La conquista de Tenerife
Un reajuste de datos hasta 1496
(Continuación)
Por J. ÁLVAREZ DELGADO
Cuarta etapat de enero de 1494 a 8 de mayo de 1496
Conquista de Tenerife por Alonso de Lugo
Primera campafiat enero a mayo de 1494
La campaña inicial de conquista de la isla de Tenerife, llamada
«primera entrada» por nuestros historiadores, planeóla Alonso
de Lugfo como un calco de su precedente, vertig-inosa e incruenta
conquista de la isla de La Palma, ^ si bien el tremendo fracaso de
su operación en Acentejo torció el proyecto y, complicando los
acontecimientos, retrasó el final de la conquista.
Para convencerse de tal semejanza basta cotejar ambas operaciones.
' Lai fechas tradicionales (con gfraves contradicciones en nuestros historiadores;
CHIL: Estadios, III, p. 316) son: Lug-o llega a La Palma en 29 de septiembre
de 1492 y acaba la rendición el 3 de mayo de 1493 (de San Miguel a la Santa
Cruz): 7 meses.
246 [53]
En La Palma, Alonso de Lugo arriba por el bando de Arida-ne,
con cuyo caudillo un año antes el gobernador de Canaria
Maldonado, el provisor Valdés y la palmesa Francisca Gazmira
habían concertado pacto de amistad y conversión de indígenas.
Allí erige una torre de vigilancia, y tras unas marchas pacíficas
realiza contactos y tratos con los caudillos de los demás cantones
de la Isla, teniendo sólo una ligera escaramuza con Garehagua de
Tigalate, y termina la conquista de la Isla con el ataque de improviso
y prisión del caudillo Tanaussú de Aceró.
Las operaciones de Tenerife en la primera entrada son del
todo semejantes. Arriba Lugo por el distrito de Anaga, en pacto
de paces con el gobernador Maldonado desde año y medio antes,
a través de Lope de Salazar; erige la torre y realiza negociaciones
y pactos con los bandos de Anaga, Güímar, Abona y Adeje, y
ligeras razzias por el de Tacoronte. Los bandos de Tegueste y
La Punta quedan un poco a trasmano de su camino; y los de Daute
e Icod, más alejados aún, caen a la espalda del de Taoro. Lugo
queda persuadido, después de una entrevista con Benchomo de
Taoro, que éste se niega a pactar con él (como en La Palma le
resistió Tanaussú), y se propone dominarlo en su marcha militar
Algunos sospechan (RuMEU: Lago, p. 141) un retraso hasta la primavera de
1493: lo que obliga a comenzar la conquista el 3 de mayo y terminarla el 29 de
septiembre del mismo 1493: 5 meses.
La declaración de Valdés y el pacto con Anaga de Lope de Salazar (Fontes,
VI, pp. 94 y 195) invitan a colocar la llegada de Lugo en septiembre de 1492,
conforme a la tradición.
Parece excesiva terdanza retrasar a mayo de 1493 el principio de la conquista,
casi un año después del otorgamiento de la merced, anterior a las reales cédulas
de junio y julio de 1492 (Fontes, III, pp. 147 y 150).
El tiempo de tres o cuatro meses entre septiembre de 1493 (terminación de
la conquista de La Palma en segunda hipótesis) y las operaciones de Tenerife es
demasiado premioso para el viaje de Lugo, obtención de la nueva merced y recluta
en Sevilla (Fontes, III, p. 113).
Que las cosas de palacio iban despacio se ve, porque Lugo, llegado a Alma-zán
con los menceyes de Tenerife en mayo-junio de 1496, no obtiene hasta el 5
de noviembre siguiente el gobierno y la facultad de repartimientos. ¿Es posible
que en menos tiempo lograra la capitulación de conquista y la recluta de tropas
para Tenerife?
[54] 247
hacia Acentejo, donde cosecha, en lugar de la esperada victoria,
un espantoso descalabro.
Vamos a estudiar separadamente los episodios particulares de
esta campaña.
Alonso de Lugo, conquistador de Tenerife
Antes de hablar de la merced de conquista de Tenerife a
Alonso Fernández de Lugo, llamado también simplemente Alonso
de Lugo hasta en los documentos oficiales, será conveniente comprobar
la verosimilitud de sus asaltos anteriores a esta isla.
Presas de Lugo en Tenerife
Dice Espinosa (III, 4, p. 94) que siendo Lugo alcaide de la
Torre de Agaete en Gran Canaria, «desde aquella parte había hecho
algunas entradas en esta Isla de Tenerife» antes de encomendársele
su conquista.^ Sin embargo, durante el efectivo gobierno
de Pedro de Vera, a cuyas órdenes sirvió Lugo en Agaete, no está
comprobada su intervención personal en los asaltos conocidos a
Tenerife. Ni hay noticia de que partiera <le Agaete, a pesar de su
proximidad, armada alguna para hacer presas en esta Isla, pues
hasta sus propios navios de conquista de las dos islas salen directamente
de Las Palmas, según unánime testimonio de los cronistas.
Ya en el largo periodo entre la primera y segunda campaña (junio
1494-octubre 1496) Lugo vende su heredamiento de Agaete y no
es alcaide de la fortaleza.
Mas, aun careciendo de concretas informaciones sobre tales
asaltos, es posible y razonable que realizara presas de ganados y
esclavos en nuestra isla, bien personalmente, bien por medio de
barcos y tropas a sus órdenes; tanto entre 1485-1491, por sus relaciones
con Hernán Peraza y Pedro de Vera, actores de presas
' Lo mismo dice CHIL: Estadios, III, p. 296.
24& [55]
reiteradas y ventas de esclavos, como desde junio de 1492 a diciembre
de 1493, etapa anterior y siguiente a su conquista de
La Palma.
Los Reyes Católicos le conceden (13 VI 1492: Fontes, III,
p. 148) los derechos de quintos «sobre qualesquier tomas e caval-gadas
que vos e las gentes que lleváredes o vuestros navios e
fustas para la dicha conquista tomaren» de la isla de Tenerife y
lugares de Berbería. Y cuando Lugo lo pidió, tenía propósito decidido
de hacer tales presas, de seguro realizadas.
No atestiguan naturalmente los informes de Gran Canaria
tales actividades por las precauciones de Lugo ante las quejas del
obispado, por lo sucedido a su amigo y jefe Pedro de Vera, y para
situar los cautivos lejos del alcance del gobernador de Canana
Maldonado, quien mota proprio, o empujado por el obispado y
las cédulas regias de liberación de cautivos, impedía a otros tomarlos,
como vimos en el caso de Lope Salazar. Y asi lo indican
documentos de Valencia de esclavos hechos por Lugo (núms. 88
y 91 del estudio cit. de V. Cortés), mandados una vez a Portugal
(¿Madera?) y otras a Lanzarote, donde Maldonado los tomó y vendió
por su cuenta.
