1 . . . , . • • , . . . -. . ...
Apuii,t?s para la fiistori^ del pi»fspado 4? Tenerife
Aceptando am.aí>l« indicación del doctor Pei-aía
4€ Ayaia, ccmplacldois danenvos a conocer en lací páginas
de £iu Hsvlsta los tjato'Jos inéditofi que esixxn-tánsa
y afectuosamente tuvo a bien donao-nos, mesas
. antes át- su Óbito, el iiugtris cronijsta y «ran patriota
lagunero don José RtKiriisruez Moaré, y cccnclnzainoa
en el presencie númei*» con e! manuscrito gue tiene
por titulo "Ap^untes para la :hlstoria del Obispado de
Tenerife", obra cuya publicación anunciara el mismo
autor en 19Q0, al escriUr su "Ouia histórica de La
Lacuna".
AUiMiue el venerable saoerdobe no llegó a tesmi-nar
tan interes-a^te mono^Afia, los capítulos QUe de
«illa po£«esnos son ditrnos de conooeKSe y rapreseo.
tan, »in duda, una vailiofia apertaclóa para la Kisto»
lia ecksidstlca del Aicbiplélaco, puea el Obispado
tinerfefio es ya una instituDión .histórica,' no sólo
por ser más que centenaria, sino también ptor las
variadas y complejas causas que prepararon y OTO^
V : .. . . dujeron su creación, asi ccsno por las vicisitudes de
su existencia.—T. T. de N.
CAPITULO PRIMERO
'Aihora cien años creyóse por muchos que el establecimiento de la
XUt>ce*i6 de Tenerife sólo obedeció al capricho de un valido prepotente
en el ánimo del rey Femando VII •de Es.paña, que quiso a lo Sixto V (1)
condecorar con una silla episcopal al pueblo donde nació y a la iglesia
parroquial en que había sido bautizado. Pero si en lo del valimien,to hu-
(1) Sabido e« que el Papa Sixto V. uno de los p<Mitlf ice* mía sabios que han
ccuipado la Silla de San Pedro, fué natural de una, pequeña abdea de la marca de
Aticnna, Uamada Las Oorutae, cerca ós! castillo de Monlalto, y queriendo {>erpew
tiuur £u memoria fundó en S^aa Orutas una hermosa ciudad «on la denominación
de Montalto, nombre qiie él hal>ia tomado ecmo t^aridenal, y a Ija que liiso Aita-t>
lftpado. ^ _ ^
22
}io mucho de verdad, como diremos a su tiempo, en lo de haiber sido un
capricho genial de un favorito sólo hay de cierto la obstinación de algunos
ilusos, que aun perduran, como se jpuede Oibsei"var en uno que otro
recalcitrante, de esipíritu terco, que todavía siente el resquemor de la
división del Obisipado, único que rigió en este archipiélago, por vanidad
de una ridicula hegemonía, puesto que las bajezas del ruin lucro que en
un tiempo fueron poderoso factor en la contradicción que se hizo al es-t.
iblecimiento de este Obispado, ya no tienen razón de ser, por dicha y
pai;a decoro del Estado eclesiástico, suprimidas .para la Iglesia y para
líi nación las rentas de diezmos y primicias que hasta mediados del siglo
anterior existieron en España.
