ESTUDIOS ETNOGHAFICOS
Los primitivos tiabitantes de Canarias
liA RELIGIÓN
De lo ya expuesto en artículos anteriores, se llega a la deducción
de que las religiones de los pueblos primitivos, así como también sus
organizaciones sociales y políticas, concuerdan en sus rasgos generales,
no siendo otra cosa sino diversas fases de un proceso evolutivo;
tienen un mismo origen y pasan por etapas semejantes, si no son idénticas
(1).
No han participado de esa opinión los historiadores de nuestro
archipiélago, pues han revestido a los aborígenes de estas islas de unas
virtudes y cualidades al parecer únicas, exaltándolos hasta un grado
inconcebible, exaltación que aumentada más y más por los poetas, escritores,
y hasta por la misma Prensa, ha formado un estado do opinión
completamente equivocado de la raza autóctona.
Así, pues, no son de extrañar las siguientes palabras del P. Espinosa,
primer cronista de Canarias: "Los naturales do esta isla (Tenerife),
no exceptuando a los de las otras, pues todos creo que tuvieron
un mismo principio y origen, fueron gentiles incontaminados, sin ritos,
ceremonias, sacrificios, ni adoración en dioses ficticios, ni trato ni con-vorsación
con demonios como otras naciones..." (Op. cit. lib. I, cap. X.
pág. 17).
(1) Hoy se admite como verdad demostrada que el hombre fué en su principio
un simple salvaje, y que el curso de la historia ha sido en general, un progreso
hacia la civilización. Sin embargo, en oposición a esa verdad, autores eminentes
tales como el doctor Whately en su "Political Economy" opina que el
hombre fué desde un principio, casi lo que es hoy, y con cualidades intelectuales
na da inferiores a las nuestras, no siendo los salvajes actuales otra cosa que
descendientes degenerados de antepasados muy superiores. Esa teoria ha sido
desechada del todo.
8
El poeta Viana concuerda con el autor citado: "ídolos no creyeron
ni adoraran—ni respetaron a los falsos dioses—con ritos y viciosas
ceremonias—, mas antes con amor puro y benévolo—en una causa todos
concurrían—, creyendo "en un Dios solo..." (Canto I. pág. 21-22,
ed. 1854). De manera análoga se producen Núñez de la Peña y el P. José
dfc Sosa, que ban escrito muclias páginas dedicadas a refutar la idolatría
de los guanches y los canarios.
Abreu Galindo es el único que nos dá cuenta minuciosa de las prácticas
religiosas de nuestros aborígenes con una imparcialidad digna de
tenerse en cuenta dado su estado eclesiástico; Marín y Cubas tuvo a
su disposición fuentes hoy perdidas y de un valor histórico inapreciable,
que dan mucha luz acerca de las teogonias primitivas del archipié-lego;
por último, Viera y Clavijo hace un resumen de todos los cronistas,
pero no saca consecuencia alguna de ese estudio (2).
iHasta hace poco se clasificaban las religiones por el objeto ado-i'ado,
pero lo más natural es estudiarlas en relación con el concepto en
que se ha tenido a la divinidad, ya qlie las grandes etapas del pensamiento
religioso pueden determinarse en armonía con el desarrollo
irilelectual de los pueblos.
Así, pues, la primera fase la constituyó el ateísmo, no por lo negación
de la existencia de la divinidad, sino por falta de ideas en el hom-l've
para concebirla; a este grado de inconsciencia le sigue el fetichismo,
fase en que el hombre cree que puede obligar a las deidades a <que
cumplan sus deseos; luego aparece el culto a la naturaleza, o tote-m'smo,
adoración de árboles, lagos, ríos, piedras, montañas, animales,
astros, etc.; después surge la idolatría o antropomorfismo, en que
ios dioses son más poderosos que el hombre, pero formando aun parte
dt» la naturaleza; en la última fase, la divindad es autora de la natura-loza
y no es una parte de ésta^ convirtiéndose en un ser sobrenatural.