Un detalle interesante lo confirma. Al llegar Alonso de Lugo
(agosto-septiembre de 1492) con la merced de conquista de
La Palma, estaba vigente en Canaria la excomunión dictada por el
provisor Valdés {Fontes, VI, pp. 93-94) contra las presas en aquella
isla, basada en una bula pontificia que sólo tutelaba a los conversos,
pero que había esgrimido Maldonado «cuatro meses>
antes para estorbar a Saavedra hiciera en ella presas, en salvaguarda
de su pacto concertado con unos jefes de la Isla, aunque sin
jurisdicción ni expresa autorización real.
Para justificar en su conciencia la conquista de Lugo frente al
pacto de Maldonado y la excomunión de su tío el Provisor, agrega
en su declaración el bachiller Pedro Valdés, que nos suministra
tan valiosos informes (Fontes, VI, p. 94), que «vino proveído el
dicho Adelantado . . . tomó la isla de La Palma e . . . a todos los
cautivaron por que dezían que no habían guardado las pazes>.
Es muy interesante subrayar aquí, frente a la afirmación de
Abréu Galindo (III, 8, p. 287) de que Lugo quebrantó su palabra
[56] 249
y fe dada a Tanaussú, acometiéndolo arteramente y de improviso
al venir a parlamentar, que la versión oficial de los hechos es la de
Valdés, recogida mucho antes en la R. C. de 2 de febrero de 1494
{Fontes, III, p. 151): «uno de los bandos de pazes de dicha isla...
con traición estando en dicha seguridad avían acordado de dar en
el Real e lo desbaratar . . . Nos le hezimos merced de 140 captivos
de los que fueron en la dicha traición».^ Y hasta Marín y Cubas
(Chil, III, p. 315) se hace eco de ella, elaborando una controversia
entre Lugo y Tanaussú, porque el mutuo recelo impidió realizar el
oportuno parlamento.
Merced de conquista
Alonso de Lugo, aunque desconocemos el documento,^ es
sabido logró en el año 1493, después de junio, la merced real de
cenquista de la isla de Tenerife. Otorgóscle naturalmente a petición
suya, pero sin duda en atención al éxito por la rápida terminación
de la conquista de La Palma (29 IX 1492 al 3 V 1493).
Según apuntan nuestros cronistas, esta primera conquista de
La Palma la obtuvo (antes de junio de 1492: Fontes, III, pp. 147-
150), aparte del apoyo de sus amigos, como Pedro de Vera, por
estar caducada igual merced a Juan Rejón diez años antes, poco
antes de morir.
Pero nuestros cronistas' tienen ideas confusas sobre los sucesos,
y suponen que Lugo se trasladó a la corte de Castilla a quejarse
de Rejón por la muerte de su concuño Pedro del Algaba (año
• No puede identificarse la rebelión de Valdés y la Real Cédula con la sublevación
citada por Abréu (III, 9 p. 288), ocurrida cuando Lug'o estaba en la conquista
de Tenerife o en su preparación. Lug^o envió a Diegfo Rodrigfuez de Talavera con
30 soldados y aquietó la Isla.
Todo hace suponer que esta sublevación posterior (¿contra el lugarteniente
de Lujro Fernández Señorino?) ocurrió entre diciembre 1493 y mayo 1494.
* RuMEU: Lugo, p. 15 y 100; pero sin duda es meses antes del 2 de febrero
1494, pues lo cita la cédula de esta fecha.
» ESPINOSA. 111. 4. p. 94; VIANA, II, vs. 895 y 937, p. 66-67; ABRÉU, III, 7, p. 281,
y nota del editor.
250 [57]
1479), o que se le permitió regresar desde entonces con la merced
sobre Tenerife y La Palma, o que marchó para reclamar la conquista
de La Palma tras la muerte de Rejón. Indudablemente confunden
dos viajes de Lugo muy distanciados y diversamente motivados.
Parece innegable, en efecto, que Alonso de Lugo fue a la
corte de Castilla hacía junio de 1479, tras la prisión y muerte de
Algaba a reclamar contra ella, y quizá fue alguno de aquellos
«amigos y confederados> (Abréu: II, 15, p. 202), que Rejón metió
en un barco y desterró, cuando salió el deán Bermúdez.
Regresó Lugo, según dice Bernáldez, el año siguiente (1480)
con el nuevo gobernador Pedro de Vera, a quien seguramente
persuadió las medidas de cautela por éste adoptadas frente a Juan
Rejón al desembarcar en Canaria y tomar posesión del cargo; y
seguramente le ayudó en el proceso contra Rejón formado entonces.
Pero en este viaje Lugo no pudo traer todavía ni siquiera la
promesa de merced de conquista de La Palma, que se concedió
luego a Rejón.
Ésta en cambio la logró en un nuevo viaje del año 1491.
Debió de marchar tras su amigo Pedro de Vera, que salía de Canarias
a poco de llegar el pesquisidor Francisco de Maldonado,
nombrado el 30 de marzo de 1491 (Wolfel: frías, p. xxii). Porque
la citada visitación ordena a Maldonado prohibir a «Pedro de
Vera e a sus hijos e a todos sus oficiales . . . que no entren ni estén
en la dicha ysla . . . y entreguen la gobernación e varas de la justicia
de alcaldías e alguacilados de la dicha isla». Y Alonso de
Lugo era alcaide de Agaete.
Y si Maldonado todavía sentenciará por entonces (Wolfel:
Frías, p. xix) una reclamación de don Fernando Guanarteme contra
Vera, la residencia de éste fue de seis meses, y Pedro de Vera
estaba fuera de Canarias mucho antes de diciembre de 1491, según
resulta de los mismos documentos acopiados por Wolfel (Frías,
pp. XVIII a XXI y XXXl), y de la bien comprobada intervención de
Pedro de Vera en la conquista de Granada.
La estancia de Lugo en Granada, señalada por nuestros historiadores,
aparece documentalmente comprobada, pues Lugo recabó
entonces confirmación real de su data de Agaete (Espinosa: III,
4, p. 94; Abréu: III, 7, p. 281; Rumeu: Lugo. p. 181), precaución
[58] 251
bien justifícada, pues, aunque de momento Maldonado no tocara a
Alonso de Lugo en sus dominios, debió éste pensar que las reclamaciones
del obispo, de los gomeros y canarios enemigos, así
como de los conquistadores desafectos a Vera (Jáimez, Portugués,
García y otros declarantes de la residencia: Wólfel: Frías, p. xxv),
iban a privar a éste para siempre del gobierno de la Isla y someter
a reformación su repartimiento, perjudicando sin duda a sus más
adictos amigos.