iNada, ipues, más errado, que esta ilusoria opinión, porque entre las
legítimas aspiraciones de la isla de Tenerife siempre figuró como la
primera, desde los tiempos de su conquista, la creación en ella de ur
centro eclesiástico que correspondiera a la importancia de la isla principal
del Archipiélago, por su extensión, población y riqueza, a fin de
evitar al núcleo naás poblado de la región las molestias consiguientes
do atravesar el mar para acudir a la Curia diocesana en los distintos
Híiuntos que se le ofrecían, centro eclesiástico que a la vez pudiera dete-jier
en la isla siquiera una pequeña parte de las cuantiosas rentas con
que ella contribuía a la masa decimal, y que año tras año se precipitaiman
y consumían en la vecina isla de Gran Oajiaria (2), porque sabido
eti que de estas rentas, descontadas las tercias reales y el producto de la
casa mayor diezmera (o contribuyente) de cada localidad, que por donación
de la Santa Sede también tomaba la 'Corona, el resto se repartía
en una tercera parte para la mesa episcopal, otra para la capitular, y la
última distribuíase entre la fábrica—catedral, beneficiados, párrocos y
jas fábricas de sus respectivas iglesias,
(Cierto es que de las rentas de las mitras los señores Obispos sólo
podían tomar para sí, por la ley de la Iglesia (3) lo que les fuera necesario
para el docoro de su dignidad y el sustento de su familia episco-j)
al. teniendo que distrihuir el resto entre los pobres de la Diócesis y sus
ia;l£sias necesitadas; pero no lo es menos que en muchos obispados de
E?paña, la abundancia de estas rentas de las mitras dejaban un margen
baldío de aplicación urgente, del que más de una vez con beneplácito
de la Santa Sede se aprovecharon los Reyes para apuros de gastos del
lEsladí) en guerras y otras necesidades, entre las que hay que contar también
las pensiones a favoritos (4). pero como esto no era siempre, ese
(íi) Véase el estudio dfl quiniquenio de 18O0 a 180S, formado por e\ doctor
únn PrancLscO' Escolar, comisario regio de Estadística d€ Canarias.
'(3) La rigidez de está ley era tanta que su torcida inversión por parte do
Jos eclesiásticos, peDébates, amén de la restitución, con excomunión mayor.
(4) En 1534 se intentó gravar el Obispado de Canarias con. 1500 ducados a
feívor del cardenal Qranvela, ministro de Carlos V, pero aunque por el momento
no tuvo €Íecto por haberse opuesto el Palpa y el CoLegio de Cardínfiles a qaie so
gravara con tanta pensión un Obispado de tan corto tiempo, consta que ya en 22
28 1
mfir.gen de rentas sobrantes permitió a muchos Prelados pasar a la Historia
oon la aureola de príncipes espléndidos y generosos, ya como ibene-í-
iotores do la instrucción ipública, o de la humanidad desvalida y doliente,
o como protectores de las artes, fundando y dotando gimnasios del sa-
'l»er, casas de (beneficencia, o levantando y decorando templos en los
•que todas las artes tomaban parte a porfía con un perfeccionamiento
exquisito (5).
lEl Obispado de .Canaria (6), que en la época en que se llamó de
de abii' de ISSe había Su Sanüdad conveniido en concederla, por ¡a .ast^ancia. del
Etaperador en Roina, cuando fué a coronarse. (El Empei-adox Carlos V ,y' £U Corte.
Kcielin c'e !a Academia de la Historia, año 1904).
1(5) El Hospital dp San Martin en Las Palmas, el templo de^ Teror, pli del
Colegio de Jesuítas de Las Palmas, e\ gran puente sotore el Quiniguada y la Basí-iiicn
Oatedra.1 de Santa Ana, otoras son debida? a la Píipkndides! de 'los señores
Obispos y rentas decimales..
(O) Así fué su segunda denominaclén. Véaiise ia fundaición de la Capellanía
rte la eiimita dis San. Mi^guel, en La Laguna, y las íiimas t:© mucihos Prelados, Incluso
la del propio ilustrisimo señor Verdugo.
•24
Ilubicóíi fué .verdaderaimente una Diócesis de los tiempoB apostólicos
por la fatiga del trabajo y lo exiguo de la sustancia, con la conquista de
todas las islas del Archipiélago, su colonización y cultivo, pronto llegó
a íier un Obispado de rentas suficientes y poco después a tenerlas sobrantes,
alcanzando en fines del siglo XVIH y comienzos del XliX a la
suma de 375.000 pesetas un año por otru (7), cantidad más que suficiente
para la congrua de un, Prelado, y que hizo decir a iD'Almans,
almirátote de la Escuadra francesa que visitó por entonces núes-iPfiS'islas,
ique haJbía visto en Canarias un Capitán general que ga-jiaba
al año 22500 pesetas, y un Obispo que tenía 375*000 de dotación,
a^loiíiue conte9ta;ba el VI ¡marqués de Villanueva del Prado (8) que lo
•que no vio el almirante D'Almans fué que al rendir su mando los capitanes
generales—por lo regular de un quinquenio—^llevaban de econo-imíasde
sus rentas y gajes de sus distintos cargos más,de 375.000 pesetas
de capital, y los Obispos, como que no eran propietarios, sino administradores
de las rentas de la mitra, apenas si llevaban las 22.500 para
Iríisladarse a la nueva Diócesis.
