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ÍHEMERI
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HEMEROTECA P. MUNICIPAI
Eiwro-Mano d« 1944
FACULTAD DE FILOSOnA Y LETRAS DE LA UNIVERSIDAD DE U LAGUNA
REVISTA DE HISTORIA
Oirccton • ! Decano, DR. EUAS SERRA RAFOU
Temo X I La Laguna da Tanarifa (lalaa Canariaa) Ano XVII
La "Historia del Almirante" y algunos aspectos
de la Ciencia colombina (*)
POB E M I L I A N O JOS
1402-93; viaje y tornaviaje de Cristóbal! Colón,, d'e los Pinzones y éemáe com-paitrdotaa
imestros que apreíaaron para siempre los territorios americanos y los
entregraa^oin a I'a más avanzada civilización europea;
1942-43; cuartirociemtos cincuenta amiveirsamo dteade la iida y regreso de lae
cairabeliais, y de lia cdirouiliación por España y ell nnundo de las primeras cartas que
anunciairon a la ihumanidiad la buena nueva;
Oonooida esta en ESspaña en primer Ixigaír por las noticias que en Bayona de
Galiicia dieron ipersomailimente Martín AOonso Pinzón y demáis triipulanteis die la
"Pinta", y en la Corte regia por la misava qoic el mismo piloto escribió a los Soberanos
y que éstos recibieron antea que los informes enviado® por Cristóbal Collón,
según hemios podido precg«>air aipoyados en un texto tan conocido como loe
Anailes <Ie Zurita (1).
LBIS cairtas die Colón multiplicadEus por 1» imprenta; las de los emibajadoree
en E!sipaña a sus diversos paisos; las del humam^ta Pedro Mártir de AngHerfa a
vairi.aa anuigx»; loa primero» oaipítulos de sus Décadais inédüta» copiados en Grck-nada
por Trevisan, enviados por éste a Italia y divulgados ,por el "Libreto de
todas las Navegaciones diell Reiy de E^sipaña", difunden por toda Eixroipa loe he-
(*) La publicación de este artículo del sia^az americanista Eimiliano Jos,
catedrático que fué hace años del Instituto de Enseñanza Media de esta ciudad,
debía coincidir con la connmemoración del noveno período semisecular del regreso
caloaiíbino. Diversas causas la han demorado, pero el subido interé® cientíico
del trabajo no sufre por ello menoscabo.—Nota de la Redacción.
(1) Véase nuestro trabajo: "Bl Centenario de Femando Colón y la Enfermedad
de Martín Alonso", en la "Revista de Indias", ném. 7, enero-marao de
1942. Si, como parece, el dato ha pasado inadvertido hasta el presente, también
puede parecer que la palabrería «obré un hecJvo histórico tan primordial cmno
el Descubrimiento, y tan particularmente glorioso para E^aipaña, abunda más que
el estudio y la atención que merece.
choa ide más tolito, las resuiltados más sialientes; una tesitorii'a ipara el gram público,
tan despreocupado como muchos de los divulgradares, dte a v e r i ^ a r la ges-tación
<íe aKHiellais miaraivillaisi, de pregnntanse el cómo y por qué die la invenición
de lun mundlo nuevo.
La MTupresión de las Décadas de Anglería; la del Psalterium del obispo
Giuistintiam, en que (se dan notalbles anteicedtentes de la géneisii« del Descailbri-inienito
pero que quedam caiai descxmociido® en su teológica obra, y no muy difun
d'idca cuiandío, en ila cuairta déradia quincentisita, pu'bJdca su «róináca- o am'aOes de
Genova; una de las bases de este último autor, loa Comentarios de Gallo, ge-novés
aimig'o personail' de Cotón y su faimiliia, que quedan langamemte inéditoei; el
Opus Epistolarum del citadlo Angilería; la "Historia GeneinaJ y Natural dte lais Inr
diais" die Fernández de Oviedo, que desmiaturaliza eü plan desculbridtoir colombino
fijándiolo en 3'as isi&is Hespéridies, así llamadas por haber ipertenecidio a IOB' antiguos
reyes de España, islas sobre las que encontró aiitoridades que le guiaron
para su haillazgo; otros amigois dtel Etesicuíxridoír como Bemáldez y La® Casas que
quedan taimibién inéditos; una Historia de la Vidla y Hechosi de Cristóíbail Colán
eswrita por un hunmnista tan dieapierto como Pérez die Oliva contemporáneo de
los Galón, qiue estaba manuiscrita en la Librería Fernandlina de la que desaipare-ríó
isin diejair huellas ¡más que en los riegistros dte tal librería, haeta que mader-niamenite,
la gran histomdlora de los Pinzón y demás oamipañeipoa de D. Gristó-bai
en 1492, Mias B. Gou/ld, averiguó su paradero en la biblioteca de un coleccionista
die Nueva York (2); todas ellos, par unáis u otras causáis, poco adelantaron
piara explicar históricameinite, o sea con cerbid'umbre, lia génesi» diel descubrimien^
to de América.
Y así llegamos a un año básico en este asipecto princLpalísiimo de la historia
de lia apairicdón de América, 1871, en que las prenisas veneciana» ofrecen al mundo
de los erudiitaa y de los estudiosos en general, la "Histcxria de la Vidla' y Hechos
del Almirante D. Criistóbal Collón", por D. Femando, su hijo.
Un libro como éste, hedho por un fannoso bibliófilo, por un hijo del propio
Etescaubridoír que utilizaba en su text<o mndhos escritos die su padire, debía sea- y
fué paira todios los lectarea 4a base más firme y !a fuente más pura para infor-mainse
de la historia del Deswubridior, isin exceptuar siu vital punto o asipecto genético
pues «abre este precisamente ise producía con insólita extensión y parti-culairizadois
detalles el prapio descendiente die D. Gristóbal y comipañero soiyo dte
deaoubrimdentos en ia ouiarta de siiis expediciones trasatlántica».
Bn España en tanto y aún antes un sector de tos tratadistas guiado por cierto
espíritu más naoionailiista que historicista se inclinaba a isituar en cierto ma-riino
que tras langa tempestad había llleigadlo a las nuevas tierras, y que al |r©-
gireso, y en las postrenas horais de su vida terminada en la propia casa de Co-
(2) En copia, al parecer, según el documentado historiador colombino Mo-rison,
que tiene la fortuna de estar examinando tal manuscrito. El original continúa
sin aiparecer. El Sr. Morison estudia con particular interés, y sobre el propio
terreno, las navegaciones colombinas, y con este fin realizó pocos años ha la
travesía de las Antillas a Palos y regreso.' Entonces ya tenia estudiado el segundo
viaje y publicado un valioso libro sobre él: "The Second Voyage otf Ghristopiher
Cdlumbus... and the Disovery of the Lesser Antilles.—Oxford, [enero] 1038.
8
lón, confió a este su hailliaz^o, «L punto die partida die ía hazaña colombina. Si
Fermánd'ez de Oviedo tien« esto po<r fáiboiíla, GtSntiara le t-oncedte baistante comsri-deraicióii—
y tras él otro.s Tnaj<?'hoisi—aunque r©coinio<'e que cuadquáeira que fuere
el origen del hedho, Calón meaOiizó cosa de gran fama y (te eterna giloiria. Importa
lecoger tal reconocimiento porque ailijfún t-rítico moderno (como el saf^az Diego
l u i s Molinari, arigentino), asisrna al clhis!i>eante historiador soriano, el poco lucido
papel de iniciar la difamación del Almirante (8). IM lectura atenta del cronista
^foma'rlenl^5e (era naturail de Gómainaj, Soria, y no d^ Sevilla como se dicte
frecuentemenite) encaientra que este ofrece las dos versiiones inrincipales soibre
el oriffen del Desieuibriiinienito: Los estudios del propio Cristóibajl Colóni, y lois in^
fonmies dlel ainónimo prediescuibridor, y qoie é<l., en último extremo, mo decide l«i
cuestión.
