L O S C O N D E S DE LA GOMERA
(AMPLIACIONKS y UKCT]FICACIOXI¡:S)
II
ACLARACIONES AL CAPITULO III
. • . • I
Casamiento del conde don IMego de Ayala: Lqs Monteverdes:
/ ' ' ,• _
Por inadvertencia, aunque se trate de un dato muy conocido en la Genealogía
canaria, onritimoa en el texto principal, que hoy podem-os considerar conio
prinier tomo de esta monografía> quienes fueran'los padres de la condesa doña
Añade Monteverde. Lo fueron el-regidor de la isla de lá Palma, Diego de Mon-teverde,
natural de Amberes, y /ioña Águeda de áocarrás Cervellón, quienes osr
tentaron en la parroquia matriz del Salvador', el patronato de la capilla de San
Onofre, hoy de Nuestra Señora del Carmen. Era hija esta "última señora, del re*
gidor y conquistador de aquella isla, Gabriel Socarras Centella^, y de doña Angela
Cervellón Bellid, de origen catalán. Esta familia de Monteverde, antes
Groenemberg, de las más esclarecidas en islas én el transcurso de los tiempos,
la fundó en lá citada Palma el abuelo de la condesa doña Ana, llamado también
Jácome o IJlego, nacido en la ciudad de Colonia en 1427 y casado'en Flandes con
Margarita Prus, natural de Amberes» Tal Diego d« Monteverde pasó a establecerse
en la expresada islahaéia 1500, atraído por el floreciente comercio de azúcar
que por entolices existía en nuestro Archipiélago, que llegó a ser llamado en
las naciones del Norte, las Islas de Azúcar. Adquirió los fecundos ingenios de
Argual y Tazacorté, mediante compra que hizo a una factoría alemana qllí esta-^
Mecida, compra-venta que fué sancionada por la reina doña Juana en real cédula
expedida en yalladolid el 8 de agosto de l&lS. Por razones quizá mercantiles,
íe trasladó a Sevjlla,i emporio a la sazón del comercio castellano, y en ella falleció
en 1531, pero a su muerte había dejado establecidos en aquella isla grandes
plantíos de viñedos, cuyo comercip de ^inos de malvasía había de reemplazar al-
. de azúcar, extensas praderas para ganados, cañaverales—^la caña dulce parece
qoó procedía de la isla de Sicilia—y otras explotaciones agfrícolas, que ditíron valor
a iastaa extensiones de terreno virgen.
Cartas re«le8i
asi
/
Por parecidos olvidos, prescindimos de citar, entre estas comunicaciones re--
gias que la Corana dirigía entonces a las ciudades^ grandes y títulos del Reino,
la que "con fecha 29 de julio de 1568, envió Felipe II a don Diego de Ayala, noticiándole
el fallepimiento del príncipe don Carlos, desdichado vastago de la Casa
de lois Hapsburgos españoles, que tanto había de servir a la literatura y de
grande argumento a los partidos llamado^ progresistas, para infamar la memoria
del fundador del Monasterio del Escorial, que si cometió, yerros como gobernante,
nadie osará disputarle el título Áe grande hombre. Por otra parte, la cuestión
de este don Carlos, que no solamente estaba destinado a recibir el cetro más
insigne de su época, sino que con la sangre, recogió taras familiares, ningún
historiadoT serio la tuvo en cuenta como j)iedra de escándalo de supuestas crueldades
pate/nas. Ks hecho ya definitivamente resuelto, leyenda hórrida desvanecida,
por el historiador belga, Gachard. ,
Los Condes y «us Milicias:
Las islas de Gomera y Hierro tuvieron naturalmente sus milicias propias al
igual que las otras realengas, si no les precedieron, como parece probable, en la
creación antes de ser propiamente regulares. De ellas fueron capitanes a guerra
natos, cómo hemos visto en el texto, los Condes de la Gomera, cuyos privilegios
de tales tuvieron en gran,estima y cuidaron mpcho de celar, buscando amparo en
la Corona, desde tiempos de don Guillen Peraza, cuando 'los Gobernadores y ca- •
pitanes generales de Islas intentaban menoscabarlas o, por lo menosl desconocerlas.
. >
Suponen algunos que estas,Milicias canarias en general, tuvieron su comienzo,
cuando aún no se habían conquistado las islas mayores, en un cuerpo de ar-queros-^
así k) expone Zuasnávar—que por los años de, 1404 organizaron los primeros
conquistadores en el grupo insular oriental. Otros han dicho que su núcleo
generador procede de aquellos 3Ó0 isleños que hacia 1445, formó Hernán Peraza
el Viejo, los cuales fjieron agregados -a otras tropas regulares o mesnadas, ciian-do
acaiíció el intento de 'acometer la conquista de las mayores y rematé la de la
Gomera, parte de la cual había caído en poder de los portugueses. Dato seguro,
sin embargo, del' nacimiento oficial de las Milicias de Canarias nos parece la
real cédula que Felipe II, monarca de inolvidable rii^moria para ¿¡anarias, expidió
en 29 de abril de 1573,'entre otra», a pedimento y solicitud de la Audiencia de
Canaria, la cual haibfa patentizado la conveniencia de que fuesen reorgatiizadas,
lo que implica su anterior existencia.
Estas beneméritas Milicias canarias, no fueron entoncesi, ni después, unas
tropas enterafnente de reserva (J de segunda línea, como sus congéneres de otras*
partes de la Monarquía española, sino casi verdaderas tropas activas de primera
línea, tropas vivas, como s^ flenominaba antaño a las cuerpos armados veteranos,
que arma al braío tuvieron que defender en cada Isla, la integridad del suelo canario,
sü independencia y la de su propio hogar, en rendida ofrenida a la Madre-patria
y como sinoibolo de lealtad, no de cabeza sino de cprf^n, a sus Reyes, «n
causar por entonces gravamen" al real Erario. El noble y el plebeyo, aquel integrando
los cuadras de mando y éste rindiendo culto a la obediencia y a la jerarquía
castrenses, todos integraron sus filas desde la adolescencia hasta la senectud.
Ya pudo escribit con justicia, escritor de la competencia de Torres Campos, en
su discurso de recepción en la Academia de la Historia: "La compenetración del
espíritu canario con el alma nacional, se revela en la institución deilas Milicias".
Y luego añade: "Así puede decirse que la unión con la Madre-patria a través de
las vicisitudes y durante los momentos difíciles ocasionados por las invasiones
piráticas y guerreras de los siglos XVI, XVII y XVIII, «e ha mantenido, no por
obra de la Metrópoli, sino en. virtud del noble esfuerzo del pueblo canario...".
Exacto.
