Iiicenciailo Qoíotero f Acosta
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L afortunado suelo de Güimar (1), vio naoer, en 15 de Majo de 1764, a
Don Isidro Quintero y Acosta, hijo legítimo de Don José Quintero Padrón
Espinosa y de Doña Antonia Josefa de Acosta y Núñez de Villavi-cencio.
Desde la más tierna edad, educáronle sus padres con el esmero correspondiente
a los sentimientos religiosos de que eran modelos en el expresado pueblo, y,
cuando tenía la suficiente edad, le enviaron a la Ciudad de San Cristóbal de La Laguna
para que estudiase en el Colegio del Convento de Santo Domingo, donde cursó, con
brillante aprovechamiento, Latinidad, Humanidades, Filosofía y Teología. Concluidos
dichos estudios y decidido con verdadera vocación por el esl;ado eclesiástico, entró
eu él y fué ordenado de Presbítero el 22 de Diciembre de 1787.
Deseosos sus padres de proporcionarle una carrera más ventajosa que la que
ofrecían las Canarias por aquella época, le aconsejaron embarcara para las Amérioas,
como lo hizo, donde tenía parientes bien colocados (2), y llegado a la isla de Cuba,
después de examinar el Diocesano las buenas disposiciones y arrégl ada conducta del
(1) Entre los demás pueblos del Archipiélago, se ha distinguido Güimar por los muchos sacerdotes
que ha tenido, ejemplares en virtud y en letras, y entre los cuales merecen ser citados: Don Hipólito
Casiano Bello, Beneficiado de Vilaflor, que con frecuencia era llamado a Santa Cruz para predicar en las
principaUs festividades religiosas; don José Pérez, cura de Guía; don Antonio Rodríguez de Torres, Be-neficiailo
servidor de Güimar y Cura propio fun lador de la parroquia de Arafo; el R. P. Presentado
Fr. Antonio Abad Cruz, Prior de los Conventos de Güimar y de Candelaria, y buen orador; don Nicolás
Rodríguez de Torres, Presbítero, modelo de virtud y caridad; Pr. Antonio Fernández, Dominico provincial
y muy buen orador; Fr, Roberto González, último Prior de Güimar, sin renta; don Florentín
Núñez de Torres, Canónigo de la Catedral de La Laguna, don Agustín Díaz Núñez, Beneficiado d»
Güimar y Doctor en Sagrada Teología etc.
(2) Don Domingo María Quintero y Acosta, hermano de don Isidro, Intendente honorario de la Habana
y Ministro Interventor de sus reales obras de fortificación y víveres; y don Sebastián Bueno Quin •
tero^ sobrino e don Isidro, Vicario d» la ciudad de Barquisimeto, (Venezuela).
EL LICINCIADO (QUINTERO Y AGOSTA 217
Sr. Quintero, le hace Cura párroco auxiliar de la Iglesia del Rosario, que desempe&ó
con celo edificante; y, más tarde, en 23 de Diciembre de 1792, se le despachó título de
Teniente de Gura de la parroquia de San Juan de Jaruco, que desempeñó hasta el 13
de Junie de 1795.
Habiendo pasado a la Habana, fué honrado con el elevado cargo de Promotor
Fiscal de la Curia de dicha ciudad, y, observando el litmo. Sr. De Don Luis de Pe-fialvar
y Cárdenas (1), sus amplios conocimientos, le nombró su Secretario de Correspondencia,
Pro-Secretario y Notario de Visita, y le llevó consigo a la Luciana,
donde últimamente le hizo Secretario de Cámara y Gobierno, habiendo permanecido en
dicha ciudad hasta el 15 de Noviembre de 1801; en cuyo tiempo, sin dejar de cumplir
con su laborioso cargo, se ejercitó en los ministerios de predicar y confesar, visitando
la Diócesis en compañía del Prelado, con la particularidad y mérito de que dicha visita
que a otros Secretarios reportaba cuantiosos ingresos, al señor Quintero sólo le
produjo para su modepta subsistencia, ya que teniendo en cuenta la pobreza de aquellas
parroquias, no quizo llevarle sino módicos derechos, según aparece de un certificado
del Obispo, expedido eu la ciudad de Nueva Orleans, con fecha 13 de Noviembre
de 1801. Embarcado para la Habana, con el expresado Obispo, se trasladó en su
compañía al puerto de Veracruz, y por tierra a la capital de Guatemala, donde le
nombraron por segunda vez Secretario de Cámara y Gobierno, visitando, como tal Secretario,
gran parte del Arzobispado.
