Notas Bibliográficas
LUIS DIEGO CUSCOY, Solveig, latitud de mi Isla.
La Laj^na de Tenerife, Instituto de Estudios Canarios,
19S3; 21,5 z 15,5; 144 págs.—Precio: 20 pesetas.
En la revista «Poesía Española» de Madrid hay un comentario
de María Rosa Alonso acerca del poema de Luis Dieg-o Cuscoy
Solveig, latitud de mi Isla. María Rosa Alonso ha podido ver el
símbolo que este libro encierra. Símbolo de leyenda mitológica y
realidad isleña, «canción inédita, limpísima y universal».
Diego Cuscoy ha cantado a la isla, con un verso sonoro, limpio,
enamorado de las cumbres y del paisaje. Solveig—imagen nórdica—
va llenando de emoción y vitalidad ese paisaje que palpita bajo sus
plantas; y el poeta pone lumbre de ensueño en medio de su espera
y su adiós a la amada, para hacerlo palabra.
Ibsen y Grieg están presentes, para María Rosa, en este poema
de Diego Cuscoy. Una leyenda nórdica y un símbolo poético
~-Dácil y Castillo— se enlazan íntimamente, para que de su simbiosis
lírica, como una fuente en medio del silencio, surja la roca
•odiada de la isla, corazón desnudo del poeta.
«Toda nuestra sencilla y vistosa flora componen el césped
para los pies de la aparición que la siempreviva presintió y la
terabloroaa margarita "aguardaba y por quien el mar estremeció su
carne» dice María Rosa Alonso, entresacando versos donde aflo-ran
«gastos marinos, eufobias, santasnoches, flores de pascua, ta-baibas...
», venot donde
273
Calla la camomila
al borde de las lavas...
Donde el poeta «rinde su canto a la presencia viva de la amada
» y donde «después de la noche única, hecha no ser, nudo remoto
», resuena la amarga voz de la despedida, que
dejó huellas de luz sobre las sombras.
Una apretada red de metáforas teje este canto-poema del
poeta. Metáforas e imágenes que a veces se hacen difíciles e irresistibles
a la unidad poética de las estrofas. El verso libre, asciende
y baja por las ásperas cumbres basálticas, dejando entrever sus
irregularidades métricas, sobre el panorama de las páginas, como
florón de lavas, empenachado de retamas inquietas.
María Rosa Alonso, considera a Solveig «poema estupendo»,
de alto valor dentro de las letras canarias. Sin embargo, algunos,
más lejos acaso de la realidad que encierra el poema, lo hemos
leído sin poder llegar ai hondo dramatismo que el símbolo representa,
encontrando algún desacierto en la entraña lírica y, acaso
también, en las formas expresivas; pero, probablemente, ha de ser
ella quien tenga razón, y no nosotros.
Violeta Alicia RODRÍGUEZ
LEONCIO ORAMAS Y DÍAZ-LLANOS, Espthología canaria,
en «Montes», Publicación de lot Inj^nierof de
Montes, núm. 54, Madrid, noviembre-diciembre, 1953,
pásrinas 483-484.
£1 señor Oramas y Díaz-Llanos publica una breve nota sobre
cavernas, de las que da algunas noticias. En realidad pocas noticias
pueden facilitarse sobre cuevas no visitadas, pero siempre son interesantes
por lo menos para su localización.
La cueva de Los Cañizos, en el barranco de Badajoz (Guímar),
es conocida de antiguo, aunque está sin explorar. También lo es la
sima próxima a la Casa Forestal del monte de Icod, asimismo inexplorada.
La que cita en el «término de Fasnia», y que según dicen lie;*
KHL, 18
274
hasta el Teide, está dentro de un incontable número de cuevas cuya
terminación es desconocida. Aquí incluye el autor una cueva en
Las Cañadas, cerca de la Boca de Tauce, que también se dirige al
Teide, como otra de La Guancha.
De La Palma da noticia de una cueva existente cerca del lindero
de El Paso con Fuencaliente, inexplorada.
La leyenda de las cuevas que no tienen fín es corriente entre
nuestros campesinos, que no se han atrevido a llegar hasta el fondo.
Por regla general, a los 100, 200 ó 300 metros ya no hay cueva. Lo
que sucede es que hay que llegar a verle el fondo.
Eso pasa con la de la Boca de Tauce, que hemos explorado y
es relativamente corta. Cerca de Los Roques, donde el señor Ora-mas
señala la existencia de un bucio, hay una amplia cueva que suele
servir de refugio a los cazadores ahora, y antes a los cabreros.
Bucios, en Las Cañadas, los hay muy interesantes cerca del Llano
de la Santidad, incluso utilizados como refugio aborigen.
Seria interesante que esta nota del señor Oramas tuviese ampliación
con más detalladas noticias y relación de más cavernas.
L. D. C.
JOSÉ DE VIERA Y CLAVIJO, Historia de Canarias. Noticias
de la Historia General de las Islas Canarias, Edición
definitiva. Publicada, con Introducción, Notai,
índices e Ilustraciones a cargo de una Junta Editora,
bajo la dirección del Dr. Elias Serra Rafols. Santa Cruz
de Tenerife, Goya Ediciones (Santa Cruz de La Palma,
Imprenta Gutenbery), 1950-1952. 3 tomos de CXXII
más 448 págs. y 64 láms.; 824 pkgs. más 70 láms., y 618
págs. más 57 láms. y 7 mapas. 4.° Tela.—1000 pesetas.
La clásica Historia de Canarias de Viera y Clavijo, aunque
envejecida de cerca de dos siglos, no ha dejado de tener un público
constante que la solicita. Aparte la edición príncipe, del siglo XVIII,
en el siglo pasado había sido reimpresa y mejorada por la famosa
Imprenta Isleña, y de ejemplares de esa edición nos hemos servido
todos los «fícionados a la historia canaria. Pero agotada desde largo
tiempo, se había querido satisfacer esa demanda mediante ediciones
275
populares, unas pobres, otras realmente lamentables; aun así, vendidas
copiosamente. Por esto instituciones científicas y hasta corporaciones
públicas habían pensado en una reedición dig-na del
valor perenne de la obra. Pero hacía falta no ya un capital inicial,
sino un espíritu emprendedor, que no surgió hasta ponerse en relación
el profesor de la Universidad Dr. Alejandro Cioránescu con
la empresa editorial Goya; supieron hallar la fórmula de que el
público mismo aportase el capital, y con el concurso inestimable del
decano de la Facultad de Letras don Elias Serra y de algunos otros
profesores y escritores: don Juan Régulo Pérez, don Simón Benitez
Padilla y don Joaquín Blanco Montesdeoca, se formó una Junta
Editora, bajo el patrocinio moral de las más prestigiosas entidades
de nuestro país: la Universidad, la Real Sociedad Económica de
Tenerife, El Museo Canario y el Instituto de Estudios Canarios; y
no sin vencer grandes obstáculos, sólo creíbles cuando se chocó
materialmente con ellos, la obra llegó a buen fin en un término de
tiempo realmente limitado.
La edición de 1858-63 no había sido simple reproducción de
la príncipe, sino que había incorporado a ella, sin norma fíja, algunos
apuntes del mismo autor, conservados en los márgenes de un ejemplar
que le perteneció. Ahora la Junta Editora se propuso restablecer
la pureza del texto dieciochesco, incorporando ios nuevos
elementos en forma claramente distinguible. Además, y como cosa
esencial, añadir una anotación amplia y concisa, también distinguible
de la del propio Viera, en la que constasen todas las alteraciones
que en el saber histórico canario han sobrevenido desde entonces.^
En el aspecto material, se ha querido presentar una obra cuidada,
ya que no lujosa, fácilmente legible y manejable y adornada abundantemente
de bonitas láminas y dibujos. Precede al texto de Viera
' Estai.Dotas van firmadas, las más por el Dr. Serra, pero otras de carácter bi-bliogfTáfico-
lin^ístico o de referencia por loa señores Cior&netcu y Réjfulo; todavía
otras proceden de una colección formada hace muchos años, a intención de una
edición de Viera que no llegó a cuajar, por el inolvidable presbítero, cronista de
La Laguna, Sr. Rodríguez Moure, que las legó a D. Andrés de L.-Cáceres, quien a
su vez las puso a disposición de la presente Junta Editora. De todas formas ya sólo
en parte resultó este material aprovechable. Del conjunto de la anotación diremoi
276
un conjunto de estudios, bien trabajados, de la personalidad del
autor y de su obra. De la biog-rafía se encargó el licenciado don
Joaquín Blanco Montesdeoca, de Las Palmas; el Dr. Cioránescu
estudió la formación intelectual y la ñguia del escritor; como historiador
estudió a Viera el Dr. Elias Serra; don Juan Régulo trató de
la lengua y estilo y don Alejandro Cioránescu y don Juan Rég^ulo
se encaramaron del indispensable capítulo sobre la historia del texto
y normas de su edición. Don Simón Benítez Padilla se había encargado
de un estudio de la fijura científica, verdadera vocación íntima
de Viera y Clavijo; dolorosas circunstancias familiares retrasaron la
entrega de este trabajo, que los editores sólo pudieron incorporar
én apéndice al tomo último; pero con ello consiguieron completar,
de todos modos, el ciclo de estudios que presentasen la ingente
figura del autor de las Noticias.
¿Qué juicio formaremos del éxito alcanzado en esta edición?
Si bien ha sido bien recibida y ha alcanzado merecida difusión, no
ha dejado de ser objeto de críticas concreías. De un lado, algunos
amantes de nuestro pasado hubiesen preferido una obra original,
un nuevo Viera y Clavijo. Las anotaciones a pie de página que les
advierten de nuevos hechos y nuevos estudios no pueden satisfacerles,
ya que lo que desean es una nueva lectura, ampliamente
desarrollada. En último caso hubiesen preferido unos apéndices. El
director de la edición tuvo ocasión de recoger en algún artículo
periodístico esta crítica: decía que las dotes literarias de un Viera
y Clavijo ni se improvisan ni aparecen en cada esquina; que si la
obra, ahora reeditada, ha aguantado los siglos, es más por las dotes
taumatúrgicas de esta pluma que por su verdadero contenido histórico.
Se podrá hacer otra Historia de Canarias, científicamente
superior a este lejano modelo, pero ¿tendrá lectores? Los editores
qa« tien* extensión y distribución acertada, sin tratar de hacer una obr« aparte, y
••I omite todo aquello a que no se refirió el autor; y que no puede extrañar que en
un trabajo disperso de esta naturaleza se haya escapado algiín que otro yerro (II,
253, n. 1; Leonor por Isabel; II, 286, n. 3: 1546 por 1596), unas veces atribuibles a
imprenta y otras no. Juxgantos, en cambio, que la separación de las diversas notas
por una simple rayita no es suficiente, y sólo personas prácticas las distinjjruirán
con seguridad.
se proponían aprovechar precisamente esta virtud atractiva de la
pluma de Viera para mantener y aumentar un público aficionado a
la historia de Canarias, que acudirá luego a la lectura de revistas y
monografías, mientras no exista una obra de bastante extensión y
calidad para llenar sus deseos de lectura instructiva en este campo
tan determinndo. En cuanto a la redacción de unos apéndices,
añadiremos por nuestra cuenta, pues de eilo no hablaba el Dr. Serra,
que sería tanto o más difícil que la preparación de un libro completo
y, por su poco lucimiento, todavía más difícil hallar la posible
víctima-autor.
Otras críticas duras se han dirigido a la ilustración de la obra.
En conjunto es bella, abundante, pero escasamente alusiva a un
texto escrito en una época en la que en realidad no había obras
ilustradas.^ Pero las críticas se referían precisamente a aquella parte
de la ilustración, generalmente la intercalada en el texto, que pretende
comentar ese texto mismo. En especial, a todo lo referente
a las antigüedades arqueológicas canarias: son sobre todo una serie
de dibujos a escalas anárquicamente irregulares, que a menudo
forman una página completa y en los que además se cebaron los
errores que llamamos de imprenta y en los que no es raro que los
impresores no tengan culpa alguna. En la pág. 193 del tomo I
aparece un llamado Vaso de Tenerife, que es característico de Fuer-teventura;
en la 195 un Vaso de Fuerteventura que es de Tenerife,
y otro Vaso de La Palma que no tiene más de vaso que las celebras
ánforas con que las Danaides pretendían sacar agua de uú pozo.
Aunque una desacertada lista de grabados al fin del volumen trate
de salvar estos deslices, el lector de buena fe ha sufrido ya las consecuencias
de ellos. Añádase qne fue criterio de los editores, como
' Comprende buenas folosfrafias de monumentos, dibujos de objetos intercalados
en el texto, pero sobre todo una importante colección de estampas antiguas de
paisajes y tipos canarios, de positivo interés histirico y estético. Además una serie
de mapas dibujados expresamente con agradable sobriedad en su contenido (todos
en el último volumen, por retrasos en su confecciin, probablemente), aparte reproducción
de otros antiguos, como los de Torriani, y de algunos esquemas ilustrativos
de la conquista de las islas mayores, en los que se pone de relieve el aprovechamiento
que los capitanes supieron hacer del frente costero, mal valorado por los creaiftM
e incluso por Viera.
278
hemos dicho, ilustrar ia obra, con preferencia a base de láminas y
grabados antiguos. Si tratándose de paisajes o de grupos costumbristas
ello ofrece un encanto propio, cuando la reproducción
trata de mostrar objetos antiguos por procedimientos hoy totalmente
abandonados el resultado no es nada halagüeño. La justificación
posible es sólo que para acompañar una obra antigua como
la de Viera parecía mucho mejor ilqstrarla con grabados sensiblemente
de su tiempo, algunos anteriores todavía; los demás hasta
de la época romántica, en lugar de fotografías aéreas o ángulos
imprevistos cinematografíeos. Hubiese bastado la adopción de un
criterio fíjo para hacerlo tolerable; la falta de plan ha dado para
la parte referente a la vida aborigen una disparatada mescolanza.
De todos modos, este capítulo de la obra de Viera y Clavijo es
también de los más completamente superados.
En cuanto al texto, inútil decir que se ha conservado escrupulosamente
la repartición en libros y capítulos, y en conjunto, aunque
distribuido ahora en tres tomos, corresponde también a los cuatro
del original, reunidos los II y III en un mismo cuerpo. Es recomendable
que las citas se hagan siempre por libro y capitulo, no por
página, pues utilizando aquel sistema, fácil valiéndose de los registros
que encabezan las páginas, la cita sirve para cualquier edición
(salvo una, que es mejor olvidar).
Una de las faltas mayores que viene ofreciendo toda edición
de Viera y Clavijo es la de copiosos índices alfabéticos, tanto más
necesarios cuanto, habiendo sido escrita la obra por su autor a lo
largo de bastantes años, cada tomo insiste, con nuevas noticias,
sobre asuntos tratados en los anteriores. La Junta Editora prometió
(pagina CXXI del tomo I) un completo índice de personas y lugares,
que habría salvado del todo ese inconveniente. Sabemos que el
Índice fue preparado, trabajo penoso que sólo el que lo ha hecho
puede juzgar; y no obstante este índice no ha sido impreso al final
de la obra. En manera alguna lo sustituyen los índices sistemáticos
de cada tomo, reproducidos de ediciones anteriores, ni los de ilustraciones
que, además, el del tomo III, queda inexplicablemente roto
para las de las páginas 408 a 560. Alguna utilidad, en cambio, ofrece
la «Bibliografía de los autores y obras citados por Viera y Clavijo
» que va en las págs. 582 y siguientes del mismo tomo III. Dada
279
la forma tan incompleta de citar y la gran variedad de lecturas del
autor, no ha debido ser empresa floja identificar esos libros, como
lo prueba que no siempre se consiguió.
La edición se ha presentado en sobria y grata encuademación
en tela, salvo los ejemplares de lujo, en papel estucado y encuader-nación
de pergamino, de menor gusto.
UN MAESTRO EN ARTES
JUAN BOSCM MILLARES, Don Afonso Espinóla Vega.
Su vida y su obra, en <EI Museo Canario», año XII,
n.° 37-40, Laa Palmas, enero-diciembre de 1951.