iLa imiportancia de la isla de Tenerife dentro del Archipiélago, y
esta sangría suelta que su riqueza pública sufría con el destino final de
las rentas eclesiásticas, hizo germinar en la mente de sus hombres pensadores
el proj'-ecto de ponerle un vendaje o compresa, y desde Alonso
Fernández de Lugo, conquistador de la isla de Tenerife, en el siglo XV,
hasta don Fernando de la Guerra y del Hoyo, marqués de San Andrés,
en el X|VIII, y don Alonso de Nava Grimón y Benítez de Lugo, marqués
de Villanueva del Prado, y don Juan Tabares de Roo, en el XIX, vino
evolucionando la idea bajo las formas de una concatedralidad, primero,
un Obispado auxiliar, después, y por último, un Obispado independiente,
pp&yecto que al ifin hizo cristalizar la influencia del hombre providencial,
pero no satisfaciendo a su capricho, sino haciendo que rebosara
el vaso de la justicia en que Tenerife había ido depositando sus notorios
derechos, año tras año, siglo tras siglo.
Lo antiguo y prolongado de la pretensión y lo porfiado y tenaz de
ila resistencia recrudecieron la luclha, dando margen a prolouigarla por
más de dos lustros, aun después de establecida la nueva Diócesis, combates
en los que la variedad de los incidentes recorren un pentagrama
on la escala de la vida de esta institución, desde los albores y alegrías
del nacimiento hasta el dolor de verla aniquilar con ,el extertor de la
jigonía,hasta el punto deque sólo le restaba de existencia el tenue soplo
que precede a la muerte, y del que la resurgió a la vida la mano pro-
1(7) Auriicfue en los primeros años .del slglfl último, las rentas episcopales de
Canarias llegaron a 375.000 píselas, y aún .a más, después de dividido el Obiapado
ei término medio fué «de 300.000 hasta ¡a supresión de la contribucián ded 'dieimo.
1(8) Véase el Volumipn manuiscrilo que se halla en la BiWloteea provincial
<?.&! Instituto de La Laguna, referente ai estaWecimlento de la Universidad, erec
cif^n áe la Catedral y Obispado de Tenerife, y creación de una Sala de Juistícia
en €J^a isla, y tiene la signatura r83-.l. 8.'
m
A'ldente de Dios, rogado sin duda por su Santísima Madre, bajo cuyo
patrocinio esta Diócesis hace su camino.
,De los hechos .que determinaron la existencia de la Diócesis de Tenerife
y su primera centuria de vida, la historia aún no se 'ha ocupado
de un modo formal y en orden cronológico, y como el tiemipo con su
constante desgaste todo lo varia y confunde, hora es ya de llenar esta
laguna de la historia regional de nuestro areihipiélago y de la eolesiás-ücu
de la católica España, que tan brillantes páginas contiene. iPero pa-i'tt
su mayor inteligencia, .preciso será el instruir al lector en algunos
antecedentes de la vida íntima de esta apartada porción de España, pa-ti'ia
minúscula de los que nos illamanios canario*, que explicarán .muchos
de los hechos de esta historia que a primera vista no se les des-
'.•uhre |la razón de por .qué existieron.
Si con el mapa en la mano estudiamos el orden con que las Cana-i'ias
fueron dominadas ,en el siglo XV, no dejará de llamarnos la atención
el ique en la primera etapa de su conquista, realizada por Juan de
Belhencourt y sus sucesores, del extremo oriente del anohipiélago. don-di-
dominaron las islas de Lanzarote y Fuerteventura, pasaran al ooci-liente
ipara adueñarse de las del Hierro y la Gomera, dejando en el centro
las de Canaria y Tenerife, y al extremo la de La Palma, faltando
con ello al viejo canon de la guerra de invasión, de no dejar « la» es-
I)aldas en el avance posiciones enemigas. Pero este aparente olvido de
ios conquistadores normandos fácilmente se desvanece, desde él momento
en que se repara en que siendo islas separadas y careciendo sus
uborígenes de medios para transportarse de unas a otras, ni había continuidad
de territorio ni temor alguno de que el ejército invasop fuera
«lacado por la espalda, ni menos se le pudiera cortar la retirada. Así,
r>ues, la causa del fenómeno sólo obedeció a lo exiguo de las luerzas
dt' los conquistadores y a la despoblación en que se hallaban las islas
que dominaron, debida a los continuos asaltos que para hacer esclavos
a sus naturales habían sufrido de portugueses, vizcaínos, catalanes y
andaluces desde mediados del siglo XIV.