Cansado ya del improbo trabajo que ocasiona en América las visitas pastorales,
y sin el apego de atesorar riquezas en aquellos felices tiempos, regresó a su pueblo,
dedicándose a enseñar latín y francés, lenguas que dominaba, y ocupándose de su Parroquia,
de la que fué Mayordomo de Fábrica. (2)
Instalada la Catedral en la ciudad de San Cristóbal de La Laguna, el 20 de Diciembre
de 1819, obtuvo una Prebenda, cuya gracia admitió con satisfacción de sna
paisanos al ver premiados sus méritos de algún modo, pero acompañada esta satisfacción
del sentimiento de perder a la vez dos buenos sacerdotes (3), y, más tarde,
cuando los hermanos don Pedre y don Cristóbal Bencomo regalaron sus respectivas
bibliotecas a la Catedral, fué nombrado lu Bibliotecario.
Todavía en su infancia el Cabildo Catedral de Tenerife, y sin recursos para atender
a los crecidos gastos que ocasionaba la fábrica de su Templo, en las Cortes extraordinarias
de 1822, se solicitó por los Diputados de Gran Canaria la supresión del
(1) Natural de la Habana, sujeto poderoso y emparentado con las principales familias de aquella
ciudad.
(2) En tiempos-de su Mayordoraía se hizo por Juan Nepomuoeno, vecino y ebanista de La Laguna,
el Tabernáculo, que más tarde pintó, imitando jaspe, el Beneficiado de La Palma, don Manuel Díaz;- y
cuando se hizo el nuevo Coro de la Catedral, obtuvo del Cabildo, parte de lis buenas sillas del antiguo
Coro, que se colocaron detrás del Tabernáculo. Donó a dicha Parroquia, desde su llegada de América,
un hermoso cáliz, patena, platillos, vinajeras y campanilla, todo de plata dorada, que es lo mejor que
tiene aquella Iglesia.
(3) También fué nombrado Canónigo, don Florentín Núñez de Torres,
218 REVISTA DE HISTOEIA
Obispado de Tenerife. Preciso faé al Cabildo mirar con interés este inesperado incidente,
y creyó de necesidad enviar a la Corte un individuo de su seno que sostuviese
con tesón la subsistencia del nuevo Obispado. Para esta delicada oomÍBÍóa fué elegido,
en 11 de Junio de 1822, el Prebendado Quintero, que no obstante su edad y metódica
vida, lo sacrificó todo por el bien de su Obispado, embarcándose el 21 del propio
mes para Cádiz, y no sin bastantes peligros y sobresaltos (1), llegó a Madrid,
donde promovió por medio del Agente del Cabildo, don Juan José de la PrecíUa, el
oportuno expediente abogando por la subsistencia del Obispado de Tenerife; instruyendo
personalmente al Ministro de Gracia y Justicia, Diputados y demás personas
que creyó oportuno, hasta que al fin comprendida la justicia de su causa triunfó de
sus adversarios, manteniéndose la existencia del Obispado. Más no contento con dicha
victoria y siguiendo instrucciones de su amigo y compañero]don],Pedro Bencomo,
solicitó se proveyese de Obispo la nueva Diócesis, a la sazóu vacante, siendo elegido
el señor don Luis Folgueras y Sión, que se posesionó de su Silla el 12 de Junio de
1825 (2). Concluida con honor la misión que le llevó a la Corte, regresó a su Cate"
dral, y cu ende todor ec] eraban que, al proveerse las vacantes de Dignidades, se le
otorgase una, sólo ee le ncmbró Canónigo, colocándose en el Coro otros que no habían
contraído tantos méritos como el señor Quintero.
En el concurso de oposiciones a Beneficios vacantes del nuevo Obispado, fué nombrado,
el Canónigo Quintero, Examinador sinodal, cargo que aceptó y desempeñó brillantemente.
Ni las ocupaciones diarias del Coro y Cabildo, ni su incansable rezo, a que era
tan aficionado, ni su quebrantada salud y avanzada edad, le privaban de decir Misa
diariamente, ni de frecuentar el pulpito de la Catedral, ni tampoco el de la parroquia
de la Concepción, cuyo concurso se aumentaba ansioso de. oírle.
