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DEL PASADO TINERFEÑO El historiador Núñez de la Peña y su tiempo por DACIO V. DARÍAS Y PADRÓN LEMA: Ex PRAETHRITO SPES DOS PALABRAS Salvo imuy lig-eras variantes posteriores, este trabajo ha sido antes pre- «enbajdo a un oonourso abierto ep época ceroana por la Sociedad Econiómica de Tenerife ipensaindo entonces que, acogidais a su prestigioso amparo, podaríamos enaltecer mejor la memoria de uno de nuestros clásácos historiadores regionailea, con «1 plausible intento—así nos parecía—de salvarlo dte un olvido, ya que los (respectivos centenarios de su natalicio y óbito caisi han pasado inadvertidos en la isla nativa, a pesar de que nadie quizá como nuestro historiador Núñez de la Peña, con mejores títulos, tiene derecho a la ^ a t i t u d de la& generaciones isilleñais sucesivas, bien que no tanto—es cierto—por el valor intrínseco de «u laibor histórica dada a la estampa, con la escasez de medios de su tiempo, aunque en ella no haya desperdiciado ocasiones dé enaltecer a su patria chica, siquiera por la gran devoción y constancia con qiie se consagró a la® pacienzudas labores dte la investigación, dentro de la que, es indudaible, abrió amplios senderos y salvó para la Historia de nuestro país interesantes datos, que más tarde otros supieron aprovechar con más amplio sentido orientador y sistematizado. Pero al tratiar de esbozar a grandes rasgos la semblanza de nuestro Núñez de la Peña, hemos procurado, en la escasa medida de nuestro inte-liecto, vivificarla con las luces de lo pretérito, poniendo de reailce las mo-malidadies die su siíglo, mediianitee el relaibo de sus más destacados anales y 4 ) bosquejos 'sociales. CSreeonos que así pudiéranios oom'piriender mejor al hombre protagronista de este ensiayo acaso un poco festino, al historiador de su particular escuela y al afortunado investigador die nuestras antigüedadies. Aspiración ambiciosa por nuestra parte, lo comprendemos, es la nuestra, pero a ella nos aventuramos, contando con la i|>enevolencia dte nuestros lectores. Nacimiento de Núñez de la Peña: circunstancias locales Cuando, «1 31 de mayo de 1641, ©1 beneficdado de Nuestra Señora de los Remedios, en la ciudad de San Cristóbal de La Laguna, Licdo. Diego Felipe de Barrios vertía las 'aguas bautisimales, mediante las solemnes ceremonias del rito católico, sobre la cabeza de un i'wfante recién nacido, a quien impuso el nombre de Juan, hijo legítimo de Juan Núñez de la Peña y de siu esposa Miaría Solís, mientras que lo sostenía en la pila el Licdo. Diego Martín de Barrios—Libro 10 de ibautismos, foJ. 50^—, nadáe de seguro sospeoharia que aquel tierno párvulo, que andando el tiempo haibía de ser conocido como el Licdo. Juan Núñez de la Peña, eterno manteista o dériígo d« menores, sin embargo, habría de dejar marcada su huella en la historia literaria de las letras tinerfeñas, como uno de los genuinosi historiadores canarios, y sigrndficado como una de las mayores autoridades de su tiempo, en la a veces intrincada Genealogía y sus relaciones. Vino al mundo nuestro personaje cuando las Canarias s'ufrían el conr-tragolpe de la decadenicia casi -vertical del orto del Imperio hispano. Portugal se desgajaba del árbol añoso y ecuménico de nuestra Hispanidad, lo que no dejó de tener repercusiones económicas y culturales en nuestro Archipiélago. Hubo entonces que poner nuestras islas en estado de defensa, de lo que ha quedado constancia en diversos acuerdos capitulares del Cabildo tinerfeño, y aun de acudir al Rey con diversois donativos para hacer frente a la sublevación lusitana, de cuya nación coirían en Canarias, como monedas valedera*, los "tostones". Jo que, unido a otras circunstancias, &gra.v6 el secular problema isleño de la tan llevada y traída cuestión monetaria. No obstante haber nacido y educádose Núñez en aquel constante estado de movilización bélica y de aprestos militares de defens'a, entre los casd 6 úndooB caminos que entonoes se ofrecían a la juventud estudiosa canaria, que eran la Iiglesia y la Jurisprudencia, si prescindimois. de la afición a la cairera marcial, dado su natoirai pacífico y devoto, optó en parte por la primiera, sin salir nunca de sus primeros peldaños, después de haber adquirido la insitrucción conveniente em Latín y Artes o Humanidades, en los conventos de la localidad, singulannente en el de San Agustín, que quedaba a pocos pasos de su habitual domicilio, según se puede rastrear del gran apego que en vida mostró por tal casa religiosa, en cuyos claustros escogió su eterna y definitiva morada, hasta la resurección de la carne que nos enseña nuestra fe, en el sitio que daiba paso para entrar en el refectorio. Era el contorno de sepulcro de madera y en él se leía lo siguiente, que el propio interesado había hecho poner en letras capitales: HIC EST RE-QUIES MEA.—Peña-Año de I707.-Piadoso cristiano amigo, Un pecador qe. aquí yace-Te ruega por caridad-Digas Requicscat in pace. Ignoramos por qué causas o razones jamás pasó en la jerarquía clerical de la tonsura y órdenes menores, que recibió en diciembre de 1659, suponemos que de manos del obispo Fr. Juan de Toledo, Jerónimo, que en el mundo se llamó D. Juan Luis Briceño, y precisamentee el mismo año de su llegada a Islas para regentar o apacentar la grey canariense. Prefirió, en camibio, consagrarse al estudio y examen de los archivos del país, tanto de Tenerife, como de las demás islas, que recorrió alguna vez como secretario de visita, bien acompañando al Prelado o a sus Visitadores, pues tuvo el título de notario público, que -era entonces exclusivamente eclesiástico. En la reposada investigación de nuestras actividades, pues, nutrió su espíritu y en sus cotidianas tareas, llegó a adquirir una merecida y gran reputación, especialmente en el ramo de Genealogías, sobre las que fué ron siderado como una autoridad indiscutible y sin par. La ciudad de La Laguna Antes, mucho antes de que Núñez de la Peña viniera al mundo, ya su ciudad nativa correspondía a au rango de la capital de la isla más importante del Archipiélago Afortunado, bien que Gran Canaria, por haber precedido unos años su conquista a la de Tenerife, contase entonces con los primeros organismos de carácter regional en el orden militar, judicial y eclesiástico. Cabecera La Laguna, de trazado en lo esencial no desifigurado ipor la moderna urbanización, de su ilustre Cabildo o Concejo insular, pre- 6 sidido por un Corregidoír dte capa y esipada, qoie tamMén lo era de San Miguel d'e La Palma, cuyo alto funcionario tenía su teniente letrado con título de Alcalde mayor de la Ma, quien le substituía en vacantes, aiisencdais y enfermedades; sus regidores perpetuos por juro de heredad, que teórica-miente represehitaban •al pueblo, así como el Conregidor ai Rey; sus parroquias y oonvenitois; tu rbercio principail de las Milicias de la isla; su sargento mayor nombrado direotamenite por la Carona encargado de la instrucción de tan ibeneméritas milidias, isalvaguardia de la integridad de nuestro suelo contra acechanzas de .seculares enemigos jurados del Imperio del Plus Ultra; sus abog-ados, escribanos y procuradories; sus médicos y boticarios; su Precerptor de Gramática, Lengua laitina que se leía en los clausitros del convento agustino dtel Espíritu Santo; el Comisario del Sanito Oficio con su CQÍhorite de notario y faimdliares; los Gremios de artesanías que celebran la calidad y medida de sus manufacturas con exclusivo criterio de clase; laa cofradías y hermandades que daban lustre al culto, especialmente de sus dos parroquias de la Conoepción y de los Remedios en celosa isiempre y emiüadora comipetenicia; los hosipitalies hijos de la caridad oristiana, en cuyos establecimientos los enfermos hallaban alivio a sus dolencias físicas y remedio a lais espirituales; las luchas, hijas d'e nuestro peculiar individualismo, de barrio a bairrio, de la villa arriba y de la abajo; las diferencias sociales a la aazón muy marcadas, tanto las de tipo económico como las originadas por el mantenimiento a ultranza' de preeminencias y honores entre personas y corporaciones, que casi siempre se resolvían por autos de la Audiencia de Canaria o acordadas del Consejo de Castilla, cuando no por arreglos o concordias que fenecían acalorados litigios; todo ese complejo social en suma eran los rasgos característicos de la vida antañona lagunera, aspectos estos que siempre la informaron e imprimieron su habitual isello urbano hasta tiempos relativamente cercanos y le dieron el tono de auténtica ciudad castellana, con ligeras variantes imipuestas poír nuestro medio geográfico. El ibajo pueblo fué entonces lo que quisieron que fuese sus altas dases sociales, los Navas, los Vargas, los Mesas, los SamaTtines Cabrera, los Izequilas, loa Lordelos, los Fíeseos, los Colombos, los Molinas, los Frías Salazar, los Castros, los Baulenes, los Boza de Lima, los Vandamas y otras tantas familias patricias que sería prolijo ©numerar, todas ellas muy consideradas y respetadas de la plebe, integrada por menestrales y agriculto-res (peqoíeño®, que antaño no isentían todavía las rebeldías de clase de ho- HEMEROTECA P. MUNICIPAL Sania Cru7 de Umit» J ^año. Dejábase, además, sentir entonces de una nuanena prepotente la influencia del clero secular y regular sobre las masas, todavía creyentes y devotas a su manera. Era el trazado urbano de La Laguna—^insistaimois en el dato—fundamentalmente el misimo de ahora, sii nos atenemos aJ pdano de la población que en el siglo XVI levantó el ingeniero italiano Leonardo Torriani, oomi-sionado nombrado en real cédoüa dada en Arajuez el 20 de mayo de 1587. Todavía coservaba ¡hacia su parte de poniente la laguna que dio notmbre a la ciudad, entonces de ordinario fría, nubosa, ventosa y lluviosa, con sus casas (bajas en su mayoría, dentro de cada una de las cuales, según la leyenda que Torriani puso al plano lagunero, había jardines y árboles hacia la parte de levante en sus collados, todo lo cual contribuiría a dar al ibuirgo levítico y agrícola, un aspecto azás melancólico. Doce años antes de que ocurriera el natalicio de Peña, se consigna en las Sinodales de Cámara y Murga, promulgadas en 1629, que la isla de Tenerife es la mayor, "más fuerte, más avecindada y más rica de todas", añadiendo que "es fértil de todas las cosas, en particular de vinos que se cogen y embarcan muchos, es la mayor hazienda de la isla; cógese mucho' pan, pero el vino es el principal y de caisi Sanita Cruz corre todo de viñas hasta buen trecho más de Buenavista, que será casi todo el largo de la isla... También se cría mucho ganado; pero cooio la gente es tanta, ni le basta su trigo, centeno y cebada, sino que es menester socorrerla de las otras islas".—Con lo dicho se declara que entonces Tenerife producía mucho vino, vidueño y malvasía, artículo este último, de que hacía su principal ramo de exportación; que su riqueza pecuaria no era despreciable, y que de ordinario no proporcionaban sus tierras los suficiente» cereales para el consumo déla población, sobre todo en años estériles, por lo que había necesidad de cubrir el déficit de sus cosechas, con la entrada del grano del exterior. En efecto, frecuentemente se importaba grano de las otras islas, especialmente de Lanzarote y Fuerteventura; otras, de naciones del Norte, valiéndose de los mercados dé esta procedencia establecidos en el país, y a veces de la misron costa de Marruecos. Por lo que respecta a la ciudad, las mismas sinodales, desipués de mencionar sus letrados y procuradores (1), "porque aquí se juzgan las causas (1) En aquella época eran bastante numerosos en Tenerife los abogados y en ¡su .mayor parte residían en La Laguna. En los libros parroquiales hemos tropezado con los siguientes: Armendáriz (D. Manuel de). Bello Xi- 8 de t(xiia la iisla; parque los Alcaldes de los demás lugares, por grandes que sean, jjirenden y no sueltan", exponen: "Tiene la ciudad—se refiere al Municipio, que entonces era insular—imuchos y muy buenos propios, es llama y de lindas calles (2), larga* y bien empedradas: las salidas excelentes, es de lindos ayres, fresca y goza de aguas delgadas, frías, de fuentes. Tiene condiciones esta ciudad para saiber bien la comida y cama, y la ropa en invierno; está cercada de molinos de viento, que ordinariamente muelen, por no les faltar ayre. Es proveída de todo género de mantenimientos', valen caros, porque ay muchos que comen, y assi muchos han de ser de acarreto, y aun i>assados por mar. Ay gente principal, y de toda gente de naciones, por ©1 muoho trato en todo género de cosas. Faltaban a esta ciudad dos torres en las iglesias para su autoridad, y llegado yo aquí, las mandé hazer, ya van casi acabadas. En conclusión die las islais, la ima.yor, mejor y más poblada y rica es Tenerife, y de Tenerife el mejur lugar La Laguna, tiene de todo. Maestros de Gramática, de escuela algunos, y dos nniénez (D. Pedro), Cabrera (D. Juan), Castillo y Vera (D. Vicente), Fernández de Luna (D. Francisco), Fernández de Medina (D. Francisco), Fies-co Fonte del Castillo (D. Francisco), García Sánchez (U. Juan), de la Giue-rra (D. Domingo Miguel), Interián de Ayala (D. Miguel y D. Matías), León (D. Francisco de), Luna Peralta (D. Antonio de). Machado Jí'iesco (D. Alvaro), Núñez de Villavioencio (D. José), Oliva (D. Juan de la), Pérez Meló (D. Luis), Ramos de Vera (D. José), Homero Contreras (D. Domingo), Salmón de la Rancilla (D. Ángel), labares (D. Cristóbal), Taba-res de Cala (D. José), Trigo (D. Pedro), Vergara (Enrique de), etc. Los procuradores debían ser numerosos puesto que el Cabildo, como todos los Municipios canarios, tenían facultad de examinarlos, entre ellos Juan Bta. de Guzmán, Pedro García, etc. (2) Muchas de las calles de La Laguna han llegado a nuestros tiempos con sus antiguas denominaciones, aun habiéndoseles cambiado el nombre antiguo, en ese afán imnioderado que eu todas partes tienen los Municipios de poner nombres modernos, que en la mayoría de los casos ni tienen justificación alguna, ni tampoco sirven para otra cosa sino el estropear tradiciones urbanas. Las rúas urbanas generalmente no tenían menciones fijas y no era raro que fueran nombradas con distintos apelativos. Así la calle de Juan de Vera fué conocida con la del Colegio Viejo, Arcón, de la Cuma, del Hostpital, etc. La de Herradores también fué llamada de los Mesones, Malteses, etc. La de Alamos fué primitivamente como la de la Cruz de los Alamos. La del Jardín unas veces se llamó del Laurel a secas, otras de Diego Hernández, de