Presumiblemente tanto en la Gomera como en el Hierro, hubo\—^parece—en
lo primitivo, organizado algún tercio. Documentos epocarios, especialmente de la
última isla, mencionan varios sujetos hasta fin«s del XVII, con. el empleo de
maestres de campo; pero a partir de la centuria siguiente, es seguro que su organización
en ambas, se basó en compañías sueltas, que en la Gomera llegaron
hasta el número 18 y en el Hierr^ hasta diez, rebajadas más tarde al ser reorganizadas,
mandadas por sus respectivos gobernadores de las armas, que en la Gomera
hasta años antes de la Reforma de Mazía Dávalos en 1772, era uTl sargento
mayor nombrado por el Rey. El primero de que queda constancia en el siglo XVI
fué Juan Sánchez de Arellano, en el siguiente, desempeñaron la sargentía, por
ejemplo, don Juan Dávila y su hijo don Alonso y en el XVIII, algunos otros, como
don Antonio G«.rcía Bethencourt y uno de los últimos, don Diego Dávila
Quintero. Poco después sé inicia; el cargo de Gobernador de las armte, sin el
anejo de la Sargentía mayor, quizá en don Bernabé García de Medina hacia el
año de 1787.
La Gomera, puerto de tránsito para las Indias: Incendio en la bahía:
Cupo & esta isla ofrecer, comói expusimos en el anterior volumen, su ancha
bahía de San Sebastián de la Gomera, de breve-estadía a las naos y carabelas en
aquellos prirñeros viajes, casi leyéndicos, de ida y retorno al Nuevo Mundo, en
.momentos en que el ansia de aventuras y el espejuelo, un poco fantástico,'- de
aquellas tierras ultramarinas de ensueño, hacía de cada castellano un descubridor.
Por el modesto puerto desfilaron—insistamos en esta idea—^no tan sólo las
naves del Descubridor, sino personalidades tales como Alonso de Ojeda, Juan de
la Cosa, insigne marino y cartógrafo eminente; el famoso florentino Américo
Vesputío, Nicolás de Ovando, Pedrarias Dávila, Gonzalo Fernández de Oviedo,
notable cronista de la gesta; el ya mencionado Hernando de Soto, Juan Martín
de Recalde y otroe conquistadores, exploradores, geógrafos, evangelizadores y
{»obladorea del Nuevo Mundo.
Aquel vasto Continente si bien para unos constituía algo así como unas canteras
y playas de oro, para los frailes fjue tuvieron r'eal y auténtica vocación de
misioneros, se lo imaginaron con^o vivero de almas qua traer al regazo d.e la
Ig;lesia católica. Diríase que los consejos testamentarios de Isabel, la gran Reina
.católica, tuvieron fvi»r}e eco en los conventos, por lo que respecta a su postrer
333
mandato regio: "...de ynducir y traer los pueiWos dellas; los convertir a nues-
' tra sancta fe católica, y enviar a las diplias yslas o tierra firme Prelados y religiosos
e clérigos..."
De estos misioneros, heraldos de nuestra Hispanidad, pasaron niucKos por
la Gomera y en su'entonces humilde parroquia celebraron el sacrificio santo de
la misa y elevaron sus preces al Altísimo, y le confiaron sus cuitas, misas que oían,
con recogimiento y fervor, sus comiwñeros.de viaje, pues a partir del segundo viaje
del Almirante, apenas navegó carabela a cuyo bordo no apareciese el humilde
sayal franciscano o el severo hábito blanco o negro de nuestros religiosos.
En 1540 desembarcó en las playas gomeras la expedición de Sebastián de
/ Belalcázar, que iba a tomar posesión de su gobernación de Popayán. Llevaba en
su compañía al primer apóstol de dicha región y compañero de fatigas en sus
primeras conquistas, el P. mercedario Fr. Hernando de Granada. El personal
influjo de éste entre aquellos díscolos conquistadores y su habitual persuacióa,
habrían de servirle para componer sus diferencias con su colega el adelantado
•Andagoya en la ciudaj} de Cali, por no estar el última al principio dispuesto a
ponerle en posesión de svi cargo ultramarino. Pero a esta expedición le sucedió
un grave percance, que brevemente pasamos a referir, por haber acaecido en el
mismo puerto de San Sebastián.
• Se qüemió el navio en que iban embarcados y con él todos los ornamentos,
libros y enseres de iglesia que llevaba el fraile mercedario, así como varias cédulas
y provisiones reales para que fundara allá un convento de su religión, ornamentos
y demás que tuvo que adquirir de -nuevo a su llegada a Santo Domingo,
pero como si le persiguiese 1^ fatalidad, al llegar a Nombíe de Dios, con Belalcázar,
a consecuencia de un nuevo siniestro que sufrió la ciudad entera, no |mdo
escapar de lo que llevaba consigo, sino su persona, que aun tuvo alientos para
proseguir su obra evangélica. (ILUMINARE, boletín misional, enero-febrero
1932.)
Este y otros episodios que pudieran relatarse prueban que el puerto de San
Sefbastián de la Gomera, que hoy apenas tiene idea—alguien ha dicho que no
puede ser culto ufi pueblo que se ignore a sí misir^o—de lo que en su pretérito
\ , repregefttó, fué uno de los hitos más frecuentados, durante las primeras ^travesías
que se efectuaron desde la Metrópoli al Nuevo Mtmdo. Esto nos lleva k la
suposición de que algunos de los habitantes de esta isla, siguiendo el ejemplo, de
los dos hijos del conde don Guillen, tomaron part? en la rhagna gesta, donde las.
costumbres de aquellos indígenas, el estudio de sus civilizaciones maya e incásica,
su misma antropología, la lingüística, la botánica, U zoología y la mineralogía
fueron estudiadas por los misioneros con importancia igual que la misma
conquista y colonización entrañaban en aquel país de maravilla, redimiendo a la
par a sus naturales, de la antropofagia, de los sacrificios humanos y d«l mismo
infanticidio. Los Condes de la Gomera se honraron—no puede caber duda—al
dispensar su obsequioéa hospitalidad en su propia morada a estos auténticos argonautas,
legendarios guerreros, marinos, conquistadores, exploradores y misioneros
que allá escribieron, junto con la suya personal, la gran epopeya hispana,
pues conquistaron un real y no mítico toisón de oro en aquella impensada Cól-chida,
allende los mares. Nuevos anfitriones estos primeros Condes de la Gonje-
334
ra, que si no brillaron en las armas como su pariente el primer Marqués de Lan-zarote,
al menos su nombre quedó perpetuado en obras que trataron del descubrimiento
y conquista de América, deparándoles así un recuerdo preclaro la Historia.
!
I
M ingenieifo Turriano en ia Gomera }' en lel Hierro: El plano de San Sebastián:
Aunque nuestro Archipiélago terriíorialmente considerado, poco significaba
entonces dentro de la inmensa Monarquía ibérica, su situación geogrráfica en la
ruta para Indias y su inmediación a la costa de África, hicieron que Felipe II se
fijara en las islas de Canaria. Consideró su, relativa importancia y atendió, en
cuanto pudo,.a su,guarda y defepsa, dentro de las muchas atenciones de sus varios
y diversos dominids. Cúmplenos ampliar ahora lo que ya expusimos en el
texto, página 48.