En el Cabildo le dieron varias comisiones para que, con otros compañeros, templara
las diarias desavonieucias que, después de la muerte del Deán, don Pedro Bencomo,
se suscitaron entre el Prelado y el Cabildo, sosteniendo con decoro y moderación
los derechos de su Cuerpo.
Don Isidro Quintero era, en su trato particular, de carácter afable, franco, de
conversación amena, que salpicaba con chistes entretenidos que, sin salir de lo mo-
(1) En el camino de Sevilla a Madrid, fué preso por una partida de bandoleros, que le ataron y robaron,
7 aun trataron de quitarle la vida.
(2) Algún autor ha dicho qne por intrigas de don Pedro Bencomo, no fué nombrado Obispo de Tenerife,
en aquella ocasión, el ilustre canario y elocuentísimo orador, don Antonio Riliz Padrón, pero esa
imputación es poco verídica, porque en una carta que el autor de esta biografía ha tenido la'suerte do
encontrar en el archivo de la familia Quintero, de Güimar, el señor Bencomo, con fecha 18 de Marzo de
182?, le dice al ¡eñor Quintero, que se hallaba en Madrid, lo siguiente: «Vmd. verá en las representaciones
q. acompaso, q. muchos de los Pueblos piden por su Obispo al Sr. Buiz Padrón. Hágalo Vmd
a nombre de ntro. Cabildo, pues aunq. dcho. Sr. no admita el nombrat". q. se le hiciere, verá, sin embargo,
el aprecio q. este Cabildo hace de su persona». Con lo inserto basta para justificar que no había tales
intrigas para dificultar el nombramiento de Obispo del ilustre gomero Sr. Ruiz Padrón
EL LICESCIADO QÜIHTEEO T AGOSTA 21á
dorado, divertían a loa oyentes; empleaba el mismo estilo en sus cartas familiares. A
loa anteriores dotes, reanía ana caridad inagotable (1)
Cuando regresaba de Madrid y llegó a Cádiz, por el año de 1822, tuvo ocasión de
proporcionar a las Islas otro beneficio, que no debemos olvidar los canarios. Enterado
de que el General don José de Monteverde habfa enviado dos macetas con nopales
semilIaáoB al Director del Jardín Botánico de la Orotava, se dirigió al Director del
establecimiento de cochinilla de Cádiz, pidiéndole unas macetas y obtenidas sin dificultad,
laa remitió a Santa Cruz, entonces villa, plantándose con ellas la huerta de
Mollorini, desde donde se diseminó después a todos las pueblos de Tenerife, y, más
tarde, a todas las siete islas, y aunque no faltó quien quisiera atribuirse esta gloria,
abusando del silencio y modestia del señor Quintero, don Leodegario Santos y el químico
don Santiago Cruz, publicaron la verdad da los hechos, como se ve en los números
118 y 126 del periódico isleño «La Aurora».
Su avanzada edad y los achaques que, por lo regular, le son anejos, le hicieron
conocer que su fin estaba próximo, y preparado en tiempo para bien morir, falleció en
La Laguna, el 11 de Jebrero de 1843, a los ochenta años. El Cabildo Catedral perdió
con su muerte uno de los miembros que más le honraban, que le ilustraba a cada
momento con sos vastos conocimientos y que siempre estaba dispuesto a sacrificarse
en su favor. Se le hizo un solemne funeral, con asistencia de todo lo más visible de
la ciudad, en el Sagrario Catedral, y fué sepultado en la Capilla del Cementerio general,
TOMÁS CRUZ Y GARCÍA.
(1) Como su Prebenda le daba lo preciso para atender a sus necesidades, muy modestas, lo róstante
lo repartía entre los pobres, que le esperaban en las puertas de su casa, a la hora que debía regresar
de la Catedral; y cuando, por haberse quitado los diezmos a la Iglesia, el culto y clero padecieron
tres años de privaciones, sin recursos para sostenerse, el señor Quintero Acosta, que nunca supo guardar
dinero, tuvo que desprenderse de sus alhajas, y délas que había heredado de sus hermanos y padres,
para subsistir, y no por ello privó a los pobres de sus lismosuas, hasta el extremo de quitar las
manecillas, o broches de plata, de sus Breviarios, traídos de América, para socorrer a los necesitados.