Calderón, etc. La de SÍ n Juan con la de la Puente y también de Lázcano. Ya eran corrientes los nombres de la calle de la Carrera, del Agua, Alamos, Adelantado, Empedrada, Maya, Moya, Candilas, Chávez, etc. Eran conocidas otras, algunas de las cuales ya no llevan taJes nomb''es, ni entre el vulgo, la de Tao, junto al "molino quebrado", Sin Salida, del Ciego, de la Tinooa, de los Molinos, junto al callejón de María Morales; de Ventri- Ua, de Morato, del Mesón, de Medina, de Merín, del Juego, de la Higuera 9 médicos ordinariamiente (3); y como esta ciudad, y todos ios lugraaies de las líalas tratan de guerra y están en compañías divididos: a todias las personas de cuenta es menester llamaríais Capitanes". Vida social lagunera: costumbres y diversiones Para compleitar el cuadro retrospeotivo lagunero, convendría recordar que, en aquel siglo y el siguiente, las damas de la primera distinción y las mismas de la clase intermedia, permanecían de ordÍTiiario recluidas en el hogar, del cual apenas salían como no fuera para cumplir con sus devociones en los templos de la ciudad, y con algunos actos de sociedad, como vi- S'itas y convites. Muchas de ellas en su niñez y adolescencia, habían vivido en conventos de monjas, de los que salían aquellas que, sobre todo, no habían tomado en ellos el velo de religiosias. Solían, sin embargo, solazarse clandestinamente en las verbenas e iluminariaa nootumiae, con motivo de algún acontecimiento de tipo religioso o en los festejos populares en obsequio de algún personaje o en la proclamaciiSn de Reyes. En dichas verbenas, si es verdad lo que consignan cronistas coetáneos, había como ahora ventorrillos y vendedoras de turrón. Y dichas damas y «efioritas andaban o de la Garabata, junto a Soto; de Vallejo, de Gallegos de la Sota, junto al tanque de San Cristóbal; de Ceballos, Cruz de la \edra, de Oamno, de Fedellas, de las Tenerías, de Marcal, de las Perdomas, del Rubio,_ de Vicente, etc. Algunas eran llamadas con el nombre y apellido de algún vecino, tales como las de Inés María, de Juan Yanes, de Juan Alonso, en el Tanque; de Pedro Muñoz, de D. Gaspar Yanes Martín, de Juan Leonardo, de D. Juan Oaravajal, etc., muchas de las rúales hoy son muy difíciles de ubicar y hasta pudieran identificarse con algunas de las antes mencionadas con otra denominación, «labia asimismo sitios que dentro del casco urbano tenían denominaciones especiales, a sa'ber: la Casa del Nogal , en Alamos; la "Portada del Bordón", en la de Fagundo, que tanibién se llamo. La calle, del capitán D. Diego Ramírez Machado; la "^ruz de la Oliva , que estaba junto a San Francisco; el "Pozo de la Parra , etc. (3) Consta que entonces ejercieron en distintes épocas la meoicina en la ciudad: Alvarez Macedo (D. Domingo). Clemente (Diego), Delgado (Pedro), Pirivánez (D. Juan), Saavedra y Armae (Diego de), Yanes González (D Andrés). Y entre los cirujanos, «onaban entonces: Casimiro (José), Hernández (Benito), Jesús (Juan Bautista de), que era negro, Martín de Salazar (PEÜWO), y Vera (Juan de). Los barberos o fígaros, que por entonces competían con los cirujanos, eran numerosos en la ciudad. He aouí alguno^ d<í sus nombres: Miguel de Acosta, Francisco Pinto, Pedro Bethencourt, José Machado, Juan Agustín Uque Osorío, Frandsco Antonio Domínguez, Pedro López Gordejuela, Jerónimo Delgado, Agustín Lorenzo García, etc. La posición social de los galenos hasta el siglo pasado distaJba de ser 10 en grupas por allí disfrazadas die manto y saya, en medio de la turbamulta de laJegrea clasea populares, integradas por meniostrales, igenites de campo de todais ocupaciones, e inquirían curiosas y observasban tras el incógnito de su disfiiaz, quien al marido, otras al pretendiente, ora simplemente a personas conocidas, a quienes era el chiste o broma, de mandarles la "feria", aunque en tales a veces indiscretas y anónimas aventuras, era de rigor casi siempre, dada la rudeza de las costumbres ipopulares, sufrir las groserías y las imi>ertinencias, bien de obra o de palabra, de los concurrentes. De tales fiestas populares nocturnas, fonmó época en los sucesos que ahora se evocan la que en honor del general Fernández de Córdova, tuvo lugar en la ciudad, iprevio el acuerdo del Concejo en sesión capitular die 5 de septiembre de 1639, que en síntesis parece consistió en una ilumina-ria general a cargo die los vecinos, y para frente a las Casas Oonsistoria-les, se convidó a los caballernis y gente de distinción de la localidad, para que "salgan de imáscara y librea, y qe. los mercaderes de esta ciudad en la merecida que en la actualidad disfrutan. Debido a prejuicios antiguos, nadie creía en su ciencia empírica, que en España únicamene era posible entonces tomarla de textos anticuados. Galeno, iHlipócrates y Avicena; abusaban enormemente en sus curas de ila flebotomía. El pueblo, en todas sus clases y condiciones, confiaba más en los remedios caseros y en el auxilio de lo alto, que en la eficacia de los métodos terapéuticos de aquellos San-gredos, puestos en evidencia en Gil Blas. Fueron durante mucho tiempo proverbiales en el vuligo ios conocidos refranes: tomar el pulso es pronosticar al enfermo la losa y el médico lleva la piala, pero Dios es el que sana, y a ellos se atenían generalmente altos y bajos. Como botioariois figuralban por este tiempo, siglo XVIII, D. Juan de Bustamante y D. Pedro Paroy. Sus trastiendas eran a veces puntos de reunión y tertulia de los galenos de la ciudad. Según estuviesen más o menos concurridas, indicaban el estado de salobridad de la ciudad. En ellas se hablaba y comentaba algo más que de jaleas, jarabes, julepes, elixires, etc., drogas que es notorio procedían de la famarcopea judío-árabe, tisanas, cataplasmas, fomentos y otros remedios. Las tiendas de los banberos, que en aquellos tiempos estaban agremiados, colgaban a la puerta la indispensable bacía, a la que algunos añadían unas cuantas muelas grandes, ya que por entonces no existían los modernos odontólogos. Las tales tiendas eran también punto de reunión de los desocupados y centro de murmuraciones, sátiras y epigramas, mezclados con laa noticias de lo que sucedía en la ciudad y fuera de ella. La gente en aquella fedia no solía afeitanse en su casa, como ahora, y esa operación, hecha de tarde en tarde, lo mismo que el pelado, se reservaba para liacerla en la tienda del barbero, que generalmente simultaneaba su oficio con el de sangrador y, isubrepticiamente, hacía de curandero, con sus untos, yier-bajos y conjuros, si estos últimos venían a cuento. La obstetricia estaba a cango de comadronas, que eran examinadas por las autoridades eciesi&sti-oas, ipara si en los trances de las parturientas »abíain cumplir con sus deberes religiosos. Para nada intervenían en esto los médicos. 11 Ja noche siígrte. hagan la diemostradán de fiesta qe. les pareciere y como áe «Has se espera, y lo mismo los oficios, qe. cada uno lo qe. pudiere. Y aisimismo se convida a los mercaderes ingleses y forasiteros p? qe. la noche qe. se Jes señalare o de día, hagan conforme Jos parezca. Y aisimiismo al luigaT de Santa Cruz se les pide vengan a esta ciudad una tarde o noche con esta fiesta y p5 dar remate, se hagan covertores de Ja Plaza principal de esita ciudad, convidando a toda Ja gente de a caiballo de esta Ysla, y una sortija por tres días "en la plaza del Adelantado" (4). Saibido es que este general Córdova había salido ibien librado de un intento de cautiverio desleal, al tratar de ipaaar en revista de inspección a Ja isla de La PaJma. Vida agrícola: los labradores Por ser la ciudad de La Laiguna esencialmente agrícola por las tierras de pan sembrar que la circuían, siempre contó el honrado gremio dé labradores que, fuera de algunos de éstos, ricois por la extensión de sus herédales, vivían de Jas tierras de Jos Propios del Municipio, cuya corporación arrendaba anualmente tales terrenos, mediante subastáis, con lo que en rigor ocasionaba la ruina de Ja mayoría de tales cultivadores del campo, porque se les exponía en aquellas periódicas pujas a que por un mal entendido amor propio, al despertaír en cada Jicitador el deseo de quedar vencedor de sus contrincantes, acarreaba irremisilblemente la bancarrota de Jos pobres campesinos, que tan poco retribuido veían el esfuerz.© de su honrado trabajo. Tajnpoeo la aigricultura podía progresar ni salirse de rutinarios métodos, en tierrais que el cultivador no podía considerar como propio». El Conquistador, con mejor deseo que fortuna, lo sacrificó todo al objetivo de crear en Tenerife un Municipio rico y señaM a Ja ciudad de La Laguna, en concepto de Propios, "todo el campo que alcanzaiba con su vista, sin contar los muchos montes, las aguas del Pino, -parte mayor de las aibundantes de La Orotava, otras fuentes, diversas dehesas y terrenos bajía) En La Laguna formaron época en 1671 las fiestas que en ella se celebraron con motivo de Ja canonización deJ rey San Fernando. Además de Jos cultos religiosos celebrados en la parroquia de Jos Remedios, huibo comedias, danzas de bailarines como en Jas fiestas del Corpus, fuegos artd-fioiales, que se quemaron en la plaza de San Miguel o del Adelantado, etc., según de todo quedó constancia en las actas del Cabildo tinerfeño, agosto deíL citado año. 12 dios en casi cada pueblo y las otras rentas—dice el historiador Francisco María de León en sus "Aipuntes históricos"—de que Viera da razón". De todas maneras, cayeron en manos del CaJbildo tinerfeño unas 2.904 fanegadas de 1.600 brazas cada una, «óio en las inmediacioneB de la ciudad. Los Rodeos, Baldíos, etc., lo que con »us arrendamientos dio origen a la sufrida clase antes mencionada. Ello creó un probleima agrario, que aplazaría encontrar razonable solución en ibeneficio de los usufructuarios, que tardaron en transformarse en poseedores en plena propiedad de las tierras del Rodeo y sus aledaños, alrededor de 1832. Pero coniste, rindiendo culto a los fueros de la verdad, que tampoco el Cabildo tinerfeño logró con tales tradicionales arriendos el resultado económico esperado, quizá por haberse planteado con escasa previsión rentística y parvo alcance social. Tales deficiencias dieron miotivo a que la condición del labrador lagunero, sobre todo, fuera inferior a la de los demás de su clase en los distintos lugares de la Isla, aunque tampoco la de estos últirnos fuera inmejoraiWe. Tal era la condición de los tiemipos, como si la faz triste y desesperanzada de la Patria en aquellos momentos de su pronunciado declive, quisiera reflejarse en la vida canaria. De todas maneras, el gremio de labradores supo cumplir siempre en lia ciudad con sus deberes patrióticos y religiosos. Adoptó por su patrón a San Benito, aquel santo patriarca fundador del monasterio de Monte Casino, y en las inmediamones de la población, caibe los sembrados de trigales, le alzaron una ermita muy capaz, para rendirle veneración y culto. Estado general económico tinerfeño Si nos interesa echar una ojeada general retrospectiva sobre el estado social y eoonómioo tinerfeño durante los ciclos que ahora se conisideran, reflejo exacto de lo -que alguiem llamó "la primera zozobra" del XVII y el "examen de conciencia" del XVIII, nos bastaría fijarnos en la oposición que por parte del Calbildo se hizo en 1636 a la fundacióm' de un convento agustino en el puerto de Garachico. Patentiza el acta capitular "la disminución y pobreza en qe. está la Isla, pues ordiinariamente se cogían en años pasados 28.030 pipas de vino qe. es todo lo qe. tiene de sustento y al presente ha llegado atanta la diismimución qe. no se han cogido sino 12.000 pipas y desde el año de 23 a este ipresente, no ha llegado a 16.000 conque si hubiera de beber en la isla «1 vino, qe. no se había de tober qe. pr. po- 18 bre no lo gastaii, no hubiera p* cargar pipas fuera de la isla, con que todos los mol-adores de ella estamos pobres, cortos y con notables necesidades, y hay en la isla quince conventos de frailes, y cinco de monjas, qe. es la mitad más qe. hay en las otras seis islas, y cuando estos se fundaron, y la iala no lo contradijo, se fundaba en estos frutos qe. han faltado y hoy no puedie sustentarlos qe. están; y qe. sen daieño« los frailes dte casi toda la hazienda de la isla oon sus tributos y capellanías...". No se crea, sin embargo, que los regidores ^perpetuos acentúan demasiado las tintes pesimistas en el paisaje social tinerfeño, que de la misma manera podíamos extender a todas las islas sin excepción alguna; pero el mismo comercio de vinos, contra lo que vuglarmente se cree en la actualidad, no dejaba mucho margen de utilidad a los cosecheros, ni beneficiaba gran cosa a fe clase obrera, cuyos jornales eran de miseria y abonables mitad en efectos y la otr« en metálico, que así cobra.ban el importe de sus ventas los pn^ pietarios vinícolas. Por la oondidto antes expuesta oomo característia y corriente en el campesino lagunero, podríamos induór con visión, que se nos antoja certera, la de las otras clases sociales tinerfeñas, carácter que se puede asegurar que permaneció casi estacionario por lo menos hasta los comienzos del XIX. La gran mayoría de las tierras particulares estaban por lo general vinculadas en unas cuantas familias, además de ^gravitar «obre la propiedad censos y tritatos, y el cultivo agrícola mtinario y en manos de aparceros o medianeros, sobre todo tratándose de los más grandes mayorazgos, medieros cfue, por lo general, se sucedían en. las tierras de pa-áres e hijos. Por de contado eran recha^dos de plano, tanto -por parte de ios -propietarios como de Í-US colonos, aquellos procedimientos de labr.