La Arqueología canaria en 1944
por E. SERRA
(Conclusión)
II
En nuestra anterior crónica arqueológica (nota 2) dijámoB que nos
había sido impasálbte aometer a ciertas comprobaciones mueistra información
sobre la® fructífieras caíinipañais dle excavación realizadas eai Gran Oa-,
inaaña ¡por el Coniíisairio Provimcdail noiesitro aimiígo D. Sebastián Jiménez
Sánchez, Bn efewbo, hoy tenemos que rectificar aJgiwios dtetalles: ai hablaa-éél
pobladk) aborigen die TufSa dlecíamos que en 6! apaipecía urn túmulo
cSrcuJaiT junto a Jas casa®. No se trata áe un túmiuJo sino dte urna casa más,
oon clara eaitradla. Predisamemte nos adlvierte Jiménez Sánchez, que si
(bien los túmulos ise levantan cerca de los poblados, jamás están lindando
rnateTÍiailimente con les viviendas, sano a cierta distancia dle ellas!; como
oouTre con los verdiadtanos túmulos dte este mismo poWado dte Tufia (véase
«9u ipliaino esquemático).
Noa preguntábamos lueigo si el paoiticular atperejo dte lajas die que se
oomiponen los muros d'dl pobdaidio aborigen de "Los Castilletes' de Tabaiba-l
«s de Veneigueira", dliscrepante dtel dle grandles piediras más o menos escua-dlradas
dte los dtemás pohllados estudiadlos por el Camisariio, obedecía acaso
a la naturaleza dte los materialleis diepaiibles en aquel lugar. Así es en
efecto, nos informa Jimémea;, pues aquellas mesetas séiho ofrecen ese material
die lajas, ooliar cobrizo, dte 60 a 70 cm. dte largo por 15 de espesor y
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ellas sirvi'eron naturailmenite para levantar los "Oasitilletes", a diferencia
del negro ibasalto, oomún en otras ^ r t e s (1).
TENERIFE
No fué menor que en Gran Canania la actmdiaid arquieológica en Tenerife
el ipasado año de 1944; si bien lais partiicTilaines oairacterísitiicais de la
vídla indígiena en esta iisla no d'an lugar a hallazgos tan viisitosoa. Aquí hay
que distiniguiír die un lado la acción de la Comiisaría Provincial, realiza'dia
ipriniciipaJTnrenite por s.a Secnetanio y oOilialboradioir D. Luis Dáego Cuiscoy, y
'oairacteriziadla ipor la finiailidlad daminante de preciisar y cirieunstanciiar loa
datos arquieológicois soibne la vida indígena, con un rigor científico digno
de dídho inivestigadoT y de su Jefe, nuestro compañero Juan Alvarez Ded-
(gadlo. Por otro liado hay que tener en ouenba los tralbajos dte lo® arqueólo-igos
eapontánieos y die simples aficioniad'os más interesadlos en Ufa reeo-ilieooión
de objetas guanches que en el estudiio de su amibiente. Aun así
esta forma de investigiación, única oonocida en la arqueología de esta isla
hasta la organización de la Comisaría, da a veces resultados de sumo interés
como veremos luego, y por esto nuieiStro Comisario ha réhusatft)
«iétniprie adoiptaír actitudes represivas, por otro lado ineficaces, resipectó
de ella, y antes há procurado atraier y estimular a loiS aficionados a oanl-ibio
dé un mínimo de control científico.
Cada exploraidón de Diego OuBcoy en noimlbre dte lá Comisaríiá. Pro-vinciail
ha ésiáo lugar & uma cinjuir*staiíiidi&dia memoria en que no sioídltléft-te
se relata la taboír redlizaSda y «e lenutiieíá él «láteriíaJ aijléifrecidio, aífíd
que se extraen iBis enseflianzas que de lo visto se dteducen pá*a él ooitókji-miemito
dé la vida indígena, finalidiaid píindipáil pénseguida. Como éátaS
Memorias y otros materiales han siido puestos a nuestro álicáricie r{w>r M
Comáaaría, nuestra llaibor ha de reducirse, en cuanto á ésipíitltiáicíótiíés ofl-lOíalíes,
a dar un extracto de ellas, con algunos coméntáriios ipeMOriáles.
Ebctraotó ihíeve ipórqué no pérdfemos la espeinariisi dte dhír a niiestrdS lectores
ímteifraimente alguínas de estáis M(em.ó*3a9, pot te ñieri'ttS sii «u pulbliciS-
(1) Jiménez Sánchez, como r.- naitural, ^mantiene au propio punto de
visfta éíii M dií^tiSn &é ntímtenclatóta y dlaAificácilín dé tó culttííás cáftó-rias.
Ma» en cuanto a estos extremos prefertmoa reiprodlücir írttegramente
8U3 conceiptos en otra seccián d'e es.ta Revista (vide C(ym.uniraciorvs).
2$9
ción oficial (por lia Coniuearía General de Ex^i^^vacio^^es Aíraueolóigicais ise
idemora máa de lo que noscktros diesieipimos.
