N o t a s b i b l i o g r á f i c as
José ALCINA FRANCH.—"La Arqueología
de las Islas Canarias", en "Saitabi", revista publicada
por la Universidad Literaria de Valencia,
Facultad de Filosofía y Letras, V, 1947, números
23-24, págs. 94-100.
La "revista de historia, arte y arqueología" que, con el título de "Saitabi",
edita la Facultad de Letras valenciana es una de las pocas publioacio-nes
vivae de las universidades españolas. Entre otra cosas, consag-ra gran
atención a las secciones permanentes que constituyen el verdadero meollo
de una revista científica. Una de estas seccionee es la de "La Arqueología
en las revistas", que se dedica sucesivamente a temas diferentes, de cada
uino de lo.s cuales trata de dar una visión general;, en vez de limitarse al
comentario de artículos aislados. Este acertado procedimiento ha permitido
al Sr. Alcina, (basándose principalmente en los trabajos de tema arqueo-lógico
publicados en esta Revista ée Historia, dar a «as ledtoree un resumen
atinado de la labor realizada en el campo de la arqueología canaria
durante estos últimos años y aun avanzar uTiae conclusiones hipotéticas
bien ponderadlas.
Razóm sobrada tiene el Sr. Alcina cuando recuerda que hace pocos años
las Canarias eetalban pT&ctioamer.te aisladas científicamente de la Península.
La 'culpa sería a medias, pero en parte mayor era de los estudiosos
ialeñoa que no intentaiban nada para hacer interesar a los anjueólogos españoles
en su prolblema local ni soñaban en aprender de ellos el modo de
tratarlo. Aun hoy sigue, por ejemplo, la obstinación de publicar en la prensa
diaria local trabajos dignos de mayor duración. Y en nuestro caso mismo,
¿ TÍO es culpa nuestra que el Sr. Alcina no haya teiido a su alcance algunos
artículo» de nuestra revista que le hubiesen permitido llenar alguna
omisión de su tan atinada síntesis?
Es satisfactorio ver que ya lo que aquí se hace tiene un público inteligente
que lo salbe justipreciar y aprovechar. El Sr. Alcina nos compensa
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de una cierta dietracción que acaso podamos notar en otros círculos científicos
respecto a la labor canaria.
En fin, para no perder nuestra costumbre, también ahora protestaremos
del uso aibuaivo del nombre guanches que el Sr. Alcina aplica unaia
veces, eiguiendo a Verneau, a un determinado tipo antropológico y otraa
lo ihace equivalente de aborígenes, contra «u sentido genuino de "indíge-iiias
de Tenerife".
E. SERRA
Salvador LÓPEZ HERRERA.—"Breve vida del
V. P. José de Anchieta, jesuíta, apóstol del Brasil
y taumaturgo del Nuevo Mumdo (1534-1597)".
Madrid, Coinsejo Superior d» Misiones, 1947;
82 jesús; 24 págs.
Este librito de devoción no tiene indudablemente pi^tensiones eruditas.
No obstante, el hecho de que el autor venga ocupándose de la gran figura
del Apóetol del Brasil desde hace muchos años ha<cía esperar, ya como i!n-troducción
o como apéndice, algún comentario bibliográfico o histórico.
Lejos de esto, el texto mismo parece poco origi'nal, como denuncian ciertos
portuguesismos (aquella deliciosa comparación de La Laguna con Pe-trópolis)
y los grabados, que recordaimos haber visto en una otorita de igual
tema publicada por el P. Gentil, en Rio de Janeiro, en 1927. No figuraní,
en cambio, en ésta del P. Gentil los bonitos versos que comieinzan:
Gomo escribió el poema a la Virgen María...
que adornan, anónimos, el trabajo de López iHerrera. Pero tampoco ellos
nos ipiarecen nuevos, ya que nos evocam un soneto del máe ilustre de nuestros
parnaBiainos laguneros actuailes.
En suma, puee, no puede considerarse enriquecida la bibliografía ingente
acerca del P. Anchieta por la publicación que nos ocupa. Y precisajtien-te
aprovecharemos la ocasión paira avisar a los lectores de que nada memos
que tres eetudios especiales la han aumentado eai el año 194S, niniguno de
los cuales hemos conseguido todavía ver: S. DK VASCONCEr-os, Vida do v'ei-neravel
padre José d:e AnchwM.a. Prefacio de Serafim Leite. Rio de Janeiro,
Minisiterio de Educacao e Saúde, 1943. 2 vola, de Ja Bibliotieca Papular
Braaileira. Beedicióin de la obra clásica sobre la vida de nuestro Apóstol.—•
A. iMiLLAREa CAIILO, Más datos sobre el Apóstol del Brasil, México, 1943,
en "FUoaofía y Letras", V, 245-49.—^I>. L. HAMILTON, A vida e as obras de
José de Anchieta, Washington, 1943, en "Hispania", XXVI, 407-424.
E. SERRA
399
Ptdro CULLEN DEL CASTILLO.—"Hmtroducr
ción, notas y transcripción de la Real Cédula de
Incorporación y Fuero Real de Gran Canaria".
Edición del Excmo. Ayuntamleinlto de Las Palmas
de Gran Canaria, Tip. Alzóla, 1947.
Al canmeniorar la isJa d'e Gran Canaria el 464 aniversario del 29 die
aibril de 1483, fecha la más g-eneralmente aceptada como la de la termi.ia-oión
de la empresa miiliitar de dominacián de (sn territorio por Pedro tile
Vera, el Eicmoi. Ayuntamiento de su cajpitail ha «datado, len tirlada de cieíi
ejemplaa-ea mumioradoe, las dos importantes cédulas reales arriba mencio-
Imadais, transicritiiig diel llamado íJbrn Rojo, viallioso ejemplar-, casi el único,
de los .muchos que guardaba en sai archivo, que ee salvó del incendio de
las Gasas CoriBistorialos, acaiecido en 1842. Al realizarla, aquella Corporación
recogió la id«a de su archivero D. Pedro CullOn del Clastillo, tan
apasiionado amante de muesitro gloirioso pa¡s:ad!o, como puro y elegante pro-aisita,
a quien ee defee la tnansiorijpción de aquellasi cédulas, sn estudio crítico
y al cu'idtadoso esimieiro de la edición.
Avalora, aidemás, e.gta tirada la reproducción, en fotoldtografía, de las
hojas que se conservan ein aquel ceduilario dte la transcriipción del Fuero
beriha en 1581, así como la del escudo, hasta ahora no identificado, qu»
apaireOe en el miemo libro.
Al analizar la Cédula de Incorporación, fedhada en Salamanca el 20
de enero de 1487i, el autor de la introducción expone el aun no dilucidado
puTito de la fecha terminal de la conquista de la Isi!a y destaca la imipoli*-
tancia de esta proviisiión, en la que los Reyes Qatóiicoe declaran solem-nemente
su voluntad de que jamás eea enajenada, ni separada de la Corona,
cotiisiderándola en igualdad jurídica al resto del territorio macionalli,
dentro del concepto patrimoinial de la época. Bs la misma alta concepción
qu'6 ha de campear más tardte eiv aquella otra cédula de Carlos V en qufi
hace igual promesa a las Indias, provisión hoy recogida poír aligtinos 4n-teraniericanistas
coimo remoto símbolo de unidad entre los jweblos de ori-g&
n hispano del Nuevo Continente. Cullen discrimiTia la falta de precii-siión
que »e da en mudhos de iniueatros hliBtoriadoiPas laJ mencionar esta
carta confundiéndola con otra de igual fecha, por la que los Ríoyes comt-cedieron
a Gran Canaria el iprivilegio dte exención de ipedios y alcabalas.
Analiza Jueigo la segunda de las citadas disposiciones, la de 20 de diciembre
de 1494, de otorgamiento de fuero y ordenianzas a la Isla. Para
el autor de la introduccióm, ©s ésta la más importante entre las que fueron
otorgadas a la» Canarias en los primeros tiemipoe de su unlián a Cais^
tilla, ya que sirve de pi^ecediente a la orgalnlaación municiipal de las restantes
isilas del Archiipiélaigo, como tamlbdén de las normas que hubierdn
de dictarse para la gobeamación dIe los nuevos territorios americanos.
400
No podieiiios oMidlar que ©sta carta ee otorga en un momienito cruci/al
del régimen político esipañd', l&n el que ya los monaTcas envían normalmente
sus corregidores a ejercer an las ciudladles y villas la función juris-
•diocional, restándola a isus alcaldes electivos, y cuando los nombramientos
de oficios concejiles son ihechoe ya corrientemente por la Corona. Pues
bien, en esta cédula ale sigue un sistema ecléctico: respetando un procedi-miento
«lectivo para la proviisián de ios cargos concejiílesi, loe Reyes a»
reservan una misión tutelar: oonfinmairán o íio a los nomlbradlos. Y si
ibien «atie siistema no prevaleció ein las Islas, donde muy pronto sus Cabildos
'Se oor.istituyen, casi en su totalidad, por miembros vitalicios y perpetuos
de nombramiento neal, ello no resta méritoe a la cédulla de 1494, documento
d^l más destacado interés para la historia de nuestro derecho
muinicLpal, pese a haber permanecido inexplicablemente ignorado hasta
nuestros días por los esipeaialistas de tan rico filón de nuesitro ordenamiento
jurídico en ed pasado, como acetrtadamente hace notar el autor.
Recoge el comentariista la mota acusada por lel Dr. Serra Ráfols sobre
loa Calbi'ldos camairioa en el sentido de que ejercían su jiurisdtocián soibre
la capital y la totalidad del tíarritorio de su respectiva isila, bajo la base
<Je la iguiafldad jurídica, frente a la práctica medieval en la que el territorio,
cuando existiía, es un mero dominio ePñorial de la Oi.udad, y advierte
el propósito de los Reyes Católicos, al otorgar el Fuero, de que en' la Isla
se cfeasen tantoa cuantos 'municipios fuesen convenientes, atendida su
polblación, deseo és.te que, a pesar d<^l rápido y potente desarrollo de ciertos
núcleos, como las Villaa de Gáldar y Telde, no prosperó ante la posición
ábsiorbente del Cabildo.