Esta segunda larga estancia de Lugo fuera de Canaria la confirma
la R. C. de 13 de julio de 1492 (Fontes, III, p. 149), que lo
llama «vecino de Sevilla» y no de Canaria, aunque la R. C. de
20 II 1492 le dice todavía «alcayde de Gaete».
Por los motivos expuestos el futuro Adelantado procura por
un lado consolidar su propiedad de Agaete, y por otro obtener
un nombramiento real que, asegurándole una posición independiente
de Maldonado, le permita ampliar sus dominios y preva-lencia.
Y nada en efecto mejor que la capitanía de conquista de
una isla insumisa.
Los bandos de paces
El complejo problema de los «bandos de paces> guanches
con Alonso de Lugo en la conquista de Tenerife merece particular
estudio.
Para comprenderlo bien es preciso recordar que la situación
de cada bando es muy diversa respecto del conquistador; y que
las informaciones sobre ellos vienen por diversos conductos, más
enterados de unos que de otros.
El mismo Alonso de Lugo, en una carta y actas del Cabildo
(1499: Fontes, IV, p. 21), así como en la Residencia {Fontes, III,
p. XXVII y 42), nos informa sobre los cuatro «bandos de paces:
Adeje, Abona, Anaga y Güímar>.
- Pero tanto Lope Fernández como Pedro Valdés, testigos de
la Reformación (Fontes, VI, pp. 88 y 94, en el año 1506), sólo citan
252 [59]
los «bandos de paces de Adexe, Abona y Anaga», dejando fuera
precisamente el de Güímar, único citado por Espinosa.^
Éste asegura, en confirmación de lo dicho sobre la penetración
herreriana (111, 4, p. 95), que «vino el rey de Güímar, Acalmo,^
a sentar y confirmar las paces que con Diego de Herrera y otros
capitanes había firmado». Y cuando Alonso de Lugo inicia su
avance hacia Acentejo, en la primera entrada, supone (III, 5, p. 97)
al rey de Anaga adversario de Lugo, como los de Tacoronte y
Tegueste, sin citar para nada a los otros dos bandos de Adeje
y Abona.
Extraña la postura de Espinosa, opuesta a su contemporáneo
y conocido texto de Torriani, quien (p. 168) dice que Lugo aprovechó
las disensiones entre los reyes indígenas para lograr «inteligencia
y confederaciones» con tres de ellos: el de Abona, el de
Anaga y el de Adeje, coincidiendo con los declarantes de la Reformación.
Abréu Galindo (111, 18, p. 316), aunque sigue al P. Espinosa,
consigna que los bandos son cuatro, en una extraña redacción que
parece indicar que conjuga dos fuentes, como Espinosa y Torriani:
«vino Acaymo, rey de Güímar y asentó paz con él; y más con el
rey de Anaga y con el de Adeje y con el de Abona».'
Viana sigue a Espinosa, pero imagina y poetiza mucho los
acuerdos de los menceyes indígenas; haciendo (VI, v. 43 y sgs.,
p. 159 y sgs.) que venga a ofrecerse a Lugo en pacto de paz el
mencey de Güímar, que no concurre a la asamblea de los mence-
1 También a sólo el de Güímar apunta la información del Escudero (p. 66):
«los g^uanches en el término onde estaba la Santa Imagen que se habían estado
quietos sin pelear>.
' Acaimo llama Espinosa al rey de Güímar, mientras Viana llama Añaterve
al rey que pacta con l-ugo, dando el otro nombre al mcn'cey de Tacoronte.
Parece evidente que si es Acaimo el primer rey de Güímar, al dividirse el
dominio entre los menceyes (Espinosa I, 8 p. 41), como dicen Espinosa, Viana
Torriani, etc., no debe ser el mismo el presente en la conquista de Lujfo, que habría
muerto, aunque el nombre fuera conocido por las referencias de la Imagen de
Candelaria y el acta del Bufadero.
' Llamamos la atención sobre la coincidencia formal con el citado texto de
esta frase de Abréu.
[60] 253
yes indígfenas convocada por Benchomo de Taoro, en la cual
(V, V. 758 y sgs., p. 143-146) los demás, salvo los de Tacoronte y
Anaga, resolvieron que cada cual defendiese su cantón como
pudiera. Tan extraña postura demuestra que Viana ignora la real
situación de Anaga, bando de paz desde la primera hora, haciendo
creer la vulgarización de su Poema, como durante mucho tiempo
se dijo, que frente al heroísmo de todos los reyes indígenas alzados
en defensa de su tierra, sólo el de Güímar había pactado con
el enemigo que la invadía.
Pero el ser bando de paz Anaga está también singularmente
confirmado en la Información Trejo-Carvajal (Chil, III, pp. 214,
215, 219 y 225), donde además de decir en general que don Fernando
Guanarteme entraba a hablar a los reyes guanches de Tenerife
para atraerlos, de manera terminante declara Juan Baxo que
«fue a donde estaba el Rey de Anaga, Rey Guanche, el cual estaba
de paces, a le decir e requerir que se viniese a ayuntar con el
dicho Adelantado»; y después a Bentor, el hijo de Benitomo; lo
que parece indicar que las paces con los demás menceyes no fueron,
como estas dos embajadas, obra tan exclusiva del Guanarteme.
Ya hemos visto que las paces con el bando de Anaga habían
sido negociadas con anterioridad a la entrada de Alonso de Lugo,
en nombre del gobernador de Canaria, Francisco Maldonado mediante
Lope de Salazar {Fontes, VI, p. 195), por lo que Lugo coloca
aquí su Real.
Pero la posición del de Güímar, espontáneo compareciente
en Añazo (no en La Laguna, como dice Abréu) y ratificador de
acuerdos previos con los herrerianos desde varios lustros antes,
es notablemente diversa: Lugo no negoció con él, sino el mencey
reclamó mantenimiento de su pacto. Y la colaboración del mencey
de Güímar Añaterve (o Acalmo) debió de ser muy valiosa para
Lugo en sus negociaciones con los otros dos cantones del Sur,
Abona y Adeje, adonde Lugo debió ir por mar con sus naos y
con los grancanarios, güimareses y los marinos conocedores de
estas tierras, como el ya citado Pedro Fernández de Saavedra,
experto en recaladas, presas y combates con los indígenas.
Ya indicamos que tales negociaciones debieron invertir muchos
días, y nos plantea problemas de conocimiento la captación
254 [61]
del cantón de Tacoronte, con quien no negoció paces, pero situado
en su camino hacia Acentejo (como el de Tegueste, si entraba en
la meseta de La Laguna, según quiere Espinosa).