Una de Itais ,priinieraia exploracloneis s i s t ^ á t i c a s rea]jza<l|as por la Co-imisiarfa
fué to de la neg'ión; de Ten^, extremo NW. de Tenerife. De ella
dimoe entonces una ibreve noticia (2) y tenemos en cantera un njinucdosio
eaitudio de umo die Jos hechos arqueológicos que ^lí se ofrecen, los oon*-
dheros, estudio redactado de maTicomúin' por D. Luis Diego Cuscoy y el
arqueólogo D. José de C. Serra Ráfols, con motivo de I9 visita que a dichoa
yiacimientos nealizó éste últimamente, cuando vino a ooliaiborar brevemente
en las Jabores de nuestra Facultad.
Aquella noticia sumaria y este estudio, que esperamos publicaír en el
próximo número dIe esta Revista, nos dispensan de referirnos de otro modo
a esta exploraioióin. "Tenemos que tratar, en camWo, de la extploracdóin
die ciertos poíhladias dte la región de El Sauzal y Tacoronte, llevada a caibo
en forma exihauístiva y metódica el pasado año. Con anterioridad la Co-mi'satría
había trabajado ya en esta zona. En efecto, lais pximerais exploraciones
que en ella hizo Diego Cuscoy por cuenta dte dicha Comisairí^ se
orientaron simiplemente por las noticias recogidte de boca de campesinos
y pastores referentes a cuevas de guanches. Estas gentes^ suelen enten-icfer
por tales las que d!an calaveras y otros huesos humanos, esto es, lo
que los arqueólogos llaimamos cuevas funerarias. Mediante el estudio cuidadoso
dte algnimais de estas cuevas (del risco de los Saucesi, del acantilado
de Guayonje, del riisco de la Garañona, del risico del Castillo, cueva de
los Guanches en el riisco dtel Perro y otras dte los terminas dte Loip Silos
y Buenavista hacia el NW. de la isla) y a pesar de ser todas ellas- profanadas
ya dte tiempo, se pudb hacer um interesante esitudio dte las cuentas
de collar, típicas dte los aborígenes de Tenerife y tamlbién dte la rudimentaria
decoración cerámica. Aunque fueron estudíaKjas simultáneamente
bastantes cuevas dte haibitación, éstas ofrecen por sí menor interés, pues
es aalMdto que aquellos tipos dte hallazgos, cuentas dte tierra cocida y cerámica
decorada, no aipareecn sino en las sepulcrales. La Comisaría ha
nedaotad» sobre este tema una "^íemoria sobre cu^ntaisi dte collares guam-
<jhes y deaciriipiciión de las cuevas y emiplazpniienitoe donde han sido halladas",
que es una de las que permanecen lam^taiblemente inéditas; y me-
(2) Excavacioni^s arqueológicas m Tnirrifr, Revista de Historia, IX,
1943, pAg. 267.
270
ioós mal que «d Sr. Diiego Cuacoy ddó en las pág^mas die eata Revista um
ireaumen die tail estudüo (3). Pero en la camipaña ide 1944 eH tenaz arqueólogo
no ise gTidó ya por las refereocias ajenas sino que, ihaibiendlo localizado
en el cumso de los anterdones traibajos dieterminaidas zonas dIe poibla-oión
indiígienia, exploró metódiicamente todas sus cuevas de tebitaaión y
funerari^as y como nestiltadio nos ha dado por pniíjiera vez una idea clara
de lo que era un poblaidlo o "aldlea" guancihe. Hay que diesieohar, en efecto,
la idea de que los aborígemes de esta isla vivían dispersos por donde bue-namtenite
encontraban aibráigos naturales y enterraban sus muertos «n
cualquier cueva a caipniícího. Ijejos de esto agrupaban «us viviendas, formando
densos poblados, en ciertos barrancos o acantilados que ofrecieran
las cuevas deseables (evitando las de acceso demasiiado difícil) y escogían
generalmente una sola para todo ell poblado o barrio al objeto de enterrar
sus difuntos. Aparte de esta cueva funeraria común aparecen junto a las
viviendas algunos sepelios individuales, hasta albora mal explicadosi, de
que hablaremos luego.
Dos poblados o conjuntos ée habitaciones vecinas ha estudSado Diego
Cuscoy, por los que llegamos a oomprender bien su eistructura; uno nos
da el tiipo de poblado die barranioo, el otro el de acantijiado mairino.
El priimiero es el del barranco Cabrera, nombre que ya ha ¡substituido
en el uiso corriente al históri'co de barranco de Acentejo; constituye .l'a divisarla
die los términos municipales de El Sauzal y La Matanza de Acentejo.
Oerrado por altos acantilados en su curso siuiperior, éstos disminuyen
luego die altura. Las cuevas que fueron habitación de los aborígenes comienzan
primero sólo en la margen izquieirdia, luego en amibas, desde el
oaimiino viejo dte La Matanza y isiguen hasta el risco que cae sobre el mar.