Amaliza liuiego los diversos afioioa concejiles, y olbservia cómo, coneet-cuencia
de aquel ecleotidsimo que inspira al Fuero, se encomienda a loa
alcaldes y alguacil efl ejercicio de la función juTisdiccional eólo en las au-aiencias
del Goíbernador y oómo se atribuye al alguiadil miayor el llevar
el pendón de la Ciudad. Ee ésta una peculiaridad del fuero de Gran Oa-niaria,
puesto que tal misión corresipondlía inexcusabkmente al alférez mayor.
Y nois jyretguntamo», ¿cuál es el motivo de 'este cambio y por qué 'no
so haibla en el P\iero del alférez irtayor? ¿Podrá penÉKurse ©n que intem-dionalmente
pretendía hacerae desaparecer, por alguna razón, este cargo,
o hemos die creer en la poedibóMdad de un error die copia del escrilbaino
que hizo l'a tramiscriipcióni? Nos indáíiaimios por esta última opinión; al menos
muy pronto existió tai oficio en lel Cabildo de Gran Canaria.
Despuée de analizar las copias del Fuero que ise conservan, la mutilada
de 1581 y la de 1789, deibida esta última al lescri'bano mayor del Ca-
'bildio Carlos Vázquez de Figueroa, que la tomó de otro oeduilario entonces
(existente, se dlebiene el autor en ir precíisando ©1 mayor o m«inor conocA-miento
que los historiadores regionales tuvierom de esta cédWa y termii-na
su valioso estudio tratandio de desentrañar la persona a quien puedia
correaponder el escudo que aparece en una de las hojas del Libro Rojo,
401
aspecto OH el que se indina, isin que le gea posible aifirmarlo, por la del
celoso regidor Juan de Bscoibedo, qwe logró en 1528 del Emperador darlos
V la confirmación de los privilegios de la Isla y obtuvo la autorización
de poner su escudo al final del documlento.
En resumen, la edición, ©smeradamiente cuidada, tanto por la impor-»
tancia de los documentas que trainscribe como por el minuciiQíS'O, profundio
y ponderado estudio crítico que la avalora, es merecedana del más cálido
elogio para loe editores y especialmente para el autor de la introdiucción
D. Pedro Cullen del Castillo.
L, de LA ROSA
J. SUBIRÁ.—"Notas sobre la Sección de Música
de la Biblioteca Nacional" en "Revista de Archivos,
Bibliotecas y Museos" (cuarta época),
año I, tomo Lili. Madrid, 1947, niúm. 1.
Inicia en este año la revisita del cueiipo facultativo de archiveroe, bi-bliatecarias
y arqueólogois la cuarta epoda die su vida, comen-zada en 1871
e interrumpida iiltim'aimente en 1936. Dirígela el Sr. Taracena, Presidente
de la Junta Técnica de Archivos, Bibliotecas y Museos y Diiredtor del
MuiSieo Arqueológico Nacional, que explica en nn trabajo de prasentaoión
loe propSsátos de la revista y haioe suoiinta historia de su pasado tan fecundo.
En realidad, esta revista nunca ha tenido un carácter profesional
como las de análogo tipo y eincaibezamiemto del extranjero; ino se ocupa
eapecialraente de cuestione» de Itéaniea ibiblioitecaria o museística, eimo
que es desde su origen una revisita die ierudieión gar.ieiral redlaict&dia por individuos
del cuerpo de funcionarios del 'estado que tienen encomendados
aquellas servicios.
El inúmero ahora aparecido contiene trabajos muy varios de destacado
interés, como Relaciones diplomática.i entre Juan II de Castilla y
Alfonso V de Aragón, de Áurea L. Javien-e; El líber Sancti Jacobi y el
Códice Caiixtfmio, de L. Vázquez de Pairga; Un arquitecto de las Huelgas
dtí Burqos, de J. González; IM nueva instalaAión (M Afwsfo Ar^queoLó^
gico de Senilla, die J. M. de Navascuós, eitc. Aquí nos interesa 'llamar la
atención de nuestros lectores eabre el artículo titulado como arriba amo-tamos.
Su autor, el musicólogo Sr. Subirá, anuncia la puiblicación del Ca-tálogo
de Música de los fondos accesibles en la Biiblioteca Nacional, y a
modo de avance señala alguinos de sus más interesiamlte» fondos. Entre Jo9
del siglo XVIII cita la antología de fray Antonio Miairtín Coll, air la que
figuran varice "canarias", que también se hallaai en el cuadorno Libro
de música de clavicémbalo, que por el año 1721 iperteínecdó a D. Francisco
de Tejada, y en el Libro de guitarra, recopilado por Antonio Santa
402
Oruz en 1705. Con ae^ridad el catáloigo anunciado daírá más material de
eiste género.
La revista rediviva dedica un sentido recuerdo a la figura de D. Miguel
Artigas, perdido recienitemente pana la 'bibliofilia española; en fin,
Una esmeirada .preisenitación y las inecesarias reproducoiomes acaban de
avalorarla.
Leopoldo d^ LA ROSA
"Homenaje a D. Heraclio Sánchez".—La Laguna
de Tenerife, 1947.—104 páginas, 82 mayor.
A modo de las coronas poéticas', usuales en otros tiempos, em loor do
una persona determinada, quisieron los admiradoree y amigos de D. Heraclio
Sánchez Rodríguez, Magistral de La Laguna y Profesor de la Universidad,
ofrecerle una antología de recuerdo» en el primer ainiversario
de su muerte. La labor de organización de esta alabanza ee la impuso a sí
mismo D. Manuel Ganzález de Aledo, uno de su» amigos más' devotos.
EH éxito más lieomjero coronó sus afames: con el libro que lleva por título
el de ©sta reseña, los colalboradores en el homenaje levantaron un monu-
-mento—lel más fausto e indeleMe—lal recuerdo del amigo y maestro. Fué
un albo lapillo notare diém.
De destacar en el Uorrwnaji^ es el hecho tácito y elocuente—ein paradoja—
de que la él ee íiiaiierton itodos los estamentos isociales: el clero, el
(pueblo, loa universitarios, los artistas. Con la nota de significaciéin evocadora
de los maestros artistas de los gremios mtiedievalee—tradición que
«in La Laguna, si bien soterrada y ya caduca, illega aún a Muestras días—
representada por el orfeonista lagunero D. José G. Gutiérrez.
I Las contribuciones aJ Homi^tnaja, valiosas todas, ya en sí, ya como vi-ibraciones
humanae de un ctilto noble a la amistad, van desde el "Homenaje
y ofrenda" V^^ lo inician—ipórtioo delicado y pulcro—, hasita el him-mo
"Gloria a su nombre", música y letra de D. José G. Gutiérrez. En el
medio de todo esto, a través de los 97 nomlbres de cointribuyentes, haiy
piezas para espigar a todos los gustos. De ellae, las mejores cottitribudo-
Ines a la etopeya de D. Heraclio me parecen las de D. Jesúe Maynar y
D. Leoncio Rodríguez; literariamente, las piezas de D. José Manuel Gui-merá
y de D. Andrés de L.-Cálceres ae me han destacado del conjunto.
Por otros motivo», he releído con gusto la» aportaciones de la Srta. María
Rosia Alonso, con su drástica distinción lentre canarios de bosque y cania^
ríos de jauría; la de D. Jacinto Alzóla, dionde, más que el reflejo etopéyii-co
de D. Heraclio, a mí se míe antoja flota el muindo lalto y lleno de com-pranisión
del autor; la de D. Pedro Pinto de la Rosa, con .su ainticipadla
403
mtukióm poética del día supremo; la de D. Elias Serra; la de devoción
extravasada de D. Manoiel González de Aledo...
La edicióin del libro fué hecha en los talleres de la Litografía Romero,
de Santa Cruz de Tenerife, can el esmero y belleza habituales en e>sta cai-sa;
avaloran la misma un dibujo angelológico, en la ouibierta, debido al
pintor D. Juan Ismael González, y una reproducción de un retrato d«
D. Heraclio, obra del dibujante D. Rafael Manos.
Lofi organizadores y colaboradores del Homenaje pueden estar satisfechos:
esta corona literaria es la mejor prueba del surco de emoción qu!e
la grain alma separada de nosotroe supo dejar en todos los que de cerca
la tratamos.
J. RÉGULO PÉREZ
L. CEBALLOS y F. ORTUÑO.—"Notas sobre
la flora canariense".—Instituto Forestal de Investigaciones
y Experiencias. Año XVIII, núm. 33.
Madrid, 1947; 31 págs, -|- X láminas, 42.
Recientcimente, María Rosa Alonso, en una recensión piublicada en ee-ta
imiíama Revista acerca de los trabajos botánicos de E. R. Sveniseon
Sventenius, lanzaba las campanas a vuelo. Era iiaturail «1 alborozo, puesto
que ya nos habíamos olvidado de que aquí se pudieran acometeo- trabar
jos de aquella naturaleza, y porque acerca de nuestra flora sólo teníamoe
abundantes noticias de su aistemática destrucción.
Reciente, pues, el desusado hecho y más reciente todavía la espectacular
campaña de prensa a que el mismo dio origen', llega a Muestras manos,
amaibl'emonte ofrecida por el entusiiasta de nuestroe bosques D. Rafael
Llarena, un ejemplar de la puitílicación botánica Notas sobre la flora cOu-nariensc,
debida a L. Ceballos y F. Ortuño, Ingenieros de Monitea.
Sabíamos del Sr. Ceballos por unas detílaraciones hechas a un redactor
de "La Tarde"—edición del 22 dte julio del presente año—que eaia
Profeeor de Geografía Botánica y que venía a Camarias a realizar estu-dioe
directos sobre la flora típica de las isilas, sebre todo en lo que respecta
a las modificacionee que el aislamiento y aclimatalción imprimefl
«n determinadas especies. Además, le traía una honda preocupación profesoral:
"Recordando—apalabras euyasi—,1o muy someramente que 'en mis
•tiempos de estudiante nos habían hablado de la flora de estas islais, decidí
documentarme para subsanar aquella d^icencia, creyéndome obligado
a dedicaír en mié lecciones «obre estas provincias españolas toda la aten-oión
y tiempo quie el interés e importancia de suis montes tienen, tanto en
el aspecto botánico conxo en «1 forestal".