La hipótesdiS de Gómaira se aigrava muclio con GairciJaiSO de la Veg'a (4), Pi-zairro
y Orellainia, y baistantes otros que no atienden: a Amtomio de Herrera, el
cuaJ, aiprovedhandio la exterusa. y nianiusorita Historia de 1«ÍS Indias del P. Las
Gaisias y el ildbro die Fernandio Colón, ofrece elementos baisitante mejores que las
págñoas dte los secuaces deJ iprediescuibridoír, ya conoicido nominalimente desde que
(3) No podemos refrendar tal opinión expuesta en "La Em,preisa Codomlbi-na
y el Descuibrimiento", en larga nota de la pág. 435 del vol, 2? ("Euroipa y
España y el Momento histórico de los Dosí-uibrimientos") de la "Historia de la
Naícdón Ajigentina", Bs. Aires, 1937. Y no® parece poco pensada su afirmación
«obre que el empeño de (Jomara "en disiminuir la gloria de Colón" porqoíe lo
"conisideraba extranjero", constituya "el leit motiv de su conocida obra". Tal opinión
la iliuistra en ddciha nota con un paisaje del 'propio Gomara—cap. 106, "De
cómo hubieron portugueses la contratación de las esipecias"—que más bien enaltece
que humilla a Colón, pues reza que el fructuoso o esperanzado fin del viaje
de Covillam y Paiva iba instruido o regido por un mapa heho por Calzadilla (es^
pañol) Josefo y otros, y por "un memorial que quizá era el raesmo de Cristóbal
Colón donde se ponía el camino por poniente".
El primero—acaso—en suponer exceso de patriotismo en Gomara por dar al
rumor del piloto importancia excesiva, fué el itailiano G. Benzoni en "La Historia
del Mondo Niw>vo di... La qual tratto dell' Isole & Mari nuoua¡mente ritro-uati..."
Tal actitud no escasea entre los autores italianos, como e» natural después
de todo, tan natural y humano (o sea en puridad taní egoísta) como la disposición
hispana, portuguesa, etc., a peraltar su cooperación en las gestas de
los descu'briimientos mairftimos. La tesitura de Benzoni (expuesta desde 1665 en
la 1* edición, de Venecia, estante en' la Bibl. Nacional de Madrid, siign. R. 298)
respecto a Gomara, la recuerda W. Irving, en la ilustración núnv. 11 del Apéndice
a su conocida obra, todavía tan útil y tan cümera en su conjunto, entre la
excesiva bibliografía sobre el Dew-ubridor.
(4) La forma más interesante, quizá, de un predescubriimiento, la dieron
temipramwnente Gonzalo Giménez de Quesada y Barrantes Maldonado, suponiendo
que el proipio Cristóbal Colón "estramgero", enviado por los Reyes "a descubrir
lais Indias que él corriendo por fortuna auía primero d'esCTibierto y hecho
saver al Rey de Inglaterra" que no le dio crédito...; pero asta tesis permaneció
manuscrita en las "Ilustraciones de la Casa de Niebla", oibra del dicho Barrantes,
hasta el siglo pasado qiue apareció en el Memorial Histórico Español, t». IX
y X (nuestra cita está to,mada del ms. 3299 de la Bibl. Nac. de Madirid). D. Luis
de Ulloa resucitó y amplió la tesis de Barrantes con mucha mayor voluntad que
fortuna. Las frases citadas entre comillas son de Barrantesi; el parecer del cé-l&
bre conquisrtador de la Nueva Granada, Gomzalo G. de Quesada, lo conocemos
por haiberio recogido Juan de Castellano®.
©1 Inca Garoilaiso lo baaxtizara con el notiiibre de Alonso Sáiidhez de Huelva, cri«-
tailización tendía y dlesfigiuradia de aquel interesante y poco conocido marino ©s-pañdli,
Pe.ro Vázquez de la Frontera, que tan esipeiranzadios y animíadores informes
dalba «n Palos a «ue ihabitantes y a los comii>añeiros die Colono en el viaje que
preparalba, como cristaliizaoión menos tairda pero ¡Kualmente desfi^guirada rie tales
informes, fué la tradición del supuesto piloto ipredescubridoír (5).
Podemos decir que las fuentes y libros más empleados por los que escribían
o «e inforimaibaTi; woibre el Descubrimiento: Aniglería, el mismo a través del Libreto,
lias ediciones dte Ptolomeo, Fernández de Oviedo, López de Góniíara, He
rrera, Garcilaso, etc., etc., ofrecíati versiones bastante distpaires d)el ¡personaje y
de isiu ihazaña. Y los eruditos que lleg^aisen en sus lecturas a obra® como la—Ihoy—
rairísdma de Jaime Ferrer en que el editor introdujo su parecer sobre el meridiano
de demarcación y la elogiosa carta que había emviadio al Descubridor, y como
el tratado de cosmografía del tarraconensie Girava, se encontraban con dos
homlbreB d« ciencia para quienes Colón era respectivaaiiente: el mayor de todos
j elegido por Dios paira el Desculbrimiento, y um gran niairiniero pero mediano
coamógrafo. Discrepanioias que perduran hasta el día.
Tornamdo a lias olbras m&s leídlais sobre nuiestro tema., por ©racima de todas
ellas (planeaba a excelsa altura como fuente históirica, el libro titulado en italiano
"Belaeiones e HAstorias del Sr. D. Femian'dio Colombo", traducidais del es-pañal
al tosoano por Alfonso de Ulloa. Estaa Historie divuligairon los conceptos,
todavía die bastante general acatamiento, de un Cristóbal Colón entregado a es-tudlios
universitarios y a peregiriacianes ¡miarítiimas desde los años primeros, sapientísimo
en cosmografía, insuperable navegante cuyos grandes conocimientos
científicos y práctica marinera, alcanzaron un premio casi niaturaü para tantas
y tan extrao(rdinarios méritos: el hallazigo de América, el encuentro de un
mundo desconocido •pasca, todos los antiguos que venía a dar gloria indeleble y sa-tisfaoción
merecidia a quien había ofrecido en vano tan igrandioiwi hazaña a los
(5) Adoptamos esta creencia desde que leímos ciertas declaraciones de algunos
tesitigos en la probanza de Francisco Martín Pinzón (hecha en 1532) hijo
y sucesor del famoso Martín Alonso. Tales declaraciones se pueden leer mucho
mejor en el libro del f. Ortega soibre La Ráibida, que en la obra de Fernández
Duro isobre Colón y Pinzón, publicada entre las Memorias de la R. Acade-irña
de la Historia. Después vimos que el gran investiígador de los temas colombinos
Enrique Harrisse, había sido el primero (según los datos que tenemos de
nuestrais lecturas) en formular este teoría. También con independencia de Harrisse,
es decir islin conocer la precedencia, hemos visto que alguna persona no
contagiada de la exaltación local onubense o nncionalist.a, coincidía en esta apreciación.
Harrisse la emitió en su "The Discovery of North America..." libro que,
cual otros muchos del mismo historiador, es muy raro en las bibliotecas españolas;
acaso el único ejemplar sea el que en 1933, hicimos pedir para el Centro de
Estudios de Historia de América (de la Universidad de Sevilla) que dirigía el
historiador D. José M5 Ots y Capdequí.
Sobre el Alonso Sáncbez de Huelva, ya advertimos en nuestro recuerdo del
Centenario del Amazonas—en la "Revista de Indias", núm. 11, enero-marzo
1943—que Garcilaso repitió el caso de bautizar otro anónimo y legendario personaje:
el supuesto contradictor de Francisco de Orellana, Hernán Sánchez de
Varga».
Prínicipoa europeos, duraaiite liargos y amiaffgos años de porfía, isufriendo desaáres
y burlaa sin curemto.