Bl número dte las exploradas y comprobadais como tales habitaciones es dte
veinte, de variadlas dimensiones y disposición, pero noinca con señales de,
haber sido ampliadias o mejoradlas por obra humana. Solamente en «na
se reduce la amplia boca dte la cueva mediante una alineación de igrandes
biloques de basalto, bien caJ'zad'os con piedras mieniores y que dejan un
pasadizo para entrar cómodamente en el interior; esiba barrería no alcan-zia
dte tedios modos al techo saliente dte la cueva y probaiblemente tiene
BKL orligen en un despi'endiimiento natural; liuego fueron los bloques ma-
(3) LUIS DIEIÍO fli'scoY, Adamas dr las guanches. Las cuentas de
collar. Revista de Historia, X, 1944, pá.g?. 117-124.
271
yorea aiMlneadias pKW los a1>oríg«nes. En aüigiunas atraía cuevas' i3e observa
una giram piedra plaana dliisipuiesta como peina, seirvir de mesa. En todas el
hog-ar está ©n Jugar dietenmiMado y jumito a la entrada; aJIí es donde se
encuentra ia mayor parte die reetos Aseos dé anáinialesi, quebradlois para
aprovechar el tuétano. En l<as oquedadles de la pared inmediiata se intro-diucíaai
tos huesos rotos a propósiito para hacer cotí ellos punzones y tam-ibién
estos ¡nstoumentas tipióos, ya temünad'oe. Las tahonas o laiacas dte
obsidiana se hallan aibundanites lo mismo en estas cuevas que en las funerarias.
Un núcleo de dicha piedra con señales de haiberse separado de él
las lascáis cortantes, prueba que esto se hacía en las habitaciones y no se
traían ya hedhais de los lugares distantes en donde ise encuentra dicha
piedra. Algún otro tosco úitil de piedra se pudlo recoger, pero hasita tanto
que !no se repita cadla forma en otras ocasiones, no se podrá hablar de un
instrumento laiborigen determinado. La cerámica, siempre fraigimentada,
abunda, a veces decorada con simples indeiones, a veces exoisa con trian--
-gulos, medías lunas y círculos, a veces con surcos o molduras en torno
de la boca.
El otro pablado estudiadlo lo d'esiig"na Diego Cuscoy con el nombre de
los Riscos de Tacáronte. Desde la desemibocad'ura del barranco de Cabrera,
de que veniímos hablando, hacia el N. el risco que cae sobre la mar
es del todo verticaj y sus cuevas inaccesibles, no ofrecen indicio de uso.
Pero pasado otro ibarrainco, el profundísimo de Guayonje (por su ;',irre
también esitérill, a pesar de .sus muchas cuevas, acaso demasiado difí-'-les
aun para guanches); pasado este barranco, decimos, los acantilados, aun
siendo muy altos, se dividen en varios tramos o pisos separados por andenes
que permiten circular por la base de cada urno de los pisos. Ahí precisamente
es donde se albren las cuevas viviendas de los aborígenes, así
que el poibladlo, en trozos, está diispuasto como un rascacielos, con una faja
• i
de vivieindas en cada terraza o andén. Además los riscos se hallan hendidos
verticalmerate y cada sector tiene su nomlbre propio, lo que facilita
la identificación dé sus cuevas. Gran iparte de éstas han sido totalmente
alteradas aJ usarlas para maijadas y sólo ali^n frag'menito de cerámica
primitiva ¡permite oerciorainse dte ?u antiguo uiso. Lai.< cuevas habitación
comprolbadias suman 38. Como en las del terranca Cabrera, la cerámica
es aibundlante, pero aquí no ha sido hallado ni un frag'mento decorado en
las ihabitacioneis (al contrario de las cuevas funerarias), si prescindimos
del (borde denitadb, a veces rizado medianite la impresión de los dedos, tí-
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pico áe tpda. l^ cer4mics ^ i,<)s gv^mo^e^. Otros h^iUaxgoe y <]{w9p<a8ici«zi«s
son análogos a, l'QS del pobl^o del h^nranüo O^era.
Paaemos abona * las c^ev^s fuwrftrifl»'. h» del largo poblad» <i«l ba-iTfiainoo
es la llamadla <Jle "I^os Guianches", en el ri'soo 4'el Perro, ya men»-
donada y qai« delbió gootemer antes de su iprofan^ciión res'lois de xm número
crecidísiniio de cadáveres. SÍU, exploración metódica, apairt© loe haltogos
die cuentas, tiestos cerámicos, etc., halbdtuaile®, dio una mviestra de urna
Flg. 1. Disposición de las lujas que cubrían una grieta de la cueva funeraria
del «Roque del Prls», Taooronte.
disiposición frectente en estas cuevas funeraTÍas: ademáis de los cadáveres
depositados en el ámlbdto de la cueva, a veces en vairio® estratos, algún
riincdn natural, alguna igalería acceisoria, alguna quiebra de la roca es
aprovechada hábilmente para sepultura inddvid'ual, cuddad'osamente cernadla
con lajas o muro ée piedra seca qaie la aislan del resto (Pig. 1).