La interesante figura del insigne médico Dr. Alfonso Espínela,
nacido en Teguise el 22 de diciembre de 1845, que desarrolló en
el Uruguay labor sanitaria y benéfica tan destacada, es estudiada en
este trabajo por otro médico, el Dr. Juan Bosch.
£1 autor no se limita a darnos frías fechas de la vida de su
biografiado, sino que también recoge una serie de anécdotas de su
familia, infancia y actividades en Montevideo, en Las Piedras y en
San José de Mayo, donde terminó sus días, cuando no contaba aún
los 60 años, el 20 de julio de 1905, que permiten conocer la recia
personalidad humana que en el había.
Es lástima que en trabajo tan interesante se hayan escapado al
autor conceptos no muy acertados, como por ejemplo el afirmar
que el edificio situado frente a la iglesia de Guadalupe de Teguise
se llama «La silla» por tener delante un banco de piedra, sin advertir
que por guardarse en él los diezmos de la Iglesia tomó aquel
nombre de la Silla episcopal; que, refiriéndose a la familia del biografiado,
aparte de hacerlo descender —nos figuramos que sólo por
llevar el mismo apellido— de Ambrosio Spínola y de afirmar su
parentesco con cardenales y beatos de este apellido, también dice
que procedía del conde de Béthencourt, título nobiliario que ignoramos
haya existido, ya que Juan de Béthencourt, el conquistador,
poseyó diversos señoríos y la baronía de Saint Martin le GaÜlard,
280
pero no fue conde, ni menos lo fue su deudo y lu^farteniente Maciot
de Béthencourt; el considerar como primer obispo de la isla a don
Alberto de las Casas; etc.
Aparte de estos lapsus, fácilmente salvables*, las noticias sobre
el Dr. Espinóla, repetimos, son muy valiosas: su desinteresada actuación
en el ejercicio de su profesión médica; la fundación del
primer laboratorio antirrábico del Uruguay, en 1899; su labor de
profesorado y su predilección por la astronomía; su afición a la
música y al dibujo y su extraordinario desprendimiento y caridad
van reflejándose a través de las pág^inas del trabajo, que termina
con una amplia reseña de los homenajes que después de su muerte
se han rendido en el Uruguay al ilustre hijo de Teguise. Esta
biografía está avalorada con abundantes ilustraciones, que la completan.
L. R. O.
CARLOS MARTÍNEZ DE CAMPOS Y SERRANO, DUQUE DE
LA TORRE Y CONDE DE LLOVERA, Canarias en la brecha.
Compendio de historia militar, Las Palmas de Gran
Canaria, El Gabinete Literario (Santa Cruz de Tenerife,
Romero), 1953, 410 pinnas, 58 láminas, 8 mapas,
4.°—150 pesetas.
Desde hace unos años se presentan a menudo al lector de historia
obras voluminosas en que se la enfoca desde un punto de vista
militar. Esto parecía cosa anticuada, alejada del concepto moderno
é» la ciencia histórica, preocupada antes de las causas que de los
'Tatoltados aparentes. Pero sin duda ha influido en las apetencias
«re público y autores la circunstancia trágica por la que ha pasado
y *>jrue-pasando el mundo. Preocupaciones, campos de visión que
caos vez parecían más alejados y sustituidos por otros más gratos,
o por lo meaos más civiles, vuelven a absorber nuestra atención, a
formar parte á» nuestro paisaje cotidiano. Una obra típica de este
estado de espíritu» perfectamente aliado a la más exigente técnica
científica, es el libro sobre piraterías, de Antonio Ruméu, vasto
281
acopio de materiales nuevos. Ahora nos llama la atención una obra
más reducida, pero dentro de la misma línea afectiva.
Como un sentido recuerdo para estas Islas, en las que ejerció
brevemente el más alto puesto militar, ha escrito sin duda el general
Martínez de Campos, académico de la Española, la obra que
nos ocupa. Su subtítulo, aunque tan claro y concreto, no debe engañarnos
ni desviarnos del encabezamiento principal: Canarias en
la brecha. La obra contiene sin duda una completa historia militar
del Archipiélago, incluso un cuadro geográfico del mismo; pero
ello es sólo para llegar a la valoración política y militar de las vicisitudes
por que ha pasado, en medio de las encrucijadas de la diplomacia
y de su instrumento la guerra, en el presente siglo, y
desde esta atalaya avizorar el futuro. Precisamente para acentuar la
trágica situación de aventura por que han tenido que pasar las Islas,
en medio de la más completa calma aparente, es por lo que el autor
nos presenta su largo pasado de avanzadilla del Imperio Español
frente a los mares hostiles.
Es el hecho de que este largo pasado no se encuentra bien
compendiado en un manual de historia canaria, o simplemente de
historia militar canaria, ya hecho y acreditado y lo suficientemente
extenso para sus fines, lo que ha obligado al autor a construirlo con
premura por sí mismo, como manifiesta en el prólogo. Ahora bien,
no quiere decir eso que este relato histórico haya sido escrito a
desgana, como una obligación penosa; al contrario, la pluma fácil
del autor se recrea en su visión del pasado y sus comparaciones; sus
actualizaciones están llenas de contenido, henchidas de presente y
de futuro para el lector atento. La primera parte de la obra contiene
los antecedentes de la hispanización del Archipiélago. Luego dedica
siete capítulos a la conquista, en los que se siente tan absorto en
aquella circunstancia histórica, que no duda en emplear el pronombre
nosotros para referirse a los castellanos conquistadores. La
tercera parte hace historia de las piraterías, que no desglosa de los
ataques militares, culminados y terminados con el famoso fracaso
de Nelson ante Santa Cruz. La cuarta parte se ocupa principalmente
de los reflejos canarios de las agitaciones militares de la Península;
y, en fín, en la quinta y última se expone la situación militar y económica
de las Islas durante y entre las dos guerras mundiales y en
282
el momento presente. Ya hemos dicho que este capítulo es el más
personal, originaly nuevo. Pero para el historiador también ofrece
considerable interés el dedicado a los Capitanes Generales de los
siglos XVII y XVIII.
La obra ha sido editada espléndidamente por la entidad
bibliófíla canaria, valiéndose del más acreditado taller gráfico de las
Islas. Es probable que en la intención de los editores, la publicación
de obra tan sugestiva por el tema, redactada por tan suelta y aguda
pluma, haya sido vista como una ocasión preciosa para divulgar y
exaltar los valores isleños de todo orden. Por esto al texto, esmeradamente
impreso, se han añadido lujosos mapas y numerosísimas
láminas, varias de ellas en color, todo ello sujeto a una preocupación
estética y de propaganda de nuestros paisajes que sólo de paso roza
la mera ilustración del libro. Los editores se propusieron y han
conseguido darnos una pieza de bibliófilo para adorno de anaqueles
refinados.
En fin, una sola enmienda, para que el equívoco no se propague:
al pie de la lámina 41 la firma no es la del autor desconocido
de la miniatura del siglo XV, sino simplemente la del grabador que
a fines del siglo pasado la vació pulcramente en el metal.
E. SERRA
ARMANDO YANES CARRILLO, Cosas viejas de la mar,
prólogo de J. Guillen, Santa Cruz de La Palma, Régulo,
1953, 484 pp., 53 láminas, 4.°—125 pesetas.
Libro sentimental, compuesto de muchos materiales; predominan
los recuerdos personales, pero también hay datos de archivo y
bibliográficos. Su originalidad y lo que le da un valor positivo es
constituir una muestra de la tradición marina de la isla de La Palma.
En esta isla se mantuvo más activa que en ninguna otra la navegación
a vela hasta los albores de este siglo y remontando sus mejores
tiempos al siglo XVIII y parte del XIX, esto es, a la edad de
oro de la pequeña empresa marítima, libre al fin del pirata, señor
de los mares «ates, y todavía no aplastada por el monopolio de la
283
gran empresa naviera, que lentamente la va ahosfando y absorvien-do.
La historia vivida, cada día más escasa, no es sustituíble por
medio del documento, menos todavía por los recortes de prensa;
aquí tenemos muestras de ella, aliadas a menudo con el mismo documento,
para reconstruir la vida marinera de los sigilos XVllI y
XIX. En cambio no se busque método alguno, sino la libre fantasía
del autor. Bien ilustrado e impreso.
E. SERRA
SEBASTIÁN PADRÓN AGOSTA, Cien soneios de autores
canarios. Prólogo y notas de —————^— Santa
Cruz de Tenerife, «Biblioteca Canaria», 1950, 132
pkgs., 8.°—10 pesetas.
Nuestro inolvidable Sebastián Padrón realizó una labor de utilidad
permanente con esta obrita, dentro de la vasta y desigual «Bi-bliotCQa
Canaria», que con un eficaz resultado de difusión popular
de los valores culturales isleños ha venido publicando Leoncio Rodríguez.
Cuando comentamos en conjunto esta colección, a la par
que reconocíamos su lograda finalidad, lamentábamos la falta de
puntualidad en citas y datos concretos de que adolecen sus tomitos
en general. No es éste el caso de esta obra de Padrón, soñador
exacto y puntual, que nos da no sólo una interesante antología de
estos poemitas, sino que la acompaña de una completa colección de
escuetas y sustanciosas notas biográficas, caracterizadas precisamente
por la exactitud de la fecha y del dato. Que esto no es parte
secundaria de la obra lo demuestra que si contiene 100 sonetos,
como promete la portada, éstos se reparten en otros tantos poetas,
con lo que se ve que el tema principal son los autores y no las obras,
pues siguiendo cualquier criterio estético seguramente no serían
tantos los llamados. Ha resultado con ello una herramienta de trabajo
indispensable para el intelectual canario y muy útil para cualquier
persona culta; acaso sólo este hombre generoso estaba en
condiciones de darnos así, tan sencillamente, un semejante tesoro.
En efecto, tal vez porque nuestros vates románticos no est«-
284
vieron tan a tenor de las modas de cada momento como los de otros
ambientes más ventilados, raro será el poeta canario que no figure
en ésta antología de sonetos con una pieza del género. Y no se lo
censuraremos. Tenemos por cosa firme que Picro della Vigna tuvo
un acierto inmortal al inventar estos breves poemas de dimensión
y estructura fíja; el esfuerzo de sobriedad y de precisión a que obligan
al poeta ha sido por lo común beneficioso, al forzarlo a mantenerse
entre la difusión del poema ilimitado y la alquitarada
concentración del hai kai japonés. Y si en la mayoría de círculos
literarios el soneto sufrió un riguroso disfavor ante la impetuosidad
romántica (y el fauvismo surrealista), estos prejuicios no afectaron
a los vates isleños. Gracias a ello tenemos aquí un entero muestrario
de la producción de éstos; apenas echamos de menos a Quesada,
acaso la lira más sensible de nuestro parnaso. El valor absoluto de
estas muestras suele estar, cómo no, en proporción a la talla poética
de sus autores. Prescindiendo de los vivientes, es natural que
los trozos más bellos, a veces más ingeniosos —pues es esto lo que
se exigió a veces a los poetas—, correspondan a Poggio y Mon-teverde,
al Marqués de San Andrés, Bento y Travieso, Nicolás
Estevánez, José Tabares, Manuel Verdugo, Tomás Morales, etc.
Claro que de algunos de éstos nos hubiese gustado ver otras piezas
en sustitución de las de otros versifícadores; pero ya no serían los
100 poetas con sus 100 sonetos.
Elias SERRA
MARÍA ROSA ALONSO, El poema de Viana. Estadio
histórico-literario de un poema épico del siglo XVII,
• Madrid, Instituto Miguel de Cervantes del CSIC, Anejos
de «Cuadernos de Literatura>, n.° 9, 1952, 70O pp.
más 8 láms., 4.°—Precio: 100 pesetas.
Este fuerte volumen es edición de la tesis doctoral de la autora,
compañera de nuestra Facultad, en la que se unen, como en
pocos casos, una decidida vocación literaria a dotes de laboriosidad
y exigencias de exactitud típicamente eruditas. Buen reflejo
de esta doble actitud es este trabajo, en que se suma al estudio
285
erudito externo de un poema una detallada apreciación estética.
Todavía hay que añadirle una serie de estudios que realmente pueden
estimarse alóg:enos, aunque indudablemente guardan relación
con el poema estudiado: la biog^rafia del autor, las fuentes históricas
de que se valló y las otras que ilustran los mismos hechos, el rastro
del poema en la posterior literatura loca! y aun nacional, en fin, un
particular estudio de cada uno de los personajes históricos que
aparecen en el poema. Este conjunto, interesante en cada una de
sus partes, ha dado un volumen excesivo al libro y ha contribuido,
sin duda, a limitar su difusión, que creemos ha sido escasa. La autora
ha salido ai paso de ello aprovechando alg-unos de esos materiales
para formar artículos autónomos, publicados en otros lugares:
así, la biografía de Antonio de Viana es conocida de nuestros lectores,
que han podido leerla en los n.°* 95-96, julio-diciembre de
1951, de esta revista; el estudio sobre las fuentes narrativas de la
historia de Gran Canaria, aún más independiente, que ha sido publicado
en «El Museo Canario», 1951 (aparecido en 1954). A la
verdad, dada la facilidad de publicar independientemente estos estudios
adventicios que, de otro lado, no pudo excusar de hacer
Maria Rosa al proponerse el estudio del poema, hubiese sido preferible
suprimirlos o reducirlos a síntesis, según los casos, en la
tesis principal, en lugar de englobarlos íntegramente en ella... Pero
es divulgado que en ciertos medios académicos se aprecia mis el
peso que el contenido de los trabajos de los graduandos, y hay
que amoldarse a tales preferencias.
De estos capítulos independientes poco vamos a hablar ahora:
de la vida de Viana, allí repartida entre el capitulo primero y un
apéndice, porque, además de publicada aquí mismo, no podemos
añadir, por ahora, nada que aclare sus incógnitas. Ni el episodio
dramático o trágico de los hijos del médico-poeta en La Laguna,
ni la vida ulterior de éste al abandonar las Islas han reveli^do suficientemente
su misterio; y, no obstante, es seguro que los archivos
sevillanos darán todavia noticias complementarias, cuando se busquen.
Mucho menos clara queda aún la ruptura, al parecer irrevocable,
con las musas del fácil versificador que conocimos en el
poema. El problema de las crónicas de Gran Canaria, que en un
tiempo nos ocupó, volveremos a tratarlo aprovechando precisa-
286
mente esta publicación separada del capítulo a ellas dedicado por
María Rosa. Es, en efecto, asunto totalmente ajeno al poema.
Como es lógico, el mayor bulto del libro lo llena el minucioso
estudio filológico y literario del poema. Más teniendo en vista que
María Rosa, no fiándose de la retórica tradicional, antes de aplicar
sus cánones a nuestro poema, construye por sí misma toda su metodología,
toda la arquitectura obligada del poema épico, que extrae
de algunos ejemplos proceres o típicos; así plantea el problema de
la relación de la épica y la historia, tradicionalmente resuelto en las
literaturas hispanas en forma rebelde, anticlásica, al exigir la historicidad
del fondo, del cuadro en que se desarrolla el argumento
novelesco escogido, punto que Menéndez Pidal ha tratado magis-tralmente,
como sólo él puede hacerlo, en trabajo que todavía no
alcanzó María Rosa.^ Otro tema que trata con cariño la autora es
el del origen de los sentimientos de simpatía que muestra Viana
para la raza vencida. Remontándose acaso muy lejos, ve ahí una
base puramente literaria, ya presente en la ¡liada, el dar un valor
humano al antagonista, mientras el protagonista vence merced a
destinos sobrehumanos. Aun así, cree ver razones más íntimas, más
inmediatas, acaso de parentesco, en el sentimentalismo indígena de
nuestro poeta.
Un curioso fenómeno literario es el que la autora dilucida en
su capítulo V. Mientras el poeta Viana escribió su obra como tai
obra poética, aunque dentro del más estricto criterio verista de la
clasificación de Menéndez Pidal, muchos de los historiadores locales
posteriores se valen de ella como fuente preciosa de información,
no ya sólo los candidos cronistas, sino hasta un crítico como
Viera. Incluso un anónimo hizo una prosifícación de los datos seu-dohistóricos
del poema, como Alfonso el Sabio con la épica castellana.
