Santa Uúi oe lenerilg I
L—' ^ Xíímoros 86 y 87 Abril-Junio y .Tulio-Scptiombre do 1949
SECRETARIADO DE PUBLICACIONES DE LA UNIVERSIDAD DE LA LAGUNA
FACULTAD DE flLOSOFlA Y LETRAS
REVISTA DE HISTORIA
Director: el Decano, DR. ELlAS SERRA RÁFOLS
Tomo XV la Laguna de Tenerife (Islas Canarias) Año XXII
Los árabes y las Canarias preliispánicas
(.or E. SERRA
A la memoria del inolvidable amigo
Emilio ÍJardisson y Pizarroso.
Después de los trabajos de Dozy y de algunos otros arabistas sus
contemporáneos, la historia de la España musulmana y la contribución
de ella al conocimiento de la España cristiana parecieron haber
llegado a un estado definitivo. Aparte pequeñas aportaciones aisladas,
la formidable construcción de aquella escuela parecía inmejorable,
no ya porque estuviese exenta de lagunas, sino porque ya no
quedaban materiales utilizables para rellenarlas.
Recientemente, con la labor de los eruditos franceses en Marruecos,
ante todo la de Lévi-Proven(.al y la penetración de la cultura
científica europea en el Oriente musulmán, ha habido que rectificar
aquella apreciación. Nuevos textos históricos y literarios han
sido exhumados y han dado noticias importantes e imprevistas sobre
períodos o episodios de nuestra historia islámica.
No nos cabe una esperanza de este género por lo que hace a los
textos árabes referentes o alusivos a estas Islas Canarias. Estos textos
han sido coleccionados desde hace tiempo. El erudito portugués
Costa de Macedo los reunió en una memoria especial, hace ya más
de cien años (1).
0
(1) JOAQUIM .Tosí; OA COSTA DK MACIíno, Memoria «m que sepertendeprobar
que os Árabes nao conhecerao as Canarias antes dos I'orlugiteses, Lislioa, 1844.
162
Creemos estar suíicientemente informados para asegurar no sólo
que nada nuevo ha sido hallado después, sino para añadir que dada
la naturaleza misma de los textos ya conocidos, carentes de originalidad,
nada nuevo debe esperarse.
Pero en la renovación de la historia árabe española ha tenido
casi tanta parte la mejor interpretación y valoración de los textos
conocidos, como la aportación de otros nuevos (2); ellos nos indujo
a pensar, ya hace años, en la conveniencia de revisar aquellas noticias,
buscando traducciones responsables basadas en textos depurados,
que acaso ofrecerían algún matiz diverso del recibido que permitiese
una interpretación más ajustada a su contexto. Tratamos
pues de procurarnos, por lo menos en cuanto a los fragmentos más
interesantes o característicos, aquellos textos y aquellas traducciones,
cosa no muy fácil para los que no somos arabizantes. Merced a
inestimables colaboraciones de especialistas españoles y franceses,
los señores Emilio García Gómez, catedrático de árabe en la Universidad
de Madrid, y Henri Terrasse, Director del «Institut d'llautes-
Etudes Marocaines» de Rabal, y también a la constancia y diligencia
de nuestro colaborador y amigo D. Emilio Hardisson Pizarroso, podemos
ofrecer estos fragmentos, en su texto original para verificación
de arabistas, y en traducciones castellanas cuidadosas; cotejo
importante, porque de alguno de estos pasajes corren versiones muy
alteradas (.3).
Llevada a cabo esta labor de revisión, nuestro objeto general al
publicarla es más el de hacer resaltar; frente a fantasías corrientes,
8u carácter negativo, que el de exponer resultados nuevos. Si algunos
se pueden conseguir, se derivarán más bien de otro tipo de
fuentes de conocimiento que de la literatura árabe. Y es que los textos
de esa literatura que hablan de estas Islas o de temas con ellas
relacionados son escasísimos, contra lo que se podría pensar quien
se tome la paciencia de inventariar todos los pasajes de autores musulmanes
que hablan de las islas del Océano o Mar de Circunvalación
del Mundo. No es sólo ya el conocido hecho de que la mayoría
de las obras científicas árabes son simples antologías de fragmentos
de autores anteriores, mencionados o no, sino que estos mismos pasajes
que se trasmiten de un autor a otro más o menos alterados son
en nuestro caso simple eco de lo que de las Islas dicen los clásicos
greco-latinos, vestidos ahora con ropaje oriental. Así, pues, cuando
los viajeros o geógrafos árabes, al hablar en sus obras, por otros as-
(2) Véase como ejemplo curioso de ello el meo expuepto por GARCÍA GÓMKZ,
en Guerreroi y suegras, <AI-Andalufi>, XIII, 1948, páp. 293. No obetxnte, no nos
referimos a errores flagrantes de traducción, sino mas bien a una compresión mejor
merced a su cotejo mutuo y estudio crítico
(3) Asi la del fragmento de IBN QUTAYBA debida a JULIÁN RIBKUA como
luego diremos.
168
pectos tan valiosas, de las islas del primer clima o zona en que dividen
la tierra habitada siguiendo a la escuela de Ptolomeo, se limitan
a repetir una referencia ajena, tenemos ya con ello un interesante
indicio de que carecían de noticias propias, esto es, de relaciones de
viajeros o mercaderes árabes que iiubiesen visitado las Islas Canarias.
Si tales relaciones hubiesen existido, difícilmente habrían escapado
a la diligencia de esos formidables compiladores. En efecto, cuando
excepcionalmente algunos autores, como al-Idrisi o Ibn Jaldún, tuvieron
algún informe más o menos valioso sobre las islas del Océano,
independiente de la manida tradición, no dejaron de insertarlo
oportunamente.
No haremos pues la antología de esos manoseados trasuntos de
la literatura árabe erudita, entre otras razones porque con seguridad
cometeríamos omisiones v además carecemos de competencia para
tratar de establecer sus relaciones de dependencia mutua, única cosa
que ofrecería alguna curiosidad. En realidad se limitan todos a mencionar
unas Islas Eternas (Gezair Aljalidat) que identifican o distinguen
de unas Islas de la Felicidad (Gezair Alseada); así Masudi,
al-Bakri, Ibn Tathima o Ibn Said, Idrisi, Abulfida, Dimaski... Y no
sería nada fácil relacionar estas islas con nuestras Canarias, puesto
que unas veces se dice que están a diez grados de la costa del Continente
(Abulfida), otras que su número es ya sólo de una, ya de 24
islas repartidas en tres climas o latitudes (al-Bakri, Ibn Said), otras
que han desaparecido bajo el Océano (al-Bakri, Abulfida), si no fuese
que al-Idrisi y Abulfida, los más exactos de estos eruditos de gabinete,
declaran que desde ellas Ptolomeo comenzaba a contar sus longitudes,
dato que basta para asegurar la identificación. Además no
faltan algunos de estos autores (al-Bakri, Dimaski) que nos den la
descripción paradisíaca indispensable en la tradicional geografía
greco-latina, ahora adornada con castillos de oro, veneros de jacintos
y mujeres de belleza peregrina, al gusto oriental. No cabe duda
de que se trata de una simple mención libresca, sin experiencia real
alguna que la anime.