Comprueba nuestro aserto, entre diferentes determinaciones reales, la real
cédula que expidió en Aran juez el 20 de mayo de 1687 dando comisión urgente
al ingeniero mayor de su reino de Portugal, Leonardo Turriano, para que con el .
sueldo de 40 ducados se embarcase en Lisboa y pasase a reconocer las fortificaciones
de nuestras islas, así como el muelle que entonces se construía, en la isla
de la Palma. Este Leonardo debió ser hermano del famoso Juanelo, matemático
•y arquitecto, también nacido en Cremona, que asimismo estuvo al servicio tanto
del Emperador como de su hijo Felipe II. Este, con la misma fecha, comuYiicó su
orden a la Audiencia y Cabildos de la^ islas mayores y prevenía en la^'misma:
"y pr. lo qe. toca a las dhas. islas de Lanze., Hierro, Gomera y Fuertev^, al Marqués
de Lanze. y Condes de la Gomera y a las Justicias de ellas, qe. no tan solamente
dejen ver y reconocer al dicho' Leonardo Turriano todas las dichas Yslas,
, Castillos y fortalezas de ellas, y le den enteta relación de todo lo qe. les pidiere
acerca de lo contenido en ,lai instrucción que lleva mía, p* qe. le asistan y ayuden
y favorescan de todo lo qe. pudieren..." En compañía de Turriano vino {quizá
otro .ingeniero, también italiano o lombardo, Próspero Cazorla, quien terminó
por ayecindarse en Canaria.
Turriano cumplió ¿n islas su misión, recorriéndolas todas. Estuvo, por tart-to,
en la Gomera y en el Hierro. Aquí reconoció sú famoso Árbol santo o "Ga-roé"
y como resultado de su viaje redactó un precioso trabajo con dibujos que
obra original eri la Universidad de Coimbrá y del cual existen copias fotográficas
en el "Museo Canaria". Lo tituló "Descripttione et historia del Regno del Isole
Canarie Gia Dette le Fortúnate con el parere delle loro fortificationi di Leonardo
Torriani Crtmionese".
En dicho códice figuran" dibujos^ sobre los indígenas del Hierro, con ¿u indumento
de XHeles, y un gajo o rama del histórico til o "Garoé". Pero el trabtjo
más interesante, por lo que respecta a ambas islas hermanas, es el plano de la
villa de San Sebastián de ^Gomera, cuyo trazado urbano en poco ha variado
fundamentalmente de entonces acá. Figura bajo el siguiente cartel: "LA VILLA
De S.-Seiba8tiano-de la Isola d'el X5ome-ra con la fortifica-tione ¿el Porto". Los
guiones indican log términos de cada uno de los renglones (jue lleva la anterior
leiyenda. < •
• 335
( , • •
En otro ^narulo, el de la derecha del lector, aparecen las explicaciones correspondientes
aVada letra de las que figuran en el plano, a saber: a, chessá
mag'giore; b, San francesco; c, San Sebastiano; d, torre y pialla ele la arteighe-ria;
B, Eminentia; e, nova fortella alta da farsi; g, st sigr? buon passo et forti-fícationé
baña da farsi". N
Según el consabido plano o copia fotográfica que hemos examinado, la hoy
calle principal está en aquél constituida por dos manzanas de casas a la derecha,
en medio de las cuales se encuentra holgadamente la iglesia parroquial, y al
final del pueblo, la lermita de San Sebastián. A la izquierda, otras dos manzanas,
coincidiendo la mayor y más grande en su extremo naciente, con la línea del convento
y formando una calle transversal, sin que estuviere formada todavía la
que hoy se llama calle "Nueva", o de Ruiz de Padrón. La llamada "Trasera", o
del escribano Pedro Hernández Muñoz, en cambio, aparece en el pfano de Turria-no,
por su lado deredho un poco más arriba de la trasera de la parroquia y al
pie de la loma, cuyo "Llano", que corresponde exactamente con el sejialado B,
JJminentia, se señala en la cartografía como bosquead».
Del estudio comparativo entre el plano y el actual trazado de la villa-ca{>ital
gomera, resultan algunas diferencias. La torre del "Conde", que antaño fué propiedad
particular de la familia señorial de Herrera, no estaba aislada como aho'
ra, fiino rodeada de un baluarte de cuatro salientes angulares, sospecha ésta que
nosotros abrigábamos hace-tiempo. El castillo á¿ Nuestra Señora de Buen Paso
parece*que se proyectó construirlo no en el sitio donde hasta ahora se conservan
sus ruinas, gino inmediatamente debajo del antiguo castillo de N* Sra. de los Remedióla,
sobre cuya base se edificó miodernamente el actual cuartel de Infantería
existente en dicha Villa, en una especie de espigón de ribera.
Ese castillo principal de la plaza, que luego parece se denominó de San Diego,
fué el que mandó construir Felipe II.con suijeción a los planos/del ingeniero
Pracin, para lo cual hizo que viniese de Tenerife el gobernador Alv^rez de^Fon-seca.
Algunos con errqr han atribuido esie hecho a la torre del "Conde", que he-
• mos visto entonces no pertenecía al Rey, sino-a la Casa se^rial, como dominio
particular. El último castellano del citado principal, nombrado en 1824 hasta la
extinción de «stos cargos en 1839, fué D. Antonio Fernández Mendoza.
El plano de Turriano indica un arroyuélo permanente en el cauce del barran-co
que hoy bordea la población por su parte sur, arroyuélo qué se agrandaba en
su •desenibocadura formando luna especie de delta o gran charija, próximamente
unos cincuent^a pasos más allá de la torre del "Conde". Nosotros conocimos entre
dicha torre y el castjUo, una charca o especie de albufera, doíide ponían algunos
barcos de pesca, «que se llamaba indebidamente el "río", charca está que modernamente
t ía sido desecada, con ocasión de unas construcciones que inició una
compañía míillorquina. , « ^
La Inquisición en Gomera y Hierro: ^
Algunos años después de ser creado en Canaria el Tribunal de la Santa In-
' quisición, se establecieron los Comisarios del Santo Oficio en 1620, a propuesta
del inqüi^dor Ldo. Gonzalo Messía Lobo en carta que dirigió a la Suprema de
386 \
Madrid, con fecha 8 de abril del mismo año. Decía en ella textualmente: "Los naturales
son muy cathólicos, pero a todas acuden extrangeros hereges, aunque andan
con Recato, ay mucha falta de Ministros del Sto. ofí- y parece convendría,
nombrar comisarios en el Hierro y gomera, que no los ay, como ny en las yslas
de Lanzte. y fuertevS". (Inquisición de CÍanaria, leg5 5-2367, Arch. Hist? nacional).
Pero el Tribunal, por medio de comisionados especiales, comenzó sus 'pesquisas
en ambas islas, desde sus comienzos. En carta del inquisidor Ldo. Pedro Ortiz
de Funes, con fecha 31 de agosto de 1573, se notifica a la Suprema: "Agora
enbio a la ysla del hierro y gomera a hazer la defensa—^la detención querría decir—
de los presos'q.alli ay Juez y nots q.no sido po lo ( ?) hallar pssonas. de cofi-fianga
y si franco gomes de arellano q. fué pbeydo. por notS obiera venido luego
q. lo pbeyeron, estuvieran acabados todos los negocios..." Y en otra del 2 de septiembre
siguiente, escribe: "...pero comq se an de enbiar a las dhas. isl^s del hierro
y goípera, de doiide eran los más negocios. Juez y notario, no se an hallado
así personas qe. convenga que vaya y así se an detenido algunos negocios..."
