Notas bibliográficas
ANTONIO RUMEÜ DE ARMAS, Piraterías y ataques
navales contra las Islas Canarias, Madrid, Consejo
Superior de Investigaciones Científlces, tres tomos
en cinco volúmenes, 1947-1950,4.°—Dos láminas
y mapas.—Precio, 600'00 pesetas.
Para llegar a un verdadero conocimiento del pasado histórico
de estas Islas ha sido un particular acierto el del ailigente investigador
don Antonio Rumeu escoger el tema de la piratería en sus
mares adyacentes. En efecto, para sociedades isleñas como éstas,
establecidas en las siete islas atlánticas, es evidente que el camino
del mar lo es todo, es condición especial de su vida, a menos de
condenarse a la deplorable miseria espiritual y material, como, en
fín de cuentas, fué la suerte de los aborígenes en los siglos en que
vivieron incomunicados. Por consiguiente el estudio de las condiciones
de navegabilidad de ese mar es tanto, casi, como estudiar
las condicianes de habitabilidad de estas Islas para un pueblo civilizado.
La idea central de Rumeu ha sido, pues, excelentemente
acogida, y luego, para su desarrollo, no ha escatimado medios de
reunir materiales copiosos, procedentes de todas partes, donde pudieran
hallarse, pero singularmente, para las nuevas aportaciones,
del tan mal explotado todavía Archivo de Simancas, verdadero archivo
nacional de la historia de España y, con ella, de la de Canarias.
Además, la importancia del tema— y acaso éste haya sido uno
de los principales alicientes que han movido al autor, atraído por
las cuestiones de envergadura general, de «historia universal» —
trasciende, con mucho, de la historia local de las Islas. La posición
verdaderamente estratégica de éstas, en la encrucijada de los
caminos de la Europa atlántida, del Mediterráneo, de las Indias
Occidentales y del hemisferio del Sur y por él las Indias Orientales,
ha dado lugar a que este punto geométrico del globo refleje
con más sensibilidad que otro alguno los azares de la política expansiva
de las potencias marítimas en lucha por el dominio del
mundo. Es la historia toda de la Edad Moderna la que se puede seguir
a través de la de esas pequeñas islas.
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Creemos que Rumeu, con el acierto del tema y de su realización,
con el acierto de darle este carácter transcendente y no meramente
anecdótico, pudo haberse contentado. Los defectos de la
obra, que no dejaremos de señalar, están, casi siempre, en haber
desbordado, todavía, tan ancho cuadro. Acaso impulsado por la
necesidad en que se hallaba de caminar a todo lo largo de la historia
de las Islas, acaso también por las exigencias de volumen necesarias
para licitar a un premio importante, juzgado por un criterio
algo publicitario, el autor no ha hecho sólo una historia de la
piratería en Canarias sino que nos ha dado una Historia de Canarias
en cinco tomos. No sería esto cosa a deplorar, antes bien al
contrario, si en este aspecto se hubiese conseguido una realización
tan plena como en el tema inicialmente propuesto. Pero la Historia
de Canarias de Rumeu, surgida como tema accesorio, accidental,
al lado del verdadero objetivo del libro, que era la historia militar,
en este caso forzosamente naval, de las Islas, quedó desigual,
mutilada y, a menudo, injustificada. El erudito, el curioso de nuestra
historia local ha ganado un enorme caudal de datos e ideas,
más o menos inconexos, pero de gran provecho para nuevas construcciones,
más limitadas; pero la arquitectura de la obra, la belleza
del conjunto, la ordenación de la materia y con ella su fácil
comprensión y manejo han sufrido bastante. Sería inútil buscaren
esos complementos históricos que surjen en todos los capítulos, sin
plan previo, la rigurosa crítica, la elaboración personal, la puntual
documentación de que ha sido objeto la parte esencial del libro.
Como éste es tan amplio y además de tal calidad, que con él la
historiografía canaria adquiere un número de los que entran pocos
en siglo, deseamos estudiarlo y comentarlo con calma y por partes.
Así, pues, en varios números de esta Revista repartiremos el examen
de los cinco tomos. Y aun ciertos aspectos serán tratados por
otras plumas. Que, tratándose de obra excepcional, también será
excepción la forma de presentarla a los lectores de nuestra Revista.
E. SERRA
ANTONIO DE LA TORRE, Documentos sobre relaciones
internacionaks de los Reyes Católicos. Edición
preparada por , Vol. 1,1479-1483. Barcelona,
C. S. L C, «Biblioteca Reyes Católicos»,
1949. 488 págs. en 4.°—90 pesetas.
Aprendimos de nuestro maestro Antonio de La Torre que la
más urgente labor para construir la historia de España es dará
conocer sus materiales antes de lanzarse a alegres síntesis, más vistosas
pero menos útiles. A pesar de las severas pérdidas que aquellos
materiales sufren cada día, son todavía cuantioBÍsimos y, en su
369
mayoría, inéditos; así que publicarlos es, por ahora, no sólo ponerlos
al alcance de los más, sino el único medio de asegurarlos para
el futuro.
Por esto, predicando con el ejemplo,al preparar el Dr. La Torre
la contribución del Consejo Superior al centenario de los Reyes,
ha incluido en ella una sección de documentos y textos, en la cual
8U aporte personal es, de momento, el que examinamos. Conviene
tener presentes los límites del campo de estudio: de una parte, los
documentos ahora dados a luz se refieren sólo a relaciones internacionales;
de otra, ordenados cronológicamente, se limitan a los
inicios del reinado de don Fernando en Aragón. En efecto, hay que
advertir desde ahora que estos documentos proceden únicamente
del Archivo de la Corona de Aragón; éste es el plan del autor y sólo
la habitual confusión de jurisdicciones en las secretarías reales explica
que aparezcan en esta obra documentos que entren en nuestro
punto de vista, que es, como siempre, el de la historia canaria
y sus inmediatas relaciones.
Un solo documento que afecte a las Islas contiene en realidad
este repertorio: es el impreso en la pág. 50 del volumen. En 20
de noviembre de 1479 se dirigía, desde Toledo, Fernando al papa
Sixto IV suplicándole restableciese las indulgencias plenarias concedidas
por él y sus antecesores para la conversión de las Canarias
y aun las extendiese H la conquista del reino de Granada. En lo que
toca a Canarias son bien conocidos los beneficios espirituales concedidos
desde Benedicto XIII por muchos de los pontífices romanos,
destacadamente Eugenio IV, para los que contribuyesen con
sus personas o sus bienes a la conversión de las Islas. Del texto de
esta carta real se deduce su anulación expresa por letras apostólicas
del mismo Sixto IV, de lo cual no teníamos noticia alguna ni, por
tanto, de sus causas.
Como mera conjetura, podríamos imaginar el desacuerdo de la
curia romana con el cómodo procedimiento de identificar la conversión
con la conquista, habitual en la corte y entre los señores
de las islas ya cristianas. En la misma carta real de Fernando, después
de recordar las indulgencias en pro de la conversión antes
concedidas, se dice ingenuamente que «contando con ellas y para
iniciar dicha conversión mandó preparar y comenzar la guerra contra
aquellos obstinados infieles y destinó a la isla de Gran Canaria
f;entes suyas en gran número, aptísimas para la conversión y para
a guerra, que la tienen ocupada y resisten y debelan por la fuerza
a los infieles». De todos modos estos métodos de predicación no
podían sorprender en Roma, y de hecho no hallaron objeción en lo
sucesivo.
Otra misiva más breve de Fernando a algún cardenal de la curia,
recomendándole a fray Diego de Nava, que va a negociar la
370
súplica anterior, se inserta a continuación en los registros y en la
edición. El texto de ambos documentos, por su interés considerable,
lo reproducimos en la sección oportuna de este mismo número.
E. SERRA
L. BouRDON, L'éruption du Teguseo-Tacande (ile
de La Palma, mai-juin 1685) décrite par Leonardo
Torriani. «Hespéris», Babat-Paris, XXXVII, 1950,
117-138 [recibido en nov. 1961].
El autor, profesor en la Universidad de Toulouse de Francia, ha
sido atraído por la extensa y circunstanciada descripción que de la
erupción volcánica de 1585 en La Palma hizo Leonardo Torriani,
testigo presencial de la misma. Sus trabajos para extraer de la retórica
del ingeniero cremonés los datos concretos del proceso del fenómeno
y para localizar éste topográficamente estaban realizados
cuando la novísima erupción del volcán de Las Manchas o de San
Juan, en 1949, les dio una inesperada actualidad.