No obstante, algunos de estos escritores añaden un nuevo dato:
los ídolos de bronce que en actitudes amenazadoras se levantan en
estas islas y que prohiben a los navegantes proseguir su viaje hacia
occidente: «hay tres estatuas o ídolos hechos por Abraham, de los
cuales uno, amarillo, hace con el brazo señal de retroceder; otro,
verde, parece preguntar ^;dónde vais?, y el último, que es negro,
mira hacia el mar como si quisiera advertir a los navegantes que
morirá ahogado el que se aventure en sus aguas. Lleva esta estatua
en el pecho una inscripción que dice: Hecha por Abraham Zul Me-
164
nar el Himyarita a su señor el Sol para tenerle propicio» (4). Para
el Dimaski, estas estatuas de espantosa apariencia están modeladas
en piedra y con la mano extendida advierten al navegante que no
debe proseguir por aquellos mares. Más sencillamente, al Idrisi nos
dice que en el mar tenebroso bay dos islas conocidas por Afortunadas
y que en cada una de ellas bay una estatua de más de cien
codos de alto (5).
Todo esto es otra bistoria. Se ba pegado en estos autores a la
tradición paradisíaca de las Afortunadas, pero nada tiene que ver
con ella. A primera vista pensaríamos que es un adorno más, sacado
del rico caudal de Simbad el Marino; pero tiene un origen más
concreto y, si se quiere, más real. Estos ídolos, en efecto, aparecen
más a menudo sin relación con las Islas Eternas o las de la Felicidad;
un ejemplo típico es el que extraemos del Pseudo Ibn Qutayba (6).
«Dice [el autor]: Nos refirieron algunos maestros de la gente de
Occidente que Musa envió embarcadas a ciertas gentes con orden
de navegar hasta llegar a un ídolo, situado en una isla del mar, que
señala con un dedo bacia delante, y que luego siguiesen por noches
y días, a marchas forzadas, hasta llegar a otro ídolo, situado en
otra isla del mar, en la que viven gentes de lengua desconocida. — -
Cuando lleguéis allá—[les dijo]—, volveos, pues ése es el punto
extremo del Occidente y ya no habrá tras de vosotros ningún ser
humano, sino el mar Océano, que es el final del Occidente tanto
por tierra como por mar—».
¿Qué islas son, pues, estas de los ídolos amenazadores? Masudi,
que antes citábamos, no las coloca tampoco en las Afortunadas;
precisamente él nos pone en la pista del origen de la conseja. En
su famosa obra Los prados de oro explica «que el Mar Mediterráneo
comienza en los ídolos de cobre. En los confines en que se juntan
los dos mares levantó el rey Hirakl columnas de cobre y piedra.
(4) MASÜDI, Prarfoi de Oro, siglo X. Esta rara inscripción de la estatua es
interpretada, probablemente con acierto, como trasunto de alguna estela púnica,
por E. P. GAUTIER, Le passé. de l'Afrique du Nord, 1942, nág. 145 y su cita
(5) La isla de Cherham o de los dos brujos, convertidos en rocas, de que habla
luego el mismo AL-Il)RISI, parece ser otra, aunque la leyenda tenga acaso el mismo
origen. Esta—dice—está frente y muy cerca de Safi (a mitad de la costa marroquí,
por 32° 20" de latitud), de donde se ven los humos en días claros. Otras islas no situadas
Son la de los Carneros, la de Raca o de los Pájaros .. nombres sacados tal vez,
de la relación de los magruinos, de que más adelante nos ocupamos
(6) Fragmento añadido en apéndice a la edición de I B N AL-QUTIYYA, Iftitah,
publicada noria R. Acad. de la Historia. «Col. de obras arábigas», 11, 1926, pág
ISO.La traducción que damos no es la que acompaña a esa edición, sino otra hecha
a nuestra intención por DoN EMILIO GARCÍA GÓMKZ, evidentemente mejor y
bastante diversa; aquélla suponía el hallazgo del segundo ídolo y los demás detalles
anejos como referidos por los expedicionarios, en lugar de incluirlos en la visión
profética atribuida a Musa ibn Nusair, según la idea del autor. El texto árabe de la
edición académica va frente a esta página.
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KrafíiTionto dol [ISOIKÍO Ibn (íiitayba, en hi t-dii'ión íic;uit''niii'a do
11)11 al-Qiitiyya, p. lóO.
