Las Canarias en la literatura caballeresca
POR JOSK PKRDOMO GARCÍA
HISTORICIDAD DE LOS LIBROS DE CABALLERÍA
Uno de los géneros literarios peor estudiados por la crítica moderna, a pesar
de ser el más difundido en su tiemipo y llenar alrededor de tres siglos, es el
de los libros de caballería. Fuera de los trabajos de índole general ya clásicos
de Gayangos, Menéndez Pel&yo y Bonilla San Martín, se redoice toda la bibliografía
a urtas pocos y contados ensayos monográficos. Y todo lo poco que en
t s te sentido se ha dicího anda ya demasiado iinanoseado y archirepetido en los
maimáles corrientes de literatura, plagados de erróneas o mediocres interpretaciones,
y sin que hasta la fecha se haya renovado su contenido.-Dos son, a núes-tro
juicio, las razones de este vacío. En primer lugar, el haberse coniSiiderado
insistentemente este género como de importación y sin raigambre nacional alguna.
Y por otra parte, uin mal generaí que viene dominando en el método y dirección
de la crítica literaria, y del que ya emipezamos a liberarnos. Desde sus
inicios ha imperado en la iiivestigación literaria un criterio estético cerradio
y restrictivo, al proyectarsie siem.pre sobre los "clásicos" tradicionales, y olvidar
oon ello obras como los libros de caballería, por considerarles engendros de un
vulgar contenido y de un estilo anupuloso y recargado, que no merecían un estudio
concienzudo y serió. Sobre la literatura caballeresica falta hoy un estudio
cranpleto y puesto al día. Tal vez en la crítica literaria del porvenir se presente
un fenómeno semejante, al no abordar géneros como la novela detectivesca o de
aventuras, por ejemiplo, hoy extraordinariamente difundidas.
La exclusividad del eileimerato fantástico en los libros de calballería ha *ido
además ya convertida en un tópico repetido continuamente hasta la saciediad
por todas partes. Todo el que se enfrenta con estos libros, a la ligera y sin fundamentar
sus conclusiones, termina caracterizándolos por esta nota. Siempre
que 'Se plantea el problema de su temática ésta siemipre se analizará sentando
como pirecedente preliminar su elaboración del todo imaginativa. Es este un
punto de partida qii6, tomado así en absoluto, es completamente falso. "
•Y ha nacido este prejuicio dominante, al olvidarse que las tareas-de la crítica"
han de terminar realizándose desde todos los plknos, desde todas las facetas,
y «in sentar preconcebidas tesis de nianKÜn género. Será esto más o menoa
difícil y arduo «n la investigación crítica, pero siiempre necesario e imprescindi-
bl« «n auna viaddn otojetiva de los problemas iplanteados. El método positivo continúa
aún rigiendo en este sentido. Defl todo se ha olvidado, y no citaré nada
más que un reducido y corto número de casos, que Tirant lo Blanch sigue en líneas
genea^les a la Grdnica de Muntaner, que casi en su totalidad la acción da
la segnnda parte del Tristán de Leonis se desarrolla en España, mezclando hechos
del todo históricos con pasajes propiamente novelescos, que en don Oleiri-halte
se encuentran continuamente alusiones a la princesa doña Uracla (Urraca).
En el Baladro del Sabio Merlín y en las profecías que éste haice, advertit-mos
claras aJusiones históricas a España, especialmente a Alfonso XI de Cais-tilla,
a Pedro el Cruel y a Enrique II de Trastamara (1)... Y dejamos desde luego
a un lado, las crónicas caballerescas de Bernardo del Carpió, de.1 Cid de los
Oondea de Barcelona, Crónica Troyana, de la Doncella de Francia, de Fernán
González, de flos Nueve de la Fama y de don Rodrigo, que en numerosas versiones
irán apareciendo desde el siglo XV al XVII.
Bajo la dimensión imaginativa de los libros de caballería es preciso admitir,
que se esconde soterrada una narración histórica más o menos encubierta, o
más exactamente, una concreta referencia a determinados y particulares hechos
reales. Entrañaiblemente ligadas a la aventura fantástica, van frecuentemente
unidas alusiones históricas. Es verdad, que estos elementos históricos aparecen
en Ja mayor parte de los casos cubiertos por una maraña de íilegorías y fanta^
9Í«», bajo la que «e pierden hasta el punto de resultar difícil de rastrear esta
historicidad'. Historicidad que si bien no determina la obra, ni llega a ser un ele-miento
esencial, sí concurre a su formación.
Esta cierta historicidad, deducida del examen objetivo de algunas novdas
de caballería, viene a confirmarse con la pretensión nunca abandonada de los
autores y refundidores de esta literatura caballeresca, de hacer paisar estos engendros
histórico-imaginarios como obras absolutamente históricas. Y asf, Feliciano
de Silva titula ,su obra: "La Crónica de los muy valientes y esforcados e
invenciibles cavaileros don Florisel de Niquea y el fuerte wAnaxartes" (1632).
Por obra parte, durante mucho tiempo se atribuyó el carácter dé historia formal
a una compilación tan fantástica como la "Crónica Sarrazina", y que ya pai*a el
mismo Pérez de Guzmán no pasaba de "trufa o mentira paladina". En el primer
caso, el escritor forjaba un héroe irreal y le imprimía vida, lo delimitaba en
el tienupo atribuyéndole una falsa historicidad. Ehi el segundo, sobre un cúmulo
de fantasías se esconde una serio de hechos, accidental y momentáneamente,
históricos.
Una de las causas de la gran popularidad de la novela de caballería en Eis-paña
duTMi'te unos dos siglos, es precisaimente esa adaptación ideal del elemento
hiistórico con el demento fantástico, casi siempre anacrónica. Lo que determinó
su enorme difusión fué luma traslación novelesca de los hechos de é ^ a s pasadas
al tiempo presente, procedimiento que actualizaba y comunicaba un nuevo
interés vital a la olbra. Esta estructura históricoi-novelesca había de promover
en el espectador o lector del seiscientos una peculiar "metaritmisis", una inten-
(1) Estudiados por P. Bohigas en "La visión de Alfonso X y las Profecías
de Merlín, Rev. de Filología Española, XXV, 1941.
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sif icación pronunciada del ritmo de au actuación intelectual, producida consoien-tertiente.
Todo el esfuerzo mentail, ahorrado al lector en la tarea de locaiizar la
acción, esta economía del esfuerzo imaginativoi al situar el ambiente de la no-
Vela; se vaciaba en urna determinación <más fácil y llevadera, en localizar concre-taonente
no ya una época ni un círculo cultural, sino un individuo y un particular
y aislado hecho histórico. Este proceso de localización anecdótica en cierta
mianera, particular y concreta, isienmpre será más factible que aquella otra interpretación
a posteriori, casi erudita, universal y abstracta. La localización es en
última instancia miUcho más vulgar que la interpretación.