El hecho, que por sí solo imponía una revisión total de la
versión recibida de los episodios de la conquista de Tenerife, fue ya
puesto en evidencia por B. Bonnet, El mito de los nueve menceyes.
' RAMÓN MINÍNDU PIDAL, Poetia e historia en el «Mío Cid: El problema de
la épica española, •» «Nueva Revista de Filología Hiipánica», IH, n." 2, México,
D, F.-Cambridíe, Mau., abril-junio d« 1949, pági. 113-129.
287
De la aplicación, pues, de los cánones a nuestra obra saca María
Rosa que nuestro Viana, a pesar de su juventud y de la falta de
una verdadera vocación capaz de superar los azares de la vida, está
muy bien impuesto de aquellas exigencias y que su obra es, por lo
menos, un perfecto trabajo escolar. El verdadero logro épico se
consigue más o menos, según los casos, pero tampoco está por debajo
de la media común de los poetas del género. En el uso de la
máquina maravillosa es donde se muestra tan parco como poco ágil
nuestro poeta, pues las figuras de Nivaria y de la Fortuna no alcanzan
la intensidad emotiva que pudieran. Aqui y allá acaso aparecen
rasgos personales de Viana o su circunstancia: el sentimiento del
mar, nota que será distintiva de una poesía canaria, apunta acaso
por primera vez en Viana; la descripción de la selva vista directamente,
sin receta, tendrá asimismo pocos precedentes; la vida de
aquellos nobles salvajes también es idealizada con recursos espontáneos
y no siempre con la convencional vida pastoril arcádica.
Interesantes son igualmente los capítulos que dedica la autora al
lenguaje del poeta, culto, casi nunca popular; a la actitud de las
generaciones literarias canarias frente al hombre aborigen, que si
en Viana se ve rodeado de simpatía, nunca ésta oscurece al conquistador,
mientras los románticos sólo se sienten ligados con el generoso
guanche para execrar la perfídia española. Es natural que la
actitud realista haya vuelto a hallar un equilibrio entre esas pasiones.
Otro capítulo nos hace ver las fluctuaciones en el aprecio del poema
mismo, sólo gustado por aquellos a quienes una previa educación
literaria les permite hallar bellezas escondidas a la mirada superficial
del hombre-masa.
De los apéndices, uno ya dijimos que lo constituye la biógrafia
del autor del poema; el segundo es el dedicado a todos los personajes
históricos mencionados por Viana, labor fatigosa, a la que no
escatimó esfuerzo la autora. Comenzando esa serie con la más extensa
biografía que se ha escrito del Adelantado Alonso Fernández
de Lugo (págs. 500 a 555) y siguiendo por todos sus colaboradores,
pasan por ella todos los problemas y todos los temas de la primitivti
historia de Tenerife. No es posible, pues, entrar aquí en un ensayo
cmico de todo ello. María Rosa se vale de casi todas las fuentes narrativas,
de todos los documentos hasta hoy dados a luz, tanto de
288
antig'uo como últimamente en la serie «Fontes Rerum Canariarum»
o en trabajos biográficos del Dr. La Rosa. Así, pues, nos da un completo
estado de la cuestión en cada caso, que es de primera utilidad,
aun para aquellos que se propongan ampliar todavía esos datos con
nuevas rebuscas de archivos; labor que a veces puede darse por
consumada, especialmente por el mentado redactor de esta revista,
que incluso facilitó a la autora materiales todavía no publicados por
éi mismo. No obstante, los archivos notariales especialmente completarán
y aclararán todavía muchas vidas de conquistadores cuando
sean totalmente despojados. Buenos índices de nombres personales,
ya que no de lugares y conceptos, permiten el manejo de esta copiosa
obra, toda ella bien presentada.
Elias SERRA
LUIS BENÍTEZ YNGLOTT, El derecho que nació con la
conquista. La Audiencia, en <EI Museo Canario», año
XI, n.° 33-36, Las Palmas, enero-diciembre de 1950.
En nota al pie de la primera página de este trabajo se advierte
ai lector que se trata de una conferencia pronunciada por su autor
en El Museo Canario, en junio de 1942, con motivo del Curso
de Enseñanzas Canarias, advertencia necesaria para evitar al lector
equívocos sobre su contenido.
Después de haberse dado a la publicidad El Libro Rojo de
Gran Canaria, con el enjundioso prólogo de don Pedro Cullen del
Caatillo, asf como los varios trabajos sobre el pasado de la Audiencia
del competente archivero don Benjamín Artiles, y de algunos
otros del autor de esta recensión, las noticias que en 1942 dio el
Sr. Benftez Ynglott sobre el Tribunal de apelación de Canarias han
perdido todo el interés de la novedad.
No queremos ni debemos por ello restar méritos al autor de
la coafereacta, pues ni tenemos autoridad para ello ni lo merece su
prestigio de jurista y de amante del pasado isleño. Segura^iente al
pronunciarla —y sentimos no haber sido uno de los que le esíb-charon
sus palabras despertaron merecida curiosidad, y en aquel
289
momento es cuando hubiese sido de gran utilidad se imprimiese;
pero ahora, no ya en la fecha «oficial» de salida del número correspondiente
al 1950 de la revista, sino en 1954, que es cuando en
realidad ha aparecido, su contenido ha perdido actualidad.
No compartimos el juicio del autor sobre algunos hechos históricos,
como sobre la «pureza» de la reformación de los repartimientos
hecha por el Ldo. Juan Ortiz de Zarate, que casi podemos
afirmar se limitó a desposeer a algunos beneficiados que
se habían marchado de las Islas, para entregar las tierras o aguas a
otros que jamás las habían pisado ni pisarían, como ya hemos afirmado
en otra publicación. En cuanto a la fundación del Tribunal de
Apelación, en que muestra su asombro ante el hecho cierto y real
de la existencia de dos Cartas Reales —no Reales Cédulas, que
entonces éstas tenían otro valor distinto y de muy inferior importancia—
de creación del mismo, consideramos tiene sólo un interés
relativo. La segunda es mera copia, como el propio autor dice, de
la primera. La realidad es que expedida en Granada la de 7 de diciembre
de 1526, probablemente no se hallaron oidores dispuestos
a pasar a las Islas, y su contenido se repifió en la de Valladolid de
5 de julio de 1527, cuando ya dos de los Pedros al menos habían
decidido «emprender la aventura».
Como conferencia de divulgación y en el momento en que fue
pronunciada, merece toda clase de elogios; ahora bien, creemos
que en revista de tanta historia y bagaje científico como la de El
Museo Canario no era el lugar ni el momento apropiado para ser
publicada.
L. R, O.
' DoMiNiK J. WoLFEL, Le probUme dts rapporta du
guanehe et du berbire, «Hespéris», XL, Rabat, 1953,
pp. 523-27.
Inéditos todavía sus Monumento, la labor lingüística del autor
es poco conocida; pero se ha caracterizado, frente a la de otros, en
obtener materiales cuidadosamente controlados. Está demostrada
la vecindad del guanehe con el beréber; si no bastasen los paralelo!
RHL, 19
290
de raíces y de morfología, hay testimonios contemporáneos de la
vida de los dialectos canarios, que establecieron la comparación,
como Antón Delgado, conservado por Fructuoso; pero para Wolfel
hay en el guanche elementos irreductibles al beréber. Por ello y
además por los datos de la arqueología cree el autor necesario remontar
al substrato general mediterráneo y norteafricano, que
llegaría a Canarias juntamente con los hombres y las cosas de lejanas
culturas. Se refíere a un trabajo de próxima aparición en
«Acta Salmanticensia».
E. SERRA
J. M. CoRDEiRO DE SouSA, A sepultura de am mer-cador
vianés naa ilhas Canarias, «Revista de Guima-ráes
», LXI, 1951, 403.
Curiosa lápida negra con letra gótica, en la iglesia parroquial
de Santa Cruz de La Palma. Es notable la omisión no sólo de la
fecha de la defunción sino también la menos explicable de los nombres
del mercader y de su esposa, para los cuales se reserva espacio
dentro del formulario. Una fotografía da idea del monumento,
mejor que dibujos publicados antes en Canarias. A propósito de
Viana, el autor habla del médico-poeta, tenido antes en Portugal
por natural de aquella ciudad miñota, y lo supone muerto en 1640.
Sabemos que vivía aún en Sevilla en 1650.
E. SERRA
VrTORiNO MAGALHAES GoDitmo, Documentos sobre a
expansSo portuguesa. Prefacio e notas de
Vo). I, Lisboa, Gleba, s. a., 248 pág's., 8.°, 12 escudos-
Este tomo forma inicio de una serie, de la que conocemos por
lo menos el vol. II, publicado en 1945, que con propósito divulgador
de la gloriosa historia portuguesa edita una empresa privada. La
dirección ha sido confiada, con acierto, al Sr. Godinho, conocido ya
291
por numerosos estudios sobre navegaciones y colonización, orientados
desde un punto de vista social-económico. El tomo I nos in-teresa
especialmente por ocuparse, ínter alia, de la presencia
portuguesa en los mares de Canarias. Contiene fragmentos escogidos
desde dicho punto de vista, de crónicas y relaciones de viajes
(Recco, Zurara, Diogo Gomes, Barros, Pacheco), documentos o
cartas reales, hasta una de esas curiosas lápidas sepulcrales biográficas,
típicas de la epigrafía portuguesa: la de frey Gonzalo de Sousa,
de 1469. Pueden, pues, consultarse aquí todos o casi todos los textos
portugueses referentes a Canarias, si bien traducidos los que
nos llegaron en latín, cosa propia de una edición popular. Abundantes
notas tras cada texto ayudan a su interpretación. En ellas se
atenúan algunos de los prejuicios de la historiografía portuguesa;
así, apenas se insiste en distinguir el viaje de Recco del mencionado
por el rey Alfonso IV; y nos parece acertada la probabilidad
de que el viaje referido por Diogo Gomes en 1415 no sea
otro que el de 1424, capitaneado por don Fernando de Castro. El
último capitulo se refiere ya a la exploración costera de África por
los portugueses. A propósito de ella, nos parece del todo fantástica
e inaceptable la última nota del libro que, refiriéndose a la
navegación indígena prelusitana en el occidente de África, dice
que «era muito importante»; era inexistente. Sin índices.
E. SERRA
VITORINO MAGALHXES GODINHO, A economía das
Canaria» nos séculoM XIV eXV. Separata del n.' 10 de
«Revista de Historia». Sao Paulo, 1952, pá^s. 311 a 348.
Resumen bastante bien informado de la historia de las Islas en
los dos siglos de su incorporación a la cristiandad: viajes descubridores
del siglo XIV, la conquista betancuriana y las islas cristianas
de ella resultantes, las islas paganas o sea las que se mantienen libres
hasta el último cuarto del siglo XV. No incluye, en cambio, la
historia de la conquista real castellana de estas islas mayores. A lo
largo de su relación da una atención preferente a las noticias, más
bien inconexas, que nos dan las fuentes sobre estadística y recursos
292
económicos, sin que por ello pueda hablarse de un ensayo de historia
económica. En la narración de Godinho, como es común en
muchos autores lusitanos, se trata de acumular la mayor cantidad de
incertidumbres y nebulosas en relación con la presencia portuguesa
en estas Islas, que tuve ocasión de poner en claro hace muchos años,
de manera al parecer difínitiva, pues nada se ha podido alegar que
desvirtúe lo entonces bien establecido. Así, nuestro autor sigue tratando
de separar la narración de Recco, trasmitida por Boccaccio,
de! viaje armado alegado por Afonso IV ante el papa Clemente,
e incluso inventa para este viaje una fecha nueva, de 1336, carente
de todo fundamento; atribuye a Ibn Jaldún el relato de otra expedición,
de la cual el tunecino es del todo inocente; presta atención
• la lamentable forgerie del llamado Langarote da Franca; nos habla
de una terrible expulsión de todos los nativos de La Gomera antes
de 1455, ya que —dice— en este año eran cristianos, probable confusión
con luctuosos hechos muy posteriores. En las abundantes
notas a pie de página nótase que, salvo para las fuentes portuguesas,
se vale únicamente de obras de segunda mano, aunque sin duda
importantes. Es además chocante que, interesado como está el autor
por la economía precristiana, olvide totalmente los datos que para
su conocimiento puede suministrarnos la arqueología.
E. SERRA
SEBASTIAN JIMÍNEZ SÁNCHEZ, Notas históricas. La
Virgen de la Peña y su Santuario de Vega de Río
Palmas, en la isla de Fuerteventura. Col. «Faycán»,
núm. 4. Las Palmas de G. C. 1953, 23 pp., jabados.
Patrona milagrosa de la isla de Fuerteventura, con su leyenda
«e «parición, se veneró primero en una ermita junto a la cueva en
el fondo del barranco de Las Peñitas, y luego en la Vega. Sedente,
de «labMtro, de pequeño tamaño, de gusto francés gótico, será la
imagen que el conquistador Béthencourt trajo de Francia en 1405 y
quedó cono veneración principal en la iglesia de Val Tarajal o
Santa María de Betancuríá; con ocasión de invasiones berberiscas,
se ocultarla para reaparecer luejfo en dicho lug^ar. Observemos que
existe otra imagen con opinión de ser la Virgen betancuriana, para
algunos. Leyendas y folklore relacionados con el culto de la Virgen
de la Peña. Historia piadosa del P. Juan de San Torcaz y la menos
piadosa del despojo de la arqueta de sus restos, que luego ha
reaparecido en Las Palmas.
E.SERRA
ANTONIO RUKEU DE ARMAS, Piraterías y ataques navales
contra las Islas Cenarías, Madrid, CSIC, Instituto
Jerónimo Zurita, 3 tomos en 5 volúmenes, 1947-19S0,
T. I, vol. único: XX más 720 pp. más 60 láms.; T. II, vol.
1: 564 pp. más 21 láms.; T. II, vol. 2: 420 pp. más 29
láms.; T. III, vol. 1: 560 pp. más 50 láms.; T. III, voL 2:
674 pp. más 30 láms. Tela, 4.° mayor.—650 pesetas.
Allá por fines de 1951 hice ya una presentación sumaría (afligida
singularmente de traidoras erratas) de esta vasta y fundamental
obra histórica. Indicaba su contenido algo heterogéneo, que excede
en mucho de lo prometido por el título y, en fín, prometí un examen
más cumplido, aparte de otros fragmentarios sobre algunos aspectos
concretos, de los cuales se han producido dos, uno del Dr. La ROM,
Las * Piraterías* de Rumeu como fuente de nuestro derecho histórico,
y otra del Dr. Peraza en Consideraciones sobre recientes trabajos
que estudian el comercio de las Canarias con las Indias (n." 98-99,
XVni, 1952, pp. 239 y ss., y n." 100, XVIII, 1952, pp. 532 y ss.)
No está en mi ánimo llegar a un análisis minucioso como el
que el Dr. Peraza dedicó al tema comercial trasatlántico. Transcurrido
más tiempo del conveniente, intentaré sin embargo una descripción
o recapitulación de tan extensa obra, que permitirá presentar
al lector los aspectos fundamentales de ella. Ya dije que el
autor se sitúa en la historia general, que resume continuamente,
para luego pasar al episodio particular isleño. Desde el prólogo
hace el autor profesión de este su punto de vista, y con justificado
orgullo nos dice cómo por primera vez ha podido unir las noticias
de piratas o corsarios en estos mares, y aun los del Caribe, casi
294
siempre anónimas en los archivos gfenerales o locales, con la biblio*
grafía europea de tales navegaciones, con lo que a menudo ha
podido identifícar aquellos agresores innominados. Un elenco de
estos nombres, por naciones y siglos, nos lo adelanta en una página
de este prólogo. Allí mismo hace a grandes rasgos el proceso o
desenvolvimiento del drama: rivalidad castellano-portuguesa hasta
el tratado de Alcá^obas, 1479 (confirmado definitivamente en Tor-desillas,
tras la crisis colombina); desafío francés al monopolio español,
cuyo inicio sitúa en las guerras de Carlos V y Francisco I;
luego ataque inglés y holandés que llega a las grandes armadas de
fínes del siglo XVI. En los siglos siguientes los piratas europeos
reducen su actuación en Canarias, ya que han trasladado su centro
de actividad a los mismos mares de Indias. Y, además, dice, las
Islas están ya ahora fortifícadas. El hueco lo ocupa por una parte,
en las islas orientales, el ataque turco-berberisco, más sañudo si
cabe; y en general, la guerra marítima regular con las potencias
europeas sustituye a la piratería, con otra amenaza tremenda, pero
discontinua, que se cierra con la epopeya de Santa Cruz de Tenerife
frente a Nelson.