165
Sobre estas colunin.-is liav inscr¡|)cioiies y (ijíuras que inucstran con
sus manos la imj)osil)ili()a(l de seíiiiir adeiaiilo. porque es innavegable
el Océano, y no se hallan en ('1 (ierras cullivadas ni gentes
algunas y no se conocen su ancliui'a ni longitud. Llámanle Mar Te-neliroso
o Verde y liay quien alirnia (]ue esas columnas no están en
el Kstreclio sino en unas islas del Océano, de las que se cuentan
historias maravillosas». Tenemos, pues, que las famosas columnas
del eonstanle néreules tienen parte d é l a culpa en la í'orniación de
los miedosos ídolos. I'ero (o<la\ía no es eso todo. \ a Masudi nos
advierte (|ue estos personajes pueden liallaise IHJÍS lejos, fuera del
Kstrecho. I ti texto divulgado recientemente jior l.évi-Proven(-al,
procedente de los exhumados de las Itihliotecas marroquíes, acaba
de aclarar el curioso misterio. Kn un pasaje d(^ la obra Kitoh nr-
/{(uvcl (7). descrii)ción geográlica alfabética de Kspaña basada en
fuentes varias, al dt-scribir (-ádiz dice que contiene numerosos vestigios
antiguos: «el más admirable es el tenqdo... fue tdevado por
I l e r a k l é s q u e procedía de los ]{uni griegos... llegí) a la penínsida de
Cádiz y construyó un alto e imponente edilii'io, coronado de una
torre y en su parte su|)erior alzó una estatua fundida en bronce se-géiri
su [)i-op¡a ¡niag(ín. I'.sta estatua (jue miraba al Occidente re|)re-senlaba
un personaje enviu-lto en un manto que cubría las espaldas
hasta media pierna v con el cual se vestía. Kn su niaiu) izquierda
tenía una llave de bierro v estaba tendida en dirección poniente; y
en la mano derecha una tabla de plomo grabada con la narración de
su propia historia... El templo... es cuadrangular... El basamento
está formado por un macizo de cantería de cuarenta codos de lado,
cuya plataforma superior soporta uii segundo cuerpo también cuadrangular,
pero de base menor. Sobre este segundo cuerpo álzase a
su vez un tercero, lamb¡('n por su |)arte de lados menores. A partir
de la base (bd cuerpo que constituvc el cuarto piso, la construcción
se va reduciendo hacia lo alto |en forma de tronco de pirámide],
aunque los pies de la estatua (pie corona este cuarto cuerpo se asientan
sobre un sillar único cuadrado, que a simple vista puede tener
cuatro codos de largo. El pie derecho de la estatua está avanzado,
el izquierdo retraído, en la posición de un hombre que anda. El templo
desde el suelo hasta la coronación de la estatua, tiene una altura
de 124 codos, de los cuales ocho, otros dicen seis, constituyen la
(7) Kilab nr-ltawdnl-Miinr fi Habar al-.Ular. rnmpiliiitii jinr liiN AIU) AI,-MtT-NIM
AL HlMVAHI en IH sif;cimla iiiiind <1P1 sipln XV, ii liiisi- de otro anterior de los
siglos XIII o XIV. ((iir n .su vez n|iroveelió a AI.-ÜAKIU, perdido, y a AU-IniilSl; dado
n conorer por Ll^:vi-Pl!OVKN(,'AI., i'n el lihro l.a l'ciiiii.iiile Ibériqíie aii Moven-
4f(e (l'aj>rp.i le Kllnb ar-Hat\it... publle ido por In «Iiisiiiulion Oe Goeje», núni XIT,
Leiden. 19.'i8. l,os Iro'/.os reprodiieido.s los toninnios délos fragmeiilo.ií transcritos
por ANTONIO (JAUCÍA RKI,I,1I>0 en «Arrhivo español de Arcjiíeología», XVI, 1943,
págs. 304-317.
166
altura de la misma estatua. Estas dimensiones están, según dicen,
calculadas en grandes codos, de los que cada uno vale tres palmos y
medio. Un montante de cobre o de oro, cuya parte inferior se inserta
entre ambos pies de la estatua se alza a su altura y la sobrepasa
en 8U cabeza a simple vista en unos dos codos... Gentes de la población
de Cádiz narran que una de las dos llaves [se habló de una sola]
cayó en el año 400 [1009-1010]. Fué recogida y tenía en efecto la
forma de una llave; fué llevada al sefior de la ciudad de Ceuta, que
mandó pesarla: pesaba ocho libras. Musa Ibn Suhair [poeta desconocido,
quizá uno de este nombre, muerto antes de 400 de la H.j,
ha dicho aludiendo al templo: [Nuestra barca avanzaba] como una
mujer que mueve sus caderas al andar, agitadas con el movimiento
de vaivén, como bamboleante, y esto no era para nosotros una com-f
yañía agradable. Hasta el momento en que verá la imagen cente-leante
que se levanta por encima del Templo dominando la mar de
Cádiz. Cuando desembarcamos a los pies del edificio, mi compañero
dijo: ¿Son éstas las maravillas de los Rum o de los Persas? Pero le
respondimos: ¡Habla de tus asuntos en voz baja y procura tu provecho
en este puerto que se abre en un mar de vientos contrarios!»
Luego refiere el compilador la demolición del templo y su estatua
por Alí b. Isa Ibn Maimón (1242-1248) en busca del indispensable
tesoro escondido en sus cimientos.
Esta descripción del famoso Hérculas de Cádiz, cuya miserable
destrucción por uno de los últimos déspotas musulmanes nos evitó
la vergüenza de que acabase a manos de algún codicioso cristiano,
no es la única, nos dice García Gómez, pero sí una de las más detalladas
(8). Leyendo estos datos de visu, no es posible dudar gue
ahí está el origen de los ídolos-término que se hallaban en una isla
atlántica (después varias, pues las leyendas son como las bolas de
nieve); no hay que olvidar que Cádiz fué hasta muy tarde una isla
y apenas hoy puede llamarse península, conceptos, además, homónimos
para los griegos.
Todavía esta tradición de la figura iatimidatoria en una isla
atlántica tuvo un último y menos explicable avatar, en un tiempo
mucho más tardío y ahora entre cristianos. Con ella deben, en efecto,
relacionarse la conseja o ilusión que nos trasmitió tan seriamente
Damiao de Goes, el cronista de D. Manuel el Afortunado, de la
estatua ecuestre señalando imperativamente al poniente, tallada en
(8) Sobre el templo y las columnas hablan muchos escritores árabes, pero Us
descripciones más detalladas son esta del compilador del ar-Rawdy la del «anónimo
de Almería» (alias AZ-ZAHÜRI), texto reproducido por DOZY, Recherches, edic .3,
n, págs. 311-14, apéndice XXXV, págs. 89-97 y 107-108. Sobre la destrucción, aparte
las breves indicaciones de MAKKARI, IBN ABI ZAR es el único cronista magrebí que
la señala en su tiempo. Datos tomados de GARCÍA BELLTDO, loe. cit., que los tiene
de LÉVI-PROVENQAL.
I*»
167
é
una roca de una isla del grupo de las Azores, la pequeña y extrema
Corvo (9). A pesar de los detalles que de buena fe nos da De Goes,
que refiere que el rey mandó dibujarla y luego arrancarla, lo cual
no se consiguió más que a trozos que quedaron al fin en los almacenes
reales de Sintra, todo ello no fué más, en el mejor de los casos,
ue una ilusión del perfil natural de alguna roca en la imaginación
e alguien que conocía la vieja leyenda (10).
II
I
Todo esto, en fin, nada nos dice del conocimiento de las Islas
Canarias por los árabes. Que conocieron la literatura greco-latina,
que su imaginación oriental la amuebló de una barroca profusión de
ensueños que curiosamente convivían con un espíritu tan amigo de
la cifra exacta como el de un turista yanqui, eran cosas conocidas
y ajenas a nuestro problema. Sólo dos pasajes hay en la literatura
árabe libres de reminiscencias antiguas y que merezcan ser examinados
seriamente desde nuestro punto de vista (11). Ninguno de los
dos es nuevo.
