para el instante social el lujo
desplegado por Verdugo y su Caibildo en la celebración de la victoria.
Vuelto D. José Mancos a Canaria, como nuevo San Jorge vencedor del fatídico
endriago, feliz y jubiloso, aporta a la tierra en septiembre de 1772,
y apenas llegado, cierta tarde, estando el Cabildo en pleno, reunido en el
Coro, hizo repartir—vigilando gozoso el reparto—entre sus regocijadas y
humeantes Señorías, sendos ejemplares de sai triunfal "Informe", con tanta
fortuna emitido ante las autoridades cortesanas.
—i Temerario! ¡ Provocador!...
Con estos avilonadoa calificativos salpicaron al canónigo D. José Mar-coa
Verdugo y Albiturría los farsantes del isleño Tribunal del Santo Oficio.
Poirque, la verdad, se traitalba de clarísimo reto. Más doloroso aún p<xr
venir de quien ellos en 1762 ¡habían recomendado a la Sujprema'—^¡fuerte
gracia!—como sujeto a quien se podían conferir licencias para lectura de
libros iprohibidos. En aquella recomendación, tras escueta sinopsis de su
vida académica y eclesiástica, terminaba el canarino Tribunal diciendo que
el solicitante había procedido siempre con una condu'cta que le acreditaba
en el concepto de su arreglada vida, de bastante talento, juicioso y timorato.
Murió el Deán Verdugo rodeado de la nube de respeto y honores que
él cúmulo de altos cargos concitados en su digna e ilustre persona requerían.
Eran las tres de la tarde del 2 de diciembre de 1783. En su testamento
último, otongado en 14 de noviembre anterior, instituye por universal
heredero a D. Manuel, su sobrino, hijo de su primo hermano, D. Joaquín
Jasé, y de la hermana del testador. Y le transmite las Ejecutorias de no-
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bleza e hidalguía que en sus últimos años se hizo instruir por los mejores
reyes de armas de los Reinos: ¡de algo habían de servir los cuartos de
los Míreles de Telde!... Y su escudo nobiliario, donde, como ya se dice, el
león de Verdugo parte el campo con las trece estrellas de Albiturría, quedó
en lia frontera de su ibellísima casa^solar, en el número 8 actual de l'a
oallle dieJ Canónigo Puerta (8).
Cincuenta y cuatro años contaiba D. José Marcos al morir. El cuerpo recibió
cabijo en la Catedral, ante el coro viejo, por el lado del Evangelio, en
una sepultura que allí poseían los señorC'S Arcedianos de Canaria.
—¡Vida de virtud y trabajo la suya!—dijeron sus contemporáneos. Y
desde nuestra lejana modestia creemos que con harta razón. Bn ella, arre-popado
en su alto puesto de Mayorazgo opulento y Príncipe de la Iglesia
indígena, asltstió a evoluciones importantísimas del vivir de las Islas, y del
mortecino Imperio de España, en absoluta agonía, pese a las corrientes
galvanizadoras que Carlos III se empeñaba en conectar. Vivió la desconcertante,
la aibrumadora exipulsióti de los Reinos de Castilla de la Compañía
de Jesús. El volterianismo, en liga con las doctrinas de Jansenio—que
en España equivalían a una sola e indistinta cosa—^azotaban con dureza
al viejo concepto católico nacional, rezagado en el instante del mundo. Y
asistió a la realización del más alto sueño de todo buen canario de la época:
la continuación de la Obra de la Iglesia Catedral, tarea que emprendió
el enmpeño decádüdo, absoluto, de<l señor Deán Roo—otro eniemigo dediarado
d«l Tribunal de la Fe—quien hubo de limar asperezas infinitas y salvar
malas voluntades a granel—incluso de quienes menos se podía esperar—
a fin de dar cima a su amlbidoso y noble empeño. Otro Ihijo ilustre de Tenerife,
D. Diego NicoláiS Eduardo, recibió el encargo de cottifeccionar «1
plan de la obra nueva. Y de diriígirlas, con su excepcional talento arquitectónico.
Más tarde vendrá la colaboración, menos afortunada—en sentido
dg imenor gracia personal y dominio de la técnica—de Lujan Pérez, él
«Stuípetndlo imaigrinero.
Para emprender la ingente tarea se hacía preciso derribar la vieja parroquial
del Sagrario, que se hallaiba adosada a la Catedral por su parte
norte, hacia la Plaza de los Alamos. En la tarde (del 28 de diciembre de
1780 trasladóse el Santísimo Sacramento a la Capilla de San Pedro, habilitada
para .parroquia en el cuerpo nuevo de la Catedral, mientras se ponía
(8) Hoy deil Castillo y antes de Granado y Peso de lia Harina.
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en servicio y para este objeto la iglesia vecina del Hospital de San Martín,
separada solamente del Sagrario-Catedral por el angosto callejón de aquel
nomibre, hoy desaparecido, que deaemibocaba al nivel de la esquina de las
huertas de Palacio con la Plaza Mayor de Santa Ana. Los demás altares
de la vieja y gloriosa parroquial d«l Sagrario se repartieron por los de la
Catedral hasta terminar la obra de la parroquia nueva, terminación que
hasta la fedha seguimos esperando todos los buenos canarios de estirpe,
y que nos 'hace decir de algo inacabable y estático. "¿Eso? Es como la
obra de Santa Ana, que lo imismo está hoy que está mañana..."