Por lo menos en los primeros momentos de su fonmación, encontramos un
proceso seanejante en la épica popular con su última derivación en el romance.
Las'relaciones que pudieiran existir entre los romances caballerescos y este género,
dilucidarla definitivamente estas conjeturas, precisando concretamente la
formación de la narración «aiballeresca a partir de la canción épico>-Hríca francesa
del «iiglo XIV. ^
TRISTAN DE LEONIS EN LA ISLA DEL GIGANTE
Y entramois ya en la parte central! de nuestro trabajo. En los tres textos
que a continuación se irán examinando, ha dfe verse una directa aiusión a los viajes
efectuados por los normandos en la baja Edad Media, y por los portugueses
ya en los comienzos de, la Edad Moderna.
En el cap. XXI del "Libro del esforsado caballero don Trisitán de Leonis y
de S!us grandes fechos en armas" (Sevilla» 1628) se haibla fabulosamente "De c6-
itío Tristán e Isiseo partieron de Irlainda e de cómo los echó la tormenta en la
yala del Gigante, e cómo los i>rendieron los de la ysla", continuando este misimo
episodio en los caps. XXII, XXIII y XXIV. En el momento en que navegaban
Tristán e Isseo, "hija del rey Languines de Irlanda", desde esta isla ihacia la región
de Comiualles, con objeto de hacer entrega de esta presunta prometida,
(con la que al correr del tiempo nuestro héroe iba a tener relaciones amorosaei),,
"a su tío Mares de Comualla"... "tomóles una tormenta en la imar, la cual lee
duró quinze días, e ovieron por fuería de correr en popa, y el vienta era tan
fuerte, quel mastel e los timones y velas dio con todo en el fondo, e la tormenta
loB echó en la ysla del Gigante". A cuantos arribaban a sus playas no be 1«
presentaba otra disyuntiva que la de ser muertos o presos. "E" luego que fueron
ay llegados todos los de la ysla se levantaron e tomaron armas", y acercándose
Segiuidamerate diez indígenas Conminan a los de la "nao rendida" o embarrancada,,
para que abandonasen la nava de orden de su s«ñor, y ise entreguen &i prisión.
Tras la alusión a una leyenda, en la -que Jo«4 de Arimatea predica el cato-liciamo
en la isla y es muerto junto con diez hijos de Edón, todos conversos, ee
pasa a señalar una costumbre ya tradicional, y que desde hacía tiempo venia ad-guiéndose
como medio defensivo por los naturales,, contra toda la "gente extrai-ña
que le facian ign^an daño". Y "es esta usanza y esta costuimibre: que todo hombre
extraño que aquí aportare, que sea muerto o preso, o metido en tal prisión
<pie jaonáfi dende «aliga por ninguna aventura, si no ay entrelloa algún caballea-o
que «é combata con el iseñor de la yela del Gigante por fuerga de armas, e si el ca-
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vallero lo venciere, que quede por señor de la yisla; e si el cavaülero trae consigo
alguna dueña, el que venciere el campo ha de tomar la m&s hermosa, e la
otra que le corte la cabe?a." Conforme a esta costumbre, peíean Bravor y Tris-tán
armados de latiza y espada, sobre caballos y ante la espeetaeión de los natu- ,
rales. Tristán después de un largo y reñido combate, logra por fin vencer a
BraVor y con "gran pesar" se ve obligado acto seguido a cortar la cabeza de la
esposa de éste. Termina la jomada con su proclaimación coimo señor de. la isla
del Gigante o del Floto, según el nombre de un castillo levantado desde tiempos
antiquísimos en su costa.'
Mientras Tristán e Isseo, y sus compañeros de navegación ya libertados, se
solazan en ila siituación previlegiada a la que han ido a paraír, y "estovieron en
este placer y alegría dos años", una hija de Bravor parte por esos tnundios de
Dios en busca de su hermámo Caleiote el "brun" -—el bravo— (1), que taimbil6n
vemos citado en el Amadis (Lib. TV, cap. XLVIII) y "señor de las Luengas Insoláis'',
a fin de que éste tome venganza en los extranjeros por la imiuerte de su
padre. Encontrado aquél, y reconociéndose mutuamente ambos hermanos, parten
juntos hacia la isla del Gigante. Desafía inmediatamente Galeote a Tristán
y aprovecha nuevaanente la ocasión el autor de esta obra para describir un fiero
combate indeciso, qye termina con la rendición de Tristln y la avenencia entre
los dos héroes, que vienen a ser ciirados por Isfieo.
SILVBLA ARRIBA A FUETRTEVENTURA
El mlsfmo episodio, aunque alterado en lo referente a los nombres dé los
personajes y en aligunos detalles accesorios, aparece en la "Crónica nuevamem-te
emendada y añadida del buen caballero don Tristán de Leonis y del rey dom
•Pristan de Leonis el joven su hijo" (Sevilla, 1584), tal vez redactada isobre la
obra anterior, aunque conservando algo alterado el texto primitivo y añadiéndole
UTia sesrunda parte. En- ella el episodio novelesco aücanisa visos más señalados
de historicidad, precisándose la geografía en la que se desarrolla la acción
y citando concretamente un personaje histórico (2).
Se Introduce ahora un caballero portugués, natural del Puerto (Oporto) y
•conocido con el nombre de Silvela. Navega éste por la mar, junto con su mujer
doña Florinea, dueña natural'de Irlanda, hasta que son arrojados por una tempestad
a la isla dé Fuerteventura, eil la que viven dos fuertes jayanes, Agridón
el viejo y Agridón el joven, que para ejercitarse en las armas tenían la costumbre
de combatirse con cuantos caballeros cristianos aportaban a aquellas playas.
Si el extranjero salía vencedor de la justa, le dejaban salir sin dificultad alguna;
pero si por el contrario, resultaba derrotado, quedaba preso indefinidamente
con todos los suyos. Preguntaíto Silvela por uno de Jos jayanes si e« caballero,
(1) Gallebaut le Brun en la ed. italiana; Galeote y Galeote en la ed. castellana.
(2) Hasta qué punto este segundo libro del Tristán difiere del texto del
primero, nos ha,sido imposible determinarlo por el momento, desconociendo ,el
lugar donde se encuentra en la actualidad el manuscrito de aauella obra, de la
que sólo existe una edición de 1534 no reinvpresa. Se conservaba un ejemplar a
fines del siglo paeado en la Biblioteca de don Justo Sancha, en Madrid.