^za que pudiesen mejorar las siembras. Nadie cuidaba de que sus heredades se abonasen y enmendasen, ni que las paredes y cercas se recompusiesen, ni que las semillas se renovaran y seleccionasen; en evitación de la degeneración de los frutos cosechados, sin que tampoco los comuneros o medianeros, por no estar estimulados ni ayudados, se esformran para sacar de la tierra labrantía mayor utilidad y provecho. A la obrada de los viñedos, sobre todo de malvasía, parece haberle sido dispensada otra atención por parte de los propietarios y sus mayordomo*, por ofrecer su rama vinícola un mayor alcance comercial en las periódicas fechas en que se obtuvo, bien que, como antes se insinuó, los compradoiee extranjeroa no -pagaban los caldos sino en especie y en metálico, mitad y 14 mitad, Tieservándos€ diversas plazos hasta extinguir el paigo, mientras que los viniateros, que oaTecían de todo espítritu y defensa contra el precio ofertado por los mercaderes, que imponían en fin de cuenitas (siempre la ley, favorecidos como estaban por el exceso de oferta sobre la demanda, lo que produjo un violento epílog'o con el famoso di'rramr de pipas dn vino en Garaohico, en ademán de irritada protesta xenófoba. La comarca rural: alimentación y quehaceres domésticos La ibase de la alimentación de la clase campesina o rural era el trigo con alg'o de maíz o millo, cuando se introdujo este grano en isias, procedente de América, para hacer el "gofio", típico alimento canario heredado de los primitivos indígenas, en unión de las coles y patatas, cuando llegó a igieneralizarae en islas el cultivo de este útil tubérculo, mucho antes de que el farmacéutico Parmentier lo aclimaitara en Francia, que se eomíam durante todo el año, en undón del queso de sus ganados. Y en años de escasez, de tos raíces silvestres del heleciho, después de tostadas y molidas, se ihacían tortas insípidas de tal 'Criptógama, las que comían a falta de alimentos mejones. La mujer, aparte de las habituales ooupaoioneis die la casa, oriainza de hdjos, cocina y costura, y de ayudar a veces a los hombres en las laibores del campo, se ocupaba del telar en el que fabricaba algni- Tnos lienzos para isá;banas, camisas, enaguas, oaüzoncillos y demés prendas propias de personas y de la economía domésitica, y como operaciones preparatorias del telar, el escardado e hilado de lanas y plantas textiles, como el .lino y cáñamo. El telar no era, empero, exclusivo de la comarca rural, sino que aibundaba en las mismas polblaciones de tipo urbano, así como el molino dte mano y el horno para cocer el pan casiero destinado ail consumo familiar, sobre todo el que se preparaba anticipadamente para comerlo en días de granjdes festividades. Tamibién se tejían en los telares casero» lanas finas de variios colores para enaguas dominigueras, mientras que las destinadlas al continuo diario eran, por lo ¡general, listadas de azul y blanco, moda femienina que alcanzó hasta el siglo XIX. Para el sexo masculino se tramaban y urdían iguiaJea telas, calzones, chalecos y chaquetas, medias dIe lana para ambos sexos y démóis aplicaciones. Sin embargo, entre la polbretería ®e vino poco a poco introduciendo la costumbre de «m-tirse de telas venidas del Extranjero, algtmais de las cuales ya hemos visto que los jorn¡aleras de campo 15 recibían en pago parcial de isus jornales, pero tales géneros, aunque de n>ejor apariencia a veces, eran de menos duración que los procedentes de las artesamías isleñas, aaiinque el entraimado de estas fuera un poco más burdo. De todto esto y con la sencillez en él habitual, mos ha dejado üm cuadro completo en diversos de sus manuscritos, el curioso observador Pe-reira Pacheco y Ruiz, que aunque lo refiere a comienzos del sigilo anterior, podemos muy bien retnotraerlo a los tiempos del mismo Peña, ya que es notorio que entonces las clases populares propendían a un sentido social estacionario, al que las mismas leyes suntuariias con su® juiciosas barreras al lujo exoesiivo favorecían. Los censos, el mayorazgo y la hipoteca Signo dte su época, muy propio de las centurias décimo-iséptima y déci-mo- ootava, fué la multiplicación de los Mayorazgos, que antecedentemente eran muy escasos y reservados únioamente a los grandes terratenientes, de lo que dio claro ejemplo el miismo conquistador Lugo en el XVI. Todo el que podía, esipecialmente los clérigos seculares, instituía un mayorazgo en beneficio de su linaje y para lustre del apellido. Pero como gran parte de las propiedades rusticáis y aun urbanas, estaban gravadas con censos eoleaiáistioos en favor de iglesias, frailes y monjas, tributos que unas veces consistían en especie y otras en metálico, aibonados aquéllos generalmente por San Martín de cada año, era difícil el cumplimienito diel camón establecido en las escrituras fundacionales, sobre todo en años de penurias y de malas cosechas, casos frecuentísimos. Estos inconvenientes y la maliciosa exégesis de aquellos dlocumentos eran motivo de repetidas contiendas, para regocijo de abogados, procuradores y escribanos, hasta venir a parar en pronunciamientos de la Real Audiencia de Canaria o die la de grados de Sevilla, según la cuantía de lo ventilado en el litigio. Casi todbs loa poseedioires de mayorazgos importantes procuraban construir suis casonas solariegas, sd antes no la» habían heredado de sus mayores, Wen en la ciudad o en lugares destaioados de la isla, como en la Villa de La Orotava y en el puerto de Garachico, además de sus casas de campo en haciendas de alguna extensión, en las cuales acostumibraban pasar lar-gm temporadias para vigilar de cerca la recolección de sus frutos, sin que, por otra parte, prodigaran las visitas a las demás tierras de menor valía, situadas en apartados parajes. Conitentábanse esta clase de mayores 16 o menores teiraitenientea, vag-os y ociosos casi siempire, con recibir de ellae el producto que les oorreapondía en las cosechas, esto es, tógio, cebada, patatas, frutas y hortalizas, que les entregaban mayordomois o aparceros. No se concebía entonces visn mayorazgo sin viñas de malvasía, tan in-dispenisable como isus pergaminos de más o menos hidalguía, como tampoco era notorio que no podría vivir con el dtecoro suficiente sin la tierra y sus aplicaciones labradoras. Los segundones de cada casa de las de honra y ijxrez eran destinados a la milicia, sentando en ella plaza de simples soldados; a la Iglesia o al estudio de Leyes en las Universidades, entonces tan multiplicadas en la Madre-patria, eingulármente in la famosa de Salamanca o en la de Maese Rodrigo de la ciudad del Betis. El blasón de linaje o del apellido, aunque generalmente no Jo ostentaba todavía la casa solariega, era fuerza lucirlo isobre las lápidas sepulcrales en los templos parroquiales o mejor conventuales. Y el día que la mediocridad se cernió angustiosa isobre el agro, o porque surgió el ipleito vincular sobre mejor derecho de poseedor, o por la prodiígalidad inxprevisora del vinculista, o porque se quedase alcanzada en el manejo de fondos ajenos públicos o de oo-fradías, casos nada infrecuentes, surgía a menudg la hipoteca, que se legaba a los herederos, empobreciendo la Casa y hasta llegando a eclipsar el luatre de la estirpe, muy antes de que las leyes desamortizadorais feneciesen la institución vincular familiar en el pasado siglo y contribuyesen a variar todo un paisaje jurídico, que tanto' tenía de familiar como social en matiz de privilegio hereditario. , Nuestro Núñez de la Peña vivió de cerca aquella época del esplendor y alternativa económica de los Mayorazigos, que no siempre dimanaron deil agro patrimonial conservado a través de varias generaciones, sino de afortunadas transaocioTies mercantiles, sobre todo en familias de origen extranjero establedas y naturalizadas en el país, que en éste improvisaron for-tunias al socaire de afortunadas operaciones comerciales, pues no sólo la Agricultura sino el Comercio, han sido en todo tiempo en nuestras islas afortunadas los pilares fundamentales de su economía. Los artes y oficios laguneros Entre las antiguas y numerosas asociaciones gremiales que contalba en su recinto la ciudad lagunera, figuraban entre las "mayores", como en todas partes donde estaban organizadas, las de sastres, pedreros o canteros, oar- 17 pinteros, iherreros y zapateras, cuyas eorporaciones o cofradías cuando acudían a los actos públicos, organizaban sus especiales danzas de aire geórgico y a isu cargo deibdó estar llevar en las procesiones del Coripus la "ibi-cJia" o "tarajsoa", figura de «ierpre monstruosa, que a juicio de algunos representaba místicamente el vencimiento glorioso de Jesucristo sobre los poderes infernales. La tal "tarasca", en unión de los "gigantes y cabezudos" o "papahuevos", se guardaban en los graneros deJ Caibildo, sitos donde hoy está el edifieio del Mercado, liasta que el Real consejo de Castilla suprimió en 1778 isemejantes ridículo« fantasmones, por irreverentes y es-oandialosos. No se reducían a los anteriores los oficios que existían en La Laguna, sino que en documentos epocarios, a cada momenito se tropieza con los laneros, muy extendidos en la ciudad, sederos, sombrereros, torneros, toneleros, silleras, albarderos, zurradores, curtidores, espaderos, molineras, arrieras y hasta pescadores. Los alcaldes o veedores de algunas de los anteriores oficios eran designados anualmente de ordinario por el Cabildo o concejo insular. No quisiéramos aventurarnos en apreciaciones «obre eil aprendizaje que entonces se estilaba para cada uno de los oficios, pues hasta ahora no hemos tropezado expresamente contratos de esta especie, entre maestras y aprendices, en los antiguos registros de instrumentos públicas, aunque ®í podemos afirmar que los aprendices, por regla generaJ, moraban en la casa del maestro, por lo menos en el período de su inioiaoió.n en el oficio, aunque recibían del maesitro por lo general un trato duro, por no decir cruel, llegando incluso a los oaatigos corporales. Ningún industrial podía entonces ponier tienda ni usar de su oficio sin estar examinado de los respectivas Veedores; y al examinado que acreditase aufioiencia o aptitud, se le expedía por él Concejo o por los Veedores en su representación, el correspondiente título, conforme a antiguáis reales pragmática», que estuvieron en observación hasta que lois Cortes del Reino decretaran en 18S6 su supresiión, lo que fué el golpe de gracia para las ya entonces láiniguidas asociaciones gremiales. Como muchos de estos gremios mayores y menores formaban sendas cofradías, ya los de un mismo arte u oficio, bien agrupados con otros afines, usaban en actos públioas y prooesioines sus resipectivos estandartes. Así laneros y .sombrereros, usaban el de San Severo, su patrón jurado; los zapateros y afines, cuyos titulares eran San Crispín y San Crispiniano, en-aiibolaibao su enseña en la cual figniraban como atnibutoe siiníbólicas la pía- 18 ta de cabra, la cuohilla y la bruza; los oarpinterois, a cuyo gremio pertenecían todas las artesanías que se freJacionaran con- la madera, incluso los escultores, tenían par «u santo titular a San José, y los sastresi, a San Andrés. Posiblemente algunas de estas cofradías intervendrían en la fiesta de San Roque, abogado contra la peste, como ocurría en otras partes. En otros aspectos, aquella intensa vida relig-iosa, tan peculiar en el pueblo español, dio margen al relativo desarrollo de las nobles artes de la Pintura, Escultura y Música, todas ellas surg'idais ai amparo de parroquias y conventos, y paralela a las mdamais, la artesanía dte los pilateros, que a veces no se tenían por artisitas de menos categoría que los de aquellas nobles artes pl&sücm. Nadiie que tenga ailg'ún mediano conocimiento de la historia del Arte pictórico hispano, ignora que hacia fines del XVII y comienzos del isiguien-te aiglo ae haibía iniciado en la Miadre-patria la decadencia de sus distintáis escuelas de pintura, aunque algunos esfuerzos hicieran artistas tales como Palomino, Viladomat, Llórente, Luzán y otros para continuar la labor de los grandes maestros; de aquí podemos y debemos tomar pie paira juzgar el escaso mérito que en Canarias podrían alcanzar loe diedicados a líos pinceles; por eso cuando había necesidad de adquirir aligún lienzo de buena factura, había que enoargarlo fuera de islas, bien a Fíandes, con cuyos estadas lleválbamos estonces frecuentes relaciones comercáales, ara a nuestra Península, come dle esto último hay ejemplo con el cuadro de Santa Ana, que exiate en el altar del trascoro de la catedral de Las Palmas, que fué abra de Roelas. Ello no obsta para que las crónicais y documentos tinerfeños hagan fugaz mención de algunos de estos pintores nuestras, tales como de Juan Deltre, fallecido en 1687, de Salvador AJvarez, Bartolo-mó Bautista, Domingo Pérez, Gonzaío Hernández, José Núñez, que vivieron en el XVII; de Juan Leonardo, Nicolás Lorenzo de Fleitas, Bernardo Martín de Fleitas, Andrés dé Fuentes, etc. Entre todos los aficionados a la pintura de aquellos tiempos, es indu-diaJMe que aabresalieron, además de Juan Delte y Jerónimo Príncipe, cuyo óbito ocurrió en 1739, el canario Cristóbal Bemández de Quintana, que fué sepultado en la parroquia dle las Remedios, donde haibía dejada las muestras de su arte, el 29 de noviembre de 1725. Su hija Domingo, fallecido en 1763, cultivó también él arte de isu padre, por lo que pudieran hoy confundirse los lienzos de uno y otro, aunque Cristóbal gozó de mejor re-poitación prafesionail. Un Lope dé la Guerra, perteneciente a diatiniguida 19 familia lagTinera, pero al parecer no iniuy sobrado de recursos, vivió del arte pictórico hasta siu falleciiniento ocurrido en 1729 y parece fué maestro de otro pintoir y esicultor que figuró años adelante, llamado el "Moño", José Rodríigiuez de la Oliva, fallecido en 1777—"Historia de la conquista die lia Gran Canaria", pág. 157—y del que quedan en La Laguna algunos retratos e imágenes, entre ellas una "Dolorosa", tema éste de la pasión de María tan preferido de los imagineros esipañoles y síntesis dé sus tres grandes dolores, en éí Calvario, en la Piedad y en el Entierro, como dice nuestro Orueta. Sebastián Alvarez, Fr. Agustín Alfonso de Torres, orota-venise y a.gustino, que murió en 1790, Carlos de Acosta, autor de las pán»- turas. murales del Ayuntamiento lagunero en 1764, recientemente restau-radaa por el imaloigrado pintor Alfredo de Torres, podrían compJetar Ja anterior lista. Y entre los escultores, el Licdo. Quevedo, Antonio die Gorva-rán, Lázaro González, Andrés de Castro, que talló el retablo barroco de la capilla mayor de las monjas claras laguneras y quizá también ihaya trabajado en el no menos magnífico de la Virgen de los Remedios, altar colateral existente en la catedral, aunque él de las clarisas no lo terminó y lo contiiyuíaron entre otros maestros tallistas, FVancisoo Antonio, hacia 1739, según el P. franciscano IndhauíPbe en su Historia de fundaciones en Tenerife, La Laguna y Garachico. Los pilateros laguneros debieron entonces tener frecuentes encargos a la vista de la demanda que había de vasos sagrados, cálices, custodias, navetas, imoensarioí, lámiparas, etc., de que todiavía quedan elocuenetes muestras en todias las iglesias de la región canaria, amén de joyas para los par-tioullares, a que tan aficionadas eran ya las mujeres. Consta que fueron, plateros en la urfbe lagunera por el tiempo que historiaimos Diego González, Juan de Vega, Seibastián Alvarez, Diego Gutiérrez, José