Notas bibliográficas
YRJO KOKKO: Hyvan iahdon saaret. Matkakuvaus
Valokuvat tekijan ottamia [Las Islas de la Buena Voluntad.
Cuadros de un viaje. Foto^afías del autor],
Werner Soderstrom Osakeyhtio, 317 pkgs. 2* ed.
Helsinki, 1953.
El autor de este libro presenta las impresiones de un viaje a Canarias en 1952.
Se trata de un escritor finlandés de unos cincuenta años de edad, muy estimado en
su patria por sus obras, con las que ha granado ya dos veces el premio literario del
estado. Con todo, la verdadera profesión de Kokko no es escribir libros. En su'
juventud el autor cursó estudios de veterinaria en Alemania; después ha prestado
sus servicios técnicos en un alejado distrito de Finlandia, en Laponia.
Pero un día Kokko tomó la decisión de marcharse a las Islas Afortunadas,
para establecer contacto con tan famosas tierras y con sus- lejanos habitantes. Le
acompañó su hija, una joven que pronto aprendió el español, con rapidez asombrosa,
durante su estancia en Canarias.
El libro de Kokko no es una g\xi» para viajeros en sentido propio. Pero al
leer las impresiones del autor se adquieren ideas muy reales de la naturaleza y del
pueblo canario. Kokko y su hija visitaron casi todo el Archipiélag-o, con excepción
de La Gomera y El Hierro. Las dos islas orientales las estudiaron mediante una
excursión en un velero que prestaba servicios de abastecimiento a los faros si-timados
en estas regiones hasta la isla Aleg'ranza.
Las impresiones más profundas del autor no fueron, al parecer, las dejadas por
los colores del paisaje, sino las de los canarios mismos. Se puede decir que el encuentro
con la gwnte de Canarias fue para el autor una gran sorpresa: un ambiente
sumamente amable por todas partes, tanto entre las personas humildes del campo
como entre las edpcadas de las ciudades. Para el autor este ambiente español se
presentó en forma de buena voluntad; se le abrió un mundo completamente nuevo,
que no sabía existiera en nuestra época materializada, inquieta, egoísta y sin
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escrúpulos. El mundo canario se le presenté como un recuerdo de tiempos lejanos,
cuando todavía el corazón tenía al^o que decir...
De esta manera, fueron aún más violentos los contrastes al terminar el viaje
y enfrentarse con las condiciones de Finlandia. Fue un estudio muy útil para
Kokko, y es casi segfuro que le spustaria reanudar su estancia entre las gentes de
buena voluntad... que viven en las lejanas Islas Afortunadas.
H. HAUSEN
Helsinki, 1956.
DOMINGO MARTÍNEZ DE LA PEÑA Y GONZÁLEZ: Las
cubiertas de estilo portugués en Tenerife.—«Archivo
Español de Arte», Madrid, Instituto Dieg;o Velázquez,
XXVIII, 1955, 313-321 más 4 láminas con 7 fotos [publicado
en 1956].
Se refiere el autor —que inició sus estudios en nuestra Facultad— a las cubiertas
de madera de tradición mudejar, forradas de tablas pintadas, en ig;lesias
tinerfeñas del sigilo XVIII. Les atribuye un orig'en portugués, porque en este país
es donde se hallan formas de forrar y pintar techos desde comienzos del XVI. Las
muestras que estudia, en número de 14 (dos en techos de escaleras), no suelen tener
más documentación que la de la construcción de las capillas que cubren. Aun
así puede establecer una evolución en el estilo, primero meramente de hojarasca decorativa,
luego de perspectivas arquitectónicas y finalmente de verdaderos cuadros
en lo» tableros de forro. La indigencia de la documentación no permite mencionar
ni un maestro pintor, pues sí surge algún nombre parece ser de maestro carpintero; y
hay poca esperanza que los archivos notariales, que el autor no parece haber cónsul'
tado, nos suministren más datos, pues sabemos, por los trabajos de Miguel Tarquis,
que en el siglo XVIII precisamente cesan de figurar en ellos los contratos de obras
artísticas, antes abundantes. En fin, la más notable obra del género es la cubierta
de la capilla de los Dolores, en la parroquial de Icod.
E. SERRA
JUAN DEL RÍO AVALA: La flor de la maljarada, Las
Palmas, 1955.
Juan del Rio Ayala, ya conocido como investigador y poeta de temas canarios,
én este nuevo libríto de poesías ha sabido dar con una fórmula equilibrada, donde
lo popular espontáneo se mezcla con lo culto y escogido, aunque, a veces, en la
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forma, acaio por hacerse más rudo y sencillo, sea muy desigual. Pero desde lueg'o
con estas sencillas composiciones queda siempre mucho mejor que con sus evocaciones
guanchinescas de Tirma.
Desde la Portada todo trasciende a popularismo inspirado en el ambiente del
campo canario, que el poeta demuestra conocer muy bien. Todo ayuda a la evocación:
el vocabulario, la toponimia, los patronimicos, etc.
En esta primera parte de la obrita se destacan las composiciones El güiro, que
es un idilio, rudo y primitivo, de una nueva y popular estructura poética, bellamente
conse^ido en ese ritornello de ajuliando a los merlos; el Bermejal, donde la
estrofa cuaja en una quintilla y el poema forma una nueva sinfonia de colores en la
poesía canaria, tan enamorada de la luz, que aqui se convierte en exaltación del
color bermejo, que lo invade todo como un símbolo de la tierra campesina al
mismo tiempo fecunda y áspera; y el titulado Cochafisco, donde en cuatro es-trofillas
se consig'ue reflejar en un g^racioso diálogo, insistente como una antigua
poesia popular, la preparación de un delicioso manjar canario.
Notable es también la titulada La queserilla, que tiene todo el aire de una
pasiorella o de una vaquerilla trasplantada a tierras canarias, donde la descripción
del vestido, el garbo y la simpatia de la moza se trasparentan en la gracia del
romancerillo;
Bajando viene de Utiaca
mercadera queserilla;
con los zapatos solados,
andares de seguidilla;
en el refajo encarnado,
aires de tu gerivilla.
Sobre fiestas y romerías se destacan las composiciones Promesa a Teror y la
fiesta de San Juanito; la primera contruída en estrofas de seis versos con rima
imperfecta o perfecta, de tema ya tan repetido en las canciones populares canarias
sobre las peregrinaciones a Teror, logra sin embargo una renovación poética
donde destaca alguna frase popular como apenque la cuesta mano (coja la cuesta,
hermano); y la segunda que nos muestra algunas de esas superticiones, vivas aún,
que se renuevan en las vísperas de los santos más populares:
TVes duraznos peladillos
bajo la cama has de echar;
los teneres de tu novio
los duraznos te dirán.
La segunda parte, a la que el poeta le da el título genérico de Rapsodias de
la Isla, toma unos acentos más desgarrados y duros, más trágicos y desenfadados,
como si el autor quisiera mostrarnos que además de lo blando del idilio, de la
gracia de la vaquerilla o de lo ingenuo de la copla, hay también, en lo canario,
la rudeza, la virilidad, la tragedia de una canción de amores y de venganza.
Así tenemos Partida de almendra, que junto a la Portada nos recuerdan las
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estrofas ágfiles y vigorosas de José Hernández en el popular y rudo Martin Fierro
(habría que estudiar la afinidad del gaucho americano con el campesino canario).
Quizás la composición más trágica y desgarrada, también como un romance
gitano o una canción andaluza, sea la Descamisada, toda ella sin embargo llena
de alusiones al folklore canario y con algunos pasajes que recuerdan hasta la
forma estrófica en que recitaban los gauchos de Martín Fierro en la competición
de las coplas y las guitarras:
Cania el grillo cebollero,
en requinto requintero
va marcando una tonada;
aquí un hombre coplero
es, Antoñito el barbero
con la copla intencionada.
No cabe duda que nuestro poeta se ha asimilado bien las esencias populares
del folklore canario, de tal modo que con este y otro libro de composiciones poéticas
del mismo estilo y tema se puede decir que tenemos una poesía popular
canaria de origen culto.
Sebastián de LA NUEZ
LUIS ÁLVAREZ CRUZ: Retablo Isleño, Tomo II, Puerto
de la Cruz, Instituto de Estudios Hispánicos, 1955.
304 págs. 4.° 200 pts.
Álvarez Cruz, con esta nueva recopilación de artículos y reportajes, nos
vuelve a llevar de la mano a los paisajes interiores de la Isla, a desentrañar las
esencias de lo isleño. Y no cabe duda que logra su empeño con esa galería de
personajes, con esos recuerdos, ya un poco imprecisos, de los años mozos; con la
descripción de las costumbres y los juegos típicos que ya van desapareciendo.
Son interesantes, sobre todo, esas figuras contenidas en el apartado del libro
Postales iluminadas, que acaso'son las mejores por la fuerza plástica y porque en
ellas el anecdotario surge fresco y evocador.