Es muy difícil, por no decir imposible, establecer una separación
on este proceso religioso, y casi siempre se encuentran mezclados.
Cuando el hombre se eleva, ya por natural progreso, ya por inñujo de
iHi pueblo más civilizado, a una concepción superior religiosa, conserva
todavía sus antiguas creencias, que persisten largo tiempo al lado y
í'Un on completa oposición con esas concepciones superiores. El nuevo
y más poderoso elemento espiritual viene a engrosar la teogonia de
aquella sociedad, y disminuye la importancia de las añejas divinidades,
cuyo culto declina gradualmente, quedando circunscrito a la masa
do población más retrasada, comió se puede comprobar hasta hoy día.
(2) He aquí lo que dice el autor de las "Noticias": "Tanto los que afirman
que todos los habitantes de las Canarias eran idólatras, como los que pretendieron
limpiarlos absolutamente de ese borrón, se engañaron groseramente; pues
solo se puede decir que eran deístas, o qué tuvieron una idea obscura de un ente
todopoderoso y eterno, a quien deben su existencia las criaturas: pero sin más
nociones de la inmortalidad del alma, ni más ideas de otra vida que la presente..."
(Ub. I. pág. 1S5). Esta explicación de Viera es muy vaga y no aclara el sistema
religioso de nuestros aborígenes.
El. CULTO AL SOL
Siguiendo la pauta indicada anteriormente, haremos notar que
nada hallamos en nuestros cronistas que justifique una fase ateísta
entre nuestros aborígenes, y esto demuestra que al tiempo de la con-quitsa
ya habían adquirido un estado de conciencia religioso. Practicaban
el culto ala naturaleza, mezclado con el fetichismo, según hemos
visto, pues en las prolongadas sequías ofrecían dones a las monta-ños
para que lloviera. También recordaremos el culto a la piedra y al
pilar o columna estudiados en artículos anteriores.
Dentro esa evolución reilgiosa se encuentra el sabeísmo, o adoración
de los astros. Oigamos al caballero veneciano Alvisio de Cada-mosto,
que visitó nuestro archipiélago en 1454, lo que dice de nuestros
aborígenes en su libro y capítulo referente a estas islas, titulado "De-
Ue sette ieole delle iGanarie e delli loro costumi", parte 3.", lib. II. pá>
gina 66:
"Los habitantes de Tenerife son idólatras, y adoran al Sol, la Luna,
las estrellas, y varios y diferentes objetos..." (3) Viera y Glavijo,
comentando el párrafo anterior, varía su significado, diciendo: "En
('!*ta isla (Tenerife) "no se contaban menos de "nueve" especies de
idolatría, pues unos adoraban al Sol, otros a la Luna, otros a las Estrellas,
etc." (pág. 166). Tal como se expresa el autor de las "Noticias"
parece que cada uno de esos ritos correspondía a una de las nueve tribus
en que estaba dividida la isla,, lo que en verdad no se desprende
del relato.
Muñoz de la Peña confirma el aserto del caballero veneciano:
"Cuando juraban, su juramento era por el Sol, a quien llamaban "Ma-gec",
y tenían por falso y de ninguna confianza al que mentía en el
juramento o lo quebrantaba." También en Gran-Canaria, le daban el
mismo nombre que en Tenerife: "...adoraban al Sol, llamándole "Ma
pec'\ y creían que su espíritu provenía de aquel astro, así daban el
nombre de "Magíos" a las.almas, ohijas del Sol..." Marín y Cubas.
' Magec" tiene cierta relación con el nombre "Hari-maguada", sacer-á'
tisa de Gran-iCanaria, al culto solar, y el de "Magios", con el epíteto
de "magos" que hasta hoy se les dá a nuestros campesinos en un tono
burlesco.