Antes de pasar adelante, quisiera apuntar dos observaciones a
este esquema: entiendo es muy importante para la historia de las
Islas ese descanso, no tan breve, entre 1479, año de la abstención
portuguesa y las primeras agresiones francesas, que Rumeu fija en
1521, si bien hay rastros anteriores en la documentación canaria y
una gran preocupación por parte del Cabildo de Tenerife en 1513
que da lugar, al fin, a las primeras obras de defensa de Santa Cruz
(Acuerdos del Cabildo, II, pág. V, nota 11 y págs. VI y sigs. y año
indicado, passim); pero esta alarma fue producida por las noticias
de declaración de guerra y no por presencia real de enemigos en
estos mares. Son pues 40 años de paz que no deben omitirse, y
además en un momento crucial para el desarrollo y establecimiento
demográfico y económico de las Canarias.
Luego los formidables ataques de fin del siglo XVI, si bien
hicieron gran daño en Islas, acabaron en verdadero desastre para
IOS agresores, en los mares tropicales e indianos. Su resultado
económico fue enteramente negativo para sus organizadores, y es
probable que ello contribuyese notablemente al cambio de cariz
» 5
de estas empresas en el sisólo XVII. Ahora el mayor pelisfro son los
berberiscos y turcos, que eran ajenos a aquellos gfrandes armamentos.
Los sacrificios de la defensa de Las Palmas no fueron, al parecer,
inútiles. Y en el siglo XVIII es la propia Gran Bretaña quién
se ocupa de suprimir, al fin, los armamentos privados.
Divídese luego la obra en títulos que comprenden uno o más
capítulos. El único del titulo dedicado a la rivalidad hispano-portuguesa
no contiene novedad; es un ordenado resumen, con
comentarios propios, de lo que sobre la intervención portuguesa
en estas Islas logré establecer hace años, aprovechando todo el material
disponible. Se cita desde luego ese trabajo mío y las fuentes
pertinentes al caso. Más rápidamente se resumen la conquista de
las islas mayores al comienzo del título 2.° y, es claro, ni se plantean
los muchos y difíciles problemas que en torno a ella existen.
Las breves notas sobre el origen o fundación de las ciudades canarias
no me parecen documentables por lo que respecta a La Laguna,
basadas como están en la Guía de Rodríguez Moure, que por lo
que toca a orígenes se apoya sólo en tradiciones. Sobre la primera
fortificación del puerto de Santa Cruz, rudimentaria albarrada
levantada en 1513, se dan más detalles en Acuerdos de Cabildo, II,
publicación que no pudo alcanzar Rumeu al redactar ese pasaje.
Para este tiempo no puede hablarse todavía de presidio o guarnición
permanente alguna.
Y comienza el largo duelo naval de España con el Occidente
de Europa; en él, por mucho tiempo, los adversarios de la Corona
española actúan sin comprometer el nombre de las suyas respectivas.
No son armadas reales, sino corsarios o piratas los atacantes,
hasta el punto que Carlos V se ve obligado, al fin, a adoptar el
mismo método, y en 1528 autoriza a los canarios a armarse libremente
contra sus enemigos. La lucha puede decirse que se inauguró
con aquel funesto golpe de Juan Florín, Jean Fleury de Dieppe, que
puso en manos del pirata el mismo tesoro de Moctezuma, enviado
por Cortés a Carlos V (1522). Conocemos con Rumeu muchos episodios
e incidentes en Canarias y otros mares, pero no siempre es
fácil darse cuenta de en qué medida afectaban a la cotidiana e imprescindible
navegación privada entre Islas y hacia España. Parece
que ya es imposible cualquier intento de cálculo estadístico,
k*i;-
296
destruidos como han sido intencionalmente y a mansalva los archivos
de nuestros puertos. En todo caso Rumeu no esboza ninguna
tentativa en este sentido.
La narración que nos da el autor de la defensa de las Islas
frente al ataque innumerable y continuo de los corsarios no es ya
resumen de trabajos preexistentes, como aquellos capítulos iniciales.
Es construcción propia, en la que apenas se refiere a nuestros historiadores
y cronistas, si no es para rectificarles; los grandes archivos
españoles, la bibliografía especial extranjera, en menor grado los
archivos canarios, le suministran el material que elabora luego para
darnos cuadros intensamente dramáticos, por lo sobrios, de los duros
trances a que se ven sometidas las Islas. Además reconstruye casi
del todo la historia de las magistraturas de mando y de gobierno de
Gran Canaria, apenas conocidas hasta ahora, a diferencia de las de
Tenerife, porque Viera y Clavijo no alcanzó nunca a disponer de
algún intermediario diligente que le revelase los secretos del archivo
capitular canario como los tuvo para el de esta isla y La Palma.
Rumeu suple este vacio merced a los archivos reales, en verdad
hasta ahora no benefíciados por nadie en ningún aspecto.
A pesar del interés dramático de esta narración, no voy a intentar
aquí resumirla. Sólo diré, como comentario, que la en fin de
cuentas victoriosa resistencia española se basó mejor en la defensa
activa de una pequeña escuadra canaria, organizada y mantenida
por las Islas, como las que mandaron Simón Lorenzo en 1537 o
Jerónimo Baptista y Juan López de Cepeda en 1552, que en la defensa
pasiva de los puertos, aunque ésta obtuvo también resonantes
¿xitos; pero por encima de todo parece ser decisiva la presencia de
Jefes resueltos y serenos como Manrique de Acuña, Pedro Cerón,
Alonso Alvarado o Antonio Gutiérrez. El saco de Santa Cruz de
La Palma responde sin duda a un verdadero desequilibrio de fuer-
3nu> pero además a la sorpresa y a la falta de mando en la defensa.
En cambio la caída de Las Palmas a manos de Van der Doez no
desdora la resistencia española, pues parece claro que se combatió,
en conjunto, del modo más eficaz posible, y el enemigo renunció
pronto a sostener la plaza tomada merced a su superioridad militar
aplastante; la caída vertical de la moral de las milicias al cabo de un
día de combatir esforzadamente sin resultado favorable es típica de
297
estas tropas bisoñas, faltas sobre todo de la tenacidad del veterano.
Pero las autoridades casi solas fueron bastante a mantenerse frente
al enemigo hasta descorazonarle.
En el estudio de la catástrofe palmera no utiliza Rumeu la narración
de Gaspar Fructuoso, de cuya exactitud no responderé, pero
sí de ser probablemente la más detallada y extensa, aun descontando
sus pesadas amplificaciones moralizadoras.
El título tercero y siguientes los dedica el autor a la época de
piratería inglesa, simultánea por lo demás con la francesa, que persiste
con la intensidad de siempre; pero ambas van teñidas ahora de
un matiz religioso, con el que adquieren una nota de mayor crueldad,
si cabe, que hasta entonces.
Tanto de la creación y confirmación de las capitanías generales
insulares como del mando del gobernador Rodrigo Manrique de
Acuña y su eficacia se había ocupado ya Rumeu en trabajos sueltos,
alguno de ellos aparecido en estas páginas, sin duda avances de esta
su gran obra («El museo Canario>, Vil, 1946, n.° 18, p. 3 y n." 19.
p. 3; REVISTA DE HISTORIA, XVI, 1950, p. 1). Lo mismo de la presencia
de los Bazán en estas aguas (REVISTA DE HISTORIA, XIII,
1947) y sobre todo de las gestas de John Hawkins a costa de España,
que llenaron un bonito tomo en 8.°, editado en 1947 por la Escuela
de Estudios Hispano-Americanos de Sevilla, de que ya me
ocupé en el tomo XIV, 1948, de esta revista, así como de varios
de aquellos artículos. Lo mismo diré de los capítulos, referentes a
las acciones de Jacques de Sores con el martirio de los jesuítas del
P. Azevedo, y ajean de Capdevielle («Missionalia Hispánica», IV,
1947, pp. 329-381).
En el tomo 11, dividido en dos volúmenes, se estudian algunos
de los momentos más emocionantes de esta dramática historia, como
son las acciones de Morato Arráez, Xaban Arráez, los ataques de
Drake, tan gloriosamente rechazados, y en fin la tragedia de Las
Palmas bajo la escuadra de Holanda y Zelanda. Otro tema distinto
—y puede decirse que inédito hasta ahora— se trata especialmente
en este tomo: la historia de las fortificaciones de las Islas, llevadas
a cabo tras largos tanteos y estudios de los ingenieros de Felipe II,
con noticia de la personalidad y trabajos de Leonardo Torriani, el
más caracterizado de ellos. Tambiéti se tratan las organizaciones
^ • * > ~
298
territoriales militares y las vicisitudes de los altos mandos con el
primer intento de capitanía general de todas las Islas en la persona
de don Luis de la Cueva Benavides y su fracaso. No podemos comentar
por partes tan amplio cuadro.
El último tomo, a fuerza repartido también en dos gruesos
volúmenes, se consagra a los tozudos ataques de la real armada de
Su Graciosa Majestad Británica, ya señora de los mares, contra estas
Islas de la Majestad Católica de España, y su cabeza militar,
Santa Cruz de Tenerife, el último de ellos cerrado con un caballeresco
saludo que, por lo menos, no nos deja el apestoso sabor de
boca de un Van der Doez. Sigue también en este tomo el estudio
de las fortificaciones, ahora con la figura del ingeniero italiano ca-narizado
Próspero Cazóla. Por cierto que Rumeu no alcanzó a ver
su obra principal, el Informe redactado cuando acompañó al general
Brizuela en su visita general de inspección, que cita de segunda
mano. Yo he alcanzado a poseerla también después de publicada
esta obra que aquí comento; y, aunque interesante, no creo que sus
pianos añadan nada sustancial a los de Torriani o a los que acompañan
a Castillo. En este tomo también prosigue, y ocupa un espacio
mayor que en los otros, el estudio del desarrollo de las ciudades
canarias, incluida su arquitectura monumental. Me guardaré de despreciar
su interés, acaso para mí mayor que el promedio de la historia
militar; pero también me parece evidente que si la ingeniería
militar, las instituciones superiores de mando o las milicias constituyen
capítulos que no se podían omitir en una vasta obra de esta
naturaleza, el urbanismo ya excede de sus límites naturales.
Una gran parte del último volumen está ocupada por el extenso
apéndice documental, formado por una colección de piezas de
diversa naturaleza copiadas íntegras vel quasL Son relaciones e informes
tocantes a los más sonados episodios de la historia militar
de Canarias: a los ataques de Drake y de Van der Doez a Gran
Canaria y al de Nelson a Tenerife principalmente. En el texto creo
no hay referencia a esta colección, que el lector puede fácilmente
Ignorar, si no maneja este tomo.
Entre otros muchos elementos que vienen a integrar la obra
esta una copiosa colección de biografías, no raramente documentadas
de primera mano, de todos los personajes de relieve que son
299
mencionados en el curso de la narración. Es curioso que en estas
biografías suele ponerse especial énfasis en los orig^enes judíos de
buena cantidad de personajes del siglo XVI. Como el autor reconoce
en alguna parte (t. II, p. 54 ss.), estos antecedentes nada significaron
en la conducta plenamente canaria y española de los que
los tenían, mientras a veces da que pensar la actuación de algún
viejo cristiano de estirpe no castellana como un Ponte o un Joven.
Así que aquel énfasis es solamente acertado si tiene la finalidad de
rebajar humos injustificados de pureza de sangre, sin poner ni quitar
un fisco de consideración a las personas afectadas.
¿Qué diré de la presentación? Magnífica, con soberbias ilustraciones,
además caracterizadas por no ser jamás improcedentes,
como sucede tan amenudo hoy en libros que pretenden ganar su
público por los ojos. Una serie de mapas ilustran las singladuras de
los piratas y marinos dentro de estos mares. índices copiosos dan
la llave indispensable al lector que busca un punto concreto. Solamente
su distribución innecesaria en tres partes, personas, lugares
y autores y su localización al fin de los tomos, no de los volúmenes,
los hace menos cómodos, y como no hay tipo especial para las
menciones principales, a menudo resulta más fácil hallarlas en el
índice General, ¡como antesl Por suerte éste es muy completo y va
en cada volumen. También las láminas y dibujos van bien tabulados.
EIÍMSERRA
LUIS DIEGO CUSCOY, El determinUmo geográfico en
la habitación del aborigen de la* hla* Canaria*, en
AHÍ del Primo Congre**o Intemazionale di Preittoria
e Protosioria Mediterránea, Firense-Napoli-Róma, 1950,
pp. 492-527 con 9 frAbadot [leparata].—Con casi el
mitmo texto, lin jabados, ha (ido publicado en «Actas
y Memorial de la Sociedad Española de Antropología,
Etnografía y Prehistoria», XXVI, 1951, pp. 17-58.
Es este trabajo, en realidad, una visión de conjunto de U etnología
aborigen, por lo menos en sus bienes de cultura material.
No obstante, carga la voz en el aspecto del cuadro natural, geogri-u
300
fíco, de las Islas, y en la habitación y construcción en general, obra
de los aborígenes. En el estudio geográfico lo más interesante y a
lo que más atención presta el autor es al régimen de vientos y corrientes
marítimas, que hacen tan difícil remontarse hacia el N. desde
las Islas, por lo menos con medios rudimentarios de navegación.
Añadiré que tenemos ejemplos de plena Edad Moderna, por los
que vemos cuan fácil era «pasarse» de las Islas viniendo del N., y,
si tai ocurría, valia más renunciar al retorno y proseguir la ruta hasta
Indias (Véanse las aventuras del obispo Ximénez en este mismo
cuaderno de REVISTA DE HISTORIA). Luego se trata de las zonas
de atracción vital en cada isla: las costas son naturalmente zonas
de repulsión, por las condiciones de clima y de mar; Pero al elevarse
el terreno en seguida aparecen zonas de pasto, por lo menos
temporal, y barrancos y acantilados propios para la vivienda humana.
Describe la distribución y comunicación de estas viviendas-cuevas,
las cuevas labradas de Gran Canaria y los abrigos y refugios
mejor estudiados en Tenerife, pero que se presentan en otras islas.
Los poblados megalíticos son propios de las islas orientales, sobre
todo Gran Canaria, y los de chozas o cabanas se han identificado
en La Palma. En el estudio del régimen económico, después de
sentar que era mixto de pastoreo y cultivo, se ocupa especialmente
de la trashumancia estacional, que sostiene con buenas razones no
afectaba a la población entera, sedentaria en las zonas bajas, sino a
un grupo más o menos numeroso y complejo de pastores. Afirma
el predominio del régimen ganadero sobre el agrícola en convivencia
de ambas formas. Creo que aquí debió plantear el problema
que nos presentan las fuentes cuando nos aseguran unánimemente
para algunas islas la ausencia total de cultivo. La arqueología acaso
no haya podido comprobar el hecho, pero precisa algún dato con-iercto
para poder invalidar aquella tradición de los cronistas.