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contesta arrogantemente (fue no, j>ero que era "fidalgo y portugués". Los jayanes
indígenas, mal entendedores de fidalguerías, retienen, por tanto, prisionero
a Silvela. Al mismo tiempo la desconsolada y triste Florinea se lanza también
en esta variante sin rumibo fijo, en una desesperante búsqueda del primer caba'-
Uero que acceda a pelear con los dos jayanes y libertar con alio a Silvela.
Durante la travesía y en medio del mar son asaltadas las naves en las que
van Florinea y don Tristán, y que fortuitamente en aquel instante se cruzaban
una frente a la otra, por unos piratas alejandrinos. Una, como más arriba apun-taimos,
en busca del caballeió andante que desbaga aquel entuerto. Y la segunda,
con el más arrojado y pasional béroe de la orden caballaresca, hambriento
de aventuras y de dueñas desivalidas que proteger. Reacciona al instante ante
el ataque la nave de Tristán, que se defiende valerosamente en los primeros momentos
pero que pronto toma la ofensiva, no sin resultar nuestro caballero herido
gravemente en el combate. En contacto ya Jas dos naves atacadas, Florinea
atiende con delicadeza y cura las heridas de don Tristán, que para corresponder
a tan alto favor, s& dirige hacia la isla de Fuerteventura. Y ya en la "isla de los
jayanes" derrota y mata a ambos en singular combate, antes de libertar aJ hidalgo
portugués. Pasa seguidamente el autor, y al margen de la intriga central,
a reseñar ciertas relaciones amorosas entre don Tristán y Florinea, ter^
minando el pasaje con otros episodios secundarios de escasa importancia para
nuestro objetivo.
'A propósito del concepto flue de sí mismos tenían tanto el español «orno el
portugués por los siglo» XVI y XVII, es curioso destacar el episodio de la ee-paracién
de los dos amantes. Des.pidiéndose Tristán de Florinea, en presencia
de Silvela, al decirle aquél a ella: "Buena señora, yo vos d«bo mucho, et tened
esta prenda de mí, que por vos merecerlo, et por el trabajo que por mí .pasastes,
estando en el lecho ferido, vos responderé con mi servicio los días que yo viviere",
interrumpe airado el portugués para gritarle: "Válame Deus, é quanto
3«ios son los hombres que cuydays vos que mi miujer lo fizo por vos; no lo fizo
sino par mí, porque me sacases de la prisión." Y como fuera, por este motivo
desafiado por un caballero de Tristán, llamado Monfir, ún tercero hace notar a
éste la imposibilidad del combate, por no ser armado caballero su adversario, a
lo qiue opone acremente aquél: "Dejaos de esas caballerías; que más vale un fidalgo
limpio de Portugal, que cuantos" caballeros hay en el mundo." Las citas en
este sentido, son incontables en la literatura española, todas; ellas alusivas- a la
primacía del-hidalgo «spañol, y se condensan al correr de los tiempo® en un
gran número íie refranes y sentencias populares que aún corren por el pueblo.
"Decir español es decir caballero", dirá más tarde, en medio de una orgía
paradógica de imaginación y realismo, Lope de Vega. "Nosotros nacimos para
mandar" ecuacionárá como un imperativo categórico el genio agudo de Gracián.
"C3on decir español se me debe toda cortesía y respeto". "Español soy que me
obliga a ser cortés y verdadero". No puede extrañar,- pues, la forma como es aludida
la jactancia portuguesa por nuestro novelista.
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AMADIS EN LA ISLA DE LA TORRE BERMEJA
Antes de pasar a localizar, Ihist6rica y 'geográficamente, los (hechois apuntados,
ha áe hacerse notar un antecedente, que sobre este mismo episodio encontramos
en la literatura caballeresca. En él, es verdad' que la fantasía ha alterado
enormemnente la acción central, pero no deja lugar a duda el parentesco señalai-do
q(ue bajo la temática y el contenido de ambos textos se observa.
A .partir del cap. XLVl del Liib. IV, el autor aún desconocido del "Libro del
esforgado et virtuoso caballero Amadís", presenta a Darioleta solicitando ayuda
de Amadís para libertar a su esposo. EstalBíb éste retenido por el gigante Barlán
en ía Isla de la Torre Bermeja por su condición de caballero, después de haber
sido arrojado por una tormenta "al cabo de dos meses", cuando se dirigía a la
ínsula Firme. Y esta profesión de la caballería andante, •siguiendo una costumbre
ya arraigada entre los indígenas, le obligaba a combatir con Barlán. El gigante
le ha expuesto, previamente, tanto a él como a sus acompañantes, todas
las •consecuencias que íiaibfan de derivar de aquel combate, terminando su discurso
con estos términos: "e si cdalquier de vos os podierdes defender una hora,
seréis libre y toda vuestra compaña; e si fuerdes vencido, en aquella hora
seréis mig presos...; más si por ventura vuestra cobardía fuere tan grande que
en esta aventura de tomar la batalla no vos deje poner, seréis metidos en una^
cruel prisión, donde pasaréis grandes angustias en pago de haber tomado orden
de caballería, temendj> en más la vida que la honra ni las cosas que x«ra tomar
jurastes".
Dura-el viaje de Amadfs en esta aventura tres ^ías, y en el tercero distingue
éste por el lado izquierdo de la nave una isla pequeña con un castillo "que
muy alto iparecía", conocida con él nomibre de la Isla del Infante, y en la que rei-,
naJba el rey Cildadán. Se pone en contacto con su gobernador e inmediatamente
acompañado de éste pasa a la isla vecina de la Torre Bermeja, después de una
travesía que se prolonga, tras un día y una noche de viaje, a la madrugada de
la" siguiente jomada "hasta la hora tertia". Y, ya en ella, desafía al gigante Barlán,
a quien vence en un reñido y duro combate.
Derecho aquel entuerto, libres ya la dueña y ?1 cahallero con •su hija, indemnizada
la muerte de un hijo .smyo con la entrega de Bravor, anduvo por el
mar, junto con Grasandor, cinco días, y afl sexto por la mañana llegaron a una
isla muy alta, la de la Doncella Encantada. Desembarcan en ella "e comenzaron
siu camino—(hacia arriba—, el cual era todo labrado por la peña arriba, .ijero
muy áspero de sobir; e así anduvieron una gran pieza del día, a las veces acedando
e otras descansando muchas veces, que con el peso de las armas recibían
nnucího traibajo; e a la mitad de la peña fallaron una casa como ermita labrada
de canto, y dentro de ella una imagen como ídolo de metal con una corona granr
de en la cabeza del mesmo metal, la cual tenía arrimada a su.s pechos una gran
tabla cuadrada dorada de aquel metal, e sosteníala la imagen con las ambas ma-noB,
como que la tenía aibrazada, y estaban en ella escritas unas letras asai
grandes, muy bien fedhas en griego... Cuando Amadís e Grasandor entraron
en la ermita «entáwMise en un poyo de piedra que en ella hallaron por descan-aar
« a cabo de una pieza levMMáronse e fueron a ver la i m a ^ ^ que les parecía
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muy fermosa, e imiráronJe gran rato e vieron las letras... Entonces salieron de
la ermita e comenzaron a subir con gran afán, que la peña era muy alta e agrá,
e tardaron tanto que antes que a la cumibre llegasen les tomó la noche".