El primero de ellos, un fragmento de la descripción de España
de al-Idrisi, de mediados del siglo XII, no menciona concretamente
las Islas Canarias, pero cabe la posibilidad de que refleje alguna
noticia directa de ellas, bien que confusamente adulterada. El pro-lio
autor habla, en general, en otra parte de su obra geográfica, de
as islas del Océano en la misma forma poco más o menos que acabamos
de ver en tantos otros. Pero, ocasionalmente, al describir la
ciudad de Lisboa, le viene a la pluma una historia de aventuras
marítimas que correría en boca de los marineros del Tejo (¡y con
cuántas vanantes, si pudiésemos hoy oírles!) y había dejado nombre
a la calle donde vivieron los nautas.
I
(9) DAMIAO 1)E GOKS, Chronica do Serenissimo principe D. Joao, cap. IX,
Lisbo», 1564, y oli-as ediciones (Coimbra 1790, pág. 21). Repetido por otros, como
FAKIA E SOUSA, Epitome de la historia portuguesa, Madrid, 1628. Esta tradición
debe de ser la (pie provocó el falso hallazgo de monedas pi'inicas en la misma islita
de Corvo en el XVIII. Vide (lAHCf A BKLLIDO, Fenicios y Cartagineses en Occidente,
Madrid, 1942, págs. 207-8.
(10) Tanto Tos eruditos locales como los extranjeros coinciden en este escep-licismci;
así J o s í ; DEToKRES, Origirialidade da na{ega^ao do océano atlántico septentrional
e do descobrimenlo de sus ilhas petos porluguezes no secuto XV, «Rev. dos
Ayores», Ponta Delgada, III, 1853, apiid ACCURCIO GARCIA RAMOS, Noticia do
Archipiélago dos Afores, Lisboa, 1871, p. 130; BoTlí, Description ofthe Azores, Londres,
1835. Últimamente (IARCÍA HKMJDO, Fenicios y Cnrt. cit., p. 209.
(11) No tenemos porque insistir sobre el supuesto texto de luN AL-QUTIYYA
que referiría el viaje de cierto Ben Farrudi. Ya aludimos al caso en 1926 (Discurso
inaugural de curso, Univ. de La Laguna); antes CHIL, Estudios liistóricos. I, 238 y
8S. y tlespu^s B. BoNNET, La supuesta expedición de Ben-Farrudí a las Canarias,
«Rev. de Historia., X, 1944, p . 326.
168
Aunque es fatigoso copiar otra vez, a la zaga do otros muchos
(12), la traducción do un texto de que uo podemos conqtrohar nada
ni distinguir lo que contenga do hislórico, no nos podemos excusar
de hacerlo. Helo aquí, según la traduccicSn indirecta de Hlázqucz;
Los Magruinos o aventureros.
De Lisboa fué de donde partieron los aventureros que hicieron una
expedición para saber lo que encierra el Océano y cuáles son sus límites.
Existe en Lisboa todavía, cerca de los baños termales, una calle
que lleva el nombre de calle de los Aventureros
He aquí lo que sucedió: se reunieron en número de ocho, todos primos
hermanos, y después de haber construido un barco mercante,
embarcaron en él agua y comestibles para una expedición de muchos
meses, y se lanzaron al mar al primer soplo de viento E. üespués de
haber navegado durante unos once días, llegaron a un mar en el que
las ondas espesas exhalaban un olor fétido y ocultaban numerosos arrecifes
que no eran visibles sino con dificultad, Temiendo perecer cambiaron
la dirección de las velas y corrieron al S. durante doce días y
llegaron a la isla de los Carneros, donde innumerables rebaños de
carneros pacían sin pastor ni nadie que los guardara.
Habiendo bajado a tierra, encontraron una fuente de agua corriente
y cerca de ella una higuera silvestre. Cogieron y mataron algunos carneros,
pero su carne era tan mala, que era imposible comerla, sólo
guardaron las pieles, y navegaron doce días hacia el S. y encotitraron
una isla que parecía habitada y cultivada; se aproximaron a ella para
reconocerla, y poco tiempo después se encontraron rodeados de barcas,
hechos prisioneros y conducidos a una población situada sobre la
costa. Entraron en una casa donde vieron hombres de gran estatura y
de color rojo, que tenían poco pelo y que llevaban el cabello largo y
laso, y mujeres de una rara belleza. Durante tres días quedíiron prisioneros
en una de las habitaciones, pero al cuarto vieron venir un hombre
que hablaba el árabe, el cual les preguntó quiénes eran, por qué
habían ido y cuál era su país Contaron toda su aventura: éste les dio
buenas esperanzas y les hizo saber que era intérpiete del rey. Al día
siguiente fueron presentados al rey que les hizo las mismas preguntas,
y al cual respondieron lo mismo que al intérprete, que se habían aventurado
sobre el mar a fin de saber lo que podía haber de extraordinario
y curioso y para ¡legar a sus límites.
Cuando el rey les escuchó decir esto, se puso a reír y dijo al intérprete:
«Explica a esas gentes que mi padre, habiendo ordenado on
otra época a algunos de sus esclavos embarcarse en ese mar, le recorrieron
a lo ancho durante un mes, hasta que la claridad de los cielos
faltó por completo y se vieron obligados a renunciar a esa vana empresa
». El rey ordenó además al intérprete asegurar a los aventureros su
(12) Véase CHIL, Extudios. cit. I, págs. 245-46, y de él MlI.I.ARKS, ele. Niie.stiu
texto castellano es tomado, para variiir, (le ni^ÁzuiJi;/., A L - I | ) I I I S I , Descripción de
España, cap. II, .Bol. de la U. Soc. Geográfica», XLIll, Madrid, 1901, págs 21-23;
con alguna enmienda nuestra. Al, lUHIHl esliivo personalmente en Lisboa, según
UUULEU «Al Andalus>, XIV, 1949, pág. 75.
169
gracia, a fin de que concibiesen de él buen concepto, lo que así se hizo.
