El Arzoliisp BeucoDio, insipe patncio tinerfelo
lEMPRE que volvamos la vista a los horizontes de nuestra
historia regional de la penúltima y aun anterior centuria, sus páginas
doradas nos ofrecen a porfía los nombres ilustres de los Alva-rez
de Abreu, Sosa y Timbombo, Benitez de Lugo, la Encina, Verdugo
Albiturría, Estévez, etc.; los que, en premio a su talento o a
sus virtudes apostólicas, ciñeron a sus sienes la mitra y llevaron sobre su pecho
el áureo pectoral, símbolo de alta jurisdicción eclesiástica. Pero en medio de esa
constelación brillante de mitras, báculos y anillos con reflejos amatísticos que,
en cortejo soíemne y hierático, desfilan ante los anales de otras edades, la figura
de un mitrado palaciego, por cuyas venas corrían algunos glóbulos de la sangre
del último Mencey defensor de las selváticas libertades tinerfeñas, se ilumina
con las esplendideces patricias de un amor acendrado al terruño, a favor del cual
puso todo su positivo valer y altas influencias; y no teniendo ya más que legarle,
le entrega en lo fuluro sus cenizas para que durmieran el sueño eterno bajo
las bóvedas de la Catedral de Tenerife, nueva hijuela ésta que él arrancara, ad
majorem Deigloriam, del tronco secular de la diócesis rublquense. (1).
(1) He aquí la ascendencia del interesado:
GIL MARRERO, natural de Portugal y conquistador o poblador de Tenerife, casó con Constanza
Antonia Alonso, otorgando su testamento ante Juan MArquez el 20 de septiembre de 1.518. De este matrimonio,
del cual descienden distinguidas, incluso tituladas, familias canarias, nació, entre otros:
II. Jatin Marrero, esposo que fué de .luana Díaz Hernández, hija legítima de Juan Gaspar Hernández
y de María Díaz Bencomo, nieta paterna aquélla de Gaspar Hernández (Adjoaa), ex mencey de Abona,
yerno que fué de Imobaeh Bencomo, y materna, de Andrés de Llarena, príncipe indígena, y de María
Díaz Bencomo y Lugo, hija ésta de D. Diego de Adeje (Pelinor), ex-mencey de este Distrito, y de
su esposa D.* Catalina de Lugo. Del Juan Marrero y Juana Díaz, fué hija legítima:
III. María DUig, esposa de Alonso Gómez, quienes fueron padres, a su vez, de
IV. Cristóbal Marrero Bencomo, primero del nombre, casado en esta ciudad, en la parroquii de
la Concepción, el 2.5 de agosto de 1608, con Leonor Marrero o González, en quim tuvo a
V. María de las Nieves Marrero Bencomo, mujer que fué de Salvador Salgado, hijo de Hernán
Martín y de María Francisca, habiendo celebrado su enlace en la Parroquia de los Remedies en 1636,
(folio 80, lib. 2.°), siendo aquéllos padres de
VI. Cristóbal Marrero, segundo del nombre, casado en los Remedios en 1669, ("folio 62 v.°, lib. h."),
con María Negrín, hija de Juan Negrín y de Juliana Marrero, siendo hijo legítimo de aquéllos,
Vil, Cristóbal Marrero Bencomo, tercero del nombra, que casó también en los Remedios (VIH,
246 REVISTA DE HISTORIA
Tales consideraciones sugiere la memoria del Excmo. e lltmo. Sr. D. Cristóbal
Bencomo y Rodríguez, nacido en esta ciudad el 30 de agosto de 7758, de
padres modestos pero honr.ados, que lo fueron D. Francisco Braulio Bencomo
Alfonso y de D.^ Bárbara Rodríguez de Fleitas, habitantes que fueron, si mal no
recordamos, de la antigua calle del Agua, hoy de Nava-Grimón.
Desde pequeño demostró muy felices disposiciones para el estudio, al que se
aplicó con gran aprovechamiento durante los seis años que tardó en cursar la
Filosofia y Teología bajo la dirección de los frailes del convento de San Miguel
lib. 7.° fol. 168 v."), cou María de la Encarnación Alfonso, hija de Asensio Afonso y de María Sebastiana.