En el cap. XLVII siguiente, aparece nuevamente aqueilla tradición de la
evangelización de Puerteventura por José de Arimatea o lágún hijo suyo, que
ya hemos advertido en el libro de Tristán de Leonis, localizada en este caiso
en la Isla de la Torre Bé'rmeja., y sobre la que no conocemos hasta el presente
si está contrastada o confirmada en alguna leyenda popular sobre este miamo
asunto, difundida por aquella lisla. (El autor del Amadís dice en este caso haber
leido "en algunas historias que en el comiendo de la población de aquella fnsula
(Isla de la Torre Bermeja) y el primer fundador de la Torre, y todo lo más de
aquel igran alcázar, fué Josefo el hijo de Jósef Ab-arimatia... que veyendo la
disposición de aquella ínsula, la pobló de cristianos". Habla seguidamente de
una posterior invasión de gigantes que con el tiempo subyugró a esta población
indígena cristiana.
Finalmente, creo que anduvo desacertado Bonilla San Martín al indentifi-car
al gigante Bravor de la novela de Tristán con el Barlán de Amadí». Bravor
en,el libro de A'^adís es un'descendiente de Barlán (véase su gcnealoigía en el
cap. XLVI, pág. 377 del Amadís, ed. B. A. A. E. E.), más conocido con el nom-,
bre de Bravor el "hrun", que por ser demasiado bravo le pusieron aquel nombre,
que en el lenguaje de entonces por bravo decía "brun" (1). A este Bravor
fué a quien mató Tristán de Leonis, cuando "la fortuna de la mar echó a él e
a Isiseo Labrunda, hija del ley Langiiines de Irlanda e"a toda su compaña" a la
ínsula del Gigante.
LEY DEL ANACRONISMO NOVELESCO
Del examen de estos tres textos, en los que se presenta un episodio en linceas
gen«raleia idéntico, modificado sólo en elementos accesorios—^nomibreg de
'los héroes, acciones secundarias, una mayor o menor idealización...—^y de otros
que aquí podríamos citar (2), se deduce inmediatamente un carácter esencial
de la técnicla de este ciclo de obfas, y en .general de todas las obras de caballería.
^
La temática de lo» libros de caballería no es tan amplia y tan vasta como
se ha hedió ver; toda su complejidad deriva de la repetición continua.de ciclos
precisos de hechos. Más que un producto desenfrenado de ía fantasía libre es
una obra del todo libresca, una obra en la que más abunda la labor de copia que
la originalidad. Giran en torno a determinadas leyendasi, alrededor dé comeré-toB
héroes medievales, «n la mayor parte de los casos posteriormente idealiza-
(1) Ya Gayangos en una de las iiiotas de su edición del Amadís, hace constar
lá caafeiicia de fundamento lingüístico de esa traducción del vocablo "brun",
que en las lenguas nórdicas significa "de color moreno" (francés "brun", alemán
"brunett", ec.)
(2) Entre ellos, por ejempJo, en el Lisuarte de Grecia, a juzgar por una
referencia del Amadís, eegún 1« cual .peleó aquel c^n el rey Oildadán, señor d«
le ínsula del Infante.
dos, extremadamente difundidas en la Alta Edad Media. Sobre estas primarias
leyendas se irían poco a poco acumulando, por un proceso de reelab'oración, episodios
ya completaimente novelescos y fantásticos, hasta crear un nuevo héroe
en eJ que el repertorio de acciones añadidas ha venido a desfigurar su personalidad
histórica. De la prosificación de estas leyendas fantásticas, aún alteradas,
surgiría la naaración caballeresca.
En un segundo estadio de la evolución de este género, ya en pleno período
de decadencia, no se multiplica ya la acción, sino los héroes y personajes qu«
intervienen en ella, pero siguiendo en todo momento una ley, que nosotros ha-miOis
precisado con la designación de "ley del anacronismo". Personalidades distintas,
en distintas épocas, enlazadas generalmente en una genealogía imaigi-naria
con un determinada parentesco, son el sujeto de la misma aventura en libros
de caballería escritos en distintos momentos.
Todos estos héroes vienen por tanto a realizar acciones que en última instancia
son idénticas o padecidas: círculos determinados de héroes caballerescoa
son los protagonistas del hecho. Y así vemos como en este caso concreto viene
a deshacer un mismo entuerto, en épocas diferentes. Amadas,"^Tristán, Silvella,
Lisuarte... Es este un denominador común que relaciona diferentes obras dentro
de un ciclo, y «olbre el que fundamentamos en nuestra clasificación la inclusión
en el ciólo bretón xiel libro de Amadís, antes aislado, formando grupo aparte
y diferenciado de todos los. otros, desde Gayaiígos h^sta Menéndez Pelayo.
La acción en los tres pasajes apuntados tiene como marco una isla lejana,
en la que habita un pueblo de gigantes, cún costumbres en líneas generales semejantes.
En la primera y segunda parte del Tristán, el tema común es el de
los amores ilícitos, último término de \a, evolución del concepto neoplatónico del
amor. En el primer caso, entre D. Tristán e Isseo Labrunda, prometida del rey
de CorMialles; en el segundo, entre Tristán y Florinea, esposa de Silvela. El núcleo
central de la intriga en los textos señalados es siempre el rescate de tm
caíballero cautivo, la muerte del opresor gigante y la venganza por un hijo de
éste, asentado generalmente en un lejano reino.
Las ediciones que examinamos del Tristán (primera y segunda parte) y del
Amadíg corresponden, respectivamente, a los años 1601, 1534 y 1531. Teniendo
em cuenta el orden de aparición de estas tres obras, los tres momentos de la
evolución de este episodio seguirían este orden: Amadís, 1* parte del Tristán y
2* parte. Puede tener referencia el primer momento a los viajes normandos por
el Atlántico central y meridional, que desde el siglo IX al XIV van, en sTicesi-vas
oleadas, invadiendo las costas de Francia, España, África, Italia, etc. La e»-
pedición de Juan Bethenoourt esitá integrada por marmos normandos. El segundo
pertenece al mismo estadio, y ya el tercero va entroncado con los viajes die
los portuigoieses por las costas occidentales de África. En los tres momentoa
persiste la alusión a las hazañas normandas: los héroes legendarios y novelesooi
son normandos, la acción se desarrolla en su primer momento en las costas de
Bretaña y S. de Inglaten-a, y por último todo el contenido del episodio está ínti-nunmente
relacionado con el ciclo épico bretón, contemporáneo a la expansión
noirmanda.