Dentro de la variedad de los temas el libro —como el mismo autor dice en
el prólogo— tiene su unidad esencial en la Isla, en la isla de Tenerife, aunque a
veces surjan algunas excursiones hacia otras islas canarias, como el interesante
reportaje titulado Estampas del volcán de Cumbre Vieja, que se refiere a la ya
olvidada erupción del volcán de La Palma ocurrida en 1949.
Pero yo encuentro también dos tendencias o dos factores esenciales que
contribuyen a dar unidad a la obra, aue acaso estén dentro de las tendencias
generales del estilo de nuestro autor. Estas son: la evocación nostálgica del pasado
y la búsqueda constante de los símbolos de la Islai La primera le lleva a
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evocar el tema de los j^uanches, como en sus artículos El fondo de una vasija
guanche. El tagor y el tagoro, o bien las estampas remotas e históricas de Los
piratas o Los Doria en Tenerife, o bien las estampas del pasado en la adolescencia
del padre Anchieta, que a veces recuerda, en algún trozo, lA medida y sencilla
prosa azoriniana.
La otra tendencia, que podría llamarse simbolista, le lleva a encontrar representaciones
simbólicas en el camello, en la caña de azúcar, en el pájaro canario y
en el sinsonte, en la farola del mar, etc. A veces la búsqueda del símbolo da.
afortunados hallazgos como la figura literaria del «camello con arado>, evocado
y poetizado antes por el inolvidable Agustín Espinosa en su libro Lanzelot 28°29',
Otras veces abusa de esta tendencia simboHzadora, pues si no logra antes una
bella descripción o poetización de la realidad y del ambiente no conduce a nada.
Pero aún queda otro aspecto que tratar. Este es el folklore, que, naturalmente,
se encuentra al final de los dos caminos: tanto al enfrentarse con la evocación de
lo popular como en la busca del símbolo. Porque el folklore, si lo tomamos como
supervivencia de las tradiciones más arraigadas en el alma de un pueblo, con el
tiempo llega a ser nostalgia del alma sensible y a la vez símbolo del alma intelectual.
Estas dos cualidades las posee el autor del Retablo isleño.
Asi, pues, el libro de Álvarez Cruz, si está escrito poco a poco, en la labor
del afán cotidiano y sacado de la entraña misma de la Isla, ha surgido también
del propio sentimiento y pensar del poeta que es el autor. Acaso el reparo que
haya que porier a esta obra sea el exceso de esa añoranza impregnada de sentimentalismo
que a veces se diluye en vaguedades poco gratas al lector de hoy.
De todos modos, esto pudiera no ser culpa del autor, sino algo intrínsecamente
sustancial al estilo y,a la época en que voluntariamente se ha querido situar
Luis Álvarez Cruz. •
S. de LA NUEZ
«ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS».
Director: ANTONIO RUMEU DE ARMAS. Patronato de U
«Casa de Colón». Madnd-Las Palmas, n° 1, año 1955.
Madrid, cerrada la impresión en 24 de junio de 1955.
748 págs. más Xil y numerosas láminas. 4.° 150 pesetas.
Esta lujosa y copiosa publicación de la nueva fundación cultural del Cabildo
Insular de Gran Canaria, bautizada «Casa de Colón», aparece a costa de la misma
cuyo copyright ostenta, y está incorporada al Instituto «Jerónimo Zurita» del
C.S.LC. Responde, sin duda, a un amplio y ambicioso plan; la Casa de Colón, de la
que ya nos hemos ocupado en alguna 9tra ocasión, ha sido instalada con lujo regio
por revalorízación de algunas de las mis venerables construcciones del Real de La*
Palmas, en su plazuela de San Antonio Abad, la prímera de ellas la torre y casas
del alcaide del Real. Es propósito del Cabildo ampliar estas dependencias hasta
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alcanzar toda la manzana o isla de que forman parte, entre dicha plazuela y la de
Pilar Nuevo; un plan de esta amplitud no puede menos que llenar de estupor a un
tinerfeño, habituado a ver a todas nuestras corporaciones apuradas buscando un
sótano donde meter sus archivos históricos.
Una fundación asi exigía una publicidad a su medida, y hay que confesar que
el «Anuario» no queda atrás de su patrono. Su director, nuestro amigo y colaborador
don Antonio Rumeu de Armas, y su secretario, no menos unido a nuestras
empresas, don Miguel Santiago Rodríguez, han realizado, en este primer tomo, un
verdadero milagro; en la Presentación Rumeu nos dice que ha lanzado la publicación
al año exacto de emprenderla. En tan breve lapso ha conseguido colaboraciones
numerosísimas y, lo que es más raro, todas importantes; artículos que no cabrían
en una revista trimestral —como debería ser la nuestra—, ya que tendrían que
repartirse a trozos en varios números, hallan aquí holgado espacio, incluso para
repertorios documentales justificativos. El campo que se propone abarcar el
<Anuario>, como nos lo expone Rumeu, es vastísimo; no es una publicación canaria
más, antes una obra hispanoamericana, en la cual se pone énfasis especial al Océano
que separa y une los continentes, y en él a estas islas que, como con razón apunta,
le han dado hasta el nombre (el monte Atlante no es otro que el Teide).
Por todo ello el «Anuario» lleva un curioso emblema: los dos hemisferios,
sostenidos por las columnas, cargan un puente con las Islas Canarias dibujadas
bajo una filacteria con el lema FORTÚNATE INSULTE ORBIS NOVI PONS. Rumeu aclara:
«de acuerdo con su emblema... escoge como motivo central de sus investigaciones
y estudios las Islas Canarias, pero no con un sentido localista e introvertido, sino
para exaltar lo que hay en ellas de grandeza y dimensión universal». Siempre ha
sido éste el ángulo general de visión que ha adoptado Rumeu en sus estudios históricos
canarios; la dificultad práctica estriba en que las grandes visiones sintéticas
sólo pueden darse tras largo y minucioso acopio de materiales y estudio de ellos
en forma «localista, sin trascendencia' ni hondura». Cien trabajos de éstos nos
darán, acaso, un rasgo universal; éste será ficticio^ una mera pirueta en el vacio,
sin aquéllos. Asi, en este mismo «Anuario» predominan los estudios minuciosos y
serios sobre los intentos de síntesis y, aun, en este caso, el ser los artículos rogados
a sus autores habrá, muchas veces, obligado a éstos a hacer una recapitulación
sintética de sus trabajos antes que a improvisar una investigación.
Aunque poco presente en este número del «Anuario», entra en su área el
estudio físico-natural de Canarias y <;lel espacio atlántico. De nuestras revistas
tradicionales, alguna había ya incluido este afán, si bien con escaso éxito. Será un
tanto más a apuntar a favor del «Anuario», si consigue vencer este apartamiento
de un sector tan importante de los estudios canarios. Al hablar de los diversos
aspectos en que la vida humana en Canarias interesa al «Anuario», traza Rumeu
un amplio programa —los pueblos aborígenes, la exploración, la conquista, la
evangelización, el contacto de pueblos, la colonización, la creación de riqueza, las
instituciones, el comercio y la navegación—, que sin duda él sabe todavía incompleto;
echamos especialmente de menos los valores intelectuales, cultura popular
(folklore, música, romancero), arte (desarrollo local, importaciones), pensamiento
' ^ M ' I ' R ' O U C A P. MUNICIPM. 1
Sania Gm de Tenerife | 107
(producción literaria, canarios viajeros y viajeros en Canarias), etc., mera omisión
de pluma, pues en este mismo tomo hallamos trabajos sobre estos temas. Valora a
continuación el contacto de Canarias con la madre patria; no debe olvidarse, no
obstante, que al lado del canario aventurero, emigrante, se formó aquí, desde un
principio, como en todas las islas, un ambiente introvertido, un grupo social campesino
que recibe, con enorme retraso, las modas de cada día. Es, precisamente,
un rasgo constante de todo ambiente isleño su arcaísmo, como nos enseña Menén-dez
Pidal, y en manera alguna debemos despreciar este valor en la sociedad canaria.
Tanto más que en ella se presenta un fenómeno opuesto, que no sabemos si es
tan general. Rumeu niega o desprecia los contactos morales, intelectuales, de estas
islas con Europa; salvo España, dice que «las relaciones quedan circunscritas casi
exclusivamente al área mercantil». Acaso precisamente por lo frecuente de ese
contacto económico es una nota de la historia de la cultura canaria el diletantismo,
el afán de novedad, que distingue a ciertos círculos, sin duda limitados, pero »ig.
nifícativos de su sociedad. Las piezas de arte flamenco que invaden las Islas, cuando
en España ya no se llevaban, indican cierta independencia de gustos; luego, la
última moda literaria halla siempre su eco, su representante, en Canarias; en fin,
no debe desconocerse la huella del enciclopedismo dieciochesco, aqúi más profunda
y en parte independiente de la que se marcó en la Península.