Bn la, "Ouieva de los GuancheB" se halló una «epuiltura de este tipo en el
oeaítro de lia necrópoMs, en un hueco 4e la maea de conglomerad'o, de 2'80
Fig 2. Acceso a la cueva funeraria de «La Hondura., Barranco
de Guayonje, Tacoronte. Nótese la roca que señala ¡a entrada
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273
por 0'95 m. Gneeimos qiie con estos eniterr<atmenitoe esipeoiales de lais cuevas
funerarias deben relacio«aaase las (pequeñas cuevas con un solo eote-rramiemto,
o muy pooos, que se enouentram a menudo entre las cuevas
habitadiaia del pobilado, a veces rmiy conitiguas a alg^una de ©llatí, una sólo
separada de una viviendia por una ipared de piedra seca. Nada en los objetos
de ajuar hallados permite oonj^eturaí" a que resipondían este tipo de ®e-puiHuras.
Se ipiensa en segiiidia en pensonas distingruirias por al'g^una eapecáe
de jerarquía, pero no hay otro indicio oomprobatorio por ahora.
Al pablado de loe Ri-seos de Taoononte corresponden hasta cuatro cuevas
funerarias ooJectivais y una por lo menas 'para cadáveres sueltoisi. Cus-ooy
explica esita miultipLicádad por el siucesivo relleno dte las cuevas, que
obügiaba de vez en cuamdo a buscar otra. Cabe también conjeturar que
hallándose este poblado, com.o hemos dicho, gubdividido poír cortes verticales
en loa piscos, y repartido en andenes, se formaisen como barrios i)ro-vistos
die diferenites necirópoMs. Las cuevas funerarias de boca estrecha
como la del Roque del Pris, al extremo norte del poblado, solían estar
cuidadosamente tapiadLis, aunque ¡hoy aparezca el muro dterribadío. En
las de aneha boca se renunciaba a ello, ,pero se colocaba en la entrada un
grueso bloque de roca, claramente visible desde lejos, y que se mantiene
todavía en muchos casos. Lo tiene la "Oueva de loü Guancihes", necrópolis
del poblado de barranco Caibrera; la de la Hlondiura, junto a barranco
Guayonje (Pig. 2) y iperteneciiente al poblado costero, y también la del
Risco de la PuentecAlla, del miism.o pablado. Es difícil atribuir a este detalle
tan repetido otra ajpliicación que la de símbolo del carácter saig'rado
de las cuevas que lo tienen y bay que relacionarlo con el evidente culto
funerario de los g'uancihes. No fajlitan tampoco en estas cuevas los sepelios
simg'ulares, en nichos y grietas naturales. En la del Risco de la Fuen-tecilla
se utilizaron esipecinlmente repisas naturales de baisalto que ofrece
en su anterior.
Entre otros trabajos de la Comisaría en Tenerife, realizados njKirte
de esta exploración metódica de poblados enteros, es interesante el estudio
da una cueva de tiempo conocida. Ja llamada "Cueva de Bencomo", nombre
erudito, pues los campesinos b.iblan solamente de las "cuevas". A la
marg-en derecha del barranco del Pinito, en la Cuesta de la Villa, visto de
!a carretera general que descdende al Valle de La Orotava, ofrece el riis-co
numerosas oquedades, mucbas inaccesibles, que son "las cuevas" referidas.
Una de ellas (Fig. 3) está formada por dos salas ampliiamente
274
aibíortas al exterior, die unos 3 m. ée profundlidlad y 2'50 d'e alto ambas,
por 6 y 8 imebrois dIe anicihuira TeapecDivamente. Se oamiunioan mberiorniente
por uin estrechio pasadizo dte 2'50 m. d'e laango y solio 0'80 de alto. Bl piso
de la cueva ha sida limpiado de su yacimieinito y, así, aólo ©n unas gnietas
pudieron hallarse tres pequeños trozos de cerámica iindígiena. La amplitud
de esta doble oueva y sai espléndida situaeiÓTi doanánandlo todb el anchuroso
valle de Taooio parece justificar el recuerdo del miencey que se ha
asoorado a su noonibre. Pero ya hemos dlicho que esta asociíacióin es pro-babliemente
erudita, como indiuce a pensarlo lia errómea forma del nombre
guiarndhe, divulgadia por una mala leotu^ra del iimipresor de la oibra del
P. Espinosa (4).
* * *
Ahora nos toca dar noticia de tJlg'unas explorajciones particulares y
hallazgos casiuales que han llegado de diversois modos a nuestros oídois.
No eis pasible ceñimse rigurosaimiente a un período de tion^po en este caso,
pues las noticias llegan con retraso y a menudo deaprovistas de precisión.
He aquí ilo que isabemos.