22fi .
h\. HISTORIA CABALLERESCA DE SILVA
Acalbamois de señalar que los tres textos aducidos se remontan a las inva-aiones
normandas. Al concretar soibre la 2* parte, de Triatán, es preciso apoirar
más esta cronología, localizar más exactamente el episodio reseñado: Es a t ^ as
luces palmaria la alusión concreta a la isla de Fuerteventura. Por otra parte, el.
hidalgo Sllvela bien podría identificarse con don Diego de Silva, ihijo de Juan
de Silva, posteriormente Conde de Portoalegre, y enviado por el Infante don
PemaTido de Portugal a las Canarias en 14€6. Tanto don Diego de Silva como
Silvela nacen en Oporto, y en ambos casos vemos entremezclada en su vida mi-
' litar una aventura amorosa, aunque de índole bien distinta. En la segunda pair-te
del Tristáti, fantaseada hasta su desfiguración, matizándola incluso con ia
inmoralidad del adulterio. Don Diego de Silva se casa con doña María de Ayala,
hija mayor de don Diego de Herrera, a la que tal vez conociera ligeramente en
Lanzarote, y en este caso apenas podemos apuntar otra inmoralidad que la de
rana probable preparación interesada de este matrimonio, antes de conocerse 1O.Í
cónyuges. La partida de Silva para Portugal, corv su esposa doña María de Aya-la
(o Florinea si seguimos la identificación), es colocada por el señor Serra Rá-fols
en su discurso de apertura del curso académico 1941-1942 en la Universidad
de La Laguna, sobre "Los portugueses en Canarias", alrededor del año 1470.
Sobre el matrimonio de Silva y doña María lan^a el autor de la novela atrevidas
calumnias y este desprestigio con que le envuelve ep explicable teniendo
en ouenta que en otros pasajes trata de una forma dura y violenta a todos los
portugueses. La figura del caballero Silva sale no menos malparada en la na--
iración castellana. Se ridiculiza, en efecto, incluso su cautiverio y su liberación,
que precisamente son los episodios que de mayor prestigio le rodearon en la
tradición histórica canaria. Bn efecto, conocemos dos cautividades:, del hidalgo
Diego da Silva: la primera en 1464, al fracasar un asalto de su señor el Infante
don Femando contra Tánger; la segunda, la posiblemente aludida por nucátro
anónimo novéliflta, cuando durante la actuación del portugués en las Islas Cana^
rias, luchando de concierto con Diego de Herreira, cae aquél cautivo del Guanar-teme
de Gáldar, al internarse en Gran Canaria y ver cortada su retirada por loa
naturales. La tradición de los historiadores canarios presenta en esta ocasión
el famoso episodio de la libertad concedida por el Guanarteme a Silva y toda su
gente» admirado de ,1a gallaniía del primero y valor de todo», hecho adornado
con «tros incidentes variables aeg^n las diferentes versiones conservadas. (1)
Esta actitud de animosidad contra los portugueses sirve de fundamento, a
Gayangos pana isospechar qu* este autor o refundidbr fuera d« Andalucía, y más
concretamnente del Condado de Niebla, en alguna de las villas cercanas a la frontera
de Portuiral. Viene a apoyar esta hipótesis •de Gayangos la oposición que
por e! siglo XV existía entre el Condado de Niebla y la corte de Portugal con
nwtlvo de la posesión de las Islaa Oamaria», y que explicaría la animadveradón
del autor hacia dicho reino. Los derechos del Conde de Niebla eran ya muy are-
(1) Viera, Noticias. I, lib. VI, 19; y el arriba mencionado discurso del •señor
Serra y Ráfols.
1/
927
tenores al moinento de l>lantearse esta cuestión. Don Enrique de Guarnan había
adquirido estos derechos sabré Lanzarote y Puerteventura en virtud de una
escritura de venta otorgada por Maciot de Bethencourt. Apresado Maciot por
Fernán Peraza, ya en pl«no período de la conquista e incorparación. del reino
a H Corona de Castilla, logra escaparse por intervenvión de Portugal con su
esposa la princesa Indígena Teguise, refugiándose en dicha nación en los prinrte-ros
instantes. Pasa a Sevilla seiguidamcnte, donde da cuenta ál Conde die Niebla
de los atentados de Fernán Peraza, de<'idiendo el Conde por último que se reincorpore
a su puesto en el gobierno de Lanzarote, después dg intentar la recomt-ciliación
entre ambos capitanes. Atraído más tarde por el Infante don Enrique
de Portugail, el Navegante, vende la isla a este príncipe, que inniadiataniente
equipa y envía varias expediciones, manteniéndola bajo su dominio durante dos.
.años (1448-14S0).
Pero, en realidad, todos estos episodios históricos, si explican la formación
de un ambiente hostil a Portugal en Castilla, precisamente en conexióni con las
cuestiones de Canarias, no pueden considerarse aludidos en esta segunda ¡parte
del Tristán, contrariamente a lo que parece evidente en cuanto a la ¡historia de
Diego de Silva.
LA ISLA DEL GIGANTE
Más problemática es lajocalización de los otros textos por él predominio
del elemento imaginativo sobre el histórico. \IB. única posiWlidad que se jpresem-ta
es la de lanisar conjeturas más o menos acertadas, conjeturas que ni pueden
alcanzar ed carácter de hipótesis, por la indeterminación de la ifantasía dfe lofe
autorea y refundidorefs correspondipntes, y que no ignoramos han de ser admitidas
con reparo.
Resalta en primer lugar la idea común que en cuanto a sai talla se tiene de
los habitantes de la isla dé referencia en las tres fuentes indicadas. Tanto en
el Amadís como en el Tristán, en sus dos partes, se repite continuamente^lo de
las exageradas proporciones de sus moradores, que da origen a que se conozca
dicha isla en la 1* parte del Tristán bajo la denominación de Isla del Cifrante,
probablemente identificable con la isla de Fuerteventura.
Dentro de esta hipótesis, la difusión del concepto hiperbólico sobre la gran
talla de lo« indígenas es paralela a la insistencia con que nuestros historiadores
antiguas tratan este punto en el sentido señalado. Ya la Crónica de Boutier y
• Le Verrier afirma que "los naturales de es^as islas (Lanzarote y Fuerteventura)
«ran liomlbres ibien constituidos, fuertes y valero.sos; los de la parte de Fuerteventura,
desig^nnda con el n'ymbre de Majftrata, se distinguen por su alta eata-tiira".
