^ ^ ©MO OMCÍM© ©^^^^^
RAMAS D£ ARQUEOLOGÍA
Nuestras ailipas iiineitatias
II Y ULTIMO (1)
lENDO como era entonces y es ahora, este Archipiélago un
aislado y apartado rincón del suelo hispano, conservaban
nuestros antepasados en el conjunto de su vida habitual costumbrista
y de traje, más acentuada, si cabe, cierta sencillez,
caracterizada por cierta regularidad que, en la época a que nos referimos,
informaban la sociedad española, girando todo alrededor de la veneración
a la Iglesia, al Rey y a los padres. Todo esto, claro está, reducían,
como dice un historiador, la iniciativa individual y hasta marcaban de
antemano, la conducta a seguir por medio de normas tan inflexibles como
invariables.
Por no ser objeto especial de este artículo, no nos referimos a lá modestia
de la vida general española, puesta aquí entre nosotros todavía
más de relieve, en la sencillez del mobiliario casero, reducido en las casas
principales a unos cuantos cuadros religiosos y de familia, cuando más,
cornucopias, altarcitos, arcones, escritorios, alguno que otro bargueño,
unos cuantos candiles o velones de bronce para alumbrarse, con la sala
de recibir, presidida por el "estrado", compuesto de un canapé, sillones,
sillas de pata de águila, etc., además de los consabidos cuadros, cornucopias
y escritorios o bargueños. Eso tratándose de las familias de más alto
copete, que en las más modestas—no hay para qué decirlo—su mobiliario
era pobre y escaso.
(1)
tomo.
Véase el número 9 de esta Revista, páginas de la 26 a la 29 de este
NUESTRAS AHTIGÜAS IHDUMENTABIAS 117
A este propósito los señores Barker-Webb y Berthelot consignan
en su "Histoire naturelle des lies Ganaries", de la que traducimos lo siguiente:
"Así las clases medias presentan siempre en sus individualidad
des tipos característicos; ellas han conservado los antiguos usos y un poco
de esas costumbres primitivas que uno desea tanto volver a encontrar;
los vestidos, las habiaciones, los muebles han permanecido iguales y el
120 REVISTA DE HISTORIA
tar en la Corte la Exposición permanente del "Traje regional", y se haya
ñjado en los del hombre asturiano, con su montera, en el de la mujer de
la misma región y de Corana con su mantilla o beca; el del navarro con
su montera idéntica al del antiguo herreño; la de la mujer oséense con
su mantilla blanca y el del soriano con su traje y capa de cordoncillo igual
al del Hierro, y la mantilla de la aldeana jaenesa, creerá ver en ella la
clásica heoa canaria.
Como traje propio antiguo de nuestras aldeanas, copiamos aquí lo
que Madoz consigna en su Diccionario: "Llevan generalmente un guar-dapiés
que llaman enaguas de cordón, hechas de lana de listas de variados
colores, un justillo al cuerpo sobrepuesto de un pañuelo corto al
cuello, y en la cabeza, una mantilla de bayeta amarilla, con sombrero
de hombre encima, bajo de copa: los labradores y sirvientes, visten en
invierno una manta de cama doblada, con jareta al cuello, que flguT-a
capa corta". Esto era lo general: pero de una comarca a otra se ofrecía a
veees cierto tipo indumentario, algunos de los cuales intentamos ahora
dar a conocer brevemente, desde luego.
Los mesas de Tacoronte, o sean líis muchachas casamenteras, perte-neoienteí)
a familias de labradores o hacendados acomodados, según
Pereyra de Pacheco, portaban una basquina o enaguas de tafetán amarillo,
jubón de tisú verde con dibujos encarnados y manga corta hasta,
el codo, collares de perlas a la garganta, pulseras de oro y otras joyas,
zapato bajo con hebilla y el pelo recogido en moño con lazos de terciopelo.
Las de Tegveste llevaban también jubón, pero de mangas largas y
faldellines, enaguas, todo de seda, y adornadas con muchas joyas, pelo
recogido con moño alto y grandes hebillas de plata en los zapatos.
Las campesinas de Geneto, que venían a hacer sus ventas en esta
Ciudad, no usaban los lujosos trajes festivos, desde luego, de las anteriores.
Se distinguían por su basquina de lana a listas verticales, azul,
verde y encarnado, mantilla de bayeta encarnada, corpino de mangas
recogidas hasta los codos, cesta a la cabeza y burdos zapatos. La tela de
sus enaguas era tejida por ellas mismas en sus telares caseros.