Nadde se pregunta (a lo que se nos alioanza) hasta Hiar.risse, si aquellos relatos
fernandiiiios siobre la vida y hoahos de D. Cristóibal merecían entero crédito;
si eJ> Descuibridor era tan sabio y había navegado tanto como allí se diecía; si
erian ciertos sus estudios universitariois y su pairentesco con famosos marinos
coniteniporáneos de igual apellido; «i sus bases cosmog'ráíicas eran tan sólidas
y científicas oomo acertados y sóliidos los planes sobre ellas asentados; si se encontró
con una oposición a sus dichos x>lanes tan poco inteligente y tan retrasada
o anticientííica como del filial libro se desprendía, etc., etc. El citado Harrisse
obííervó lia eiscasa veiPosimiilitud de aligunas de estas cosas y de otras afirmaciones,
por todo Jo cual y por su niudha precipitaoión, negó ail Mhíro ed autor indu-áabJe
hasta entonces.
Nadie al principio se fijó—que sepamos—en que esta condición fUíal de la
Historia de D. Oristóbal Colón la impregnaba de parcialidad desde su inicial a la
I)ostrera páginas, y que solo JKKT esto debía ponerse una sordina a todo lo que
favorecía aJ retrato del héroe en ciencia y experiencia y en contrairiedades siu.pe-radas,
y poner luego, adversamente, una caja de resonancia a la cooperación o
ayuda que alcanzase el Deiscaibridor paira su hazaña.
Nadie sospechó, de cerca ni de lejos, si aquella historia del Almirante respondía
en su planteaimiento y composición, a un objetivo u -objetivos que no fuesen
i9Ím(plemenite los de informar con imparcial y entera verdad'—entera verdad,
la media verdiad oriígina casi siampire grandes falsedades—y por mero amor a la
Historia.
Y nadie recordó, y desde luego no es fácil que supiera, que tal libro se compuso
en los años postreros de la vida del autor, muerto en 1539, y que si esta vida
.16 consagró isohresalientemente a la lectura, al estudio, a creair una ibilioteca
quie no tuvo rival entre lais libreirías de los particulares, también estuvo intensa,
prolija y terriblemente embargada por la defensa de cuantiosos derechos, privilegios
y mercedes, contratados, firmados y ratificados solemnemente por los
Soberanos, y no menos solemne o trágicamente recortados, rebajadbs y suspen-didK>
s por los mismos Soberanos y .sus sucesores; defensa que no era de cosa ba-ladí,
sino de rentas, derechios y poderes enormes de.sd'[> que él diescuibrimiento de
las pe.siqueríajs de perlas (las primeras, las de Cubagua, ihalladas personalimente
por el propio Colón), las riquezas de Darien, Panamá, etc., y, sobre todo, de
Méjico, Perú y Nueva Granada, convertían al Almirante del Océano, Virrey y
GObemadlor de todo lo descubierto al oeste de la raya de Toirdesillas, en uno de
los Señores más opulentos de la tierra (.si no el primero de todos) con ingresos
que, ipor contrato o por merced, .«umaban cerca del sesenta por ciento de
todo lo que produjeran las Indias.
Si a esto añadimos que los momentos más graves, más trágicos de la por-fiadla
contiendia enitre los heredero» de Colón y los fiscales o defensores de los
diereichos de la Corona, se sucediieron en los años de IftSñ y 36, y que poco después
sobrevino la ruptura de un arreglo que ya había contentado a D. Fernando
Colón, €is ólaro, y así la afimiamo.»», que una Historia del Descubrimiento hecha
por el hijo dtel Descubridor luego de dicbois años y en tiempo en que había fracasado
la .s-olución conciliadora, lejos de elevarse por encima de 1« polvareda
de Iw granidies intereses materiales en oalisión, tenía que .presentairse oscurecida
por ella. Así quedó escrita con la tinta glorificante y defenaora de loisi méritos
pateroales que brotaíba del espíiritu filial, y con la de un tintero abierto en
una atmósfera que diepositaba soibre él las impurezas cmanadla» de una lucha
que, imiparcialmente, y en ocasiones, es caldfioaible de sucia.
Ciertos recursos a que apeló el Fiscal, nadie podrá llamarlos, razonablemente,
jusitos o nobles. Oomo tampoco lo habían sido los inconvenientes que aJ
principio de las reclamaciones oolomibinais había poiesto el rey Fernando—buen
maestro, como muchos otros, en el arte de entender los tratados según sus con-venienciais—
para terminar con la isaispensión en que se tenía al segundo Almirante
D. Diego, soisipensión que solo parcialmente consiiguió éste que cesara, no
por razón de su derecho sinio por é[ influjo de isus parientes el Ehique de Alba y
su hermano el Comendador miayor de León, con cuya hija se había casado D. Diego.
A esta restauración parcial contribuyeron ciertas limitaciones que el Goiber-nador
de la isla Esipañola, Nicolás de Gibando, opuso justamente a unos abusos
del secretario ConcMllos y del obispo Fomseca, que detalla el miadrileño oronista
de Indias, Fernández de Oviedo, en su conocida Historia.
No ise crea ipor todo lo antedicho que nosotros defendamos íntegnamenite
la posición oolomlbina, esto es. todas sus vastas reclamaciones (6).
Sobre la saibiduría o ciencia colombina es particularmente sospechoso el
testimonio filial, así que nosotros no debemos olvidar el del amigo de D. Cris-tóbal
y cronista de los Reyes Católicos, Andrés Bernáldez, que siendo cura del
puelblo de Los Palacios, ipróximo a Sevilla, hospedó en siu ca»a al Descubridar
cuando éste regresó de su segundo viaje, y con el habió largamente. Bernáldez
lo tiene por muy diestro en la cosmografía y en el reparto del muiid'o, pero sin
salber muchas letras. Rebajando sus conocimientos sobre el reparto del mundo^
recordando él testimonio de Girava, que lo juzga mediano cosmógrafo, tendíe-moa
una imagen más natural de la cultura científica de D. Cristóbal, sá «1 concepto
del tarraconense lo ilustiaimos o aclaramos acordándonos de que existen
individuos muy doctos en tal o cual saber, que, sin emlbargo de su reconocida
tom;petencia, emiten y sostienen durante años y años teorías que otros científicos
encuentran poco dignas de aquella personaildad y hasta francamente descarriadas.
Para completar las bases soibre las que debemos fundamentar la valoración
científica del .pirimer Almirante de las Indias precisa conisáderar que éste se formó
intelectual mente por sí mismo, que careciendo en su adolescencia y juventud
de buenos maestros fué un autodidacto con todas las pirofundais depresiones que
en SIU cultura dejan ver pronto todos los autodidactos ante los estudiosos for-maidos
metódicamente. Uno de esos maestros debió de ser su heirmiano Bartolomé,
o sea otro de farmación muy semejante, pues aoinque en su niñez pudie-
(6) Sobre ésto nos hemos producido en otras ocii-ftiones: Números 7 y 8 de
la "Revista dte Indias", y el núm. 4—agosto de 1941—de "Estudios Geográficos",
todais ellas del Consejo de Investigaciones.
"n.
ra alcanzar imayor escolaridad que su hermano, pronto debió lanzarse al mar y
estíüblecerae en Li>sboa, sesrún Gallo y Justiniano, ciudad a la que después llegó
el iprimoigénáto de IhMniinico Colomlbo y Susana Fontanaxosa.
Como todos los autodidactas se encontró ante los hechos que le ofrecía la
Naturaleiía y ante las teorías de los no nuimerosoe libros que al .parecer manejó
(no nnuy tempranamenite) sin preparación ¡suficiente para discernir lo cierto
de lo falso, así que verdades y errores lois aceptaría con el niismo impardal convencimiento.