Luego agrega: "Advierto a V. S^ questas siete yslas tiene poca vezindad q. no
llegará a siete mili vezinos y repartida en yslas, es nueba dificultad hazer los negocios,
porque no se halla tan a la mano barcajes en que yr y en algunas dellas
se pasa los tres y quat^o meses qdt-no ay pasage,.."
El comisionado a que alude Funes en su carta, fué Pedró'^ Martínez de la Vega,
secretario del Santo Oficio de Canaria. Estuvo algunas veces en diohtis islas.
Una de ellaa corresponde ál otoño de 1573, septiembre-diciembre, qu^ paró en el
Hierro, pasando luego a continuar su comisión en la Gomera. De las peripecias
de su viaje hace un relato a Madrid, en el qwe aparece el siguiente'párrafo: "...en
'la qual yda también puse mi vida arriesgo en la Isla del Hierro, por estar, como
esfava en aquel tiempo enferma la Ysla de enfermedad contagiosa y havía miiér-to
y moría mucha gente, y aviendo des€mbarcado en el dcho. puerto aunquel parecer
del comisario que yva conmigo era qe. atenta la Justa causa de enfermedad
qe. avía qe. nosJ)olvieramos luego del puerto, todavía le animé para' qe. en- ,
trásemos en el pueblo y así eiítramos y pospuesto todo temor, enüpesamos a ha-
' zer los dichos negocios y con todo eso yva por los barrancos adonde estaVa los
enfermos caydos, poniéndome en peligro de muerte a examinarlos y íecebir sus
dhos. poniéndome a la cabecera dellos pbr que estavan sordos, en lo qual Vne puse
a ^ucho peligro, por ser enfermedad tan contagiosa, y quando venimos a la isla'
de la Gomera, estuvimos dos o tres días para tomar el puerto barlobenteando y.
no l e pudimos tomar, hasta que un barco vino a nos y arremó, nos metió en el
puerto y metidos,.don Diego de A-yala, conde de la dha. Ysla COTÍ la Justicia de-
Uá, sabido que veníamos del Hierro, nos mandaron poner en degredo •fuera del
pueblo, donde estuvimos tres días sin hablar con gte. alg5, aunque les diximos
qe. yvamos a negocios del Sto. Off9 y prendieron en la cárcel a el arráez del
barco, porque nos havía metido en el puerto".
En aquella ocasión sufrieron en el Hierro las molestias procesales inquisitoriales
personas de cuenta en la ¡.sla, tales como don Nicolás Peraza, Alonso de
Magdaleno, Juan de Espinosa, Juan de Molina, Baltazar de Acevedo, Diego Mom-tero
y otros de menor relieve social en la localidad.
•^ 887
En la GomerEi,no fué menor el rigor de los comisionados de la Inq^ui«ición
de Canaria con Martín Manrique, por prestarse a servir de intérprete a los franceses,
cuando estos se presentaban en la isla, Bartolomé Fragoso, el regidor
Alonso Ramos, Pedro de Almonte, Pedro Reinaldos, mercader, Miguel de Monte-verde,
flamenco, el gobernador de la isla, Juan de Ocampo, por tener trato eon
luteranos, varios de estos con Jacques Soria. Algunos de estos sujetos, en unión
del regidor Hernán Sánchez, consta que llegaron a ingresar en Canaria en las
cárceles del Santo Oficio, en 1581, aunque fueron puestos en -libertad pronto,
pues casi todas estas causas que fue-ron tramitadas a gomeros y herreños no se
significaron por la gtavedad de sus sanciones. Cuando la comisión más arriba
mencionada'de Martínez de la Vega, sin.embargo, los encartados en la Gomera
fueíon Alonso de Valladolid, Luis de Sampedro, Sebastián de Cubas y algunos
moriscos. (Ibidem, leg2 1831).
El mismo conde don Diego de Ayala no se exceptuó—ya lo sabemos—^
de caer bajo el fuero de los Inquisidores, por parecidas causas.-Hemos,
sin embargo, de insistir,, haciendo la observación de que la Gomera no
estaba entonces en condiciones militares defensivas para rechazar con éxi- ,
to ataques de las fuertes armadas d« estos corsarios, cxiando éstos se presentaban
en el puerto so color de amistad y die comercio. Les fué preciso a veces
obrar así, como mal menor y en evitación de su propia ruina, de lo que antes y
después tuvieron más de un duro ejemplo, por lo que a ratos, si asi puede
decirse, las ocas del Capitolio, aquí menos desconfiadas que en Roma, no siempre
dieron los gritos de alerta a los gomeros, ante un enemigo .pacífico a la vista.
Si hemos de creer lo que los Inquisidores exponían en su correspondencia
oficial con Madrid, la Institución, al revés de lo que ocurría en Castilla, donde
era, bien quista del pueblo, no era muy gíata en Islas. También aquellos fimcio-narios,
muchos de los cuales no parece haberse distinguido por su ciencia y prudencia,
acaso dieran lugar a esa impopularidad de^l Santo Oficio, cuyos excesos
de forma tuvo que suavizar y aun corregir en-íclgún caso la misma Suprema, que
no dejó" de enviarles en ocasiones oportunas. Visitadores del Tribunal. Pero es
de justicia reconocer que su extrema vigilancia contra las impurezas de la fe,
las supersticiones y corrupción de costumbres unidos al temor,que inspiraban,
fué conveniente al país. Se dirá que eran estos inquisidores intolerantes, además
de quisquillosos en materias protocolarias, pero adviértase. que la^olerancia es
virtud fácil, planta que siempre" ha crecido lozana en ambientes de escepticismo,
o fie nulidad de crencias. El que nada cree, no tiene porque preocuparse de la *
salvación de las almas que la Iglesia católica propugna. No era achaque nuestro /
y exclusivo español, la intolerancia, que en'esto rivalizamos entonces con las de
un. Enrique VIII de Inglaterra y de su hija la reina Isabel, con las hogueras de
Calvino, con las horrendas decisiones de la Cámara ardiente francesa y las -de
la estrellada ing'lesa, con la represión sangrienta del anabaptismo y con la misma
sectaria intolerancia de las masas jwpulares de todos los tiempos y de iodos
los espacios. Tampoco la Inquisición española, cuya defensa ni siquiera intentamos
en estos descargos, pues fué producto de otras épocas y tampoco empleó
procedimientos judiciales y procesales distintos de otros Tribunales, ejerció pernicioso
influjo sobre nuestra literatura, que precisamente (;oinoÍ4ió con su iMejor
338
período, en todos sus órdenes y géneros, durante los siglos XVI y XVII, en los
cuales ninguna nación pudo superarnos, ni acaso alcanzarnos, aunque un tránsfuga
de la Institución, Llórente, coreado después p^or declamadores y partidos
que se dicen progresistas, haya dicho lo contrario. En resumen, es lícita la tolerancia
con las personas, eso es bondad y caridad, pero nunca con las ideas que
honradamente se sientan. Eso sería, ya se ha dicho esto,, apostasía, traición, envilecimiento.