Aquéllos fueron causantes de
VIII. /^/•«««sfo Fe«co/«o, casado en la propia parroquia (1746, lib. 8.» fol. 230 v."), con Bárbara
Rodríguez de Fleitas, hija de Cristóbal Rodríguez, oriundo de Tacoronte, y de Teresa María de Flei-
• tas, padres que fueron aquellos de tres ilustres hijos de Tenerife, a saber: D. Cristóbal, objeto de este-trafcajo,
D. Santiago, obispo electo de Astorga, y D. Pedro Bencomo, primer Deán de Tenerife, y también
primer Rector de la Universidad de San Fernando. (V. en Bbl. prov. antecedentes del expediente
sobre ingreso dé D. Cristóbal en la Oi-den de Carlos III).
EL ARZOBISPO BKNOOMO a*/
de las Victorias, o de San Francisco, en cuyos claustros es probable fuera condiscípulo,
según creemos, del célebre gomero Ruíz de Padrón.
Decidido por la vocación eclesiástica y no teniendo aún la edad necesaria
para recibir el presbiteriado, sólito y obtuvo, como simple mérito para adiestrar
sus facultades, el tomar parte en las oposiciones para los beneficios vacantes en
el Obispado, haciendo luego lo propio en las de la cátedra de Filosofía del Seminario
de Canaria.
Tanto se destacó en los anteriores torneos literarios, que el Obispo, Fr. Joaquín
de Herrera le confirió, el mismo año de 7790, la tonsura y el titulo de Predicador,
así como el nombramiento de Maestro de pajes y sagradas ceremonias.
Estrecho campo debieron parecer a los talentos del futuro Prelado la tierra
canaria, cuando bien sea por propia espontaneidad o por consejo de alguien,
se trasladó a la Corte con el fin de ampliar en ella sus estudios, aunque ya era
muy versado en lengua y literatura latina. Domiciliado en Madrid, dedicóse al
difícil aprendizaje del griego, cuyas dificultades venció, al decir de uno de sus
biógrafos, en el corto espacio de seis meses.
Algo sobresalientes debieron ser las cualidades d. 1 entonces Presbítero Ben^
como, cuando el mismo Rey Carlos IV le nombró en 7793 maestro de Filosofía
y política de sus caballeros pajes, primero, profesor de latinidad del Príncipe de
Asturias en 7790, con la dignidad de Chantre de Plasencia, después, y, por último,
en 7800, confesor del mismo Principe, cargo ese, como es sabido, de los más espinosos
y delicados, pero que justifican la prudencia y el talento del entonces Canónigo
Bencomo, que a partir de aquel instante siempre tuvo sobre el voluble y
tornadizo Fernando Vil una influencia casi decisiva, de que supo sacar el buen
partido en beneficio de su país natal, que luego veremos.
Habiendo ocurrido la solapada invasión napoleónica y la vergonzosa e indigna
abdicación de Bayona," nuestro comprovinciano, ante aquella bancarrota
de la dinastía secular, se aprovecha de tal acontecimiento para volver al país
de origen, saludando los hogares de su infancia y familia. Tranquilo y satisfecho
se encontraba aquí, recibiendo grandes muestras de consideración y estima de
sus paisanos, cuando al regresar Fernando Vil del destierro y ser reintegrado
en las altísimas funciones de la realeza, se acuerda de su maestro y confesor,
mandando que un barco de guerra lo reintegrara desde Canarias a la Madre-patria
para que continuara ejerciendo cerca de su Real persona, las funciones de
padre espiritual.
Nunca demostró Bencomo gran apego por los honores y dignidades, pero
su natural modestia se estrelló ante la voluntad omnipotente de su egregio! protector,
que en 7875 le confiere honores de miembro del Consejo y Cámara de
Castilla y la gran cruz de la Real y distinguida Orden de Carlos III, cuya insignia
le impuso el mismo Rey en 7877, en cuyo año fué presentado por el Soberano
y preconizado Arzobispo de Heráclea in partibas por el Papa Pío Vil, sirviéndole
de padrino en la consagración el Infante D. Carlos, que le regaló un valioso
pontifical. (7).