Un tiempo y una ocasión, inuposábles actualmente de 'ser precisados, vinieron,
en que concentradas todaa sius ansias en la f imiísinia, inquebrantalble creencia
de que las Indias Orientales yacían bastante cerca del Poniente euiropeo, to-doa
loa signos, apariencias y testimonáos materaJes o teóricos que le llegas*»»
por experiencia propia, por la del iprójinM^, y por sus lecturas<, los unió a los ad-t^
uiridoa que le halbían suigerido tal idea, y los aceptó con una fe tan apasionada
como el desiprecio en que diejó a todo lo que contradecía sius teoríaiS'.
Por isu experiencia, ipor sus informes, por sius estudios el fraternal binomio
integrado por Cristóbal y Bartolomé^—en la génesis o concepción del Descubrimiento
debe hablarse de los dos hermanos jnejor que de Criistóbail únicamente—
llegó a formarse una representación gcogi'áfica de nuestro planeta en
virtud de la cual concibió un plan descubridor que si era perfecto y exacto (perfecto
y exacto, lo repetimos con allg-ún conocimiento de causa y después de años
enteros de estudiar estos temas) en cuanto a sositener la indudable existencia de
tierras no muy distantes por el Occidente atlántico, certeza que apoyaba en
hechos oonocidoa a través de las referencias de marineros y por realidades vistas
personalmente, era no menos perfectaimente disparatado al identificar talles
tierras con el extremo oriental de Asia y los archipiélagos índicos.
Así, pues, no era todo error en el autodidacto Cristóbal Collón, éste contaba
con inteligencia muy 'bastante para dar más de una vez en el blanco y para
interpretar acertadamente la Naturaileza, y por ello no pecaremos gravemente
si consideramos justa, en resumen, la honrosa estimación en que antiguos sa-bilos
cual nuestro Jaime Ferrer, y imodernos como Alejandro Humboldt, tuvieron
lia personalidad científica dW primer Virrey y Gobernador de las Indias. Si
el último hubiera conocido la carta de Colón a los Reyes escrita en Granada (por
febrero de 1602, le hialbría dedicado otro eloigioso capítulo por isu clarividencia
en la concatenación entre el relieve y la diversidad dé climas, sobre cuya conexión
hermosamente escribe: El mundo es esférico pero no por esto la templanza
es igual en un clima (es decdir, en IUTI clima astronómico, o sea una región
limitada por paralelos.) "El sol siyemibra su ynfluencia y la tierra la resaibe
según las concavidades o montañas que son formadas en ella... en la mar acaes-ze
otro tanto y en esipezial en las comarcas de las tierras»" (o sea en los mares
litorales).
Eatais opiniones serían de lo más valioso en el idearium científico de CWsi-tábal
Colón, y aunque ipueda decirse que las grandes mutaciones introducidas
!««" la orografía en la temperatura las obiseirvalban muchos y que con toda claridad
lias Ihalbían expuesto Eistrabón y Alberto Magno, nos queda todavía esa
intuición de la influencia dé las tierras sobre el clima de los mares litorales, sobre
los mediterráneas reducidos. Digamos de un modo más genérico que lois
8
distuiibilOis que producen ias masa/a continentales en la irejfulandad dtel re!pb,rto
d*! la tempematiura en la superficie die ntuestro planeta, la dejó anunciada D. Cristóbal
en isu por varias Tiazones interesantísima epístola, desconocida en este aspecto,
u olrvidladla (aaipon«imas) por los historiadores colombinio», los cuales pudieron
leerla desde 1877 en que «e piilbMcó en Madrid por el llaimado entonces
Ministerio de Fomento (que incloiía la Intsitrucción o Educación) en el grueso volumen
de "Cairtas de Indias" (7).
Si taimibién en esa intuición que queda reslaltada tuvo el Almirante alíjún
precursor, oonfesaremos paladinaimonte que lo desconocemos y que senitimos te-iner
que continuar la confesión declarando que no hemos leído mudhos autores
aDltíígMOS.
'Habiendo raitificadk), en concluisdón, los juicios de Jaime Fcrrer y de Ale-jaindiro
Humboldit soibre la ciencia colombinla, y extraído a la luz ,por vez primera
un áurea pepiíta en tal ciencia, no» creemosi autorizados para mostrar alffunas
ipeipitais de metal menos valioso, paira señjalar algunas opacidades o somlbras, sin
que se nos inscriba entre los hiperoríticos, cosa que suelen hacer casi todos los
hiistoriadores italianos con los que no se conducen siempre como idiólatras o al
menos como adlmiradores constantes, de su compatriota. Si denunciamos tal esi-coria
o umibría es paira completar el cuadro científico en que se retrata Oristó-bal
Colón, y esto que es obligación estricta y doreobo no menos estricto para
todos los historiadores, no lo hacemos por animadversión, pues como la gene-ralidlad
de los tratadistas sentimos afecto por la figura centraü de] capítulo que
esrtudiamos, seguramente ¡bastainte más del que es necesario para alcanzar la plena
imparcialiidad.
Mudhais veces se ha tildado a Colón de ignorancia o gran ineptitud por sus
enormes errores en la esitiimiación de los grados de altura sobre el Ecuador (esto
es, de la latitud) del litoral ouibaino, isegún eü cirucero que por allí realizó duc
rante el primer viaje y que alcanzan a veinte gradosi, y aún pasan. El profesor
(7) Con indudable acierto, dado lo inieresante del texto y la inmerecida
desatención en que estaiba, ha sido incluida tal carta en una reciente y breve antología
de escritores de Indias, por un ilustre ;iftx)fesior y competente tratadista
de la Historia y Arqueología americanas. Lleva la edición pertinentes notas pero
en otraia se observa el hecho inevitable en todos los libros por sabio® que sus
autores sean: olvido o confusión de cosas que sobradamente conocían. Por ejemplo:
las referentes a esas observaciones climáticas. Sobre la primeam, o sea eo-hre
no ser igual la templanza en un clima (astronómico que decimos ahora, zona
contprendida entre dos paralelos y oarajcterizada por el tiempo de iluminación
aolar en el día wnáa largo del año), se anota como causa de tal desá'gualdad, las
latitudes. Es claro, no obstante, que Colón ipor lo que ha dicho y JKM" lo que »i-gue
escribiendo, afirma indudablemente que aún dentro de un dima, la diversidad
es grande y según las montañas y concavidades de la tierra, afirmación que
ratifica con el ejenjplo de una región ibastante limitada, la granadina, donde la
Sierra Nevada la vemos, dice, "cubierta de nieue todo el año, ques «eñal de
grand frío, y al pie desta siyerra son las Alpujarras donde es siempre suavísima
templanza «yn demasiado calor ny frío...". En cuanto a recibir la Tierra el
calor del Sol según su'S montañas y concavidades, es decir lo que llamamos hoy
relieve, la advertencia que se infrascribe es más rectificable todavía, según nuest
ra opinión, puesto que supone que allí Colón "estropea lo que antes" denotaba
saber.
9
Alberto Ma^nag'hi ha, irecagido ("1 j>pesiuniti errori... (attribuitá a Cristoforo Co-lotnbo.
nella... latituidii»e", en el "BoíL Soc Ceoig. Italiarva", set- dic. 1928) ton
cierta ojxortunidiadi, que, aunque muy pesados no eran inaiuditos, y que pudo co-inetenloa
voluntariamente el Descuibridoa- para iniípedir el increniento de la riva-lidiad
ihiíS|panio-xK)irtui^esa en la carrera de las exploraciones náuticas, y también
para evitar que Hoia luisiitano» presentaran reclamaciones basiadas en ei tratado
de Toledo. Por este acuerdo se haibía puesito un límite a las navegaciones de España
a partir del pairalelo de Canairias al sur haoia Guinea. Este "hacia Guinea"
del tratado que puso fin a la guerra de sucesión entre España y Portugal luego
de lia muerte de Enrique IV, se convirtió "in conisi>ectu Guiñee" en la bula pontificia
coocediida el 21 de junio de 1481 a Portugal, en la que se incluyó la cláusula
de dicho tratada) que regulaiba las relaciones descuibridoras de los dos países
peninauilaires. Con el tratadioi, con la bula de Sixto IV y sobre todo con la emulación
no exanita de encono, entre das dos naciones, los lusltanios podían entrar
en discuaiiones soibre el deredho a las nuevas tierras con lo® esipañoJes,
La 'explicación del Prof. Magnagihi, confirmada y ampliada en otro trabajo
más ibreve ("Ancora dei pretesi errori di Colombo..." en el mismo BoUetino, Roma,
jiuniio 1930) conJleva Jas reflexionéis densas en lógica y erudición que suelen
formar cortejo a «lus estudios. F'alta la explicación de las contradiociones sobre
los miisimois cálculos de latitudes en que incurre el glorioso genovés, y asi se le
puede objetar lo aiígudente: que sais consideralbles y a veces miiy eruditos y discretos
razonamientos no resuelven la cuestión.