No enumeramos los trabajos que forman el «Anuario», por haber dado ya en
nuestro tomo anterior (pág. 296) e! sumario del mismo y porque dichos trabajo*
serán objeto de comentario especial en estas columnas. El volumen comprende,
además, una extensa Bibliografía, recopilada y ordenada por Miguel Santiago; es
muy completa, lleva un plan de distribución de materias y un índice alfabético de
las mismas y otro de autores, etc. Las reseñas son en parte tomadas de otras publicaciones,
pero muchas, ya por no hallarlas, ya por disconformidad con ellas, han
sido redactadas por el recopilador. Teniendo en cuenta la amplitud del programa
del «Anuario», es trabajo muy de agradecer.—Todavía una Crónica, descriptiva,
de la Casa de Colón, de su organización y de sus actividades y sendos índices de
autores y materias de todo el «Anuario» cierran el cuidado volumen.
En resumen, un plan amplísimo, conscientemente organizado e iniciado con
éxito resonante. No nos queda más que desear que a la constancia, a la tenacidad,
que sin duda no han de faltar en sus creadores, responda un logro de colaboración
suficiente y duradero. Si es así, la obra de la Casa de Colón marcará época en la
historia de la cultura canaria.
Elias SERRA
FRANCISCO ORTUÑO: Tipos de vegetación de ¡aflora
de Canarias.—«Anuario de Estudios Atlánticos», I, Madrid-
Las Palmas, 1955, págs. 621-641, más 7 láminas.
Interesante y clara exposición del tema. Primero aborda el problema del en-demismo
y del parentesco inesperado de la flora canaria. Si en su mayor parte
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(42°/a de Us especies, más 59°/„ de las endémicas) es de tipo mediterráneo o emparentada
con él, otra parte importante presenta afinidades con especies gfeo^ráfi-camente
remotas (41% de los endemismos) y, en fin, apenas tiene contacto alguno
con la flora ibérica y oesteafricana, las más vecinas y que, aparentemente, debieran
ser sus análogas. De los problemas que estos hechos suscitan trata a continuación,
sin poder darles solución satisfactoria.
Pasa luego a estudiar las diferentes asociaciones vegetales, tan diversas, que
se dan en Canarias. Para ello, aborda el examen de los factores climáticos y de
los climas —asi, en plural— que se dan en estas islas, páginas que son de lo
mejor que hemos leido acerca de tan interesante tema. Delimitadas las múltiples
zonas naturales, cuatro principales: inferior, de las nieblas, continental y subalpina,
la primera y tercera dobles, según la exposición a norte o a mediodía, sólo queda
la descripción del conjunto vegetal que se adapta a cada una de ellas, si bien las
plantas son tan finas perceptoras de su ambiente, que, en realidad, presentan varias
agrupaciones en cada zona, según los matices de ella: el bosque de las lauráceas
y las masas de faya y brezo viven en las zonas de nieblas; el pinar y el escobo-oal
corresponden a una xerofília atenuada; por último, el sabinar, casi extinto, el
fruticetum de leguminosas de alta montaña (codeso y retama), el crassicauletum de
la zona cálida inferior (tabaiba, cardón, verode y, ahora, la tunera y la pitera) y
las temerarias plantitas de las cumbres desérticas, capitaneadas por la violeta del
Teide, son las formaciones de xerofília acentuada.
Elias SERRA
RAMÓN MENÉNDEZ PIDAL: El romance tradicional en
las Islas Canarias.—«Anuario de Estudios Atlánticos>,
I, Madrid-Las Palmas, 1955, págs. 1-10.
Don Ramón hace en estas paginas sugestivas un historial de sus desvelos por
la recolección del romancero tradicional canario, cuya importancia, por su arcaísmo,
sospechó ya Menendez y Pelayo. En efecto, la atención del maestro de la
filología española para esta siempre incompleta investigación local data de muchos
años; yo mismo tuve la ocación y el honor de remitirle unos ejemplares del folletito
de la «Biblioteca Canaria> de Leoncio Rodríguez que contenía varios textos recogidos
de boca popular junto con otras imitaciones amañadas; y merced a consulta
con los mismoS: recolectores, amigos personales, pude rectificar las lamentables
enmiendas introducidas por el publicador. Repasa don Ramón varias de las notas
de venerable arcaísmo que presentan algunas de las versiones, frente a otras más
divulgadas de la Península, tales como el estribillo, el acompañamiento de baile,
los nombres propios no alterados, el tipo de la serrana agresiva, etc. Por todo ello
insiste don Ramón en que «sería una gran obra intensificar y extender en Canarias
las exploraciones romancísticas»; y, en efecto, algo se ha hecho últimamente en este
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sentido, aljro a que alude ya el artículo: jóvenes licenciadas de nuestra Facultad,
algunas subvencionadas por el Cabildo Insular de Tenerife, a instigación del Rector
de la Universidad, han dedicado tiempo a esta delicada labor, con éxito indudable.
Pero en cuanto a la cooperación de las diversas entidades canarias a este
fin común, que propone don Ramón, no parece que puedan ponerse muchar esperanzas.
La tendencia general en estos momentos es más bien a la dispersión, como
parece indicarlo la creación de nuevas entidades culturales y publicaciones independientes.
No obstante, esta clase de labores no la hacen en realidad las entidades,
sino individuos concretos; si un maestro animoso sabe rodearse de un grupo
de discípulos activos, puede hacer lo que no serian capaces de llevar a cabo siete
academias.
Elias SERRA
MANUEL GIMÉNEZ FERNÁNDEZ: América, «ysla de Canaria
por ganar*.—«Anuario de Estudios Atlánticos»,
I, Madrid-Las Palmas, 1955, págs. 309-336.
Este artículo del catedrático de Derecho Canónico de la Universidad Hispalense,
ya bien conocido por sus originales tesis relativas a la política oceánica de
lo» Reyes Católicos, no es nuevo, en el fondo, pues, salvo algún detalle, se limita a
exponer, una ver más, su doctrina acerca de las causas de la dilación de la corte de
Castilla en aceptar el proyecto colombino. No obstante, mientras los trabajos anteriores
que conocemos, en la necesidad de argumentar copiosamente para arruinar
el supuesto tradicional de la oposición hallada por Colón, derivada de lo inverosímil
de sus propósitos o, al contrario, de la inferioridad científica de los consejeros
de los Reyes, resultaban recargados y de difícil asimilación, el resumen actual, en
que la citas y digresiones se reducen a breves notas, es mucho más claro y hasta
más convincente. El obstáculo —y estamos en ello en pleno acuerdo con el autor—
estaba en el tratado de Alcásobas (1479), concertado por Castilla y Portugal como
liquidación de la guerra sucesoria llamada de la Beltraneja; en este tratado —es
inútil querer disimularlo— Castilla renunció a toda expansión marítima atlántica,
salvo las Islas Canarias, que ya le pertenecían, aunque todavía faltase ocupar por
lo menos dos de ellas. Muy hial redactado —no creo que intencionalmente, sino
por la habitual torpera de la prosa cancilleresca medieval—, ofrece contradiciones;
pero el sentido general no es dudoso. Así lo entendieron, cree el Dr. Giménez, los
consejeros reales Rodrigo Maldonado, que había concertado el tratado, y fray
Hernando de Talavera, confesor de la Reina y naturalmente llamado a recordarle
sus compromisos de conciencia. Seguramente es asi; pero estamos tan acostumbrados
a que las razones de conciencia no sean la normaxle la conducta política de
los reyes y, en general, de los estados, que nos resulta difícil admitir que la cuea-tióa
se contrajo a un escrúpulo de este tipo. Sabemos que si el enfermo desea
lio
fumar y el médico se lo prohibe, el asunto se reduce a cambiar de médico; otro
dictamen médico o moral salva la dificultad; y asi fue, en fin de cuentas, lo que
ocurrió, seg^ún admite el autor, cuando a Talayera sucedió Deza en el delicado
carg'o de confesor real. Pero, ¿por qué tanta dilación, si al fin habia de buscarse
camino tan acomodaticio? La verdadera causa está en el tratado, no como compromiso
moral, sino como pacto político: en plena guerra de conquista del reino
de Granada, una ruptura con Portugal podia significar la suspensión sirte die de
las operaciones, que absorbían todos los recursos y todas las preocupaciones de la
real pareja. Y una de las virtudes del gobierno de estos extraordinarios Reyes
—acaso la más característica, lo repito cada año a mis discípulos— fue la de no
atacar más empresas que a las que alcazaban con eficacia sus medios y huir cuidadosamente
de la dispersión de esfuerzos, nota característica, al contrario, dé la
política de los Austrias, que vinieron a sucederles para daño de España.
Pero el tema central de Giménez no es ahora éste, con dedicarle amplio espacio,
sino el señalado en el título; en el tratado tan citado de Alcá;obas se reservan
a Castilla las Islas Canarias ganadas y por ganar, con argucia de leguleyo se
trató en el primer momento, hasta que Portugal renunció a sus posiciones teóricas
—lo que ocurrió muy pronto, pues dirigía su política un principe inteligente, don
Juan II—, de hacer de las Indias unas Canarias por ganar. La posición razonable
de los portugueses y las Bulas de Alejandro VI hicieron en seguida innecesario
semejante despropósito; pero ciertamente Giménez demuestra que existió, y no
sólo en intención, sino que las ediciones famosas de la carta de Colón al tesorero
Gabriel Sánchez se fecharon <en la caravela sobre las islas de Canaria>, cuando
bien sabían todos que estaba ante una de las Azores; incluso una edición florentina
nos habla de la «inventione delle nuove isole de Canaria indiana>, con claro
propósito de crear un estado de confusión sobre el camino seguido al regreso y
sobre la identidad de las tierras descubiertas.