Volvieron después a su prisión y quedaron en ella, hasta que habiéndose
levantado el viento del O , se les tapó los ojos, se les hizo entrar
en una barca y se les hizo bogar durjnte algún tiempo en el mar. < Corrimos—
dicen—cerca de tres días y tres noches y llegamos después a
tierra donde desembarcamos, con las manos atadas detrás de la espalda,
en una costa donde nos abandonaron. Quedamos allí hasta la salida
del sol, en el más triste estado a causa de las ligaduras que nos oprimían
fuertemente y nos incomodaban mucho; por último, habiendo oído
voces, empezamos a lanzar gritos, tintonces algunos habitantes de
aquella comarca acudieron y viéndonos en tan triste estado nos desataron
y nos preguntaron algunas cosas, a las cuales respondimos contando
nuestra aventura. Eran beréberes. Uno de ellos nos dijo—¿sabéis
cuál es la distancia que nos separa de vuestro país?—Y al decirle que
no, repuso:—entre el lugar donde os encontráis y vuestra patria hay
dos meses de camino.—Él jefe de los aventureros dijo entonces:—Wá
asafí [Ay de mí]». He aquí por qué el nombre de este lugar es todavía
Asafi. Es el puerto de que hemos hablado como siendo el más occidental
del mundo.
No es posible sacar nada seguro de esta narración de aventuras
marítimas en cuya invcrüsimilitud debe haber alguna parte de jactancia
de los autores y otra de confusión de los transmisores. Pero no
dudamos de que corresponde a un íondo de verdad, a la realidad de
un viajo marítimo de exploración o de deriva forzada por el Atlántico;
en efecto, la narración, cualesquiera que sean sus incoherencias, carece
de elemento maravilloso a lo Simbad el Maritio, lo que nos asegura
su independencia originaria de la leyenda de las maravillas del Mar
Tenebroso. Sólo para darle una moraleja adecuada a esta leyenda
se pone en boca del rey de la isla misteriosa la comprobación experimental
de estas tinieblas dogmáticas.
Es además cosa desgraciada que ninguno de los detalles concretos
que se dan de lo visto en el viaje resulte comprobable por las
noticias que poseemos del Atlántico y sus islas en tiempos históricos
posteriores o por nuestro cotiociiniento geográfico actual. Precisamente
este es el caso contrario de la relación, que luego veremos,
de Ibn Jaldún, cuya autenticidad se comprueba por los detalles que
da, coincidentes todos con los datos conocidos por otros caminos.
Refería el informador de al-Idrisi que los aventureros llegaron a un
mar espeso y maloliente, lo que acaso nos sugiera el mar de los sargazos
descubierto por Colón, pero ni se halla al W de l^ishoa, ni
podían alcanzarlo por atjuel rumbo. Los arrecifes, si no es en la
opuesta orilla del Atlántico, no se hallan sino junto a islas bien
visibles, no en alta mar (pero pueden ser una aprensión aneja a los
mares de los sargazos, como la tuvo el inmortal genovés al cruzarlos).
Ninguna isla deshabitada^o habitada—del Océano poseía rebaños
de carneros salvajes espontáneos ni «subespontáneos» (¿Puede
170
haber en esta Isla de los Carneros, que también menciona en otra
parte al-Idrisi, una reminiscencia clasica de aquella isla, probablemente
mítica que según Diodoro Sículo visitaron y abandonaron
los cartagineses?).
En fin, la última y más interesante isla, que los comentaristas
poco circunspectos no han vacilado en identificar con una de las
Canarias, tal vez con la Gran Canaria, no ofrece tampoco en su descripción,
según nos la da al-Idrisi, elementos que permitan afirmación
alguna. Los aventureros son capturados por gentes que tripulan
barcas: los testimonios posteriores pero contemporáneos de la sociedad
aborigen canaria nos dicen que los canarios se acercaban a las
naves nadando (13). La descripción de los hombres que los cautivaron
nos haría pensar antes en amerindios que en canarios, pero la
intervención del truchimán que sabe árabe nos desconcierta de nuevo,
en un país del que nada sabían esos árabes curiosos ni el erudito
al-Idrisi. El rey (para al-Idrisi y sus informadores toda isla tiene un
rey, hijo de rey) es quien les intimida con el testimonio de su padre,
que comprobó que la claridad del cielo faltaba por completo desde un
cierto lugar del Océano. En fin, quedaba por explicar el regreso de
la aventura y, como los malos novelistas que no saben hallar un dea-enlace
lógico, los magruinos se hacen meter forzados en una barca,
y navegando tres días y tres noches alcanzan una playa donde son
abandonados. Estaban en Safi, que tomó nombre de una exclamación
de los marinos varados, una de esas etimologías populares de sonsonete,
tan corientes. Desgraciadamente no nos dice cómo se llamaba
antes aquel puerto; pero, en todo caso, tres días de barca apenas
parecen suficientes para alcanzarlo desde Canarias. En la idea de
al-Idrisi la isla de donde procedían se halla al W de Safi (como lo
está Madeira, aunque todavía más lejos), pues los isleños aprovecharon
este viento para hacer la travesía. Su retorno ya no interesaba
al narrador.
¿Qué podemos retener de todo esto? Según nuestra opinión, lo
único seguro es el viaje de los magruinos de Lisboa, quienes irían
a naufragar en la costa del Magreb. A su regreso, en lugar de reconocer
su fracaso, contaron lo que se les antojó; en suma, una cosa
muy vieja y por todos aceptada: que el Océano tenía islas desiertas
y habitadas, pero que más allá era innavegable. Es dudoso que real-naente
vieran siquiera alguna de estas islas, ya que el relato conservado
no nos da de ellas ninguna circunstancia comprobable.
(13) Así en el más antiguo e interesante testimonio, la narración, ésa sí que
autentica en casi todo su contenido, de Niccoloso da Recco. Vide en CflIL, ob. cit.
I, 259-267; BONNET, La expedición portuguesa a las Canarias en 1341. «Rev. de
Historia», IX, 1943, 112.
171
Ya hemos apuntado qíie el genial historiador y turbio político
Ibn Jaldún nos da una noticia mucho más seria y además comprobable
a posteriori (14). Escribiendo en la segunda mitad del siglo
XIV, que coincide con el VIH de la hégira, nos habla de las Islas
Eternas, idénticas a las Afortunadas, y dice de sus pobladores cosas
interesantes. Este texto es también conocido de los historiadores
canarios, pero no su continuación, muy interesante para juzgar de
la navegación árabe en este tiempo. Merced al Sr. García Gómez,
podemos dar aquí la nueva y revisada traducción, no sólo de aquel
texto divulgado, sino también de ese otro interesante fragmento.
El texto original árabe del primero, que acompañamos, lo debemos
a Mr. Terrasse, establecido a baso de varias de las mejores ediciones.