En efecto, no hay motivo en el tratado de Alcacevas-Toledo de 1.479, ni en
la rivalidad liuso-hispaina, para declarar en el Diario del iprimer viaje el trece
de octubre, que Guanaiíamí queda en la misima linea Este-Oeste que la isla deil
Hierro en Canarias (isla del Hierro que se encuentra casi tocando al paralelo
28),, y luego decir en OuJba, en una latitud muy semejante a la de Guanahiamf,
que se hadla en cuarenta y dos grados. Bs decir que en poco tiempo y sin hai-benae
dirigido con extraordinaria rapidez y derechamenite hacia el Norte, D. Cristóbal
situaba puntos de muy semejante ailtuira a 14 grados de diferencia.
No puede tampoco convencer el apelar a las precauciones y deseo de sigilo,
paira mostraimos ipasable uinia observación colombina realizada en la costa de la
isla Eaipañola el 13 de diciembre, según la cual se hallaba en 34 grados de latitud
norte, y dicha en un siitio como es el Diario de la pi-imera travesía que no es un
documento público, cuando «e ve al mi.simo D. Cristóbal declarar sin celosía ninguna
en las cartas enviadas a sus favorecedores Luis de Santámgel y Gabriel
Sámíhez, que tales lugares de la Española quedaban a 26 gradaos. Estas dos cartas
eran docuimentos mucho írmenos reservados que el Diario:, y además pronto
ipiasaron al dominio púiblico por medio de la imprenta que hizo varias ediciones.
Con el olvido de las dos epístola» colomíbina'S a Santangelí y Sánchez por
imrte de MaignagQii y con la memoria en caimbio, de la carta-reliación del cuarto
viaje escrita por el Almirante a los Reyes en 1503, se podría ,peTi>sair que el historiador
italiano no procedía con la imiparcialidad debida, ya que aquellas contradicen
plenaimente sus puntos de vista y no aparecen editadas, mientras que de
la Mtima recuerda y recoge las afiírmacdonies despectivas que en ella insertó el
Riutor paira SU'S oomipañeTosi de viajes (es decir, los españalcs) ipor supomerlos
incapaces dte saber por dónde iban y el enkplazamiento de la» regiones descu-
10
(bi«Ttas. No creemos nosoibros <iiue tales olvido y recuerdo sean delifoeradioa, y,
en leonsecuencia, dejando a «alvo por nuestra parte la buena fe del «aibio profesor
itailiiaino, imudho le recomendamos «Obre lo último la lectura de la relación
escrita por Diego de Porras de la cuarta travesía oceánica, con la cual sería
más justo y comedido en su excesiva pleitesía a las vanidosas presumciones del
Almiramte y le haría ver que la razón principal por la que el Descubridor llegó
a tener tan pretenciosa creencia, de encontrarse sus compaüeros imposibilitados
paraaituar lo descubierto y tomar a él, era la de no consen'ar en su poder y a
raíz de cieirto día, ninguna "carta de navegar" por que "se las halbía el Almá^
rante tomado a todws."
No obstante las reflexiones de Magnuighi y su ejemplo de la exacta situación
de Jamaica en latitud de 16 grados, heciha por el Desculbridor en el segundo
viaje, la pericia colombina ipaira tal operación no queda muy levantada, cosa que
se ratifica en la larga epístola que escribió a los Beyes desde la isla Española
en mayo de 1499, de la cual nos ha trasladado buena parte el cap. 163 de la
"Historia de Indias" del P. B. de Las Casa». En ella !se ponen expresiones encomiásticas
de la isla, cuya tierra eis ila más sama, y de mejores aiguas y aires, cosa
.natural, «egún él, por hallairse situada "en un paralelo y en una distancia de
la línea equimoociai con las islas de Canaria." Puede agregairse a esto que la carta
la escribió Colón en él isiur de la isla (en el sur había fundado eni hermano
Bartolomé la capital de la Antilla, Samito Domingo, y en d sur también se halla
A zúa, y por estas mieivas (poblaciones andaba e'l Almirante en este tiempo harto
fatigado y molesto con él díscolo Roldan) que corre casi exactamente al par
del norte de Jamaica. En consecuencia, mientras casi todo el archipiélago canario
queda enmarcado entre los paralelos 28 y 29 y solamente la isla de Hierro
queda ail mediodía pero muy próxima al 28, la mayor ,parte del territorio de
Haiti o isla Española, se dilata entre los paralelos 20 y 18, es decir que D. Cristóbal
yerra, al cabo de tres viajes por las Canarias hasta las Antillas, en esos
tO gradoa.
Aún reduciéndonos a los documentos del primer viaje encontramos' en ellos
imiestras muy relevantes para' notar las darás depresiones que en cuanto a la
ciencia cosmográfica del Descubridor, excavan sus cálculos sobre latitudes. Son
tan claras y iprofundas que nos han forzado a creer que ya en el primer viaje dejó
de funcionar normalmente su cerebro. El Diario del ;primer viaje con BUS
gruesas y fuertes contradiociones no» demuestra que desde el Descubrimiento
el Almirante ya no estaba en sus cabales, segpún decimos ahora corrientemente.
Y esto concretándoiws con exclusividad, a sus cálculos astronómicos y dejando
a un lado sus errores sobre las Indi»» Orientales, el Catay, el IPaitaí'So
Tenrenal y imi misticisimo, pues todo esto podía ser, y fué en Cristóbal Colóni,
fruto de sus lectura* y de »u tempeiramento.
Aparte de sus fallas en la estimación de latitudes y en otraS' análogas sobre
longitudes que tantos autores le han notado (8) encontramos otras afirmáis)
Entre ellos, y como de más fácil consulta, puede citarse a Sophus Riuige
en la Historia. Universal de G. Oncken. Los dislates en cuanto a longitudes están
detallados por Malheiro Dias en la Historia de la Colonización portuguesa en
el Brasil, im.portanite obra que dirigió y que consultamos en la Academia de la
,11
ciones codomibinais que acusan d« íg\jnd manera grandes defectos en su ciencia y
experiencia. Nos asegura en la carta-relación de la tercera travesía (la cual nos
ha llegado completa por la coipia qoie isacó Fr. Bartolomé de Las Casias (9) que
abandonó la ruta hacia el siur que seguía, cuando llegó a una latitud que sU(puso
ser la del paTalelo de Sierra Leona', el cual sitúa a 5 grados al norte del Ekaia-dor,
cáloulo que está en realidad ibaistante aproximado y que de'bería conocer desde
loa tiemipoa de sus navegaciones con los portugueses, pero luego dice que en
igual paralelo descubrió la isla de Trinidad, cuando realmente esta isla no desciende
ni siquiera hasta el paralelo 10. Puede decirse ciertamente que este error
de S gradios de latitud carece de relieve en comparación con las diferencias de
diez, catorce y aún imás grados que se le observan, y en efecto, no radica en esto
la iimiportancia de lo que le vamos a adhacar, siino en una de la® razones que aduce
ipara cambiar el rumbo de sus singladuras. Dejó de iproseguiír hacia el sur por
e! mueiho calor que se experimentaba y por el "grandísimo mudamiento en el
cielo y en las estrellas". Más adelante nos asegura que navegando de £s,paña a
las Indias, en cuanto pasaba cien leguas al oeste de las islas de los Azores, encontraba
siempre "grandísimo miudamiento en el cielo y en las estrellas" y que
en esto había tenido "imucha diligencia en la exjperiencia".