La cuidada traducción francesa del capítulo de Torriani, justificado
y completado con numerosas notas, ocupa la mayor parte del
trabajo. En ella se ponen en evidencia frecuentes discrepancias con
la de Wólfel, que hay que explicar la mayoría de las veces por la
deficiencia de las fotocopias de que se sirvió este último para su
edición, en junto tan esmerada. Bourdon ha compulsano el texto
de Wólfel, en el original de Coimbra y ha podido mejorarlo notablemente
y con ello su traducción. Comenta luego la narración,
localiza, creemos acertadamente, el Teguseo de Torriani en el volcán
de Tacande del mapa de Sapper y además lo identifica con el
volcán palmero cuyo paroxismo presenció también el P. Alonso de
Espinosa en el mismo año 1585. Una buena reproducción^ la primera
que vemos, del mapa de la isla por el mismo Torriani cierra
el trabajo, acompañado de una nota de M. Rene Raynal sobre la
forma rota de los cráteres canarios y su paralelismo con los extintos
del Atlas Medio. M, Bourdon tiene la amabilidad de señalar los
datos que a su demanda tuvimos el gusto de facilitarle cuando
preparaba su trabajo.
E. SERRA
MARÍA ROSA ALONSO, Carta de las regiones a
Canarias, «Árbol», Madrid.
La profesora Alonso hace una reseña sumaria del devenir histórico
de las Islas, en sus aspectos internos: económico, urbano y cultural,
para llegar a una breve relación de las instituciones o centros
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de cultura regional hoy existentes, con párrafo especial para la
Universidad, para la que propugna la creación de una Cátedra de
Estudios Canarios, por la que podrían desfilar los especializados en
las diversas ramas y aspectos de estos estudios. Enumera también
las publicaciones cientíñcas existentes y las literarias pretéritas,
pues puede decirse no las hay presentes; y en fin es especialmente
sentido y simpático el párrafo que dedica a los archivos y museos
insulares y a las bibliotecas en las que traza un ambicioso pero eficaz
plan de organización y valoración de lo existente y un estímulo
Eara su incremento. Sobre la Biblioteca Universitaria, la gran bi-
Hoteca científica de las Islas, expone algunas ideas que no cree-mas
prácticas, por razones que no podemos exponer en este momento,
pero que no dejaremos de puntualizar cuando precise.
E. S.
LUIS CEBALLOS FERNÁNDEZ DE CÓRDOBA y FRANCISCO
ORTUÑO MEDINA, Etiudio sobre la vegetación
y flora foretlal de las Ganarías Occidentales. «Instituto
Forestal de Investigaciones y Experiencias>,
Madrid, 1951.—465 páginas y numerosas láminas y
mapas fuera de texto.— 27 x 20.— 260 ptas.
Esta obra, que a través de las publicaciones del Ministerio de
Agricultura acaban de dar a luz los ingenieros de montes señores
Ceballos y Ortuño, descubre una vez más lo mucho que en Canarias
queda por hacer,no sólo para completar el conocimiento de las
Islas, sino para alumbrar zonas no suficientemente estudiadas y
conocidas.
Es cierto que desde el punto de vista botánico han sido muchos
los investigadores que han trabajado en Canarias y han dejado de
su trabajo una buena prueba en diversas publicaciones, algunas de
ellas muy notables. El siglo pasado fué pródigo en este quehacer.
Leopoldo de Buch, Christian Smith, Bory de Saint-Vicent y Webb
y Berthelot, sobre todo estos dos últimos que, en su Histoire Na-turelle
des lies Canaries fundamentan de sólida manera los estudios
de botánica canaria; H. Christ, Bolle, el español Masferrer y
Arquimbau, éste ya en nuestro siglo, así como Proust y Pitard, y
más tarde el botánico alemán Osear Burchard, dedican preferentemente
su atención a plantas endémicas de las Islas.
Actualmente viene publicando serias aportaciones al conocimiento
de la flora canaria el botánico sueco Svensson Sventenius,
cuyos trabajos han sido reseñados en estas mismas columnas.
' A todos estos valiosos precedentes se refieren los autores de Fe-
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getación y flora forestal de las Canarias Occidentales, al redactar la
introducción a la misma, y señalan la significación e importancia
de cada una en el conjunto de los estudios botánicos del Archipiélago.
La obra de los señores Ceballos y Ortuño pone al día una serie
de problemas que estaban necesitando urgente revisión. Y si bien
es verdad que la misma cumple dignamente con el plan propuesto,
su extraordinaria importancia esta no sólo en la actualización de
un tema y en su mas severo enfoque científico, sino en el hábil
manejo de los medios utilizados para hacer llegar a todos, especialistas
y profanos, la custión objeto de estudio. Basta una ojeada al
plan general de la obra para que nos percatemos de la bondad del
método se$;uido. De las tres partes en que está dividida, en la primera
se estudia el origen del Archipiélago y se razonan las diversas
teorías creadas para explicarlo. Esto sirve para explicar también las
características propias de la flora canaria. Al exponer la teoría de
Wegener señalan el escaso conocimiento que éste tenía de la formación
de los archipiélagos. En esta línea se hacen eco de los trabajos
del geólogo canario señor Benítez Padilla qw^ trata de explicar
el origen de los archipiélagos de las Azores, Canarias y Cabo Verde
por la teoría general de los continentes a la deriva.
Descartan la posibilidad de que Canarias estuviera unida al
Continente africano por la diferencia de edad geológica entre las
islas, más antiguas las orientales y más jóvenes a medida que se
internan en el Océano. Por otro lado, tampoco se cumple en Canarias
Ja ley que rige en los materiales magmáticos expelidos, que
principian por ser ácidos y terminan en básicos. Por lo visto, la
mayor vejez de las islas orientales se explica por ser las primeras
que ae desprendieron del sial para flotar en el sima.
Se suelen aducir estas y otras teorías para explicar el origen y
colonización de las especies botánicas habituales en Canarias. A
este respecto una solución sería considerar al Archipiélago como
testigo de una antigua unión con la región mediterránea: <la flora,
desaparecida de sus puntos de origen por las glaciaciones, se mantuvo
en las Islas por la acción moderadora del océano». Pero quedan
mudias cosas por aclarar: origen, evolución de las especies,
sucesión de tipos biológicos, mecánica de dispersión, etc., etc. Parece
ser que lo más sensato es no tomar partido por ninguna de hs
teorías en circulación.
Se han aprovechado para este capítulo los más recientes estudios,
así como para la descripción fisiográfica de las islas. Con tal
motivo se publica el mapa de Tenerife del vulcanólogo finlandés
Hans Hausen, donde se señalan todas las variedades edafológicas
que amenizan la monotonía geológica de la isla. Al hacer referencia
a esto se nos ocurre señalar la conveniencia de que los estudios
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de Hans Hauseii, de los que sabemos quedan aquí buenas pruebas,
sean publicados, ya que constituyen la más reciente aportación a
las investigaciones vulcanolósicas canarias.
El estudio que del clima de Canarias hacen los señores Ceballos
y Ortuño está orientado a explicar la distribución del tapiz vegetal,
pero trasciende de estos puros límites en que han querido dejarlo,
para ilustrar hechos humanos dentro del área de las Islas. Resti-miendo
investigaciones anteriores acerca de los vientos dominantes
en el Archipiélago, se hace una exposición de su mecanismo con
una claridad asequible a todos. Con relación a Tenerife señalan el
dominio de los alisios septentrionales: en las zonas bajas, ios de
NE., y en las altas los del NW. La región S. queda protegida por
la cordillera. Estos hechos, así como las formaciones de nubes, determinan
consecuencias en el orden vegetal y climático, de tal forma,
que una vez más se repite la frase de que las Canarias son un
den del alisio.
Atentos al plan citado, los autores señalan las tres zonas climáticas
de Tenerife: 1.* Zona inferior; cálida, seca, que llega, por el
N. hasta los 500 ó 600 metros y por el S. hasta los 1.000: 2.', Zona
de las nieblas, que existe solamente en la vertiente N. y en algunas
localidades del E. y SE.: 3.*, Zona superior, continental y seca,
que afecta a las dos vertientes. En La Palma se dan las tres zonas
climáticas que se señalan para Tenerife; en La Gomera y £1 Hierro
falta la tercera zona.