Para no omitir nada importante, nos da también Cuscoy un
Ksunen de los datos de la antropología, según el reciente estudio
de Falkenburger, y plantea en seguida el problema total de la procedencia
de la cultura o, mejor, culturas canarias. En conjunto admite
una corriente mediterránea neolítica, arribada a las Islas a
través del tamiz africano. Enumera una serie de pruebas, de comunidad
ergrológica entre estas Islas y culturas mediterráneas o
30t
africanas, diversas en el tiempo y el lugar. Y, claro, ello no deja el
ánimo convencido más que en términos generales. Bien lo comprende
el autor, enemigo de fantasías, más si cabe que ninguno de
sus colegas arqueólogos: «Nos tenemos que detener ante el cuándo
y cómo* dice, y aun recuerda que nuestros yacimientos, carentes-de
estratigrafía, añaden una dificultad insuperable más a sumar a la
propia de cualquier paralelismo con el neolítico africano, que si
puede remontarse a cinco milenios a. de C, en su zona occidental
y más vecina a estas Islas puede traerse hasta la época árabe. No
es lugar para concretar más; pero, por mi parte, creo que hay
hechos concretos que nos permiten a veces apartarnos de esta nebulosa
africana y buscar el enlace directo de lo canario con lo mediterráneo,
mejor todavía, lo isleño-mediterráneo. Con todo, hay
que admitir la pluralidad de aportaciones, único medio de explicarnos
la variedad profunda entre las diversas Islas.
En los capítulos siguientes entra el autor a estudiar más concretamente
los diferentes tipos de cuevas, de casas y de abrigos y
su repartición tan desigual entre las siete Islas. Aporta aquí datos
originales, muestra la discrepancia que se presenta a veces entre
los hechos conocidos y los asertos de los cronistas. Al tratar de las
cuevas excavadas o labradas de Gran Canaria y de su decoración,
trae a colación, lamentablemente, el sobado cuento de los mallorquines
enseñando a labrar a los canarios. ¿No será posible convencer
a todos de que ningún mallorquín del siglo XIV era capaz de
labrar una cueva ni la había visto en su vida? Y de la decoración
nada digamos. En fin, pasemos sin insistir en ese dislate, único que
notamos en tan bien trabado y meditado estudio de las formas de
vivienda canaria y de construcción, pues no olvida referirse lo preciso
a los túmulos casi monumentales de Gran Canaria, o los tan
originales taros y aras herreños. Como cueva labrada, en Lanza-rote,
considero debe clasificarse la del castillo de Zonzamas, recientemente
reabierta, según creo.
Sobre el problema de la navegación, que forzosamente hay
que suponer para la llegada reiterada de poblaciones a estas Idas,
nada diré aquí, pues debo opinar a propósito de un trabajo especial
del Dr. Juan Álvarez.
E.SERRA
302
LUIS DIEGO CUSCOY, Notas arqueológicaa. El enterramiento
de tLos Toíconea» en el Barranco de Abalas
(Isla de La Gomera), «El Museo Canario», IX, 1948
(pero 1951), pp. 11-20 [Hay separata].
Insiste el autor en la falta de exploraciones arqueológicas intencionales
en esa isla. Una realizada en el verano del 1948 en el
barranco de Abalos (N. E. de la isla) permitió conocer dos pequeñas
cuevas sepulcrales, tapiadas con prismas basálticos como las de
Tenerife. La del Roque de la Campana no ofreció novedad en la
disposición de los cuerpos (no momifícados). Una cuenta de collar
análo^ 8 las de esta isla (aunque de caliza en lug&r de tierra cocida),
primer hallazg^o del gfénero en La Gomera, aumentaba el parentesco.
Pero en la otra cueva, la de Los Toscones, a medio kilómetro hacia
arriba, los 5 cadáveres aparecieron acostados de lado, fuertemente
doblados en cuclillas con los fémures a la altura del pecho y sobre
cada cráneo una pesada losa; el pavimento de la cueva, enlosado,
así como la superficie por encima de los enterramientos, que alcanzaban
a formar un estrato de 85 cm. No se conoce en Canarias
ningfún caso análogfo.
E. SERRA
BUENAVENTURA BONNET, Diego de Silva en Gran Ca-naria
(1466-1470). Tradiciones y leyendas, «El Museo
Canario», Vil, 1946 n." 20 pp. 1-26 y VIII, 1947, n». 23/24,
pp. 1-46 (publicados en 1948 y 19S1 respectivamente).
Avisa el autor que este estudio es ampliación de una conferencia
pronunciada en 1944. Este origen y ampliación lo hace acaso un
poca difuso; pero, salvo esta tendencia reiterativa, no rara en Bonnet,
ea un ejemplo de los más bonitos y característicos de su técnica de
reinaión histórica. Coje un fragmento de historia de Gran Canaria,
como nos lo transmiten de unos a otros los cronistas, con sucesivas
ampliaciones, lo examina a la luz rigurosa de las fuentes seguras y,
al par que rechaza al campo de la literatura legendaria la mayor parte
de los elementos de que constaba la narración, fíja el resto y
303
todavía lo completa con algfuna noticia que la tradición olvidó
del todo.
Diego de Silva, el simpático hidalgo portugués de la tradición
cronística, reaparece a la cruda luz del Informe de Cabitos saqueando
nuestras islas ya cristianas y apoderándose a la fuerza de la torre
que en Gando había levantado Diego de Herrera. En cambio, luego,
ya de acuerdo por costosa transacción con el propio Herrera, convertido
en su suegro, podemos atribuirle la construcción de otra torre
en pleno míer/a/irf canario, en el poblado mismo de Telde, en donde
el obispo Illescas celebra misa. La historia de la toma, con incendio
y muerte de la guarnición, de una torre en Gran Canaria debe
de referirse a esta posición interior tan arriesgada. La edificante historia
del desgraciado desembarco de Silva en tierra de Gáldar, su
cautiverio y liberación por el propio Guanarteme, convertido además
al cristianismo por su mismo enemigo, no es más que una repetición
de una leyenda análoga ubicada en La Gomera cuando el
asalto a esta isla por el portugués Fernando de Castro (1424). También
rechaza Bonnet la noticia de unos jóvenes lanzaroteños cautivos,
como rehenes al parecer, de los canarios, lo que constituye
uno de los mayores agravios de los subditos de doña Inés Pereza y
de su marido Herrera, que les lleva al fin a la insurrección. Vemos
esto menos seguro que las restantes conclusiones de este estudio,
porque en el testamento de doña Inés (véase en Reformación del
Repartimiento de Tenerife, pág. 180 y sigs.) aparece una manda
piadosa que parece responder a un cargo de conciencia: «Mando
que saquen de cabtivo todos los fijos de mis vasallos que por mi
cabsa se captivaron en el castillo de Gando». Es verdad que de una
parte no parece tratarse de rehenes, y de otra que en 2 de agosto
de 1482, fecha del testamento en Sevilla, parece un anacronismo
hablar de cautivos caídos en tal condición en Gando; pero el cargo
que doña Inés quiere apartar de sí es sin duda muy anterior, y la
diferencia entre rehén y cautivo ha sido siempre más de derecho
que de hecho.
Ya en otros estudios se había demostrado la falta de base del
papel de protector de los canarios engañados por Pedro de Ver»
que la tradición adjudica a Silva, supuesto habitante de Lanzarote,
tema que Bonnet estudia de huevo con gran atención. Otra leyenda
304
contemporánea y enlazada que reduce a términos históricos es la tan
famosa y poéticamente tan explotada del cautiverio de Tenesoya
Vidina y sus derivaciones.
En fín, un implacable bisturí aplicado a un conjunto narrativo
en el que el episodio pintoresco o. poético había acabado por desalojar
totalmente la realidad histórica.
E. SERRA
FRANCISCO MORALES PADRÓN, El desplazamiento a
las Indias desde Canarias, ea «El Muieo Canano», año
XI, n.° 33-36, enero-diciembre de 1950.
En el número anterior de esta revista registrábamos la publicación
de otro trabajo de Morales Padrón, fruto, como éste, de su
bucear en el archivo de Indias.
Entonces dijimos —y no nos duele repetirlo una vez más— que
esperamos mucho de esta nueva generación que metódicamente
explora nuestros valiosos archivos, sin cuya labor, ingrata tantas veces,
no será posible escribir la historia de las Islas tal y como hoy
entendemos que debe hacerse y no reducida a la mera sucesión de
hazañas de Adelantados, Gobernadores, Capitanes Generales, y
Condes de La Gomera y otros personajes de mayor o menor relieve.
Morales Padrón nos sigue dando a conocer datos precisos y
concretos sobre la corriente migratoria de Canarias a las Indias
Occidentales y sobre el comercio de nuestro Archipiélago con la
América Española. El artículo a que ahora nos referimos advierte
el autor que es un capítulo de una monografía próxima a aparecer
con el título El Comercio entre las Canarias y las Indias, obra en
la que seguramente reagrupará lo que hasta ahora ha publicado
•obre el tema y dará a conocer sus nuevos hallazgos. La única advertencia
que cabe hacerle sería la de que aún pudieran ser prematuras
las conclusiones a que ha llegado. Anteriores seguramente sus
trabajos a los publicados por el Dr. Peraza de Ayala sobre el tema
mismo del comercio de Canarias con las Indias, las valiosísimas
aportaciones de este autor y la nueva luz que vayan arrojando tantos
305
otros documentos que aún no haya podido conocer del Archivo de
Indias y de otros nacionales, es muy probable que le has^an reptiñ'
car puntos de vista; pero, aunque asi pueda ocurrirle, nada pierden
del valor que como fuentes de conocimiento tienen en cuanto al
contenido de los fondos que ha dado a la publicidad.
L.R.O.
JOSÉ PÍKH! VIDAL, Caldo» en Canarias (1843-1862),
Ed. de El Museo Canario, 1952, 148 pp.. 8.*
Comienza nuestro celoso investigfador Pérez Vidal por copiarnos
un párrafo de Galdós en el que afírma que su infancia carece
de interés, contrastándolo con otro de «Clarín», en el que éste destaca
la importancia de la infancia y la adolescencia en el artista, y
dice que nada sabemos de estos periodos de la vida del gran
novelista.
Pérez Vidal —ahora y con gran acierto, por el interés del ten»
y por la forma de enfocarlo— retrata el ambiente de Gran Canaria
cuando viene al mundo don Benito. Nuestro siglo XIX, inquieto y
mal estudiado, {iero de marcado interés, va reflejándose, en sus repercusiones
en las Islas, en el trabajo de Pérez Vidal. La expedicidü
del padre de don Benito y de su tío, el presbítero don Domingo, a
la Península, con las fuerzas que embarcaron en 1809, es motivo
para que éstos escriban sus impresiones de los lugares por donde
van pasando. De las dos narraciones, la de don Domingo es de un
colorido y realismo notables y Pérez Vidal transcribe sustanciosos
párrafos de la misma. Como puede apreciarse, las dotes de narrador
se daban ya en la familia de don Benito.
Los primeros brotes literarios, sus dibujos, caricaturas y hábiles
trabajos manuales van desfilando por las sueltas páginas de Pérex
Vidal, en el que emotivas y valiosas ilustraciones muestran la paciencia
y cuidado del autor por reconstruir y precisar, con el mayor
detalle, los pasos del Galdós niño y estudiante de bachillerato.
Pérez Vidal, con Galdós, y Miracle, con Guimerá, van recooi-truyendo
en naeitros dias los primeros años de la vida eaniuria 4»
RHL, 20
306
estos dos grandes maestros literarios. En los dos se da la circunstancia
de haber abandonado las Islas aún no formados, más niño
todavía Guimerá que don Benito; sin embargo, las investigaciones
tan valiosas de estos dos biógrafos nos van descubriendo, tanto en
el gran novelista español, como en el dramaturgo catalán, que no
fue indiferente en su obra la tierra en que nacieron ni la luz que
alumbró sus primeros pasos en la vida.
Séanos permitido aprovechar la mención que hace Pérez Vidal
del brigadier don Fausto del Hoyo, Segundo Cabo de la Comandancia
General de Canarias, enviado por su jefe, el mariscal de
campo don Jaime Carbó, a sofocar el movimiento surgido en Las
Palmas al triunfar los «moderados» en Torrejón de Ardoz, el 1843,
para dar algunas noticias de aquel bravo militar, al que le cupo la
poca suerte de figurar en este pequeño acontecimiento. Don Fausto
del Hoyo nació en Córdoba el 15 de febrero de 1781 y a los trece
años, el 1.° de septiembre de 1794, comenzó a prestar servicios
como cadete en los ejércitos de Guipúzcoa y Navarra en la guerra
con Francia. Formó parte luego de la expedición que al mando del
marqués de la Romana marchó a Alemania y Dinamarca; interviene
más tarde en varias acciones de nuestra Guerra de la Independencia
y es hecho prisionero por los franceses en el ataque al puente de
Nova, el 14 de abril de 1810, y liberado a su terminación en 1814.
Como primer jefe del regimiento de infantería de Cantabria y de la
división destinada al Mar del Sur, arribó a Chile el 26 de octubre
de 1818 y tomó parte en todas las acciones que se desarrollaron en
aquella provincia en el siguiente año; acreditó su valor e intrepidez
en el paso del río Vio-Vio y al atravesar el país de los indios
Araucanos, salvando a su división, pese a serias penalidades. El 3
de febrero de 1820 fue hecho prisionero por los rebeldes y permaneció
cerca de tres años en los depósitos de Santiago de Chile.
Tom6 luego parte destacada en la guerra carlista, fue ascendido a
brigadier de Infantería por su actuación en Santa Cruz de Campezo,
en 1833, y por su valentía en las acciones de Rigostes y Murquiza,
de 8 y 9 de abril del siguiente año, fue condecorado con la Cruz
Laureada de San Fernando. Subinspector general de todas las armas
del Ejército de Chile, Comandante General de Córdoba; es
nuevamente laureado, por su actuación en la defensa de Bilbao,
HEMEROTECA P. MÍIMICIPAII 307
Sania Cruz de Tanerlfg j
por R. D. de 21 de noviembre de 1836, y el ¿^ delmismo mes y año
es nombrado Seg^undo Cabo de ia Comandancia g'eneral de Canarias,
Subinspector de sus tropas y milicias y Gobernador militar de
Santa Cruz de Tenerife.
Éste era el brigadier don Fausto del Hoyo, que a sus sesenta
y dos años, pero si con un brillante historial militar, le tocó hacer
la «expedición> de 1843 a Gran Canaria. Dos años después muere
don Fausto en Madrid, en su casa de la calle del Desengrano 25, de
pulmonía, el 8 de marzo de 1845 (De su expediente, en el Arch.
Militar de Seg'ovia).
L. R. O.
ANTONIO DOMÍNGUEZ ORTU, La esclavitud en Cat-tilla
durante la Edad Moderna, en «Estudios de Historia
Social de España», II, 1952, páj^s. 369-428.
El autor nos da una visión de conjunto de 'la esclavitud en
España durante la Edad Moderna. Este tema, que ha interesado a
menudo en lo tocante a la Edad Media, sin embarco casi no ha sido
estudiado para la Moderna. De ahi el interés del artículo, como el
mismo autor expone en sus primeras lineas. Mas su verdadera importancia
estriba en los hechos concretos sobre la esclavitud en las
distintas regfiones que nos da el autor; pues, aunque hay una g^an
uniformidad, presentan algunas modalidades diferentes, típicas en
cada caso.
Aprovecha el autor todos los materiales disponibles, no sólo
documentos sino obras literarias y trabajos que pueden darle alguna
idea referente al tema. Estos últimos no los selecciona el autor con
mucho espíritu crítico. Por eso las líneas en que nos habla de los
indígrenas canarios llevados a la Península son desorientadoras; nos
hacen creer que la fuente utilizada para este párrafo no era adecuada.
Copiamos el pasaje aludido: «Juntamente con auténticos
negaros, también Uegfaron «n el siglo XV gran número de guanches,
a consecuencia de la conquista de las Islas Canarias; sólo en La
Palma hizo Alonso de Lugo 1200 esclavos y muchos más llegaron a
308
la Península de Gomera y Tenerife, hasta que la Corona se hizo
cargo de las Islas y dio fín a esta odiosa explotación».