Semejantes observaciones demuestran muy poca o ninguna coordinación con
elementales conocimientos que debía poseer todo navegante, y sobre todo si tenía
curiosidad y iponía atención en las cosas camo le ocurría a Colón, que, int-dudablemente
fué un solícito observador. Las estrellas' y constelaciones que pueden
d'ivisamse en las islas de los Azores, como en cualquier otro (punto, son las
mismas que el ciifílo ostenta en oualquier otra iparte de latitud aproximada, unas
horas lantes o unas horas después según la diferencia de longitud que baya ©n-zre
los parajes en que se realice la observación, y si nos regimos por la hora meridiana
de un soilo lugar, o bien a la misma hora cuando contemos' el tiempo según
el imeridiano de cada sátio.
Es decir que si nosotros por estas noches de entire el 16 y 20 de agosto paseamos
la vista a eso de la* ocho y media, hora natural o meridiama, por el cielo
de nuestra nativa y aragonesa provincia de Huesca (por la que pasa precisamente
el meridiano cero de Green-wioh) que tiene una latitud poco máis iboreal
que el cielo de las islas Azores, encontramos hacia oriente un pobre concurso
de estrellas o constelaciones notaibles: entre estas distinguiremos la róm.bica y
eaipaciosa ipala (más espaciosa ahora por su escasa elevación sobre el horizonte)
que forman las estrellas de Pegaso con las de Andrómeda que le sirven de mango,
y oontinuando en este sentido nuestro giro por el firmaimento, esto es, a la
Historia. Por nuestra ¡parte también hemos sido eco en nuestro estudio sobre
"El XXVI Congreso Internacional de Americanistas de Sevilla y la Historia del
I>e9cubrimiento", aparecido en la revista "Terra Firme" de la Sección Hispanoamericana
del Centro de Estudios Históricos, en el número de enero-marzo de
1.936, ipégs. &5 y S6.
(9) Se encuentra en el departamento de Manuscritos de la Biblioteca Nacional,
en Madrid, formando parte del mismo volumen que contiene el extracto
hecho taanibién ipor Las Ca'sas del Diario de a bordo de Colón en su viaje de
1.492-1493. Diario y carta que, como otros muchofi documentos colombinos, prestaron
los herederos del primer Almirante al Defensor de los índice.
12,
izquierda, y dejando la desgarbada o <ni<al trazada uve doble o eme invertida de
Caisiopea, llegaremos a la Osa. menor, infaílihle (huésped de nuestra» latitudles
con su famosa y utilísáma Polar, de segunda magnitud. Siguiendo levemente
nuestro giro encontraremos a su compañera la Osa mayor y coleando entre una
y otra ai grujpo deJ Dragón (10).
Encarados ya con el ocaso notaimos con respecto a unos días antes la auisen-cía
de Venus (si nos acordamos de lo visiible unas semana» antes, también ha
desaparecido Júipiter) y siguiendo una trayectoria marcada aproximadamenite
por la cola de la Osa mayor, llegaremos a una de las princesa» estelares en< la
constelación del Boyero, Arturo, así llamada por su situación, puesto que »u
nombre se compone de dos palalbras: arctos que equivale a oso, y uro a coda.
(Vayan enterándose los señores Arturos más envanecidos de su nombre que conocedores
de lo que es esrt-e realmente, que su denominación significa una cosa
tan poco distinguida como cola de oso). Algo deslucidla por la lejanía, otra estrella
primaria, la blanca Bspiíga de la constelación de la Virgen, va desaipare-ciendo
de nuestros horizontes como las últimas espigas desaparecen de la» erae
bajo las postreras trillas. Mucho más próxinKi a nosotros y más próximo taon-biém
que la propia Arturo, se nos ofrece el hermoso y reducido grupo que por
su forma iha merecido llamarse Corona boreal, con su Perla de segunda magnitud
ail iigual que la Polar.
Continuando nuestro rodeo izquierdista a partir de la Espiga de Virgo nos
hallanws enfrentados con el Sur y éste poblado por Liibra con su» tres «strellas
fieles recordaiorias de los brazos de la balanza, y luego a la terriible Eisoompión
con eu sangrienta Antarés, alfa de tal constelación y de primera magnitud, a
quiénes pairece perseguir y flechar Sagitario, uno de los aaterismos de más dinámico
y bonito dibujo y que cabalga por las extremidades meridionales de la
Vía Láctea, demasiado eafumada actualmente ,por la diafanidad de estas noches
estivales. El centro de esta conocida aiebulosa—miramos ya otra vez a oriente
pero cerca de nuestro cénit—^se ihalla condecorado por una hermosa cruz, la que
forma la constelación del Ciane con «ru Deneb (una de la» más ibrillantes entre
lais secundarias) en la cabecera. Ca^ en nuestro mismo cénit ibrilla la bellísima
y azulada Vega, de primera magnitud y reina del asterieono de la Lira. Deneb,
Vega y otra estrella también de primera magnitud, Altair de la conetelación
del Águila situada al sur de la anterior, dibujan un triángulo rectángulo (o poco
menos) en Vega (11).
Reanudando el hilo con Cristóbal Colón, si localizamois aproxintadamente
ese punto que el descubridor emplaza a cien leguas al poniente de le» iela» Azores,
en una longitud oocidental de 45 grados con respecto a nuestra posición ara-
(10) Tanto los nombres de Osa como los otros de Carro mayor y menor resultan
poco parecido», bastante más apropiado sería el de sillais, pues bastante
más «e parecen a esto» muebles que a carros u osos. Sillas ciertamente, un tanto
especiales, pues el respaldo de la mayor solo .wrviría—claro que entoncee de
una manera admirable—para eaiwldas muy prominente» o francamente jorobadas,
mientras que el de la menor «e prestaría a reclinarse hacia'atrae muy cómodamente.
(11) Arturo del Boyero, con la Espiga d« la Virgen y Antarés de Bítcoripiio
también dibujan un ángulo de 90 grados cora vértice en EÍrpiga.
IS
gonesa, allí ouentati las CÍTICO y iiíedia de la tarde en esta hora miestra de la»
ocho y mediia, por tanto las estrellas quedan ofuscada»; pero a las ocho y inedia,
seglin el meridiano de tal luijcar, conitem(plairén allí lais miamaisi constelaciones
vistas en la provincia oscense tres horas antes aunque igualmente a 1«® ocho y
media. Por estar más al sur puede saiceder que en las islas más australes entre
las de Azores divitsen por el mediodía alfrunais estrellas invivsdibJeei en nuestro
simplicísiiimo observatorio, e iRuaLmente puede incurrir que no aparezcan ainte sus
ojos otras que aquí coimiienian a aísonvarse yior nuestro horizonte 'boreaJ como «ü-guna."?
de las que forman el abanico de Peirseo.
Resulta pues que el Almirante no se dio cuenta de que «i veía notable muta
ción en las estreJlas más allá de las islas Azores, esto no soicedía «impJemente
poír Uegiar a cien leguas al oeste del archipiélago, sino porque tvavepando de EJs-paña
a Canarias en dirección dominantemente auíitral, y de CJamarias a las Antillas
al isuroiestc y al O. SO., llegraiba a latitudes en que surigían luceros invisibles
desde parajes hispaino», y a lonigitudeíi en que aiparecían en tal o cual hora
de la noohe las miíimag estrellas que hubiera podido ver un mee o dos mese» antea
sobre la Pcnínisula Ibérica.