El P. Espinosa nos dice que los naturales de Tenerife le daban a
Dios los nombres de Acbuhurahan, Achahucanac, Achguayaxerax,
Achaman. Núñez de la Peña agrega a esas denominnoiones algunas
otras, a saber: Hucanech, Menceito, Acoran, Acaman. Abren Galindo,
(3) El culto al Sol es de los más antiguos practicados por el hombre; asi lo
vemos entre los egipcios, caldeos, asirlos, persas, Judíos, fenicios, etc. Uno de los
primitivos cantos del Egipto, dice: "Tú te levantarás hermosamente, oh Atón
viviente, señor de la eternidad! Tú eres radiante, tú eres bello, tú eres fuerte!.
Grande y extenso es tu amor; tus rayos brillan para los ojos de todas las criaturas;
tu rostro se ilumina para hacer vivir los corazones..." A. Moret. "El Nilo y
la civUlzacióQ egipcia" pág. 44. lias Imágenes y la poesía de este canto, se romon-tan
a una época muy lejana.
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añade los de Guayaxiraxi, Ohaxiraxi, y por último el nombre compuesto
Atmayceguayaxiraxi y Atguayehafanataman, que quiere decir el que
lione el cielo, porque "Atamán", quiere decir, cielo.
Estos nombres tan variados y numerosos en una lengua que de
ninguna manera podemos considerarla rica en expresiones, nos inclina,
a pensar que no señalaban a un sólo ser o divinidad, sino que servíaA
para dar a conocer los diferentes astros de la bóvfída celeste, ya que es
indudable ese culto entre los aborígenes, estableciendo una relación de
¡ifu-entesco entre el sol, la luna y las estrellas, (4) que al abrazar el
fi'istianismo entró en el dogma cristiano.
Por encima de ese culto a los asti'os, afirman los bistoriadores que
los aborígenes adoraban un ente o principio superior, pero antes de acceder
a tal aserto sospechamos que sería inuí coiu'ejx'ion en unidad Ide
la naturaleza re¡)resentada por el mismo ostro solar, elevándose en categoría
como fuente de vida. Kn Tenerifíí se le decía, "Acaman"; en
(irán Canaria, "Acoran"; en la Palma. "Abora".
No tuvieron origen distitito los dioses entre los pueblos indo-eu-i-
ojieos. Llamaban "iJyaus", la bóveda luminosíi; de esa voz se deriva
1.1 palabra "Zeus", y de esa moción, "Deus" y "Dios", que en últiuio
caso no tiene otra signiricación etimológi(;a sino "la luz, la bóveda luminosa",
si bien hemos de convenir en que ni guaní-bes ni canarios llegaron
a una concepción melafisica de "Magec".
DIVINIDADES INFERNALES
En oposición a las divinidades bienhechoras y amigas del hombre,
"xistía un genio malótico; "Guayóla", en Tenerife; "Gaviot", en tiran
Ganarla; "Irnene", en la Palma. Es el mismo proceso observado en las
religiones de otros pueblos: la l u d i a de la luz (^on las tinieblas; j)orque
'ísos genios residían en las montañas, en la tierra, dioses subterráneos
a los que se daba culto de igual modo que a los poderes "chtonianos"
priegos.
Ese genio del mal tenía, como liemos supuesto de "Magec" no sin
(4> Debaio de las crandes divinidades, encontramos en todas las teogonias
primitivas clras secundarias, subordinadas a las primeras. En la religión egipcia
Hallamos ejemplo." notables, y entre los caldeos existían los llamados "treinta
y seis decanes" que eran otros tantos dioses, o divinidades inferiores, dependientes
de los cinco planetas. "De estos dioses secundarios, la mitad habUa por
cima, Ja mitad por bajo de la tierra para vigilarla; cada diez días, uno de ellos es
enviado en calidad de mensajero de la región superior a la inferior, y otro pasa
de esta a aquella por un cambio invariable..." G. Masperó, Historia antigua de
los pueblos de Oriente, pág. 264.