Y, no obstante, había un motivo serio para recusar las obligaciones contraidas
en Alcáfobas, motivo, por lo demás, todavía no evidente en 1492 y 1493, cuando se
intentó esta mixtificación: al pactar sobre las islas del Océano, salvo Canarias, tan-vto
Castilla como Portugal no sabían lo que pactaban. No podía la primera renunciar
a lo que nadie siquiera sospechaba o podia suponer. Y ésta fue la razonable
actitud del rey de Portugal, que anuló ipso fado las vergonzosas argucias de U
mala fe fernandina.
Una observación: vale la pena de pronunciar y escribir correctamente Alcáfo-bat,
aunque corresponda al castellano Alcazabas, que es llano, según norma de los
prestamos populares del árabe a esta lengua; y es disparate islas de las Azores
error en la transcripción de un documento, págs. 312); póngase islas Azores o
las Azores, en buen hora, pues el las concuerda con el omiso islas; pero si éste va
expreso, las aves que dieron nombre al archipiélago son, tanto en castellano como
en portugués, masculinas: los Azores.
Elias SERRA
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ANTONIO RUMEU DE ARMAS: La torre africana de
Santa Cruz de Mar Pequeña. Su segunda fundación.—
«Anuario de Estudios Atlánticos>, I, Madrid-Las Palmas,
1955, págs. 397-477, más 18 grabados (mapas,
esquemas y fotos).
Este extenso estudio es resultado del hallazgo de un nido documental en
Simancas; pero Rumeu, lejos de dar un simple diplomatario, lo sustituye por un
minucioso y cuidado estudio del contenido y de la luz histérica que arroja, mientras
se reduce a citar los documentos.
Estos resultados históricos llenan de una parte un hueco que todos echábamos
de ver en la historia conocida de la torre de Mar Pequeña, aunque adivinábamos
sus lineas generales; de otro lado, nos revelan episodios curiosísimos, que
no podía nadie imaginar, ante el silencio de las fuentes narrativas y de los documentos
hasta ahora exhumados. En fin, nos permiten valorar el verdadero sentido
de esta toma de posesión de la costa africana por Castilla.
El trabajo comienza exponiendo los antecedentes, esto es, la fundación y
explotación de la torre por Diego de Herrera; sin duda rápidamente y con afirmaciones
cuya prueba se omite por ahora. No creemos en establecimientos fijos
mallorquines o catalanes en Canarias; con tanta nomenclatura como la que ocupa
la costa de tierra Crme, las Islas no llevan otra en los mapas catalanes que sus
nombres respectivos. El comercio gaditano en la zona de Aguer, la identificación
exacta de San Bartolomé y de Mar Pequeña estarán bien fundados, pero las pruebas
se silencian ahora. Desde Juego, Mar Pequeña, como denominación del golfo entre
Fuerteventura y el Sahara, es insostenible; Mar Chica, Mar Pequeña, etc. tienen
en castellano un sentido preciso, entonces y ahora. Aquel mar no parecerá
pequeño más que al que lo contempla dibujado en un mapita.
Sabíamos que \ torre de Mar Pequeña, de Diego de Herrera, pasó en cierto
momento a la Corona, y que la reedificó Alonso Fajardo, gobernador de Gran
Canaria. Ignorábamos en qué circunstancias ocurriese ese traspaso de derechos,
que, además, no fue óbice para que los negociadores castellanos invocasen esos
mismos derechos señoriales de doña Inés Peraza, como razón parfi rechazar la pretensión
de Portugal de obtener el control de toda la costa en el convenio de Cintra
(1509), ¡cuando estos derechos no existían o habían sido atropellados por la propia
Corona que los alegaba! Rumeu puede demostrarnos cómo, tras el abandono de
la torre por los lanzaroteños, en trance todavía ignorado. Fajardo trae orden real
de rehacerla, como parte de un vasto plan de penetración pacifica que, bajo su
inteligente dirección, halló un comienzo de éxito. La biografía que surge de
Alonso Fajardo el Africano lo destaca como figura interesante. Inicia en seguida
una delicada gestión diplomática, por medio de Diego de Cabrera el Bueno
(calificativo que Rumeu asocia a sus dotes y virtudes personales; pero, ¿no valía
por valiente eo aquella época?). Conseguida la sumisión espontánea de las tribus,
se procede a reconstruir la torre; los documentos permiten al autor hacer casi
112
una crónica de la empresa. En cambio, le falta el más elemental dato sobre su
planta y alzado. Es curioso cómo, mientras nuestros archivos nos proveen de documentos,
los lugares mismos donde ocurrieron los hechos, lugares hoy bajo el
pacífico dominio de España, resultan inasequibles; es preciso organizar una expedición
argonáutica al África Española. ¿Quién debe organizaría?
Y precisamente, construida la torre, ya en plena explotación, al realizar Fajardo
su primera visita de inspección, en 1497, muere súbita e inesperadamente
dentro de sus muros. Y ahora, la bomba insospechada: Alonso Fernández de
Lugo, todavía no Adelantado, se traslada a Mar Pequeña con propósito de abastecerla
y de construir otra torre allí mismo, Y doña Inés Peraza, la ex señora del
lugar, manda contra él (y no contra la torre) una formidable escuadra, capitaneada
por Diogo da Silva, <el buen hidalgo portugués» de nuestras crónicas. Las ocho
carabelas de Silva supone Rumeu que combatieron y capturaron las tres de Alonso
de Lugo, con incautación de todos sus haberes, salvas las personas. Yo no
creo que hubiese combate, sino una simple incautación. ¿Cómo se explica que el
Adelantado, tan minucioso calculador de sus pérdidas y costas en servicio de
Sus Altezas, no aluda siquiera a tan graves hechos en sus procesos de residencia
y otros? ¿Será que Lugo emprendió esta hazaña por su cuenta y riesgo y sin
contar con la anuencia real?
Estos episodios son curiosísimos, pero, en el fondo, localistas e introvertidos,
sin trascendencia histórica mayor. En realidad, lo más interesante es la noción
que adquirimos de la eficacia y finalidad de la torre de Santa Cruz. Los datos de
orden económico, su coste de construcción, de mantenimiento, sus rendimientos a
la Corona y a particulares no son completos, pero si suficientes para formarnos
conceptos bastante precisos. Se pensaría que el comercio —rescates era entonces
la palabra usada— a través de ella no tenía otro fin que el prestigio político, que
la influencia moral sobre los indígenas. Nada de esto.- Siguiendo una curiosa política
realista se persiguen ganancias inmediatas. El costo de la torre fue de poco
más de un cuento, esto es, un millón de maravedís, y en un año rinde más de cien
mil. Los ingresos proceden del quinto de cautivos allí adquiridos, partida sin
importancia, pues los cautivos proceden sobre todo de las cabalgadas o razzias en
lugares de la costa alejados de Mar Pequeña, ya que aquí los moros tenían seguro.
Los más de los ingresos procedían de los rescates o ventas de «cosas» a cambio
de oro molido; en estos negocios, pagado el principal o valor de la mercancía y
los gastos accesorios, la ganancia resultante se partía entre el mercader y el rey;
en fin, las tercias reales y otros impuestos completaban la renta regia. En el pasivo
había que poner el sueldo del alcaide de la torre, ciento cincuenta mil maravedís
al año, más cien mil para su teniente (alcaide efectivo) y los sueldos de la
gente, en número de diecisiete y a razón de mil o de ochocientos maravedís.
Fajardo compra una nave a nombre de Sus Altezas por cuatro mil maravedís: lo
ganado en fletes supera su coste antes de un semestre. Se esbozan los primeros
actof de gobierno de Sánchez de Valenzuela, el sucesor de Fajardo, y se suspende
el relato. Haoe años (RHL, XVIII, 1952, 88) publicamos aquí un documento sobre
la última reconstrucción y pérdida de la torre de Santa Cruz de Mar Pequeña,
, 113
bajo la alcaidía del «efundo Adelantado, don Pedro Fernández de La^. En loa
mapas que acompañan a este interesante estudio se puede leer la nomenclatura
usual de esta costa. Entre otros lug'ares, vemos Agua de Narba, punto mencionado
como uno de los frecuentados por el primer Adelantado cuando estuvo encargado
de levantar tres torres en África. Parece que los cartógrrafos confundían en uno
solo los cabos Juby y Bojador de nuestra nomenclatura actual, con g'raves consecuencias
para nuestras identificaciones. Pero Rumeu reserva para mejor ocasión
todo lo tocante a ubicaciones.