Antonio Pendche, Bartolomé Lorenzo, etc. Anchieta en su conocido "diario" cita a otros menestrales de esta clajse ,apellid'adlos Pardo y Romero. Había artífices de esta dase portuigueses, franceses, flamencos y de otras nacdones, así lo eran los Norman y Vigoit, Jacques Pemán, quizá Juan Roberto y otros. De todas estas artesanías quedan noticias en los libros sacramentales y de dé-fundón de amibaa parroquias laguneras, y en comprobación de cuanto sobre el particular venimos afirmando, puedte d curioso lector acudir a las fuentes citadas, así conxio en. el archivo municipal lagunero (5). (5) La calle de San Juan era sitio donde moraban mucihois artesanos, 20 Lejos todavía los tiempos en que el capitalísimo, oon sus ventajas e in- ' convenientes, transformó la vida económica mundial, manifestábaise en Ganaríais, como natural prologación de Castilla con sus influencias flamencas, lusas e italianas, la tonaliidad de sus Artesanías con isoí originalidad, laboriosidad y ejecución personaJísima, partiendo de la materia prima ddis-ponible, obras casi todas ellas, desde las bellas artes plásticas hasta los oficios agremiados en sus diiatintos grados y matices, profundiamente hogareños, familiares, exentas del maquinismo, de la fabricación en serie y de las divisiones del diario quehacer que modernamente han impuesto los preceptos algo complejos de la Economía política. Todas aquellas obras, en suma, se distinguían por llevar impresas el sello individual de su arte más o menos logrado, casi siempre superiores en calidad y diuración a la similar fabricada hoy industrialmenbe y de sentido más profundamente cristiano, sin las rebeldías y ¡repulisas entre el capital y el trabajo del hogaño. Los comercios lagruneros de la época Siennixre fueron nuestras islas—reiteremos esta observaición—esencialmente agrícolas y comerciales, de modo que la Agricultura y el Comercio han sido los puntales de su peculiar economía. El ramo comerciail más' importante y lucrativo era de ordinario ejercido por los extranjeros, singular-memte flamencos, genoveses, iriandeses y franceses; y a la siomibra de sus €Jem5)los, fueron aficionándose a las tareas mercantiles los hijos del país. Por este tiempo sostenían en La Laguna casas comiemales de alguna iim-pKxrtanicia, los Dnjardin, Elduardos, de Fau, Saviñón, Juan de la Luz, Claudio Vigot, los Moustillieps, los .Wading, Felipe Piar, Adrián Oramge, Matías Suárez, Andirés Armas, los Botinos, los Lenaird', el genovés Juan Nicolás Mongeoti, etc. Y entre los venteros, estaban Anigela la "Cucaracha", tales como allbañiles y canteros, zaipateros, carpinteros, etc., como a»imie-mo los había en la de Fagundo. Entre los maestros de cantería figuraban: Juan Benftez, Juan, Lizcano, que ipor cierto dio nombre a la citada calle de San Juan; Juan González Agate, Juan Rodríguez Bello y otros. Entre los carpinteros: José Pérez y Melchor de Sosa; este oficio, lo mismo que el de zapatero, era de los más comunes ?n la ciudad; Diego de Mesa, maestra da tonelero; Juan Bautista de Abreu, Gaspar Taibares, ziaipateros; Pedro de Aguilar, sombrerero; Antonio Pérez, sastre; Diego Viera, maestro de sedero. La menestralía de sombreros y de sastres era también muy numerosa en lai áMáaá. 21 Ana González y su imarido Pedro Lorenzo, en la plazia de la Concepción, Lorenza Ferrer, que vendía cintas y pañuelos, Leonor de San Pedro, la pastelera, en la calle de Hierradores, Diego González, vendedor de aguardientes, María Pérez, la vendedora, y otros pequeños y típicamente mier-caderes, algunos de los cuales llegaro« a reunir sus ahorrillos, que en algún caso particular fué la base de la fortuna de sus descendientes. La instrucción primaria de aquellas ceoiturias La enseña,nza primaria durante los siglos XVII y XVIII, particular-menite la de los tiempos de Núñez de la Peña, se puede decir que continuaba descansando sobre los ibaises y constitución XXII del sínodo que en Canaria convocó en octubre de 1597 el obispo D. Diego de Muros, que estable^ ció las escuelas parroquiales a cargo de sacristanes, convertidos en "maestros de avezar niños", o de clérigos doctos, pero tales enseñanzas creemos que decayeron a medida que en las localidades se iban fundando conventos de fraües que, en unión de otros estudios superiores, por lo general establecían en sus claustros escuelas de enseñar a leer y escrilbir a los pocos párvulos que entonces concurrían a ellas, pues así resulita de expedientes de viisiitas eclesiásticas, auaique es verdad que en sínodos posteriores ee rar tificaron en la materia los preceptos del de Muros. El Cabildo de Tenerife que desde el XVI venía sosteniendo con sus propios la cátedra de Gramática o de Latín, previa la anuencia de la Corona, consideró tamibién la utilidad de una escuela de primeras letras y en acuerdó capitular de 19 de eneró de 1714, nombró maestro de primeras letras a Francisco Gutiérrez, dotándolo con el mísero salario en especie de cahiz y medio de trigo, pero que debía traer para este percibo que era anual, la "aprobación de S. M." No ise entendía entonces la enseñanza primera como función sociad al ai-oanoe de la masa como en la actualidad, y huérfana casi del patrocinio oficial, imantúvose casii en estado embrionairio y se puede decir que al mero albedrío de los que pocos se aventuraban a ejercer la función, sin otro título que una rutinaria práctica estimulada por una escasa remuneración. Los mismos escribanos y notarios públicos solían compartir tan obscura labor pedagógica en el avenamiento de los niños, respecto de los que aspdraiban iniciarse en tales rudimentos, con fines ulteriores. La generalidad del pueblo era en todas partes analfabeto, presentándose así un panorama nada halagüeño. Sin embargo, abundaban en proporción mayor los iniciados en fa- 22 (mitades mayares y menares, sobre todo en el clero, cuya colación de gradas recibían en cenitros univensiitarios de La Madre-patria. Datos demográficos tinerfeños Oonforme a una carta dirig^ida el 26 de febrero de 1707 aj la Suprema por los inquiaidores de Canaria, Corvaoho y Benítez de Lug-o, Tenerife en los camienzoa de aquel siglo, tenía el siguiente vecindario: Primera zona o partido de La Lagruna: Esta ciudad contaba oon 1.500 vecinos y 12 lugares, que eran Santa Cruz, con 500 vecinos; Güíimar y Ara-fo, otros 500; La Victoria y La Matanaa, 260; Bl Sauzal, 30O; Tacoronte, 700; Tegueste y Tejina, 150; Taiganana y sus término®, 20O. Segunda zona o partido: Villa de La Orotava con 1.380 vecinos, y eu Puerto, 628; Santa Unsula, 250; Ohaana, 550; Granadilla, 227; Arico, 216; Realejo de abajo 350; Realejo de arriba, 320; San Juan de la Rambla, 232. No lo dice la relación, pero sobre esta zona entera tenía jurisdicción judicial «1 Teniente de Corregidor, que con el título de Alcalde mayor residía en Ja Villa de La Orotava, que sólo tenía de villa el nombre, pues continuó careciendo de Ayuntaimieinto o Municipio formal. Tercera zonia de Garaohloo o Daute: Villa de Garachico, que acababa de «ufrir los efectos del volcán, y la cual de 584 vecinos que antes tenía, había quedado reducido isu número a 200; San Pedro de Daute, 60 vecinos; Los Silos, 169; Buenavista, 307; Villa de Santiago, 179; Villa de Ad«je, 120, y El Tanque, 80, aunque antes de ser invadida por la corriente volcánica contaba con 260 vednos. El ya populoso lugar de Icod de los Vino® formaba un distrito indepeín-diente del partido de Daute, en unión del lugar de Fuente de la Guancha. Icod parece contaba con 1.000 vecinos y la Guancha con 200, sii bien en las Sinodales del obispo Dávila y Cárdenas, formadas en 1735, aparece Icod con 911 vecinos, y su aledaño la Guancha con 224. No obstante, conviene tener en cuenta que la Inquisición de Canaria paira formar el anterior cómputo demógrafo tuvo en cuenta un padrón de islasi levantado en 1688 y que le había faciliitado el alférez mayor d*l Cabildo de Gran Canaria, D. Agustín del Castillo, concienzudo e independiente historiador de nuestro Archipiélago. 2B Estado de los estudios históricos isleños antes de Núñez de la Peña Oiertamente que con los defectos qu« más tarde examiniairemiois, en nuestras Islas, la histQiriografía, en la que tampoco escaseó la leyenda y adgo de legenda, ofrece larga traddcdón, que por lo que a Tenerife resipecta, comenzó a condensarse en letra impresa a partir del año de 1594, con la yior blicación en .Sevilla "De la aparición y imUagrosi de la Samta Imaigen de Nuestra Señora de Candelaria", isalidos de la pluma devota del padre do-mináeo Alonso de Bapinosa, natural de Alcalá de iHtenares y conventual que fué en el lugar de Candelaria. Es libro que uno de nuestros eminentes críticos de la Madre^patria oaiifica de los más dmportantea y fidedignos, en el cual su autor recogió de laibiois de los cautelosos guanches que todavía moraiban por aquellos contornos, unos ochenta años después de la conquista, tradiciones de aquellos indígenas que sin su cuádado e interés se hubieran perdido, además de algunos términos de su primitivo léxico. El obispo D. Fernando de Figueroa, con ocasión de un viaje que este prelado realizó al santuario en 1B90, parece ser que fué el que influyó sobre el observador dominico para que diera a la esitampa tal obra, que por cierto estuvo en lastimoso trance de desaparecer en la totalidad absoluta de auis ejemplares, que habían procurado acaparar miembros de la familia en-tonces poderosa de Hernández de la Guerra, -porque en sus páginas había hecho afirmaciones el autoir que ponían en tela de juicio la legitimidad y origen de aquel linaje. De tal isañuda persecución únicamente logró salvarse un sólo ejemplar del librito, que guardó cuidadosamente un vecino, aunque nosotras juzgamos un tanto exagerado e»te episodio. Luego del fraile Espinosa, el poeta y médico lagunero Antonio de Via-na imprime en al citada capital andaluza, año de 1604, las"Atntigüedades de las islas Afortunadas", escritas en verso suelto y octava rima y en cuyo poema nuestro Viana recoge las principales tradiciones que todavía se conservaban sobre los conqnistadcires y los Menceyes guanches. El padre franoiscanio Fr. Luis de Quirós, que fué en Canarias ProvinciaJ de su Orden, así como comisario y reformador del convento grande de San Miguel de las Victorias, editó en Zaragoza, año de 1612, su libro sobre el Smo. Cristo de La Laguna, pero estaba reservado a otro hermano de su regla, andaluz de nacimiento, el padre Fr. Juan de Abreu Galindo, escribir la primera ihistoria g»eneri»l del Archipiélago en 1632, que ed bien no fué de pron- 24 to dada a la estampa, se difuindiieron variáis capias 'manu'scritas de la mis-roa, lo que permitió al marino y viajero escocés, Jorge Glasis, traducirla al inglés y luego puiblicarla bastante alterada y con criterio de protestante en 1764, hasta que ya en el siglo ainterior y año de 1848 fué publioada ajustándose al original del autor. Sabino Berthelot en su "Etnografía" salvó del iolvido al religioso carmelita, FV. Pedro de Quesada, tinerfeño y fallecido en Sevilla en 1661, que llevado de su curiosidad e interés nativo había logrado reunir divensas noticias para nuestra historia particular, tomadas, en gran parte, de Andrés Bemáldez, conocido par "Cura de las Pivlacios" y iLmosnero que fué del arzobispo hispalense, D. Diego Deza. Trató Quesada en particular de lais tres iislaa más importantes, a saber: Tenerife, Gran Canaria y La Palma, y de las antiguos derechos de los Perazas a las Canarias; y respecto del famoso árbol de la isla de El Hierro, el "Garoé", explica el fenómeno de la licuación de las nubes, sin recurrir a fantasías, ni a, innecesarios para el caso, milagros. En esita revista harto sucinta de nuestros historiógrafos no nos cabe silenciar a otro imédico, salido de las aulas salmantinas, nacido en la ciudad de Telde, el Dr. D. Tomás Arias Marín y Cubas, que hacia fines del XVII, y dedicada al Dr. Ronquillo, terminaba su "Historia de las siete Islas de Canaria, origen, descubrimiento y conquista", compuesta en tres libras, de los cuales en el segundo trata de las usos, costumbres y naturale-zia de los indígenas, además de aportar en el primero noticias que demuestran el interés personal que mostró en sus investigaciones, si bien su último libro lo juzgamos hoy poco aprovechable, salvo los juicios que hace sobre la antigua y desaparecida imagen de la Virgen de Candelaria y aun de la de las Nieves en La Palma, forma de disecar que tupieran las autóctonas a sus cadáveres y semejanzas de lenguaje con pueblos antiguas, es-pecialmenae con aligunos de África, teorías que hoy la crítica moderna está en el ejaso de depurar y examinar con bases más científicas. Este Marín fué condiscípulo en Salamanca con los tinerfeños D. José Tabares de Cala, abogado de nota lagunero, y el Dr. Fiesco, y uno de Tos testigos del Bachillerato en Cánones del primero dé los citados, el 2 de mayo de 1662. En 1649 concluía otra histoiria de Canarias, aunque'poco vulgarizada hasta la fecha, D. Francisco López de Ulloa, natural de ellas, la cual fué dedicada al año siguiente, por el autor, a D. Antonio Alosa» Rodarte, caballero de Santiago y secretario de Estado en el Consejo supremo de la In- 25 quiísición. Su manuiscrito se conserva en el Archivo Histi'rico Nacional, sección correspondiente, en la cual existe otro orig-inaü titulado "Relación Histórica de las Islas Canarias", pero indebidamente caitalogada. como del anterior autor, aunque es de autor anónimo, en cuya relación o narrativa, que alcanza hasta 1722, se aportan interesantes noticias sobre fauna y flora isleñas, oomerciio de vinos, en los que se hacen corasiideracioneis análojfas a las nuestras; rentas reales, estanicois del tabaco, sistema monetario, etc., etc. Por último, al parecer en 1666 un padre franci^scano, Fr. Juan Antonio, que era conventual en el Real de Las Palmas, copia la crónica que con más o menos fundamento racional se viene atribuyendo a Jáimez de Sotomayor, alférez de la conquista de Gran CanaTia, memorias que mencionó Viera y Clavijo bajo la denominación de "manuiscrito antiguo", y si nos atenemos a la afirmación de Millares Torres, se conserva en la Biblioteca Provincial de La Laguna. Pero la historia entonces distaba de escribirise con los hétodos cada vez más rigurosamente científicos que en la actualidad, y de las mismais deficiencias hijas del tiempo en que vinieron nuestro* historiadores., adolesoie-ron éstos, como con más amplitud examinaremos más adeHnte ol proseguir en la biografía propiamente dicha de nuestro protagonista. (Continuará.)