Ya elevado a la dignidad episcopal, fué nombrado por el Monarca Inquisidor
general en 7878, pero bien porque comprendiese que la institución del Santo
Oficio, bastante quebrantada desde las Cortes de Cádiz, no se aviniese con los
(1) En el Museo de «Villa Beuítez», propiedad del laborioso y entendido amiteur de antigüedades
canarias, D. Anselmo J. Benítez, se conserva una de las bulas del nombramiento de Arzobispo a favor de
D. Cristóbal, así como un busto en miniatura de dicho preclaro lagunero y alguna correspondencia suya.
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nuevos tiempos, ora que tal elevado cargo fuese, aun todavía, una pesada carga,
Fernando VII le aceptó su dimisión, después de varias reiteradas instancias por
parte de nuestro Bencomo.
En medio de la brillantez de aquella Corte borbónica, siempre tuvo puesto
su pensamiento en el amado terruño, pues, como dice uno de sus comentadores,
«su imaginación se enderezaba de continuo a promover los adelantamientos de
su querido país canario; y asido a esta idea, avariciaba su realización, cual el
codicioso la posesión del más preciado tesoro.» Fruto de sus desvelos y preciada
ejecutoria de su hermoso palriotismo, fueron, primero, la creación de la
Diócesis de Tenerife, constante aspiración de nuestros abuelos desde 7707, y
segundo, la creación de la Universidad de San Fernando, otra aspiración-no
menos importante del país, que pudo tener realidad a partir de la R. C. de /5
de septiembre de 7830.
Enfermo y achacoso, y no sentándole el rigor del invierno madrileño, pidió
permiso al Rey para fijar su residencia en la hermosa perla de Andalucía, Sevilla,
en cuya metropolitana disfrutaba la dignidad de Arcediano de Carmona, asistiendo
como tal a coro. Instalado, pues, en la capital andaluza desde 7822, su vida
fué allí retirada y humilde, dedicada por entero a las austeras prácticas religiosas
y al ejercicio de la caridad, como lo demostró durante el cólera que afligió a los
sevillanos en 7823, donando sumas de consideración en beneficio de los desvalidos,
ya directamente o por conducto del párroco de San Esteban. Por algo
figura su retrato entre el de otros ilustres personajes en la Biblioteca colombi
na, sita en el patio de los Naranjos de la estupenda catedral sevillana, habiéndonos
cabida la satisfacción de verle allí, tan honrado, en aquel histórico monumento
bibliográfico.
Estando allí, fué protector de una lumbrera de la Iglesia española, consulíor
del concilio del Valicíino, fundador de la benemérita institución religiosa de las
Hermanas de la Cruz y gloria de la Isla de la Gomera, su patria. Nos referimos
ai santo Dr. Torres y Padilla, cuya biografía hemos publicado en otra parte.
Nuestro A'zobispo fué autor de algunas obras, parte de las cuales aún permanecen
inéditas, habiendo el mismo autor desconfiado del mérito de otras, que
quemó.
Donó su valiosa Biblioteca a la catedral de Tenerife, muchas joyas, pontificales
y cuadros de mérito, disponiendo que sus restos descansasen en el recinto
de la nueva catedral, (para cuyo frontis contribuyó con tres mil duros), accediendo
a la súplica que para ello le hizo su Cabildo, falleciendo el 75 de abril
de 78i2. Fué sepultado provisionalmente en la capilla de aquella metropolitana
de Nuestra Señora de Concepción la Grande, contigua a la Capilla real, y de allí
trasladados sus restos mortales en 7837 a esta ciudad, siendo inhumados en el
presbiterio de la catedral, lado de la Epístola, en un pobre sepulcro que desdice
algún tanto de la magnificencia del protector y fundador de una catedral, que
siempre pregonará la reputación y altas virtudes patricias de tal varón, uno de
los más ilustres de Canarias.
Mientras que nuestro país no levante una estatua y labre un mausoleo al Arzobispo
de Heráclea, a quien Tenerife es deudor de tan grandes beneficios en el
orden religioso y docente, se nos antoja que cada mármol o estatua perpetuado-res
de méritos menos sobresalientes, serán oíros tantos monolitos de ingratitud
cn^el desierto árido y poco equitativo de un caprichoso patriotismo.
RAFAEL PADRÓN DE ESPINOSA.