El estudio de la distribución de los tipos de vegetación en las
islas se ilustra con espléndidos mapas y precisos perfíles, unos y
otros elaborados después de un extenso y fructuoso trabajo da campo
y una elaboración científica de notas recogidas directamente.
En este punto se acentúa el valor pedagógico de la obra, puesto que
permite al profano transitar sin tropiezos del texto a los gráficos.
De los tres perfiles que se trazan sobre el mapa de Tenerife —
Taganana-Barranco del Bufadero, La Victoria de Acentejo-Cande-lana,
San Juan de la Rambla-Barranco del Banco—, es particularmente
interesante el tercero, ya que nos permite recorrer en su conjunto
la distribución de los tipos vegetales, desde las xerofitas de la
zona inferior pasando por el fayal-brezal, lauráceas, pinar, retamas
y codesos, hasta la región dominada por la violeta del Teide,
como único vegetal a aquellas alturas. En los detallados perfíles se
señalan las alturas alcanzadas por cada tipo de vej^etación, tanto
en una vertiente como en otra. Con pareja minuciosidad y rigor se
analizan los perfiles trazados sobre las demás islas del grupo estudiado.
A este estudio general sobre la vegetación sigue un estudio monográfico
sobre el pino de Canarias, en el que se recocen las experiencias
que la repoblación del mismo y de otras especies (P. insig-
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nis, preferentemente) ha suministrado y de la cual el señor Ortu-ño
va dejando buena muestra en nuestras peladas cumbres.
De esta monografía sobre el pino de Canarias debiera hacerse
una tirada aparte y difundirla como merece, ya que se detallan circunstancias
de orden económico y selvícola que, sabidas por todos,
permitirían el aprovechamiento del pino, al paso que se beneñcia-rían
nuestros montes.
Otro estudio monográfico que merece destacarse es el que dedican
al cedro y a la sabina de Canarias. Un recuerdo a la memoria
del Dr. Pérez Ventoso y doña Constanza Camochan sirve para
marcar los esfuerzos realizados en el terreno particular con el fin
de salvar valiosas especies que van camino de su extinción.
La Gomera y El Hierro cuentan hoy con zonas de sabinar típico;
otras áreas aparecen repobladas por los cuervos, como también pudimos
comprobar nosotros en El Julan (El Hierro).
Una cita que no podemos dejar sin comento es la que se refiere
al empleo de la madera de sabina por parte de los guanches. Es
posible que los banotes y tezezes estuviesen labrados en esa madera,
pero hay pocos datos que autoricen a afirmar que la empleaban
para construcciones, muebles y herramientas, como se desprende
de la lectura del capítulo dedicado a la sabina. No obstante, hemos
hallado madera de este vegetal en varias necrópolis {Azofa, isla de
El Hierro, Montaña Rajada, Las Cañaadas, Tenerife), sobre todo en
esta última, donde parihuelas, travesanos y andamios estaban totalmente
levantadas con troncos de sabina sin labrar. En nuestros
trabajos de excavaciones referentes a Las Cañadas hemos publicado
la foto de un grueso tronco de sabina hallado en las proximidades de
Cañada Blanca, en lugar próximo a un estacionamiento aborigen.
Aparte del caudal científico que discurre por Vegetación y flora
forestal de las Canarias Occidentales, no ch menos importante
la corrección literaria con que está llevada a término, pues hay páginas
de indudable belleza, tales como las dedicadas a la laurisilva,
donde se hacen jugar, con buen sentido poético, los verdes y las
aguas libres, y la descripción del fayal-brezal, ejemplo que queremos
destacar como prueba de la dignidad del libro.
En esa misma línea podemos situar las páginas dedicadas al retamar,
sin que ello vaya en mengua de la parte científica. De paso
debemos agradecer la consoladora noticia de que no hay temor por
la desaparición de las retamas. Nosotros llegamos a temerlo de veras,
y no por alarmistas, sino como espectadores de una destruc-cción
llevada a un ritmo inconcebible y con un afán digno de mejor
causa.
Toda la obra está nutrida de atinadas observaciones. No en vano
ha sido escrita utilizando materiales personalmente recogidos.
Representa, pues, como decíamos al principio, la más seria aporta-
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ción que se ha hecho en lo que va de siglo —y en este caso por
españoles—, al conocimiento de nuestra flora. Además, el hecho de
haber centrado todo el interés de nuestros montes revela una preocupación
desusada en las Islas, pues aparte de cuestiones de orden
económico, existen otras de extraordinaria importancia: regulación
de clima, régimen de nieblas, fijación de tierra vegetal, etc., etc., a
cada una de las cuales se le presta la atención que merece.
El libro se cierra con un catálogo de las plantas leñosas. Un índice
alfabético de especies y sinónimos hace manejable la obra,
avalorada con otro de los nombres vulgares de las plantas citadas
en el catálogo, a cuyo índice se le podrían hacer contadísimas excepciones.
Por ejemplo, a la Sideritis candicans Ait. la hemos oído
llamar siempre diajora, con fuerte aspiración de la h intervocálica,
nunca cnahorra, como se consigna en el índice citado. Nosotros
hemos recogido la palabra entre varios pastores de Las Cañadas;
ftorque, aunque bien escondidos, sigue habiendo pastores en aque-los
parajes.
Por lo demás, notamos la falta de un índice bibliográñco de
carácter general. La lectura de la obra comentada revela la intensa
labor de documentación seguida por los señores Ceballos y Ortuño,
La parte gráfica ha sido particularmente cuidada: las fotagra-fías
revelan que fueron hechas exclusivamente para ilustrar el trabajo.
Los dibujos a pluma de C. Ceballos van más allá de la finalidad
puramente técnica, así como las láminas pintadas por G. Tornar
y J. Brito. Claros los mapas botánicos y los gráficos a color de
los perfiles.
En resumen, una obra verdaderamente valiosa, y un extraordinario
servicio al país, el cual queda en deuda con los autores de
Vegetación y flora forestal de las Canarias Occidental.
Luis DIEGO CUSCOY
EUGENIO CARBALLO.—Senderos de España, Barcelona,
1950, 165 páginas en 4." y xilografía de
E. C. Ricart
La garra de Rubén no ha desaparecido aun de los versos de
ciertos poetas, entre los que está Eugenio Carballo, que reúne en
Senderos de España veintiocho composiciones. Abunda el prosaísmo
y la ausencia de musicalidad en ese libro, del que apenas si se
salvan Romance de la dama pálida^ Estampa de Atarazanas y alguna
otra composición, por ser las únicas en que parece vibrar cierto
hálito poético. El resto de la obra es mediocre, y fatigante para el
leyente de la poQSÍa actual, tan lejana ya de Darío.
376
El poema San Francisco recuerda Cosas del Cid, de Rubén. La
métrica las más de las veces está aprendida en el autor de Prosas
profanas. Versos de Romance de la dama pálida traen a nuestra memoria
otros de La casada infiel de García Lorca. El influjo de José
Asunción Silva obsérvase en algunas de las poesías del Sr. Carballo.
El adjetivo demostrativo ese es en la mayoría de los casos relleno
que el autor emplea para completar el número de sílabas del
verso y conseguir la adecuada distribución de los acentos del mismo.
Con tal fin, abusivo, úsase en A Jaime Balmes, donde se reitera
cinco veces. En general, las poesías afíncanse en ya remotos
paralelos y evidencian a un poeta retrasado en lecturas.
La tipografía es decorosa, aunque sin uniformidad en la colocación
de las estrofas iniciales, lo que resta belleza tipográfica al libro.
Senderos de España es la phmera obra que leo de este poeta
palmero, a quien no tengo el honor de conocer. Las ideas de religión
y patria que informan las composiciones son dignas de encomio,
a pesar de que no se les dio la plasticidad que exige el excelso
arte de la poesía.
S. PADEÓN AGOSTA
MARÍA ROSA ALONSO, Otra vee... Ediciones Go-ya,
Santa Cruz de Tenerife, 1951, 152 págs.—25
ptas.