Hace años al abrinse la carretera de Arico a Granadilla sie hizo por
los ipeanes un iinuportante hallazgo de cerámioa 'indígena entera y otros
dbjieitois, entre ellos un magnífioo baisitón de mando o añepa (5). Bl bastón
fué a parar, afortunadlamente, al Museo Municipal de Santa Cruz,
donde es hoy el mejor ejemplar dte la importanite coleocióni de ellos que
poisee. Pero los deniás objetos fueron repartidlos entre cajmtaoes, ingenieros
y peones y pueden diairse por totalmente perdidos. De la forma y cir-ounstancias
diel hallazgo no hay nii que hablar.
Um culto joven de Güímar, D. José Hugo Hernández, aficionado a Ln
caza, recorrió en ejercicio de este deporte los riscos de ila "Ladera", rit
di'dho valle, y otros pairajes de Bl Bscobonal; en más de una ocasión halló
olbjetos aborígenes en las cuevas donde entuaiba buscando madrigueras.
Los conservó ouidadosanniente, inclnso con referencia de algunas condi-ciomes
del bdllazgo, y más tarde, en lO'lO, con ocasión dte una vi.^ita qur
(4) Vide PILÍAS SEIIRA, ÍJIS Datiis rn Trivrif)". Revista de Historia,
IX, 1943, pág. 103. Taimibién .1I'A\ AT>VAHKZ DRI.OADO, Misri-ldwn
Guanchn, I, núm. 144,
(5) Referencia verbal de D. Eduardo Tairquiis, Director del Museo
Munieipall de Santa Cruz dé Tenerife, en 1943.
275
hicimoa a dSdho ipueblo, tuvo la generosidad de regradárnoslois espontáneamente,
casa cpe ac€ipitamos sólo en nomibre dte nuiestra Universidad, donde
inigTiesaron y hoy se emouenitran (números 1 a 5 die la ooilieocádn de la
Facmil'tad,).
El más iiuteresiante dte eisbois objetos es otro bastón de miando, hallado
en una cueva del térmiino de El BscabomaJ; su caibeza o remate recuerda
ía del cayad'o o ibácviilo, en lugar dte la forma discoidal de losi demás ejemplares
«ooociid'as (6). En una cueva de la Ladlera de Güímajr, José Hugo
halló 76 cuenitais <fe coJlaír del üipo hafoituial, de tierra oocidia; un gánigo
senii-otocide con dk>s manigos no perforados, dte 17 cmis. de diámetro, y un
cráneo de adulto can su maxiliar inferior. Se trata de uno de eistos sepulcros
iindlivid/uates, todiavía no isiaqueado, a dSferenicia de los idleniifioados
por Diego Cuisooy, ipues ésite conservaba todo su ajuar fünera,rio intacto.
En mayo dte 1944 ttraibajamdo unos obreros en la finca "La Fuente",
situada en Tigayga, en la base dte los famosos riscos que dlomiman el Valle
de T&oro, en terreno muy pendiente, hallaron a una profundidad de
4 m. tierrais de color negruzco, y pironto aparecieron oanitos rodiadios del
mar (?), mantones dte lajpais y cairacoites y huesos. El dueño ordtenó trabajar
oon precaucióin y así se extrajjo una vasija entera y trozos de otras.
Aquella, contra lo ha/bituail, no isióJo tiene el borde dentado sino que uinae
someras i-nicisáones verticales dtecoran su parte superior. Va provista de
su gollete. Tajnubién ailigunos de los trozos, muy variadlos, presienitan dieco-raoión
rudimentaria. Debemos estos informes y la donación de la cerámica
referidla (niúmieros 24 y 26 dte nuestra colección universitaria) a nuestra
aíluimna Srta. Dominga Domínguez, del Reailejo de Atejo, a Ja que dlamos
gracias.
Ella conjetura que se traita de los restos dte una caibaña, acaiso coms-tru'cción
rústáoa, destruidla y emterrada por un derruimbamiento del risco.
Pero puede muy bien ser una cocina o conchero ail aire lilbre, a ¡o que no
«e oponen las piediras grandes que aparecieron juntamente.
En fin, last but not least, voy a dar noticia de los notables hallazgos
reallizados por eil miaestro y capitán de artillería D. José Manuel García
Borges. IHa recorridlo numerosas cuevas sepuiltcrales y de haibiteción de la
(6) Nos proponemos un estudio especial de esitos baisstona<! tinerfe-ños
y allí dlairemos medidlas y reproduooiones.
276
zona costera de Santa Úrsuila, con los correapondientes hallazgos de restos
humamios, de cuentas dte collar de tierra cocada, cerámica lisa y decorada,
punzones, etc. En una cueva de la Cuesta de la Villa (descenso hacia
La Orota-va) halló, además de dos punzones de hueso, dos piezas planas
de la misma maiteria, l'igeramente acanaladlas, dte extremos redondeadas,
de 13 cnus. de largo por 2 de ancho. Cerca de uno dte los extremos están
perforadas. Objeto análiogo, aunque menos bien conservadlo, halló en la
región de Teño el Sr. Diego Ouscoy (7); ®e trata, pues, de un utensilio
g^uanche dte uso difundido y cuya aplicaioión no adivinamos. Cuiscoy le da
el noimbre de espátula y lo halló también junto con un punzón.