Como oojis«icuencia de su» viajes a lae islas señala el alcance de sus
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investigacionea: estudio geofísico y climatológico y condicione» de habi^
tación botar.ica; eetudio de la vegetaeián imstalada en aquélla y, fiaial-mente,
confección de un catálogo de las plantas l'eñosas existentes en laa
¡alas. Un avanioe de estos trabajos lo constituye ia publicación que rese^
ñamas y que redacta en colaboración de isu coanpañero Sr. Ortuño.
Es caso de frecuente comiprabación que los verdaderoe valores «e mueven
tras valladaree de modestia y silencio. Si d'©l Sr. Ceballos teníamoa
noticias a travée de la meritoria ouriosiidad de un periodista, del Sr. Ortuño
sólo sabíamos, y eso de un modo muy vago, que estaba la! frente del
Patrimonio Forestal del Estado en esta Provincia. Poeteriormente hemos
ampliado nuestras noticias y averiguado que ail Sr. Ortuño, en calidad die
director del citado Organismo, corresponde una de 'las obras de mayor
ambición que ise llevado a cabo en los bosques de las islas: repolblarloe,
que no es poco, pero, además, baciéndolo conforme a método y como co,ni-secuencia
de laboriosos estudioe y lexperiencias. Y, por si esto no fuera
bastante^, ahora nos descubre el Sr. Ortuño que es experto botánico, ail
firmar con el Sr. Cefballos una hermosa obra, un trabajo en e] que se hermanan
rigor científico y fervoroso desvelo.
En Notas sobre la flora ranarifínsc se tiene en cuenta todio lo hecho
acerca de la flora canaria: las fuentes bibliográficas se han manejado
hálbitaente. Entre la/? citas nos es grato hallar nombres conocidos de investigadores
que viven entre nosotros: el Dr. Boirohaird, que ha llenado sm
ya larga vida de flores canarias; D. Agustín Cabrera, al que generosaimem-te
dedican la Sideritis Cabrerar, Ceb. Ort. s(p. nov., herborizada en La
Gomera; el Dr. Maynar, que aiembra en macetas, en nuestra Universidad,
unas simientes de Echium, QrintictnoidiP's Webb y las hace germinar.
Cuando se piensa que para estudiar la germiilnación de una especie y
su desarrollo hay que recurrir a linas maceitas, no puede uino por menos
de recordar el heroísmo no cantado de los que investigan, a pesar de todo,
por cumbreíf, bairranicos y laderas.
Muy interesante el estudio que los Sres. Cdballos y Ortuño dedican al
Junipfrus phorMrea L., comparándolo con ejemplares peninsulares de
la misma especie. Dos hermosas láminas aclaran ©1 texto de este estudio.
Citan la retama del Teide y hacen referencia a ensayos para aclimatar
dicha especie en las cum'bres de La Palma. Los citados botánicos es(-
criben: "La Rnfnm/t rfH Piro, tan aburdante y característica en las Cañadas
del Teide, viene siendo objeto de un aprovechamiento excesivo, que
ha hecho eviderice su acelerada disminución en pocos años, habiéndose
lanzado ya diversos avisos respecto al peligro de su íextinción." Por lo
viíito los Ingenieros de Montes suelen fijarse también ei la retamia: el
Sr. Ortuño ha tocado el tema bien -^e cerca; de tan cerca que, por primer
a vez en la historia de este vegEtal úindco, ha ¡lüevado a 'cabo extc ns(a«
siemibras del mismo dentro del ámbito de Las Cañadas.
Lo verdaderamente revelador de esta publicación ©s que aun quedan
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muchas cosas por hacer acerca de nuestra flora. Ahí están las cinco especies
naievae descaiibdertas por Sve'nsson Sventeniius y estas recientes sor-presias
de los Sres. Ceballoe y Ortuño:
Cravibc gUjantiMi var. ,nov. Oob. Ort.; Isla de La Palma, monte de "El
Canal", de San Andrés y Sauces.
Aáenor.arpua ombriosus, s¡p. nov. Ceb. Ort., variedad de Codeso, h©r-borizada
en la parte alta de la lela del IHIierro, «n el sitio llamado San
Salvador.
Pinipinclla junionae Ceb. Ort. sp. inov., recóg'iida en el Barranco de
Los Castaños, del término de Benchijigua, en la Isla de La Gomera.
Byslropogojí ferrcnsis var. nov. Ceb. Ort. y la ya citada Sidcritis
Cabrcrac Ceb. Ort. sp. mov., que habita en las cumbres de La Gomera.
Bsiperamos de los Sres. Ceballos y Ortuño nuevas aportaciones y la
aparición de su laminciada Obra Estudio do la, vegetación y la flora fOi-rcislal
de las Canarias Occidentales, de la que es notable muestra este
folleto que nos ocupa, y que ©stá realizado diginameinte en su parte material.
Aparte de las espléndidas fotografías, magnificáis ilustracionee a
pluma, que firma C. Millán.
Ura pequeña advertenciía final: el gentilicio gomeranog nos gustarla
que fuese sustituido en publicaciones posteriores por el de gomeros, que
es el que ciicula entre nosotros.
Luis DIEGO CUSCOY
Luis ÁLVAREZ CRUZ.—"Estrellas sobre la
tormeaita y otros cuentos". Santa Cruz de Tenerife,
1947. Imp. y Lit. Romero. Dibujo de Davó.
26 págs. s. n. erii 42 mayor.
Escribir uin bvien cuento es empresa mada fácil. Hemos tenido una
tradición do correctos cuentistas a partir de mediados del Siiglo XIX. No
ham sido numerosos, porque el género en verdad no permite la fecundidad
que, en cambio, ha tenido inuestra tierra en poetas. Abruman los poetas;
esciaisiean los cuentistas.
Agustín Millares Torres (1826-1896) escribió -gratos y saibrosoe cuentos
que aparecieron en "El Porvenir de Canarias", la primera revista literaria
de Las Palmas, y en aquella ejemiplar "Revista de Galnarias", d«
D. Elias Zerolo, que centró en torno auyo la florida generación tinerfeña
y ca(nariia de tadsB las iislais; lallá por 1880, D. Luis Maffiotte La Roche
(1862-1937) escribió agradables cuentos en eu juventud. D. Leocadio Machado
Lópiez (1965-1947) también los escribió. No me propongo hacer
aquí el inventario de muestros cuentistas, sino citar al azar loe que re-
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cuendo, iporque la relación exacta eg labor que preparo y que para otro lugar
y tiempo ha d« s€r.
De todos niuestros cuentistais, acaso el más exquiaito haya sido Mi^el
Sarmiento (1876-1926); finura descriptiva y emoción humana poseen loa
cuentos de uno de los escritores más pulcros de las Islas. Leolncio Rodrí-g-
uez—entonces Luis Rog«r—escribió cuentos en sus naocedades, y el ner-vioeo
y ágil Joaquín Estrada (1893-1912), también ICs escribió. Tremendos,
deagarradores, morbosos.
En nuestros días escriben cuentoe en los periódicos muchos escritores.
En el diario "La Tarde" los han: escrito Alvaro Martín Díaz, Amgel Acos-ta,
Luis Alvarez Cruz. Martín Díaz y Álvarez Cruz han reunido sue cuentos
en sendos volúm;en«a y han deseado rescatar a estos sus hijos de la
peíecedena fortuna de una hoja diaria.
La mayoría o oaisi todos 'los ouenitos de Alvarez Cruz los habíamos leído,
pues, en "La Tarde". Y los tenemos coloccicados. Nuestra cultura es
mínima. Una cultura periodística. Y de provincia. Cortamos de los periódicos
los cuentas de los escritores, loe versos de los poetas, los aritícu-los
de loe periodistas... ¿Manía erudita? ¿Por qué no ternura femenina?
Los cuentos de Luiís Alvarez Cruz me parecen buenoe. Están escritos
con suma corrección. Algura vez se acumulan varios adverbios en mente
y dos veces ee le escaipa un galicismo desagradlable, muy de moda en ej
siglo XVIIT, pero que eíí idioma expulsó más tarde, aunque alguna vez
reaparece; este galicismo es el verbo "remarcar" que nuestro (poeta uea
en La Sombra y .4/70 nw(^vo, vida nueva. Se trata de tína minucia estúpida,
pero es una voz innecesaria. Ahora se ha puesto de moda otro gali-ciemo:
"constatar". Los periódicos lo reipiten hasta la siacicdad, pero a mí,
por lo mieno.'', me ataca los nervios. Como «s natural, mis nervios le tienen
sin cuidado a los periodistas y escritores.
Estrellas sobrn ín tormenta, TAI rosa del cr^(\púsc%ln y El anillo df
I'olicratcs e-on mis cuentos preferidos. Acaso lo» que menos valgan sean
La parábola df las raices, En la selva y Cambio de guardm. Tal vez por
su tono de fábula ejemplar, en donde se pierden las fronteras del cuento
proipiaimente dicho. La misma personalidiad subjetiva del poeta la proyecta
Alvarez Cruz en su proisa. Son estos cuentos hijos de una mente que
analiza, que piensa mudho en soledad; por eeo apenas si maneja la descripción,
y el diálogo cobra un valor de soliloquio. Pero con todo ello, Alvarez
Cruz ha logrado unos cuentos interesantes y de un (personal y correcto
estilo que le sitúa, y con toda dignidad, en la fila de nuestros buenoe
cuentistas.
En cuanto a la edición, se ha impreso con cuidado en los talleres de
Romero y lleva un bonito y fino dibujo de Davó. El formato, aunque obedece
a necesidades económicas, es poco práctico y no nos guista nada.
María Rosa ALONSO
LHEMERÜÍECA P. MUNICIPAl I
Sania Cruz üe TsneritB I 407
Juan DEL RIO AYALA.—"Tirma". Romance
de la conquista de Gran Canaria. Las Palmas de
Gran Canaria, 1947. Talleres "Bl Sígrlo". 142 papillas
en 42.