No conocía a María Rosa en su andadura de novelista. La sorpresa
ha sido gratísima. El prólogo, que pudo ser proemio de Las
Noches del Buen Retiro de Raroja, sirve a la autora para expresar el
humilde concepto que tiene acerca de su novela, concepto que no
comparto, pues no se trata de un ensayo de principiante, sino de
obra hecha. Afirmo que pudo servir de prefacio a Baroja, no porque
María Rosa imite el estilo y la técnica del gran escritor vasco,
sino porque utiliza parejo artilugio para comunicarnos que ella no
es la autora de la novela, sino Alfil, que en el caso que nos ocupa
es el hipotético Fantasía de Las Noches del Buen Retiro. El recurso
abunda en el sistema barojiano. Recordemos Memorias de un hombre
de acción, acerca del irreductible conspirador Aviraneta, personaje
central de la novelística barojiana.
Entremos en la novela. El andar del diálogo es desembarazado,
chispeante de matices. Las pasioncillas estudiantiles se observan
bien. Los personajes se mueven con soltura, y las escenas desen-vuélvense
con tino y gracia. El estilo muestra la alcurnia inconfundible
de su autora.
El ambiente lagunero; las inolvidables estampas del Instituto
377
Ganeral y Técnico de Canarias, como en mi tiempo se decía, con
su viejo director, siempre pulcro y atildado, con su bedel nervioso
y bonachón, con su jardín que tanto hizo soñar a don Miguel de
Unamuno, con su entrometida y estridente cacatúa, cuya existencia
allí aun no he podido explicarme; el Corpus con la marquesa
de Nava esculpida sobre los rojos reposteros de seda blasonada del
viejo balcón palaciego, que SUDO describir con acierto González
Díaz en A través de Tenerife y Francisco Izquierdo cantar en Aleda-lias;
las tertulias laguneras y sus no menos laguneras detracciones;
la plática de las señoras y la pedantería del dinero y de los blasones:
todo esto lo describe María Rosa de mano maestra.
Los que respiramos el ambiente de la vieja ciudad, erudita v
episcopal, nunca podremos olvidarla, pues de La Laguna se desprenden
fragancias como de magnolia antigua.
María Rosa sabe poner sobre las páginas de su novela su mano
de hada, maravillosa como las manos de todas las hadas. Desfilan
los personajes como en monástico rigodón unaniunesco: Federico
Fuentes, Ricardo Arniije, Rosario y Lily Armije; el infausto don
Jerónimo Ruiz, que rapta toda mi condolencia, con su amor imposible,
su Alhambra de embelesos y su poema de Zorrilla; Carmen,
Ramón Perdomo, y Luisa Aguilar, cuya belleza rememora la hermosura
de Guillermina de Ossuna, que si en Canarias se granjeó
piropos de pintores y poetas, en París fué objeto de la admiración
de los galanes. ¡Oh, Guillermina de Ossuna, la madanie Recamier
lagunera de nuestro siglo XIX!
Aquí está el contraste de la vida menuda y pueblerina del subsuelo
y la de las grandes capitales: La Laguna y Madrid en alto relieve.
Uno de los capítulos más sugeridores y que revelan atinadas
observaciones acerca del arte español es el que trata de Toledo.
Interesante y justiciera la visión de la idiosincrasia de Felipe II,
tan calumniado por historiadores y novelistas enemigos del Catolicismo
y de España. La segunda, Rosario Armije, explica el enigma
déla primera Rosario Armije de don Jerónimo Ruiz.
Subrayemos también las ideas que se exponen sobre el mar y
sobre el hombre de mar y el de tierra adentro.
En síntesis, esta primera salida de María Rosa tierra de la novela
adelante e», sin duda ninguna, más afortunada que la de Don
Quijote por los campos de Montiel. Congratulóme de ello, porque
soy lector incansable de cuanto María Rosa escribe y a quien tanto
debe la literatura canaria.
Indiquemos a la ilustre amiga que me hubiera placido más su
su gratísima novela, si ella hubiese curado a Ramón Perdomo su
monomanía «bombística». Claro que María Rosa me objetará, en
primer lugar, que ella no es psiquiatra; y, en segundo, que ya don
Miguel de Unamuno expuso en su novela Niebla su teoría sobre la
I
878
psicología de los personajes novelísticos: Salamanca. Unamiino.
Se salió con la suya He muerto. Augusto Pérez (.V/eftía, edición
de 1943, Madrid, pág. 177).
Y, por último, cuánto me hubiera gustado que Rosario Armije
hubiese irrumpido en la estancia de Lily antes de ésta concluir de
matizar la partitura de Grieg...
S. PADRÓN AGOSTA
ÁNGEL AGOSTA, Vaho en el cristal (Premio de
Poe?ía «Antonio de Viana» 1949).—Sta. Cruz do
Tenerife, 1949, 93 págs.
Ángel Acosta, nacido en Casillas del Ángel (Fuerteventura) en
1900, hase desvelado siempre por la limpidez y originalidad tanto
en prosa cuanto en verso. Cultiva la novela, el cuento, la poesía
el teatro, amén de su oficial quehacer de periodista. De sus nove-as
conocemos Por el pueblo humilde, de intenso tono regional; El
paisaje iluminado, que la galardonó «Blanco y Negro» al insertarla
en sus páginas con ilustraciones de Souto; Mujerío, La .señorita del
Campo y El viejo tronco, que publicó también «Blanco y Negro > ilustrada
por Viera Esparza. Entre sus obras teatrales están Elevación;
La Noche, que estrenó Irene López Heredia; Las Muñecas, Alma de
Cuento y Nivaria. Los cuentos de Junto al fuego muestran un excelente
cultor del género.
La prosa del Ángel Acosta en sus horas mejores hace {¡ensar en
un lector apasionado de Gabriel Miró, aunque siempre esté patente
en él el marchamo personalísimo, porque no sólo se ocupa de la
originalidad, sino también de situarse dentro de lo actual.
Estas características de su prosa patentízanse asimismo en sus
versos (¿Quién no recuerda el sortilegio de su poesía Santa Cecilia
es un suspiro...?)
Por ello, Vaho en el cristal seduce con el encantamiento de lo
nuevo y personal. Distribuyese el contenido de esta obra en tres
partes: Temas eternos. Panorama y Templo cerrado. En total, cuarenta
y tres composiciones.
En la primera parte el poeta hace revisión—a veces henchida
de ironía—de su pasado. Y el recuerdo es ruiseñor que canta con
nuevos trinos.
En la segunda se recoge sus reacciones ante el mundo que lo
rodea e irrumpe en el pórtico de Panorama con un gesto de arrogancia:
No estoy solo. Quisiera
soberbiamente estarlo,
porque mi condición exige
un templo a los demás cerrados.
379
En la tercera acógese el poeta a su soledad, al ápice del alma.
Vaho en el cristal muestra al poeta en evasión del romanticismo y
frente a lo clásico. Diques y murallas quiere poner al desborde,
aunque siempre no lo alcance, pues él mismo canta:
Tengo una sangre madura
Fluyendo en paz y sin prisa;
Pero guardando un fulgor
De la veloz sangre antigua.
Ángel Acosta es poeta reconcentrado, que a veces incide en
hermético. Constituye esto la nota discriminativa de su idiosincrasia,
cosa que erige alguna vez en difícil su poesía. Entre calderones y
sorna, ahoga su sollozo.
La revisión del pasado hace florecer en su alma el ansia ascética:
Abad un día habré de ser
de la Hermandad Serenitana
con ruda regla de ascetismo
contra la vida apasionada.
Composiciones magníficas son La Mañana, Hoja mecida y monólogo
taciturno.
El poeta abre, aunque con discreción, su cerrado alcázar:
Intimidad, arca de sándalo,
colmo de alhajas y Joyeles..,
pero también con baratijas
entradas subrepticiamente.
La estrofa de Vaho en el cristal despójase de ornamentos inútiles.
El poeta es parco en la metáfora; su emoción, contenida; y el verso,
robustamente labrado las más délas veces. El cierre del libro es un
canto de esperanza y optimismo:
Sigue la sangre madura
su vida lenta tejiendo
mientras la gloria endormida
hace su hoguera a lo lejos...
Al autor no obsesiona la idea soneteril. Sólo un soneto hay en
Vaho en el cristal, y con estrambote: Hoja mecida, quf cité antes.