Todavía es mucho más lo que sugiere, en sus muchos episodios, la narración
de Rumeu; pero lo dicho es bastante para que se comprenda que es un nuevo sillar
en la historia de estos mares y de estas islas.
Elias SERRA
LUIS PERICOT: Algunos nuevos aspectos de los problemas
de la prehistoria canaria.—«Anuario de Elstu-dios
Atlánticos», 1, Madrid-Las Palmas 1955, págs.
579-619, 11 láms. más dos mapas y grabados.
Después de calificar de apasionante el problema prehistórico canario, Pericot
advierte que renuncia a hacer una síntesis de él; ello tanto por falta de especiali-zación
personal, como porque, precisamente a instigación suya, uii trabajo de esta
naturaleza fue incluido en la serie de folletos del IV Congreso Internacional de
Ciencias Prehistóricas y confiado a persona adecuada: don Luis Diego Cuscoy. Lo
que se propone ahora el autor es simplemente hacer una serie de comentarios
acerca de una serie de «casos» de la prehistoria canaria, o que él relaciona con
ella. Sin embargo, hace preceder estos comentarios de una parte que llamaríamos
erudita, ya sea con objeto de poner en antecedentes al lector totalmente profano
en el tema, ya simplemente para dar más cuerpo y más «forma» al ensayo: un
sumario de la bibliografía reciente y aquel resumen a que antes renunciaba, basado,
como nos dice expresamente, en la Paletnologia de Diego Cuscoy. Inconveniente
de este resumen es que se va borrando la característica particularidad de
cada isla, dentro de un cierto fondo común; de todos modos, el autor no desconoce
este hecho llamativo, que atribuye a su prolongado aislamiento o incomunicación.
Pero no hay que olvidar la probabilidad de aculturaciones o contactos que sólo
dejasen huellas en alguna o algunas islas.
Pero lo que atrae la atención del autor son los elementos de relación: los
hechos canarios que hallan paralelos en cualquier otra parte, y aun diremos cuanto
más lejos mejor. En efecto, Pericot es un arqueólogo especialmente preocupado
por las más insospechadas relaciones culturales, por las dependencias o contactos
que puedan imaginarse entre círculos a priori independientei. Ei eito tema may
RHL, 8
114
sugestivo; pero si no podemos establecer un camino razonable por donde haya
pasado la idea o el objeto, poco aprenderemos. Sólo nos interesan aquellas relaciones
que puedan justificarse o, por lo menos, conjuntos complejos que nos g^a-ranticen
contra espejismos. iÍ0Ta|X0C y poíomac sigfnifican lo mismo y se parecen
más que magado y maqaahuiil, pero nada nos dicen en serio.
Enumera el autor brevemente paralelismos ya señalados por otros, como algfu-nos
de las cerámicas, ya con especies hispanoafricanas, ya con otras atlánticas;
los «megalitos canarios» evidentemente ligfados a los del mundo beréber, algfuno
de cuyos conjuntos compara con Malta; los variados ídolos le sugfieren también
parentescos ya conocidos, como también las armas arrojadizas y la momificación.
Pero algunos hechos o «casos» le interesan particularmente: las cuentas de collar
segmentadas de Tenerife; los grabados rupestres, para los que insiste en relaciones
oesteafricanas y nordatlánticas, más que en otras más lejanas lanzadas por
otros autores. El problema de la navegación prehistórica le encamina por derroteros
más aventurados; en el Perú ha sido fácil, dice, reconstruir el tipo de navegación
indígena y realizar con él hazañosas derivas; para el África, incluidas las
Canarias, no hay noticias de pueblos marineros. No es esto totalmente cierto: los
portugueses hallaron, al alcanzar la bahía del Galgo, un tipo de flotadores que
permitían a los azenegues recorrer aquellas aguas. Imagino que su papel pudo
ser más importante en otros siglos y que acaso sea el verdadero responsable del
poblamiento de estas islas, por lo menos en algunas de sus fases. Para otras, no
cabe olvidar el kayak de los hiperbóreos (Observemos aquí que en la pág. 603,
lín. 7, oriental debe estar por occidental). Luego pensamos ver entre estas isUs
las elásticas naves de la tradición púnica, los cárabos todavía usados en el Sus,
pero en manera alguna podemos coincidir (p. 619) en que <las aportaciones ya históricas,
en especial a través de romanos y árabes, debían ser intensas». Estos pueblos
son de los que dejaron huellas indelebles donde quiera que estuvieron intensamente
presentes, y la falta de tales huellas es demasiado notoria en Canarias.
Las pintaderas de Gran Canaria y la trepanación permiten también a Pericot
jugar sus vastas referencias bibliográficas e insinuar las dependencias menos soportables
(las pintaderas que Berthelot atribuyó a Güímar son de las que todavía
conserva El Museo Canario de Las Palmas de Gran Canaria: se trata de un flagrante
error de aquel autor). Breves párrafos dedica a la escritura, pero su alcance
no es menor: ¡|de Mohenjo-Daro vamos a dar a la Isla de Pascua, pasando por
Canariasll
<EI problema antropológico» es un apartado en el cual el autor nos suministra
datos interesantes. El conocido tipo Cro-Magnon, que ya Verneau estableció
como el más característico de Canarias, sale al fin de su aislamiento geográfico,
al conocerse mejor el cuadro del continente vecino: el tipo de Mechta-el-Arbi,
presente un tiempo en toda África Menor, es una variante más rústica de nuestros
cromagnonoides; y, en fin, la cueva de Barranco Blanco (comarca de Gandía, Valencia)
ha dado un testimonio de la misma raza al otro lado del Mediterráneo; si
éste no le era infranqueable, tampoco le serían inasequibles estas islas. Frente a
las peripectivaa del carbono 14 y de la reacción sanguínea, esperamoi todavía
115
resultados constructivos. Pero podemos adelantar que no se han dejado de ensayar
estos caminos.
Todo esto es tratado amenamente por Pericot; las insinuaciones que juzgaríamos
más temerarias se codean con el dato concreto, la alusión al Japón no se
aleja del tema canario, el 3«' milenio lo mismo puede estar en el orig«n de un
hecho cultural revelado por la excavación que en un uso actual de cualquier grupo
humano. En conclusión, parece resultado de displicente tertulia de unos amigos
demasiado eruditos, en torno a un velador bien servido. Y aun en tal caso habna
algún impugnador que pondría limites a los supuestos. Desgraciadamente creemos
que la arqueología canaria, para progresar, exigirá labores mucho más aburridas.
Los mapas, tan llamativos, nos ilustran poco, por la incapacidad en que nos
sentimos de viajar tan a prisa. Los otros grabados no son útiles al canarista, que
ya los conoce (además, los rótulos contienen errores: lám. frente a pág. 598, abajo,
no es de Belmaco; es del Pico de la Nieve, también en La Palma; lám. del reverso,
no de Gran Canaria, sino de El Hierro); en cambio hubiésemos agradecido
infinito a Pericot que nos hubiera dado algunas muestras de estos paralelos tan
dispersos, que no están al alcance de nuestras modestas posibilidades bibliográficas
y que él pudo extraer de las publicaciones originales. Pero, ¿escribía Pericot
para nosotros a para los japoneses? Así no conoceremos 'los grabados del Atlas
marroquí, ni las pintaderas de Arene Candide o japonesas.
Elias SERRA
MIGUEL SANTIAGO: Colón en Cananas.—«Anuario
de Estudios Atlánticos», I, Madrid-Las Palmas, 1955,
págs. 337-396.
Tema tan interesante había sido muchas veces tratado, principalmente en historias
generales de las Islas, pero nunca de una manera exhaustiva, como ahora.
El mayor interés histórico radica, en verdad, en torno a loa elementos de coloni-xación
que aquí acopió Colón en su segundo viaje, 1493; y, en otro orden, a la tan
temprana presencia de piratas franceses, en 1498, en estos mares. De esto copiando
integramente las fuentes se ocupa el autor, pero, como ya a otros, le atrae más el
relato de las andanzas repetidas en torno a Canaria y La Gomera, cuando el primer
viaje de descubrimiento. Hay aquí puntos debatibles, aunque de mínima importancia,
pero que han llegado a crear en Gran Canaria un verdarero estado pasional, y
de ahí la tinta que han hecho verter. En efecto, todos supondríamos, de no haber
testimonio opuesto, que Colón recaló, para reparar la «Pinta», en el Puerto de las
Isletas y aún en las playas mismas de Las Palmas (reinaban calmas, a la sazón).