,
Los Vistadores de la Parroquia Matriz: Las Visitas pastorales:
Nadie ignora que la vida religiosa de nuestros abuelos fué intensa, no Obstante
sus defectos y Sus miserias de siempre, entonces puestas mas al descubierto
por una rudeza agreste de costumbres, que aleja'ban todo posible disimulo. Es*
to es innegable. La salvación de las almas era problema que entonces preocupaba
a todo el mundo. Y a falta de diversiones mundanas, que hoy la vida moderna
pone al aleante de todo el mundo, el vacío se llenaba con continuas prácticas religiosas,
propias de frecuentes festividades, novenarios y procesiones, con sus comedias
de ordinario ohocarreras. Así la llegada —tal era el prestigio del clero—
a cualquiera de las islas, de un Obispo, pastor de almas, o de un Visitador eclesiástico,
era un aconteciroiento para todos-. Las multitudes recibían reverentes y
puestas de hinojos, la bendición de sus Obispos en sus visitas pastorales.
En el archivo de la parroquia matriz dé Nuetra Señora de la Asunción, urna
de las inás a n t í ^ a s de este.Obispado, pues solamente puede g-anarla en unos
años de antigüedad la matriz de Nuestra Señora de la Concepción en yalverde,
por haber sido conquistado el Hierro antes de lá Gomera, existe constancia art-tigua
de estos Visitadores eclesiásticos, que entonces además de los poderes espirituales,
tenían otros que rebasaban de aquella esfera sobre los fieles, visitadores
que a la vez lo eran asimismo de la parroquia herréña. Interesa el estudio de
estas visitas, porque denuncian muchas veces las costumbres folklóricas de su
época. Tomando al azar algunas, aparece en 1537 la del Ledo. Juan Tocano, a
quien debieron precederle otros desde el siglo anterior. Le sigue luego en 1545, el
provisor del obispado, Dr. Luis de Padilla, que prohibe que en las misas de aguinaldo
se tañeran panderos, sonajas, calderos ni guitarras, ni se digan coplas ni
cantares. Tamlbién anatemiza ciertas irreverencias como cenas, comidas, bailes y
cantares dentro de las ermitas.
El Ledo. Gabriel Ortiz de Saravia, visitador en. 1591, da un mandato para
que los dtieños de esclavos no impidieran a éstos concurrir a la ermita de Nuest
r a Señora de Buen-paso, de la villa, donde celebraban vísperas y el día de la
Virgen en su festividad de septiembre. Previene que uno de los beneficiados de
la parroquia, quedase cumpliendo en ella su ministerio y el otro —-eran entonces
el Br. Alonso Pérez Crespo, vicario, y el Dr. Melchor Méndez—tuviera continua
residencia en el valle de San Pedro de Hermigua, "por ser de más gente que ninguno
otro de la I^la", para que dijera misa el primer domingo de cada mes, el
segando, en San Juan de Vallehermoso y el tercero, repitiera en Hermigua.
La primera visita pastoral de que hay constancia en el archivo de la citada
parroquia gomera, es la del fangoso obispo don Alonso de Virués, año de 1542.
339
V
Mandó que todos los clérigos que había asistieran todos a la parroquia, para dar
mayor solemnidad a sus fiestas principales, que eran entonces la Semana Santa,
el Corpus Ohristi y la Asunción. Prohibía la costumbre de la concurrencia a las
iglesias,' comiendo dentro de ellas, jugando "e jaciendo otras cosas, feas", como
si estuviesen en sus casas. Se trataba a lo qué parece, de personas que se retraían
por promesa en las^iglesias y hacían de ellas, sitios p.rofanos. Fr. Alonso
de Virués fué un ilustre benedictino, que había sido predicador de Carlos V, escritor
distinguido, muy amigo de Erasnio, a quien rebatió, sin embargo, en una
de sus obras. Estuvo en Alemania para combatir su naciente herejía Jntes de ser
promulgado Obispo de estas islas y falleció en 1545, no, en Toledo, como se ha
dicho, sino en la ciudad de Teldc, siend-o inhumado su cadáver en Las Palmas,
en la entonces vieja iglesia del Sagrario, que hoy ocupa el recinto de su catedral.
En 1558 visitó la Gomera el obispo don Diego Deza, que tanto se preocupó
por la enseñanza popular. Son interesantes sus mandatos respecto de este particular:
Ordena que el sacristán de la parroquia enseñe a los monaguillos y mozos
que quisiesen aprender en dicha iglesia, a leer y escribir y leer latín y a
Íantar, mediante dos lecciones diarias, una por la mañana y otra por la tarde,
n que siempre se daría doctrina cristiana. Es de advertir que entonces el sacristán
tenía lAajor importancia que ahora y que generalmente era desempeñado este
ministerio por un sacerdote o clérigo ordenado in sacris. También anatemizó
la* blasfemia y las expresiones iríeverentes para con Dios y sus s&ntos, costumbre
entonces bastante arraigada en el vulgo. '
Otras visitas episcopales realizadas durante este siglo, como la de los diocesanos
don Fernando áe Rueda en 1584 ,que previno que hubiera sacerdotes que
dijesen misa en los días de precepto en Hermigua, AÍajeró, Ohipude y Valleher-moso,
y la de don Fefnando Suárez de FHgueroa en 1590, que dispuso que la procesión
de disciplina del Jueves Santo saliera de la parroquia a las tres de^a tarde
y regresara al templo sin ser d^ noche; y que no pudiesen dormir juntos hombres
y mujeres, aunque fuesen indigent6s^, los padres con hijas, ni hermanos con
hermanas, siempre que tuviesen de ocho años para arriba y que no se consumara
el matrimonio de los desposados, sin ^ntes recibir las bendiciones nupciales de la
Iglesia. Parece que subsistió esta inmoral costumíbre d* tener leoho común padres
con hijos y hermanos con hermanas, .entre gente de humilde condición, porque
el obispo don Francisco Jüfartínez reiteré en su visita de febrero de 1604, la
prohibición bajo graves censuras, así como que no se celebraran en parroquias
y ermitas, comedias y entremeses, sin que. antes fueran vistas y aprobadas por
su autoridad. (Notas del archivo del autor, facilitadas por el cronista de la Gomera,'
Sr. Fernández Pérez, a quien su isla natalle debe en gran parte, la recuperación
de noticias ya olvidadas y a punto de perderse, para la historia gomera).
La provisión de las plarPoquias matrices de Gomlera y Hierro:
La provisión de los venerables beneficios de las parroquias de-Valverde y
San Sebastián de la Gomera, eran y fueron siempre de nombramiento real. El
emperador Carlos V reguló la división de los antiguos Beneficias de la Gomera
y el Hierro en real cédula expedida en Monzón, el 5 de diciembre de 1583 y pre-
340
vino la forma de proveerlas de manera análoga a los beneficios existentes en las
islas realengas e intervención de los Cabildos de Gomera .y Hierro en la suya
^•eapectiva. Sólo que por falta de personal juzgador capacitado, las oposiciones
sé habían de celebrar en Canaria, designando los Cabildos de esas islas un representante.
