Comunicaciones a la Dirección
LA DIFUSIÓN DEL «CANARIEN»
Sr. Director': Kn el tu'iinero 88 de esta revista, correspondiente
al último trimestre del año de 1949. fui aludida (y no sin cierta
impertinencia de forma, por cierto) por don liuenaventura Honnet
en una comunicación a usted, que llevaba [)or título el de esta
misma. El señor Boiinet, que jamás se equivoca ni tolera la menor
advertencia crítica a su obra, se refiere con tácita sorna a mi noticia
dada al hacer la recenci(')n del trabajo de Mif^uel Santiago sobre
la obra de Bergeron, trabajo que publiqué tandjién aquí en el número
85, correspondiente al primer trnnestre del referido ano.
Leí la réplica del señor Honnet en Madrid y, sin papeles allí
para aclarar los conceptos, dejé mi repuesta para mi regreso a La
Laguna, que verifiqué al comenzar el presente curso 1950-51; quehaceres
más urgentes que el de una polémica «erudita» me habían
impedido hasta ahora presentar mi pliego de descargos.
Tengo acostuird)rados a mis lectores a avalar con citas verifica-bles
mis afirmaciones en el orden investigador. Yo puedo equivocarme
como criatura humana que soy —¡y muy humana, por cierto!
— pero hasta el error tiene su fundaniento y cabe rectificar noblemente,
cosa a la que tatnbicn tengo acostumbrados a mis lectores
en esta mismas [»áginas, unas dos ocasiones y, con ésta, tres. Es posible
que no sea la última. Creo que así logro la entera confianza
de ellos, porque, si honrado es avalar la afirniaciini con la referencia,
no lo es n>enos dar seguridad de que, cuando uno se equivoca,
también lo declara. A mí no me sirve fie consuelo el ajeno ejemplo
de los que se callan cuando les interesa, o no coidiezan su error,
violentando incluso los hechos para que digan lo que quisieran que
dijesen. Mal de muchos consuelos es (h; tontos, y cuando me equivoco
de buena fe, soy la [irimera en lamentarlo.
De buena fe al d(;cir que la edición ])rimera de Ix Canaricn
fué en 1629 usted tnismo es testigo, y esta conuuiicación habría
sido otra, si usted no me iiuhiera advertido mi confusión, al asegurarme
que tarrdjién USI(M1 se había e(|u¡vocado en una ocasión que
yo le recordé. Es decir, yo había leído en su trabajo />«.« crónicas de
la conquista de la Gran Canaria, aparecido en el número 7 de «El
Museo Canario», 1935, pág. 37, que en 1629 fue «la primera publicación
del Canarien». Como no soy especialista en historia y para
mis trabajos me ha bastado conocer la edición de Ja Imprenta Isleña
de dicha obra, al leer en el artículo de Miguel Santiago la descripción
del Traite de la Navigation con una descripción de las Islas
y la genealogía de los Bhéthencoures, impresa en 1629, obra
que describe el librero Paláu también y que dice se hizo rara, yo
la confundí con el texto de Le Canarien. Hectiliquen, pues, los
lectores escasos de tales cuestiones y que conserven los tomos de
esta llevista, en las páginas 138 y 139 del tomo XV, esa alirmación
mía. La primera edición del Canarien de Hergeron es de 1630 y no
de 1929, como dije, confundiéndome con otra obra de Bergeron que
trata, entre otras cosas, de la descripción de Canarias y de la ge-neolagía
de los Bhétencoures, pero que no es Le Canarien. Creo
que está claro que rectifico; pero, después de todo, ^;a qué tantos
aspavientos? Si el señor Bonnet tiene unos ojos capaces de ver en
un retrato de Bétiiencourt publicado en 1630 los estigmas de la lepra
que padeció un hombre que murió en 1422, /;qué de particular
que los nn'os creyeran, al leer 1629 en una obra de Bergeron sobre
Canarias y los Béthencoures, (pie se trataba de Le Canarien?
El segundo cargo que me hace el señor Bonnet es el que él no
se equivocó al alirmar que el hecho de qu(! Viera y Clavijo dijera
que él. Viera, era el primero que publicaba las noticias del Canarien
era incierto, lís decir, la tesis del señor Bonnet es que como
Marín y Cubas y Agustín del Castillo conocieron la obra de Bergeron,
y tales historiadores escribieron antes que Viera, éste faltó
a la verdad.