Está tomado de los famosos Prolegómenos (15) del célebre autor
tunecino. lie aquí la traducción de García Gómez, y después nuestro
comentario:
El clima primero.—En él están situadas, por su parte occidental,
las Islas Eternas [o Afortunadas], desde las que comenzó Ptolo-tneo
la medición de las longitudes terrestres. No están en el continente
del clima, sino en el mar Circundante [Océano], y forman un archipiélago
compuesto de muchas islas de las cuales tres son las mayores
y más famosas. Se afirma que están habitadas. Ha llegado a nuestra
noticia que unos barcos de los Francos pasaron por ellas, a mediados
de este siglo, y que, habiendo combatido con sus habitantes,
raptaron y cautivaron a algunos de ellos, parte de los cuales vendieron
más tarde en las costas de Marruecos. Estos cautivos vendidos,
pasados al servicio del Sultán, una vez que aprendieron la lengua
árabe, dieron noticias sobre sus islas, diciendo que remueven la tierra
para la sementera con cuernos, por no existir hierro en su suelo; que
se alimentan de cebada; que sus rebailos son de cabras; que pelean
con piedras, que tiran hacia atrás, y que su culto consiste en prosternarse
ante el sol saliente, pues no tienen otra religión ni ha llegado
hasta ellos ninguna misión profética.
No se da con el lugar de estas islas, de no ser que se las tope por
casualidad, y nunca de propósito. La navegación de los barcos se
guía, en efecto, por los vientos y por el conocimiento de los puntos
desde donde soplan y de los países a que se puede llegar, si se sigue
en línea recta la dirección de dichos vientos. Cuando varía el viento.
(14) Es, en medio de todo, rara suerte que este genial polígrafo tunecino, de
excepcionales condiciones intelectuales en su tiempo y en su medio, haya dedicado
siquiera una* líneas a nuestras Islas, líneas más valiosas en su brevedad que todo
lo dicho de ellas por la literatura greco-latina y la oriental juntas. Sobre Ibn Jaldtín
y su radical superioridad sobre el resto de la historiografía árabe, véase especialmente
E. F'. GAUTIKH L'hlamUation de l'Afrique du Nord. Les sudes obscurs du
Magreb, Paris 1927, Livre II. La 2.* edic. de esta obra, de 1942, lleva el título Le
passé de l'Afrique du Nord (págs. 80-102 especialmente).
(15) IKN JALBÜN, al Muqaddima, edición QtiATHEMERE, in Notices et ex-traits,
t. XVI, págs 93-94; ed. de Bulag. p. 27; ed. AltOAR RAHMAN MuHAMMAn,
El Cairo, t. d., págs. 45-46; ed. de Beiruth, págs. 53-54.
172
si se sabe adonde se llega en línea recta, se orientan las velas en esa
dirección, dándoles la inclinación precisa para guiar el navio, según
normas conocidas por los nautas y marineros que son patrones de las
naves. Las tierras situadas a ambas orillas del Mar Griego [Mediterráneo]
están todas consignadas en una hoja, conforme a la forma en
que pueden ser halladas y según su disposición ordenada en las costas
de dicho mar, y en esa hoja, que llaman al Kunh'a^ [compás?], están
asimismo señalados los puntos desde donde soplan los vientos y las
variadas direcciones que siguen, siendo de esta manera como se gobiernan
los marinos en sus viajes. Ahora bien: todo esto falta para el
Mar Circundante [Océano], y por eso no lo surcan barcos, ya que si
pierden de vista las costas, casi nunca saben cómo volver a ellas, sin
contar con que en la atmósfera de este mar y sobre la superficie de
sus aguas se condensan unos vapores que impiden navegar a los barcos;
vapores que, por su lejanía, no pueden disipar los rayos solares
reflejados por la superficie terrestre. A causa de todo esto, es sumamente
difícil orientarse hasta estas islas y dificultoso obtener noticias
sobre ellas.
La sencilla veracidad de esta noti(;ia salta a la vista. Apenas hace
falta insistir en que los cinco rasgos de costumbres canarias recogidos
de los dichos de los cautivos del Sultán son tan tí|)ic()s, que sólo
un consumado etnólogo avnnt la lettre como Ibn Jaldún es capaz de
darnos tanto en tan pocas palabras: la labranza con cuernos nos es
referida por los cronistas españoles (16), la cebada como su pan ordinario
(17), las cabras como ganado (IH), su maestría en el tiro de
piedras con el detalle de tirar hacia atrás, que añade .faldón, que
debe entenderse que acribillaban al enemigo a¡)arcntando Imir (19);
en fin, su rudimentario culto solar, punto en que los cronistas suelen
divagar bastante, pero que confirman por lo menos las letras pontificias
de Urbano V, que en 1.369, por los mismos años que el tune-
(16) ESPINOSA, I-ib. f, cnp. Vil: «con unos cuernos He cahrii o iinns como pslas
de tea, porque hierro no tenían., cavavan o por mejor decir escarbaban la tierra y
senbravan su cebada»; SF.DKNO, cap. -WII: «cababiin la licrran con unos garabatos
de palo y puestos en la punta cuernos»; HlíKN.ÍLDI'.Z, cap LXIV (páf; 013, «Col.
Rivadeneira»): «sembraban el trigo y cebada con cuernos de cabra metidos en varas,
especialmente en Gran Canaria, en lugar de arados»; PrLC.AH, parte 2.^, cap.
IJXXVI: «Laboran la tierra con cuernos de vacas»; etc.
(17) Todos los cronistas, si bien algunos añaden el trigo para algunas islas,
mientras todo cereal fallaba en otras (La I'alina, La Gomera) Sobre el posible conocimiento
del trigo en Gran Canaria, vide esp. P^MII.TO IIAHDISSON, ünn fuente contemporánea...,
«Fontes rerum Canariaruní», II, La Lagima, Inst. de Esludios Canarios,
1934.
(18) Passini en todas las fuentes. Es en cambio más rara la mención de las
ovejas «rasas» a que se refieren alguno.s (ISF,1)?;Ñ0, cap. .XVII) v un autor tardío como
el PSEüDO-KsCrnERO, que Kuna este dalo - dice de LKVKHÍIIER, esto es del Cana-nen,
donde no lo hallamos, niega que los espatloles alcanzasen a ver estos animales
{<Escudero>, cap. XIX, pág. 8.3, ed. DARÍAS).
(19) Pasim; «lanzando la piedra con más violencia que un tiro de ballesta y
huyendo ellos con tal ligereza.. » (Canarien).
23
" ^»''°^ít:;líl^
i ^ . l Á ^ i t ^ L:^^ ÍÍ¿>Í:^J*VÍ
Il)n >lal(lún, a\-Mnn(u\ñ\mi\.