Pero üo más sorprendente, lo verdadeiramenite isensacioniall en la arqueología
eamaria, es el "tesoro" de urna coieva de la Quinta Roja (Santa
Úrsula), en el jpaso de los Lirios, len el acantilado situado debajo de la
batería. En una pequeña cueva, poco más que un socavón naturall, sla
notó la presencia de algunas cuentas de collar blancas, recortadas de conchas
calizas, como tiene el Museo Canario die Las Palmáis. La tierra donde
yacían procedía de una estrecha grieta de la pared de la cneva tapada
a isiu vez por unas pilamtas; amraincatdas éstas y vaciada la grie'ta i^o
halló en isu fondo un conjunto de cuiriosios objetos: odho piezas de conchas
perforadas en su centro, dos canutillos de hueso de 10 oms. de largo
por 2 de diámetro, dos lapas girandteis formando estuche una con otna,
esituohe que oontenía gran número de cuentas blaíicas como las primera-miente
visitas; siete pequeñas y finas cuentas de huesio, dte 6/7 mim,., de
forma redonda como granos de rosario; una cuenta de fina superficie negra,
de UTia maberiía ligera comparable a nuestra chovila, y todiavía, nuime-rosas
cuentas esféricas de vidrio.
El exterior de estáis últimas cuentas, de color plomizo y mate, no de-niumoia
isu m-aturaleza. Pero las rotas accidenitailmente muestinan que aqudl
aspecto es debido a alguna alteración superficial y que por dentro son de
vidrio azul facáilinente foliaible. Es inútil decir que «1 hallazgo deil Sr. García
Borges es desooncertanite; en ven medio indudabliemente indígena como lo
muestran las lajpas, lais cuentas de concha y las placas perforadiasi dte e.ste
mismo matetriail, aparecen piezas que no imaginábam'ois en míanos de guanches
: las finas cuentas de hueso y, sobre todo, las dte vidrio.
(7) Vide núm. 3 de la fig. de la página 119 del citado traibajo de Diego
Cusooy (Revista de Historia, X).
277
Respecto die éstas vamos a ihaccr algunas reflexiones. El vidrio no es\ '
producto fáoflirreemite atribuíiHle a una invención local. En estas isilas tiene
que proceder o de una antigua relación con los pueblos onientales que to
descubrieron o de imjportaciones dIe fines de la Ed'ad Media, cuando lonf
navegantes europeois redescubren las isBas. Menos verosíniij es ¡marginar
una producción local arirancandio de enseñanzas de aquellos remotos navegantes
orientailes. Cuesta imaginar para el conjunto del hallazgo una remota
antigüedad. Los discos de condha blanca perforados son objotos conocidos
áe la airqueoliogia cajnaria. En el Mués o Canario hay mudhos y, adle-más,
una especie de diadema de cuero fino adornada con diez de esias piezas
diatribuídas simiétricamenite. También las hay en ed Museo Mu'nicipa'l
de Santa Cruz de Tenerife, y procedentes de La Gomera, en peor estado de
conservación, nos dio algunas para lia colección de la Facultad nuestro
discípulo el maestro D. Antonio Mederos (número 28 de didha colección).
M Sr. Gecrcia Borges nos ha hecho notar que estos típicosi dáisicos son ¡recortados
de la oaibeza iplliana de las conchas dd género ronus, que se recogen,
aunque no abundan, en nuestras playais. Tanubién se han hallado aros recortados
de la misma concha. Bs, pues, algo corriente en las sociedades
indígenas tal como leus hallaron Los conquistadores. Entonces se impone la
hipótesis de que las coifentas de vidrio proceden de estos mismos conquistadores
o de ios tratantes y misioneros que les precedieron inmediatemen-te.
En sus reliaciones con tos naturales oíbsequiaron a uno de éstos con una
llamativa siarta de perlas de vidrio, que el guanche escondió con sus más
preciados adornos; tipo de escondrijo, por lo demás, hasta ahora único,
que sepamos.
Unas muestras de estos vidirifois han sido remitidas para examen a varios
arqueólogos de Madrid y Barcelona. Aunque han notado alguna analogía
con vidrioa romanos hallados en Mallorca, el dictaanen general es
que no se trata de nada púnieo ni romano. Acaso miedieval, pero no lo
afirman, porque desgraciadamente de las cosas de uso cotidiano de esta
última época nada se siaibe fijamente, ya por falta de hallazigos, ya de estudio
». En fin, terminamos recordando que ya Diego Cuscoy halló uma
cuenta en apariencia die cerámiiica vidriada (8) y añadiendo q«e, últiniamen-te,
otro investigador ha hallado en otra cueva fumeraa'ia, junto con cuentas
típicas de tierra cocida, una de vidrio muíticolor y con reflejos metá-
(8) DiKiiO (irscov, artíoulo cit., fig. IV. última cuenta.