D. Juan del Río Ayaila, enamorado de Jas tradiciones de eu isla de Gran
Canaria, ha comipiiesto un grato poema—que él ¡prefiere llamar romance—
soíbre la rendición de diciha isla al poder cristiano y «spañol.
Ha logrado el autor dar a su poética creación un sa'bor de literatura arqueológica
muy estimable. El venso—^a vec«? harto débil—^no adapta una
métrica uniforme dentro de la natural •variedad, aunque en alguna ocasión
advertimos el metro del romance en la escena V de] cuadro I y que
reouerdia al famosio romance frotnterizo ée ¡A]f de mi Alhanif! En algún
momlento el empleo del pretérito imperfecto de subjuntivo con el infinitivo
más el pronombre pospuesto resulta forzado. Tal imperfecto usiado
junto al futuro (acaso errata de apresaren por apresaran), al lado del
tiempo presente le dan un aspecto irigrato a la estrofa:
Mas iay!, que a nosotras llegan
crietianO'S muy escondidos
en loe espesos juncales.
Si quisiéramos huímos,
más cristianoe nos salieran
trae los altos peñascales.
Oercárainnos en redondo,
con priesa nos apresaren,
que en la caleta vecina
oculta tienen la nave.
Y es que el pretérito imperfecto de subjuntivo—con valor aquí de condicional—^
está usado, de una manera insólita, por una primera pereona de
plural que se refiere a un hecího pasado. Pero dejémonos de !gramatiquie-
Irías pedantos.
El ST. Del Río Ayala distribuye su poiema en cuatro cuadros. Bn ellos
presenta las escenas del rito del gofio, de las reieCntales o "'baifitos", a,
Bentejuí como repnasetitamitie de la inidependlenoia de la isla, la péndidia
de la ciudad de Agáldar, etc. Suipone el autor quie Bertejuí se casa con la
infanta Guayarmina y que ésta, inistruída por la fiel Tasirga—^indígena
cristianizada en Lanizarote—, profesa ©n secreto la religión cristiana. Su fe
contagia a Masequera, hermana de Bentejuí, a quien—^por no ser cristiaf
no—desdeña la reina canaria. Tras ej triunfo guerrero de Betitejuí, éste
llega a su ca<9a piara efectuar sus boda® con la heredera del reino, o s(ea
Guayarmina, ^pero una escena que la «ensibilidad de la princesa no resis-
408
te, lo impide: Beriafre pide a su caudillo Bentejuí que ejerza sobre su futura
esposa, más que el dereciho, el rito de ipernada, a lo que Bentejuí tie-
!Dc que acceder por irmposición del faicán. Guayarmina ha salvado al pri-sáonero
cristiano que ha ¡hecho su esposo: Hernán. Pérez de Guzmán, que
ise prendía de la reina indígena], quien le corriesiponde. Tasirga cuenta la
historia de Tenesoya. Se da la última batalla. El g-uanarteme Guayedra
(D. Femandio Guanarteme) lotgra que se entreguen sus antig-uofi vasallos,
pero Bentejuí, al ver a la esquiva reina en amoroso coloquio con Hernando
ide Guzmán y la ruina de su país, se precipita ial mar, accióln que imita
el viejo Faicán.
Ha logrado el autor crearnos unos personajes de interés: Bentejuí, el
mozo prendado de su tierra, bravio y «alvaje; isu madre Arminda, repre-aentante
de la mujer indígena, barbaria dentro del fanatismo litúrgico de
su sacerdocio; Guayarmina, prendada de la nueva cultura, que abrazia religión
y amor de cristianos, etc.
El Sr. Del Río Ayala nos lasCigura eni lais advertencias preliminares
que sie ha ceñido al hecho histórico y etnológico. Si se tratara de una producción
poética, terminábamos esta r'ecensión, pero toda vez que el autor
proclama ©1 rigor histórico de su poema nos vamos a permitir sieñ'alarle
algunos errores.
El lugar del consejo de los indígenas canarios no se llamó tagóror, como
repetidas veces escribe el autor, sino sabor. Tagóror ©s vocablo tiner-feño,
a cuyo efecto pueden- consultarse las listáis de Viera, Berthelot y el
Dr. Ghil.
' En la ceremonia de la elección de rey o oaudillo no juraban éstos por
el hueso de sus antepasados (vid. pág. 68); se trata de una confusión con
los menceyee tinerfeños. Nimgún cronista de Gran Canaria, que sepamos,
habla de que los indígenas canarios usaran semejante rito. Por cierto que
deberíamos de una vez ponemos de acuerdo reapecto a que "guanche" es
Momibre que sólo se da al indígena de Tenerife. Pan^ece ser que la voz eiig'-
nifica "hombre de Tenerife", pero el Dr. Chil contribuyó a hacerla extensiva
a todos los indígenas del archipiélago, de una manera imipropia, y ha
sembrado la confusión. En eeifie sentido usa el autor la voz en la página 40.
Los cronietas primitivos jama» la usa.n indelbidamente.
Es todavía un enigma histórico el parentesco exacto entre Guayarmina,
Masequera y D. Fernando Guanarteme. No hay acuerdo ni claridad
en loa cronistas. Casi todos dácen que Guaytarmina era niña de diez o doce
añoe cuando se entregó en lais paces definitivas y qute mé¡» tarde ca«6
con Hernando de Guzmán, pero el Sr. Del Río, tomando como modelo la
«wn par escena tinerfeña de la infanta Dácil y el Capitán Castillo, construye
otra escena semejante y, a la postre, de "valor histórico" parecido
al de su modelo. Mientras la crónica que Millares Garlo lÜamó Matritense
asegura que el hijo del guanarteme de T©ld© se despeñó con un iprivado
fluyo de "Tima" y «us mivjereg de otro risco, y lo mismo dice el Lacunem.se
409
y el llamado Escudero ee manifiesta en términos semejaaitee, ia crónica
de Sedeño, en camtoio, niega tal despeñami'enfto y, siguiénidoila, el P. Sosa
tamibién lo niega. Pero al Sr. Del Río le ha parecido mejor aceptar el episodio
con objeto de diarle aeí mayor grandiosidad heroica a s-u -poemB,, lo
que nos ha parecido bien.
El fondo histórico del poemia se lo Ibrindarían al autor L(^s Noticiati de
Viera y Clavijo. La figura de Bentejuí, sin duda, el historiador Millares Torres;
pero conviene advertir que el nombre de este caudillo lo dio por vez
primera el historiador Oastillo. Bn ^general, loe pormenores de la conquista,
en lo que a nombres y detañles concretos se refiere, distan mucho de estar
esclarecidos; pero, con perfecto derecho, el autor ha escogido paira su ficción
poética los episodios que pre'sitanan mayor realce dramático a sai obra.
La impresión muy correcta y, salvo las naturales erratas, bastante cuidada.
M. R. A.
Isidro MIRANDA MILLARES.—"Poesía primera".
Cuadiemioe de poesía y crítica, 13. IM»
Palirtais de Guan Canaria, 1947. Imp. Alzóla. 17
págs. en 82.
El queihacer de algunas personas suele ser ingrato. Parte del mío lo
e«. Ingrato es «ser fiscal, profesor, lector de libros. El fiscal acusa; el profesor
suspende; el lector de libros que publica sus impresiones cuenta los
endecasflaboe y dice cosas inconvenientes o impertinentes. Una labor
odiosa y antipática. Ya míe he quejadb vairiiae veces de ella, ipero me parece
más honesto que cadia umo oangue oon su cruiz y, mejor o peor, dlaindo
tutnibos, airroisitraiiidio ceños m'ailhuimoradois, .sieguir ©1 áspero <lamino.
Bn un periodiquito muy simpático que hacen um animoso grupo de lan-zaroteños
y que se llama "Pronósticos"—yo leo casi todo lo que aquí se
escribe—, leí por vez primera una compoeición de Isidro Miranda. Ea
poeta es jm^en—de la casta de los inacaibalbles Millares—, y publica sus
versos. ¿Qué le dice uno a un mudhaoho de 25 añoe que publica versos
con toda itosióm, con esa maravillosa ilusión con la que uno se traga el
mundo cuando tiene 26 años?
ETl joven poeta de hoy, que lee .poesía moderna y tiene gustos de mi-
/norta, siuele entre.garse demasiado a sus lecturas y sacrificar a ellas la
pura sinceridad d« &a alma. A medida que paea él tiempo, yo d«scuibro la
gran perogrullada de que en la primera juventud se es menos sincero
que en la segunda, pasada ya la cuesta de loe treinta. Y es que existe la
idea de que, con los años, loa "intereses creados" hacen a la gente más
410
cauta y formulista; pudiera s«r verdiad en alguna dimensión de la. vidia
humana, pero en la autenticidad personal creo que con el tiempo va uno
limando aquella e,mpaciliosia pedantería juvenil de los comienzoe para entrar
en las puras aguas de una seincillez limpia y clara.
La juvetud que canta Isidro Millares—con sue cuatro gerundios la
jouesita»—tno coiimoverá, por ejemplo, a (nadie, aumque el poeta vaya por el
mundo "ergiuido de doradas primaveras"; y no es porque el poema sea
difícil, sino con una voluntad de oeouridad inútil y rebuscada.
Parece nuestro poeta orientado hacia el cultivo de una poesía descriptiva
de la que tan buena tradición tenemos: el barranco, la montaña, el
mar, la luna y la palmera. Gratas imágenes se desilizan al lado de vereoa
infelices y mal medidos. Estimables imágenes más cerebrales que de valor
lírico podemos advertir ein "El barranco" o "La montaña" ("masa de
tromba detenida en aire), al lado de esos lacentoe próximos de "Por qué
eres desnudo y enseñas las entrañas", que repele nuestro oído, o el ininteligible
verso tercero de la pág. 16.