Pero el P. Las Casas, en una de sus obras, dice expresamente otra cosa: dice que
fue en Gando donde se reparó la «Pinta». Y no habiendo sospecha de que ute
autor invente, en buena crítica hay que aceptar su testimonio, que procederá de un
pasaje del Diario de Colón, no recogido por las demás fuentes (el Sumario del
116
mismo Diario y las Historie de Fernando Colón). Que durante los ocho días que
costa el adobo de la nave el almiran,te estuvo una o varias veces o acaso días se-jfuidos
en el Real de las Palmas, oró en su único templo, se entrevistó con las
autoridades de la Isla, etc., nada más natural y presumible, aunque no consta,
porque no venia al caso. Pudo ir a caballo fácilmente; pero acaso fuese por mar,
en un batel a remos, que asi es como las gentes de Béthencourt, que desde lue^o
no tenían caballo, se trasladaban por las costas de Lanzarote. En fin, ¿por qué
iría a Gando mejor que a las Isletas? Ya Santiajfo adivina {pig. 368, fin) que con
un buque desgobernado seria más cómodo arribar a la ;ran playa de Gando que
contornear los amenazadores arrecifes de la Isleta para meterse en la playa del
istmo, a su abrig^o. Si Colón, como es probable, conocía estos parajes ya de los
tiempos de sus navegfaciones con los portugueses, todo ello remontaría a antes de
la fundación del Real de las Palmas en 1478. Cuando en 1485 entró en Castilla,
hacia ya lardos años que residía en Lisboa, apartado de navegaciones; en sus tiempos
de nauta o mercader. Gando seria el punto natural de recalada en Gran Canaria
y, dadas sus condiciones, seguro había allí algunos medios humanos a disposición
de los marinos: agua acarreada a lomo o a hombro, leña y otros suministros.
Sólo más tarde Las Palmas atrajeron toda la vida costera de la Isla. En fin, es
inútil decir que la curiosa estadístipa de gandistas e isletistas nada demuestra, sino
que el dicho de Las Casas pasó inadvertido para muchos. Pero, ¿Gando no está
también en Gran Canaria?
Elias SERRA
FRANCISCO MORALES PADRÓN: El comercio canario-americano
(siglos XVI, XVII y XVIII).—StvWW, Escuela
de Estudios Hispano-Americanos, 1955, XX más
426 pp. y 24 láms. 4.° 70 pesetas.
Con un prólogo del Dr. Eduardo Arcila Parías, profesor de la Facultad de
Humanidades y Educación de la Universidad Central de Venezuala, ha publicado
este estudioso canario el enjundioso trabajo que lleva aquel titulo, fruto de su
paciente labor de investigación en el Archivo de Indias.
El prologista, tras hacer resaltar la interdependencia que existió entre las
diversas porciones del imperio español, pone de especial relieve que el mantenimiento
tan prolongado de este imperio no se debió a una presión militar sino a
razones políticas y económicas y al vinculo espiritual que ligaba todas las partes
del mismo. Luego, el autor, en una introducción datada a 25 de junio de 1953,
da una dibliografia y un repertorio de fuentes y sienta un programa a desarollar:
la vida económica del Archipiélago en cuanto se refiere • su orientación hacia
América. Y, como se dirá, en realidad rebasa este límite.
El primer capitulo, Canarias y las Indias, se refiere sólo a aquéllas: una idea
de la coyuntura histórica de las Islas y otra de su fisonomía económica. El capí-
117
tulo seg'undo, Organización del comercio, organismos y funcionarios, reseña los
sucesivos órgfanos públicos que controlaron este comercio; en el tercero se ocupa
de los reglamentos especiales, todos del sigilo XVIII, dictados a propósito del
mismo. Más nuevo es el contenido de los sig^uientes: el cuarto, Barcos, mercaderes
y mercancías; el quinto, La exportación a las Indias; el sexto. El comercio de
importación, en el que se estudia no salo lo que llegaba de América sino lo que
se enviaba a Cádiz, plata acuñada y productos americanos reexportados; en fin,
en total un detallado estudio de los productos que Canarias colocaba en Indias y
y de los artículos indianos traidos a Islas de la Península por los comerciantes
canarios, muy a menudo extranjeros domiciliados, por lo menos en el siglo XVIII.
El capitulo séptimo trata de las Anormalidades en el tráfico, interesantes precisamente
por ser muy normales: contrabando, fraude, descaminos, arribadas, y, por
último, del antagonismo entre Sevilla, celosa de su monopolio, y Canarias, incansables
en sus esfuerzos para quebrarlo. El libro se cierra con copiosas estadísticas
complementarias y todavía relación de fuentes documentales e impresas, bibliografía
y cuidados índices, toponímico, onomástico y de materias, que hubiese sido
preferible fundir en uno solo.
Pero muy particularmente, en nuestro criterio, da valor a la obra la gran
cantidad de documentos que exhuma de los fondos sevillanos. Los registros de
buques salidos de Canarias para las Indias, desde la nao «Santiago», que partió
de Santa Cruz de La Palma, en 1551, con vino, vinagre, pez, quesos, jabón, matalahúga,
orégano, mostaza, aceitunas y brea, hasta los de 1754; los de barcos y mercancías
que navegaron de Canarias a Cádiz entre los años 1720 a 1730; relaciones
de los navios canarios que hacían el tráfico con América, desde 1737 a 1773; la
dé mercancías llegadas de las Indias a las Islas, que, aunque incompletas, por falta
de fuentes, nos da a conocer la de 18 naves llegadas en los años de 1680 a 1687, y
otras muchas recogidas a lo largo del texto, hacen que esta obra sea para el futuro
investigador 4^ esta materia de necesaria consulta.
Si alguna falta hemos de notar —en qué obra humana no la hay— es, de una
parte, que desearíamos un mayor cuidado y exactitud en lo copiado de documentos:
asi, por ejemplo, en la página 328, cuando dice que el navio «San José», salió
del «Puerto de la Cruz (Orotava)», tenemos la seguridad de que el documento no
emplea estos términos; de la otra, un exceso de fidelidad en la transcripción, como
cuando, en la página 130, dice: «El Nauio thenerife...»
Dos trabajos fundamentales sobre el comercio canario-indiano han visto la
luz en estos últimos años: el del Dr. José Peraza de Ayala, El Régimen comercial
de Canarias con las Indias en los siglos XVI, XVII y XVIII, de reconocida valia,
laborado sobre fuentes de primera mano del archivo capitular de Tenerife, muy
particularmente de documentos reales de la Real Audiencia de las Islas y del
Concejo de la de ésta, y el que, ahora comentamos, trabajado sobre fondos de
otro archivo y de distinto caráter, también de notorio interés para completar desde
otro ángulo este problema histórico.
L. R. O.
118
FRANCISCO MORALES PADRÓN: Rebelión contra la
Compañía de Caracas.—Sevilla, Escuela de Estudios
Hispano-Amerioanos, 1955.
La interesante figura del canario —para Morales Padr<Sn con toda seguridad
tinerfeño— Juan Francisco de León es desapasionada y cariñosamente estudiada
en este volumen de ciento cincuenta páginas escasas.
El malestar que en la provincia de Caracas produjo la prepotencia de la
Compañía Guipuzcoana, con su monopolio, no sólo ya sobre aquella actividad
comercial que de derecho tenia, sino con la que de hecho logró conseguir, produce
la reacción de todo el pueblo; de los ricos criollos, que veian como lo» cargos
públicos iban pasando de sus manos a los empleados de la Compañía; de los agricultores
y contrabandistas, porque la Guipuzcoana era la que fijaba a su capricho,
naturalmente en su favor, el precio del cacao, e impedía las ventas a los holandeses
de Curasao.
Juan Francisco de León, capitán poblador del valle de Panaquire, del que
era teniente cabo de guerra, se ve sustituido por uno de la Compañía. La rebelión
—democrática, monárquica, moderada en todo momento, sin sangre— comienza
(1749). La ineptitud del gobernador y capitán general don Luis Francisco
Castellahos agrava el problema, en vez de encauzarlo.
La Audiencia de Santo Domingo envía al oidor Galindo, que con don Julián
de Arriaga, que sustituye a Castellanos, pacifican la provincia; pero Arriaga es
sustituido por el general Ricardos, con duras instrucciones de Madrid y con la
orden de restablecer la odiada Compañía. La rebelión ya extinguida renace y
termina con sangre, pero no por parte de los sublevados; son varios los que mueren
arcabuceados, como castigo a su delito, entre ellos varios otros tinerfeños.
Juan Francisco de León, después de larga persecución, se entrega, no sin
antes dirigir una interesante carta, que sirve a Morales Padrón de prólogo a su
estudio. Conducido a España, preso en el Hospital Real de Cádiz, halla la muerte
el 2 de agosto de 1752.
La rebelión de este canario, pese a su personal fracaso, no fue infructuosa.
El gobierno hubo de limitar los abusos de la Compañía y dar participación en
ella a los criollos y se la obliga a tener abastecidas las principales plazas.
Costó al gobierno esta pacífica sublevación 366,573 pesos, como certifica
otro tinerfeño, don Lorenzo Rosel de Lugo, que a la sazón desempeñaba cierto
cargó en la Real Hacienda en aquella provincia.
Recoge el autor las distintas opiniones de los tratadistas sobre León, las de
los que ven en ella un antecedente de la independencia política venezolana, las
de los que la valoran como una contienda regional de meridionales contra norteños
y la de los que la enfocan como un movimiento reivindicador de ventajas
económicas. Para Morales Padrón hubo de todo.