U?r,'^^' ¿ r k ^ c^'^^^-^J • f^'^c:^^ í -í^t^-^^^^' ^^:
'''li«'- QuatroMKM-o, i)s. 9:{-94.
173
ciño, nos dice de los canarios «nullam legem tenentes nec alicuam
sectamsequentes, sed dumtaxat Solem et Lunam adorantes» (20). Todo
esto está lejos de las consejas de maravillas: son datos precisos
recogidos con exactitud y sencillez y que hemos podido comprobar.
Sólo pecan de breves; su veracidad nos hace echar de menos otros
más que diesen luz sobre tantos puntos oscuros de la vida nativa
isleña.
Seguros de la autenticidad de las noticias de Ibn Jaldiin, venimos
a tratar de aclarar un extremo de ellas que ha sido por lo común
mal comprendida. ¿Quiénes eran esos «francos» salteadores de las
Islas y vendedores de cautivos en África? Alguno de nuestros historiadores,
como Chil (21), no ha vacilado en traducir aquella palabra
por franceses y darle el valor de subditos del rey de Francia
(aunque en el siglo XIV también esto sería insuficiente, visto que
Francia era entonces la «tierra de los dos reyes», y todavía quedaba
mucho de lo que hoy comprendemos en aquel nombre que no dependía
de ninguno de íos dos). Sin duda pensaron lo mismo aquellos
que defendieron la realidad de las navegaciones de los marinos de
Dieppe a Guinea en el siglo XIV, si conocieron este texto de Ibn
Jaldún. Pero el gran historiador de la marina francesa Charles de
La Ronciere. celoso como el que más de las glorias legítimas de ella,
ha mucho tiempo que dio el golpe de gracia a esa leyenda, hija de
una confusión padecida por un autor tardío, y restituyó los viajes
de los diepeses a la época que les corresponde, que es el siglo
XVI (22). Si al alborear el siglo XV tenemos la nave de La Salle y Bé-thencourt
y acaso algún otro navio francés en aguas do Canarias,
nada de esto puede postularse con fundamento para el siglo XIV.
Para saber quiénes son estos francos basta fijarse en el sentido
que este nombre tenía normalmente entre los árabes. Kl gran arabista
César E. Dubler, ha pocos años, comentando un trabajo de
nuestro Asín, tuvo ocasión de extenderse sobre este punto: «Afrany,
relativamente reducida, que sólo puede referirse a Cataluña y Pro-venza.
Sólo después de las Cruzadas empezó a ampliarse este concepto
geográfico (cf. Yaqut, ed. Wüstenfeld, I, p. 324). De antemano
reconozco la vaguedad de este término... Además en el Glosario [de
un botánico anónimo, publ. por Asín] se repite que determinada
planta se llamó así en el al-afranyiyya, siempre cuando se trata de
formas catalanas, o todo lo más provenzales, que nuestro autor an-
(20) Vide SERRA, LOS mallorquinex en Cnrmrlns, «RPV Af Historia», VII, 1940-
41, pág. 20.3.
(21) CHIL, Estudios históricos, I, pág. 249.
(22) LA RONCIKUE, La découverte de l'Afrique au Moyen Age, II, págs. 10-17.
174
daluz habría podido recoger con alguna facilidad, pero no de formas
francesas. Apoyan este criterio los mapas de los geógrafos árabes
» (23).
Ahora bien, la presencia de catalanes primero (desde 1342), más
precisamente mallorquines, luego también del Principado, en aguas
de Canarias, si fué una tradición constante de los cronistas de las
Islas, está hoy abundantemente documentada (24). Ibn Jaldún habla
de mediados del siglo XIV; además de los viajes iniciales de 1342,
tenemos bien datado otro de 1354, el capitaneado por Arnau Roger,
que tenía que llevar consigo al obispo Fray Bernardo y a cautivos
canarios «in catholica fide et catalanica lingua instructis». Se puede
deducir, ya, que otros cautivos canarios, procedentes de las exploraciones
de 1342 u otras, acabaron instruidos en otra fe y otro idioma,
como testimonia Ibn Jaldún, pues no dudamos en identificar
sus naves francas con las de los catalanes insulares o continentales.
Pasamos al segundo párrafo del fragmento que hemos insertado
de los Prolegómenos de Ibn Jaldún. Este autor, aunque casi siempre
muy bien informado, no es sin duda un marino profesional, y cabe
que su interpretación de los medios de navegación de los árabes sea
incompleta o ya anticuada. De todos modos, él hizo en su vida azarosa
numerosas travesías marítimas por el Mediterráneo por lo menos.
Si nos atenemos a la literalidad de sus palabras, los marinos musulmanes
desconocían la brújula, puesto que dicen que se guiaban
f(or los vientos de dirección conocida y por mapas con el dibujo de
as costas del Mediterráneo, a los cuales precisamente da el nombre de
«compás»; pero este nombre sabemos que se daba (y se da en muchas
lenguas) a la brújula, por otro lado instrumento indispensable
para la confección de tales cartas, que solemos llamar hoy portulanos.
Esta ignorancia del instrumento básico para su confección y el
nombre mismo que les da Ibn Jaldún se compadecen poco con el
admitido papel de transmisores del invento a la Europa cristiana,
atribuido a los árabes. Pero dejando a un lado este importante tema,
que nos alejaría del nuestro, insistamos en que según Ibn Jaldún
la navegación oceánica carecía de estas ventajas, del conocimiento
de los vientos y las costas y su registro previo en las cartas, cual se
tenía para el mar interior; y a causa de esto, juntamente con el
peligro de las nieblas atlánticas, el Océano no era navegado, de miedo
de que si se perdían de vista las costas no se pudiera volver a
ellas; y en todo caso a las islas no se iba sino por accidente involuntario,
imposible de repetir de propósito. Acabamos de ver que
estas limitaciones ya no existían en el siglo XIV para los navegan^
tes cristianos; entonces lo que hemos de deducir es que quienes no
(23) CÉSAR E. DuBLKR, «Al-.<ndalue», X, 1945, pág. 246.
(24) SEDEÑO, cap. III, y otros cronietai. Vide SERBA, LOÍ nvdlorqumét^ cit.
175
se atrevían a surcar el Océano y no tocaban jamás las islas sino por
rara casualidad involuntaria eran los musulmanes. El dato es de
extraordinaria importancia y procede de la mejor fuente posible.
III
Apuntábamos al principio que acaso se puedan poner a contribución,
para iluminar las relaciones prehispánicas de los canarios
con las vecinas costas continentales, otras fuentes de información
que la literatura árabe.