Prescindimos de llamar guanches a los habitantes de las Islas
Canarias, como ha sido muy común, cuando ese apelativo sólo se
daba a los indígenas de Tenerife. No sólo Alonso de Lugo hizo
esclavos; desde los primeros viajes a las Canarias hasta la conquista
de Tenerife, última isla anexionada, se traficó con esclavos y, después,
ya colonizadas y paciácadas, continuó por un cierto tiempo
ese comercio. La Corona intervino en la conquista de las Islas, primero,
de una manera indirecta y luego, en las islas mayores, de una
manera directa. Así, pues, la Corona autorizaba este comercio; el
quinto de los cautivos era para los Reyes, que lo renunciaban para
ayuda del conquistador, con lo que se aplicaba la norma habitual
con los inñeles. Los Reyes Católicos se esfuerzan en hacer cumplir
los pactos concertados con algunos bandos indígenas y aun extenderlos
al conjunto de los sometidos.
En fin, observaremos que las citas no han sido hechas siempre
con exactitud; así en el libro de Münzer se ha unido el apellido al
título; pero el tema central es tratado de forma que este trabajo
servirá de guía en estudios posteriores.
Manuela MARRERO
JUAN ÁLVAKEZ DUCADO, La navegación entre los
canarios prehispánicos, en «Arhcivo Español de Arque-olojría
», XXIII, 1950. pp. 164-174.
Este problema de los posibles conocimientos marinos de los
aborígenes tiene que ser aludido por la mayoría de los que se inte-re^
n por ese pueblo; y así lo trata también Diego Cuscoy en su
eomunicación al Congreso de Roma, comentada en estas mismas
piginas. Aivarez Delgado le ha dedicado una atención especial,
tnaáifestada en conferencias y en este trabajo consagrado a dicho
tema. Si«nta con claridad que caalquier duda sobre el desconoci-miaste
de la navegación por parte de loi indígenas de las Islas en
los siglea de sa redescubrimiento y conquista está falta de fundamento.
De ^ra parte rechaza también con buen sentido el supuesto
309
de una población autóctona tan remota como las islas mismas; la
población tuvo, pues, que venir a través del mar, y la práctica
náutica que para ello necesitó o la olvidó luego, o no la tuvo nanea
en realidad, traídos los pobladores a bordo de naves conducidas
por otras gentes. Para abonar el primer supuesto insiste en las dificultades
de navegación en aguas de Canarias, especialmente para
remontar hacia el norte, y en general lo poco acogedor de las condiciones
de las costas canarias. Pero al fín parece inclinarse, claro
que hipotéticamente, por la segunda posibilidad: los canarios habrían
sido traídos por alguna o algunas naciones navegantes. Por
mi parte, me resisto a aceptar este punto de vista; creo inverosímil
que esos navegantes profesionales no dejasen claro testimonio de
su cultura superior y de su mismo arte marítimo. Quisiera admitir
la primera posibilidad: la llegada en artifícios marítimas rudimentarios,
luego totalmente olvidados. El interesante párrafo que dedica
Álvarez a la escasez de vocación marinera en los canarios actuales
sería valioso documentarlo con cifras estadísticas, que parecen fáciles
de conseguir.
E. SERRA
BUENAVENTURA BONNET Y RSVERÓN, El Santísimo
Cristo de La Laguna y ÍU caito. Publicado por la
Pontificia, Real y Venerable Eaelañtud d«l Santi^iíao
Cristo de La Laguna, La Laguna (Sania Croz de La
Palma), 1952, 228 págs.. 4."'-50 ptas.
Pulcramente impreso por la Imprenta Gutenberg, entonces aún
en Santa Cruz de La Palma, la Esclavitud del Santísimo Cristo de
La Laguna ha publicado ahora el trabajo del llorado histoñadOT
B. Bonnet, que mereció ser premiado en certamen abierto por la
Real Sociedad Económica de Amigos del País de Twierife en 1943.
Tres partes comprende la obra, aun cuando el autor la haya
dividido en cuatro: en la primera, hace el estudio de la Imagen del
Crucifícado que lleva el nombre de nuestra Ciudad; en la segunda,
historia el convento grande de San Miguel de las Victorias, desde
su fundación, en los mismos momentos de nacer la villa-capital de
la Isla, hasta su incendio en 1810; y en las otras dos relata el naci-a
¿i%
310
miento y vida de la Esclavitud y las fíestas que anualmente se celebran
el día de la Exaltación de la Santa Cruz. Termina con la
nómina de los esclavos mayores desde la fundación de la asociación
hasta el día, y avalan la edición diversas ilustraciones.
Sin duda, entre los numerosos trabajos que salieron de la
pluma del Dr. Bonnet, es éste uno de los más logrados. La gran
incógnita del origen y llegada a esta isla de la imagen del Santísimo
Cristo, que no ha podido ni puede ser resuelta definitivamente,
por la absoluta carencia de documentos del XV y el XVI que pudieran
servir de base, le lleva —y no podía hacer otra cosa— a
cotejar con el más fíno espíritu crítico los textos de nuestros historiadores
que han tratado del tema, y de su resultado y del análisis
de las características de la Imagen y de las letras que tiene en el
cinctus, Bonnet termina aceptando la afirmación de Moure sobre
la posibilidad de que esta talla haya sido traída a Tenerife el año
1520, fecha que, según el fallecido cronista de La Laguna, da un
manuscrito que perteneció a la Casa de Llerena y que pudo examinar;
y, por otra parte, considera Bonnet que esta imagen del
Crucificado bien pudiera ser una talla sevillana de la segunda mitad
del siglo XV.
Con la mayor ponderación y cuidado estudia luego el autor
las tradiciones y leyendas habidas en torno a esta Imagen y el relato
de sus milagros.
Las vicisitudes por que pasó el convento de San Miguel de
las Victorias las sigue el Dr. Bonnet partiendo del estudio de gran
número de documentos, tanto del archivo del mismo, como de
otras procedencias, y al igual que ocurre con la historia de la Esclavitud,
podemos aBrmar que nos hallamos ante un trabajo comísete
y definitivo, lo que no quiere decir, claro está, que así que
vayan siendo conocidos otros documentos hasta ahora ignorados
no sea posible ampliarlo, y rectificar algún supuesto.
Esta publicación, muy útil para el estudio los temas que aborda,
no excluye el interés que tendría la reedición del libro del P. Qui-rós,
de 1612, acerca de los milagros de esta venerada Imagen, bella
obra merecedora de su divulgación en reedición más cuidada que
la hecha en 1907.
L. R. O.
311
MARTIM MACHADO DE FARIA E MAYA JR., RefuiafSo
de urnas observafSes acerca de Gaspar Fructuoso, en
•Insulana> (Ponta Delgada, Sao Miyuel, Afores), VIII,
1952, 247-322.
El Sr. Faria discute sobre la personalidad y la obra del historiador
y literato autor de Saudades da Terra, vasta obra que incluye
principalmente una historia de las islas atlánticas, incluidas las
Canarias, a las que dedica un libro que es casi enteramente mítico
para los siglos«medios, pero con información original curiosa para
la misma época del autor, siglo XVI. M. de Sousa Meneses («Bo-letim
do Instituto Histórico da Ilha Terceira>, V, 1947) sostuvo la
total inutilidad de la obra y la pobreza intelectu^^l del autor, a lo
que replica cumplidamente el presente trabajo, al probar numerosos
errores de hecho en las bases de que parte su contradictor.
Nuestro juicio, como hemos apuntado, es que Fructuoso vale como
cronista contemporáneo, no como historiador retrospectivo, y que
le perjudica su condición de literato.
E S.
DACIO V. DARÍAS Y PADRÓN, LOS antigaos regidores
en Canarias, en <Hidalgruía>, II, núm. 5, Madrid, 1954
págs. 293-304 [Hay separata].
Destacamos este artículo que publica la revista madrileña «Hidalguía
», dirigida por el notable Cronista de Armas don Vicente de
Cadenas y Vicent, en atención a que trata de un tema interesante
para la historia administrativa y social de Canarias, por más que su
texto se limita a algunas consideraciones sobre el oficio de regidor
en las Islas, comparándolo con otros de la Península, y a dar sucintas
noticias de varios cargos de la vida local, como los de alférez
mayor y alguacil mayor, referente a los cuales menciona también
distintos titulares. En general, la orientación que se observa en
dicho artículo, a tono con el carácter de la revista, es en sentido de
poner de relieve que en las islas de señorío se cuidaba de la calidad
o linaje para la provisión de los empleos municipales, citando, en
312
apoyo de su tesis, cierto documento que ñgura exhibido en el expediente
de don Víctor Feo, para ingreso en la orden de Carlos III
(pigs. 295-296), extremo que resulta corroborado con el título de
reg^idor de La Gomera a favor de don José Dañas, en 1800, transcrito
en el Apéndice 2 y que se dice obrante en el archivo familiar
del autor.
Entre las cuestiones que toca, se halla la de los cabildos abiertos,
y al afirmar que los vecinos convocados no tenían voto resolutivo,
se refiere a otras opiniones sobre el asunto; pero es lástima
que no hagfa la oportuna cita de los escritores a que'aiude y a los
que juzga por tal motivo «acaso desprovistos casi todos ellos de
espíritu comparativo y menos de los principios de filosofía de la
historia» (pág. 2M). La verdad es que el trabajo no tiene citas bibliográficas,
y muy rara vez nombra algún archivo, lo que, unido a
ciertos comentarios, como el que hace sobre los actuales habitantes
de Santa Cruz de La Palma (pág. 301), le da un carácter de
divulgación.
Además se ve que no tuvo a la vista las fuentes, puesto que
incurre en bastantes equivocaciones que era fácil evitar con tal precaución.
Al hablar de las condiciones exigidas para ser regidor,
dice que «no había de tener en el Municipio ningún pariente
dentro del segundo grado», cuando se les obligaba a residir en él.
Seguramente quiso expresar que en el cabildo o en la corporación
municipal es donde no podía tener parentesco con los que desempeñaban
cargos administrativos.
La confusión más importante que padece en varios lugares de
tu trabajo es el afirmar que las regidurías renunciables no eran perpetuas,
pues ello está en contradicción con los reales títulos de regidor
y con las actas da los acuerdos de los cabildos de las islas de
realengo, que así las denominan. Por otra parte, el ejemplo que
etta como oficio tío perpetuo, o sea el de don Cayetano Peraza,
pertenecía a este capitular como sucesor de sus antepasados y era
fAtit» de mayorazgo por agregación de su abuelo paterno a uno ét i
tos vfncutos de su casa, en el testamento que otorgó ante el escH"
baño publico Juan de Morales en 1707, donde se demuestra tambt^
que taiea regidurías podían transmitirse mortis atusa, amplitud de
disposición qu« las hace sin duda más ventajosas para el titular que
313
las restring^idas exclusivamente al traspaso hereditario.^ Probablemente
el autor quiso emplear el término perpetuo como sinónimo de
juro de heredad, para diferenciarlas de las que podían renunciarse
en cualquier tiempo; pero, al negar el carácter de perpetuas a estas
últimas, se presta a caer en el error de equipararlas a las de las islas
de señorío, en que los regidores se nombraban generalmente por
muy corto plazo y siempre su duración a merced del señor o de su
administrador (págs. 238 y Apéndice 1).
En la nota 3 de la pág. 298 abundan las inexactitudes, pues
dice que don Baltasar Peraza de Ayala fue administrador general en
Tenerife del mayorazgo de los antiguos Adelantados de Ginarias,
cargo que jamás ejerció, sino que, por el cbntrario, siguió contra
de dicha casa largos litigios;^ que don Alonso del Hoyo Solórzano,
conde de Siete Fuentes, era descendiente de dicho «prohombre
tinerfeño», cuando lo fue de un hermano de éste, llamado don Francisco
Antonio; que «una linea menor de esta familia ha reivindica*
do de poco acá el uso antiguo del apellido de Peraza de Ayala»,
en recuerdo de su remoto entronque con los condes de La Gomera,
cuando el mismo autor cita a 4icho don Baltasar, fundador de k
casa de La Lajuna en el sigilo XVllI, con los apellidos de Peraza y
Ayala. Tampoco es cierto que el licenciado Tabares de Cala fuese
regidor perpetuo por juro de heredad, aunque el ofício que sirvió
fuese de tal carácter, pues no fue regidor en propiedad sino ünicaf
' «ítem dig'o que por quanto tengo particular amor y amistad a don Balthazar
Antonio Gabriel... y ha de subseder en el vínculo que fundó el Capitán don Balthazar
G¿mex Oramas, hermano que fue de dho. mi suegro... el qual Reximiento
quiero y ei mi voluntad que quede unido e incorporado a dho. vínculo y no se pueda
jamás vender... y desde luego para quando subseda mi fallecimiento renuncio el dho.
Oficio en el dho. Dn. Balthazar, mi hijo, y suplico a su magestad (Dios le Guarde) se
sirva avilitarle al exercicio y uso dál. Y la condición referida de dha. agregación de
dho. reximiento se a de entender hasta averse estinguido toda la subseción y descendencia
de los dhos. mis hijos...» Testamento del capitán don Francisco Perasa
de Ayala Castilla Herrera y Rojas, regidor perpetuo de Tenerife, ante el «scrib—o
de Los Realejos Juan de Morales, el 30 de septiembre de 1707.—Archivo de Protocolos
de La Orotava.
' GUILLERMO CAMACHO Y PÍRIZ-GALDÓS, La Hacienda de los Principes^ La La-funa,
instituto de Es^dios Canarios, 1943, págs. 71-72.
314
mente por el tiempo que viviese el dueño de dicha regiduría don
Fernando Arias de Saavedra, e incluso fue desposeído en una ocasión
del cargo, al ordenarse que las regidurías fuesen desempeñadas
por sus propietarios.^
Asimismo no se ajusta a la realidad el consignar que el notable
poeta don José Tabares Bartlett fue gentilhombre con servidumbre,
pues este honor estaba reservado a los Grandes de España y a sus
primogénitos.
En el Apéndice 2, consistente en la copia del título de regidor
de La Gomera expedido a favor de don José Darías, se observa un
formulismo distinto al de los demás nombramientos que hacia el
administrador de los señores de aquella isla, pues en los que tenemos
a la vista no se emplea la fórmula «y otros títulos», ni se
añade a la circunstancia de calidad la de «linaje y servicios de sus
antepasados», todavía más extraño el detalle tratándose de un despacho
de fecha algo reciente, como es el año de 1800. Tal vez no
se trate de una transcripción del original.
En cambio, salvando el error de calificar de perpetuas las regidurías
renunciables, estimamos no exenta de utilidad la materia del
Apéndice 1, o sea la nónima de las personas que en 1829 tenían
derecho a oficios de regidor en Tenerife, si bien, aun aquí, se advierten
confusiones, y ni siquiera está completa, puesto que se omite
al regidor don Francisco de León Huerta, recibido en 1804.
José PERAZA DE AYALA
GUILLERMO CAMACHO Y PÉREZ GALDÓS, La Iglesia de
Santiago del Realejo Alto, en <EI Museo Canario», Las
Palmas, núms. 33-36, 1950 [1954].
Este interesante estudio monográñco, debido a la diligente investigación
de Guillermo Camacho, debiera ser ejemplo que cundiera
entre aquellos estudiosos que se hallen en circunstancias
* TOMÁS TABARU DI NAVA, La Cana de Tabares en La Laguna, La Laguna,
Real Sociedad Ec*n¿mica de Amibos del País de Tenerife, 1949,pá2s. 107-108 y 112.
315
propicias para emprender una labor similar con cada una de las
diversas isflesias de las Islas que merezcan ser objeto de ella.
Camacho estudia en las fuentes el origen y desarrollo de la
iglesia de Santiago, deshace antiguos y difundidos errores, sitúa
documentalmente fechas y acontecimientos y sigue los pasos de las
vicisitudes artísticas, administrativas y jurisdiccionales del templo,
que ya existía probadamente en 1502. Queda aún por determinar la
fecha en que fue erigido en beneficio.
Hace referencia a las antiguas cofradías y a sus funciones especificas,
algunas de las cuales cumplían importantes fínes sociales,
a más de los espirituales comunes a todas.