El poeta hace una contribución al mar:
Oh, mi mar de riberas dilatadas,
en medio de tus voces quisiera descansar,
eíicuchar una historia en cada ola
de monstruos colosales, barbudos marineros,
barbilindos grumetes y tesioros
de extraña y misteriosa procedencia...
Nii 'au'n ai referiree al amior «s mluy subjetivo y asipomitámieo Miranda,
pero vena poética la hay en varios de sus acierto». El verso—excepto en
el soneto final—^se mueve sin cortapisas en los linderos del vensolibrismo
y, como prim.era salida, es promesa de futuroe buenos pasos.
Ventura Doreste, en el prefacio del cuaderno, presenta al poeta y escribe
sobre la poesía de su amigo Isidro Miranda.
M. R. A.
ÁNGEL JOHiAN.—"La agonía junta". S«ae-to8.
Cuadernos de poesía y crítica, 11. Las Palmas
de Gran Canaria. Tip. Alzóla. 13 págs. en 8S.
Aunque no quisiéramos, somoe prisioneros de nuestra generación. Y
Ángel Jdhan lo íes. Cuaindo es'taba en plena juventud primaveral, las mi-no¡
ri»8 se perdieron—«n aquellas horas gomgorinaa de 1927—por la poesía
decantada y difícil, por el verso tortuoso y la palabra inusitada. D*
este pasado le quedan reeabios ai poeta .gallego—canario ya por su larga
411
vecindad en miuestras islas—, aunque en anteriores ediciones suyas que
hemoe comiejitado aquí mismo fuera aún mayor su contribución al paisadio
literario aludido.
Siete soneto»—y mo muy pulcras—nos ibrinda aihora Áng«l Johan. Se
le ham escalpado endecasílalboe tan malos como el final d«l someito jHime-ro:
"sólo contigo en, mí y tú en<?€!ndida" con acentos en la sexta y oatava
aflaibas, que no obstante el intervalo de la cesura, dañan al oído. Tam/bién
repela es*e otro del eonieto IV: "mi díorso como inscrito a ¡aügún briodTo",
con ese espantoso encuentro de tres vocales.
Más que conceptismo en la poesía de La agonía junta cabe iseñalalr
albora menor virtuosismo en el vocablo. Indicábamos al anotar su último
cuaderno Muerte siempre^ el auténtico juego conoeptista del verso de Jo-hiato,
pero en estos muevos siete sonetos—siempre, son siete los soinertaois
que edita Awgel Johan—se han obviado las dificultades que el malaba>-
rismo del léxico imponen, mas siempre le quedan al autor sus cuJtioaKie,
que si el lector medio tío consuta el Diccionario se quedará ain ©nteav
der: m rodo, dimtorno (tan ueado por Ortega), lalquitaramos, adutio, (r&-
idro, ceder, trnibuáouilo, cencío, etc.
Y, sin emfbargo, ipara quien sepa y quiera leer, cuánta tortura se aidi-vina
en el alma que ha hecho estos solnetos, que no ®o(n perfectoB, diesde
luego, ipero que destilan nutridos aguaceros de nubes templestuosas. El
poeta en un endeoaflílalbo que junta dos acentos próximos nos dice:
Si apenas soy más nada que amaírgiura...
Can él nos estremecen esos "den golpes de oulatae sobre el suelo",
su "ansiedad de jueticia", sus "inútiles afames y porfías" y su ansia por
una paz donde no se sepa de "odios mi de rencor".
El poeta tiene siempre su fe, fe de soibrepasar su antigua voz que "callada
en ira ardía", aunque luiego caiga en loe escombros de la ilu'slión;
pero, frente a la cruz de cailma y vieinto de los otros, él se sabe fíCsco
manantial en su angustiada luz de soledad...
M. R. A.
Gregorio RODRÍGUEZ MARTIN.—"Mar íiití-mo".
Poesía. Tenerife, 1947. Imp. A. Suáre*.
Santa Crtft de Tenerife. 85 págs. en 4S.
De Gregorio Rodríguez Martín, como prosista, nos hemos ocupado ai
reaeñar «u ensayo La agonía del amor en esfcas coJuminas. Ahora nofl
ofrece el autor no escasa muestra de au labor poétida, en una pulcra y
grata eddcióii que le han hecho los talleres de A. Suárez.
412
iGregorio Rodríguez eg hombre de pocas lecturas actuales y vivas. El
continúa dentro de esa escuela de poeeía "intimista"—que cuenta, eso sí,
con notables cultivadores—de las islas y muy en especial de esta ciudiad
de La L/aguna. La ihuella de varios poetae laguneros y aun de algulno de
Las Palmas podríaimos advertir en la poesía del joveai escritor palmero.
Se trata de ton: poiota subjetivo y cuyos temas aom caisi siempire los qvw
®e derivan de su .propio yo, de su tristeza lante el mundo, el amor, la
muerte o la incomprensión de los demás. Aunque los metros son casi eiem-pre
en & los tradicionales serventesios, romance, soneto, «to., en mudhas
ocaaionee cojea el verso: "yo no renuncio, Cristo, al dolor"—qUe desentona
entre los restantes endeciasílabos de lia pág. 36—; "zarpazo de intrépida
canción"—pág. 38—; "la fuerza de un cantar", entre los octosílabos de
la pág. 71, etc. En algunas compoeiclones, aunque el verso lleva sus sflia-bas
exiactas, algún vicio de cacofonía lo empaña: "del sudor en que báñase
su frente".
Pero nada de esto importa para laf irmar que este sencillo y provinciano
poeta posee un alma sensible. Un alma noble y llena a veces de mu-,
cihaa amarguras y cuyo drama entendemos nosotras, estas crueles p»r»o-nais
que nos da por contar sílabas y por decir majaderías a seres que, por
lo imenos, son buenos y sufren, aunque no estén muy \fuertes en ios grla/-
ves menesteres de la poeeía.
El libro lleva un interesante prólogo del diligente escritor D. Sebais-tiáin
Padrón Acosta, en el que éste alude al movimiento juvenil de los poetas
tilnierfeños, que son eus amigos, y a los que, en todo momeinto, él ha
prestado su atención y aliento.
M. R. A.
Alfredo REYES DARÍAS.—"En alas del viento
sur (Poemas de la Cabra Pinta)". Tenerife,
1947. Ediciones Mástil. Imp. Garc$a Cruz.
Cuando Leocadio Rodríguez Machado ipuiblicó su cuademo poético Vein-tana
de la noche, señaJamoe em aligumas composiciones del joven poeta la
fatíeta interesante de que eran las olvidadas tierrae del Sur la -maiterla
que las había sensibilizado. No era todavía un Sur auténtico y desdie sí
mismo, (pero como alborada era interesante el igesto y hay que tenerlo en
cuenta, 'si ha de producirse una poesía "eureña".
En alas del viento sur, del pintor independiente canario (P. L C.)
Alfredo Reyeg Darías, «6 un cuadernillo deliciosío. Tiene vereitos flojo»
y aligunos gewundios que rechinan, pero poseen tan fina gracia popular y
Ihay un fondo .poético sin contrabando alguno, que no« olvidaimoe de las
caídas, complacidoe en los laciertoa.
. 413
El fondo del paisaje son las tierrae secas de nuestro Sur: pencas, higueras
o tomateras secas, atarjeas sin voz, la ondulada geometría del oa-
IHiello y un "eol que se duerme de día". ¿ Qué puede traer el poeta como
dádiva de ©atos paanajea? ¿Cómo iserá su diálogo con el caimeQlo?:
i Qué quieres que te traiga
de la costa,
si la higuera está desnuda,
seca, sin fruto, sin hojae?
O bien:
Fuche, camello, fuche
que ya llegamos...
¿ No ves la tomatera
seca en el camipo?
¿ No ves que la atarjea
ya no murmura
su alegre canto ?
La protagonista de lestos poemas y que emerge con eus ojos de estrellas
y cuernos de luna de este ipaisaje estreinneiciidio efe la calbra Pinta. Un
piereonaje poético del que mos prendamos al punto. La cabra se enquista
al paisaje del Sur y al de Las Cañadas y acaso sea la que menos dañe la
dulce retama. Esta cabra Pinta sueña con ¡paisajes verdes y húmedos, salta
con presteza, »e mianitieme e,n dos patas para que la dhiquillería y su amo
se regocijem, pero iay! se muere también como aquel Platero juianramo-niano
de nuestras entrañas y le hacen el planto cien negros cuervos del
I Sur.
La Pinta duerme:
Ya la Pinta está dormida,
sueña con playa y espuma
con yerba de mar y luna.
La Pinta camiina:
Cabra la Pinta
marfil y espuma,
ojos de estrellas,
cuernos de luna,
va tu silueta
por los cardones
de la llanura.
414
La Pinta nraerta:
De liuto están veinte cuervos
en la higuera del cercado.
El viento viene de duelo
y se airraatra por el llano.
Allá va el cabrero loco
seguido de loa muchacho»,
llevando a la calbra mueirta
en angarillas de ipaüo.
Ya le abre un hoyo len la tierra
del morro qrue está más alto.
Ya enterró la calbra Pinta
miientrais el viento, sdlbando,
agita el seco tomillo
desigajándase en un llanto.
La edición, cuidada y pulcra. Y la dedioatoria a Luohy—^sobrina defl
poeta—, pequeña y rubia; tan tierna y lagradable como 'este romancero
de la caJbra Pinta, cuyas patas han de saltar siempre por las tierras dlel
Sur. La calbra Pinta—porque ee alimenta de dulces retamas—es una cabra
de gran categoría poética.
M. R. A.
SEBASTIAN MANUEL.—"Mi flor hasta la
nave". Hai-kais. Cuadernos die poesía y crítica,
12. Las Palnijas de Gran Canaria, 1946. Imprenta
Alzóla. 20 págs. em 82.
Por segunda vez vuelve a salir el poeta Sebastián Manuel de la Nu'ea
ofreciéndonos una mueva edición breve de poemas breves. No poseen esi-tos
poemaa altas calidades, pero sí pertenecen a una zona de poesía sencilla
en la que alguna vez asoma una coirrecta imagen, acaso (heredada diel
creacioniamo del malogrado maestro Agustín Espinosa, Por ejemplo:
Lo» grillos cantan y cantan
toda la noohe.