Esta intervención de los Municipios en los concursos a Beneficios
parroquiales, terminó para todos en tieraipos del pontificado de don Bartolomé
García Ximénez, recayendo lógicamente en la autoridad eclesiástica, sin enojosas
ingerencias seglares. Así lo determinó la real cédula dada en Madrid ©1 19. de mayo
de 167Í. '
- Be la otra real cédula de Carlos V existía copia en el archivo municipal del
CabUdo herreño, testimioniada el 17 de noviembre de 1619 por el escribano de
aquel concejo, Pedro Fernández de Morales, siendo juez del Hierro, Hernán P»-
raza de Ayala, copia que, a pedimento del administrador de los Condes de la.
Gomera, don Francisco del Castillo Santalices, mandó protocolar en el oficio de
José Manuel Salazar, al folio 165, el teniente de CÓrríCgidor de Tenerife, Ledo.
don Manuel Pimienta^ en auto expedido en esta ciudad de La Laguna, el 6 de junio
de 1781. (Archivo de Protocolos, Santa Cruz de Tenerife-). Nos llamó la atención
sobre este documento, hasta ahora desconocido de los historiadores, que poco
o nada se han ocupado de las islas menores, el culto joVen e investigador, don
Leopoldo de la Rosa Olivera, actual secretario del Excmo. Ayuntamiento lagunero.
AOLARACIONES AL CAPITULO V
íxts Juecee de Residencia:
Jira saludable práctica en la legislación antigua que debiera restablecerse,
el investigar periódicamente' la conducta y coitiportamiento de las personas que
en cada isla desemi>eñában ciargos de justicia o de administración, tales como los '
de Alcaldes que en las islas menores se denominaban indebidamente mayores,
puesto que no eran letrados, aunque estuviese mandado por la legislación que lo
fuesen, y presidían los cabildos desempeñando en ellas funciones muy parecidas
a los de Corregidores en las realengas, e idénticas a*" los de teniente de Corregidor,
si bien tenían que asesorarse en sus sentencias y autos judiciales, de letrados.
A los niismos reigidores de esos Cabildos, aquéllos y éstos designados hasta
bien mediado el ligio XVIlI, por los sefíores que ejercían jurisdicción dominical,
podía alcanzársele alguna responsabilidad, como resultado de estas residencias,
que indudableíonte eran el únic» freno que podía contener a, unos y otros en sus
demasías, a lo que eran de ordinaario muy dados, en vista áel aislamiento en q"üe
96 encontraban, fuera de la inspección directa de sus superiores naturales (1).
Estos Jueces de residencia eran nombrados por la Audiencia de Canaria, a'
•cuyo Real Acuerdo habrían de proponerse por los comisionados, las sanciones
(1) Los regidores continuaron hasta la época constitucional, siendo nombrados
por los Condes de la Gomera, en amibas islas.
' , í
correspondientes. Eecaía el nombramiento en letrados, que a la vez hacían sus
juicios de residencia en ambas islas, presidiendo entonces con título de Alcalde
mayor, sus Cabildos. Parece, em.pero, que en contada ocasión fueron nombrados
legos, contra lo mandado.
Larga es la nómina de estos funcionarios. He aquí algunos de ellos, de que
tenemos noticias ciertas: Licenciados Cristóbal Moreno én 1600,'Gaspar Perera
en 1641; Br. Domingo de Albiturría en 1647^ Gregorio Espinosa en 1650; Alejo
Alvarez de Castro en 1655; Domingo Calderín en 1656; don Francisco Díaz de
Escovar en 1665; don José Tabares de Cala en 1669; don N. Domínguez en 1679;
don Gaspar Guillama en 1691; don Domingo Arvelo Espinosa en 1692; don Martín
de Bucaille, luego sacerdote, en 1700.
En el mismo siglo XVII.aparecen como jueces de residencia en la isla del
Hierro el Br. Mateo Fernández Gramas en 1630; Gaspar Alvarez Monroy en
1635; Cristóbal Cibo Sopranis en 1637; alférez Bartolomé Ronmn de la Torre en
1658; don José Tabares, antes citado, en 1673; don Manuel Barrio de Sinega en
1699, etc.
En él XVII fueron jueces de residencia en la Gomeraj entre otros, don Domingo
Fernández Brito en 1702 y 1709, don Roque Pablo de la Guardia y Rojas,
que también parece lo fué en el Hierro, en 1717 y 1730; el Licdo. Fuentes en 1740;
don Miguel Camacho en 1765. etc.
ACLARACIONES AL CAPITULO VI
Ampliación sobre don Pedro Xuárez de Castilla:
Este ilustre vastago de la'Casa de Herrera, hijo de don Diego de Guzmán y
de doña María Vándala, sujeto, como sabemos, muy versado en la Genealogía de'
su linaje, consta haber sido vecino de la Palma y residente en Sevilla, según un
poder que en la Gomera, le otorgó suheiinano don Diego de Ayala Rojas Gua-inán,
el 2 de mayo de 1662, ante Francisco die Armas,, poder que el Interesado
don Pedro substituyó en la villa y corte, el 12 de abril de 1665, en el pleito sobre
el mayorazgo de Castilla, radicante en la ciudad de Sevilla, así como al de Am-pudia.
-
Debió ocurrir el deceso de este don Pedro en 1685, pues en ese año, 13 de no-viemlbre,
se le hicieron unas solemnes exequias, de orden de Su sobrino el Conde-marqués,
en el convento franciscano del puerto de Garachico.
ACLARACIONES AL CAPITULO VII
Ampliadonles ál casamiento de don G«»plar de Ayala:
Quando en la página 89 del primer tomo, registramos el casamiento de este
don Ga,spar, nacido en 1624, ignorábamos que había casado en el pixerto de Ga-
342 •
rachico, el 20 de julio de 1643 con la consabida doña Isabel de Ponte, según el
libro 32 de casamientos, folio 62, figurando don Gaspar con los apellidos de Guz-mán
y Ayala y Rojas y ella con los de Ponte y Jorva, a quienes echó las bendiciones
nupciales, el Licdo. Gaspar Pérez de lUada, beneficiado de la parroquia
j Vicario de las partes de Daute, habiéndolos apadrinado el capitán Juan Francisco
de Ponte y don Gaspar de Ponte. Pero, caso extraño, en el mismo libro, al
folio 67, aparee* el 22 de junio de 1644 casando el mismo Benfdo. lUada, a don
Gaspar de Castilla y Guzmán con doña Isabel Jorva y Calderón, siendo esta vez
apadrinados por el capitán Juan Francisco Ximénez, que puede ser el mismo
capitán anterior de su nombre, y su esposa doña Isabel Sotelo, y testigos don
Alonso y don Gaspar de Ponte. De ambas partidas, aun con su trastueque de
apellidos muy de la época,- se puede generar la duda de que si este don Gaspar
contrajo, en efecto, dos enlaces, aunque lo probable será que se trate de unos
mismos contrayentes, a,pesar de la dupliciíTad de asientos matrimoniales. Aplacemos,
por ahora, el despejo de esta incógnita, que parece inextrioable por el
momento. .