El mencey de Güímar, dice Espinosa (111, 4, p. 95) que informó
a Lugo del poder militar de Benchomo de Taoro, llamado
desde tiempo antes^ «el gran rey», y que le opondrá la máxima
resistencia.
Lugo pretende negociar con él, logrando por la intervención
de don Fernando Guanarteme y del mencey de Güímar y quizá de
Anaga que concurra a una entrevista, por nuestros historiadores
situada en Gracia, cosa bastante extraña sin la concurrencia del
mencey de Tacoronte, cuyo término está por medio.
La actitud de Benchomo concurriendo a ia entrevista con un
fuerte retén de tropas y su altanera respuesta, que colorean poéticamente
Viana y Núñez de la Peña (Espinosa: loe. cit.; Viana: V,
vs. 442 y sgs., pp. 134 y sgs.; Viera: IX, 3), demuestra sus temores
y recelo respecto de las actitudes de Lugo. Nada obtiene éste de
aquella entrevista, sino el convencimiento de que para dominar la
Isla ha de vencer a Benchomo por la fuerza de las armas. Detrás
de Taoro caerán los otros cantones, con quienes no puede combatir
sin atravesar este territorio y que seguirán el destino del
más fuerte.
Por ello no prolonga sus negociaciones, una vez logrado el
acuerdo con los cantones inmediatos a su Real de Añazo y con los
reinos del sur de la Isla.
* Este titulo le dan el acta de Bufadero (1464), la Información Trejo-Carvajal
(CHIL, III, p. 215), Lope de Salazar (Fontes, VI p. 195), las Datas (Rv. DE HISTORIA,
núm. 61, 1643) p. 13; y quizá Espinosa (I, 8, p. 41) al hablar del mencey de Taoro
como Quehehí por excelencia.
No creemos que se trate de traducción de su nombre indig'ena, sino de una
particular distinción, como otros de estas islas. Además de Gran Canaria, por
su semejanza formal queremos recordar el Valle Gran Rey correspondiente al
cantón de Orone o Arure en La Gomera, uno de los cuatro de aquella isla, cuyo
jefe era el más anciano. ¿Ocurrió lo mismo con Benchomo de Taoro?
[62] 255
Cronología de la conqulstat primera entrada
Nuestros historiadores, carentes de una crónica contemporá-nMAT
veraz^ de las operaciones de la conquista de Tenerife, fijaron
sinfronolog^ía tratando de armonizar las referencias ciertas de hechos
importantes mantenidos en el recuerdo de los conquistadores,
con una distribución de ellos y de otros datos más o menos imaginados
o falseados a lo largo de los dos años y medio que sabían
había durado la conquista. Esto produjo numerosas contradicciones
entre ellos mismos y discordancia con datos documentales
perfectamente comprobados (Rumeu: Lugo, p, 10 y sgs.).
Para establecer nuestra siguiente fijación cronológica, hemos
compulsado las tradiciones seguras con varias referencias documentales
hoy bien conocidas, a fin de eliminar contradicciones e
inexactitudes, en espera de quienes puedan mejorar los detalles o
lograr referencias más precisas.
Bases del cálculo
En su hermoso libro sobre Alonso de Lugo en la corte de los
Reyes Católicos, tantas veces citado, nuestro colega y amigo don
Antonio Rumeu de Armas ha dedicado páginas muy nuevas, luminosas
y bien documentadas a fijar los detalles relativos a la terminación
de la conquista, rendición de los menceyes y acontecimientos
ulteriores. Allí probó categóricamente (pp. 57-59) que la conquista
de Tenerife acabó en mayo de 1496, pues hacia el 15 de dicho mes
' Ig'noramos si era crónica de la conquista de Tenerife o bien de las Islas Canarias
la perdida que citan como de Pedro de Arguello, escribano del Adelantado,
y enmendada por el bachiller de g-ramática Hernando Ortiz, la cual tiene muchos
problemas que será preciso resolver, aunque se encuentre en nuestros días.
Pero en todo caso no la manejaron nuestros cronistas; pues Espinosa (III, 1
P- 87) dice que «aunque hay muchos historiadores» de las otras islas (como Fiesco,
Torriani, Troya y otros inéditos), «desta isla de Tenerife hacen tan poca mención
que casi es ninguna, habiendo tanto que decir de ella». A esto se unen las contradicciones
en casi todos los particulares de Espinosa, Torriani, Viana y Abréu,
256 , [63]
Alonso de Lugo salió de Tenerife, llegando a Almazán (Soria)
algunos días antes del 10 de junio de 1496.
Leopoldo de la Rosa ya había dado a conocer^ un documento
de Alonso de Lugo, donde sin fijar mes y día daba por comenaida
la conquista en 1494 y terminada el año 1946. ^
También Serra Ráfols había tocado el tema al tratar del escudo
de armas de la Isla,^ cuya Real Cédula de concesión, custodiada
en el Archivo de La Laguna, dice que «la dicha Isla de Thenerífe
se ganó día de San Miguel».
Se añade un testimonio del propio Adelantado, quien declara
en la Residencia (Fontes, III, pp. 44 y 114) y confirman los testigos
Benítez y Amarillo, que la conquista de la Isla tardó «dos años y
medio poco más o menos», dato en que se apoyaron nuestros
colegas y amigos Serra y La Rosa para determinar acertadamente
en el prólogo de la citada Residencia (p. xxx) que la conquista de
de Tenerife debió empezar muy a principios del año 1494, pues,
de seguir la fecha tradicional de llegada (1° de mayo de 1494),
habrían transcurrido sólo dos años, casi exactos, hasta el 3 de
mayo de 1496: rendición de los menceyes en Taoro, y (como
veremos en la segunda entrada) terminación de la conquista con
la reducción de los últimos huidos, desriscamiento de Bentórey y
muerte de Sordillán, precisamente el 8 de mayo de 1496 «día de
la aparición de San Miguel Arcángel», confundido con la fiesta
litúrgica más importante del mes de septiembre.
Pero si Alonso de Lugo desembarcó con sus tropas en Tenerife*
los primeros días de enero de 1494, habría tardado la conquista
más de dos años y cuatro meses, cifra aproximada a los «dos
años y medio» declarados en la Reformación.
• Apud REVISTA DE HISTORIA, núm. 75, 1946, pp. 279-281. También RUMEU:
Lugo, p. 9.
* REVISTA DE HISTORIA, núms. 86-87, 1949, pp. 242-244.