Bl hodho de aparecer nuevos astros en nuevas latitudes es veo^ificaHe, para
un viajero que salara de la Penín»uila, en las miísmas islaí< de Canarias, seig^ún sabemos
por propia experiencia, pues aílí vimos por primera vez y raíwindo el horizonte
meridiomal, a la espléndida y nivea Canopus, alfa de la constelación del
Navio Argos, que jamás habíame» tenido ocasión de admirar en nuestros cotidianos
horizontes aragonevses o madrileñois. La identificacióm., naturalmente, no
fué inmediata ya que nuestra® nocio.nes estelares se reducían al cielo del cen--
tro y norte de España bajo el que ordinariamente habíamos vivido, pero lo que
3Í hicimos prontamenite fué observar su posición con respecto a otras estrellae
ya familiareo. Para ello se ofrecieroni, magTiíficamente, algUTia'S de primer orden
como Sirio del Can mayor y Rigel de la espaciosa Orion, con las que for-malba
la desconocida un triánguilo rectángulo en la hermosísima Sirio. Des^Miés
una ojeada a un planifesrio estelar nos bautizó a la neófita con su nombre de
Canopia (12).
Esas afirmaciones colombimts .««obre mudanza de las estrellas ponen otra
tacha a su ciencia y nos obligan a pen-s^ar que sus viaje» a Guinea no fueron muchos,
aca»o solamente uno. En ellos se tardaba entre ida y vuelta muy dilatados
niwses y de figurar entre lo« viajeros, tiempo tendría bien sobrado ipara familia-
(12) Esa experiencia u observacióin personal en Canaria», eetacióin también
de primera magnitud ¡por su inuportancia en la historia y en el camino de 3o«i
d«scu'brimiiento« geográficos, la realizamos en tiempo (bien fijo en nuestra mente
por la posterior y trágica desaparición del buen amigo cuyo día cdeibrábenios
entonces) muy cercano a la primav-era de l&.'iO, yendo por la tan intensamemrte
verde—entonces—meseta de Tenerife que se levanta entre el flanco isleño que
desde La Laguna cae rápidamente hacia Santa Crur-, y el contrapuesto que «e
derrumba, tam^bién hacia el mar, por eJ otoo Indo de la isla, detrás de Lo» Naranjeros
y TacoTonte. (Aunque aipartándoino« de nuestro tema histórico reiteramos
axjuí nuestra «ingiilar admiración por la extraordinaria belleza que poeee
esta eegunda ladera que del cielo al mar pone un maravilloso broche de esmeralda
entre loe dos inmensos zafiro».
14
rizarse con los nuevos aspectos que ofrecía el estrellado cielo deisde el Trapico
ba«ia ed au'Stro y relacionmrlos con las conatelaciones conocida» desde antiguo.
Ciertamente que sus admiradas expresiones sobre mudanza del cielo y estrellas
no los hoiibiiera emfpleado un igran cosimógrafo aragonés bien ¡poco conocido,
Ludovico o Luis de Ángulo, contemporáneo de Grisitóbal Colón y, como éste,
al servicio del rey Reymel o Renato de Anjou, (si es cierto tal servicio como escribió
Femando, y que bien puede ser efectivo aunque no realizara la. proeza que
adjudica a au padre) para el cual comrpu'So un tratado de cosimograf ia en* el que
dibujó numerosas oonstelaicionesi, alrgunas de ellas invisible» en nuesitros horizontes.
E51 li'bro manuscrito, realmente precioso, fué descubierto en la Biblioteca
Nacional de Madrid ¡por el príncipe de nuestrois americanista», D. Marcos Jiménez
de la 'Ejapaá'O, quien informó de él al Sr. Fernández DUTO, el cual dié a conocer
en un folleto diversas noticias de la obra de Ángulo—y de otros tratados cos-mogrráficos
inéditos—y reprodujo los epígrafes de varios capítulo» sin olvidar el
noMbre del príncipe de nuestros americanistas que le haibífi informado de la existencia
y del interés del manuscrito, del cual había sido el descubridor moderno,
sin que esto quiera decir que fuese desconocido para Nicolás Antonio y otros
bibliógrafos (13).
NiMtro ipai'Sano viajaría probablemente a:lgo menos que Colón, es muy posible,
por no decir seguro, que no navegase nunca por Guinea, pero sin embargo
de ello no ee extraviaba como el Desculbridor entre los celestes cuerpos, entre
los que conocía algunos bastamte australes como la constelación del Navio citada
con «u primaria CaiMpis.
Nos atrevemos a suiponer que más de un lector encontrará algunas cosas
nuevas entre lae que expuestas quedan sobre capítulo tan sobresaliente en la
Historia Umyersal como el del Desculbrioniento de América, sin embargo de 6«r
quizá este el más tratado de todo«.
El más tratado pero bastante mal conocido inclxiso en España, el pai» que
máiB gloria tiene y .puede ostentar ipor un hecho de tan extraordinaria trancen-óencia
y que tanto continúa in'fluyendo en la historia del mundo.
(18) Guiado ipor las noticias inupresas por Fernández Duro examinamos
nosotros eS noanusciito y de él ajwintamos diversos datos, alguno de lo» cuales
fi^tira también impreso en nuestro libro "El Plam y la Génesis del Descubrimiento
Colombino". Desipiiés tomó a ser descubierto el mismo nmnuscrito por el
erudito Sr. Fernández Pousa, quien no tenía noticia del trabajo del Sr. Fernández
Duro, "De al!guna<9 obras desconocidas de Cosmografía y de Navegación y
«ingultmnente de la que escribió Alfonso de Chaves a principio» del «glo XVI".
Madrid, 1896. F d . 46 péigs. Lo consultamos, hacia 1930, en el Ateneo de dicha
villa. Tomo 771 de Folleto». Y, a continuación, manejamos nosotros el .manuscrito
de Ángulo, viendo prontamente sai filiación en cuanto a la deacriipción de
laig regiones orientales, con el divulgado y famoso libro de Masnco Polo, cosa que,
al ,parecer, no ha «ido todavía descubierta. Nuestro aludido libro sobre "El Plan
y la Génesis Colombina del Desoubrimiento", impreso en sua dos tercios, quedó
interrumpido en el estío de 1986 al quedar en susipeiMK) el Centro de Estudios de
Historia de An*érica de la Universidad de Sevilla, que 1» pubUoaba.
16
DeseaiUe y aún exigiible fuera que los libros de est» metería que se ponen en
manos de loe estudiantes contuvieran dicho capítulo con una información noto-tiamente
mejor, esto es: máa exacta que la que corrientemente encierran. Tiempo
es ya de extiripaír radicalmiente y de dejar en plena amnesia uina serie de notables
errores y de datos carentes de ibaae cierta y nunca ixTobados, que de>sfi-guran
la Historia y llenan de confusiones a los lectores.
Y entre dichas coeas d%nas de la i|M)da y de total olvido, lai» sdiguientes:
La cuna gallega, catalana, andaluza, extremeña, etc., o ¡tea. todlas las con-traoias
a Genova, del Descubridor.
La imipreoisión del año del inacimiento o la fijación de cualquier fedia para
este dato que no aea la de 1541.
Loa estudios universitario» en Pavía o en ctunlquier otra ciudad.
La correspondencia con el famoso cosmógrafo florentino Pablo Toscamelli,
arunque es oomipletiaimente cierto que el genovés conoció y iposeyó en copia (sacada
por él mismo y seguramente de otra copia) la carta que dicho geoógrafo
florentino escribió al canónigo lisbonense Femando Martine, familiar o cortesano
del rey Alforoso V de Portugral.
La afirmación, tan grata a maidhos íhiitoriadoren» italia.nos, de «er Toscane-lli
el inapdrador del pioyecto colombino de Descubrimiento y Collón casi un mero
ejecutor áe lo planeado por el florentíno, cuando realmente el genové» tuvo bases
ciertaa y {uropias para idear un plan descubridor notablemente má» fácil que
el comunioado por Toiscanelli a Martín».