Con ansiedad esperamos un nuevo raudad lírico de Ángel Acosta
ya que por tan acertados cauces fluye el de Vaho en el cristal.
S. PADRÓN ACOSTA.
380
JOSÉ MANUKL GUIMERA, Ensayos.— Sta. Cru/, de
Tenerife, 1951, Ediciones Goya, 308 págs. en 4.°
y retrato del autor.
El Círculo de Bellas Artes, con la cooperación económica del
Excmo. Cabildo Insular de Tenerife y del Excnio. Ayuntamiento
de Santa Cruz, ha rendido al escritor José Manuel Quimera el niás
fino homenaje: la publicación en volumen de sus obras que, de no
ser así, hubiéranse quedado dispersas en revistas y periódicos y,
por ende, en pleno olvido.
La mencionada entidad artística encomendó la recolección y
cuidado de la edición de las obras del extinto a la competente e
incansable escritora María Rosa Alonso. Precede a los Ensayos, un
prefacio, en que el Círculo de Bellas Artes tributa a Quimera su
emocionado recuerdo. Sigue luego una introducción con el título
de La obra de José Manuel Guimerá, estudio completo de la literaria
labor del gran prosista, hecho por la escritora de referencia,
que la distribuye en siete apartados: Meditaciones, Ensayos de literatura,
Ensayos de arte. Intimidades, Vidas y Motivos y Creación
poética. El trabajo de María Rosa ha sido arduo, pero exacto v pleno.
Sitúa a Quimera en la generación posterior a Ortega. Guimerá
es uno de los pocos prosista buenos de nuestra época: límpido y
jugoso. Un meditador con influencias azorinescas y orteguianas.
Para mí La noria y el torno es su página mejor; patentízanse en
ella las características de Quimera. Al pie de este ensayo podría estampar
su nombre Azorín.
En otro volumen retínense sus Poesías. Quimera fué mejor prosista
que poeta. Su Oración a San Francisco por los caballos muertos
en la Plaza plásmase bajo el signo de Oración a la bohemia, de
Emilio Carrera. El influjo rubendariano es general en sus versos,
y alguna vez surgen reminiscencias de Estelas, de Verdugo, como
se observa en Infinito, que mira a ¡Borrasca! y Hacia la belleza.
El tono de Amado Ñervo no está ausente de Poesías.
La serenidad de la vida y obra de Quimera contrasta con el torbellino
de la época en qu-^ vivió. Testigo y meditador de los hechos
de su tiempo, no se contamina de éstos y los diseca en sus páginas
llenas de vitalidad y de fuerzas. Guimerá es figura de alto relieve.
Pensaba mucho antes de escribir y lo escrito lo bruñía con paciencia
de orfebre. Trabajó siempre sin premuras. Su vida fue dulce
remanso de sus creaciones. La realidad le brindó los temas de sus
ensayos. Fué escritor realista traspasado por célebres ráfagas del
ensueño más puro.
Aprende de Azorín y Ortega la técnica; pero es Unamuno quien
lo enseña a pensar, sin que se contagie de la típica paradoja del
381
ilustre catedrático de Salamanca. Su magnífico ensayo Los dos caballos
de Don Quijote, no parece un capítulo de la Vida de Don Quijote
y Sancho del irreductible D. Miguel?
El Círculo de Bellas Artes merece todos los parabienes por esta
pleitesía a su amigo y compañero, hecha con la más procer y sobria
dignidad. Para el encarecimiento de tal homenaje no halla frases
adecuadas mi pluma. El Círculo de Bellas Artes pone en el ambiente
una alta ejemplaridad digna de ser imitada. Dios quiera que tenga
seguidores.
S. PADRÓN AGOSTA
VENTURA DORRSTE, Plácido Fleitas.—Vn estudio
sobre su obra con veinte reproducciones. Colección
«Los Arqueros', 1. Las Palmas de Gran Canaria,
1950.
Es Ventura Doreste utio de los escritores jóvenes más finos de
las Islas. No sé si por voluntad o por vocación se ha desentendido
casi siempre de lo que es puramente regional y ha sido un escritor
esparíol de cualquier parte, pulcro, de lenguaje cuidado y correcta
sintaxis, calidades muy escasas entre nuestros escritores.
La presente monografía sobre el escultor Plácido Fleitas, el mejor
escultor actual de las Islas, es un breve estudio en el que se
destacan los méritos característicos de la obra de Fleitas y sus modalidades:
Plácido talla directamente sus creaciones casi siempre;
la materia se le impone hasta el punto de decidir ella en ocasiones
lo que va a ser, conforme advertía Alain, el pensador francés preferido
por Doreste.
Plácido ha logrado elevar el bajorrelieve de su plano de artesanía
a rara perfección; pero es en la escultura en sí (en madera o
piedra) donde el escultor alcanza sus máximos logros. Es curioso
—añadimos por nuestra cuenta— que la personalidad de Fleitas
más que en obras de tipo universal— La Noche, Dánae, Edipo y
Antígona— se afiance y llame la atención cuando trata los tipos de
su isla, concretamente del sur de su isla, si bien su racialismo puede
unirse o relacionarse con el arte africano o americano que ha
sido, por otro lado, numen de ciertos pinceles europeos.
Veinte reproduciones de obras de Fleitas, una útil noticia biográfica
del escultor en la solapa y una fina cubierta realzan una
edición tan pulcra al cuidado de José María Millares y con la dignidad
que, en todo lo qvie él está, pone siempre Ventura Doreste.
M. R. A.
382
[VAHÍOS] Tinerfeños célebres. José de Anchóela
{Apuntes y crónicas sobre la vida del glorioso tinerfe-ño).—
Santa Cruz de Tenerife, 19o0, 45 págs. en 8.°
menor.
Egte opijsciilo eje (Jivulgación de la vidn y obra del glorioso P.
^nchjeta, que ^a a la estampa el director de «l^ijslioteca Canaria>
don Leoncio Rodríguez, est^ integrado por los siguientes artícplos:
Petalles biográficos, transcrilos del Ln^ayo 4^ unq bio- bibliografía
fie escritores naturales de las Islas Canarias de A. Millares Cario;
Anchieta en América, de Antonio Oliart; Apóstol de la caridad y de
la fe de Tayr Garyalljo Serejo: y La Vía Anahifitcf, notable o6ra de
ingenierícfi de J. 3- L- I^eprodúcese en el folleto la partida de bau-jtismo
y la inscripción de Ja lápida colocada en la casa donde nació
el insigne jesuíta lagunero, amén de citarse las obras que de éste
trae V^era en su Biblioteca de los autores canarios. Cuánto se publique
en nuestras Islas en honor de Anchieta nos parecerá siempre
poco, porque trátase de una ingente figura misionera y cultural,
más conocida y homenajeada en el Brasil que en su tierra natal.
Fué un acierto el haber recogido en el opúsculo que nos ocupa la
serie de artículos de que consta, puesto que éstos ponen de relieve
la trancendencia de la obra realizada en América por el inmortal
discípulo de Loyoia. Es una de las publicaciones de más interés de
«Biblioteca Canaria», y debe difundirse por toda nuestra isla, que tan
exiguamente conoce la primera figura misional que produjeren las
Islas Canarias. Y ahora, un interrogante: ¿Cuándo va a erigir La
Laguna el anunciado monumento al P. Anchieta? ;No es tiempo
todavía? ¿No saldará con priesa esta deuda, cuya dilación tórnase
ya bodiornosa?
$. PADRÓN AGOSTA
PEDRO PINTO DK LA RO3A, Antologías isleñas. Perfil
biográfico. Oharla sobre el ^oneto en los poetas
contemporáneo^. De «tf obra poética.— <¡Bihl\ote(í3i Canaria
», Santa Cruz de Tenerife, 1950.
Sigue Leoncio Rodríguez su labor divulgadora de nuestros valores
regionales con el tomito dedicado a redro Pinto de La Rosa
(1897-1947). Era Pinto de La Rosa uno de los valores más finos de
Tenerife y su muerte, ocurrida cuando iba a cumplir los cincuenta
años, privó al país de positivas obras que aun pudo haberle dado,
entre ellas el libro de versos Mar mío que está a punto de editarle
en Barcelona «Entregas de Poesía» y que nos hubiera gustado y nos
383
gustaría ver impreso. En revistas y publicaciones tinerfeñas, en
«Halcón» de Valladolid, las citadas «Entregas de Poesía* y otras
nacionales existe obra poética de Pedro Pinto que manos familiares
podrían reunir para publicar en su día la obra completa del escritor,
en la que cabría algún ensayo de novela, estimables pieras de
teatro y documentadas conferencias que leyó en diverjas ocasiones.