Continúa con el templo actual y sus diversas etapas constructivas,
a través de los libros de fábrica, los retablos y las imágenes, el
coro y el bautisterio, el tesoro y ornamentos. Termina con un apartado
dedicado a las ermitas del término. Añade, por último, un
apéndice documental.
Al felicitar al autor por tan importante aportación al estudio de
nuestro tesoro monumental y artístico, le animamos a continuar y
completar su labor investigadora con las iglesias del Realejo Bajo.
S. F. BONNET
ALFONSO AKMAS AVALA, ¿FU* Fr. Juan Ptnua
obispo de Canarias?, en «El Museo Canario» n.* 23-24,
Las Palmas de Gran Canaria, julio-diciembre de 1947.
A base en un memorial que el deán y cabildo catedral de Canaria
dirige a S. M. en 17 de enero de 1523 y la lista de obispos dada
por Viera y Clavijo, Armas Ayala plantea el problema que sirve de
título a su trabajo, sin resolverlo definitivamente; aunque, ante las
sospechas de Maffiotte, las rectiBcaciones de Viera y el silencio del
memorial, parece inclinarse por la inexistencia de tal obispo.
Está fuera de duda el que a la muerte del obispo Vázquez de
Arce, ocurrida en Sevilla en 1522, sucedió en la sede canariense
don Luis Cabeza de Vaca, nombrado en 1523, de la que tomó posesión,
por poder, en 14 de octubre de dicho año.
316
En este interregno de vacación, en mayb o junio de 1522, aporta
a Gran Canana Fr. Vicente Peraza, obispo de Tierra Firme, por
haber sido asaltado por piratas franceses el navio que lo conducía
a Indias. Durante su estancia forzosa en la isla, llevado de su celo
apostólico y con el beneplácito del cabildo catedral, efectúa la
visita a las iglesias y ejerce oficios pontificales; satisfecho éste con
la actuación de Fr. Vicente, solicita del Emperador, en el referido
memorial, que lo nombre obispo de Canarias.
De Fr. Juan Peraza no hay rastros en las actas capitulares; fue
utta para invención o error, que perduró, al copiarse cronistas e
historiadores unos a otros. Hay que borrarlo definitivamente del
episcopologio canario.
S. F. BONNET
BUENAVENTURA BONNET, El problema del «Canarien*
o *Libro de ¡a Conquista de Canariae», en «Revista de
Indias», IX, Madrid, 1949, pp. 665-729 [Hay separata,
y apareció de hecho en 1951].
Cuando la muerte se llevó de nuestro lado al constante amigo
y colaborador que fue Buenaventura Bonnet, quedaban varios trabajos
suyos publicados que no habían sido todavía reseñados en
etta Revista, que fue tan suya. Todavía hay que añadir los postumos,
esto es, los que han visto la luz pública o la verán después de su
defunción en 1951. En la revista del «Instituto Gonzalo Fernández,
de Oviedo», donde colaboró a menudo, salió este estudio del
Canarien, tema caro para él y al que había dedicado varias veces
«rtfeulofl periodísticos más breves o ligeros que el presente, y también
capítulos en obras mayores, como la vida de Béthencourt, que
(•rzommente rozaba estas mismas cuestiones de fuentes. De ahí
q«e tas conclusiones y los argumentos aquí manejados no sean ya
nuevo* «ntre los lectores habituales de sus trabajos.
L« tens de Bonnet es la de la división de la crónica en tres
partes independientes, en lugar de dos, que era lo aceptado. Una
primera parte, para la que afortunadamente tenemos el Ms. original
(o una copia más o menos fiel), es debida al monje Boutier, y
317
no es sino el texto conservado en el Museo Británico. Al quedar
señor indiscutido Juan de Béthencourt, y hasta su defínitivo
embarque para Francia, un amanuense suyo desconocido, de todos
modos otro que el presbítero Le Verrier, prosiguió la narración
de la conquista. Este texto tampoco era idéntico al que se nos ha
conservado en el Canarien de Juan V y en el impreso moderniza-do
por Bergeron; esta obra era una falsificación perpetrada por el
sobrino del conquistador hacia 1482, basada en las dos crónicas
auténticas: la de Boutier, hallada de nuevo, y la anónima, del todo
perdida. En fin, el resto del Canarien, desde la partida del conquistador
de Canarias hasta su muerte, ni siquiera tiene una base
auténtica cualquiera: esta tercera parte es completamente falsa.
Dedica luego un capítulo a la bibliografía de esta crónica o
crónicas: sus copias, sus editores y sus comentaristas. Rectifícaré
de paso el lapsus de la pág. 676, al traducir née por 'hija de', y la
completa confianza que concede Bonnet al texto impreso por
P. Margry.
Copia Bonnet las palabras tan taxativas del códice de Londres,
en que se declara que ambos religiosos son autores de la obra
hasta 19 de abril de 1404, día en que llegó Béthencourt de España,
y de ahí en adelante vino el escrito a otras manos, que la continuaron
con verdad hasta el fin de </eurs conquestes», con lo que
sigue refiriéndose a la empresa común o separada de ambos caudillos,
Béthencourt y de La Salle. Pero extrae la consecuencia
contradictoria de que el autor único fue Boutier.
Para alcanzar esta misma tesis. Torres Campos había aducido
que Le Verrier es mencionado en el texto en tercera persona en
alguna ocasión; y aunque Bonnet trata de invalidar esta afirmación,
basándose en un error de copia de la edic. Margry, que él toma
como exacta, y de la que resultaría que el presbítero aludido se
llamaba Auberbosc, no por ello vuelve a Le Verrier al lugar que le
corresponde junto al monje Boutier. No sigue en cambio a La Ron-ciére,
que atribuía todo el resto del Canarien a Le Verrier. La
falsificación, dice Bonnet, se realizó mucho después de su tiempo.
El Ms. de Juan V, el Canarien tradicional, es luego severamente
estudiado como «la mayor faltifícación que se conoce». Se
acepta la fecha sugerida por Major, no la de 1501, supuesta por
318
otros, y se establece un prolijo cotejo con el Ms. de Londres.
Cree también muy adulterada por Juan V la segunda parte, debida
al amanuense anónimo; pero es difícil aquí discriminar estas alteraciones,
por falta de documentos.
En cambio, para la tercera parte, tenemos las pruebas para hallar
constantemente fraudulenta la narración del Canarien. Comienza
Bonnet por señalar la fecha de 1406, en lugar de 1404 del
prólogo original, que da un margen de tiempo suficiente para hacer
posibles las andanzas de Béthencourt por Castilla, Italia y
Francia. Son conocidas las otras falsedades del obispo concedido
por Roma, la estancia de Enrique III en Valladolid, del regreso de
Le Verrier a Normandía, etc.
Esperamos en Dios que no ha de tardar en aparecer una edición
digna de esta crónica, auténtica o adulterada, y con ella un
estadio de un compañero nuestro con puntos de vista originales y
en parte discrepantes de los del inolvidable B. Bonnet.
E. SERRA
SERGIO F. BONNET, AntSo Gortfalves, Gobernador g.
Capitán General de Langarote (1448-49), en <E1 Museo
Canario», IX, 1948, n.° 25/26, pp. 17-42.
Estudio de este episodio de la lucha de los lanzaroteños para
emanciparse del señorío feudal; y con esta ocasión estudio también
de la figura del capitán portugués que efímeramente detentó la capitanía
de la isla en nombre de su señor el Infante don Henrique.
El tema era conocido y el autor no ha dispuesto de documentos u
otros materiales históricos inéditos o que no fueran ya utilizados
Mttes. Pero ha hecho de ellos un uso más completo o exhaustivo
del que se puede ver en trabajos de conjunto anteriores, que cita.
Precede al estudio propiamente dicho del aludido episodio y personaje
una acertada visión general de la política expansiva del
Infante, de sus móviles y resultados. Un mapa esquemático sirve
para localizar los viajes del capitán Gonfalves.
Aparte la utilidad divulgadora, no ha estado al alcance del
319
autor, diligente investigador de nuestra historia en sus archivos,
aportar datos nuevos. No existen para esa época en Canarias. En
Portugal, si los archivos notariales han tenido mejor suerte que en
Castilla, es probable que todo ese mundo de hombres emprendedores
que crearon el imperio portugués pueda ser algún dia
biografiado, con mayor detalle.
E. SERRA
CHARLES VERLINDEN, Les influences medievales dans
la colonisation de FAmérique, México, Sobretiro del
n.° 30 de la «Revista de Historia de América», diciembre
de 1950.
ÍDEM, Le probléme de la continuité en histoire
coloniale. De la colonisation médiévale a la colonisation
moderne, en «Revista de Indias», XI, Sevilla, 1951,
págs. 219-236.
ÍDEM, Colomb et les influences medievales dans la
colonisation de F Amérique, Genova, Convegfno inter-nazionale
di Studi Colombiani, Estratto dal vol. II di
«Studi Colombiani», 1951.
ÍDEM, Deux aspects de F expansión commerciale du
Portugal au moytn age, Coimbra, Faculdade de Letraa
da Universidade, Separata da «Revista Portugueaa de
Historia». IV, 1947 (public. en 1951].
ÍDEM, Le inflaenze italiane neUa colonizzatione ibérica
(Uomini e metodi), Roma-Napoli, Estratto da
«NuovB Rivista Storica», XXXVI, 1952.
ÍDEM, Italian influences in Iberian Colonixation,
Reprinted from «The Hispanic American Historical
Review». XXXIII, 1953.
Serie de trabajos breves que tienen un fondo o texis común,
por lo que vamos a comentarlos en junto. Desde luego, entre ellos
hay algunos en que se estudia el tema con cierta detención y aportación
de hechos, además de la abundante referencia bibliográfíca
que acompaña a todos. El resto son más bien piezas de una campaña
de divulgación y propaganda de una doctrina histórica y de un plan
internacional de investigación que el autor desea organizar. La
doctrina es la de la dependencia directa de las instituciones y prác-
320
ticas coloniales americanas de las que la Europa medieval había ya
concebido y aplicado en el caso de las colonias latinas de Levante;
y que tanto en esta primera colonización europea como en esta
transmisión de métodos e instituciones el principalísimo papel corresponde
a los italianos, y de entre ellos a'los genoveses. La organización
que ha tratado de crear Verlinden es un Instituto Internacional,
o un acuerdo de varios grupos de estudiosos nacionales, para
realizar el estudio de estos fenómenos según un plan común y en
todos los lugares donde se halle documentación atinente, a fín de
salir del terreno de las generalizaciones y los supuestos y entrar
en el de los hechos y las individualidades concretas que han realizado
el proceso estudiado. Distingue un triple campo de estudio a
explorar: el de las preparaciones, esto es, el estudio de las circunstancias
previas que hacen posible en el momento dado la realización
de la obra inmensa de la exploración y colonización del mundo;
segundo lugar, el estudio de l&s filiaciones, de cómo por ciertos caminos
y personas concretas se realiza esta obra partiendo de bases
anteriores conocidas; en fin, las adaptaciones, o sea la forma en que
las instituciones europeas, medievales en suma, evolucionan para
servir las nuevas .necesidades o las nuevas circunstancias en que
ahora reaparecen. En efecto, Verlinden hace observar que las líneas
generales del proceso casi se dan por aceptadas por los autores
sin prueba o discusión especial. Lo que hay que hacer ahora es
concretar en lugar de contentarse con asensos vagos y generales.
Del interés de semejantes problemas para nuestro propio campo
de estudio parece innecesario tratar, hallándose estas Islas,
geográHca e históricamente, en mitad mismo del proceso. Ellas
aparecen para Europa en la avanzada de los descubrimientos y
navegaciones del Renacimiento, y son para Castilla (y aun para toda
Europa) el primer ensayo de colonización atlántica, y luego el
puato obligado de recalada de todos los descubridores, el pilar
o«otral del puente atlántico. Así lo ha comprendido también Ver-linden,
y en casi todos estos estudios dedica un espacio variable a
l u dreuDstancias del establecimiento de la economía colonial canaria,
con la conquista de las islas mayores financiada, en parte aeaso
principal, por ci^italistas genoveses, y la consiguiente explotación
azucarera, liecfaa posible también por capitales de la misma proc«-
sai
dencia. Es se^ro que si llegamos a poder establecer detallada»
mente las formas, los métodos segfuidos en estas inversiones, ha*
liaremos útiles gradaciones entre la práctica medieval y las de la
Edad Moderna.
Para este momento canario, del paso del mundo económico
mediterráneo al mundo atlántico, se vale Verlinden de los trabajos
de Wolfel y de la escuela histórica canana, y principalmente del
breve articulo de Manuela Marrero sobre los sfenoveses en Tenerife,
que califica de excelente y desea verlo ampliado y continuado.
Será un honor para dicha investig:adora y para los demás que
aquí trabajamos poder contribuir, en la medida de los materiales
de que disponemos y del ritmo de nuestra labor, al suministro de
los datos concretos que el autor desea para fundar sólidamente y
matizar sus conclusiones. Leemos con interés sus avances, que tales
pueden considerarse los trabajos que aqui comentamos: los dos
primeros, además de exponer la doctrina histórica que arriba hemos
tratado de resumir, previenen contra vicios de procedimiento en
que se ha incurrido en esta materia; ni el estudio externo del desarrollo
colonial ni el interno o institucional de esas mismas colonias
son suficientes, si no se supera el prejuicio nacional, la tendencia
a estudiar el proceso de colonización por cada nación europea,
como hecho independiente de las demás; y también precisa superar
la distinción entre medieval y moderno, tomados a menudo como
compartimientos estancos. La Edad Media se prolonga al otro lado
del Renacimiento y de los Océanos y toda la vida colonial de la
Edad Moderna es «Antiguo Régimen».
En el tercer trabajo, sobre los títulos y la actuación de Colón
y los suyos, se nos presenta el sugestivo ejemplo de la lucha entre
las concepciones feudales del gran descubridor y las necesidades
cesaristas de sus patronos los Reyes Católicos. Sobre la expansión
medieval del comercio lusitano, tema propio e independiente en
parte del general que comentamos, se ocupa Verlinden en otro
opúsculo más fuerte, de 49 páginas, que versa sobre la presencia
portuguesa en Harfleur y Middelbourg, puertos del norte-atlántico;
pero precede a este estudio particular una exposición del problema
general de los precedentes marítimos ibéricos, necesarios para
comprender la expansión del siglo XVI.
BHL.21
322
Los dos trabajos sobre la influencia italiana en la colonización
ibérica parecen una introducción previa, y a la verdad indispensable,
del articulo, ya clásico, de Roberto López // predominio eco-nomico
dei Genovesi nella Monarchia Spagnola («Giornale Storico
e Letterario della Liguria», Genova, anno 1936). Brevemente en el
publicado en América, con notable extensión en el otro (17 págs.
tip.), que es resumen de una serie de conferencias dadas en Italia,
se expone el estado de la cuestión y las esperanzas de completar la
información en un futuro inmediato. Dos páginas por lo menos se
consagran al episodio canario de este problema histórico general.
En fin, permítansenos algunos reparos de hecho, o de detalle.
Creo erróneo hacer arrancar la expansión colonial portuguesa del
viaje de 1341, en tiempo de Afonso IV. Hemos insistido en que,
por lo que hace a Canarias, fue un episodio aislado, sin continuidad.
Si representó también presencia portuguesa en otras islas
atlánticas, ocurrió lo mismo, y seguramente por la misma causa: se
salió con propósito de conquista, no de colonización, y al no hallar
nada que conquistar con promesa de botín se consideró la empresa
ruinosa y se abandonó. Tampoco es justo decir que Castilla se interesa
por las Canarias desde mitad del siglo XIV, a base, supongo,
de la mera protesta diplomática de 1345 ante el papa Clámente VI,
éste sí verdaderamente preocupado por las Islas. No conocíamos
la naturaleza genovesa de Pero Fernández Cabrón. Que la colonización^
portuguesa no fue, al inicio, del tipo de monopolio regio,
lo dijo ya elocuentemente Oliveira Martins y, tras él, todos. En este
aspecto no hay descubrimiento, sino simple precisión o aportación
de pruebas de parte de la Señora Fitzier.