(5) Estos adivinos trataban de alejar el mal, y proporcionar el bieh, ya mediante
purificaciones, ya mediante sacrificios o encontamientos. Al lado de esos
adivinos, aparece el hechicero que evoca los demonios con criminal intento, la
hecnicera, el que echa la-s suertes, el que hace filtros. El hechicero guanche o canario,
como su colega moderno, fabricaba meniurjes, maleficiaba en imagen,
de,--.eiicadenaba con sus imprecaciones a los espiritus del abismo. "La imprecación
obra sobre el hombre como un demonio malo... la imprecación maléfica ps
causa de la enfermedad..." Fr. Lenormant. "La Magia chez les Caldéens,
Santa Cruz de Inneiilg J 7
fuiidumenlo, un cortejo de divinidades menores. "El demonio, escribe
el P. Esjiinosa, se les aparecía muchas veces, de noche y de día, como
prandes perros lanudos, y en otras figuras llamadas "Tibisenas". En
Ciran-Ganaria, sepún aíirnm Marín y Cubas, se llamaban esas apariciones
"Gaiidha" y "(Jucancha"'; en la isla de la Palma, se les decían
"biueñe".
Esas "tibisenas'" eran muy temidas de iniestros ahorípenes, y por
fíc les dal)an ciillo por ineilio de sus hechiceros o adivinos. Los cro-
H CULTO DE LA PIEDRA EN CANARIAS. El "Echalile". idjriilii por los lunohts qus MpMlu ira hibltido por m< «Muida! ialiniil, "6uy«t>".
ü^nio maléfico y subterráneo, como los poderes "Cht^nldnos" griegos, y al que daban culto como opuesto al sol, "Magoc", blMhasbor dtl
bomhrv, Al surgir del seno del "Echeyí^e" la hlrviente lava que desolaba loa campos, sra que los dómenlos irritados protendlan dtstnir
al bombre. Las "tibloanas", "cuganobas", "srusñss" y otros espíritus malos, estaban al servicio da "Suayota" cerno divinidades secundarias.
tres: "Guañomeñe". en Tenerife,
en la Gomera. Gdeyendo que eran
^'i'slas nos han dejado los nombres dt
"Noñe", en el Hierro, y "Aguamuge", v ^ ,,-...v.,, ,,>,, ^.....
i< •''espíritus de los muertos que se escapaban de sus momias ya des-
• -'•tn'clas, los que atormentahíin a los vivos, "ponían el cuerpo tendido bota
abajo hablando algunos palal)ras dentro de un hoyo, y asi llamaban
i"! difunto, aunque fuese de muy larga distancia...'" Marín y Cubas.
Los demonios salían del infierno, llamado "Echeydo"; se introdu-
[^ B
cían en todas partes y se disimulaban en todas formas para dañar a los
espíritus buenos y a los hombres. Como sucedía entre los caldeos, los
malos atacaban al orden general de la naturaleza y trataban de trastornarlo;
otros se mezclaban a los hombres "penetran de casa en casa, se
deslizan por las puertas como serpientes, arrebatan el niño de las rodillas
de su madre, y hacen huir al hombre del hogar..." Moraban con preferencia
en los lugares desiertos o debajo de la tierra, y no salían sino
para acometer. La peste y la fiebre, el fantasma, el espectro, el vampiro,
los Íncubos y sucubos. eran otros tantos seres pertenecientes a esa
clase de "tibisenas" guanches.
Para defenderse de tantos peligros, tenía el hombre que buscar aliados
entre los mismos espíritus malignos, proveerse de armas ofensivas
y defensivas contra los demonios, en una palabra, recurrir a la magia.
(6) Se comprende, por consiguiente, que el sacerdote o adivino fuera
más hechicero que sacerdote, y es evidente que en este archipiélago
tuvo gran influencia el conjuro, especialment en lá isla de Gran-Canaria
donde aún se conservan vestigios de esas prácticas entre los campesinos.
