N¿imro 63 JuKo-StpHembre de 1W
FACULTAD DE HLOSOHA Y LETRAS DE U UNIVERSIDAD DE LA UGUNA
REVISTA DE HISTORIA
Director: •! DMORO, DR. ELIAS SERRA RAFOLS
Temo IX La Laguna da T«n«rif« (islaa Canariaa) >^no XVI t J
Villa de Arriba y Villa de Aba}o
POB KMMA GONZÁLKZ Tf ANKS
Hasta hace treinta y cinco o cuarenta años, los moaalibete® laguneros solían
aún aigruparse en dos bandos perfectamente diferenciados i>ara jugar "a la guerra"
: los de la Villa de Arriba y los de la Villa de Abajo. Cómica reminiscencia
d« antigua y enconada rivalidad que durante siglos se manifestó sinigularmente
en loe frecuentes y reñidos litigios sostenidos entre las dos parroquias, la de la
Conoepción y 'la de los Remedios (1). ¿Dónde encontrar el origen de este odio
secular sentido por los dos barrios que formaban la procer ciudad de San Cristóbal
dé La Lag^una?
La romántica leyenda de los amoríos y trágica muerte del hijo mayor del
primer Adelantado, pretende darnos la explicación. D: Fernando de Lugo, biza-iro
y valeroso mancebo, aventurándo"íe donjuanescamente en uTva de lu» estrechas
callejuelas de la villa alta, en busca de misteriosa beldad, jamás identificada,
cayó una noche bajo la espada dri rival ctíloso o de algún pariente de la
dama que se sintiera ultrajado en su honor familiar. El Adelantado, no pudden-do
vengar la muerte de su primogénito, por haberse acogido d matador al asilo
de la Iglesia (2), decidió abandonar aquella parte de la población, en la que hasta
entonces tuvo su morada, y trasladarse al extremo opuesto de ella, frente a
la plaza que luego tomó isu nombre; y para no ver siquiera—continúa la tradición—
«1 «¡tio donde tan funesto suceso habla tenido lug^ar, torció la línea de la
(1) Véase noticia de estos litigios, especialmente en Rodríguez Moure,
"Historia de la Parroquia Matriz de Nuestra Señora de la Concepción de La
Laguna", 1915.
(2) M hecho de refugiarae el presunto culpaible de un crimen en el sagrado
de un templo, era corriente en otras épocas. En esta misma ciudad de LA
laguna encontramos casos análogos en Quirós, "Breve sumario de los milaírros
que el Santo Crucifijo... ha obrado...", 1612; y e.n Birch, "Catalogue oí a collec-tion
of original unanuscTipts...", 1903. M refugiado podía vivir allí indefini-dfloieo'te.
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I calle de la Carrera e hizo el recodo oue aun hoy perdura, tomando en franca
I oposición, en oddo implacable, el «eñalado apoyo que haista aquel momento había
^ prestado a la parroquia de la Concei>ci6n (3).
I De esta forma intenta la leyenda darnos a conocer el origen' de la enemis-
I tad existente entre la Villa de Arriba y la de Abajo, pero la verdad históricb
I rechaza la explicación, pues aunque no pueda negarse documentali.mente que el
I primogénito de D. Aloniso de Lugo perdiese la vida en las circunstancias' expre-
3 sadas, caibe, sí, asegurar, sin •ningún género áe dudas, que el fallecimiento de
I D. Fernando no fué la causa de las repetidas disensiones entre los dos barrios.
í La razón es clara y sencilla, por ser cotsa comprobada que D. Fernamdo era
I vivo en marzo die 1506, fecha en que figura deiclarando en La Laguna ante el in-
I quisidor Tribaldos (4), y las disposiciones contrarias a la Villa de Arriba datan
¿f ce algunos años antes, según el acta del cabild'O celebrado «1 viernes 24 de aibril
de 1500—Libro I de Acuerdos, folio ÜO—, no citada, por cierto, por ninguno de
los historiadores que se han ocupado de esta leyenda, en la que consta que los
caipLtu'lares presididos por el Ad'ola; tado decretaron (5):
"Cas'ís, penas.—^Yten ordenaron y mandaron que ninguna •persona de ninguna
condición sea osado de hazer ca>sa en la bylla de arryba, ny hagan ninguna
§ cosa en las que tienen fechas en las adobar, so pena que ge lo derrocaran todo
lo que hiziere y le llevaran dos mil maravedís de pen'a y la'S casas que oviieren
rte hazer que las hagan desdel hospital de Santespiritu hazia el lugar de abajo,
so la dicha pena."