En el miffno Canarien, en su edición francesa, se expresa el párrafo an^
terior de la siguiente forma: "le país n'est pas trop fort peuplé de gen«; mftia
c«ux qui y sont, de ifrande stature et a peine les peut'on prendre vif s, et sont tíe
telle condition que «á. aucun d'etix est prins des cíhrestiens, et il retoume deuenr
eux, íU le tuent eaiw remede nul" (cap. LXX). El mismo cronista refiere adíe-más
oonw en Puerteventuna murió en una batalla cierto gigante de nueve pies die
328
alto, coT» el consigTiiente dfesconsaielo de Juan de Betihencourt, que tenía dada la
orden para que "le dejasen vivo, si pudiese ser".
Bertihelot señala como opinión jreneral de todop los historiadores canarios
el considerar a los habitantes de Fuexteventura como "gentes de alta estatura".
Abreu Galindo destaca esta gran estatura de los habitantes de Fuer te ventura,
haciendo notar que "hoy en todas las islas no hay hom'bres de mayores estatuí-ras
que los de esta en común". En otro lugar asegura que "en Puertevenitura
estaiba el sepulcro de cierto agigante llamado Mahan, que tenía de largo veintidós
pies". EJI P. Espinosa hace notar que entre los prínapes, descendiente.^ de reyes
ya di; otra isla, de Güímar, "se encontraba uno de catorce pies ¿e ailto". Vte-nios
por tanto, como Boutier y Lt; Verrier, Abreu Galindo, y el mismo Núñez
de la Peña incluso, atribuyen tallas 'giga-ntescas a los habitantes dfel N. E. del
archipiélago canario, es decir de Langarote y Fuerteventura. ~ ,
En general "son jEfentes de alta estatura", dice BergenSn, Viera y Clavijo
repite con la Crónica de la Conquista- de Canarias que "los isleños de Fuerteven-tufa
eiran ihomlires de grande estatura y valor estremado". Torres Campos, finalmente
en siu Discurso ante lá Real Academia de Historia, del 22 de diciembre
de 1901, asegura que los mozos de Fuerteventura, con una estatura media
de 1 m. 84 "son los más altos que conocemos".
Por áltimo, Ihasta los estudios antropológicos y etnográficos vienen a confirmar
» estas conclusiones. Ya desde Buffón se considera a los aborígenes oana-rios
como de alta estatura. Vemeau, el gran renovador de Jos estudios de ls|
antropolofíía canaria durante la Centuria pasada, llega a la conclusión de
que en todas las islas del Archipiélago, irregularmente repartidos, coexisten dos
tipos: uno, de grandes proporciones; y otro, más bien bajo. De ellos se deisiaca
por au difusión y frecuencia el primero. Después de un estudio rigurosaancnte
comparativo, para Vemeau "il resulte de ees chiffr.eg que la populatión de Té-nériffé,
abstraction faite de sexes, présentait une taille moyenme de 1 m. 6*6.
c'estfa-dire, wne taille «upérieure a la mayenne de toujtes Jes popuilations du
glabe". iE!n la Gomera, a causa de •los imestizajee de tipos, la talla es' media. En
Gran Canariapor el contrario, no hay tanta upiforijiidad, el tipo es miuy variado;
al lado de hombres de 1 m. 81 aparecen individuos en los que la talla'no ex-oede
de 1 m. ¿2. En la isla del Hierro los indígenas son de xma, talla intermedia^
resultando del cruzamiento de dos tipos precedentes o de un tercer elemento,'
caractorieado por presentar ésta talla intermedia antes de su llegada a lae Canarias.
En la Palma predomina, el tipo, de talla alta, presentándose en menos abundancia
el tipo de, pequeña talla. Y en las islas de Lanzarote yjPuerteventura eH
tipo característico predominante es el elevado.
Terminando e s t ^ conisideraciones, si tenemos en, cuenta la ascendencia pre^
histórica de elemehrto indígena, emparentado con la raza Cro-Mapion, <|ue entre
otros caracteres presentaba el de la gran' talla, resultará que esta i«la diel.,
Gigra'Kte y en {general la mayor parte de aquellas otras en que haibitan gi^gantes,
según loa libros de caballerías, han de referirse a alguna de la» islas del archi-piéüagro
canario, y «n especial a lafe del grupo septentrional, o a otra ¡ala cual-quier^
del Atlántico, a la que ya en época histórica se hayan desplazado pneiblos
derivados del tipo Cro-Magnón. Este pueblo ialborígen, clasificado dentro de la
raza Cro-Maignon, debería set uno de los tipos más puros de esta, caracterizado
por una imáxima talla, a juzgar por-su aislamiento, fuera del ámbito o espacio
vital de otros pueblos. i
Otra nota común en los textos reseñados del Amadís y Tristán es el carácter
caballeresco de los gig-antes, reflejado en sius costumbres ya tradicionales
soibre desafíos y combates, y que podrían tener alguna relación con ese idealismo
y refinamiento espiritual de los combates indígenas de Canarias, manifiíisto
de una forona vigorosa en aílgunas islas, y quie ha hedho pensar en más die
una ocasión, conforme ha sentado Agustín Millares, en los torneos y justas de
la época feudal. Abreu Galindo en su "Historia de la Conquista de las siete
islas" (pág. 36-37), refiriéndose a los naturales de Langarote y Fuerteventura,
dice que "tenían' muchos desafíos, áfeliéndose al campo a reñir con unos garrotes
de acebuche, de vara y\ media de i^rga, que Uaanaiban "texeres". En los estudios
etnográficos de Bertelot (Est. Can, pág. 96 y sigs.) se analizan estos desafíos,
que concluye debieron ser muy frecuentesi. iBn ambos casos, en los desafíos
IhLstóricos y en los novelescos de los haibitantes de la Isla del Gigante, es
característico la gran espectac.ión de los indígenas, que se sumaban al espectáculo
com gritos y aclamaciones. Es tíe suponer que al novelista habrían de pa-recerlie
estos desafías con "tezeres" y piedras, demasiado salvajes y primitivos,
y de «lio que introduzca en los combates y justas armas y escudos de hierro, caballos
y en general todos los elementos de cualquier torneo medieval europeo,
del todo desconocidos por nuestros gigantes como es de isuponer.