Leoncio Rodríguee pone al frente de esta parva muestra de la
obra del escritor tinerfcño unasi atinadas noticias biográficas, .que
el lector puede completar con las que dimos en estas páginas en la
Varia, tomo Xlll, págs. 286-7, al ocurrir el repentino fallecimiento
del poeta; a continuación inserta un estudio titulado A7 soneto en
los poetas contemporáneos, que leyó Pedro Pinto en el Círculo de
Bellas Artes y que el diario «La Tarde» publicó en sus. ediciones de
los días 1 y 8 de abril de 1944.
El estudio de Pinto sobre el soneto denuncia en él a un buen
conocedor del tema, a un descendiente del también malogrado
Francisco María Pinto, creo que el primer crítico de formación superior
que hemos tenido en el orden de aparición en las Islas.
Estudia Pinto el origen italiano del soneto, su introducción italiana
en la época de Santillana, primero,y en la de Carcilaso y Bos-cán,
después. Analiza sonetos clásicos y se detiene en la época modernista
y contemporánea para terminar con oportunas citas e inserciones
de sonetistas canarios.
Por índole profesional y motivos de interés ha sido el tema del
soneto estudiado por mí desde hace tiempo de una manera directa,
como ha hedió Pinto de La Rosa. Hay un extenso libro Monographie
du sonet en dos volúmenes, París, 1869-70, que no he podido consultar,
pero que advierte la vieja preocupación del tema.
Habría completado el detenido estudio de Pinto un análisis de
la rima sonetil que lleva a curiosos resultados, as.í como del verso y
sus tipos; hace Pinto hincapié en que no fué Roscan sino Santillana
el introductor español del soneto; de la misma manera puede advertirse
que el soneto de serventesios, que se ha pensado de uso
modernista, ya lo lisó también Santillana.
El soneto clásico, el que inauguró la plenitud lírica de Garcila-so,
está construido, como se sabe, por dos cuartetos rimados entre
sí y dos tercetos con rima triple abcabc o doble ababab, con sus
variantes. He hecho el recuento en los tercetos de los 37 sohetos
garcilasianos y daba estos resultados: 17 de rima abcabc; sólo 5 de
rima ababab; los restantes son variantes de tres rimas, distribuidos
así: 11 de rima abcbac. 3 de rima abcbca, 1 de rima abcabc y 1 de
rima abccab. En ochenta sonetos de Fernando de Herrera, la rima
dominante es la triple y mucho menos frecuente la doble, pero
quede sentado que son los dos tipos de uso clásico, o sea hasta el
siglo XIX.
384
Fueron los modernistas los grandes revolucionarios de la estructura
tradicional del soneto.
Juan Antonio Tamayo, en un valioso trabajo sobre Salvador Rueda
o el ritmo («Cuadernos de Literatura Contemporánea», núm. 7,
Madrid, 1943), con las naturales reservas, indica la posibilidad de
atribuir a Salvador Rueda el soneto de dodecasílabos, paso al soneto
de alejandrinos o sea de catorce sílabas, tan en boga en plumas de
modernistas, «Por lo que se refiere a los tercetos —escribe Tamayo—,
de Rueda procede también la disposición de rimas que ha de adoptar
casi sistemáticamente el modernismo: aacbbc, abandonando
casi por completo las formas tradicionales».
Pero es difícil la novedad en este cansado mundo. Juan de V¡-
llalpando había usado el soneto en dodecasílabos en el Cancionero
de Stúñiga; antes que Rubén Darío, Pedro de Espinosa (1578-1650)
usó el verso alejandrino en un soneto. £n cuanto a la rima aacbbc
hasta ahora no la he encontrado en sonetos clásicos españoles, pero
sí en el siglo XVI francés, en Pierre Ronsard (1524-1585),que la usa,
por ejemplo, en el conocido soneto, al que han puesto música los
franceses, dedicado a la rosa y que comienza: Comme on voit sur la
brandie au mois de mai la rose.
Inserta, como digo, Pedro Pinto delicados sonetos de poetas canarios.
No incluyó el de Tomás Morales al Puerto de Gran Canaria,
que es bien representativo del soneto modernista de alejandrinos,
fiero quizá sería por naturales cuestiones de gusto Acaso de haber-o
conocido habría incluido esta graciosa diatriba al soneto en soneto
hecha por el simpático Nicolás Estévanez (1838-1914), con un verso
final cacofónico, pero que por suya y venir adecuada reproduzco:
El soneto
Catorce versos dicen que es soneto...
LOPE DE VEOA
No lo inspiran las musas del Parnaso,
fabrícase en un molde, como el queso,
tiene poca sustancia, poco peso,
no pasa de catorce en ningún caso^.
Aunque lo Distan de velludo y raso
carecerá de fósforo y de seso;
no le permite manquedad ni exceso
la regla olí que le detiene el paso:
Dos cuartetas rotundas, un terceto
al que sigue otro igual con simetría
sin que brillen el arte ni la estética.
Y por eso resulta que el soneto
es, más bien que una dulce poesía,
un prosaico problema de aritmética.
I Don Nicolás olvidó los sonetos con ostrambote.
385
Don Nicolás sigue aquí el tema del soneto definición, que hizo
famoso Lope en el suyo a Violante, que siguió al que hizo Diego de
Mendoza de Barros y fué imitado en Francia y luego por algunos
poetas del siglo XIX. Quizás tenga su antecedente italiano, conforme
sospecha Morel Fatio {Histoire de deux sonnets en Étude sur VEs-pagne.
Paris, Bouillon, 1904, tercera serie).
Escasas poesías de Pinto de La Rosa incluye Leoncio Rodríguez
en la presente edición, acaso por dificultades de espacio. Todas
ellas, exepto una tomada del libro inicial Arca desándalo, 1928,
las había publicado el autor en su excelente revista «Mensaje»
(1945-1946). Pinto de La Rosa era un poeta intimista, doliente,
dentro de la órbita que que va del angustiado Ñervo al hondo Antonio
Machado. En algunas composiciones de Mar mía está muy
cerca al mar de «Alonso Quesada» unas veces y otras al de Tomás
Morales, el Morales de las estampas marineras, pero Pinto de La
Rosa imprimió a sus composiciones un personal acento de intimidad
dolorida, de sensibilidad pura que nos hace pensar siempre
con desconsuelo en las buenas cosas que pudo darnos, pero que no
nos dio.
María Rosa ALONSO
FRANCISCO DEL TORO Y RAMOS, La nave consentida.—
Sta. Cruz de Tenerife, 1951.
(
Cuando don Sebastián Padrón Acosta pone un prólogo al libro
de un poeta joven y yo tengo luego que hacerle una reseña, casi
me excusa del trabajo. Lo que yo dina de la edición, ya lo dice
Padrón Acosta en su atinado prólogo; apenas lo que me resta es
referirme al prólogo y hacer ligera glosa al libro del poeta.
Buen conocedor de nuestro siglo XIX, el prologuista de La
naoe consentida señala con rigor los temas que el poeta cultiva y
entronca, con gran acierto, el tema de las estrellas, que del Toro
trata, con el poeta tinerfeño Manuel Marrero (1823-1865), que lo
cultivó en su época romántica. Don Sebastián Padrón advierte que
en el libro que prologa se puede citar a Tomás Morales, Manuel
Verdugo, Pedro Béthencourt y, por último, a Gerardo Diego como
precedentes poéticos en la obra de Francisco del Toro.
Y así es. De las treinta composiciones que integran el libro,
doce había leído en el diario «La Tarde» que, por cierto, algunas
llevan fecha distinta a la que el libro inserta. Parece que esta Nave
consentida iba a llamarse Soledades y sueños, pero ha sido el primer
nombre el que ha triunfado. Francisco del Toro ha dado un gran
brinco desde la poesía modernista hasta el último Gerardo Diego,
386
la revelación, que ha permitido al poeta ser un hombre poético de
su tiempo.