' Sospechamos en efecto que la capitulación de conquista de Tenerife entre
los Reyes y Lugo debió hacerse por el mes de octubre de 1493. Así resulta del
ajuste de tiempo trascurrido entre las cédulas que hablan de la capitulación de
La Palma y comienzo de su conquista (de junio a septiembre de 1492); y del tiempo
que media entre la terminación de la conquista de Tenerife y los poderes a
Lug'o para gobernar las Islas (mayo a noviembre de 1496).
[64] 257
Tras esa entrada Alonso de Lug^o invertiría los meses de enero
a abril en los siguientes hechos, que nuestros antiguos historiadores
quieren reducir a cinco días, erradamente: construcción del
castillo o torre de Añazo, y embajadas, visitas, acuerdos de paz
y negociaciones con los cantones de Anaga, Güimar, Abona
y Adeje, así como el parlamento y frustrado pacto con Benchomo
de Taoro.
A principios de mayo se daría la gran batalla y desbarato de
Lugo en La Matanza de Acentejo. Y a fines de dicho mes, tras las
operaciones de retirada, razzias por Anaga y ataque de Haineto al
torrejón de Añazo, saldrían los barcos de Lugo en éxodo hacia
Gran Canaria.
Objeciones posibles.
Reconocemos una notoria divergencia entre nuestra cronología
y la tradicional de los textos. Por otra parte, negar algunos
puntos en que apoyamos nuestra distribución, por falta de pruebas
categóricas o documentales, determinando objeciones de fondo
al conjunto, es asimismo fácil.
Pero luego veremos que la erección de la torre en Añazo y
su tardanza durante días debió de ser un hecho real. Suponer que
los pactos con los indígenas (ya existía el de Maldonado con
Anaga) fueron fáciles y rápidos, está contra la tradicción y los
textos. Y si Lugo en La Palma, con la oposición de sólo dos cantones
(Tigalate y Aceró), tardó nueve meses antes de su primer
combate importante, no es de creer que invirtiera en Tenerife
menos de tres meses en las negociaciones con cinco cantones.
Tampoco cabe interpretar los hechos colocando la erección
de la torre de Añazo y los pactos de paces semanas antes del
desembarco de las tropas, llegadas en mayo de 1494. Pues consigna
la Residencia {Fontes, III, p. 113) que se reclutaron tropas
en Sevilla y Lugo trajo consigo desde allá fuerzas y bastimentos,
que no quedarían en Canaria varios meses, mientras él operaba
en Tenerife.
Mas convendrá estudiar tres particulares importantes, aparentemente,
al menos, opuestos a la cronología que establecimos.
RHC, 5
258 [65]
Fecha de la batalla de La Matanza de Acentejo
Nuestros historiadores, sigfuiendo a Viana y Espinosa, colocan
la llegada de Lugo el 1° de mayo. Y la tradición mantiene muy
vivo el recuerdo de que en los primeros días de dicho mes tuvo
lugar la batalla de Acentejo. Según los datos de Espinosa y Viana,
no debió ser antes del día 6 de mayo de 1494, pero tampoco después
del 13 de dicho mes. Y pocos días después de la rota de
Acentejo ponían nuestros cronistas el reembarco de Lugo para
Gran Canaria. Mas ya Núñez de la Peña y Viera y Clavijo (IX, 9)
retrasaban la salida de los barcos hasta el 8 de junio de 1494,
fecha considerada muy probable por Rumeu {Lugo, p. 19). Incluso
alguien sospecha, para dar más tiempo a los sucesos indicados
antes, que podría retrasarse bastante, para acortar también el
periodo de inacción entre las dos entradas.
Pero admitir la fecha de 7 de junio de 1494 u otra posterior
obliga a declarar falso^ el dato de Espinosa (III, 7, p. 105) de que
en 13 de junio de 1494 Alonso de Lugo, ya curado de sus heridas,
otorgó poder en Las Palmas, ante el escribano Gonzalo García de
la Puebla,^ a Gonzalo Xuárez de Quemada (o Suárez de Maqueda)
para concertar con cualquier armador que pudiese facilit^ir tropas
y ayuda para la conquista de Tenerife.' Tal poder a Xuárez de
Quemada debe ser independiente y anterior a los negocios con
los genoveses;* y seguramente indicado por el propio apoderado.
' Dato de notoria veracidad, que recogfen también Viana (IX, v. 663 sg».
p. 264) y Abréu (III, 19, p. 319) y esta reflejado en muchos testimonios documentales:
Fontes, VI, p. 32 y Fontes, III, p. 47.
' Escribano que nos es desconocido, nada extraño en los pocos documentos
de estos años que conservan los archivos de Canarias. Hay varios de i^ual nombre
de pila (¿hay confusión con ellos?), como Gonzalo de Burgfos, judío converso, y
Gonzalo Días de Valderas, citados ambos por Abréu (II, 26, p. 240).
' Espinosa y Viana lo llaman Gonzalo Xuárez de Maqueda, mientras Abréu
dice Suárez de la Puebla, por confusión con el escribano. Pero la Reformación
{Fontet VI) dice Xuárez de Quemada, aunque la Residencia {Fontes III) y las Datas
escriben Suárez de Quemada.
* También perfectamente documentado este concierto, aunque no tenjfamos
aún el original, corresponde al verano de 1494. (Rumeu: Lugo, p. 114 y 203;
[66] 259
que, vecino de Sanlúcar de Barrameda y deseoso de regresar allá,
debía estar en buenas relaciones con armadores y con el mismo
Duque de Medina Sidonia, con los que pensó hacer el negocio,
desde antes de enrolarse en las tropas de Lugo, cuando éste pasó
por Andalucía para hacer la primera entrada.^
Tanto las gestiones de Xuárez, como la iniciación de los convenios
con los mercaderes genoveses, iniciados entonces, reclaman
la presencia de Lugo en Canaria varios días antes del 13 de junio
de 1494, aunque la venta del ingenio de Agaete a Palomares* en
el mismo propósito de obtener recursos para la conquista de Tenerife
tpirdará todavía dos meses (19 de agosto de 1493; Rumeu:
Lugo, p. 185).
El reajuste de los datos de Viana y Espinosa, obtenidos de la
tradición viva, nos lleva a situar la «matanza» de Acentejo un
martes día 6 de mayo de 1494 (el 13 parece demasiado tarde); y
una o dos semanas después el ataque de Haineto y el reembarque
de las tropas de Lugo. En efecto, Viana después del 2 de mayo
de 1494 (p. 132) hace a Lugo marchar con sus tropas a La Laguna,
donde deja una guarnición, defendiendo en Gracia el paso del
Barranco del Drago y sus afluentes. El martes siguiente (pp. 191
y 210) inicia la marcha desde La Laguna, de donde sale a las diez
de la mañana. A las dos de la tarde, según él (p. 204), se traba en
Acentejo un combate con las fuerzas de Benchomo, que termina
Mijfuel Santiago apud, REVISTA DE HISTORIA, núm. 89, p. 39 sjfs.) Empleamos la
desi^naoión convenida de «g^enoveses», aunque Anhélate era mallorquín, como
Berardi era florentino, etc.