Yi«ra y Clavijo en ^1 Lib. V cap. II cita un dato curioso en este sentido. Al
ir a incorporarse al gobierno de las Islas Canarias, Maiciot de Bethencourt, creyó
que para realzar su dignidad o afirmarse en la profesión militar, era preciso
señalar tal acontecimiento "con una ceremonia que hoy solo produciría el efecto
de ridículo. Determinó, pues, •armarse caballero, esto es, ayunar, coilfesar, co-miulgar,
hacer toda una noche la vigilia de las^armas, sentarse revestido de una
túnica 'blaiica en su meisa sólo, sin hablar, reír, hi aún comer, mientras las damas
y los padrinos comian en otra, recibir la acolada o golpe con la espada,
bendita por un sacerdote, en el cuello, prestar de rodillas delante de un* daina
el juramento de ejecutar l'as acciones q.ue exigían loa estatutos cabaÜerescos,
etcétera, todo conforme al espíritu de aquel siglo, en que ningún hidalgo h^cía
papel adn pasar por esta púiblica instalación". ^ i >
CAÑARÍAS EN LA LITERATURA PENINSULAR
Y por si fuera po«o, hasta en la lltetatura peninsular excepcionalmente se
transparenta esta común idea sobre el tamaño de los canarios, Y digo excepcio-nalmente,
porque ya algxiien ha notado el fenómeno no sólo curioso sino caai
inexplicable de que ofreiciendo los descubrimiento» geográficos de las Indias y
la coloiÚEación de África y Canarias un repertorio amplisirao de fuentes de inst-piradón,
sean al fin y al cabo muy pocas las obr^ clásicas que de una forma
directa o indirecta alinden a estos hedios. Por lo menos su contemporaneidad
debería determinar un ciclo literario peculiar y marcado al atraer la atención
deí ipuefblo español, y en especial la de nhiestrog escritores de los siirlos XV y
280
XVI, Ese ambiente subyugante e impresionador que siempre ¡rodea a lo descó^
nocido, parecería ser un motivo más para determinar una temática knperial concreta,
«obre todo en ©1 campo del teatro y en el de la lírica de aquel tiempo. Tal
vez el concepto que «obre el carácter y finalidad de estos géneros se tenía, muy
distinta desde luego del actual, pueda explicar este- fenómeno.
Las pocas obras de la literatura peninsular que aluden expresamente a Canarias
no dejan de señalar que sus habitantes podrían compararse con los gri-gantes
mitolágicos. Una ligera visión de la literatura española en este aspecto
viene a aportar nuevas pruebas de esta extendida concepción.
La fogosa imaginación de Lope de Vega ve continuamente a los primitivos
aborígenes del archipiélago, a través de su comedia "Los guanches de Tenerife
y Conquista dte' Canaria", como "'bárbaros gigantes" que "derriban un toro asido
por los cuernos" o esigrimen como espadas un fresno o un pino. La exageración
con que Lope presenta a los guanches rebasa los lindes de la Verosimilitud
para caer en aibsurdas fantasías. Manil en la comedia citada (acto 12) hablando
de estos ante el general don Alonso, llega a expresarse en los siguientes tép-minos:
"Hallaréis hombres gigantes '
que se comerán un toro
y se beberán dos mares;
y machacarán de un golpe .
con un cepejón de sauce
diez o doce de vo.sotrois".
Y en otro lugar, Siley añadirá:
"Ved cómo soy, yo soy aquel gigante
que en beberse la mar será bastante".^
Ya en el acto segundo, Palmira advierte al c.-vpitán Trujillo, su amante, que
al,llegar a cierto monte ha de encontrarse con los guanches:
"Todos los iiás importantes
los más valientes y "diestros
de los nobles guanches nuestros
en que hay algunos gigantes.
En el segundo acto de la comedia lopesca "San Diego de Alcalá", un bárbaro
interrumpe la «ctraña danaa de Felisto, Direna, Alira, Clarista, Lisoro y Tla-nildo,
,para increparles de esta forma:
"¿Qué hacéis en baUes ocioflois,
Caballeros de Canarias ,
Desoendientes de gigantes.
Que 'hoy en aquestas montañas
En las ctievas de sus riscos
de siete codos ee hallají?".
281
Mas adelante Lope pone en boca de Fray Juan, al pTeffunitar a Fray Diegro
cómo es poéible la conversión de infieles tan salvajes:
"Diga, Padre, los gigantes
Y ibárbaros de Canarias,
i Cómo llevan que les traten
De que dejen a sus dioses
Y la fe de Cristo ensalcen?".
A riesgo de dejai' incompleta esta reseña de citas, concluyamos ya para sólo
señalar la de un poeta canario del siglo XVI, Antonio de Viana, y que por vivir
toda «u joventud en Sevjlla y publicar en esta ciudad su poema capital, vmer
pece ser irtcluído al llegar a este {funto. La imaginación calenturienta de aquel
estudiante de Medicina en Sevilla, también se representa a "Bencomo, rey die
Taoro, y héroe indígena de su poema, de la siguiente forma:
"De cuerpo era dispuesto y gentilhombre,
robusto, corpulento cual gigante...
De altor de siete codos...". •
INTERPRETACIÓN 1)K I.^A GEOGRAFÍA INSULAR
Dentro del estudio de la geografía y del paisaje a través de los libros de
caballerías, uno de los puntos más sugetivos e interesantes es precisamente este
de la geografía Insular. Se podría fijar un círculo caiballeresco, a base de las citas
geográficas que en dichas obras encontramos, cuyo centro, continental radicaría
en la región de la Bretaña, y cuya periferia abarcaría desde Irlanda, Azores,
Canarias, hasta las islasi del Mar Bgeo, frente a Grecia. Voy aquí a referirme
concretamente a una particular interpretación geográfica de los textos ya
citados.
En la primera parte del Tristán hemos viáto citar una Isla del Gigante, de
la que ya se ha hablado, localizándola en Fuerteventura, y basándonos para eJlo
eji consideraciones de tipo histórico y etno^rráfico, refrendadas por último por
la literatura. 'AteniéndonOiS literalmente «ólo al pasaje viene a confirmarse nuest
r a primera saiposición. Tristón, en el viaje de Irlanda a Cornualles, ha sido sorprendido
por una tormenta que arrastra a su nave~ "viento en popa", hacia el S.,
hasta la Isla del Gigante. Partiendo de que la travesía ha durado quince días en
aquellas condiciones, puede suponerse sin forzar mucho la argumentación, que
se encontrarían a la altura de las Canarias o de otras islas situadas más al S. y
en Jas que habite esite tipo de talla alta. La duración del viaje, con- aquel viento
huracanado, destruye la posibilidad de que pueda referirse a otras islas situadas
más al N., como Azores o Madeira. Y ya casi podemos decidirnos a sentar que
alude concretamente a una de las islas Canarias —probablemente Fuerteventu-
¡ra—, cuyo conociminto en Europa al iniciarse la Edad Moderna esté bastante
difundido. Corrobora ftsta tesis «1 que ya en la segunda parte del Tristán, redactada
'Sobre la primera y repitiendo conforme ya indicamos gran número de pasajes,
esta denoíninación aparezea 'sustituida por la de Fuerteventura.
asá' >
La .primera isla que Amadis encuentra en su aventixra atlántica, hemos notado
que era la d«l Infante, que aqui identificamos con la isla septeiiítrional más
importante del archipiélago, la de Lanzarote. Oreo haber visto citado con aquel
nomibire a esta isla en algún documenta histórico. Esta denominación puede referirse,
bien a los derechos del Infante de la Cerda al reino de Canarias, bien
a Jos del infante don Enrique de Portugal.