El trabajo, amenamente escrito, merece mayor divulgación en las Islas. La
figura de Juan Francisco de León, si bien no de la categoría de la de loa grandes
conductores, si tiene interesantes facetas.
L. R. O.
119
GERHARD ROHLFS: Contribución al ettudio de los
gaanchismos en las Islas Canarias.— «Revista de Filología
Eipañola», XXXVIII, 1954, páy». 83-99 [Aparecida
en 1956].
Durante los meses de invierno del curso 1950-1951 nuestra Facultad trajo
como profesor visitante el maestro alemán de lingüistica románica Dr. don Gerhard
Rohlfs. Resultado de su estancia en Tenerife fue un artículo con materiales para
el estudio de los guanchismos de Cananas, que ofreció originalmente a esta
REVISTA DE HISTORIA. Cuando ya estaba compuesto— en la redacción, casualmente,
se conservan todavía sus pruebas paginadas—, el autor decidió retirarlo; y
ahora ha visto la luz en la revista reseñada.
Prudentemente el Dr. Rohlfs se abstiene de hacer comentarios, de establecer
relaciones o aventurar teorías y juicios con respecto a las hablas prehispánicas
de Canarias. Como su título indica, se trata, sin más, de un aporte de materiales.
La serie de palabras comentadas, las referencias bibliográficas, así como el área
y extensión del uso de las dicciones no son lo completas que sería de desear, cosa
fácilmente explicable, dado el poco tiempo que el autor estuvo en las Islas. Tampoco
aparecen muy depurados los vocablos en cuestión, pues vanos son romania-mos
indubitables, engañosos seudomorfismos guanches debidos a mala ortografía
o variantes dialectales.
Pero de todo ello, con la extensión debida, con el rigor y competencia que
le son característicos y con exposición de juicios críticos y nuevas opiniones
personales, se ocupará nuestro compañero de redacción Dr. don Max Steffen en el
próximo cuaderno de esta revista. Esta nota no pretende otra cosa que dar una
ficha del trabajo del Dr. Rohlfs y anunciar el del Dr. Steffen.
J. RÉGULO PÉREZ
JUAN ÁLVAREZ DELGADO: ¿Semitismos en el guanche
de Canarias?—. «Anuario de Estudios Atlánticos», I,
Madrid-Las Palmas, 1955, págs. 53-89.
La tesis de este'nuevo trabajo del Dr. Álvarez Delgado es la de que el guanche
(palabra con que designa las hablas de los canarios prehispánicos) no es un
puro dialecto beréber, como se ha venido sosteniendo por algunos tratadistas,
sino an dialecto (o grupo dialectal) del tronco camito-semita, con un contacto
más estrecho con el egipcio que con el beréber, si bien, dado que beréber, egipcio
y guanche arrancan de dicho tronco común, es de necesidad que haya relaciones
entre ellos. Las diferencias de las hablas de cada isla representarían unas isoglosas
semejantes a las de los actuales dialectos beréberes.
En apoyo de esta tesis extrae cinco ejemplos de una obra general suya da
120
linsfüiitica guanche en preparación. Lai cinco voces cuyas monografías aduce son:
Gibiteros, amagar, ajádar, Guinigaada y Tamarán, y sus corresiiondencias serían:
gibiieros 'montaña amarilla'; amagar 'cuevas'; ajódar 'fortaleza'; guinigaada 'junto
al agua' o 'sobre el agua'; tamarán 'las palmas'. Para cada una de ellas halla
relaciones más estrechas con radicales y formas del camita (egipcio, líbico, beréber)
que con el grupo semita. La posición del autor, es, pues, de abierta negativa
frente a los pretendidos semitismos (tanto árabes como púnicos) del guanche.
La exposición de las filiaciones de los cinco vocablos contiene muchos puntos
segestivos. Mas para quien esté algo familiarizado con la técnica de la investigación
lingüística, el convencimiento de que se anda por terreno firme no aflora necesariamente.
Hoy sabemos, sin ningún género de dudas, que las lengoas que se
hablan en Nueva York, Madrid, Moscú y Teherán fueron una vez un mismo idioma,
cosa que la inmensa mayoría de sus actuales usuarios no podría siquiera sospechar.
Pero sabemos asimismo que el artículo pospuesto del albanés, búlgaro y rumano
nada tiene que ver con el fenómeno paralelo del artículo también pospuesto del
danés, noruego y sueco; si ambos grupos lingüísticos estuvieran en contacto, a nú
dudarlo que se arbitraría alguna explicación de precomunidad —acaso el tan repetido
sustrato, ya propuesto para el grupo balcánico, dados los distintos orígenes
del albanés, búlgaro y rumano—, y, no obstante, la realidad iría muy por otro lado.
Las recaladas al camita que hace el Dr. Álvarez —a través de voces, lenguas y
alfabetos que en su mayor parte no puedo seguir, es cierto, pero también con
yerros de interpretación topográfica, como, por ejemplo, en cuanto a la ubicación
de Amagar en relación con el texto de Abréu Galindo (pág. 64)—, recaladas casi
siempre att'activas, me han traido a la memoria la afirmación experta del gran com-paratista
Meillet: <un rapprochament perd en valeur probante tout ce qu'il gagne
en facilité».
Con todo, este artículo contribuirá positivamente a aumentar el interés y la
preocupación por el pasado lingüístico de Canarias, que últimamente ha entrado
en una fase de gran actividad entre los especialistas europeos. De seguro que no
dejará de llamar su atención el recio aldabonazo discrepante que la tesis del Dr.
Álvarez representa.
J. RÉGULO PÉREZ
Jos£ PÍREz VIDAL: Aportación de Canaria», a la
población de América. Su infiaencia en la lengua y en
la poesía tradicional.— «Anuario de Estudios Atlánticos
», I, Madrid-Las Palmas, 1955, págs. 91-197.
106 páginas dedica el autor al tema que encabeza esta nota; en realidad, se
trata caai de un libro en 4°, convenientemente ilustrado con mapas antiguos y
modernos y hasta reproducciones de las cabezas de periódicos de ambiente isleño
publicados en varias repúblicas americanas.
121
Pérez Vidal, buen conocedor de la materia, investigador paciente y concienzudo,
nos brinda en este trabajo la síntesis más cumplida que conocemos de la
aportación canaria de todos los órdenes hecha al Nuevo Mundo.
No estamos huérfanos de conlribuciones monográficas al tema de las relaciones
entre Canarias y América, en especial después de los extensos estudios sobre
documentos de primera mano debidos a don José Peraza de Ayala, en esta misma
revista, y a don Francisco Morales Padrón, en la Escuela de Estudios Americanos
de Sevilla; pero el enfoque global del Dr. Pérez Vidal, que pone a contribución
tanto los trabajos de estos dos investigadores como los de muchísimos otros
canarios, europeos y americanos, es de los que han de consultarse ya como piezas
fundamentales en la reconstrucción de la simbiosis histórico-cultural canario-americana,
a partir del momento mismo del descubrimiento de América.
El estudio se divide en tres partes principales, cuyos enunciados son elocuentes
por sí solos: /. La emigración canaria al Nutvo Mando; II. Esquema de la
obra de los canarios en América; y ///. Influencia de Canarias en la lengua y en la
poesía tradicional de América. Especialmente esta última parte es en extremo
interesante, pues demuestra que incluso el estudio de los romances antiguos de
América, como independientemente apunta el gran maestro de la filología española
don Ramón Menéndez Pidal (pág. 10 del mismo «Anuario»), debe mucho a la
tradición rural y arcaica de las Islas, emigrada al Nuevo Mundo ininterrumpidamente
desde finales del siglo XV hasta nuestros días.
Creemos que esta monografía de Pérez Vidal es arquetípica del programa
bosquejado por el director del «Anuario», en el sentido de que exalta la contribución
de Canarias en «grandeza y dimensión universal». Pérez Vidal pide para el
tema la amplitud de un libro, «sin premuras de tiempo ni limitaciones de espacio
». Lo merece. Y si algún día se lanzare a ello —cosa que sinceramente deseamos—,
nos gustaría que en aras de ese mismo sentido de grandeza y dimensión
universal diera el autor el énfasis que merece al hecho de que en Canarias se
inició la colonización en el mundo. La Edad Media conquistó, pero no colonizó.
El hecho de crear una explotación nueva para exportar se opera a raíz de la
conquista de Gran Canaria, cuando se estableció en esta isla una industria típicamente
colonial, la explotación azucarera, de Canarias trasplantada a América y de
tan enormes consecuencias allá. También en Canarias se ensaya el sistema de
conquista por iniciativa particular y capitulaciones con los reyes (Fernández de
Lugo para La Palma y Tenerife), que luego privó hasta hacerse casi general en el
Nuevo Mundo.' Y así otros aspectos semejantes y conexos, pues creemos se puede
afirmar que la conquista y colonización de Canarias f)ie sólo el noviciado de la
gran empresa de colonización americana primero y del resto del mundo después.