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lieos como 'lias que pueden verse, por €Jeim(pilo, en el Museo de Cádiz, de época
púnica o wwnania. Pero de eeto habrá que haMaír en oibra ooa6Í<5in...
LA GOMERA
Como siimiplle prospección esta islla fué visdtada por el Comisiairio Pro-vinciíai
D. Juian AJvarez, acompañado por el citado D. Antonio Mederos y
el qiue eusorilbe. No fué más que una toma dte contacto. El CoTnisaTio comprobó
lia exáistemcia de confusas ruina®, die que había habJ^dó hace muchos
años, en térmi'nos ailgo fantásticos, D. Juan Béthencourt Afoniso (9), en la
cima llana de la Fortaleza de Ohipude. Los traibajos y encuestas quie ha
realizado luego eS Sr. Dieg^o Cuiscoy correspondtem ya a 1945. Tamlbién ha
hedho aUguna exjploraición el Sr. Mederos. Con anteriioridad vimos en manos
de un alumno nuestro una pieza cerámica interesante procedente de
aquella i^a: muy plana, de forma elíptica, tiene isus extremos iperforados
por estredhos agujeros. Su superficie inferdor lleva una® Mneas de puntos
cruzadas capridiosameinte. Cuscoy, notando que estos extremos están ahumados,
sugiere que el recipiente sierviría de lucerna y allí precisamente
estarían las mechas. Por los agujeros pasarían palitos y en éstos se fijarían
las isuspenisiones. Todo ello supone refinamiento® que no imaginábamos
en los silvestres gomeros aborígenes (10).
EL HIERRO
A la lejana Ecero, famosa ya entre los arqueólogos por isuis inscripciones
indiesdfraíbles, se trasliadó el mismo Comisario Provinciail D. Juan Al-varez
con el concreto objeto de examinar las posibilidades de realizaír una
reprodlicición metódica y com,piIeta de dichas inscripciones (11). Desde luego
las difiouiltadteis materiales no son pocas, como comprobó, mavs tanipo-co
insuperables con recursos suficientes y cuando se disponga de ellos no
(9) JUAN .BETHKNCO(;H'1' AFHNSO, Sisfrma rclii/ioso tic los antiguos
t/om.fírtis, en "Revista de Canarias", III, 1881, pág. 355.
(10) El Sr. Mederos prepara un trabajo sobre cerámica gomera, am-
{iliaciión de lo que publicó en l'iiltihras y Cusas, Instituto de Estudios Canarios,
1944, págs. 187-197.
(11) E.ste viaje perseguía también fines de estudio lingüístico y el
conjunto de sus interesantes resultados será asunto de un trabajo de
nuestro colega Juan Alvarez Delgado.
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deberán escatimarse pana coneegaiMo, mediainte la fotogirafía, el calco y
aiun el: dibujo. Alvairez visitó todois los lugares áe letreros «mocidios y aun
tuvo la suerte de hallarr a;lig-unos conjuntois de siignos que hatbían pasado
hasta albora inad^flertüdiois. Pero aparte esta tabor prepiaraitoria de una empresa
urgente para la arqueodctgía canania, eJ más feliz resuiltado de sai viaje
fué la identificación de lois dos famosas rocais asociadla* por Jos. primitivos
naturales con siuis diviniidades masculina y femeniina resipectiivaTnente.
De estáis oreeniciajs nos hiaíWa con a'lgún detalle Aibreu GaJdndto (12), quien
añade que en su tiempo lais rocas se llamabain •LOB Santillos dte los antiguos"
; ipero después, caído en des'uso y oSvidado el nom'bre del lu^gar donde
se hallaban aquellas rocais saigradas, que Abreu dice sie llamaiba Bentayca,
se trató de encanta-arlo a baise die semejanzas de nomíbreis dé lugares apenas
fundadlas en el sonsonete. Alvarez oyó hablar dIe una finca llamada
"Loa Santiillas", se tpasliadÓ a ella y tuvo la buena suerte de poder localizar,
isin lugar a diudlas, el pairaje editado por eii cronista. Eis un ca,so afortunado,
pues son pocas las veces que lajs referenciaíS die los antiguos autores
rpuedien hallaír hoy una confirmacdión tangible.
Todavía en el Alto diel Mal Paso, buscando infructuosamente nuevos
letreros, halló Alvarez una piedi-a toscamente tratojada, de unos 80 centímetros
de ilarg^o por 35 de ancho, aTiáloga acaiso a los betilos' hallados por
D. Pedro iHernándtez en Téldle de Gran Canaria y al encontrado por D. Eugenio
Rijo al pie de Zonzamajs, en Lanizainote. Pero esa comparación no se
basa en estudio »ufioiente de nuestra iparte.