Las rerendedoras del puerto de Santa Cruz llevaban traje de mangas
•ortas, sombrero redondo de esterilla de palma, zapatos pequeños y más
4 menudo pantuflas, piernas desnudas, aire descarado, miradas lascivas
y donaire franco, según Mrs. Barker-Wabb y Berthelot.
En cuanto a los hombres, distinguíase el campesino de Tegtieste por
BU ropa de color azul, consistente en una chaqueta con vivos encarnados,
que llevaba comunmente colgada al hombro izquierdo, chaleco a listas
encarnadas y amarillas con vivos iguales a los de la chaqueta, calzona
corta abierta lateralmente para dejar ver el blanco calzoncillo, polaina
de cuero o de lana, atada con cinta encarnada por debajo de la rodilla,
NVBSTBÁS ANTIGUAS IHDUHBBTARÍAS 119
toda vez que el elemento masculino canario de posición mediana y acomodada,
vestía redingot o casaca de largos faldones, con solapa y vuelillos,
corbata blanca de musolina o encaje, chupa con bolsillos de cartera,
calzón corto, media y zapato de corte bajo con hebilla de plata, peluca
o peluquín de coleta tocada con sombrei-o de tres picos y escarapela encarnada.
Todas esas prendas de color negro.
El labrador más o menos acomodado, se distinguía por su calzón
corto ceñido, chaquetilla corta con faldetas, chaleco con solapilla y faldriqueras
de cartera, medias de lana, zapato con hebilla, larga capa de
cordoncillo, pelo largo de coleta, recogido con cinta hacia atrás y sobre
su cabeza, gran sombrero redondo de anchas alas vueltas hacia arriba. Este
sencillo indumento también era negro, excepto la capa. (1)
No dejaban de ser originales como distintivos característicos de su
profesión los que adoptaron los médicos escasísimos en la provincia por
entonces, pues además de las prendas de vestir ya descritas, llevaban capa
colorada, indispensable sobre todo por las tardes, y un bastón con
borlas. ' W
4.—OTROS TRAJES POPULARES EN LAS POBLACIONES: Lo eran,
por ejemplo, el de las "aguadoras", que llevaban enaguas blancas, jubón o
corpino con pañuelo al cuello de lo mismo, camisa de manga corta, mantilla
amarilla, pies descalzos, no dejando de la mano la indispensable cánula
y el barril a la cabeza.
Las "cocineras", que entonces se tenían por muy limpias, se caracterizaban
por una toca monjil de lana blanca fina, camisón de manga corta
y muy plegada, justillo encarnado sujeto con cordones, delantal blanco,
enaguas de listas encarnadas y azules, listillas blancas, medias y zapatos
negros con hebillas de metal blanco.
5.—^INDUMENTO REGIONAL: Indudablemente es interesante el estudio,
más detallado de lo que exige el corto espacio de esta Revista, del
traje que, con carácter regional, usaron en las islas las gentes pertenecientes
a la clase campesina, cuyos indumentos, tal como realmente fueron,
creemos que se irán perdiendo de día en día, en cuanto al singular carácter
que revistieron, y se diferenciaron, siquiera en el detalle, a veces dentro
de una misma isla.
No nos cabe duda, que nuestros antiguos trajes típicos, trajeron su
origen, más o menos remoto, de las regiones del Norte de la Península y
aún de algunas partes de Andalucía. Quien haya tenido ocasión de visi-
(1) Esta clase fundó en esta ciudad, con el apoyo de la Real Sociedad
Económica, la "Hermandad de Labradores", aprobada por R. G. de 25 de
añero de i778.
120 REVISTA DE HISTORIA
tar en la Corte la Exposición permanente del "Traje regional", y se haya
ñjado en los del hombre asturiano, con su montera, en el de la mujer de
la misma región y de Corana con su mantilla o beca; el del navarro con
su montera idéntica al del antiguo herreño; la de la mujer oséense con
su mantilla blanca y el del soriano con su traje y capa de cordoncillo igual
al del Hierro, y la mantilla de la aldeana jaenesa, creerá ver en ella la
clásica heoa canaria.