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Calificación | |
Título y subtítulo | El historiador Núñez de la Peña y su tiempo |
Autor principal | Darias y Padrón, Dacio V. |
Publicación fuente | Revista de historia |
Numeración | Tomo 11. Año 18. Número 069 |
Sección | Del pasado tinerfeño |
Tipo de documento | Artículo |
Lugar de publicación | La Laguna de Tenerife |
Editorial | Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de La Laguna |
Fecha | 1945 - 01 |
Páginas | p. 005-025 |
Materias | Núñez de la Peña, Juan |
Notas | Artículo publicado en partes |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 1143801 Bytes |
Texto | DEL PASADO TINERFEÑO El historiador Núñez de la Peña y su tiempo por DACIO V. DARÍAS Y PADRÓN LEMA: Ex PRAETHRITO SPES DOS PALABRAS Salvo imuy lig-eras variantes posteriores, este trabajo ha sido antes pre- «enbajdo a un oonourso abierto ep época ceroana por la Sociedad Econiómica de Tenerife ipensaindo entonces que, acogidais a su prestigioso amparo, podaríamos enaltecer mejor la memoria de uno de nuestros clásácos historiadores regionailea, con «1 plausible intento—así nos parecía—de salvarlo dte un olvido, ya que los (respectivos centenarios de su natalicio y óbito caisi han pasado inadvertidos en la isla nativa, a pesar de que nadie quizá como nuestro historiador Núñez de la Peña, con mejores títulos, tiene derecho a la ^ a t i t u d de la& generaciones isilleñais sucesivas, bien que no tanto—es cierto—por el valor intrínseco de «u laibor histórica dada a la estampa, con la escasez de medios de su tiempo, aunque en ella no haya desperdiciado ocasiones dé enaltecer a su patria chica, siquiera por la gran devoción y constancia con qiie se consagró a la® pacienzudas labores dte la investigación, dentro de la que, es indudaible, abrió amplios senderos y salvó para la Historia de nuestro país interesantes datos, que más tarde otros supieron aprovechar con más amplio sentido orientador y sistematizado. Pero al tratiar de esbozar a grandes rasgos la semblanza de nuestro Núñez de la Peña, hemos procurado, en la escasa medida de nuestro inte-liecto, vivificarla con las luces de lo pretérito, poniendo de reailce las mo-malidadies die su siíglo, mediianitee el relaibo de sus más destacados anales y 4 ) bosquejos 'sociales. CSreeonos que así pudiéranios oom'piriender mejor al hombre protagronista de este ensiayo acaso un poco festino, al historiador de su particular escuela y al afortunado investigador die nuestras antigüedadies. Aspiración ambiciosa por nuestra parte, lo comprendemos, es la nuestra, pero a ella nos aventuramos, contando con la i|>enevolencia dte nuestros lectores. Nacimiento de Núñez de la Peña: circunstancias locales Cuando, «1 31 de mayo de 1641, ©1 beneficdado de Nuestra Señora de los Remedios, en la ciudad de San Cristóbal de La Laguna, Licdo. Diego Felipe de Barrios vertía las 'aguas bautisimales, mediante las solemnes ceremonias del rito católico, sobre la cabeza de un i'wfante recién nacido, a quien impuso el nombre de Juan, hijo legítimo de Juan Núñez de la Peña y de siu esposa Miaría Solís, mientras que lo sostenía en la pila el Licdo. Diego Martín de Barrios—Libro 10 de ibautismos, foJ. 50^—, nadáe de seguro sospeoharia que aquel tierno párvulo, que andando el tiempo haibía de ser conocido como el Licdo. Juan Núñez de la Peña, eterno manteista o dériígo d« menores, sin embargo, habría de dejar marcada su huella en la historia literaria de las letras tinerfeñas, como uno de los genuinosi historiadores canarios, y sigrndficado como una de las mayores autoridades de su tiempo, en la a veces intrincada Genealogía y sus relaciones. Vino al mundo nuestro personaje cuando las Canarias s'ufrían el conr-tragolpe de la decadenicia casi -vertical del orto del Imperio hispano. Portugal se desgajaba del árbol añoso y ecuménico de nuestra Hispanidad, lo que no dejó de tener repercusiones económicas y culturales en nuestro Archipiélago. Hubo entonces que poner nuestras islas en estado de defensa, de lo que ha quedado constancia en diversos acuerdos capitulares del Cabildo tinerfeño, y aun de acudir al Rey con diversois donativos para hacer frente a la sublevación lusitana, de cuya nación coirían en Canarias, como monedas valedera*, los "tostones". Jo que, unido a otras circunstancias, &gra.v6 el secular problema isleño de la tan llevada y traída cuestión monetaria. No obstante haber nacido y educádose Núñez en aquel constante estado de movilización bélica y de aprestos militares de defens'a, entre los casd 6 úndooB caminos que entonoes se ofrecían a la juventud estudiosa canaria, que eran la Iiglesia y la Jurisprudencia, si prescindimois. de la afición a la cairera marcial, dado su natoirai pacífico y devoto, optó en parte por la primiera, sin salir nunca de sus primeros peldaños, después de haber adquirido la insitrucción conveniente em Latín y Artes o Humanidades, en los conventos de la localidad, singulannente en el de San Agustín, que quedaba a pocos pasos de su habitual domicilio, según se puede rastrear del gran apego que en vida mostró por tal casa religiosa, en cuyos claustros escogió su eterna y definitiva morada, hasta la resurección de la carne que nos enseña nuestra fe, en el sitio que daiba paso para entrar en el refectorio. Era el contorno de sepulcro de madera y en él se leía lo siguiente, que el propio interesado había hecho poner en letras capitales: HIC EST RE-QUIES MEA.—Peña-Año de I707.-Piadoso cristiano amigo, Un pecador qe. aquí yace-Te ruega por caridad-Digas Requicscat in pace. Ignoramos por qué causas o razones jamás pasó en la jerarquía clerical de la tonsura y órdenes menores, que recibió en diciembre de 1659, suponemos que de manos del obispo Fr. Juan de Toledo, Jerónimo, que en el mundo se llamó D. Juan Luis Briceño, y precisamentee el mismo año de su llegada a Islas para regentar o apacentar la grey canariense. Prefirió, en camibio, consagrarse al estudio y examen de los archivos del país, tanto de Tenerife, como de las demás islas, que recorrió alguna vez como secretario de visita, bien acompañando al Prelado o a sus Visitadores, pues tuvo el título de notario público, que -era entonces exclusivamente eclesiástico. En la reposada investigación de nuestras actividades, pues, nutrió su espíritu y en sus cotidianas tareas, llegó a adquirir una merecida y gran reputación, especialmente en el ramo de Genealogías, sobre las que fué ron siderado como una autoridad indiscutible y sin par. La ciudad de La Laguna Antes, mucho antes de que Núñez de la Peña viniera al mundo, ya su ciudad nativa correspondía a au rango de la capital de la isla más importante del Archipiélago Afortunado, bien que Gran Canaria, por haber precedido unos años su conquista a la de Tenerife, contase entonces con los primeros organismos de carácter regional en el orden militar, judicial y eclesiástico. Cabecera La Laguna, de trazado en lo esencial no desifigurado ipor la moderna urbanización, de su ilustre Cabildo o Concejo insular, pre- 6 sidido por un Corregidoír dte capa y esipada, qoie tamMén lo era de San Miguel d'e La Palma, cuyo alto funcionario tenía su teniente letrado con título de Alcalde mayor de la Ma, quien le substituía en vacantes, aiisencdais y enfermedades; sus regidores perpetuos por juro de heredad, que teórica-miente represehitaban •al pueblo, así como el Conregidor ai Rey; sus parroquias y oonvenitois; tu rbercio principail de las Milicias de la isla; su sargento mayor nombrado direotamenite por la Carona encargado de la instrucción de tan ibeneméritas milidias, isalvaguardia de la integridad de nuestro suelo contra acechanzas de .seculares enemigos jurados del Imperio del Plus Ultra; sus abog-ados, escribanos y procuradories; sus médicos y boticarios; su Precerptor de Gramática, Lengua laitina que se leía en los clausitros del convento agustino dtel Espíritu Santo; el Comisario del Sanito Oficio con su CQÍhorite de notario y faimdliares; los Gremios de artesanías que celebran la calidad y medida de sus manufacturas con exclusivo criterio de clase; laa cofradías y hermandades que daban lustre al culto, especialmente de sus dos parroquias de la Conoepción y de los Remedios en celosa isiempre y emiüadora comipetenicia; los hosipitalies hijos de la caridad oristiana, en cuyos establecimientos los enfermos hallaban alivio a sus dolencias físicas y remedio a lais espirituales; las luchas, hijas d'e nuestro peculiar individualismo, de barrio a bairrio, de la villa arriba y de la abajo; las diferencias sociales a la aazón muy marcadas, tanto las de tipo económico como las originadas por el mantenimiento a ultranza' de preeminencias y honores entre personas y corporaciones, que casi siempre se resolvían por autos de la Audiencia de Canaria o acordadas del Consejo de Castilla, cuando no por arreglos o concordias que fenecían acalorados litigios; todo ese complejo social en suma eran los rasgos característicos de la vida antañona lagunera, aspectos estos que siempre la informaron e imprimieron su habitual isello urbano hasta tiempos relativamente cercanos y le dieron el tono de auténtica ciudad castellana, con ligeras variantes imipuestas poír nuestro medio geográfico. El ibajo pueblo fué entonces lo que quisieron que fuese sus altas dases sociales, los Navas, los Vargas, los Mesas, los SamaTtines Cabrera, los Izequilas, loa Lordelos, los Fíeseos, los Colombos, los Molinas, los Frías Salazar, los Castros, los Baulenes, los Boza de Lima, los Vandamas y otras tantas familias patricias que sería prolijo ©numerar, todas ellas muy consideradas y respetadas de la plebe, integrada por menestrales y agriculto-res (peqoíeño®, que antaño no isentían todavía las rebeldías de clase de ho- HEMEROTECA P. MUNICIPAL Sania Cru7 de Umit» J ^año. Dejábase, además, sentir entonces de una nuanena prepotente la influencia del clero secular y regular sobre las masas, todavía creyentes y devotas a su manera. Era el trazado urbano de La Laguna—^insistaimois en el dato—fundamentalmente el misimo de ahora, sii nos atenemos aJ pdano de la población que en el siglo XVI levantó el ingeniero italiano Leonardo Torriani, oomi-sionado nombrado en real cédoüa dada en Arajuez el 20 de mayo de 1587. Todavía coservaba ¡hacia su parte de poniente la laguna que dio notmbre a la ciudad, entonces de ordinario fría, nubosa, ventosa y lluviosa, con sus casas (bajas en su mayoría, dentro de cada una de las cuales, según la leyenda que Torriani puso al plano lagunero, había jardines y árboles hacia la parte de levante en sus collados, todo lo cual contribuiría a dar al ibuirgo levítico y agrícola, un aspecto azás melancólico. Doce años antes de que ocurriera el natalicio de Peña, se consigna en las Sinodales de Cámara y Murga, promulgadas en 1629, que la isla de Tenerife es la mayor, "más fuerte, más avecindada y más rica de todas", añadiendo que "es fértil de todas las cosas, en particular de vinos que se cogen y embarcan muchos, es la mayor hazienda de la isla; cógese mucho' pan, pero el vino es el principal y de caisi Sanita Cruz corre todo de viñas hasta buen trecho más de Buenavista, que será casi todo el largo de la isla... También se cría mucho ganado; pero cooio la gente es tanta, ni le basta su trigo, centeno y cebada, sino que es menester socorrerla de las otras islas".—Con lo dicho se declara que entonces Tenerife producía mucho vino, vidueño y malvasía, artículo este último, de que hacía su principal ramo de exportación; que su riqueza pecuaria no era despreciable, y que de ordinario no proporcionaban sus tierras los suficiente» cereales para el consumo déla población, sobre todo en años estériles, por lo que había necesidad de cubrir el déficit de sus cosechas, con la entrada del grano del exterior. En efecto, frecuentemente se importaba grano de las otras islas, especialmente de Lanzarote y Fuerteventura; otras, de naciones del Norte, valiéndose de los mercados dé esta procedencia establecidos en el país, y a veces de la misron costa de Marruecos. Por lo que respecta a la ciudad, las mismas sinodales, desipués de mencionar sus letrados y procuradores (1), "porque aquí se juzgan las causas (1) En aquella época eran bastante numerosos en Tenerife los abogados y en ¡su .mayor parte residían en La Laguna. En los libros parroquiales hemos tropezado con los siguientes: Armendáriz (D. Manuel de). Bello Xi- 8 de t(xiia la iisla; parque los Alcaldes de los demás lugares, por grandes que sean, jjirenden y no sueltan", exponen: "Tiene la ciudad—se refiere al Municipio, que entonces era insular—imuchos y muy buenos propios, es llama y de lindas calles (2), larga* y bien empedradas: las salidas excelentes, es de lindos ayres, fresca y goza de aguas delgadas, frías, de fuentes. Tiene condiciones esta ciudad para saiber bien la comida y cama, y la ropa en invierno; está cercada de molinos de viento, que ordinariamente muelen, por no les faltar ayre. Es proveída de todo género de mantenimientos', valen caros, porque ay muchos que comen, y assi muchos han de ser de acarreto, y aun i>assados por mar. Ay gente principal, y de toda gente de naciones, por ©1 muoho trato en todo género de cosas. Faltaban a esta ciudad dos torres en las iglesias para su autoridad, y llegado yo aquí, las mandé hazer, ya van casi acabadas. En conclusión die las islais, la ima.yor, mejor y más poblada y rica es Tenerife, y de Tenerife el mejur lugar La Laguna, tiene de todo. Maestros de Gramática, de escuela algunos, y dos nniénez (D. Pedro), Cabrera (D. Juan), Castillo y Vera (D. Vicente), Fernández de Luna (D. Francisco), Fernández de Medina (D. Francisco), Fies-co Fonte del Castillo (D. Francisco), García Sánchez (U. Juan), de la Giue-rra (D. Domingo Miguel), Interián de Ayala (D. Miguel y D. Matías), León (D. Francisco de), Luna Peralta (D. Antonio de). Machado Jí'iesco (D. Alvaro), Núñez de Villavioencio (D. José), Oliva (D. Juan de la), Pérez Meló (D. Luis), Ramos de Vera (D. José), Homero Contreras (D. Domingo), Salmón de la Rancilla (D. Ángel), labares (D. Cristóbal), Taba-res de Cala (D. José), Trigo (D. Pedro), Vergara (Enrique de), etc. Los procuradores debían ser numerosos puesto que el Cabildo, como todos los Municipios canarios, tenían facultad de examinarlos, entre ellos Juan Bta. de Guzmán, Pedro García, etc. (2) Muchas de las calles de La Laguna han llegado a nuestros tiempos con sus antiguas denominaciones, aun habiéndoseles cambiado el nombre antiguo, en ese afán imnioderado que eu todas partes tienen los Municipios de poner nombres modernos, que en la mayoría de los casos ni tienen justificación alguna, ni tampoco sirven para otra cosa sino el estropear tradiciones urbanas. Las rúas