Y la llenan de agujeros.
Poseen estos poemitas de Sebastián Manuel de la Nuez una encantadora
sencillez sobre la que ee puede reposar sin grandes coimplicaciones
ni exigencias estéticas y, aunque alguna vez el poema casi no lo es, por-
415
que roza el plano de la perogrullesca sentencia vulgar—como, ipor ejemplo,
puede veree en El Laurd—, íio es ello inconveniente para que la senisiM-lidad
del autor se afine en otros momentos miás felices. Y nos lo redimo
humaniafmente esa ternura y fe en un amor que es, para él, la mitad del
Universo.
M. R. A.
L.[eon|cio] R.[ODRlGUEa;].—"Lances y aventuras
del Vizconde de Buem Paso". (Novela €8-
cénicia, ad|aptada de las cartas y memorias de
D. Cristóbal del Hoyo). Biblioteca Canaria, Santa
Cruz de Tenerife, 1947. 135 págs. em 82.
iKace muchos años que nuestro vetemno escritor, canario de los qu«
cantan, Leoncio Rodríguez, tenía escrita una obra teatral sobre un episodio
de la vida del famoso Vizconde de Buen Paso,^ sin duda el pelrsoinaje
más interesante de nuestra historiía regional. Yo he estado siempre prendada
de él y hasta he acumulado muchos papeles para dedicarle una monografía,
pero no lo pienso tan cumplido y correcto como lo presenta Leoncio
Rodríguez. No me acabo de creer que por una simple broma me lo tuivie-ran
en Paso-Alto tantos años, ni acabo de ver con claridad lo que pasó, si
es que se puede alguna vez averiguar. Pero la figura del Vizconde tal y
como se nos ofrece posee un singular encanto Heno de atracciones, precisamente
por esa pemimbra que todavía hay en tomo a isu fig^tra.
Leoncio Rodríguez se limita a escribir con diálogo suelto y fácil un epi-fiodio
novelesco de Ta vida de D. Cristóbal del Boyo para el teatro: el de eu
íiuga en 1732. Aprovecha algunos personajes de la obra de Rodríguez Mou-re
sobre el Vizconde y pone en boca de éste casi párrafos textuales de sojj
cairtafi, claro que de unas cartas que él escribe mucho después de 1732, cuant-úo
vivía en Madrid casado. D. Cristóbal antes de su fuga estuvo en el Extranjero,
aunque aquí le hace el (autor hablar y contar anécdotas de la corte
madrileña, pero en nada afecta ello a la creación escénica.
El primer acto nos presienta al protagonista recién llegado de «us viajes
por Europa (que históricamente fueron en 1717) y estacionado en Tenerife
en el momento en que se inicia el pleito marimonial con su 'sobrina, a la
que el autor no hace figurar en escena. El segundo termina con una violeni-ta
discusión entre su padre el Marqués de San Andrés (que murió en 1722)
y el propio Vizconde, que se niega a casarse. El tercero termina con su prisión
(que ocurrió en 1725) y el cuarto y último con su fuga, ocurrida en
1732. Pero el autor prescinde de estias incidencias temporalee y nos presen^
ta umia acción en 1732 trenzada siempre por la fiel constancia de Margarita,
que jamás alude (a tan larga espera. Una espera que fué definitiva.
416
Terminan la edición unos provediosos Apéndice biográfico, Anécdotas
y suaetdidos, del personaje; De sxi numen poético—que reproduce las poesías
más conocidas del Vizconde—; Fragmentos de sus cartas y Epitaff,.o,
qxi« Viera y Oavijo escribió a su muerte.
No nos gusta el Vizconde tan mesurado y comedido que Leoncio Rodríguez
noa ha hecho. U^n Vd^coodte poco o casi imada eniamoradlo, que no tiene
ni siquiera una escena cálida con Margiarita, una delicada figura de ficción
—^aumquje pudo existir de alguina mamera—, y que no eaibemos cómo sie ha
enamorado de él. Nosotros preferimos al "otro", al de las cartas, al novelesco;
pero ya es salSüdo que las mujeres solemos enamoramosi de los ein'-
vergüenzas.
M. R. A,
Leocadio R.[ODRÍGUEZ] MACHADO.—"Alegoría
del volcáji". Tenerife, 1947. Ediciones Mástil.
Imp. García Cruz.
Las ediciones "Mástil" eiguen el por lo visto fructífero ejemplo de aque-lia
colección para 30 «bibliófilos de Juan Manuel Trujillo y que es hoy dádiva
golosa para colecciomstas. Con toda piilcritud y gusto lleva el poeta
pintor Reyes Darías eeite mástil e ilustra el poema de Leocadio Rodríguez
Machado, un fragmento o parte de una obra de mayores ambicione que,
«Obre el volcán, ha proyectado el joven crítico y poeta lagunero.
Este fragmento o episodio de la Alegoría del volcán se llama Nocturno.
Leído por el autor y oído entre grata compañía me gustó. Fué urna
tarde aventada en "El Baldío", junto al exquisito malvasía de Víctor Nú-ñez
y en el momento en que el día deja de eerlo. Bl poeta leía con «se
apasionamiento de sus brillantes veinte y tantos años—muy pocos loe tantos—
con el auxilio de una mala bujía campeeina y temblorosa, esa luz que
alumbró a nuestro siglo XIX y en torno a la cual las mujeres hacían en-aaje
de Tenerife. Una luiz que daba de frente a la noble y gentil figura
de Anita Arroyo de Gómez Bosch, que tamlbién nos recitó cocas suyas,
muy sentidas y finas, mientras Tomás la oía con una gran ternura.
La lectura del Nocturno evoaa ahora aquella grata escena. Pero la
poesía leída en síolediad es piedra de matices nuevos. La senisación del volcán
produce en el poeta una d^ecantación lírica en la que se enraizan piedra
y lamor:
Quise gozar de amibos:
junto a tus carnes blancas y extremadamente
blandas
palpé las carnes resecas del coloso.
417
Pero a través de una ascensión, que puede s«r un sím'bolo dramático,
el poeta en la altura, "en la quietud del cielo", cae en la cuenta de qule ee
la soledad' la auténica realidad y su voluntad es, de nuevo, la de ser piedra.
M. R. A.
José María MILLARES SALL.—"Canto a la
tierra". Cuadernos de poesía y critica, 10. Las
Palmas, 1946. Tip. Alzóla. 18 págs. ea 8S.
José María Mulares sigue aferrado a la tierra; sostiene ei acento iniciado
en su cuaderno ainterior A los cuatro vientos, qu* anoitamoe ya en
estas columna». Es a veces tan pródig-a la imagen y tam entero el verso de
José María que el propio poeta se pierde dentro de su voz. El icanto es
apasionado, profundo, de una sensualidad casi espiritual, si se noe admite
la paradoja. El poeta quisiera pana la tierra:
Abrir el allba en tu cintura negra,
un allba de infitnitaa alegrías,
tierra de los tonmientos,
y ser el traso erguido que atravieee
de luz tu corazón ensombrecido.
En medio de esta estremecida eelva donde el brote ahoga la unidad del
tronco maestro entresacamos el endecasílalbo rotundo y la apasionada e»-
Itrofa:
Yo quisiera morirme para darte,
conviviendo en tu abismo, esta agonía
que poa' ti eiento, tierra de mi carne.
O más adelante:
¡Tierra de mi dolor, qué bien te siento
(gemir por miia costillas!
Y ai alg^una vez el poema quiere sumirse en la tierra al sumarse con
ella: "¿Por qué esta diferencia nos separa / si somos de la tierra la misma
piedra inerte?", esta comumiAn panteísta ee bifurca •exí rito de apaisio-inado
amante:
PVonda de mis sentidoe, luna nueva,
tierra de -mis entrañas.
M. R. A.
418
Chona MADKRA.—"El volcad© silencio". Gráficas
Sigma. Madrid, 1947. 99 págs. en 82.
El volcailo silencio, de Ohoinia Mladleana, que no «s siletticáio, simo voz y
gitilto, moa hace—dé imi«Voi—^su visAta. Comenité la primera edliciión de osite
übno, apaa^cidia en 1944 y »n Las Pateas, en lesitas ooluimuais que aiguaai-tam
mis iwiípelnaltiein/tea lecituriaa .poéticas. La (preiseinte edSolAn de la eatreirifr-rádla
Obra de Chotoa Madlera iti*ae, adiemás dte las comjposdoijoiniea ya piubiica-dais
en la anterior, otras mucihas iinéditaB. Ba BJigJuJiiais caibríia señalar de-feídtas
métrSoos, caídiais die ndvel líniíoo, y, aicaisio, leisia falltia de liectunas a poetas
de pñimcr ardemí, parque Ch<Bia Madiera eia uln pasmo ao o paemante ca-ao
idle um eepíribu ;snin gtraín cultura poética; mas posee un tairi aig'udo temi-peraimeinto
línLoo que, desbordado etn apaedonadío torrenite, la saliva y redame
dIe todia la miaoquedad y fallas qul©, dIe seguro, poaee su obra.
Es muy poeiilble que la femlilnádladi—cuaindo esemciaílimiente femenidlaid es—
<Jein(gia isu señorío en los recintos dlel almai. Resultará esto claro, si se ire-ouerda
el edisiayo dte Ortega Vitalidad, alma, espíritu. Una mujier hace mejor
ipae«ía "ínltima" que poesía dlesoniptivia; traduce al exterior el drama
Tflcándito dle isu intáimidlad y hace de él personaje y dieistimio. El libro de
CHhcttia Madera eg biografía ínjtimia; cada poema—^miejor o peor hecho—
«3 una página d'e diario, y todla la obra, su Vidla misma en verso. Su vida
voJoadia «ID VOZ poética.
lOairiño fraitermaili a la dtulce (herimama idia—cuyo recuierd)o asoma repe-tidiaanente
en varias comiposicioneis—; aterjoión a la maidlre», a la noble son-liaa
de la amiístad, a la angustiada tristeza por un amor que lia tifoirra
aíbraza y ise come, a lia agomía dle seintír el oorazómi como una lámpara votiva,
'enioendida en amor por los que sufren... ¿Qué (nota de dolor ebi su
Vida no ha registrado en 'este diiario la atormjenibadla poetisa 'de Las Palmas
? i Qué págdina no lleva la ilusiián de un día, la mostalgia de otro y ©1
dolor de todos? Parque hasta em el amor—^"CXh, pasar ato isu imcend'io no
es vivar, y ser cieigo"—', aujnque sea cierto, trae dblar, asegura ella misma.