En una pala-tira, Juan de Bethencourt, primer rey feudatario de Canarias,
y sus compañeros de aventura (9) adelantaron en la conquista
lodo lo que sus fuerzas les permitieron y la resistencia del país no les
impidió.
Con la muerte en 1422 de Bethencourt en Normandía, terminóse la primera
época de la conquista de Canarias, siendo necesario que la gran
U'ina Isabel la Católica revertiera a la Corona de Castilla el derecho
•¡>obre las islas de iGran Gan(iria, La.Palma y Tenerife, aun no dominadas
(10), para que por cuenta (leí erario nacional comenzara la segunda
(t» José Wangüemert y Poggio, "Influencia del Evangelio en la conquista de
Cíin«rias", páginas 812 y 93.
(10) Escritura «toreada en Sevilla, a Ifi 4e octuibre de 1477, »nte el «certba-r.
o Bartolomé Sánctuez de Ponras, por la que a la casa de Berrera «e I« 4e¡ial>A «1
26
éjjoca con la conquista de la Gran Canaria en 1478 por el general Juan
Rejón, la que se terminó en 1484 bajo el mando de Pedro de Vera, operación
militar que volviendo sobre lo andado restableció el orden en el
avance de oriente a occidente, con que se habían iniciado los descubrimientos
y la dominación, orden que nuevamente se alteró en la tercera
y líltlma etapa, porque Alonso Fernández de Lugo, que ,1a llevó a término,
redujo primero la isla de La Palma y luego la de Tenerife, por
otra ley de la guerra ,no menos importante y atendible, cual es la de
comenzar ,por lo mas fácil y hacedero para luego de entrenados acometer
lo mus difícil y escabroso.
En resumen, la conquista de Canarias empezó por la isla de Lanza-rote,
la más oriental de todo el archipiélago y la primera que de él se
encuentra al navegar en el océano, de Europa hacia el occidente sobre
la costa africana, y ser su resistencia proporcionada a las fuerzas que
traía Juan de Bethencourt; siguió a ésta la de Fuerteventura, porque
era la más inmediata a la de Lanzarote y por tener sobre ella igual pro-j)
Oi'ción; y conociendo en la exploración que hizo en las de Canaria, La
Palma y Tenerife que sus fuerzas eran débiles para acometerlas, aipo-
•Icróse de las del Hierro y la Gomera, que por lo pequeñas y no muy
pobladas, estaban dentro del alcance de sus facultades.
iConstituye la segunda época la sola conquista de la isla de Gran
Canaria por cuenta de la Corona, en la que se invirtieron cinco años,
nilás por las disenciones surgidas entre los conquistadores que por las
propias dificultades de la empresa, apareciendo la tercera y última
época en 1493, en ,que Alonso Fernández de Lugo comenzó la conq,uista
de ia isla de San Miguel de La Palma, hasta 1496 en que finalizaba la
:W- Tenerife; y si bien el erario del Estado no costeó con su caudal la
conquista de estas dos últimas islas, s^ reducción se hizo por cuenta de
la -Corona de Castilla, en virtud de capitulaciones establecidas entre la
misma Corona y el Conquistador, q'ue se obligaba a soportar los gas-ios
de la emipresa de .presentarlas rendidas y dominadas ante las igradas
del trono de sus Soberanos.
(Continuará)
.«pñorlo •áe las cxiatro klas co^nquislaiías y i<z !« .datoan cinco cuentos de ma,navew
lü." en metálico, .pero proJiitoléndoles que ae titulasen. Rsy«s tíe Canarias. (Wan».
«üemert y Poggio, obra citada, página 157).