J. RÉGULO PÉREZ
* Cf. JUAN RÉGULO PÉREZ: Los cursos monográficos de Historia de Canaria*
[profesados por el Dr. Serra Ráfols], en esta REVISTA DE HISTORIA, XIV, 1948,
paga. 260-262.
122
ELENA CALANDRE DE PITA: El drago, en un cuadro
de El Basco y en un grabado de Schonghauer,—
»Clavileño>, VII, n.° 39, Madrid, mayo-junio de 1956,
pájfs. 61-65.
Nos da este artículo la curiosa noticia de que dos artistas europeos del sig'Io
XV, Hieronimus Bosch o El Bosco (1450-1516), holandés, y Martin de Schonghauer
(1453-1491), alemán, usaron como elemento de sus obras el drago. Una fotog^rafia
de un detalle de El jardín de las delicias (pintado hacia 1500) por El Bosco y otra
del g'rab'ado La huida a Egipto de Schonghauer, comperadas con las de sendos
dragos actuales de Canarias, no dejan lugar a dudas: lo que los críticos e historiadores
del arte llamaron, por desconocimiento, palmeras, son dragos.
Pero no compartimos con la autora el criterio de que ambos artistas se
inspiraran en dragos de Canarias. Es cierto que la conquista del Archipiélago
comenzó en el primer decenio del siglo XV; mas no todas las Canarias poseen
dragos, y aquellas en que se dan no fueron ganadas para España sino en el último
decenio del siglo XV. Nos inclinamos más bien a sospechar que los prototipos
utilizados por ambol artistas fueron dragos oriundos de Madeira, donde también
existen, isla ocupada por Portugal al final del primer cuarto del siglo XV, o de
Cabo Verde, archipiélago asimismo portugués desde mediados de dicho siglo y
que también cría dragos silvestres. (No es cierto, como dice la autora, que hubiera
dragos en Gran Canaria y en El Hierro: espontáneos los hay sólo en Tenerife y
La Palma; en las demás islas en que se ven hoy es por cultivo. Ni los hay en el
País del Cabo: se trata de unos arbustos que, dibajados, pudieran confundirse con
dragos, pero que no io son.) De las islas portuguesas procederían los que Münzer
vio en Lisboa a fines del siglo XV, y de Canarias, con seguridad, el que hoy existe
en el jardín de la Facultad de Medipina de Cádiz, pues el habitat del drago no
se extiende fuera de las Canarias y las islas portuguesas citadas.
Más verosímil que la posible o probable existencia de un libro de viajes
ilustrado del siglo XV a que alude la autora, que reflejara los dragos con la fidelidad
minuciosa que muestran ambos artistas, nos parece la llevada de ejemplares
a Europa —el drago es vegetal muy resistente, cuyos esquejes pueden plantarse
bastante tiempo después de separados del tronco— y que crecieran en el continente.
Nos induce a esta conjetura el hecho de que los ejemplares dibujados por
ambos artistas son jóvenes —como lo son igualmente los de las dos fotos de dragos
actuales que sirven de términos de comparación—; de haber estado los artistas
en Canarias, seguramente habrían dibujado ejemplares más impresionantes y
ornamentales. Y si tenemos en cuenta la fama de que disfrutó durante toda la
Edad Antigua y la Edad Media, la sangre de drago o cinnabaris, nada de extraño
tiene que la farmacopea del siglo XV hiciera lo posible por acercar las fuentes
de tan buscada y valiosa gomorresina.
No» es grato registrar estas referencias al drago en la historia del arte, pues
añaden un elemento más al prestigio dos veces milenario de esta extraña reliquia
botánica.
J, RÉGULO PÉREZ
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JESÚS HERNÁNDEZ PERERA: LOS retratos reales de Luis de ¡a
Cruz y Ríos.— «Anuario de Estudios Atlánticos», I, Madrid-
Las Palmas, 1955, págs. 201-254, más 24 láms.
Con todo y ser Luis de la Cruz y Ríos el pintor más importante del pasado
nacido en Tenerife, su bibliogfrafía es muy escasa. Aparte a l ^ n estudio publicado
en revistas, artículos en periódicos y referencias más o menos extensas en obras
de carácter general, sólo existe un libro y no muy amplio ni profundo, el de Se-
, hastian Padrón Acosta, dedicado a aquel pintor. A llenar una laguna viene, pues,
muy oportunamente el estudio que a los retratos reales dedica Hernández Perera
y que éste califica de catálogo, siendo asi que es un análisis bastante completo
de los óleos y miniaturas que Cruz y Ríos hizo de la familia real española.
Paso a paso sigue cronológicamente la obra del artista y el primer retrato
que menciona es el de Fernando Vil y el de su hermano Don Carlos, que se conservan
en el paraninfo del Instituto de La Laguna y que, con justicia, califica de
medianos, medianía que hace resaltar más al compararlos con el que del mismo
rey se halla en el Palacio Real, pintados ambos en 1815.
El análisis minucioso a que somete este último retrato conduce a Hernández
Perera no sólo a juicios técnicos de la obra, sino a deducciones psicológicas, de los
sentimientos de adhesión y amor sin límites de su autor hacia el rey.
En el informe que sirvió de base para el nombramiento de pintor de cámara
de Luis de la Cruz se alude elogiosamente a varias miniaturas que pintó de
Fernando Vil, miniaturas que han desaparecido, y ello da pie al autor para hablar
de la formación de nuestro artista en esta técnica, formación que se hizo ya en
Canarias y opina se debe principalmente al estudio e imitación de miniaturas
francesas e inglesas, además de que a este arte le llevaba su temperamento analítico
y minucioso. Creemos que ésta fue la verdadera causa de su formación en
este género de pintura tan escasamente cultivado en España y que hizo de Luis
de la Cruz uno de sus maestros, pues sus miniaturas no poseen aquel encanto
suave y elegante de las de aquellos países.
Entre los aciertos del estudio que comentamos figuran las referencias históricas
de las personas retratadas y del ambiente que las rodeaba y de sus cualidades
y defectos físicos y morales. Así lo hace también al hablar de los retratos de la
segunda esposa de Fernando Vil, Isabel de Braganza. Entre ellos uno al óleo que
tiene la novedad de un fondo de paisaje a la derecha que da base al autor
para hacer atinadas consideraciones sobre las tendencias paisajistas de Luis de la
Cruz y su influencia en la creación del paisaje en la pintura española.
Asimismo aprovecha la existencia de una miniatura de esta misma reina para
indicar el cambio de técnica del pintor, su maestría así como sus defectos, au
situación dentro de las escuelas pictóricas de la época y el que sea en España uno
de los maestros indiscutibles de esa clase de obras.
Si la psicología de los personajes retratados merece la atención del autor, no
podía dejar de nlerecerla la del propio artista y, en efecto, a lo largo de todo el
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trabajo surgen observaciones que son particularmente interesantes en el j^rupo de
retratos del rey que llama «retratos de súplica».
Después de analizar los primeros ¿Icos y miniaturas de la tercera esposa del
rey, María Josefa Amalia de Sajonia, señala una sejfunda etapa en la obra de
nuestro pintor y, aunque con alg'unos titubeos al precisar las influencias de las
escuelas y tendencias pictóricas de la época, afirma acertadamente que los óleos
y miniaturas pintados entre 1829 y 1833 son los mejores que brotaron de sus
pinceles. Su juicio queda confirmado al estudiar el gran retrato al ¿leo de la
reina; .los de la infanta doña Maria Francisca de Braganza, esposa del infante don
Carlos María Isidro, verdadero retrato psicológfico, y el gran ¿leo de Fernando VII
en traje de ceremonia, indicando justamente su filiación artística y los aciertos y
defectos del mismo.
Aunque se aparta del tema, intercala aquí el análisis del Autorretrato que se
conserva en Madrid en una colección particular y del cual hace resaltar la cabeza
y el ambiente material y espiritual en que está inmerso el cuadro. Para el autor
de este estudio se halla en esta pintura un como resumen de todo lo que el artista
podía dar de sí, tanto en sus aciertos como en sus fallos. Nos parece un juicio
definitivo y exacto.
Al examinar los retratos de la reina María Cristina de Borbón menciona uno
catalogado como obra de Antonio María Esquivel, pero que el autor atribuye a
Cruz y Ríos. La atribución creemos que es correcta, mas está poco argumentada,
sobre todo cuando una de las bases de su argumentación es la semejanza de
algunos detalles con el retrato de doña Luisa Carlota de Godoy y Borbón de
Rúspoli, atribuido por Carderera a nuestro artista.
Termina este trabajo estudiando los retratos de los infantes don Francisco
de Paula, su esposa doña Luisa Carlota de Borbón y sus hijos, y los de la reina
Isabel II niña, haciendo descollar la decadencia en que ha caído el pintor y su
amaneramiento.
A lo largo de estos análisis encontramos interesantes y justas observaciones
de los paisajes, bodegones y flores qu¿ aparecen en algunos de los óleos y miniaturas
y que quizás hubieran hecho de Luis de la Cruz un buen pintor de estos
géneros de haber insistido en ellos.
J. M". BALCELLS Y PINTO