LA PALMA
En esta istia, puesta hace unos años en Ja actualidad arqueológica por
los hallazgos de grabados rupestres hedhos y dados a conocer por 3a alum-na
de esta FaouUtad, hoy ya licenciada, Srta. Avelina Matia (13), se han
hedho luego pocas iíivencdones de interés. Los aibundlantes grabados vistos
por Avelina en el barranco de Sam Antonio y la Puente de la Zarza y en
el de Las Trdcias, añadidos a los ya mejor o ipeor conocidos dio antes, á-c
( 1 2 ) b'RAY .Tl'AN nn AHHHII (iAI-lNIK), flÍKlorid (/'• ^J CniKInisIn de
Iris sii'tc islas tic Gran Conarin, Mibro L £»•?• XVIII.
(13) AVELINA MATA, IJ>S micros grabados riiprslrrs di- In isl/i de
La Palma. Revista de Historia, VII, 1940-41, págs. 3,'i2-,'i4 y lámina adjunta.
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Garafíia, Pico de la Nieve y otroa (14), amén de los "clásieos" de Belmaco,
nos dio la impreaión de que la isíia e»tá cuajadla de ellos. Lo mismo imag'i-naron
Avelina y sus ooJaiboradoires locaileis y, por ello, en ilos veranos si-igoiientes
se lanzaron con ardtw por montes y barrarneos d'iisipuiestos a descubrirlos
en todios los riiscos. Pero no todo eí monte es OTégiano, nd todas las
ipeñas son el cabooo de la Zarza (la "Capilla Sixtina" palmera). Todos los
esfuerzas y oon^ancáias fueron inútátes: no apareció um solo grabado más.
Aunque esto no prueba que no Jos haya (con seg-urddad hay más), sí prueba
que no abundím como siupuisi'mos y esto supervalora todavía el haillazgo
de la Zarza.
Parailielamente a estas rebuisoas otro joven afieioinado a la arqueología,
D. Jesiúis AlvaTez García, maestro que •era. de Eli Tablado, de acuerdo con
la Comisaría exploralba afligunas cuevas d'e i& regidn de Tijarafe. Aunque
a veces hallaJba restos humanos no les aioompaftalba ajuar alguno; no obstante,
en una ocasión encontró un utenisiffio cerámico típiioo dle La Palma:
una especie de fonil o emibudo de tierra ooeid'a, ricamente adornado de menudas
inciisiones en su exteirlior, »egún uno d« los estilos decorativos usados
por los aborígenes de aquella isla; semeja algo el trabajo de la cerámica
del vaso cam.panifarme español. Del mismo tipo existen varios incompletos
y menos ricos de decoració-n en el Museo de la Sociedad "La Cosmo-lógiica",
de Santa Cruz de La Palma. Sobre su finialidad en üa vida aborigen
nada podemos precisar, aunque son varias las hipótesis aventura-
Mes: fonil, buido (ibooina), boca de odre, oMmefnea...
Sólo precisando con cuidado las circunistanoias de los hallazgois se pueden
resolver tales problemas ¡y esto se descuida tanto! El magnífico ejemplar
encontrado por Jesús Alvarez es hoy el número 39 de la colección de
la Facultad por donación dell inventor. Le acomipañan tamibién como otras
muestras de la cerámiioa palmera, tan interesante en sí misma, una colección
de fragmentos de variada dtecoración dkynados por D. Antonio Medc-ros
(mimero 27) y un gájnigo en miTinatuira de 6 oms. de boca por 5 de alto,
hallado hace «muchos años en Punta Llaiia junto con otros mayores perdidos,
donado por D. Cándido Hernández Padilla (número 32). Todavía una
escobilla de palma, .procedente de la cueva de San Simón, en Mazo (número
34).
(14) Vide el mismo artículo y su continuación por mí, págs. 35fi-7.
2S1
Mucho fallta por hacer, en ailgfunas iélus nada ¡se ha reajiizado en fannia
metódica, en todas falta habituar a ios aíiciondas ha cdaiborar entre sí v
ha someterse a las orientaoionejs de las Coniiisarías; fall'ta tamibién resoJ-ver
el delicaíío (prabliema de la ijwopiiedad o posesión die ios oibjeitois hallados,
q.ue no se soluiciona con incautacioinies o prohibiciones que sóJo coTidiu-cirían
a la oouilitaoión y a ila clandestiradad. Mas nadie puede dudar de que
el trabajo arqueoilógiiico ©n Oanardas ha entrado en una fase nueva que no
se conoció nunca hasita ahora. Esforcémonos en mejorarlo, calaiboremois
cordialniente todos ios que por estas casa* nos interesiamos, convenzámo-nos
de que con ello iserviremos a Ja patria y a la ciencia. Todavía, si co.n-segrufamos
todo esto, nos q-uedaríam dos cosas importantísimas que resolver,
por Oo menos en Tenerife: la formación d« un verdadero museo ar-queológ-
ico, científicamente orjcamizado y diig^namente imsitailado y la puihM-cación,
suficiente en calddad y oiportuna en tiempo, de la labor y de los
liallazgos realizados. Pero a todo se Herrará si no perd'wnois el camino en
futi'lez.ai.'í y .«ornas modestos de aparienoias y ambiciiosos de realidades.