Yo presentaba la cuestión de esta manera: En el prólogo al tomo
I de sus Noticias hace Viera una relación historiográlica de los
autores que le precedieron: Núñez de la Pena, Viana, Espinosa,
Cairasco, Pérez del Cristo (citados por este orden), autores que no
conocieron la obra de los capellanes franceses. Naturalmente que
la mayoría de ellos no podían conocerla por razón de tiempo, como
me objeta el señor Bonnet en un razonamiento perogrullesco. Ya lo
sabía el propio Viera; pero en el espíritu de nuestro excelente historiador
lo que había .'^obre el particular era el deseo de dar a conocer
a las gentes el contenido de Le Canarien. Marín y ('ubas y
Castillo (que lo conocieron), repito que estaban inéditos, y ociosa
me parece la disquisición que me hace el señor Bonnet entre publicar
e imprimir. Todos nos entendemos cuando queremos; lo que
Viera quiso decir cuando escribió: «Y como hasta ahora no se han
publicado las importantes noticias que contiene [Le Canarien], ni
en nuestro idioma ni en nuestras Islas, debo creer que mis lectores
no dejarán de leer con el placer que trae consigo la novedad», lo
comprendemos: el publicaba por vez primera, sí, para un extenso
400
publico de lectores y no los contados eruditos que pudieran ver las
obras manuscritas de Marín, de Castillo o el ejemplar que Núñez de
la Peña corrigió, pero ícuyas retractaciones y correcciones están
ocultas en las desvanes de cierta pequeña biblioteca», como dice el
mismo Viera en el citado prólogo. Insisto, pues, en que Viera tenía
razón. Claro que es más cómodo buscarle tres pies al gato que no
cometer equivocación ¡Eso jamás! ¡Eso se deja para mí!
En el tercer apartado de cargos mezcla el señor Bonnet unas
consideraciones que no entiende bien, pues no veo qué tenga que
ver lo que habría sido mi recensión a su Juan de BélhencourL de
haber conocido a tiempo el trabajo de Maffiotte, según dije, para
que se deduzca que yo tenga que desentenderme de la obra de
Margry. No me desentiendo de nada, señor Bonnet; lo que quería
humildemente era enterarme de esa maraña de ediciones de Le
Canarien, de las que, leyendo su libro, no logré enterarme. El trabajo
de Miguel Santiago me d¡() más luz; me limité a intentar poner
las cosas en su orden y, de paso que me enteraba, servir a algún
lector. Eso fué todo. Obvio es repetir que no soy especialista
en la cuestión y que hacía la reseña de un trabajo y no una monografía.
Dice el señor Bonnet que yo modifiqué en mi tesis doctoral el
extremo de que Núñez de la Peña conoció Le Canarien, cosa que—
por lo que él dice —«alguien» me manifestó. La nota me da risa,
por lo cominera. ¿Qué comadre informó al señor Bonnet de este
chisme de esquina de pueblo? En mi tesis no hay nada de Núñez
de la Peña referente a Le Canarien, porque no es materia que se
tenga que ventilar allí. Pero quede claro que, si de algo abunda
mi trabajo, es de numerosas citas en las que nombro a todo bicho
muerto o vivo que me haya servido lo más mínimo. Con afirmar
que hasta si me han prestado un libro lo consigno en letras de molde,
está dicho todo. Aparte de no quedarme con él, claro; pero eso
no lo digo, lo hago efectivo devolviéndolo.
María Rosa ALONSO
ASCEnDcncifl CflnflRio DE mflnuEL SOCORRO RODRÍGUEZ
Sr. Director: José Torre RevcUo ha publicado en el «Boletín
del Instituto Caro y Cuervo», Bogotá, año III, 1947, págs. 1-35,
un Ensayo de una biografía de bibliotecario y periodista don Manuel
del Socorro Rodríguez, cuyo primer párrafo es el siguiente:
401
«Manuel del Socorro Rodríguez era oriundo Boyano, en Cuba,
donde nació en 1754. Sus padres Manuel Rodríguez y Antonia de
la Victoria eran considerados españoles o sea blancos, pero se tachaba
a Manuel del Socorro de mulato. Fué bautizado en la que
fuera parroquia del Santísimo Salvador por el presbítero Manuel
Antonio Díaz, actuando de padrino Cristóbal de Lugo. Según refirió
Manuel del Socorro en memorial que elevó al ministro José de Calvez,
descendía por línea paterna de los Rodríguez Phelipe, Herrera,
Matas y Cardonas, residentes en Canarias y los tres óltimos con-
3uistadores; por línea materna de los Torres de Bayamo y de fuñadores
de la ciudad de llolguín, de la de Argumedo de Cádiz y
de la de Molina de Canarias, descendientes también de conquistadores,
"agregando que lo que me falta de sangre española es la
parte de indio que me da el apellido Niiñcz; pero éste goza de la
distinción de fundador en el pueblo de Xiguani", cerca de Boyano.
El padre de Manuel del Socorro ejerció en su pueblo natal la profesión
de maestro de primeras letras y el arte de la escritura, diciendo
su hijo con respecto a esta última profesión, que era mirada "como
infamia" y que desde luego se le confunde con los mulatos».
J. PÉREZ VIDAL