La persistencia de ese temor a los espíritus malignos lo confirman
la» siguientes palabras de la historia publicada por don Anselmo J. Be-uítez:
"Esta debilidad, dice, la han heredado y aún acrecentado sus su-
(iesores montaraces y agrícolas, quienes juran que en ciertos y determinados
parajeb se aparecen fantasmas y algo peor, a que llamian "terro-rres",
y de los cuales no pueden hablar sin que se les ericen los cabellos,"
{pág. 308). A esas afirmaciones hemos de añadir las prácticas relacionadas
con brujerías, reuniones demoníacas en lugares "bailade-i-
os", maleficios y apariciones que hasta en nuestros tiempos hetaos
oído contar en los campos por personas ancianas.
L M ideas religiosas del hombre primitivo se asocian íntimamente
si es qu no beden su origen, al estado del hombre durante el sueño, y,
sobre todo a los ensueños. Sueño y muerte siempre han sido miradas
coino cosas análogas. De igual manera considera el salvaje actual la
muerte como una especie de sueño, y espera, contra toda esperanza, ver
duspertar a su amigo de este sueño, como tantas veces lo había visto despertar
de otros. He aquí probablemente una razón de la gran impor-
Inncia concedida al tratamiento del cuerpo después de la muerte; el
cuerpo queda exánime, y el hombre primitivo infiere que el espíritu lo
ha abandonado pero que volverá a su envoltura material
(6) El encantamiento tenia como complementos necesarios los talismanes
de diversas clases: tiras de cuero arrolladas al cuerpo, fetiches de madera o de
barro cocido, etc. El portador o poseedor de amuletos era inviolable aún para los
dioses, porque el talismán era un "limite que no se quita, un limite que los cielos
no franquean, limite del cielo y de la tierra que no cambia, que ningún dios ha
desarraigado, una barrera dispuesta contra el maleñcio..." ConsiMtese la obrb
de don Cipriano Arribas, "Através de Tenerife" 1900, donde el autor recogió
inundantes noticias acerca de la magia en estas islas.
*9r
LOS SAOBIFICIOS HUMANOS
No obstante las escasas noticias que nos quedaron de las religiones
de nuestros aborígenes, es indudable ue la práctica de morir ofreciéndose
a la divinidad fué una costumbre arraigada en los naturales de'
Gran-Canaria, a pesar de la obstinada negativa de algunos historiadores.
Quién primeramente dá cuenta de este hecho es Cadamosto, autor
ya citado por nosotros, quien dice lo siguiente: "Existe entre esos bárbaros
la costumbre de que, al advenimiento de sus reyes, se sacrifica
uno de sus subditos en su honor. Entonces se reúne el pueblo en un profundo
valle, y después de ciertas ceremonias y conjuros mágicos, el que
9f' ha ofrecido en holocausto, se arroja desde lo alto de una empiniada
roca, y se asegura que el príncipe recompensa siempre este acto de abnegación,
premiando a los parientes de la víctima..."
Gomara, en la "Historia general de las Indias", capítulo 224, nos
confirma el dicho del citado viajero. Pedro Mártir, (Década 3.'. cap. 7),
también nos asegura que la ignorancia de nuestros aborígenes los hacía
nrecipitar, cantando y bailando, de un alto monte llamado "Tirma", pues
tenían por religión morir así. persuadidos que sus almas eran bienaventuradas,
teniendo tanta fuerza sobre los entendimientos humanos
la opinión de la religión buena o mala de los mayores, que ni el precio
do la vida que conocidamente se les representaba, ni otros, si los hay
nías físicos, los detiene ni horroriza..."
Esta práctica religiosa, pues ya hemos visto que no se contraía a la
exaltación de los jefes do tribu, es negada rotundamente por el P. So-
Sfi (7) pero sus argumentos no son decisivos, (págs. 184-185). Además,
las citas están comprabadas con ejemplares tales como el de los vállenlo
» Guanheben y Caitafa, el del heroico Tajaste, y el de algunas mujeres.