Como traje propio antiguo de nuestras aldeanas, copiamos aquí lo
que Madoz consigna en su Diccionario: "Llevan generalmente un guar-dapiés
que llaman enaguas de cordón, hechas de lana de listas de variados
colores, un justillo al cuerpo sobrepuesto de un pañuelo corto al
cuello, y en la cabeza, una mantilla de bayeta amarilla, con sombrero
de hombre encima, bajo de copa: los labradores y sirvientes, visten en
invierno una manta de cama doblada, con jareta al cuello, que flguT-a
capa corta". Esto era lo general: pero de una comarca a otra se ofrecía a
veees cierto tipo indumentario, algunos de los cuales intentamos ahora
dar a conocer brevemente, desde luego.
Los mesas de Tacoronte, o sean líis muchachas casamenteras, perte-neoienteí)
a familias de labradores o hacendados acomodados, según
Pereyra de Pacheco, portaban una basquina o enaguas de tafetán amarillo,
jubón de tisú verde con dibujos encarnados y manga corta hasta,
el codo, collares de perlas a la garganta, pulseras de oro y otras joyas,
zapato bajo con hebilla y el pelo recogido en moño con lazos de terciopelo.
Las de Tegveste llevaban también jubón, pero de mangas largas y
faldellines, enaguas, todo de seda, y adornadas con muchas joyas, pelo
recogido con moño alto y grandes hebillas de plata en los zapatos.
Las campesinas de Geneto, que venían a hacer sus ventas en esta
Ciudad, no usaban los lujosos trajes festivos, desde luego, de las anteriores.
Se distinguían por su basquina de lana a listas verticales, azul,
verde y encarnado, mantilla de bayeta encarnada, corpino de mangas
recogidas hasta los codos, cesta a la cabeza y burdos zapatos. La tela de
sus enaguas era tejida por ellas mismas en sus telares caseros.
Las rerendedoras del puerto de Santa Cruz llevaban traje de mangas
•ortas, sombrero redondo de esterilla de palma, zapatos pequeños y más
4 menudo pantuflas, piernas desnudas, aire descarado, miradas lascivas
y donaire franco, según Mrs. Barker-Wabb y Berthelot.
En cuanto a los hombres, distinguíase el campesino de Tegtieste por
BU ropa de color azul, consistente en una chaqueta con vivos encarnados,
que llevaba comunmente colgada al hombro izquierdo, chaleco a listas
encarnadas y amarillas con vivos iguales a los de la chaqueta, calzona
corta abierta lateralmente para dejar ver el blanco calzoncillo, polaina
de cuero o de lana, atada con cinta encarnada por debajo de la rodilla,
NTJESTBAS ANTIGUAS ÍNDtJMBisTA&íÁs 121
zapato de cordobán con hebilla de metal, pelo corto y sombrero redondo
de fieltro. La camisa la llevaba remangada hasta los codos y un
palo en la maiio. Este indumento se puede decir que era general en todas
las islas. i
Entre otra gente común, era de notar el peón de esta ciudad y sus
contornos, que no disponía de otro vestido, sino de una camisa y calzón
de lienzo blanco sin zapatos; el gañán o pastor de ganado vacuno de la
vega lagunera, entonces propiedad del Municipio que la arrendaba a los
vecinos, iba generalmente jinete a caballo, sin más arreo que una soga
eahada al cuello del bruto, llevando camisa, calzón, polainas de lana,
una manta plegada, como ahora, atada al cuello, su indispensable palo
bajo el bríizo, no usando calzado alguno.
Los hombres en general, aldeanos o campesinos, dicen los citados autores
freuioeses, van cubiertos de la manta, especie de cobertura de lana
que les cubre todo el cuerpo; portando un sombrero de paja o de fieltro,
un chaleco guarnecido de cintas, calzones cortos abiertos desde la corva
hasta medio muslo, con un calzoncillo de lienzo que dejan al descubierto;
medias de lana o polainas de cuero, sandalias o zapatos de grandes hebillas,
hoy de plata, pero antiguamente de oro de Méjico y de peso de 7
a 8 onzas. En el camino, se desembarazan a veces de su chaqueta y de
sus calzones y recogen su ancho calzoncillo hasta lo alto de los muslos
para caminar con más comodidad.
El marino de la matrícula del vecino puerto de Santa Cruz, se particularizaba
por su pantalón azul con faja encarnada, camisa blanca
con rayas amarillas, pañuelo atado al cuello, gorra frigia encarnada y
chinelas negi'as.
El trompetero del Cabildo secular de Tenerife, llevaba larga levita
galoneada, de botones dorados, con sendas faldriqueras y cartera de
galones a los lados, chupa encarnada también exornada de lo mismo,
calzón corto, media blanca, zapatos con hebilla de plata, sombrero de
tres picos galoneado bajo el brazo y su trompeta con un paño o bandera.