"Vender nada en bylla de arryba.—^Yten ordenaron y maridaron que no sea
osado nynguno de vend'er en 'bylla de arryba ninguna cosa, pan ny vino ny carne
ny pescado ny caga ny liento ny paño ny otra cosa ninguna, so pena que perderá
todo lo aue vendyere y pagara dds mili maravedís de pena para los reparos
de la yisla."
Rodríguez Moure muéstrase decidido partidario de la veracidad' de la let.
yenda y se empeña en probar que D. Femando de Lugo no murió en la expedición
de la® Torres en la costa africarfa, como afirma el Padre La Cándara en
su "Nobiliario de Gaüicia", sino en La Laguna (1511). Q¡no no falleí-ió en dicha
expedición lo ha demostrado el Sr. Bonnet en su t'raibajo "Aíonsfo FemATidez de
Lugo y »us conquistáis en África", publicado en el n'úmero 37 de REVISTA DE
%
(S) Rodríguez Moure. "I<o«s Adelantados do Ofin.H-íns", Pe^i Sociedad Económica
de Amigos del País de Tpri<»rife. 1941. págs. 19-22. (Publicadas primero
en los mítr^eros 46-i53 de esta REVISTA).
(4) Rodríguez Moure, "Los Adelantado'H de Can."'~Ts". pá-?. 22.
(5) Es curioso observar que Rodríguez Moure debió tener alguna noticia de
eatas ordenanzas, puesto que en su repetida dbra. "Los Adelantados de Canarias",
pág. 20, dice concretamente, como »i ello formase parte de 1" tradición oral lagunera,
que D. Alon-^o de Lugo condenó a lo» vecinos del barrio de la Villa de
Arriba a oue "no pudierfln reedificar sus morada» y a que en^ él no se vendiera
ninjrur^a, clase de comestible"; pero, como se expresa en el texto, esto no e» mera
tradición o conseja, siendo de notar aue ni Rodríguez Moure ni otro ailguno
alude a la fecha del acuerdo, cosa del todo esencial en este punto.
Nuestra Facultad de Filosofía y Letra® tiene el propósito de publicaír el
Liibro I de Acuerdos, a que nos referimos, según anuncia el Dr. Serra en »u estudio
sob^-e "Las Datas en Tenerife" (pág. 104 del último número de REVISTA
DE HISTORIA).
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HISTORIA. Pero ¿por qué tanto emipeño en derivar d€ la muerte d* D. Fernando
los antañones pugilatos interlocales? ¿Es que era preciso un motivo serio,
una "causa muy grave" (Rodríguez Moure) para justificarlos? ¿No era
po8Íbl« que hostOidad tan larga y tan profunda surgiese así como así, s'in que
tu génesis pudiera concretarse, sin que un hecho preciso, en un determinado
momento, explicase siu aparicidn ?
Y aquí eistá el error, precisamente. En huiscar el origen de las .seculares contiendas
entre las Villas laguneras en un hecho concreto, en un determinado momento,
cuando realmente la historia de otras locaJidades, incluso dentro de nuestra
propia isila de Tenerife, nois enseña que a poco de su fundación te dividlen
en dos partes o barrios rivales. En la Orotava, en los Realejos y en la Guan»-
cha obsérvase el fenómeno. Fuera de aquí, en Santander, por ejemplo, las
luchas entre los de Arriba y los de Mocejón fueron inmortaldzadias por Pereda
en una de sus más conocidas novelas. Y podrías* citar otros casos, aun dejando
de lado los de verdadera lucha armada, como las famosas "guerras civiles de
Pampüona".
i Qué pensar ? ¿ Coincidencia ? No; no es pasible atribuir a coincidencia un
fenómeno tan repetido. Es preciso buscar una causa más general y amplia que
abarque y explique todos estos hechos análogos. A nuestro modo de ver, cuando
una nueva localidad va aumentando en extensión y en habitantes, es natural
que «urjan intereses encotitrad'os entre los vecinos de una y otra parte, porque
con el crecimiento hácens© insuficientes las primeras fundaciones, iglesia, plazas,
etc. Y el hecho de estar situadas estas dentro del primitivo núcleo de ivoibla-ción,
coloca a la otra porción más modterna del vecindario en un plano de marcada
inferioridad que pronto prodtice emulaciones y discordias.