"Al fin, u^nio ino es otra cosa
que isu amor y iSu quieja".
Hay en Cibolna Madera uu aire esemcial de melainicolía y dolor por todo
lo presie(nte y lo futuro, (aunque la midaincolía eis ©senciia espiritual que ise
destila de la dimettiisión temporail del' pasado. Ella »e isensibiliza por su
vejez futura, por isuig parpadlos cualndo ise deirren, por los hijos que no fueron
posible» y por ell presentidlo llainto que eviltaron. Y por esa ciama que
agu'aiata en vilo mueotro cainaado cuerpo. Por el día último tía que, con la
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forma de imeíatro hueco, quede •vacía de imuestro cuerpo auaenite, por loe
(miiiutoia lein que, leaitamettiite, vaya perdiendo •nueaitro tibio caiior definiiti-vo
y úlitimio:
Austencia
Bl día í^ue te deje definítdviamienlte,
rtú tendliás eiafte adre dte todais las mañanas;
cuando yo (rfle levainto para empezar el día,
caimia qaie me colhijas, bliaaida, miuilida cama.
Y pejnsar al imlirarte así, desarreglada,,
qiiie itú serás quién diga más de la ausencia mía.
Ponqué, ¿habéis vieto aigo que más hable de un muerto,
que al etotrar en su cuiaTito, ver la caimia en desordeai, ver la. cama vacía ?
Nada tendrá la fuerza que tú, en ©se momento.
Nii fe caja •€(n que yazca—q\i;e será coaa mueva—.
Ná todo ell a(plairaito de los pañas miocrttuoinias.
Ni la luz amairilla, que diíumde la cera.
Por «90, este besio lahora, esita langa mirada,
que ulna teiimira Siento por ti, de deepedida...
Par la paz y eli dosicaniso, q|u!e eres para mis noches.
Porque íiio podará ser, en el último día,
la mirada y el beso y este Intimo Smstanitie,
y la íl'or de mi venso con la termiura mía.
Al cerrar la última página de este libro auitabiográfico, nos quiedamos
penisa/nidto y isintiando un piooo e(n el de,sitino de la pnotagolni^ta; en esa
modhe inciiertta por las qule se aioe van los entes de ficción 'de lais noveHaa
que inos iimipresiianiaai. Y la última página ha tenido el mismo valto dte una
(puerta al cemanee.
María Rosa ALONSO
Anitomio GARCÍA Y BELUDO.—"La España
del siglo primero de nuestra era según P. Mela y
C, Plinio".—"Colección, Austral", 744 ^Madrid;
Eapasa-Cblpe, 1947. 302 págs. 8fi.
Lias colliumIWais de Repasta de Historia hatti visto ya las reiSieñais, em IKS
que a la» Canarias se nefiere, de dos abra® dtel aabio arqueólogo Dr. Galicia
y Bellddta: Fe*ni(fios y cartagineses en occidente y España y los esr-
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pañoles hace, dos mil años según la Geografía de Strábon (Revista dei
Historia, X, 1944, 185-86; y XI, 1945, 110, relapeotíivainente).
Ahora vu«lv9n a salir lae Oamardaí»—pues en ambos atiitoreis puedan
identóficanse con ellas las Insulae Fortunatae—en Poimponius Mela, Cho-rograpMa,
III, 102, y Cadus Plinius Socutidus, Naturalis Historia, VI.,
202-205, en el liifbro que mos ocupa. A estas nefenelncáais acompañian sendba
oamentarios del editor, quie aclaran y centrian lia cueeitdán diell coinocámii€jx>-
Do qiu« ftemiíaoi floa arntáiguos acerca de la® Isillais. No obsibante, ell Dr. García
y Beffidlo rse mueve en un terreno de extreima melsuina—como procedte, ade^
más, en un liibipo de vulgardzaici'óTi, ed bdein ihewhio oon el aiuxüLío de todo ell
apaiiato de la arqueología oietatífioa—y no iprofuindiza en la cuestión dio
ai realmente los datos pHi/ndanaa (los más esctlelneíos, puAsi Mela a ^ n a s si
pasia d!e unía «impile referencia tocadia de la g'eoigraifíla de manavillais) cooií-ouerdan
con las Canarliag actuales, qué pueda hialber die cderto y q|ué pro-dluicjto
de la <roinfiuisá<5n o dIe la g'eog^afía amtigua de lo miariavillloso.
Bl Dir. Alvarez Delgado, en un detallado artículo dedicado a esta cuesi-tión
{TMS "Islas Afortunadas" en Plinto, Revista de Historia, XI, 1945»
36-61) explica por separado y minuciosiam^lnte cada unía de las aseveTar
dioines del embrolk) püiiniieno y ll«ga a uniag ooncHusfiones que—oompáav
tamse o ino—iparecem oonigruentes. Es más: para di Dr. Alvarez Delgadio,
las isilas de lia púrpuna igactúlica, la que añiutíte PMnius en el párrafo álnn)©-
diatamente arnterior al de las Ineuliae Forturjatae, ison ila» Oanariais oiien,
taflea (Laaiaarote, Pueirteventura, Aüegranza, GracSotsai y Loibos), extremo
que nioa ha promietüdo iprabar en un estudio próximo a ver la luz tituiliado
Púrpura Gaetúlica.
AiUnque amibas versiones castellaiivas del texto de Hiniusí—l'a dial
Dr. Oaircía y Bellido y Da del Dr. Áüviariez Delgado—ison reepcInisaMes y
excelentes, preferimios la defl Dr. García y Bellido, no s&k> por parecenniois
más ágdl, sino especfialmente por eH prStacipio arqueológiioo, que comparti'-
mas, de respetar lia ortognafía dásSoa de líos miombres pnoipdos.
No ea éste liugar apropiado pana oouiparnos detenidamente del eludió
sólido y concienzjuido del Dr. Gtapcía y Bellido en reliacióni coni lia Península
Ibérii<5a( en ei siglo I de nuestra eria, estudio que, como todoigi los suyoei,
viene avaloraido con índices detaillados e ilustracdonee, mapas y esquemas
qme hacen el libro fácilmente m^aniejable y le dan. un grtalto sello de moderna
arqueología. EJ hecho de que hajia preparadk) esiba edición para un
ipúbliico amplio es un miotdVo más de parabienes paria, el Dr. Gancía y Bellido.
Por nuestra parte, nos conigratulamo® de que, a los triaibajo» felioee
sobre los reatíos materjales de lais Islas que han enriquecido en estos último
años la arqueología canaíiía, se venigan a saunar ahora estudios acerca
de las fuentes literariaB como los que aquí nois han ocupado.
J. RÉGULO PÉREZ
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Pedro LEZCANO—"Muriendo dos a dos"
[Versos.] Halcón.—Colección de Poesía, 8. Valla-dolid,
1947. Tip. Cuejsta. 82 págs. en 82.
Mi ibuen Pedro Lezcamo: Voy a qiuebiraT mis moímas expresivas de pro-fieaora
adjuinta "dte ipmvüinciais"—parece ser que así jnoa llamain a los' auxi-
Maires, esa trem«nda casta—y a no hEuceird,e uma recíjnsáón de su libro, au raque
D. Elias ee me «infladle ipor eista "libeTttad!" que me tomo íüi u'na reviisiba
eenia y de ei-udioi<fJn, y, a ciamibio, le escniíbo eista carta, i)orique lo me'nois
malo que oabemos hacex la» miujere» aoaeo eea el escribir cartas.
Hace algún tiempo que usted, ein una de las suyas, me rCiprochaba lo que
en mí leisitimaba un n'otorio desvío, al yo lainoitar sus breves ediciones insulares;
.sie me lamemtalba de que, gieindo usted ©1 úniioo que había frainqueadb
'las rervistae peniilna.ulareis, yo, ein cambio, "me rosdstíia". Ks decir, yo ro me
pasimaiba, ponqué usted esicrdlbiera en "Garcílaso", en "Bsipadaña", en "Hlal-oó'n",
«n "La Eatafeta Liiterai<ia" o an "El Eeipañol", etc. Y yo ,r,o me pas-malba,
querido Lezcano, porque cuamdo Luve menos años que los que uated
tie<nie laihora vdví en Mad>rid cursos ettiteros. Allí me hiice. El aeiienito número
25 deil Atelneo soportó mi «ntionceis frágil canga; la® rev<¡etais de provin-
«áais esipañolas alguna vez llevaran irá nombre a cueistas y publiqué trabla-jos
hasta en "El Sol", que era el Olimpo em iais aspiiraicáanieg de lo« mudha-ohois
de emtotnices. Teaiígo yla "el colmillo reitorclidio" y no me trastomain lias
ireviistas de Madrid, m lais cartas de lae "graindeis potonoiais"... Guando tui-ve
22 años míe escribió Ortega y cneí qule me dlalbia "un mareo". Mié dli'jo
que yo "t«inlía uin espíritu encantador" y usted calcule cómo yo me pon-diría...
Aisí que hoy me eottirío oon melattociía ante colaboraciionies petniínisiu-liarea
y cairtas y me digo: esiperemos a ver qué más áa. eiste jovan de sí...