' Efectivamente Lujro en una data (Fontes, III, pp. 47-48) dice que sirvió a la
conquista con su «persona e con cierta g'cnte e cavallos». También Viana (III, verso
575, p. 87) entre los pocos apellidos que recoce de los soldados de la primera
entrada pone Xuárez, aunque dudamos ai se refiere a Gallinato.
' Da la impresión de que la confusión de Espinosa (RUMEU: Lugo, p. 115, nota)
obedece a que Lugfo antes de la rota de Acentejo había hipotecado el ing'enio de
Asfaete, vendiéndolo en agosto do 1494 {Fontei, III, p. 115) por no poder cumplir
sus compromisos y quedando gravado con el censo de Riberol. Pero las negociaciones
con los cuatro genoveses (Palomares, Angelate, Viñas y Blanco), quiíá directamente
sólo a través de Riberol y Palomares, debieron hacerse en esos meses
de verano del año 1494.
260 [67]
con una terrible derrota de los españoles al comenzar ya la noche,
circunstancia bien comprobada por diversos datos.
En la primera decena de mayo de 1494 fue martes el día 6.
Según el mismo Viana (p. 239) media una semana en la ayuda de
los gfüimarenses y la siguiente captura de esclavos, según Espinosa,
antes del ataque de Haineto, que estudiamos luego.
Este último obliga a Lugo, impotente para resistir más tiempo
en tierra, a regresar con sus barcos a Gran Canaria, probablemente
hacia el 20 de mayo, con tiempo holgado para pactar con
Xuárez de Quemada y empezar sus tratos con los genoveses.
La denominación de *Santa Cruz*
Se afirma generalmente haberse dado este nombre de Santa
Cruz al Real de Añazo por llegar Alonso de Lugo a la Isla y celebrarse
en él una primera misa el 3 de mayo de 1494.
Pero el examen crítico de los antiguos textos nos permite ver
cómo nace en ellos esa falsificación histórica. Espinosa (III, 4,
p. 95) dice que Alonso de Lugo «llegó por Mayo», sin fijar día;
pero ya Viana (III, v. 600, p. 87) señala que salió de Canaria el 30
de abril y llegó el «primero de Mayo», subiendo el día cuatro a
La Laguna. Nada dice Torriani de estas fechas (p. 168); pero
Abréu Galindo (III, 18, p. 316) hace a Lugo «tomar puerto en Sta.
Cruz a tres días de mayo . . . y púsole nombre . . . por haber tomado
puerto aquel día». Núñez de la Peña, a quien sigue Viera
(IX, 2) y Desiré Dugour {Apuntes, p. 6) señalan con Viana la llegada
el día primero de mayo y la celebración de la misa con la
«Cruz de la Conquista» el día 3 de mayo, motivo de la denominación
de la ciudad.
Se advierte el camino y la clara interpolación de Abréu y
Núñez de la Peña sobre los testimonios anteriores; cosa bien extraña
ante la postura de Espinosa, el más vigoroso cantor de la
preeminencia de Santa Cruz de Tenerife como Real de la conquista
por el Adelantado. En efecto, el P. Espinosa omite tan
señalada circunstancia, que de ser cierta evidentemente no faltaría
en alguna parte de su Ubro, como al dar la llegada de Alonso de
[68] 261
Lugo, o en el siguiente señalado pasaje (III, 12, p. 124): «Sta. Cruz
es un puerto de esta isla, el primero donde desembarcaron los de
la conquista, y así es el más antiguo pueblo de ella>.
También Viana (V, vs. 398-409, pp. 132-133) hace increíbles
equilibrios para explicar el nombre de Santa Cruz, diciendo que
celebraron esta fiesta «la víspera» y que le pusieron este nombre
«desde aquel día . . . así por esta causa . . . como porque . . . el general
sacó una cruz hermosa» de los barcos, detalle recogido en el
conocido cuadro de González Méndez (Rumeu: Lugo, pp. 16-17).
Tales esfuerzos de imaginación innecesarios no explican un
hecho seguro, idéntico al ya ocurrido en la isla de La Palma.
Según Abréu (111, 8, p. 287) termina la conquista de aquella isla
con la captura de Tanaussú de Aceró el 3 de mayo de 1493, motivo
de la fiesta general de aquella isla y causa de que se impusiera a
la capital insular ese nombre,^ aunque la terminación de la conquista
fue en El Paso.
Otro tanto debió acontecer en Tenerife. Aunque la rendición
oficial de los menceyes fue el 3 de mayo de 1496 en el Realejo de
Taoro, el nombre de tan gloriosa fecha'fue impuesto entonces al
Real de la Conquista en Añazo'.
La Real Cédula de 2 II 1494
Ya apuntamos nuestra sospecha de que en octubre de 1493
aproximadamente se firmaría la capitulación, hoy desconocida o
no hallada, de los Reyes Católicos y Alonso de Lugo para la conquista
de Tenerife. El más antiguo documento conocido que la
cita es la Real Cédula de 2 de febrero de 1494 {Fontes, III, p. 150;
Rumeu: Lugo, pp. 16, 100 y 170), que al hablar del asiento y capitulación
lo hace como de hecho lejano: «al tiempo que se concertó
la conquista de Tenerife dise que dixo que dexaba a N o s . . . »; y
' Confusión ¡sfual a la de nuestros historiadores tienen respecto del desembarco
y denominación Marín y Cubas y su elogiador Chil (Estudios, III, p. 310),
quienes ponen en el fondo de la bahía deTazacorte (? I) la capital insular de Santa
Cruz de La Palma. Parece que en el fondo de esto sólo hay confusión de datos
y analog'ías de nombres y conmemoraciones del 3 de mayo.
262 ' [69]
resuelve una reclamación de los mercaderes Berardi, florentino, y
Riberol, genovés, contra Alonso de Lugo, despachada por Sus
Altezas para el asistente de Sevilla.
Lejos de suponer este documento que Lugo estaba entonces
(febrero de 1494) en Sevilla, indica claramente que había pasado
por aquella ciudad muchas semanas antes y hecho la recluta de
soldados, de que habla la Residencia {Fontes, III, p. 113). La fórmula
leguleya «llamadas c oídas las partes>, frecuente y normal en
tales documentos,^ no exige que estén en la ciudad ambas, sino
que allí se produjo la reclamación o están los denunciantes.