I
Recobra la Casa de Herrera parte de su antiguo s<eñorio:
Don Diego Suárez de Castilla Ayala y Rojas, que suponemos fuera el futuro
conde conocido en la Historia con los apellidos de Ayala Rojas y Herrera,
siendo todavía eventual heredero del mayorazgo y título de su Casa, adquirió la
cuarta parte de la jurisdicción de la isla de la Gomera, con alto, t ^ o , mero y
mixto Imperio, fórmula ya vacía de sentido jurídico en su tiempo, con la octava
de quintos de entradas y salidas de la. isla, todo lo que había pertenecido al casi
en sus últimos años indigente conde don Antonio, y que el vendedor, capitán
Andrés Fernández Méndez, hijo de Baltazar Méndez y de María de Herrera,
sobrina del capitán Lucas de Herrera Bohorques, había rematado como bienes
que pertenecieron a doña Ana de la Peña, co-señora de la isla, en unos 28.000
reales, que fué el mismo precio de esta venta, otorgada ante el escribano Juan
Martín de Mederos, €l 12 de febrero de 1657. Obvio es observar que esta recuperación
del antiguo patrimonio familiar, que tanto se había mermado desde los
hijos de don Guillen para acá, volvió a incrementar el acervo del señorío de los
Heríeras, cuyo auge creciente ya podía vislumbrarse.
El ^arranque éá tabaco:
• La Real Renta del Tabaco era desde el siglo XVII uno de los ingresos del
Real Erario. Celaba esto en Islas un Juez conservador de la Renta y Estanco \
del Tabaco, que en la época a que vamos a referirnos desempeñaba el oidor de
Canaria, Dr. don Manuel dé Ángulo Arcenega y su arrendatario general, el regidor
de Tenerife, don Baltazar de Vergara Grimón, señor de la villa de Acial-cázar.
Gomeros y herreños procuraban eludir las cargas del impuesto haciendo
plantíos de tabaco.y fabricándolo para su corriente consumo, y§ que, sobre todo
en el Hierro, se produce aun ahora de una muy excelente calidad. Esto, 'a juicio
del vigilante rematador del Impuesto, mermaba los ingresos en aquellas islas.
S43
pues antes llegaron a arrendarse los estancos de cada isla en mil ducados, y entonces,
por el motivo antes expresado, no llegaba a 400. Produjo la queja consiguiente
al Juez conservador y éste ordenó, por septiembre de 1657, al capitán
Gaspar Alvarez, su representante en la Gomera, que hiciese arrancar estos plantíos
clandestinos dé tabaco, én vista del perjuicio que se venía irrogando a la
citada renta, y que no volviesen a cultivarlo bajo severas penas. Presumiblemente
igual orden se transmitiría a la del Hierro, por conducto de su Administrador
subalterno. (Notas del autor, procedentes del Cronista antes citado.)
ACLARACIONES AL CAPITULO VIII
Probanza en Gomera y Hierro sobre ascendencia Ac los Condes:
Transcurría el mes de abril de 1664 cuando se hizo en la Gomera una extensa
proba(^2a sobre la ascendencia de la familia condal, al objeto de aportarla
al. pleito del mayorazgo de Castilla, que se practicaba a instancia de don Pedro
Xuárez de Castilla. Era alcalde mayor de la isla, el sargento mayor don Alonso
Dávila Orejón y Gastón, hermano del general don Francisco Dávila, tenido indebidamente
por gomero, aunque había nacido en Amberes en 1613, después fallecido
repentinamente en La Guaira, el 13 de septiembre d.e 1674, siendo gobernador
y capitán general de Venezuela. Fué oonsidenado este General come militar
pundonoroso, probo gobernante en Cuba y escritor militar distinguido.
En la expresada Información, el mismo conde don Diego de Ayala Rojas
presentaba al juez Dávila Orejón los testigos, que fueron los siguientes vecinos:
Felipe Rodrlgniez Cubas, ya anciano y que a su vez pudo invocar teatimonios
postumos de 'su padre Manuel Rodríguez y de otras personas que Rabian fallecido
en edad centenaria, quienes habían conocido al propio Conde don Guillen y a
su esposa la condesa doña María; Pedro de Urgas, rtiayordomo dé fábrica de la
parroquia; Juan Rodríguez Amado, Matías de Morales Galfardo, Bernabé Jaimes,
el capitán y escribano Juan Martín de Mederosf muy conocedor por razón
de su oficio, de interioridades de la Casa de Herrera; Nicolás González, Hernando-
de Medina, Pablo Hernández Montesino, Juan de Valladolid, cuyo tío Baltasar
halbia servido-en Sevilla al conde don Antonio; Bartolomé Fernández Kara,
Esteban Pascual de Brito, Lucía de Herrera, viuda deXíristóbal dB Herrera, hija
de Diego Sánchez Moreno, cuyo marido era dé la Casia del Conde (2) y había
fallecido octogenario; el M, R. P. fr. Bartolomé de la Concepción,, guardián del
convento de la Villa, cuyo religioso mencionó una escritura que don Pedro, hijo
del conde don Guillen, había otorgado a favor de su hermano don Diego el 80 de
marzo de 1555, ante Pedro García de Arquijo, escribano de la Gomera, así como
otra del mismo don Pedro y de. su esposa doña Leonor de Castilla, celebrada en
2) Esta familia hidalga de los Herrera, desempeñó en «tiempos algo remotos
en la Gomera, el cargo de Alguacil mayor de ella. Una de las ramas de
Arteaga, de dicha villa, desciende por rigurosa varonía de este linaje. Al mismo
perteneció el capitán Lucas de Herrera Bohorques, alguacil mayor, que se ha citado
en el texto.
94A
Sevilla el 28 de marao de 1567, ante Mateo de Altnonacid, en favor del don Diego,
su hermano; también hizo cita de cierta capellanía fundada por la condesa
doña María de Castilla, en el convento franciscano, sobre ingresos de la Aduana
señorial. Asimismo depiiso en la Información, que se continuó en Hermigua, otro
conventual franciscano, el P. fr. Francisco .Yánez. En Hermigua prestó declaración
el capitán, ya octogenario, Lucas de Arrióla, que se había criado en la casa
condal y era hijo de Bernabé Borges, fallecido de noventa y pico de años, así como
otra octogenaria, Beatriz de Brito, viuda del alférez Juan de los Ríos.