Una bula de Clemente VI, expedida el 16 de noviembre de 1344 había conferido
la investidura del reino de las islas' Cañaríais al infante don Luis de la
Cerda, Conde de Clermont, que aunque ^preparó una expedición hacia,su» dominios
nunca llegó a realizarse por causas desconocidas. Es probable que al esgrimir
estos derechos, discutidos por Alfonso Xí de Castilla y Alfonso IV de Portugal,
los hereaeros del Infante para dar relieve a los miamos, llegaran a denominar
est¿ reino con el nombre de Islas del Infante.
Mas visos de verosimilitud podríamos encobrar en la segunda posible referencia
al Infante de Portugal; Portugal, que había visto pronto limitada por
paatilla su obra de reconquista, bu:scó entonces su expansión por el Atlántico,
iintes que este reino, de una forma orgánica, refrendada oficialmente por el poder
real, en una época muy anterior.a los primeros viajes y idescuibrimientos /de
otras potencias atlánticas. A fines del siglo XIII tenía ya creada la flota real
y a principios del XIV unn' expedición portuguesa, llegaba ya a Canarias.-La^
pretensiones del Infant? don Enrique a estas islas di-sputadas por Castilla, trascienden
del ámbito peninsular al ser llevadas para su resolución al Sumo Pontífice;
al mismo tiempo gestiona diplomáticamente del rey de Castilla la cesión
de Lanzarote y Gomera, mientras atrae a Maciot de Bethencourt y logra la venta
de .sus derechos a las islas de Lanzarote, Puerteventura y Hierro. Estos tres
datos son ya más que suficientes para .suponer que alguna dé estas islns, itain,
ambicioBadas ,por el Infante don Enrique habían de conocerse con el, mombi'i'' de
Isla del Infante.
Por otra parte, en el Amadis se habla del dominio .real de un cierto ser(,r,
que en aquel momento.-''mantenía en la isla fln gobernador baeitante relacionado
con la isla vecina de Fuerteventura, y que bien t)odría ser ajquel "nobre caba-
Ueiro Antam Goncalvez, oqual em seu nome —del Infante de Portugal— foe tomar
a forse dicta ilha, onde esteve per alguus tempos, animando os seus moradores
a servicO e oíbediencya de seu ,,senhor, con tanta benignidade e dogura que
em muy breve tempo foe conhecida sua vertude", del cap. LEV2 (d6) de la
"Obronina do descóbrimiento e conquista de Guiñé, escrita por mandato dé El
Rey Dom Alfonso V", por Gomes Eannes D'Azurara*".
Pasa sejfuidamente Amadis a lía isla de la .Toi-re Bermeja o Puerteventura,
mu ypróxima según el texto a la anterior y a la que llega" después áe «na travesía
algo exagerada de treinta y tres horas, pero verosímil de reinar un viento
flojo, no muy extraño en estas-latitudes tropicales en las que son frecuentes
momentos de calma chicha. Como característica destacada cita e^ autor, el exia-t
i r mQ muy-lejos de la costa un castillo construido con piedras de un 'acentúa-.
do matiz rojizo, y que nos recuerd'a ed castillo de Rubicón de LMnaarote, en el
que el aparejo de loséillares tiene un color semejante. Ya'Viera y CSavijo, a lo
largo del libro IV de sus; "Noticiasi «obre la historia general de Islk lalteB Gama-
rías", da noticia de ía construcción de algunos castillos en la isla de Fuerteven-tiira
por Betliencourt y sus lugartenientes. En el cap. IV señíila como los hombres
del aventurero normando "se aplicaron a construir un fuerte sobre d declive
de cierta montaña, distante una legua del mar, que intitularon Rico-Roque".
No muy lejos construyó Gadifer de la Salle el castillo designado con el nombre
de Val-Tarajal. Restoá de éstas primitivas fortificaciones «e conisevan aún a lo
largo, de su costa en una mayor profusión y abundancia que en las resitantes islas,
dada su antigua hegemonía con la villa de Betancuria, cajpital primitiva del
archipiélago.
La última isla a la que arriba es la de la Doncella, que identificada con •
Gran CJanaria presenta una costa septentrional aligo elevada, formando en al-
' gunos lugares acantilados casi verticales o declives muy pronunciados de «jcas
eruptivas que han ido a apagar su sed a! mar. En el «istema orográfieo de la
isla aiparecan sus mayores alturas en esta zona montañosa y laberíntica que forma
las estribaciones del riíaciio central y N. W. El viaje «e realiza esta vez en
cinco días, nada inverosímil en determinadas condiciones atmosféricas qvie reinan
en esitas latitudes, y que dete^rminan vientos d^ una, velocidad inferior a la
normal. Cita además el autor, que ascendiendo desde la costa, llega Amadí» a
Ü9a ermita excavada en una cueva y en la que se dá culto a unía virgen jovteai.
, Esta novedad insólita corresponde también, con algunas variantes con ciertas
ermitaa del interior de Gran Canaria, cuya fábrica puede remontar al siglo XIV,
y concretamente a la más septentrional y elevada en Artenajra. Una comparación
mes minuciosa y detenida de la narración de la ermita e incluso áe la'imagen
que aparece citada en el Amadís ion la ermita señalada sería siempre curiosa
e interesante, siendo objeto de un nuevo trabajo que nos proponemos de-saaroUar.
Ermitas oris.tianas, de este tipo, excavadas en la roca de un monte, apenas
se conservan en los centros eremíticos de Eg:ipto, Italia, Irlanda... Sobre esta
enmita de Canarias, conocida con el nombre de la "Virgen de la Cuevita", apenas
existe un estudio serio que determáne y precise la época de su construcción.
'• Se supone desde luego que debió ser construida por algunos franciscanos d<e|^n-dientes
del convento de Guía o Gáldar. Rematando repechos ásperos y promm-ciadoi
», en medio de un m^r de peñas adust^is y solitarias de un marcado tinte
amarlllo-irojiíso se levanta el paño de roca en el que ha sido excavada la ermita.
No pasa esta de una oscura sala, *n cuyo fondo se levanta el retablo de piedra,
/Tanto el caraipanario como el confesionario aparecen construidos ew esta can^
tería rojiza', de efectismo impresionante sobre este horieoníe de fuego y san^e
de las puestais de sol./La Virgen morena, de formas toscas, construida no en
metal aino en piedra, sostiene entre sus brazos una rústica imagen de niño, que
bien podría pasar ñor «1 leño disforme del Amadís.
I ' ' •
' Las Palma® de Gran Canaria, julio de 1942.