Yo no sé por qué extraño destino los poetas jóvenes de Tenerife
han estado siempre más retrasados en lecturas poéticas que sus
coetáneos de Gran Canaria, en términos generales, claro es. Me parece
que ya lo he indicado alguna vez. Resulta raro que a las alturas
de nuestro tiempo los jóvenes poetas todavía estén prendados de la
lírica modernista y lleven un retraso de cincuent't años respecto al
grupo español y grancanario. ¿Es que no se lee poesía actual? Puede
ser que no guste y es muy lícito, pero lo que no tiene sentido es dar
vu Itas a la noria modernista, incluido el parnasiano y elegante
verso de Manuel Verdugo.
Un primer libro de poesía no puede ser otra cosa que una promesa.
Los maestros no avergüenzan a nadie sino que honran, así
que no es que me parezca condenable la actitud de Francisco del
Toro; lo que espero de él es que, tras este decoroso y limpio libro,
suelte sus amarras y haga una poesía suya y actual.
En el soneto Amanecer en la montaña se le han deslizado un sustantivo
y un adjetivo del conocido verso de Tomás Morales: «y el
leve chapoteo de agua verdinosat', que el poeta usa en los dos cuartetos;
deja pasar demasiado la interjección ¡oh!, muy de Manuel
Verdugo, cuyo influjo es bastante acusado en muchas composiciones:
Oh, la calma durmiente de esta noche
en el arcano inmenso del reposo...
canta el joven poeta en un noble estilo que recuerda al maestro.
Convendría tener cuidado con ese sustantivo neologista, feísimo de
heladez que usa tres veces (págs. 6, 13 y 14), incluso dos en la misma
composición, a la que afea un hilarante desagradable (Vid.
Nocturno).
Estos son los lunares (¡ay del que no los tenga al empezar!); el
tomito es de una dignidad noble y estimable valorado en conjunto.
Las composiciones más logradas y personales son, a mi entender,
las de la última parte: las bellas poesías de verso corto, en las que
el poeta camina sobre una tierra última y en un mundo poético
vigente:
Viento
Ruiseñor del espacio,
viene canta que canta,
azul de lejanías
y fugado sin alas.
Muy delicado el que el poeta ha tenido la gentileza de dedicarme
(Los poetas tiene la fortuna de fíoder ser, de permitirse el ser,
más delicados que los críticos). Bajo el numen de Gerardo, ex^ui-
3S7
sito y bellísimo el díptico a la muerte de su padre. Si el poeta acierta
a librarse de la fraseología actual de «clausura», «costado», «nieve
descendida», made in Adonais, espero de sus buenas dotes, de su
discreción y méritos personales poéticos que timoneará en lo sucesivo
flamantes naves de poesía. El libro acaba bien. Y bien está lo
que bien acaba.
M. R. A.
Poetas tinerfeíios. Diego Crosa y Costa,— «Biblioteca
Canaria», Sta. Cruz de Tenerife, 1950.
El presente tomito de la popular «Biblioteca Canaria» comprende
el prólogo que Domínguez Alfonso hizo a la primera edición de
Folias de Crosa, dos lecturas de José Manuel Quimera verificadas
en los homenajes hechos al poeta festivo en junio de 1934 en el
Quimera y en el Círculo de Bellas Artes el mismo año que habría
de morir, unos Comentarios de Pérez Armas y una selección de poesías
de cCrosita»: coplas premiadas en el concurso de «La Prensa»,
algunos de sus Ripios para el periódico citado, alguna poesía seria
y panegíricos del autor, escritos en verso por Qil Boldán y Verdugo.
Diego Crosa y Costa (1868-1942) fue un claro ejemplo representativo
de esa abierta y simpática ciudad que se llama Santa Cruz de
Tenerife. Formaba su levadura en el siglo XIX, los ojos en el mar,
sin un pasado enfermizo y lleno de prejuicios, sino con un futuro
que emprender, Santa Cruz ha sido pródiga en simpatía y cordialidad.
Su máximo embajador fué Diego Crosa, cicerone generoso de
todo extranjero que a ella arribara, animador de toda tiesta y banquete,
amable, gracioso imitador o caricaturista de tipos humanos,
poesía un don imitativo regocijante pero contenidas sus gracias en
una impecable cortesía de gran señor, sin que jamás lo chocarrero
disminuyera su donosura. «Yo juraría—escribe de él Eduardo Za-macois—
que tras una noche báquica, nadie en el frac de este hombre
encantador ha visto una mancha...».
Diego Crosa, cuando era Diego Crosa, escribía poesías sentimentales,
de apasionado sabor regional,que rezumaban las más puras
esencias de la tierra; cuando era «Crosita», el poeta festivo,
escribía aquellos imnumeracles Ripios que regocijaron a los lectores
de «La Prensa» durante más de veinte años. Recogidos en un
volumen habrían sido un monumento al humorismo tinerfeño.
Enamorado de Tenerife, publicó en 1910 una comedia en dos actos,
discreta pieza de ambiente campesino o «mago», de inleres
desde el punto de vista dialectal y en la que la gracia de «Crosita»
388
se reúne con el sentimiento de Crosa, se trata de Isla adentro, que
se ha representado varias vecen en Santa Cruz.
En el lejano 1900, Crosa fué profuso ilustrador de la revista
«Gente Nueva», para la que hacía ingeniosas caricaturas a la moda
europea de entonces: unas grandes cabezas enfundadas en el estuche
de unos cuerpecillos, que agusanaban la humana figura, según
el gusto de entonces; acuarelista, dibujante y pintor, sus temas
principales los constituían esos apuntes realistas, típicos rincones
tinerfenos, folias pintadas con garbo y buena luz, que los extranjeros
se llevaban a montones. Muestra de estas dotes suyas es el
albun de 27 dibujos que publicó con el nombre de Rincones de
Tenerife.
Sus Folias lo hicieron de gran popularidad y alcanzaron, impresas,
dos ediciones: una, en 1923, y otra, con prólogo de Zamacois,
en 1932. Corren por ahí en la boca de nuestro pueblo, lanzadas al
aire tinerf»iño junto a los ventorrillos de las fiestas campestres, rebotando
sobre las sartenes de adobo o enredadas entre los cuerdas
de un timplc o de un requinto, si la grave guitarra no sigue las pasiones
de corazones de fuego, semblantes de nieve, o de ese chico
cementerio teguestero, que jamás crecerá, aunque lo hayan
agrandado.
Autor de leyentas canarias, de diversas poesías de exaltación
regional, Diego Crosa y Costa es un ejemplo vivo de una alma hecha
gracia y cantar, ofrenda dádiva y de un ser por el que la tierra
dejó oír su voz popular y la ciudad santacrucerera su cordial y generosa
gracia.
María Rosa ALONSO
JACINTO, Viaje estrambólico en butca del poeo de
la Salud.— Sta. Cruz de Tenerife, 1»50.
La popularidad es un don nada fácil; desde luego está en función
con el valor personal, intrínseco de la criatura. Unas veces la
popularidad es negativa y da seres infrahumanos, de los que no es
menester escribir abura. La popularidad que interesa es la positiva,
la que exalta al personaje, porque el pueblo convierte a la persona
en personaje y éste vive en una perfecta simbiosis con el pueblo.
Se pertenecen y se condicionan uno al otro, a diferencia del hombre
privado, del hombre corriente, que forma el grueso de la masa
» pertenece a ¡a recóndita minoría, pero que no precisa de los otros
con la esencial necesidad del hombre popular, cuyas cualidades
específicas han de ser la gracia y la simpatía. Claro está que lo que
389
mantiene al hombre popular en su puesto es una administración
sabia y prudente de esa gracia y de esa simpatía, porque si por un
descuido fuerza esas dotes para halagar a los que le conceden la
patente de popular y 1» fuerza es advertida, entonces, ante la extravasación
de semejantes cualidades, puede sobrevenirque el personaje
caiga en desgracia. Eso ocurre cada vez que en esta triste vida tenemos
que contar con los demás para ser lo que somos. Por eso hay
personas a quienes les repugna todo cargo que dependa más de los
otros que de sí mismas y tiemblan ante la modesta posibilidad de
ser vocales primeros.