urbanas generalmente no tenían menciones fijas y no era raro que fueran nombradas con distintos apelativos. Así la calle de Juan de Vera fué conocida con la del Colegio Viejo, Arcón, de la Cuma, del Hostpital, etc. La de Herradores también fué llamada de los Mesones, Malteses, etc. La de Alamos fué primitivamente como la de la Cruz de los Alamos. La del Jardín unas veces se llamó del Laurel a secas, otras de Diego Hernández, de Calderón, etc. La de SÍ n Juan con la de la Puente y también de Lázcano. Ya eran corrientes los nombres de la calle de la Carrera, del Agua, Alamos, Adelantado, Empedrada, Maya, Moya, Candilas, Chávez, etc. Eran conocidas otras, algunas de las cuales ya no llevan taJes nomb''es, ni entre el vulgo, la de Tao, junto al "molino quebrado", Sin Salida, del Ciego, de la Tinooa, de los Molinos, junto al callejón de María Morales; de Ventri- Ua, de Morato, del Mesón, de Medina, de Merín, del Juego, de la Higuera 9 médicos ordinariamiente (3); y como esta ciudad, y todos ios lugraaies de las líalas tratan de guerra y están en compañías divididos: a todias las personas de cuenta es menester llamaríais Capitanes". Vida social lagunera: costumbres y diversiones Para compleitar el cuadro retrospeotivo lagunero, convendría recordar que, en aquel siglo y el siguiente, las damas de la primera distinción y las mismas de la clase intermedia, permanecían de ordÍTiiario recluidas en el hogar, del cual apenas salían como no fuera para cumplir con sus devociones en los templos de la ciudad, y con algunos actos de sociedad, como vi- S'itas y convites. Muchas de ellas en su niñez y adolescencia, habían vivido en conventos de monjas, de los que salían aquellas que, sobre todo, no habían tomado en ellos el velo de religiosias. Solían, sin embargo, solazarse clandestinamente en las verbenas e iluminariaa nootumiae, con motivo de algún acontecimiento de tipo religioso o en los festejos populares en obsequio de algún personaje o en la proclamaciiSn de Reyes. En dichas verbenas, si es verdad lo que consignan cronistas coetáneos, había como ahora ventorrillos y vendedoras de turrón. Y dichas damas y «efioritas andaban o de la Garabata, junto a Soto; de Vallejo, de Gallegos de la Sota, junto al tanque de San Cristóbal; de Ceballos, Cruz de la \edra, de Oamno, de Fedellas, de las Tenerías, de Marcal, de las Perdomas, del Rubio,_ de Vicente, etc. Algunas eran llamadas con el nombre y apellido de algún vecino, tales como las de Inés María, de Juan Yanes, de Juan Alonso, en el Tanque; de Pedro Muñoz, de D. Gaspar Yanes Martín, de Juan Leonardo, de D. Juan Oaravajal, etc., muchas de las rúales hoy son muy difíciles de ubicar y hasta pudieran identificarse con algunas de las antes mencionadas con otra denominación, «labia asimismo sitios que dentro del casco urbano tenían denominaciones especiales, a sa'ber: la Casa del Nogal , en Alamos; la "Portada del Bordón", en la de Fagundo, que tanibién se llamo. La calle, del capitán D. Diego Ramírez Machado; la "^ruz de la Oliva , que estaba junto a San Francisco; el "Pozo de la Parra , etc. (3) Consta que entonces ejercieron en distintes épocas la meoicina en la ciudad: Alvarez Macedo (D. Domingo). Clemente (Diego), Delgado (Pedro), Pirivánez (D. Juan), Saavedra y Armae (Diego de), Yanes González (D Andrés). Y entre los cirujanos, «onaban entonces: Casimiro (José), Hernández (Benito), Jesús (Juan Bautista de), que era negro, Martín de Salazar (PEÜWO), y Vera (Juan de). Los barberos o fígaros, que por entonces competían con los cirujanos, eran numerosos en la ciudad. He aouí alguno^ d<í sus nombres: Miguel de Acosta, Francisco Pinto, Pedro Bethencourt, José Machado, Juan Agustín Uque Osorío, Frandsco Antonio Domínguez, Pedro López Gordejuela, Jerónimo Delgado, Agustín Lorenzo García, etc. La posición social de los galenos hasta el siglo pasado distaJba de ser 10 en grupas por allí disfrazadas die manto y saya, en medio de la turbamulta de laJegrea clasea populares, integradas por meniostrales, igenites de campo de todais ocupaciones, e inquirían curiosas y observasban tras el incógnito de su disfiiaz, quien al marido, otras al pretendiente, ora simplemente a personas conocidas, a quienes era el chiste o broma, de mandarles la "feria", aunque en tales a veces indiscretas y anónimas aventuras, era de rigor casi siempre, dada la rudeza de las costumbres ipopulares, sufrir las groserías y las imi>ertinencias, bien de obra o de palabra, de los concurrentes. De tales fiestas populares nocturnas, fonmó época en los sucesos que ahora se evocan la que en honor del general Fernández de Córdova, tuvo lugar en la ciudad, iprevio el acuerdo del Concejo en sesión capitular die 5 de septiembre de 1639, que en síntesis parece consistió en una ilumina-ria general a cargo die los vecinos, y para frente a las Casas Oonsistoria-les, se convidó a los caballernis y gente de distinción de la localidad, para que "salgan de imáscara y librea, y qe. los mercaderes de esta ciudad en la merecida que en la actualidad disfrutan. Debido a prejuicios antiguos, nadie creía en su ciencia empírica, que en España únicamene era posible entonces tomarla de textos anticuados. Galeno, iHlipócrates y Avicena; abusaban enormemente en sus curas de ila flebotomía. El pueblo, en todas sus clases y condiciones, confiaba más en los remedios caseros y en el auxilio de lo alto, que en la eficacia de los métodos terapéuticos de aquellos San-gredos, puestos en evidencia en Gil Blas. Fueron durante mucho tiempo proverbiales en el vuligo ios conocidos refranes: tomar el pulso es pronosticar al enfermo la losa y el médico lleva la piala, pero Dios es el que sana, y a ellos se atenían generalmente altos y bajos. Como botioariois figuralban por este tiempo, siglo XVIII, D. Juan de Bustamante y D. Pedro Paroy. Sus trastiendas eran a veces puntos de reunión y tertulia de los galenos de la ciudad. Según estuviesen más o menos concurridas, indicaban el estado de salobridad de la ciudad. En ellas se hablaba y comentaba algo más que de jaleas, jarabes, julepes, elixires, etc., drogas que es notorio procedían de la famarcopea judío-árabe, tisanas, cataplasmas, fomentos y otros remedios. Las tiendas de los banberos, que en aquellos tiempos estaban agremiados, colgaban a la puerta la indispensable bacía, a la que algunos añadían unas cuantas muelas grandes, ya que por entonces no existían los modernos odontólogos. Las tales tiendas eran también punto de reunión de los desocupados y centro de murmuraciones, sátiras y epigramas, mezclados con laa noticias de lo que sucedía en la ciudad y fuera de ella. La gente en aquella fedia no solía afeitanse en su casa, como ahora, y esa operación, hecha de tarde en tarde, lo mismo que el pelado, se reservaba para liacerla en la tienda del barbero, que generalmente simultaneaba su oficio con el de sangrador y, isubrepticiamente, hacía de curandero, con sus untos, yier-bajos y conjuros, si estos últimos venían a cuento. La obstetricia estaba a cango de comadronas, que eran examinadas por las autoridades eciesi&sti-oas, ipara si en los trances de las parturientas »abíain cumplir con sus deberes religiosos. Para nada intervenían en esto los médicos. 11 Ja noche siígrte. hagan la diemostradán de fiesta qe. les pareciere y como áe «Has se espera, y lo mismo los oficios, qe. cada uno lo qe. pudiere. Y aisimismo se convida a los mercaderes ingleses y forasiteros p? qe. la noche qe. se Jes señalare o de día, hagan conforme Jos parezca. Y aisimiismo al luigaT de Santa Cruz se les pide vengan a esta ciudad una tarde o noche con esta fiesta y p5 dar remate, se hagan covertores de Ja Plaza principal de esita ciudad, convidando a toda Ja gente de a caiballo de esta Ysla, y una sortija por tres días "en la plaza del Adelantado" (4). Saibido es que este general Córdova había salido ibien librado de un intento de cautiverio desleal, al tratar de ipaaar en revista de inspección a Ja isla de La PaJma. Vida agrícola: los labradores Por ser la ciudad de La Laiguna esencialmente agrícola por las tierras de pan sembrar que la circuían, siempre contó el honrado gremio dé labradores que, fuera de algunos de éstos, ricois por la extensión de sus herédales, vivían de Jas tierras de Jos Propios del Municipio, cuya corporación arrendaba anualmente tales terrenos, mediante subastáis, con lo que en rigor ocasionaba la ruina de Ja mayoría de tales cultivadores del campo, porque se les exponía en aquellas periódicas pujas a que por un mal entendido amor propio, al despertaír en cada Jicitador el deseo de quedar vencedor de sus contrincantes, acarreaba irremisilblemente la bancarrota de Jos pobres campesinos, que tan poco retribuido veían el esfuerz.© de su honrado trabajo. Tajnpoeo la aigricultura podía progresar ni salirse de rutinarios métodos, en tierrais que el cultivador no podía considerar como propio». El Conquistador, con mejor deseo que fortuna, lo sacrificó todo al objetivo de crear en Tenerife un Municipio rico y señaM a Ja ciudad de La Laguna, en concepto de Propios, "todo el campo que alcanzaiba con su vista, sin contar los muchos montes, las aguas del Pino, -parte mayor de las aibundantes de La Orotava, otras fuentes, diversas dehesas y terrenos bajía) En La Laguna formaron época en 1671 las fiestas que en ella se celebraron con motivo de Ja canonización deJ rey San Fernando. Además de Jos cultos religiosos celebrados en la parroquia de Jos Remedios, huibo comedias, danzas de bailarines como en Jas fiestas del Corpus, fuegos artd-fioiales, que se quemaron en la plaza de San Miguel o del Adelantado, etc., según de todo quedó constancia en las actas del Cabildo tinerfeño, agosto deíL citado año. 12 dios en casi cada pueblo y las otras rentas—dice el historiador Francisco María de León en sus "Aipuntes históricos"—de que Viera da razón". De todas maneras, cayeron en manos del CaJbildo tinerfeño unas 2.904 fanegadas de 1.600 brazas cada una, «óio en las inmediacioneB de la ciudad. Los Rodeos, Baldíos, etc., lo que con »us arrendamientos dio origen a la sufrida clase antes mencionada. Ello creó un probleima agrario, que aplazaría encontrar razonable solución en ibeneficio de los usufructuarios, que tardaron en transformarse en poseedores en plena propiedad de las tierras del Rodeo y sus aledaños, alrededor de 1832. Pero coniste, rindiendo culto a los fueros de la verdad, que tampoco el Cabildo tinerfeño logró con tales tradicionales arriendos el resultado económico esperado, quizá por haberse planteado con escasa previsión rentística y parvo alcance social. Tales deficiencias dieron miotivo a que la condición del labrador lagunero, sobre todo, fuera inferior a la de los demás de su clase en los distintos lugares de la Isla, aunque tampoco la de estos últirnos fuera inmejoraiWe. Tal era la condición de los tiemipos, como si la faz triste y desesperanzada de la Patria en aquellos momentos de su pronunciado declive, quisiera reflejarse en la vida canaria. De todas maneras, el gremio de labradores supo cumplir siempre en lia ciudad con sus deberes patrióticos y religiosos. Adoptó por su patrón a San Benito, aquel santo patriarca fundador del monasterio de Monte Casino, y en las inmediamones de la población, caibe los sembrados de trigales, le alzaron una ermita muy capaz, para rendirle veneración y culto. Estado general económico tinerfeño Si nos interesa echar una ojeada general retrospectiva sobre el estado social y eoonómioo tinerfeño durante los ciclos que ahora se conisideran, reflejo exacto de lo -que alguiem llamó "la primera zozobra" del XVII y el "examen de conciencia" del XVIII, nos bastaría fijarnos en la oposición que por parte del Calbildo se hizo en 1636 a la fundacióm' de un convento agustino en el puerto de Garachico. Patentiza el acta capitular "la disminución y pobreza en qe. está la Isla, pues ordiinariamente se cogían en años pasados 28.030 pipas de vino qe. es todo lo qe. tiene de sustento y al presente ha llegado atanta la diismimución qe. no se han cogido sino 12.000 pipas y desde el año de 23 a este ipresente, no ha llegado a 16.000 conque si hubiera de beber en la isla «1 vino, qe. no se había de tober qe. pr. po- 18 bre no lo gastaii, no hubiera p* cargar pipas fuera de la isla, con que todos los mol-adores de ella estamos pobres, cortos y con notables necesidades, y hay en la isla quince conventos de frailes, y cinco de monjas, qe. es la mitad más qe. hay en las otras seis islas, y cuando estos se fundaron, y la iala no lo contradijo, se fundaba en estos frutos qe. han faltado y hoy no puedie sustentarlos qe. están; y qe. sen daieño« los frailes dte casi toda la hazienda de la isla oon sus tributos y capellanías...". No se crea, sin embargo, que los regidores ^perpetuos acentúan demasiado las tintes pesimistas en el paisaje social tinerfeño, que de la misma manera podíamos extender a todas las islas sin excepción alguna; pero el mismo comercio de vinos, contra lo que vuglarmente se cree en la actualidad, no dejaba mucho margen de utilidad a los cosecheros, ni beneficiaba gran cosa a fe clase obrera, cuyos jornales eran de miseria y abonables mitad en efectos y la otr« en metálico, que así cobra.ban el importe de sus ventas los pn^ pietarios vinícolas. Por la oondidto antes expuesta oomo característia y corriente en el campesino lagunero, podríamos induór con visión, que se nos antoja certera, la de las otras clases sociales tinerfeñas, carácter que se puede asegurar que permaneció casi estacionario por lo menos hasta los comienzos del XIX. La gran mayoría de las tierras particulares estaban por lo general vinculadas en unas cuantas familias, además de ^gravitar «obre la propiedad censos y tritatos, y el cultivo agrícola mtinario y en manos de aparceros o medianeros, sobre todo tratándose de los más grandes mayorazgos, medieros cfue, por lo general, se sucedían en. las tierras de pa-áres e hijos. Por de contado eran recha^dos de plano, tanto -por parte de ios -propietarios como de Í-US colonos, aquellos procedimientos de labr.