Es seguro que Lugo dio a conocer a los mercaderes en Sevilla,
donde ambos residían, sus planes y acuerdos con los Reyes,
cuando regresaba a Canarias, para comenzar la conquista de Tenerife,
como excusa para no cumplirles los tratos existentes entre ellos.
Sus consocios disconformes reclaman a la Corte; mas por tratarse
de bienes y provechos cedidos por el conquistador a los monarcas,
éstos no resolverían iniciar el proceso sin larga meditación.
Los viajes de Juanoto Berardi, la tramitación de documentos en el
Real Consejo y la decisión de firmar la Real Cédula en Valladolid
el 2 de febrero de 1494 tuvieron que invertir varias semanas. Ya
que Rumeu {Lugo, pp. 119-120) señala en un pleito similar, también
de Lugo, que la chancillería regia tardó un mes en despachar la R. C.
de 21 XI 1496, después de ordenarlo la Reina Católica.
Es seguro que cuando la R. C. de 2 de febrero de 1494 se
firmó y llegó a Sevilla, había ya meses quizá que Alonso de Lugo
' Citamos por su identidad y cercanía un caso anilog-o. La R. Ejecutoria de
21 II 1491 (WiJLFEL: Frías, p. xv) enviase a Jerez, porque denuncia a Juana Canaria,
vendida allí como esclava. El alcalde de Corte Sánchez de Castro requirió por
pregón a Pedro de Vera por tres veces, aunque sabe que está en Canaria, como
g;obernador, por lo que comparece su hijo, que obtuvo ocho meses de plazo para
aportar pruebas.
Al iniciarse el pleito, nombrarse juez y requerirse a Vera, tanto la Corte como
el alcalde y juez saben que el denunciado estaba en Canaria; pero el denunciante
está en Jerez.
Lo mismo debió ocurrir en el caso citado de Alonso de Lugo, que ya estaba
en Canarias, aunque sus reclamantes están en Sevilla, razón de la orden al Intendente
de aquella ciudad.
[701 263
había embarcado camino de Cananas para la conquista de Tenerife.
Y es posible que las incidencias del pleito con ella iniciado no se
zanjaran definitivamente hasta que meses después (ag'osto de 1494)
Lu^o reserva un censo en su venta del ing^enio de Ag;aete hecha
a Palomar, a favor de Francisco Riverol, uno de los reclamantes
de la citada R. C. de 2 de febrero de 1494.^
Fuerxaa combatientes en la primera entrada
No podemos calcular el número de guanches auxiliares de
Lugo en la conquista por sus pactos con los bandos de paces,
quizá más pequeño de lo que se piensa, en vista de los pocos
traídos de Canana; y tampoco las fuerzas enemigas en ambas entradas.
Las cifras de nuestros historiadores (Viana, VIII, v. 803,
p. 226 y XI, V. 15-32, p. 293) son exageradas y caprichosas.
En cambio, las listas de Viana para la segunda entrada, bastante
completas, como veremos, son sufíciente base para establecer
cifras aproximadas de las tropas de Lugo en sus dos campañas; y
si bien menos segura la cifra para la primera entrada, podemos no
obstante calcularla.
Dice el P. Espinosa (III, 6, p. 100) que sólo 300 guanches dieron
muerte a casi 900 de los 1000 hombres que tenía Lugo, cifras
evídenfemente exageradas, a pesar de repetirlas Viana (p. 226),
Torriani (p. 168) y Abréu (III, 18, p. 318) más o menos igualmente.
Ya podemos sospechar sin embargo que serian unos 300 los soldados
de Lugo en Acentejo.
En efecto, Lugo no logra enrolar en Canaria para la segunda
entrada más que los restos de la primera (unos 118 hombres), y
una compañía de 100 peones que le facilita el gobernador Mal-donado.
Sería absurdo suponer que él sólo pudiera reclutar en
Sevilla y Las Palmas cinco veces más en la primera entrada, cuando
• Ribero! fiyur» como mediador en el otro pleito (Rumeu: Lugo, p. 119) iniciado
por incumplimiento con loi genovesea, tocios de Lu^o para la levunda
entrada.
264 [71]
el poderoso Duque de Medina Sidonia sólo le envía dos años
después 760 hombres.
Los Reyes Católicos, tras la primera sublevación de Gran Canaria,
etivían a Pedro de Vera unos 150 hombres; y con Miguel de
Mujica vienen después otros 150 ballesteros y 50 jinetes. No es
creíble que Lugo aspirase a reunir con sus solos recursos muchos
más, pocos meses después de su fácil conquista de La Palma.
Mas, al ver su fracaso de Acentejo, reconoció la necesidad de
traer mayor número de soldados; y este otro indicio nos facilita el
concierto con Xuárez de Quemada (Espinosa, III, 7, p. 150), autorizado
a contratar hasta 600 hombres, cifra que debe ser mucho
mayor que la traída por Lugo ese año de 1494 y con la que no
pudo hacer la conquista.
Todos estos indicios permiten asegurar que Lugo en la primera
entrada debió traer de 300 a 400 soldados. Pues Lugo mismo,
pOr boca de su procurador, manifiesta en la Residencia {Fon-tes,
III, p. 112) que trajo a la conquista 200 de a caballo y 1.500
peones, cifras que deben entenderse para las dos entradas (Ru-meu:
Lugo, p. 22, nota). Pero el testigo Benítez reduce los caballos
a 155, y aunque acepta los 1.000 o 1.500 peones, había
dicho primero 1.200, número testado en el documento, según nota
de los editores (p. 115). Y efectivamente esas dos cifras de
Benítez (155 caballos y 1.200 peones) son bastante exactas, como
vamos a ver.
Jinetes. Las listas de Viana para la segunda entrada (p. 296)
contienen 58 de a caballo en la compañía del capitán Castillo, cifra
que se repite en la primera entrada, más Bartolomé Benite?, que no
volvió (Espinosa, III, 7, p. 106). Sumados los 38 jinetes de las
fuerzas del Duque, tenemos los 155 de a caballo dados por Benítez.
Peones. Si a los 1.200 que dice Benítez se le restan (según
las listas de Viana) los 722 peones de las seis compañías del Duque
de Medina Sidonia y los 220 que trae Lugo de Gran Canaria
en la segunda entrada, quedan 258 peones que, con los 58 jinetes
señalados, integran una fuerza de 323 combatientes, cifra aproximada
de la primera entrada.
Como quedaron a Lugo después de la batalla de Acentejo
unos 120 hombres, murieron en ella dos tercios del contigente
[72] 265
total de sus fuerzas, además del gran número de heridos que tuvo
el tercio salvado, pues Viana llega a decir (p. 242) que «quedaron
todos» heridos.