En el caso concreto de La Laguna, el emplazamiento dte su iglesia parroquial
constituyó la causa principal de la rivalidad entre ambos bnndos; aunque
seguramente no la única. IJOS de Abajo mirarían con cierta envidia la comodidad
que prestaba a los de Arriba el que la parroquia estuviese enclavada en su
bairrio y, ya formados los grupos contrarios, procuraría cadia cual atraerse a su
partido al Adelantado. Con su canibio die residencia y su decidido apoyo a lo9
de Abajo, Lugo enconó más los ániir'0«. y en adelante cada nuevo altercado sirvió
para agravar más y más el sesgo de los acontecim'pitos. TTn límite bien definido
acabó por marcar la separación entre las dos Villas, límite que las Or-d
«nanz«9 «ítúan en el Hospital del Sancti Spiritu, oue parece corresponde aJ
actual de Nuestra Señora de los Dolores.
No obstante, los referidos aoueirdos del Cabildo contra la Villa de Arriba son
tan tempranos en fecha, oue se ha^e difícil imaginar vi en rquellos momentos
una situación do tirantez derivada de causas diversas. Nos atrevemos a apuntar
una conjetura: la ciudad de San Cristóbal de La Laguna no puede remontarse,
como entidad de población, más allá de 1496 <6), y en 1500 no podían ser muh
chas las casas faibricadas. Acaso los primeros vecinos, espontáneamente, anárquicamente,
levantaron gran número dte "casas pajizas", esto es, con teeho d©
paja, en el "Lamo" que dominaba el estanque natural que ha dado nombre a la
(6) Rodríguez Moure, "Guía histórico-descriptiva de La Laguna", 1836,
pág. M,
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iocalídad. Contra este tipo de casas toma el Cabildo repetidO'S acuerdos. Cuando.
poco después, el Adelantado se propone regularizar la nueva fundación urbana,
escoge el llano para asiento de la ciudad, y él y sus conisejeros intentan oblá-gar
a los ya establecidos a trasladarse al mismo para incrementar la pcibi'-'a'-
ción única que han Lmaginado. A este propósito responderían aquellas tiránicas
medidas; pero ya era tarde y la Villa de Arriba, de gente humilde en gteneral.
I suibsi&te a pesar de todo al lado de la nueva, de anchas y rectas calles, pclbla-
1 das por los más destacados conquistadores. Dichas medidas avivarían, sin doida
i el encono entre los dos barrios, que, por lo demás, pronto llegaron a fundir en?.
I caseríos, como nos los presenta el ingeniero Torriani en su plano de fines del
i siglo XVI.
La rivalidad que, eomo hemos dicho, se manifestó durante siglo® en reñi-
1 dos litigios entre las dos iglesias parroquiales, principalmente, inspiró algunap
I veces a la musa poinulaír versos como los siguientes, reprodiucido» por Rodrí-
I guez Moure en su "Historia de la parroquia de la Concepción":
i Las campanas de arriba son los clarines
I Con que cantan y bailan los Serafines;
i Las campanas de abajo son las calderas
I Donde calientan agua las panadera».
I
5 Hasta hace poco tiempo, las parejas de novios formadas por jóvenes de distinto
barrio, tenían buen '•.uidado en suspMider sus charlas en las ventanas antes
de las diez de la noche, pues corría peligro de "lapidación" el galán que pro-longa'ba
su amoroso coloquio más allá de esa hora.
Y como éstas, muchas otras curiosidades fueron producto de la larguísima
enemisrtad entre las dos Villas, enemistad cuyo origen no hay que ir a «buscar
ya en los trágicos amores de D. Fernando de Lugo.
Es falsa, pues, la leyenda en su porción referente al origen del odio entre
los dos barrios laguneros. Sin embargo, lo que menos neee«itan las leiyendxis
para llenar su cometido, es el ser verídicas. Verdaderas o falsas, disminuyen la
aridez de la historia, inyectando en ella corrientes de amenidad. Lo» hombres se
faferran a estos oasis de poesía, y por eso una relación de dependencia seguirá
uniendo siempre la cruz que señala el sitio donde ^r^yó D. Fernando de Lugo
con la línea torcida de la calle de la Carrera (7), cimio una irrefutable prueba
de que la humillación y el rencor de un padre dolorido «emibraron la discordia
entre las dos mitades de la Muy Noble y Leal Ciudad de los Adelantados, de
ambiente tan propicio a la tradición.
La Laguna y agosto de 1943.
(7) Basta mirar un plano de La Lagaina para darse cuenta de que la calle
de la Qirrera no es la única torcida, pues la misma desviación tiene, por ejem-.
pío, la de San Aguistín, sólo que conseguida en suave curva en lugar de ángulo
obtuse. Probablemente en ambos casos es debida al propósito de alcanzar en
ángulo recto la alineación de la calle del Agua (hoy Nava Grimón) y plaza de)
Ajdelantatío, cuya dirección general viene impuesta por el barranoo,