La popularidad de Jacinto del Rosario es tan limpia y jocunda,
que ha logrado llamarse Jacinto, sin más. Algo así como les pasó
en literatura a «don Benito» o a «Ramón», en la amplia esfera nacional,
claro, y con los que la gente sabía que se trataba de Galdós
o de Gómez de la Serna. Jacinto, que tiene su profesión y un hijo,
nos asegura haber plantado un árbol, pero le faltaba para ser un
hombre actual escribir un libro y comprar una casa. El libro es éste;
la casa no sé si ya la habrá comprado.
Jacinto, por necesidades de salud, tuvo que i r a tomar las aguas
de Sabinosa en la isla del Hierro; en su pequeño libro, dentro de
su misión oficial de humorista, nos cuenta de una manera llana y
desenfadada su viaje en barco, la escala en La Gomera, su visión
de la Torre del Conde, que le vendría «estrecha de caderas» al tal
conde, el agua soberana del café con leche, arribo al puerto de
La Estaca y penalidades del viaje a Sabinosa, sus vicisitudes y
mejoría del enfermo tras muchos litros de agua y no escasos baños,
que no sé si lo hicieron adelgazar, cosa interesante de saber para
los gordos.
Un fino y muy bien escrito prólogo de Roberto Riley nos presenta
a Jacinto como al tercer humorista actual de las Islas, si bien
no hay que olvidar a Servando Morales, paisano de Jacinto, que se
nos ha pasado para acá y no sé si alguno más habrá. De todas maneras,
el humorismo es un género entre literario y filo8Ófico,y aunque
Jacinto no tiene pretenciones de escritor, porque ea demasiado
inteligente para tenerlas, ha hecho una relación de su viaje que
con buen humor llama «novela», en un estilo fácil y que se lee «de
corrido».
Cierto que un articulista del Hierro censuró el libro de nuestro
Pérez Zúñiga local y que hubo sus dimes y diretes periodísticos entre
ellos en el diario «La Tarde», por enero de este año de 1951.
No le faltó tampoco su adarme de numorismo al segundo y último
artículo del herreño. Parece que Jacinto vendió bien su libro, con
todas estas borrascas. Su intención con el Viaje estrambótico o morrocotudo
no pudo ser malévola para la cenicienta de Canarias, con
deficiencias que son una acusación más para las demás y para el
390
Estado, que para ella misma. El Estado se ha decidido ya a remediarlas
y así lo quiera Dios. Jacinto sólo quiso hacer una broma, un
librito humorístico, sin ninguna maldad para nadie; pero eso tiene
de inconveniencia la broma con ios humildes: tan castigados están
y tan a la defensiva se sitúan, que carecen de esa gran dimensión
del espíritu humano que se llama sentido del humor. Un menesteroso
no puede tenerlo y es natural. El humor es más bien para los
boyantes, para los que lo tienen tqdo e invitan a la caricatura y
hasta b la sátira. A los otros la sal de una broma se les vuelve vinagre.
Y no les faltan sus motivos, aunque la intención de Jacinto, gracioso
y simpático como él solo, fué la de un mero pasatiempo cuyas
derivaciones jamás sospechó.
M. R. A.
JOSÉ SOSA SU ARKZ.—La. luz baja del cielo. Poemas,
Las Palmas de Gran Canaria, 1951.
Es preciso saludar la decorosa poesía que José Sosa Suárez nos
ofrece en una cuidada edición (que ha ilustrado Manolo Millares con
un retrato del poeta) como se saluda a una poesía de contenido.
Sosa Suárez posee un temperamento serio y hondo y trasmuta en
creación poética las agónicas inquietudes que le plantea su vida, o
que él se las plantea a ella. Espíritu poco descriptivo y sensorial,
y sí de vena intimista y anímica, está Sosa en la línea poética de un
Antonio Madhado o de un «Alonso Quesada», por lo que a la actitud
se refiere, si bien modernas y vigentes lecturas, bien dirigidas,
se advierten en sus poemas.
Al contrario que la mayoría de los poetas españoles actuales,
atiende Sosa al andamiaje interno del verso, más que a su cuidado
formal. Si es difícil hallar en un discreto poeta actual un verso mal
medido, sí que nos produce tan bella carpintería la impresión de
un brillante efluvio por la tela impermeable de la sensación poética.
Les es casi imposible a los lectores de poesía actual retener versos,
individualizar el poema del autor joven: la mayoría están bien
hechos, pero casi todos se parecen, abundan en los mismos resortes
de estilo, usan lenguaje semejante. El verso libre de Sosa Suárez, en
cambio, cojea da ritmo varias veces, descuida cacofonías ingratas
como también tiembla (pág. 27), sino nostalgia (pág. 37), o manco
como mío (pág, 63), etc., sin contar desmayo de algún verso que desluce
alguna composición bien construida; pero a cambio de ello la
mayor parte de los poemas de La luz baja del cielo denotan el noble
esfuerzo de un poeta digno y de verdadera conciencia poética y alma
varonil, exactamente varonil, y, por ello, delicada.
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Angustia del vivir, honda y decantada religiosidad imprime altura
a la creación poética de Sosa:
Tú das, Señor, a manos llenas
la hoguera inagotable de tus soles,
el ritmo de tus aguas y tus vientos,
el trémolo profundo de tus noches,
el río sin orillas de tu tiempo.
Pero yo soy de tierra, Señor, y en mis crisoles
tus llamas fueron pocas.
Al lado de excelentes composiciones de una fina religiosidad, el
poeta canta la desesperanza en cierta composición, muy del cuño
poético de Antonio Machado:
Como tú, árbol flaco y desmedrado,
en la llanura de mi sueño, aislado,
mi corazón tampoco espera nada.
Más de una vez, la atormentada idea del no ser, de un secreto
nihilismo que el poeta convierte en vivencia poética, quizás para
libertarse de la angustio:
Y morirán, mañana, nuestras horas;
y mi huella y la tuya confundidas
serán la misma cosa sin remedio:
la huella de una lágrima a lo sumo.
Más adelante:
Allí me dejarán, uno más en la fosa.
El tiempo irá pasando,—¿qué día
fué?¿Quién se acuerda?—Entretanto
la noche será larga. Y míos,
como nunca, mis sueños y mis huesos.
Claro está que su noble fe lo tiene asido al Creador, porque él
sabe que «la luz baja del cielo» y el poeta cuenta siempre con el
legado de su corazón.
Sin gloria, sin prisa, con soltura
van mis horas, oscuras, cosumiéndose
en invisible y torturante hoguera.
Mis horas, pesados eslabones
de cumplida cadena, que me ata
a la fugaz parábola de un vuelo
entre dos infinitos.
Hay poemas que se salvan enteros por su dignidad poética y
siento no reproducir Mi mejor verso, muy logrado, pero el espacio
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tiene sus exigencias. En el siglo pasado, Sosa habría sido un buen
becqueriano de temperamento francamente romántico. A pesar de
ese angustiado fondo de sus temas, aquel »deseo que tengo de vivir
» cervantino le hace terminar así su libro:
Otra vez a soñar y a envejecer
un poco cada día. Y a esperar
la dicha que se sueña, aunque no llegue.
M. R. A.
VENTURA DORESTE.—Seis décimas a sus amigos.
El arca. Las Palmas de Gran Canaria, 1951.
La décima, que tan alto prestigio poético alcanzó en nuestra
Edad de Oro, como saben los lectores de buena poesía, tuvo un feliz
renacer en la pluma ingrávida de Guillen. Decía Lope en su
Arte nuevo que las décimas eran buenas para quejas. Mas para el requiebro
nada como una décima. En décima cantó nuestro barroco
Poggio Maldonado las finas gracias de dos bellas palmeras de Cuisla y
de Massieu; para el billete con guante perfumado de ámbar y el envío
emblemático y seiscentista nada como esas diez varillas de junco
que la cestilla de una décima alígera porta y entrega. Ventura
Doreste envía a Gutiérrez Albelo, a Gerardo Diego, a Rafael Alber-ti,
a José Vega, a Juan Ismael y a Sebastián Manuel media docena
de obsequios a décima por persona. Finas, bonitas y graciosas, ¿qué
otra cosa que registrarlas aquí podemos hacer los que, intocados
por la gracia poética, no podemos fabricar una décima de batista
con que corresponder a este obsequio de Ventura Doreste?
M. R. A,