Con la misma formalidad se inició otra en el Hierro, durante el mes de mayo
del mismo año, ante su alcalde mayor, el sargento mayor Alonso de Magda-leno
Quintero. Era gobernador de las armas en comisión del servicio, el capitán
d^n Diego Zejudo Hjidalgo, castellano del castillo de San Franciscco del Risco
en Canaria, que figuró con poderes del Conde para instarla. Fueron deponentes
en estas diligencias, de las que dio fe el escribano don Antonio de Espinosa, los
siguientes vecinos: capitán don Diego de Espinosa, regidor de la isla; Alejo de
Brito, capitán Miguel de Guadarrama, capitán Juan Quintero, regidor; don Nicolás
Hernández Fonte del Castillo, vecino de la Orotava; Sebas-tiáSi Padrón y
Brito, escribano públitíb y mayor del Concejo de la Isla; capitán Isidro Machín
Perrera, que era a la sazón teniente de alcalde mayor, de edad provecta y había
estado en Sevilla; el maestre de campo Andrés Machín de Magdaleno, alcalde del
Golfo, que había navegado ^a las Indias y que en México o Nueva España tuvo
oportunidad de conocer a un hijo natural del conde don Antonio, llamado Fr. Guillen
Peraza. (Pleito del Mayorazgo de Castilla, sigS 3529, Arch. HistS nacional.—
Madrid.) '
Fallecimiento de la nukrqueaa-'oondesa doña Mariana de Ponte:
< •
Pasó esta seíiora a mejor vida, en el puerto de Garachieo. Fué sepultada en
el convento dominico del lugar, el 13 de julio de 1695, en la misma iglesia que
ha servido de cementerio público hasta hace pocos años. Fué por cierto una de
los mejores templos y de ijriás acabada arquitectura, que los domiViicos tuvieron
en, la provincia, airoso y elegante, con un magnífico retablo barroco en su capilla
mayor, que hoy se ha trasladado a la parroquia de Santa Ana, de la ririsma
villa y puerto. No testó doña Mariana, si bien otbrgó poder para que se le hicier
a post mortem, lo que ifc sabemos si se ejecutó por sus herederos o mandata^
rios. La fecha de su segundo matrimonio con don Nicolás de Ponte Ximénez, ca-ballerb
de Santiago, en Garachieo, el 4 de abril de 1669.
La i:<egidurfa perpetua de Tenerife en los Condes de !a Gomera: «
El conde-marqués don Juan Bautista de Herrera Ponte Ayala y Rojas, Suá-rez
de Gastüla, unió <& sus títulos y cargos, el de regidor perpetuo por juro de
heredad de Tenerife, oficio para el que fué nombrado en real "cédula expedida
en Madrid, el 30 de abril dé 1714, con facultad de nombrar teniente. Hieredó esta
regiduría perpetua de su abuelo materno, el primer marqués de Adeje, la cual
había sido concedida a su antepasado Pedro de Ponte en 1661, si bien la facul-
tad de designar teniente que la sirviera en su lugar, fué otorgada al mencionado
su abuelo, don Juan Bautista de Ponte Ponte y Pagés.
Cuando don Juan Bautista obtuvo el nuevoi título de Regidor, se encontraba
residiendo en la ciudad de Valladolid, en compañía de su última esposa doña Leonor
Rosa de Ovando, UUoa, Godoy, Ponce de León y Bustos de Lara, según más
adelante veremos, y en aquella población otorgó sus poderes y designó teniente
para el cargo concejil tinerfeño, el 9 de mayo del 714, ante Santiago Gil de Palacio,
a favor de don Manuel de Meló y Fiasco, castellano del reducto o castillo
de- la playa de Candelaria. El Cabildo de Tenerife, en vista de tales poderes en
reig-la, le dio posesión en sesión del 6 de julio el mismo año. Esta.regiduría terminaron
por perderla, antes de la supresión de estos oficios, hacia promediado el
siglo, por haberse prohibido, que estos cargos de república se sirviesen por medio
de tenientes de Regidor y exigirse a los propietarios o titulares, la resideHcia
en la cabeza ^el Municipio o Cabildo. Pero ya estas primeras familiofs tinerfe-ñas
rehuían de ordinario sentarse en lo's escaños municipales, debido a prejuicios
que no tenemos porque exponer ahora.
Privilegios o exenciones de los frailes ^n la tributación de quintos:
Hemos visto que el problema difícil de los "quintos", o derechos aduaneros
dominicales, produjo siempre a la Casa condal y a sus copartícipes en el señorío
gomero-herreño, una interminable serie de cuestiones judiciales, como queda expuesto
en el texto principal, página 98 y siguiente.
A partir del año de 1583, de tan lejano venían lais aguas turbias de este río,
y a petición del R. P. provincial franciscano, Pr. Bernardo Ramos, se había practicado
en la Gomera, por ante el R. P. fr. Cristóbal de Jesús, vicario de la Isla,
cierta información para justificar que los quintadores de la misma isla no permitían
que los frailes exportasen sus frutos, sin pagar tales derechos aduaneros
o quintos, a pesar de estar exentos .de pagarlos. Acudieron a la información
como testigos, entre otros, el P. fr. Antonio Baños, guardián del convento de los
Reyes en la vi^^a; el P. fr.-Pedro de la Trinidad, presidente de dicho convento;
Luis Díaz de Madrid, síndico del mismo, y el vecino Pedro Moreno.
En el siglo siguiente todavía bullía esta espinosa y delicada cuestión, toda
•vez que la Audiencia de Canaria dio una provisión, el 24 de abril de 1668, precisamente
durante la menor edad del conde don Juan Bautista, dirigida no tan sólo
a los quintadores denlas islas de señorío, Lanzarote, Fuerteventura, Hierro y
Gomera, sino a los Almojarifes de las realengas, en la cual se declaraba que los
frailes estaban exentos de pagar impuestos en la exportación de sus frutos. Dicha
provisión real insertaba la sentencia dictada el 22 de junio del 665, pronunciada
en autos seguidos entra el convento franciscano de Teguise de Lanzarote
y los quintadores de esta misma isla y la de Fuerteventura, en la cual se decláral
a que eV Guardián de la citada casa religiosa podía emibarear, "libre de quintos y
derechos todo lo que procediese de íim'Ksnas, obvenciones y memorias y obras
pfaa tocantes a la comunid^, jurando el Guardián o prelado, de que es procedido
d« dhos. efetos, manifestándolo en la Aduana al quintador o guardas, y se em-
barque de día y en los puertosxordinarios y caminos no desusados". Dicha sentencia
se había elevado a definitiva en revista de 18 de septiembre de 166&i
La anterior provisión de la Audiencia hubo de expedirse a consecuencia de
escrito presentado el 18 de enero del mismo 665, por el R. P. fr. Valerio de Al-nueida,
comisario de Corte de la provincia de San Die^o, en el que solicitaba, y
obtuvo de los Jueces de Alzada de la Audiencia, que lo ganado por los conventos
en las islas menores orientales se extendiese a todos los de la misma orden seráfica
existentes en Canarias.
No huibo más remedio que periclitar por parte de la administración señorial
de ambas islas, ante el mandato judicial superior de la Audiencia, aunque naturalmente,
esta decisión no fuese del agrado de la parte perjudicada o vencWu cr,
juicio, en tanto cuanto mermarían los ingresos aduaneros dominicales. Eran muy
í.opiosas las limosnas que en especie recibían entonces lo.s conventos, de fieles y
devotos. Singularmente la Guardianía y el convento del Hierro, era de las más
regaladas, según Viera y Clavijo, por las continuas' limosnas que recibía de
aquellos vecinos, no obstante sus habituales penurias y necesidades, entonces
también muy generales en todo el Archipiélago, debido a sequías, hambres y enfermedades
epidémicas, que como las plagas de Egipto, asolaban de vez en vez
al suelo isleño, cuando no eran los fenómenos del vulcanjsmo y las depredaciones
de piratas y corsarios.
Dacio V. DARÍAS Y PADRÓN.
(Continuará)