^za que pudiesen mejorar las siembras. Nadie cuidaba de que sus heredades se abonasen y enmendasen, ni que las paredes y cercas se recompusiesen, ni que las semillas se renovaran y seleccionasen; en evitación de la degeneración de los frutos cosechados, sin que tampoco los comuneros o medianeros, por no estar estimulados ni ayudados, se esformran para sacar de la tierra labrantía mayor utilidad y provecho. A la obrada de los viñedos, sobre todo de malvasía, parece haberle sido dispensada otra atención por parte de los propietarios y sus mayordomo*, por ofrecer su rama vinícola un mayor alcance comercial en las periódicas fechas en que se obtuvo, bien que, como antes se insinuó, los compradoiee extranjeroa no -pagaban los caldos sino en especie y en metálico, mitad y 14 mitad, Tieservándos€ diversas plazos hasta extinguir el paigo, mientras que los viniateros, que oaTecían de todo espítritu y defensa contra el precio ofertado por los mercaderes, que imponían en fin de cuenitas (siempre la ley, favorecidos como estaban por el exceso de oferta sobre la demanda, lo que produjo un violento epílog'o con el famoso di'rramr de pipas dn vino en Garaohico, en ademán de irritada protesta xenófoba. La comarca rural: alimentación y quehaceres domésticos La ibase de la alimentación de la clase campesina o rural era el trigo con alg'o de maíz o millo, cuando se introdujo este grano en isias, procedente de América, para hacer el "gofio", típico alimento canario heredado de los primitivos indígenas, en unión de las coles y patatas, cuando llegó a igieneralizarae en islas el cultivo de este útil tubérculo, mucho antes de que el farmacéutico Parmentier lo aclimaitara en Francia, que se eomíam durante todo el año, en undón del queso de sus ganados. Y en años de escasez, de tos raíces silvestres del heleciho, después de tostadas y molidas, se ihacían tortas insípidas de tal 'Criptógama, las que comían a falta de alimentos mejones. La mujer, aparte de las habituales ooupaoioneis die la casa, oriainza de hdjos, cocina y costura, y de ayudar a veces a los hombres en las laibores del campo, se ocupaba del telar en el que fabricaba algni- Tnos lienzos para isá;banas, camisas, enaguas, oaüzoncillos y demés prendas propias de personas y de la economía domésitica, y como operaciones preparatorias del telar, el escardado e hilado de lanas y plantas textiles, como el .lino y cáñamo. El telar no era, empero, exclusivo de la comarca rural, sino que aibundaba en las mismas polblaciones de tipo urbano, así como el molino dte mano y el horno para cocer el pan casiero destinado ail consumo familiar, sobre todo el que se preparaba anticipadamente para comerlo en días de granjdes festividades. Tamibién se tejían en los telares casero» lanas finas de variios colores para enaguas dominigueras, mientras que las destinadlas al continuo diario eran, por lo ¡general, listadas de azul y blanco, moda femienina que alcanzó hasta el siglo XIX. Para el sexo masculino se tramaban y urdían iguiaJea telas, calzones, chalecos y chaquetas, medias dIe lana para ambos sexos y démóis aplicaciones. Sin embargo, entre la polbretería ®e vino poco a poco introduciendo la costumbre de «m-tirse de telas venidas del Extranjero, algtmais de las cuales ya hemos visto que los jorn¡aleras de campo 15 recibían en pago parcial de isus jornales, pero tales géneros, aunque de n>ejor apariencia a veces, eran de menos duración que los procedentes de las artesamías isleñas, aaiinque el entraimado de estas fuera un poco más burdo. De todto esto y con la sencillez en él habitual, mos ha dejado üm cuadro completo en diversos de sus manuscritos, el curioso observador Pe-reira Pacheco y Ruiz, que aunque lo refiere a comienzos del sigilo anterior, podemos muy bien retnotraerlo a los tiempos del mismo Peña, ya que es notorio que entonces las clases populares propendían a un sentido social estacionario, al que las mismas leyes suntuariias con su® juiciosas barreras al lujo exoesiivo favorecían. Los censos, el mayorazgo y la hipoteca Signo dte su época, muy propio de las centurias décimo-iséptima y déci-mo- ootava, fué la multiplicación de los Mayorazgos, que antecedentemente eran muy escasos y reservados únioamente a los grandes terratenientes, de lo que dio claro ejemplo el miismo conquistador Lugo en el XVI. Todo el que podía, esipecialmente los clérigos seculares, instituía un mayorazgo en beneficio de su linaje y para lustre del apellido. Pero como gran parte de las propiedades rusticáis y aun urbanas, estaban gravadas con censos eoleaiáistioos en favor de iglesias, frailes y monjas, tributos que unas veces consistían en especie y otras en metálico, aibonados aquéllos generalmente por San Martín de cada año, era difícil el cumplimienito diel camón establecido en las escrituras fundacionales, sobre todo en años de penurias y de malas cosechas, casos frecuentísimos. Estos inconvenientes y la maliciosa exégesis de aquellos dlocumentos eran motivo de repetidas contiendas, para regocijo de abogados, procuradores y escribanos, hasta venir a parar en pronunciamientos de la Real Audiencia de Canaria o die la de grados de Sevilla, según la cuantía de lo ventilado en el litigio. Casi todbs loa poseedioires de mayorazgos importantes procuraban construir suis casonas solariegas, sd antes no la» habían heredado de sus mayores, Wen en la ciudad o en lugares destaioados de la isla, como en la Villa de La Orotava y en el puerto de Garachico, además de sus casas de campo en haciendas de alguna extensión, en las cuales acostumibraban pasar lar-gm temporadias para vigilar de cerca la recolección de sus frutos, sin que, por otra parte, prodigaran las visitas a las demás tierras de menor valía, situadas en apartados parajes. Conitentábanse esta clase de mayores 16 o menores teiraitenientea, vag-os y ociosos casi siempire, con recibir de ellae el producto que les oorreapondía en las cosechas, esto es, tógio, cebada, patatas, frutas y hortalizas, que les entregaban mayordomois o aparceros. No se concebía entonces visn mayorazgo sin viñas de malvasía, tan in-dispenisable como isus pergaminos de más o menos hidalguía, como tampoco era notorio que no podría vivir con el dtecoro suficiente sin la tierra y sus aplicaciones labradoras. Los segundones de cada casa de las de honra y ijxrez eran destinados a la milicia, sentando en ella plaza de simples soldados; a la Iglesia o al estudio de Leyes en las Universidades, entonces tan multiplicadas en la Madre-patria, eingulármente in la famosa de Salamanca o en la de Maese Rodrigo de la ciudad del Betis. El blasón de linaje o del apellido, aunque generalmente no Jo ostentaba todavía la casa solariega, era fuerza lucirlo isobre las lápidas sepulcrales en los templos parroquiales o mejor conventuales. Y el día que la mediocridad se cernió angustiosa isobre el agro, o porque surgió el ipleito vincular sobre mejor derecho de poseedor, o por la prodiígalidad inxprevisora del vinculista, o porque se quedase alcanzada en el manejo de fondos ajenos públicos o de oo-fradías, casos nada infrecuentes, surgía a menudg la hipoteca, que se legaba a los herederos, empobreciendo la Casa y hasta llegando a eclipsar el luatre de la estirpe, muy antes de que las leyes desamortizadorais feneciesen la institución vincular familiar en el pasado siglo y contribuyesen a variar todo un paisaje jurídico, que tanto' tenía de familiar como social en matiz de privilegio hereditario. , Nuestro Núñez de la Peña vivió de cerca aquella época del esplendor y alternativa económica de los Mayorazigos, que no siempre dimanaron deil agro patrimonial conservado a través de varias generaciones, sino de afortunadas transaocioTies mercantiles, sobre todo en familias de origen extranjero establedas y naturalizadas en el país, que en éste improvisaron for-tunias al socaire de afortunadas operaciones comerciales, pues no sólo la Agricultura sino el Comercio, han sido en todo tiempo en nuestras islas afortunadas los pilares fundamentales de su economía. Los artes y oficios laguneros Entre las antiguas y numerosas asociaciones gremiales que contalba en su recinto la ciudad lagunera, figuraban entre las "mayores", como en todas partes donde estaban organizadas, las de sastres, pedreros o canteros, oar- 17 pinteros, iherreros y zapateras, cuyas eorporaciones o cofradías cuando acudían a los actos públicos, organizaban sus especiales danzas de aire geórgico y a isu cargo deibdó estar llevar en las procesiones del Coripus la "ibi-cJia" o "tarajsoa", figura de «ierpre monstruosa, que a juicio de algunos representaba místicamente el vencimiento glorioso de Jesucristo sobre los poderes infernales. La tal "tarasca", en unión de los "gigantes y cabezudos" o "papahuevos", se guardaban en los graneros deJ Caibildo, sitos donde hoy está el edifieio del Mercado, liasta que el Real consejo de Castilla suprimió en 1778 isemejantes ridículo« fantasmones, por irreverentes y es-oandialosos. No se reducían a los anteriores los oficios que existían en La Laguna, sino que en documentos epocarios, a cada momenito se tropieza con los laneros, muy extendidos en la ciudad, sederos, sombrereros, torneros, toneleros, silleras, albarderos, zurradores, curtidores, espaderos, molineras, arrieras y hasta pescadores. Los alcaldes o veedores de algunas de los anteriores oficios eran designados anualmente de ordinario por el Cabildo o concejo insular. No quisiéramos aventurarnos en apreciaciones «obre eil aprendizaje que entonces se estilaba para cada uno de los oficios, pues hasta ahora no hemos tropezado expresamente contratos de esta especie, entre maestras y aprendices, en los antiguos registros de instrumentos públicas, aunque ®í podemos afirmar que los aprendices, por regla generaJ, moraban en la casa del maestro, por lo menos en el período de su inioiaoió.n en el oficio, aunque recibían del maesitro por lo general un trato duro, por no decir cruel, llegando incluso a los oaatigos corporales. Ningún industrial podía entonces ponier tienda ni usar de su oficio sin estar examinado de los respectivas Veedores; y al examinado que acreditase aufioiencia o aptitud, se le expedía por él Concejo o por los Veedores en su representación, el correspondiente título, conforme a antiguáis reales pragmática», que estuvieron en observación hasta que lois Cortes del Reino decretaran en 18S6 su supresiión, lo que fué el golpe de gracia para las ya entonces láiniguidas asociaciones gremiales. Como muchos de estos gremios mayores y menores formaban sendas cofradías, ya los de un mismo arte u oficio, bien agrupados con otros afines, usaban en actos públioas y prooesioines sus resipectivos estandartes. Así laneros y .sombrereros, usaban el de San Severo, su patrón jurado; los zapateros y afines, cuyos titulares eran San Crispín y San Crispiniano, en-aiibolaibao su enseña en la cual figniraban como atnibutoe siiníbólicas la pía- 18 ta de cabra, la cuohilla y la bruza; los oarpinterois, a cuyo gremio pertenecían todas las artesanías que se freJacionaran con- la madera, incluso los escultores, tenían par «u santo titular a San José, y los sastresi, a San Andrés. Posiblemente algunas de estas cofradías intervendrían en la fiesta de San Roque, abogado contra la peste, como ocurría en otras partes. En otros aspectos, aquella intensa vida relig-iosa, tan peculiar en el pueblo español, dio margen al relativo desarrollo de las nobles artes de la Pintura, Escultura y Música, todas ellas surg'idais ai amparo de parroquias y conventos, y paralela a las mdamais, la artesanía dte los pilateros, que a veces no se tenían por artisitas de menos categoría que los de aquellas nobles artes pl&sücm. Nadiie que tenga ailg'ún mediano conocimiento de la historia del Arte pictórico hispano, ignora que hacia fines del XVII y comienzos del isiguien-te aiglo ae haibía iniciado en la Miadre-patria la decadencia de sus distintáis escuelas de pintura, aunque algunos esfuerzos hicieran artistas tales como Palomino, Viladomat, Llórente, Luzán y otros para continuar la labor de los grandes maestros; de aquí podemos y debemos tomar pie paira juzgar el escaso mérito que en Canarias podrían alcanzar loe diedicados a líos pinceles; por eso cuando había necesidad de adquirir aligún lienzo de buena factura, había que enoargarlo fuera de islas, bien a Fíandes, con cuyos estadas lleválbamos estonces frecuentes relaciones comercáales, ara a nuestra Península, come dle esto último hay ejemplo con el cuadro de Santa Ana, que exiate en el altar del trascoro de la catedral de Las Palmas, que fué abra de Roelas. Ello no obsta para que las crónicais y documentos tinerfeños hagan fugaz mención de algunos de estos pintores nuestras, tales como de Juan Deltre, fallecido en 1687, de Salvador AJvarez, Bartolo-mó Bautista, Domingo Pérez, Gonzaío Hernández, José Núñez, que vivieron en el XVII; de Juan Leonardo, Nicolás Lorenzo de Fleitas, Bernardo Martín de Fleitas, Andrés dé Fuentes, etc. Entre todos los aficionados a la pintura de aquellos tiempos, es indu-diaJMe que aabresalieron, además de Juan Delte y Jerónimo Príncipe, cuyo óbito ocurrió en 1739, el canario Cristóbal Bemández de Quintana, que fué sepultado en la parroquia dle las Remedios, donde haibía dejada las muestras de su arte, el 29 de noviembre de 1725. Su hija Domingo, fallecido en 1763, cultivó también él arte de isu padre, por lo que pudieran hoy confundirse los lienzos de uno y otro, aunque Cristóbal gozó de mejor re-poitación prafesionail. Un Lope dé la Guerra, perteneciente a diatiniguida 19 familia lagTinera, pero al parecer no iniuy sobrado de recursos, vivió del arte pictórico hasta siu falleciiniento ocurrido en 1729 y parece fué maestro de otro pintoir y esicultor que figuró años adelante, llamado el "Moño", José Rodríigiuez de la Oliva, fallecido en 1777—"Historia de la conquista die lia Gran Canaria", pág. 157—y del que quedan en La Laguna algunos retratos e imágenes, entre ellas una "Dolorosa", tema éste de la pasión de María tan preferido de los imagineros esipañoles y síntesis dé sus tres grandes dolores, en éí Calvario, en la Piedad y en el Entierro, como dice nuestro Orueta. Sebastián Alvarez, Fr. Agustín Alfonso de Torres, orota-venise y a.gustino, que murió en 1790, Carlos de Acosta, autor de las pán»- turas. murales del Ayuntamiento lagunero en 1764, recientemente restau-radaa por el imaloigrado pintor Alfredo de Torres, podrían compJetar Ja anterior lista. Y entre los escultores, el Licdo. Quevedo, Antonio die Gorva-rán, Lázaro González, Andrés de Castro, que talló el retablo barroco de la capilla mayor de las monjas claras laguneras y quizá también ihaya trabajado en el no menos magnífico de la Virgen de los Remedios, altar colateral existente en la catedral, aunque él de las clarisas no lo terminó y lo contiiyuíaron entre otros maestros tallistas, FVancisoo Antonio, hacia 1739, según el P. franciscano IndhauíPbe en su Historia de fundaciones en Tenerife, La Laguna y Garachico. Los pilateros laguneros debieron entonces tener frecuentes encargos a la vista de la demanda que había de vasos sagrados, cálices, custodias, navetas, imoensarioí, lámiparas, etc., de que todiavía quedan elocuenetes muestras en todias las iglesias de la región canaria, amén de joyas para los par-tioullares, a que tan aficionadas eran ya las mujeres. Consta que fueron, plateros en la