En efecto, la arqueología y, también, la etnología, nos muestran
una serie de fenómenos paralelos que ya de antiguo habían
sugerido la idea de un parentesco entre los primitivos canarios y
sus vecinos orientales, los beréberes del Magrcb y del Sahara. El
reciente progreso en el conocimiento de las culturas africanas ha
permitido al íin que estos paralelismos no sean ya de carácter vago
y general sino que ofrezcan aspectos concretos que no pueden res-j)
onder a coincidencias accidentales del desarrollo cultural. Pero
todo esto, por ser precisamente probativo de una vieja comunidad
de cultura, diversificada sólo por el aislamiento y las condiciones
geográficas dispares, nada tiene que ver con la expansión árabe,
islámica, por Occidente. Todas estas correspondencias culturales lo
son con el caudal de bienes tradicionales, primitivos, ante-islámicos,
de los beréberes africanos, y por ninguna parte vemos elementos
que puedan atribuirse a influencia musulmana. Desde luego de
la fuerte, de la indeleble marca que la religión del Profeta deja por
todas partes donde pasa, nada sabemos descubrir en lo poco o mu-dio
que sabemos de nuestros aborígenes.
Al llegar aquí, no obstante, debemos hacer una pausa. Otra
fuente de conocimiento con la que hay que contares la lingüística,
y aquí, al parecer, hay que hacer salvedades. Si bien los especialistas
están conforme en que los dialectos canarios presentan, ya que
no una identidad, sí por lo menos muchos elementos comunes con
las lenguas berberiscas (tal vez en un estado de evolución muy anterior
al actual), son también varios los que señalan un cierto número
de voces, de las pocas que se nos han conservado de las hablas
indígenas de estas islas, que no presentan ninguna relación
con el beréber y son, en cambio, idénticas a sus equivalentes
árabes. No somos lingüistas y menos, si cabe, arabistas, y no podemos
entrar en este problema. Bástenos decir que de estos casos los
que nos han impresionado por su precisión y fuerza convincente
son dos, de palabras atribuidas al lenguaje de Gran Canaria por testimonios
respetables: arba 'cuatro' almogaren 'templo'. Sería suficiente
una sola que no ofrezca dudas para probar contactos con la
lengua árabe.
176
Probablemente es demasiado cómodo, aunque no iiiiposilde,
suponer error en los informadores, que hayan atribuido a los canarios
una voz de otra procedencia. Más bien hay que preguntarse
desde cuándo 1(>3 isleños habían perdido todo contacto con el continente
y cómo se veriíicó éste en el tiempo en que, í'orzosametite,
existió. Ello lleva a pensar en los medios indígenas de navegación
de estos pueblos berberiscos, ya que nada podemos decir, a este
propósito, de los canarios. Es asunto interesante, cuyo examen reservamos
para otra ocasión. Digamos sólo ahora que la presencia
en Gran Canaria de estas voces árabes puede sugerirnos que este
contacto marítimo pudo prolongarse hasta época reciente, hasta
una época posterior a la conquista musulmana del Magreb (siglos
VlI-VIIi).
El progreso de la dominación árabe, de la arabización, a lo largo
de la costa atlántica africana es lento. De momento se limitó al
litoral que correspondía a la antigua Tingitana, esto es, a la zona
romanizada. Salé, la antigua Sala, era el último puerto. Rabat, eTi-frente
de Salé, en la orilla opuesta del Buregreg, comienza siendo
un ribat, un campamento fortificado para concentración de guerreros
religiosos que han de llevar la «Rijad», la guerra santa, a la
tierra del infiel. Hasta el siglo IX, con los Idrisíes, esta guerra no
tiene residtados durables. Los Bcrghuata, la tribu que domina la
región costera, resisten largamente la islamización y hasta en un momento
dado tratan de crear un islamismo para su uso particular.
Idris vence «a las tribus cristianas, judías y paganas». El avance
definitivo de la ola musulmana sólo se da cuando otras tribus meridionales,
levantando una bandera ultra-islámica, señorean el Magreb:
los almorávides del desierto y los almohades del Atlas; con
éstos, y no sin luchas durísimas, acaba la tenaz resistencia de los
Berghuata y la islamización alcanza el Sus y el Sahara. No así todavía
la arabización lingüística que ha respetado hasta hoy vastas
zonas berberófanas en el Atlas y en el Sus.
La costa sahariana se mantuvo también como dominio Zenaga,
esto es, beréber, hasta el siglo XV, acaso el XVI. Entonces y sólo
entonces sobreviene la invasión de los beduinos Duai Hasán o ha-saníes,
que rechazan hacia el S. a los zenagas o azanegues, y así ara-bizan
el Sahara Occidental o Atlántico, a diferencia del resto del
Gran Desierto, que ha mantenido en lenguaje y cultura, ya que no
en religión, gran parte de sus tradiciones pre-islámicas. Aquí mismo
en el extremo occidente, en la región comprendida entre la bahía
del Lebrel y el río Senegal, en el país absurdamente llamado «Mau-ritanie
» por la administración francesa, han persistido hasta hov
grupos de zenagas berberófonos, aunque presumiendo de archi-islámicos.
¿Por qué no hemos de suponer que los últimos contactos eficaces
177
con sus parientes continentales los mantuvieron los gran-canarios
en utia época en que aquéllos, todavía no islamizados, habían sin
embargo tenido ya un cierto grado de relación y sufrido alguna
influencia árabe? Esas tribus «cristianas, judías y paganas», sin duda
principalmente paganas, tuvieron que conocer, antes de someterse,
muchas cosas y muchas palabras de sus enemigos.
INo es posible aventurar más, ni precisar nada, pues desgraciadamente
este momento de la historia del Magreb-al-Aksa, del actual
Marruecos, es, por falta de fuentes, el más oscuro de los «sié-cles
obscurs du Magreb», como Gautier calificó la alta Edad Media
del África del Norte. Es una hipótesis para explicar un hecho. La
mantendremos mientras este hecho no halle explicación por otros
caminos más llanos (25).
(25) Hemos omitido toda referencia bibliográfica en el apartado IH de este
estudio, por ser sólo un esbozo general de los materiales a que se alude. También al
terminar debemos referirnos a la forma simplificada que hemos dado a los nombres
árabes. Tanto nuestra incompetencia como la falla de tipos especiales nos vedaban
una traiiscripción sistemáticn, que por lo demás resulta ininteligable para el
lector no lineúista, hasta el punió que los propios arabistas la abandonan o alteran
cuando escriben para un público diferente del especial de sus estudios. Sírvanos
pues, de excusa, '