Porque ya ve usted, Lezcamo, yo con tamtoe airtlículois y otaitais no be Iktgar
do .más que a "adjunta" em esta prov^incáa atíántóca... No he Ueigado, pues,
a Imada. Aisí que cuamdo me he quedado con la boca abieptia e® ai leer e ^
IShuo que 'nos trae usted dte Valladollid. Ahora jvodrá pasar al parnteón de
hombres iHmtres del plaís^—(porque a u's.ted, como diría Uramuno, "lo «-na-ciepon"
en MiadWd, peno es de Cainamais—y no por lo de amltes que, aumique
e»tlim:aJble, inio eiPa para semejante puesto, sino por la de aihora. C5on un "ata-tes"
pareciidio al suyo no he ido yo a nimigutnai parte... Petpo usted me hará
inmoiitlal, porque cuamdto esciilban Yo9 exégeta» futuros su biografía dfiínáin
qíue yo lo suapcnrií len Latín una vez y olligúni lector comentará diespectiva-im
«nt©: "tlapolbire!"...
Ahora veré daro el .por qué de mi "i»efflistteincia¡"... Usted me neiprodhida
un (poco mis pebuliantes años miozoe. Todavía no le ha Uieglado su teiroura a
este tiemipo mío, que la tendrá si llego a los sesenta; «ihor,a tongo la coquea
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tería de presunmr de vieja y íaeí ino me creeráín que tetnigo exactameinite
diez añas imág que uiated...
Naida hay deteznable en su lálbro Muriendo (los a dos. El vocablo íes
exadto; el sugtairitüvo, preoiso; ol adljebivo, meisiurado. Los verasos, impecap
ble». Me «Ja vergüetnz'a advertMe esois "eíscaila; y alia" o "aüa la" del aoneto
Deseo (pág. 18); "urna dte carne" de Playa (pág. 20); "piara partir", d«
l'a ipág. 28; "ave grave", de ia 33, y algutota, mliiniuciía ée jafiz jparedido. Aujn
en las aomposicioinjea dte memor ailiemto lírico hay sáempre la dü'glnidadi que
x^n po«(t)a, cuattidio lo es entero, imiprime a isiu oreaiciiAn: me refiero a las
toes úñltóimiaB d©l libro €Ín IIBJS que se iBjdivina al estuldlíamite de Filosofía oofti
un deaplegado acento que bordea l,a oda. La condiemsiaciÓTi IMda de su olbra
hay que ibuiacarla e|n la parltie quie titula concreitaímemte Muriendo dos a dos.
Antea ,nias ofrece cuatro ibuenoa isometoe^-^sin p&rticliipáioisi en "ado"—eSntre
los que prefiero SoMiad:
Un iriomibre de ciudad tiene el velwo,
y al mar llaman ila mar. Mujer y Villa
ftogidais por laihogar dn maravilla
isu soledad de mar y de eoltero.
¡ Red de haimaicas ail vieoito, marir.ero!
Ulna TnMJier de «uieños la la orilla
tklTje la esipaldla hendida por la quilla
y un aipón en loa ojos tnadctt'dnero.
Achica, maír, el agiua die tu lelcho,
mierttraa ipemidan la hamaoa y la quimera.
Ulna mujier dIe caracol y helécho
fiel y dieisniuda en ibajaimar te espera.
Verticaflies lais dumas de su pecho,
y isu oalbeza ardiendo em oalbellera.
¡Copio ha tra'nsformiado usted 'uím temía que aibordó Tomás Morales en
SU8 soeetos VIII y IX de Poemas del marl Y es que el iprodigio dIe la poe-aía
nio está etti la otrigánallidad dell aisa:<nlto. Ya ino hay toadla origrimal bajo lejl'
isol—como reza eJ vliejo afarismo—, siino que la 'novedlad radica On^cómo
«*1 poeta le día a las cosías vuiligiaires uin nuievo temlbüior estétioa, y ésa os la
tniadián de la pallabra cuamdo tSeine vida: estrenar el mundo. Ese «u poemia
Retomo inada tictne dte cimaíi poéticas; aborda usted la amguisitia humialnia
de Oía isuipeircairgiazón dtel iintelocto y el deseo de volver a la selncillez ¡primá-gienia,
pero, ¡con qué exactitud y desinudez de retórica lo dice usted!... Se
quexla sólo con oiinco ouerpos simples': flor, monte, río, «anior y pilmo, y diluye,
odn teda élegamcia, lo que dle moi<boea melaincolía pudiera haiber en Ha
mota fimal:
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Yo rezo ooni la llu(v*ila por el retonno al valle,
cuyio perfil temía noatpo dfe compañero.
A la sarwlla isdbadla y a canodidios Itriinos
diandé el ¿por qué? diel miño no aterraba a los homibres.
Al orbe rediuoido de :las cosas tocadae,
Sa íílor, «1 monte, el río... y la flor otra vez.
Ooln un, amor traínqui'lo s-ün interrogaciones,
que tramisf ormaira en besio la miuerte dos a dios.
Y u.n piiino, ulq arrogainite pino, que níe legara
mi sombra, mi cayado, mi mesa y mi aihaúd'.
La (nostalgia del tiemipo paisiado—que an usited sólo se agudiza en el
poema Azul—la transifoTma y revierte en melamooilía atnitídipada deíl tiempo
veníd'ftro: ése es él sentido del soneto a su hemiaTío Riicardo—que ya
ihaibía leídb «n el últimio número die "GarciñaBo"—o diel titulado Superviven-ém,
que usted acaba oon el deseinfadado "gaudteamuB" dtei goliairdo medSe-val
(¿lie micleata el latinajo y la cita eruditoide?).
iCuáinto tiemipo hace, por esitaie iSatitudes, que una amada poética ino ha
asuimiiid'o su perfecta misián femetnimia como esta de isiU' "Génieslis"!
Si a Dios diabo la viidla, a ella le debo
el mismo Dios, el alma y el eeintidio.
Me haden sianto tus ojAs sorprendidos,
y gigainte lia altuira de tu honibro,
y isabio la humildad de tus oídos
y héroe el rom^ice mudo d« tu «jsomlbro.
Nada y ya diemaisiiadio, nada y todk>.
Tus dádivas al fin te hiicierotn dueña.
Oamto a mi pod^rediumbre, himno a mi lodo,
entregada mujer diiice y pequeña...
James advierto desmesura en la imagen,, agudos cerebralismos, esfueip-zo
'muerto: "cainisadla de ser péndolo de? !aJ;nxa, / mi mano sueña excelsáibu-dea",
o las matniosi de ,su padire: "Ala» taimiblién en mli icántuiria i&rain / para
volar ail aire". Tampoco abusa uiated de ella; entremezcla su ser con el muiif
ido exterior y a través dte su ecrá,ni poético amanece el día corno la flor ref-cién
ahierlta.
Una vivía y sobria ternura destila su "Yo recuerdo..." paterno, y los ro-
Tnancesi—ya salbe que ajpre'dio mucho los de su Romancero canario—, qué
logradlos d'e léxiioo... Adlquiiere uiaited grato movimieinito con el mero suisto/n-tivo
yuxtapuesto en pareja oopulialtáva: "
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Luz y tiiini€iblia, agua y vino.
Noche y día, vino y agua.
Loe ángeles de la iuz
beben isomibra y ise em'borrachan.
Ta2 dSce em ae Romance a oscuras, que m« recuierda mucho los romances
de ineigTos de Tjms de GóngoTia:
Pdo allegro, inegra suerte,
negra pema y megra caija.
(U|n cKÍño negro preiguinlta,
y un megro heredeiro baiila).
Dice UHted coaais vuügiare®, sentenciáis de paremiología eoi eu inquieto
Romance en marcha, peno otra vez—como en Azorín—adiquiere bus pri-
.moirea lo vuigaír y él refranero su poesía:
Como el error, el cariño
al ser conocido acaba.
Si lo analizam'OB, muere
Si 'lo despreciamos', mlaita.
Desde la madre a la novia
va el homibre por senda alara,
y va diesde T.ovia a miadtre
ía mujer que lo aooiropaña.
Pero em miayo y en desimayo
mli samigre eisitá em catarata.
Yo no isé lo que persig¿,
pero hay alligo que me falta.
Por esio COITO y recorro,
famélico de diatanidias,
las Cuatro pantes deJ mundo
y otra quie se me olvidaba.
Uin ánigeJ negro me dice
que hay um hogar que me aguarda.
Ulna mujer que me eepera,
segura de su esperamza.
Ya ha esicráito sus inicJiaJes
en las puinitas die uma sábana.
Se ha .perfum'ado la mamo
pana ailiearme la cama,
y <sn xtni pico de e.u vida
lleva bordada mi alma.
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Me ha visito pasar diez veces
de laingo por su ventana,
mas eaJbe que he ée morir
can la cabeza e(n au faüda.
Su poieeía rnio es "hija de l'a ira". Aba.iidlona uisited los cauces del "tremendismo",
d^l scmieto aimiibarado, die taintaia (paliideces de oquedades absolutas.
Retoirtna a 'la aimplScidlad dte lia maña'na, a lia tersura de la palabra, a
la éfíicacia de la imaigiein.. Pocas oonceedotaes a la an^stiia y a lio negíiltivo.
Como el viejo D. Domi'ng'o Rivero y algÚTi excelso poeta de otras latitudes,
usted canta a sai ¡propio cuierpo ("acaso / yo eólo sea eji isiueño de mi oair-ne"),
al hombre y a Diois. Nos oolnistruye, de nuevo, y con isencillez, ©1 Mundo
y 3 a Vidia.
No se me !su(ba a la nube presuntuosa que .se clava en la cima enfatuada.
No se deje colgiar letreros de que «i es o lao el primer poeta de las Ifc-lias.
Yia sé que usted' lo cree así, pero esto no e€(n¡ oposiicdoaiesi a Regiistroe.
Es conveniente poseer el pudor y la dignidad de la proipia valía. Libro como
eH isuyo no lo he Mdo aquí mi lo han ihedho aquí (nuestros ipoetaB del Axchi-
(piélago; si isu vanidad de antiguo alumino quiere el ¡número priimero, por
mí, «.hí va. Tam buen labro como el suyo Ino es corrlietite leerlo fuera de
aquí. Así que eig usted •ttam buen poeta comió cualquier bu'e^ poeta, pero no
saqojemas las oceas de quiciio. ¡No ise malogre! iAlh! Y que conste: No se
arrepiente de haberlo suspendüdlo «n Latín su amiga
María Ro»a ALONSO