Todos invocaban a su dios, diciendo "Atis-tirma!" y después se lanzaban
denodados al espacio, según lo ceuntan testigos españoles.
Este género de muerte, como perteneciente a un rito sagrado, lo
consideraban muy honroso: la confirmación de tal extremo la tenemos
cuando los canarios se decidieron a sacrificar los mallorquines que habían
llegado a Gran-Canaria. Galindo. dice: "un día acordaron matar-
^^l^ a todos, y así lo hicieron, y a los frailes "por el respeto que les tenían"
los echaron en una sima que está en el término de Güimar, media
'egua de la mar, camino del Telde..." (pá?. 23.) Y Castillo nos dice (pág.
^•^2) que después de conquistada Canaria también fueron inmolados
(7) A "Haber dicho que por juego, o de desesperados se arrojaban los canarios
gentiles de un risco aminentislmo y cortado que llaman "Tlrma", es más
Q'ie falso, porque solamente hay noticias verdadeifas de algunos escritores antiguos
que un caballero canario gentil, viéndose en una ocasión acosado de los
«istlanos sobre dicha picota... se arrojó de ella abajo. Esta parte hasta hoy dia
se llama "el salto del caballero", y el que escribió que era hijo del Quanarte-me
de la ciudad de Telde, (se refiere a Abreu Galindo, pág. 145) no supo lo que
«"JO..." El autor es quien equivoca el personaje del relrato de Oalindo.
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dos frailes, lanzándolos desde el monte del Lentiscal a la profundidad del
barranco.
Tan natural parece al espíritu humano, en esta fase de su desarrollo,
la idea del sacrificio del hombre a la divinidad, que se registra este
hecho en todos los pueblos que están en la aurora de la civilización, indicando
un vivo sentimiento religioso, si bien pervertido por una concepción
errónea de los dioses.
La historia antigua registra mucihos ejemplos de esta clase de sacrificios.
Los cartagineses, después de la derrota de AgatJhocles, quemaron
algunos de sus prisioneros; los asirlos y fenicios ofrecían víctimas
humanas a sus deidades. Los griegos, también observaron esa práctica y
lo mismo hicieron los romanos hasta los tiempos de Constantino, en que
desapareció. (8)
En la Europa septentrional alcanzaron tiempos más modernos. Se
afirma que el Yarl de IQS Orkneys sacrificó a Odino, el hijo del re^i dei
Noruega, en el año 893. En 993, Hakon sacrificó su propio hijo a los dioses.
El pueblo sueco quemó a su Rey Donald, ofreciéndole en sacrificio
!i' dios Odino. a consecuencia de un hambre tornble. En üpsala habík
J^ templo célebre donde Adán de Bremon vio colgados a la vez setenta
y dos víctimas.
En Rusia, como en Escandínavia, continuaron los sacrificios humanos
hasta la introducción del dcristianismo. MüUer eslima que en
Méjico las víctimas humanas inmoladas a los dioses en un año pasaban
de cien mil.
B. BOMVEir.
Mayo de 1932.
(8) En Oréela y Roma se conservaron algunas prácticas religiosas que recuerdan
los sacrificios humanos de otros tiempos. Asi persistió la p.rueba del látigo
en Esparta. En Roma, según Varrón (de Ling. lat., VII, 44) todos los años
arrojaban las vestales al Tiber, veinticuatro figuras de mimbre, en sustitución
de otras tantas victimas humanas que se echaban en otro tiempo. De igual manera,
las "osclUa", muñeca que se colgaban en la puerta de las casas o en ios árboles
de la vecindad recordaban las cabezas humanas que antes se ofrecían a
Saturno. En la fiesta de las Lupercales, el sacerdote pasaba un cuchillo ensangrentado
por las frentes de dos hombrea.