La ofarta por Colón de su empresa dSeiscubridora a Genova y Venecia na a
iringuna otro nación antea que a Portugal, desde donde pa«ió a B^paña a reiterar
J8U8 proyectos.
La concreción de tadee iproyectos en hallar tierras o islais en eí Atlántico independientes
o alejadas de las Indias Orientales, error isostenddo por V^fnaud
durante mudM» años (14).
El saber Colón ia existencia de tales tierra» por las revelaciones de cierto
poloto qiue a ellas (había llegado (IS).
La presentación dé Collón ante los reyes para ofrecerles «le servicio» en
Córdoba, pue«, realmente, lo que puede decirse es que tal entrevis^ se realizó
en Alcalá de Henaire», o en Madrid menos probaMemente; y exactamente el dfa
20 de enero de 1486 (16).
(14) EJxcesiva consideración a Ip tesis Vigrwaudista, nunca aceptada por los
oolomibiniata» veteranos, se guarda todavía en la obra "El Mito del Oro en la
Conquista de América", publicada por la Universidad de Vailladolid en M>3S.
(Ifi) Un distlnoruido literato onubenee que puede ufamaree de sus apellidos:
Mardiena y Colombo, publicó recientemente un libro sobre el historial de
Colón relacionado <xm Huelva, en e/l que confiesa su comversión al precursoc
Akmso S&nc})ez de Huelva. No imdica lae raioneíi histórica» de su nueva fe. Si
un historiador de la Literatura se guiara ,por el avieo de los historiaxkjres (decimos
historiadores, no disourseadores) adjudicaría tal libro al género lírico, no
«1 histórico. Y conste la sinceridad con que hacemos la siguiente y análoga afirmación:
no rebajamos una línea el valor del libro-que e« indu(huble, precisamo*
únicamente que este valor se halla en el campo literario principalmente.
(16) Bate hecho lo ha recogido de nuestro libro citado "El Plan y la Génesis..."
«i destacado americanista y catedrático de la Unáveanndad de Sevilla
16
La seguridad de exi»tir una Junta de Córdoba encargada de estudiar los planes
001011111)11108.
Que estos »e sometieran después a otra Junta especial de profesores de Salamanca.
La pretensión de que el adverso parecer de la Junta de Córdoba fueee compensado
o anulado por el pairecer de lo» dominicos de Salamaiica desipués de varias
oonferenciee con el genovés en el convento de la orden en la ciudad y en la
granja de Valouebo, en las afueras, (debe ser rechazada la pretensión con más
motivo que la de los franciscanos sobre ía llegada de Colón a la RAbida y <aiu
larga dcitenci6n allí luego de su venida de Portuigal, pue» esto al meno» cuenta
con algún fundamento contemporáneo, el de Femando Colón, que en ello erró
prolbablemiente como erró sin duda en otras muchas cosas—y nada hay parecido
paira la otra parte. La Historia reconoce y ensalza él indudabJe grande y me-ritisimo
influjo que ejercieron los franciscanos Antonio de Marchena y Juan
Pérez, y el dominico Diego de Deza en el Descuibrimiento, pero no está oMiga-da,
isdn pruebas algunas, a tomar todo lo que una de las múltiples manifestaciones
del egoísmo humano, sea de un individuo o de una colectividad, quiera
preBentarie).
La afirmaición de que aquel modelo (no ínuy seiguido) de prelados que se
llaimó FV. Hernando de Talavera, se apusiera a los intentos colomibinois.
La certeza de un viaje de Colón a La Rábida y de su dilatada estancia allí
antes de aquel tiempo—tan próximo a la aceptación final úe la emipnesa—en
que se entrevistó con Fr. Juan Pérez y el médico de Pailo® Gratrcfa Hernández.
La miardha de Colón a Palo» para informarse por Martín Alonso Pinzón
de la navegación al Cipango y la» Indias.
Que el reipudio reiterado de los planes de Colón se debiera a que los encargados
de examinarlos carecieran de suficiente preparación científica para eov
tender unas teorías tan elevadas como las colombinas, seglín han creído bastantes
extranjeros y algunos nacionales de acuerdo con la "Historia del Almirante"
«Borita por D. Femando Colón.
De esto último, o eea, de la aceptación por parte de muchos españoles de
una insigne ciencia colombina, tan levantada por los hiistoriadores italianos
principalmente, ha resultado que muchos de nuestros comipatriotas, disponiendo
de más buena intención que de laiboriosidad o de tiempo para estudiair inten-
«a y largamiente el tema, hayan ipairtido de la base de un Colón revolucionario
de la ciencia en mi tiempo, para sostener la existencia en EiSfpafia de mucho» aa-bios
o «xipertoc capaces de comprender la» doctrinas del Descubridor, y afirman
en consecuencia que la oposición de nuestra ipatria no se debió a la falta de científicos
(el testimonio preciipítado del P. Las Casas «oibre este punto ha sido muy
dañoso, y es de notar la fruición con que se recoge por italianos y portugueses
frecuentemente) sino a sobra de ambición en las reoompensa'S que .pedía el ge-novés.
Sr. Manzano y Manzano, en un trabajo contenido en el núm. 10 de la "Revista
de Indias", ocf<—dic. de 1942, donde se cita repetida» veces tal libro y mx autor.
17
En contra d« esta oipinión, como en contra del parecer filia], debe afirmarse:
Que loa conceptos fundamentales de la ciencia cosmográfica poseída por
Crii9t<5ibal y Bartolomé Colón, esto es, la exteTvsión del grado y la proporcidn entre
los elementos a&lido y liquido de la superficie terrestre, estaban tan apartados
de lo sabido por mucihos hombres de estudio, y, especialmente, de lo conocido
y oomjwotoado por morimos y pilotos expertos, que causaron la frialdad dea-de
el principio y la neK^i'tiva después, diapensadae en Portugal y Bsipaña a los
iproyectos descubridores, y que esta caus» influyó mucho mAs que lias condiciones
exiígldias por Colón.
En él concreto caso de Eispaña, a ese hecho tan grave, es ipreciso adicionar
que no era prudente o político el aceptar en seguida y ejecutar luego, ardiendo
la costosa y dariga gxierra de Granada, unos jilame» que habían de producir ipeli-grosos
rozamientos, y aun choque, oon Portu^ral, puesto que el objetivo aimbi-cionado
y nombrado por Collón eran la» Indias Orientales, y sobre las Indias venían
a tener privilegio exlusivo los reyes hilábanos; y por último: que probaWe-
(nente, la mejor defensa que puede hacerse de la condtiota hispana, desde la»
primeras reacciones contrarias a las finales de aceptación, debe basarse en com-siiíerar
que los ilustrados consejeros (o los m&s ilustrados entre ello») de los Reyes
Caitólicos, y aún ellos mismos, en el curso de sus conferencias y pl&ticas con
el Descubridor, llef^aran a ver la parte cierta de los proyecto®, por la cual y dejando
a oin lado la obsesión de las Indias Orientales, podría reducirse prácticamente
el error colombino, a dar nombres fantásticos a tierras efectivas; tierras
de bastante próximo acceso, fácilmente tangibles.
A*f lo indica por primera vei al cabo de cuatro siglos y medio del Descubrimiento
(perdónesenos la vanidad, y sd acaeciere que no éramos los primeros
en extpresar didha probable base de la defensa, perdón pedimos ifcualmente) el
español que esto escribe.
Y <iue Tecuerda faustoso que presentó en el Ateneo de La Lagum algunos
de loa primeros resultados de sus estudios colombinos al público canario, eJ afio
d« gracia de 1S92, «n el corso d« las conferencias organizadas por los estucHan-tes
en k a fiestas de .primavera.
AyeriM (Huesca) agosto de 1M9.