Por estos mismos días pasaron los enfermos al presente Hospital de
San Martín, obra benemérita del ilustrísimo Cervera. Al nuevo y actual
edificio pasó íntegramente el personal, quedando en el viejo nada más que
la Iglesia en activo. Y en la del flamante Hospital díjose la primera misi
en 31 de diciembre de aquel año de 1780. Mas, hasta el 15 de noviembre
del año siíguiente no tuvo el templo consagración definitiva; a su recinto
y pavimento, y como se supiese que el viejo tenía marcada la existencia,
fueron trasladados los huesos de los patronos y bienhechores de aquella
antigua y benemeritísima fundación, que se hallaban enterrados en su Capilla
Mayor.
Fué en la tarde del día 7 del siguiente enero (1781), a cosa de las cuatro,
cuando el ,gentío que llénate las ¡plazoletas de San Martín y de |los
Álamos y el callejón de aquel Santo, vio llegar, acompañado de todo su
Cabildo, al Muy Ilustrísimo Fray Joaquín de Herrera, Obispo de Canarias.
Venía de inmenso manteo sobre sus hábitos de bernardo, lucienido en la
cabeza la inmensa, despavorante teja, oon verde flecadura repleta de caireles.
Y en presencia igual todo el eclesiástico senado.
En la plazoleta de la parroquia, y adosada a la pared del Sagrario,
habían dispuesto una escalera con habilidoso adorno. La Capilla de Música,
toda sacabuches, bajones, arpas y chirimías, esperaba el momento de
seguir la dirección de D. Francisco Torrens, Maestro de solfa peninsular,
arribado el año anterior.
Ya en los adres fusas y corcheas, remontó el Ilustrísimo la escalera y
al tocar el alero del tejado arrancó con propias manos la teja primera,
que entregó a uno de sus acompañantes': acábate de iniciarse lai demolición
del viejo templo del Sagrario y el comienzo de lo que se llamó "obra
nueva", o sea, el cúmulo de ellas que habían de transformar radicalmente
los alrededores ancestrales del viejo templo Catedral. Mientras, la concu-
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rrencia comenzó a entonar himnos; y como la Iglesia no tenía estaiblecido
ritual para el caso, fijóse eJ ceremonáal «n esita forma:
Descendido el señor Obispo, subieron las Dignidades por orden riguroso;
luego los señores Canónigos y Racioneros, por igual y riguroso tui"no
de jerarquías. A icontinuación el elemento oficial; para cerrar, y como de
costumibre, el pueblo. Y termina el melifluo e impagable Romero Ceba-llos:
"en cuyo loable ejercicio se pasó toda la tarde al son de diversos instrumentos
que tocó ¡a música de la Santa Iglesia desde un balcón".
En el recinto venerable de la antigua iparroquiail ise hallaban enterrados,
entre otros, los restos de los santos obispos D. Bartolomé de Torres
y D. Fray Alonso Ruiz de Virués, a más del cuerpo de aquel extraordinario
y venturero hambre de armas y letras que se llamó el PTovid»ncial
Gonzalo Argote de Molina. En 21 de aquel mes se desenterraron—al menos
los de los prelados—pasándolos a unas cajas con propósito vde darles
sepultura en la parte nueva de la Santa Iglesia Catedral.
Terminada la adaptación de la Iglesia de San Martín el Viejo, pasóse a
ella en 12 de abril el servicio de parroquia, que, como hemos dicho, se había
venido celebrando en la Capilla de San Pedro Apóstol. En ese día y an
la forma más solemne hizo S. I. la traslación del Santísimo Sacramento
entre todo su Cabildo y la Hermandad del Augusto Sacramento. IHWbo sermón
gravísimo, con exposición de Su Divina Majestad. Luego, a la tarde,
desipuéa de Vísperas, todos los señores capitulares pasaron a la vecina igle-siia
del Santo de Tours, a reservar solemnemente. Antes, la Capilla había
entonado ante la Virgen del Carmen-—que de la iglesia del Sagrario ise
haibía puesto «n el altar mayor de la iglesia del viejo Hospital—una Salve,
de igran magnificencia melódica, con cuyo cántico se quiso dar a la Señora
bienvenida a su nueva y accidental morada.
En 12 de junio de 1781 pudo D. Fray Joaquín de Herrera asentar la,
páedira iprimierra de las obras definitivas (?) de la Catedral de Camaria. Para
ello consignó, a súplicas dtel benemérito Deán Roo, ¡la *;antidad de veinte
mil pesos, que resultsüba para aquella época^—y para esta del estra,perlo
ipor que atravesamiois—cifra digna del eaiisaieño. Pero el "encicloipedista"
Cervera había dado el tono y no era cosa de quedar debajo de su nivel;
nivel que, en ouanto a nobleza y despTendimiento, no había tenido entre
nosotros precedentes. ¡Dios se lo haya premiado!...
[ SlllUíi !.i
Copia del retrato del Obispo de Canarias
D. Manuel Verdugo y Albiturría
atribuido a Goyo. Catedral de Las Palmas
Licdo. D. José Tobaras ds Cala
Regidor perpetuo, Alcalde mayor y Corregidor de Tenerife
1637-1706