Se colocaba entre los maceres del Ayuntamiento, cuando éste salía en
forma de ciudad.
Veamos como los autores de la "Histoire Naturelle" describen el vestido
de iin pastor tinerfeño de las Bandas del Sur: "El traje de estos montañeses
era conforme a su género de vida; llevaban las piernas desnudas y
calzaban una especie de sandalias; sus camisas de anchas mangas, se abotonaban
por la muñeca, dejando el pecho al descubierto; un amplio calzoncillo
de lienzo rodado por encima de la rodilla, estaba sujeto a la cintura
por una faja de lana. Un pequeño sombrero cubría su cabeza, llevando
detrás de las espalda» un saquito que guardaba el "gofio" y cami-.
i%} REVISTA DE HISTORIA
naban provistos de una larga lanza o palo sobre el cual se apoyaban para
franquear las vertientes de la sierra."
6. LA INDUMENTARIA EN LAS DEMÁS ISLAS.—Fuera de la ilustración
que pueda ofrecer a los lectores los adjuntos grabados, poco más
' W - Ü " . .«'.f-L.
podemos añadirles. Sin embargo, procuraremos de paso, añadir a este
ya largo artículo algunas referencias.
La isla de la Gtomera parece que, dada la pobreza que entonces im-
NTTBSXIUS ÍJni»VA» IXDtnOWTABIAB ISi
pt?raba en su ciase rural, no pudo ésta disponer de traje especial
o típico. Veamos lo poco que, acerca de ello, nos dice el doctor Escolar
y Serrano, que es sabido hizo estudios estadísticos en Canarias: "La
enfermedad, sin embargo, que más aflige a la isla, es la miseria extremada
que sufren sus naturales: Muchos se ven reducidos a comer pan
de helécho alguna parte del año: los más cubiertos de andrajos, desafían
a los tiempos; y todos están metidos en chozas desabrigadas y sin comodidad
alguna-" Asombra que, tratándose de una de las islas más ricas,
relativamente considerada a su corta extensión, haya ocurrido lo anterior;
pero no tiene nada de extraño tanto porque allí nunca estuvo muy
dividida la propiedad, como en el Hierro, y por otras razones que omitimos
en obsequio a la brevedad.
En cuanto a la indumentaria herreña, hemos de manifestar que sus
trajes populares poco se diferenciaron de los tinerfeños, con la ventaja
de que la generalidad andaba mejor ataviada que en las demás islas,
aunque ello parezca increíble (i). "En ninguna de las islas, dice un manuscrito
del señor Urtusaústegui, anda más aseado el común del vecin-dario".
En el mismo manuscrito manifiesta que todos los hombres y muchachos,
vestían del cordoncillo fabricado en la tierra, que era de clase
superior el destinado a las capas de edjrigo, y que las mujeres usaban
para sus enaguas, según sus posibles, de géneros de lana, que consistía
en lo que llamaban arrayuelo o listadillo de azul, blanco y otros colores,
anascotlUo o de unas telas, mezcla de lana y seda, "muy decente y hacen
un viso tornasolado", todas ellas tejidas en la isla. Asimismo nos dice
el repetido autor del manuscrito, que aunque las mujeres del común iban
de ordinario descalzas, tenían gran cuidado de cubrirse los brazos y
muchas veces hasta las manos, con manguitos que hacían de cordoncillo
y con guantes de piel de cordero.
Los hombres usaban como calzado una especie de abarcas do suela
de vaca, atadas con correas de lo mismo, que llamaban mazos o majos.
Si algún día nuestras habituales ocupaciones nos lo consintieran,
procuraremos completar este trabajo, con la descripción de la indmnen-taria
típica que se usó en otras islas aquí no mencionadas; pero por
ahora damos cima a esta pequeña monografía, celebrando, empero, que
otros pudieran perfeccionarla, que ello siempre constituirá una verdadera
riqueza para el arte y la estética de Ganarías.
DAcio V. DARÍAS Y PADRÓN.
(1) Esta buena presentación en su traje no la han perdido todavía las
clases campesinas del Hierro. Guando Don Alfonso XIII desembarcó en
aquella Isla el año 1906, le llamó grandemente la atención tal hecho y asi se
lo manifestó extrañado al Alcalde, Sr. Padrón Sánchez, tratándose como se
trataba de una Isla tan pobre.