Ha sido lástima que no haya conseguido el profesor Verlinden
las cooperaciones económicas indispensables para estructurar >u
vasto plan de investigación supranacional. Tal vez se consiga en
otro momento; pero ya desde ahora es probable que, aun sin una
organización concreta, se produzca espontáneamente una cooperación
de trabajos que tiendan a suplirla y que sea justa recompensa
•1 saber y U tenacidad del ilustre invertigador belga. Por nuestra
modesta parte se pondrá la mejor voluntad en ello.
E.SERRA
323
JoXo MARTINS DA SILVA MARQUES, Detcobrimtnlo»
portugueses. Documentos para a sua historia publicados
por—— •. Lisbo», Edi^io do Instituto
para a Alta Cultura, 1944, Vol. I (1147-1460), 744 pp.
más 30 taUmpn»; Suplemento ao vol / (1057-1460), 720
pp. más 3 estampas. Ambos vols. en fol. menor.
Ya no es ocasión de hacer la reseña, como novedad, de esta
lujosa, espléndida obra. Pero no queremos dejar de incluirla en
este repertorio bibliográfico de REVISTA DE HISTORIA, porque será
aquí poco o nada conocida y como agradecido acuse de recibo por
la donación que de ella nos fue hecha hace ya algún tiempo.
Este repertorio documental, concebido al parecer en plan exhaustivo,
contiene toda clase de piezas documentales y algunas narrativas,
ilustradoras de la historia de las navegaciones portuguesas.
El vol. I forma una serie cronológica de documentos íntegros; otra serie
abre el vol. Suplemento, cada una de ellas seguidas de un Aditamento
de piezas olvidadas. Todavía en el Suplemento va otra copiosísima
serie de documentos sólo extractados. Esta multiplicidad
de series haría difícil la busca de cualquier materia o pieza concreta,
si no fuera por los magníficos índices alfabéticos que contiene;
claro que independientes para cada volumen. La fecha tope, la de
la muerte del Infante Navegante, incluye gran parte de la presencia
lusitana en Canarias, y así podemos aquí ver publicados, en
forma cuidadísima, documentos fundamentales de nuestra historia:
la relación de Recco, las Alegaciones de Alonso de Cartagena, los
toitos del Infante. Naturalmente no está todo, y si su propósito fue
en realidad exhaustivo, tendremos que suponer que desconoce las
cartas de Juan II de Castilla, conservadas por Las Casas, y ciertas
piezas de la Información de Cahitas que se refieren directamente a
las hazañas portuguesas (aparte las declaraciones testifícales que
caen fuera de la fecha escogida).
Un marbete añadido al vol. I promete para pronto una Introducción,
en la que se expondrá el plan del trabajo y serán estudiados
los documentos, que ahora lo son solamente en su forma
externa. No sabemos si esta Introducción ha sido publicada, pues
00 ha llegado a nosotros; acaso demasiado ambiciosa, si incluye el
324
estudio de esa ingente masa documental, su falta perjudica mucho
a la obra en cuanto no sabemos los propósitos del autor y la amplitud
o restricción de su campo de trabajo. Así se nos ocurre que
si bien se publican documentos de muy variado origen, la gran
mayoría son documentos reales o públicos, procedentes de la Cancillería
portuguesa, y parece que faltan del todo las actas privadas
procedentes de las escribanías o notarías. ¿No existen en Portugal
esos depósitos documentales? ¿Afligió a ese país la misma siniestra
suerte que a Castilla?
El esfuerzo que semejante obra representa es gigantesco y explica
bastante que en su publicación no se haya podido proceder
con más orden o previsión. Tanto más, que aun saliendo bajo los
auspicios del Instituto para a Alta Cultura, no es una obra colectiva
sino rigurosamente personal, del Sr. da Silva Marques, ya que
cuando algún punto se debe a algún colaborador se hace constar
con todo detalle. Deseamos fervientemente que el autor pueda proseguir
su titánico trabajo y alcanzar en otros volúmenes fechas más
bajas, en las que acaso hallaríamos más novedades que interesasen
nuestro punto de observación.
Elias SERRA
DOMINGO PÍREZ MINIK, Antología de la Poesía Canaria,
I, Tenerife, Santa Cruz d« Tenerife, Goya, 19S2,
400 págri.—100 ptai.
Hacer una antología poética es siempre tarea ingrata y difícil.
Mucho más si se trata de hacerla con poetas próximos a nosotros o
conocidos nuestros. Todavía se complica más la tarea si, como el
Sr. Pérez Minik pretende, se quiere hacer no una simple antología
seleccionada de unos cuantos poetas representativos de una época
determinada, sino una antología que lleva todo el trabajo de una
clasifícación y una ordenación que pertenecen de lleno a la Ciencia
Litenria.
Hemos de tener en cuenta todo esto para hacer aquí un somero
juicio y aprecio de la labor llevada a cabo por el Sr. Pérez
325
Minik en su Antología de la Poesía Canaria. ¿Poesía canaria?
Hemos de confesar que ésta, con ser una expresión tan concreta
al parecer, se refíere en realidad a algo inexistente. Pero no podemos
extendernos en ello, pues el mismo antologista, en su introducción,
reconoce la dependencia de esa poesía isleña de la española
(pig. 14), aunque, claro está, con sus matices peculiares, como
de otra región española cualquiera. Menos clara está su afirmación
de que «siempre hemos creído que Gran Canaria es una isla barroca,
porque sí, mientras que Tenerife es la isla clásica, también porque
sí» (págf. 15). Claro que ante ese «porque sí» no hay polémica
posible. La verdad es que cada una tiene su barroquismo y su clasicismo,
o mejor, las dos islas viven en equilibrio de tendencias
antitéticas de mar y montañas, de playas y nieves, de llanos y volcanes.
Esto ya lo vio para Gran Canaria don Joaquín Artiles en
sus Lecciones de Literatura Canaria (1942).
Hemos de recordar también que el autor de esta antología
reconoce su «escaso valor académico, profesional y erudito», y su
confesión de que hace una antología «medio subjetiva, medio teórica,
como tantas otras que hoy se publican» (pág. 15). Esto nos
inclina, por un lado, a ser indulgentes con ciertas faltas de prepa-ción,
de rigor científico, de selección, y por otro lado a ser severos
con la pretensión de hacer no una antología subjetiva, pues la selección
poética es imposible haperla sin poner nuestro gusto, sino
de que quiera ser teorética, que es precisamente la que necesita
mayor preparación, como vemos por ejemplo eñ la publicada para la
poesía española e hispanoamericana en las ediciones de la «Revista
de Filología Española» por Federico de Onís. Y esta dase de antologías
sólo se consigue hacer bien muy pocas veces y tras muchos
esfuerzos, como lo prueba la excelente obra de Onís.
Así es que tenemos que negar la afirmación del autor de que
ésta es una antología «como tantas otras». No. Yo creo que el
antologista ha querido hacer una obra distinta y mejor que otras.
Claro está que si la comparamos con las hechas en otros campos,
quizás no haya conseguido su propósito, pero dentro de nuestro
terreno solitario hemos de recibirla como un laudable esfuerzo para
llenar un hueco hace tiempo vacío. No se ha llenado del todo, ni
•e ha hecho adecuadamente, pero se han colocado los cimieptoa
326
de un edifício que será muy útil a los futuros gustadores y estudio*
sos de nuestra literatura.
Nuestro antologista divide la poesía contemporánea en Tenerife,
que comienza en 1878 con la publicación def poema de
Estévanez y la «Revista de Canarias> y termina justamente en 1936,
con el corte brusco provocado por la guerra civil española, en tres
ciclos que titula y subtitula La Laguna y sus poetas; Modernismo y
evasión y Santa Cruz y sus poetas. Subversión y vitalismo. Creemos
acertada la fecha clave de 1878 como el comienzo. Más dudosa
es la fecha de 1936, pues vemos prolon^farse y evolucionar
las mismas tendencias iniciadas antes de la s^uerra, como se observa
en los poetas clasificados por el Sr. Pérez Minik en el segfundo y
en el último período. Por ejemplo, el caso de Pedro Pinto de La
Rosa, que logara su plenitud de acción con la revista «Mensaje >, y
el de Francisco Izquierdo, que en realidad se aparta de su período
cronológfico, colocado violentamente en el último ciclo, porque
trata temas de Santa Cruz, aunque en su obra no escasean tampoco
los de La Lagfuna, como el dedicado al Camino de San Diego y a
La calle de las acacias.
En cuanto a los ciclos de temas y desarrollo cronológico no se
nos presentan claros ni bien definidos. Ha acertado con la primera
escuela regional y la importancia de La Laguna en la formación de
la poesía contemporánea de Tenerife y con haber señalado luego
la evasión hacia el modernismo (no bien comprendido); pero es
más confuso el ciclo de poetas de Santa Cruz, que —según nos los
presenta el antologista— es sólo un grupo caótico de poetas que
unas veces se inclinan hacia el dadaísmo, otras al superrealismo o al
creacionismo, siendo, en este aspecto, quizás, Gutiérrez Albelo el
más representativo. Como dice muy acertado el antologista: «Refleja
muy bien las alzas y bajas, en el mundo del espíritu, de la sociedad
española de estos lustros> (pág. 295). Acaso la confusión
de este último ciclo proceda de la índole del mismo y de no haber
•tendido el Sr. Pérez Minik al método de las generaciones, que
•uele arrojar alguna luz en la clasificación y evolución de las diversas
tendencias de un grupo generacional de poetas o escritores,
que no pueden sustraerse a los hechos claves de su tiempo, teniendo
siempre en cuenta los imponderables, que en poesía se elevan
327
a IB décima potencia. Porque el poeta vivo —y el autor de esta
antología incluye en ella a varios— es una sorpresa continua que
fluye sin cesar hacia la eternidad o hacia el abismo.
No obstante, de las introducciones que el Sr. Pérez Minik hace
a los supuestos ciclos de la poesía de Tenerife en nuestros tiempos,
se pueden extraer interesantes conclusiones, aunque el autor no
ponga mucho empeño en hacerlo notar. En efecto, de en medio de
sus divagaciones fílosófico-literario-culturales, de las que abusa sin
sacar resultado práctico, se deduce la importancia que tienen las
revistas en la formación de los poetas tinerfeños: «Revista de Gina-,
rias», «Castalia», «Hespérides>, «Cartones», «Gaceta de Arte»,
«Mensaje» y hoy «Gánigo», que son otros tantos jalones que reúnen
en su contorno a casi toda la poesía del momento en que
surgen. Lo mismo puede decirse de los juegos florales, tan típicamente
provincianos y decimonónicos, y, por último, la importancia
que tienen determinados poetas que, dentro de sus grupos, forman
los polos de los ejes, en torno de los cuales giran los demás. Asi
son Zerolo-Tabares, Verdugo-Rodríguez Figueroa, Pinto (que según
el autor pertenece al anterior grupo)-Gutiérrez Albelo.
Mucho menos claramente están expuestas las tendencias temáticas
esenciales de la poesía tinerfeña: aislamiento e intimidad,
que en Tenerife es poesía de tierra adentro, más que posición negativa
frente al mar; universalismo y cosmopolitismo, no claramente
defínido; el guanchismo, ya señalado por todos los críticos, cuya
diferencia con los poetas de Gran Canaria salta a la vista. Recoge,
sí, las poesías depuradas de este tema en Pedro García Cabrera,
Cara y cruz de un mencey, pero se nota la continuación del tema
puramente romántico. Señala también las tendencias marinas de
toda poesía de las tierras canarias, pero no alude a las claras relaciones
de la poesía de Matías Real y de Francisco Izquierdo con la
de Tomás Morales.
No profundizaremos en la selección que el antologista hace
de los distintos poemas reproducidos en esta obra, muchos de ellos
salidos por primera vez a la luz pública, lo cual debemos agradecer
al celo y cuidado del Sr. Pérez Minik, que nos ha dado a conocer
bellas composiciones que por distintas causas sus autores tenían
inéditas; pero podemos hacer notar que, por ejemplo, WesterdaU
328
es un formidable critico y polemizador de arte, pero que su titu'
lo de poeta no Justifíca la cantidad de páginas que le reserva a
su obra; que Domingo López Torres no pasa de ser sino una
promesa bien granada; sin embargo está justificada, a mi modo de
ver, la inclusión de Juan Ismael, que es sin duda poeta antes que
pintor, que, como señala el Sr. Pérez Minik, fue a la pintura por
un impulso poético.
Si con nuestro espíritu de crítica hemos encontrado unas cuantas
faltas que señalar, no cabe duda que son muchas y excelentes
las cualidades de esta antología, que la hacen una obra útil y utili*
sable a todos los investigadores de nuestra poesía y también a los
que por pura recreación quieran tener una idea y gustar al mismo
tiempo de algunas de las más bellas composiciones que han surgido
en l u tierras occidentales de este Archipiélago.
Sebastián de LA NUEZ
JUAN ÁLVAREZ DELGADO, Nuevo» canariimos, en
«Revista de Dialectolog^ia y Tradicionei Populare»», IV,
pági. 434-453, Madrid, 1948.
Con estas 20 páginas suplementa el Dr. Álvarez Delgado las
31 que en la misma revista y con el titulo Notas sobre el español de
Canarias había publicado en 1947, págs. 203-235. De aquéllas tuve
ocasión de ocuparme extensamente en nuestra REVISTA DE HISTORIA,
XIV, 1948, 478-438; «Uí expuse mis apreciaciones de conjunto
y algunas de detalle, y no es cosa de volver sobre el tema ahora.
Según el autor, se trata sólo de «añadir algunas nuevas aportaciones,
sugeridas unas por estudios recientes, y otras olvidadas en
aquella reseña [el artículo de 1947]». Y así se ocupa de chicanuda
f ehicanos; bichoca; gavia y garuja; picarosa; guelfo y majalulo; cha-
¿neo, chafumo y otros; umbría y perenquén; tabefe y tabique, y un
resumen final titulado Caracterización dialectal insular.
Acerca de chicanuda y chícanos concluye el Dr. Álvarez que
hay que reaunciar por ahora a fíjar una etimología; aunque, por el
contexto, él se inclina a ver un posible recuerdo aborigen. ¿No
329
serla mejor, dado el silencio de testimonios contemporáneos de la
conquista apropiados, y su documentación recientísima, ver en esas
dicciones una creación moderna, acaso una formación personal?
Supone el Dr. Álvarez que, con respecto a picarosa, «debe
haber otras variantes regionales arrinconadas, que aún no han sido
registradas en los textos». En efecto, lo confírman las numerosísi-mas
formas recogidas en distintos vocabularios dialectales, p. e.
picutína, picorota para El Bierzo; picota para Andalucía; picarote,
para Felechosa (Asturias), etc.
Ante la voz garujo y su afín gané, el autor se muestra circunspecto,
e indica la necesidad de «estudiar la geografía de la forma
portuguesa canija y del canarismo garufa [aproximación dada por
Wagner ya en 1925 (RFE, XII, 83)], y sus paralelas en otros dialectos
hispánicos, para ver si nos encontramos, efectivamente, ante
una forma romance, o ante un elemento de sustrato iberoafricano,
conservado en portugués, vasco y canario».—Desde hace mucho
tiempo, Corominas se inclinó, en AILC, I, 13, nota 1, por un étimo
románico, en el que vio decididamente más tarde la solución mejor
(RFH, VI [1944], 1-15). Ahora Luis Jaime Cisneros, «Orbís», IH,
211-227, en un artículo titulado «Cariía», romdnico—trabajo que
necesariamente no pudo alcanzar el Dr. Álvarez, pues apareció en
1954—, ha aducido numerosísimos testimonios y referencias de los
siglos XVI y XVII, que coinciden en afirmar la oriundez románica
y descartar las propuestas procedencias vasca, quechua o peruana;
parece ser que se trata de una «palabra viajera» de origen marinero.
Nuevos canarismos, en resumen, es un trabajo al quitar, con
pocos materiales nuevos. Aun así, tiene su parte positiva, que lo
hace inexcusable en la bibliografía lingüística canaria, y por ello
gustoso lo he traído aquí.
J. RÉGULO PÉREZ