urfbe lagunera por el tiempo que historiaimos Diego González, Juan de Vega, Seibastián Alvarez, Diego Gutiérrez, José Antonio Pendche, Bartolomé Lorenzo, etc. Anchieta en su conocido "diario" cita a otros menestrales de esta clajse ,apellid'adlos Pardo y Romero. Había artífices de esta dase portuigueses, franceses, flamencos y de otras nacdones, así lo eran los Norman y Vigoit, Jacques Pemán, quizá Juan Roberto y otros. De todas estas artesanías quedan noticias en los libros sacramentales y de dé-fundón de amibaa parroquias laguneras, y en comprobación de cuanto sobre el particular venimos afirmando, puedte d curioso lector acudir a las fuentes citadas, así conxio en. el archivo municipal lagunero (5). (5) La calle de San Juan era sitio donde moraban mucihois artesanos, 20 Lejos todavía los tiempos en que el capitalísimo, oon sus ventajas e in- ' convenientes, transformó la vida económica mundial, manifestábaise en Ganaríais, como natural prologación de Castilla con sus influencias flamencas, lusas e italianas, la tonaliidad de sus Artesanías con isoí originalidad, laboriosidad y ejecución personaJísima, partiendo de la materia prima ddis-ponible, obras casi todas ellas, desde las bellas artes plásticas hasta los oficios agremiados en sus diiatintos grados y matices, profundiamente hogareños, familiares, exentas del maquinismo, de la fabricación en serie y de las divisiones del diario quehacer que modernamente han impuesto los preceptos algo complejos de la Economía política. Todas aquellas obras, en suma, se distinguían por llevar impresas el sello individual de su arte más o menos logrado, casi siempre superiores en calidad y diuración a la similar fabricada hoy industrialmenbe y de sentido más profundamente cristiano, sin las rebeldías y ¡repulisas entre el capital y el trabajo del hogaño. Los comercios lagruneros de la época Siennixre fueron nuestras islas—reiteremos esta observaición—esencialmente agrícolas y comerciales, de modo que la Agricultura y el Comercio han sido los puntales de su peculiar economía. El ramo comerciail más' importante y lucrativo era de ordinario ejercido por los extranjeros, singular-memte flamencos, genoveses, iriandeses y franceses; y a la siomibra de sus €Jem5)los, fueron aficionándose a las tareas mercantiles los hijos del país. Por este tiempo sostenían en La Laguna casas comiemales de alguna iim-pKxrtanicia, los Dnjardin, Elduardos, de Fau, Saviñón, Juan de la Luz, Claudio Vigot, los Moustillieps, los .Wading, Felipe Piar, Adrián Oramge, Matías Suárez, Andirés Armas, los Botinos, los Lenaird', el genovés Juan Nicolás Mongeoti, etc. Y entre los venteros, estaban Anigela la "Cucaracha", tales como allbañiles y canteros, zaipateros, carpinteros, etc., como a»imie-mo los había en la de Fagundo. Entre los maestros de cantería figuraban: Juan Benftez, Juan, Lizcano, que ipor cierto dio nombre a la citada calle de San Juan; Juan González Agate, Juan Rodríguez Bello y otros. Entre los carpinteros: José Pérez y Melchor de Sosa; este oficio, lo mismo que el de zapatero, era de los más comunes ?n la ciudad; Diego de Mesa, maestra da tonelero; Juan Bautista de Abreu, Gaspar Taibares, ziaipateros; Pedro de Aguilar, sombrerero; Antonio Pérez, sastre; Diego Viera, maestro de sedero. La menestralía de sombreros y de sastres era también muy numerosa en lai áMáaá. 21 Ana González y su imarido Pedro Lorenzo, en la plazia de la Concepción, Lorenza Ferrer, que vendía cintas y pañuelos, Leonor de San Pedro, la pastelera, en la calle de Hierradores, Diego González, vendedor de aguardientes, María Pérez, la vendedora, y otros pequeños y típicamente mier-caderes, algunos de los cuales llegaro« a reunir sus ahorrillos, que en algún caso particular fué la base de la fortuna de sus descendientes. La instrucción primaria de aquellas ceoiturias La enseña,nza primaria durante los siglos XVII y XVIII, particular-menite la de los tiempos de Núñez de la Peña, se puede decir que continuaba descansando sobre los ibaises y constitución XXII del sínodo que en Canaria convocó en octubre de 1597 el obispo D. Diego de Muros, que estable^ ció las escuelas parroquiales a cargo de sacristanes, convertidos en "maestros de avezar niños", o de clérigos doctos, pero tales enseñanzas creemos que decayeron a medida que en las localidades se iban fundando conventos de fraües que, en unión de otros estudios superiores, por lo general establecían en sus claustros escuelas de enseñar a leer y escrilbir a los pocos párvulos que entonces concurrían a ellas, pues así resulita de expedientes de viisiitas eclesiásticas, auaique es verdad que en sínodos posteriores ee rar tificaron en la materia los preceptos del de Muros. El Cabildo de Tenerife que desde el XVI venía sosteniendo con sus propios la cátedra de Gramática o de Latín, previa la anuencia de la Corona, consideró tamibién la utilidad de una escuela de primeras letras y en acuerdó capitular de 19 de eneró de 1714, nombró maestro de primeras letras a Francisco Gutiérrez, dotándolo con el mísero salario en especie de cahiz y medio de trigo, pero que debía traer para este percibo que era anual, la "aprobación de S. M." No ise entendía entonces la enseñanza primera como función sociad al ai-oanoe de la masa como en la actualidad, y huérfana casi del patrocinio oficial, imantúvose casii en estado embrionairio y se puede decir que al mero albedrío de los que pocos se aventuraban a ejercer la función, sin otro título que una rutinaria práctica estimulada por una escasa remuneración. Los mismos escribanos y notarios públicos solían compartir tan obscura labor pedagógica en el avenamiento de los niños, respecto de los que aspdraiban iniciarse en tales rudimentos, con fines ulteriores. La generalidad del pueblo era en todas partes analfabeto, presentándose así un panorama nada halagüeño. Sin embargo, abundaban en proporción mayor los iniciados en fa- 22 (mitades mayares y menares, sobre todo en el clero, cuya colación de gradas recibían en cenitros univensiitarios de La Madre-patria. Datos demográficos tinerfeños Oonforme a una carta dirig^ida el 26 de febrero de 1707 aj la Suprema por los inquiaidores de Canaria, Corvaoho y Benítez de Lug-o, Tenerife en los camienzoa de aquel siglo, tenía el siguiente vecindario: Primera zona o partido de La Lagruna: Esta ciudad contaba oon 1.500 vecinos y 12 lugares, que eran Santa Cruz, con 500 vecinos; Güíimar y Ara-fo, otros 500; La Victoria y La Matanaa, 260; Bl Sauzal, 30O; Tacoronte, 700; Tegueste y Tejina, 150; Taiganana y sus término®, 20O. Segunda zona o partido: Villa de La Orotava con 1.380 vecinos, y eu Puerto, 628; Santa Unsula, 250; Ohaana, 550; Granadilla, 227; Arico, 216; Realejo de abajo 350; Realejo de arriba, 320; San Juan de la Rambla, 232. No lo dice la relación, pero sobre esta zona entera tenía jurisdicción judicial «1 Teniente de Corregidor, que con el título de Alcalde mayor residía en Ja Villa de La Orotava, que sólo tenía de villa el nombre, pues continuó careciendo de Ayuntaimieinto o Municipio formal. Tercera zonia de Garaohloo o Daute: Villa de Garachico, que acababa de «ufrir los efectos del volcán, y la cual de 584 vecinos que antes tenía, había quedado reducido isu número a 200; San Pedro de Daute, 60 vecinos; Los Silos, 169; Buenavista, 307; Villa de Santiago, 179; Villa de Ad«je, 120, y El Tanque, 80, aunque antes de ser invadida por la corriente volcánica contaba con 260 vednos. El ya populoso lugar de Icod de los Vino® formaba un distrito indepeín-diente del partido de Daute, en unión del lugar de Fuente de la Guancha. Icod parece contaba con 1.000 vecinos y la Guancha con 200, sii bien en las Sinodales del obispo Dávila y Cárdenas, formadas en 1735, aparece Icod con 911 vecinos, y su aledaño la Guancha con 224. No obstante, conviene tener en cuenta que la Inquisición de Canaria paira formar el anterior cómputo demógrafo tuvo en cuenta un padrón de islasi levantado en 1688 y que le había faciliitado el alférez mayor d*l Cabildo de Gran Canaria, D. Agustín del Castillo, concienzudo e independiente historiador de nuestro Archipiélago. 2B Estado de los estudios históricos isleños antes de Núñez de la Peña Oiertamente que con los defectos qu« más tarde examiniairemiois, en nuestras Islas, la histQiriografía, en la que tampoco escaseó la leyenda y adgo de legenda, ofrece larga traddcdón, que por lo que a Tenerife resipecta, comenzó a condensarse en letra impresa a partir del año de 1594, con la yior blicación en .Sevilla "De la aparición y imUagrosi de la Samta Imaigen de Nuestra Señora de Candelaria", isalidos de la pluma devota del padre do-mináeo Alonso de Bapinosa, natural de Alcalá de iHtenares y conventual que fué en el lugar de Candelaria. Es libro que uno de nuestros eminentes críticos de la Madre^patria oaiifica de los más dmportantea y fidedignos, en el cual su autor recogió de laibiois de los cautelosos guanches que todavía moraiban por aquellos contornos, unos ochenta años después de la conquista, tradiciones de aquellos indígenas que sin su cuádado e interés se hubieran perdido, además de algunos términos de su primitivo léxico. El obispo D. Fernando de Figueroa, con ocasión de un viaje que este prelado realizó al santuario en 1B90, parece ser que fué el que influyó sobre el observador dominico para que diera a la esitampa tal obra, que por cierto estuvo en lastimoso trance de desaparecer en la totalidad absoluta de auis ejemplares, que habían procurado acaparar miembros de la familia en-tonces poderosa de Hernández de la Guerra, -porque en sus páginas había hecho afirmaciones el autoir que ponían en tela de juicio la legitimidad y origen de aquel linaje. De tal isañuda persecución únicamente logró salvarse un sólo ejemplar del librito, que guardó cuidadosamente un vecino, aunque nosotras juzgamos un tanto exagerado e»te episodio. Luego del fraile Espinosa, el poeta y médico lagunero Antonio de Via-na imprime en al citada capital andaluza, año de 1604, las"Atntigüedades de las islas Afortunadas", escritas en verso suelto y octava rima y en cuyo poema nuestro Viana recoge las principales tradiciones que todavía se conservaban sobre los conqnistadcires y los Menceyes guanches. El padre franoiscanio Fr. Luis de Quirós, que fué en Canarias ProvinciaJ de su Orden, así como comisario y reformador del convento grande de San Miguel de las Victorias, editó en Zaragoza, año de 1612, su libro sobre el Smo. Cristo de La Laguna, pero estaba reservado a otro hermano de su regla, andaluz de nacimiento, el padre Fr. Juan de Abreu Galindo, escribir la primera ihistoria g»eneri»l del Archipiélago en 1632, que ed bien no fué de pron- 24 to dada a la estampa, se difuindiieron variáis capias 'manu'scritas de la mis-roa, lo que permitió al marino y viajero escocés, Jorge Glasis, traducirla al inglés y luego puiblicarla bastante alterada y con criterio de protestante en 1764, hasta que ya en el siglo ainterior y año de 1848 fué publioada ajustándose al original del autor. Sabino Berthelot en su "Etnografía" salvó del iolvido al religioso carmelita, FV. Pedro de Quesada, tinerfeño y fallecido en Sevilla en 1661, que llevado de su curiosidad e interés nativo había logrado reunir divensas noticias para nuestra historia particular, tomadas, en gran parte, de Andrés Bemáldez, conocido par "Cura de las Pivlacios" y iLmosnero que fué del arzobispo hispalense, D. Diego Deza. Trató Quesada en particular de lais tres iislaa más importantes, a saber: Tenerife, Gran Canaria y La Palma, y de las antiguos derechos de los Perazas a las Canarias; y respecto del famoso árbol de la isla de El Hierro, el "Garoé", explica el fenómeno de la licuación de las nubes, sin recurrir a fantasías, ni a, innecesarios para el caso, milagros. En esita revista harto sucinta de nuestros historiógrafos no nos cabe silenciar a otro imédico, salido de las aulas salmantinas, nacido en la ciudad de Telde, el Dr. D. Tomás Arias Marín y Cubas, que hacia fines del XVII, y dedicada al Dr. Ronquillo, terminaba su "Historia de las siete Islas de Canaria, origen, descubrimiento y conquista", compuesta en tres libras, de los cuales en el segundo trata de las usos, costumbres y naturale-zia de los indígenas, además de aportar en el primero noticias que demuestran el interés personal que mostró en sus investigaciones, si bien su último libro lo juzgamos hoy poco aprovechable, salvo los juicios que hace sobre la antigua y desaparecida imagen de la Virgen de Candelaria y aun de la de las Nieves en La Palma, forma de disecar que tupieran las autóctonas a sus cadáveres y semejanzas de lenguaje con pueblos antiguas, es-pecialmenae con aligunos de África, teorías que hoy la crítica moderna está en el ejaso de depurar y examinar con bases más científicas. Este Marín fué condiscípulo en Salamanca con los tinerfeños D. José Tabares de Cala, abogado de nota lagunero, y el Dr. Fiesco, y uno de Tos testigos del Bachillerato en Cánones del primero dé los citados, el 2 de mayo de 1662. En 1649 concluía otra histoiria de Canarias, aunque'poco vulgarizada hasta la fecha, D. Francisco López de Ulloa, natural de ellas, la cual fué dedicada al año siguiente, por el autor, a D. Antonio Alosa» Rodarte, caballero de Santiago y secretario de Estado en el Consejo supremo de la In- 25 quiísición. Su manuiscrito se conserva en el Archivo Histi'rico Nacional, sección correspondiente, en la cual existe otro orig-inaü titulado "Relación Histórica de las Islas Canarias", pero indebidamente caitalogada. como del anterior autor, aunque es de autor anónimo, en cuya relación o narrativa, que alcanza hasta 1722, se aportan interesantes noticias sobre fauna y flora isleñas, oomerciio de vinos, en los que se hacen corasiideracioneis análojfas a las nuestras; rentas reales, estanicois del tabaco, sistema monetario, etc., etc. Por último, al parecer en 1666 un padre franci^scano, Fr. Juan Antonio, que era conventual en el Real de Las Palmas, copia la crónica que con más o menos fundamento racional se viene atribuyendo a Jáimez de Sotomayor, alférez de la conquista de Gran CanaTia, memorias que mencionó Viera y Clavijo bajo la denominación de "manuiscrito antiguo", y si nos atenemos a la afirmación de Millares Torres, se conserva en la Biblioteca Provincial de La Laguna. Pero la historia entonces distaba de escribirise con los hétodos cada vez más rigurosamente científicos que en la actualidad, y de las mismais deficiencias hijas del tiempo en que vinieron nuestro* historiadores., adolesoie-ron éstos, como con más amplitud examinaremos más adeHnte ol proseguir en la biografía propiamente dicha de nuestro protagonista. (Continuará.) |
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