Agfrejfando a las cifras precedentes dichas bajas, se aproximan
a ios 1.500 hombres que Lugo fija como integrantes de su ejército
en la conquista de Tenerife.
El "Real de la Conquista" en Santa Cruz de Tenerife
Fue «Santa Cruz de Añazo> la primera denominación oficiad
de nuestra actual capital insular, aunque corrientemente se consigne
sólo «Santa Cruz>, adicionándole a veces el título de villa, lugar
o puerto o su posición «en la Isla de Tenerife», como hacen los documentos
hasta después de 1520. Pero hasta mayo de 1496 sólo se
la llamó el «Real», manteniendo siempre su nombre indígena Aña-zo,^
pues como decimos en otro lugar se le impuso el nombre de
Santa Cruz por la advocación religiosa del día de la rendición
oficial de los menceyes (3 de mayo: fiesta de la Santa Cruz).
Emplazamiento del *Real*
Constituyó efectivamente Añazo para las huestes de Lugo durante
sus dos campañas (1494 a 1496) el «Real» de la conquista,
aunque nuestros historiadores desconozcan tal circunstancia.
• Véase Fontes, VI, pp. 199 y 202, y Fontes, IV, p. 7. Los documentos expedidos
fuera de la Isla^o los que buscan mayor precisión, dan completo el nombre
oficial, regfistrado así desde 1498 «I menos. Usualmente escriben sólo Sta. Cruz,
como aparece en otras páginas de esos mismos textos.
' La forma primitiva del nombre indígena de aquel paraje es sin duda Añazo,
aunque se haya escrito también Añaza, Anazo, Anaso, Agnazo, Naso, Añafo y
Añago, confundido con Anaga y Aniagua.
No creemos (Dugour: Apantes, p. 3) que fuera nombre de un amplio sector.
Debe de tratarse de un topónimo niÉnor muy concreto, limitado al mismo sitio,
llamado después el «Charco de la Cazona», probablemente, si la etimología es
el tuareg annat 'acción o lugar de rellenarse' (Foucauld, p. 1434), del verbo anez
'llenar un recipiente'.
266 [73]
Así lo dice el mismo Adelantado por boca de su procurador
en el interrogatorio de la Residencia (Fontes, III, p. 113: «desembarcó
en el puerto de Sta, Cruz e asentó su real e hizo una torre»).
Y lo mismo declaran gentes de Gran Canaria en la Información
Trejo-Carvajal (Chil: Estudios, III, pp, 215 y 232: «estando el Adelantado
aquel día arriba en La Laguna peleando con los guanches
la gente del Real de Sta. Cruz salió en socorro»;... «que viniesen
a favorecer e mamparar la torre e Real»; . . . «requirieron los dichos
dos caballeros volviese al Real a Sta. Cruz»).
Extraña que nuestros historiadores, Espinosa y Viana y tras
ellos Núñez de la Peña y Viera, y hasta el mismo Desiré Dugour,
olvidaran totalmente este hecho, cuando la misma denominación de
Realejo, por su forma diminutiva, estaba indicando que era «tenencia
o sustitución» del principal «Real», que estuvo en Santa Cruz.
Debe obedecer a que el rápido traslado en 1497 de la capitalidad
y cabildo a La Laguna, y la falta de uso del «Real» en Santa
Cruz, terminada la conquista, junto a la mayor importancia del
«puerto», anuló aquel primer nombre y con él los sucesos y larga
estancia de Alonso de Lugo en el Real de Santa Cruz hasta la victoria
de Acentejo.
Así el mismo Espinosa (III, 4, p. 95) y Viana (pp. 87, 116 y
122), hacen pasar como sobre ascuas por el puerto de Santa Cruz
el ejército de Lugo, a pesar de que hablen del nombre de «Sta.
Cruz», del desembarco y de Añazo. Ya Abréu y Torriani poco
después prescinden totalmente del Real, estancia y torre de Santa
Cruz, para llevar en seguida las tropas a asentarse en La Laguna y
acometer a Benchomo de Taoro. Ni siquiera advierten que sus
mismas palabras contradicen la hipótesis. Según Espinosa (III, 4,
p. 95) Benchomo vino a ver al gobernador porque «se detenía más
que otras veces en la tierra», mas su entrevista tiene lugar al día
siguiente del desembarco. Y Viana (p. 133) trae de paseo a S¡-
goñe a bando distinto al suyo, para que vea los barcos de Lugo y
lleva la noticia a Benchomo, que acude a visitarlo de paz al día
siguiente.^
' Un caso contrario de eite reajuste de actividadei lo tiene Viera y Clavijo.
Olvidando que había rectificado el año 1493 dado por Espinóla, Núñez y Abréu,
[74] 267
Construcción del * castillo*
También consideramos perfectamente comprobada la erección
durante la conquista del llamado «castil!o>, «torre» o «torrejón» de
Añazo, que sirvió de guarda y vigilancia del Real o campamento
asentado en sus inmediaciones, aunque no precisen nuestras fuentes
la fecha exacta de su construcción. Este problema merece
atención especial, porque consideramos la erección de este castillo
como la primera operación de Lugo, después de desembarcar
por el Puerto de los Caballos, reconocer la costa y situar el
campamento.
No es posible, en aras del respeto a la fecha tradicional de
mayo para la llegada de las tropas de Lugo, invertir los términos,
y suponer que el gobernador construyera la «torre» durante unas
previas entradas pacíficas y negociaciones con los bandos de paces,
y sólo al advertir la resistencia de Benchomo a negociar, proyectara
la traída de fuerzas y el ataque militar.
Porque tal hipótesis es contraria a la tradición misma y a
cuánto dicen nuestros historiadores (Benchomo se presentó a parlamentar
con 300 hombres, por no fiarse de Lugo, lo que supone
fuerzas en poder de éste), y expresamente contradice declaraciones
de la Residencia, como la de Amarillo (Fontes, III, p. 113),
testigo presencial de la recluta de tropas hecha por Lugo en Sevilla,
cuando, después de la conquista de La Palma, venía a conquistar
Tenerife.
El emplazamiento del «castillo» y del «campamento o Real»
en la margen derecha del hoy llamado Barranco de Santos (a 3 km.
en línea recta del punto de desembarco), se debe a dos razones
bien claras.
La primera, a encontrar allí los restos del 'castillo» que un
cuarto de siglo antes había erigido Herrera, según Espinosa (III, 1
p. 88), precisamente en Añazo, y no en el Bufadero, donde se hizo
por el 1494 de Bernáldez y Viana para la entrada de Lug'o en Añazo (lib. IX, capítulo
2), en el cap. 6 del mismo libro se extraña de que el ejército cristiano y loi
príncipes isleños estén inactivos hasta la primavera de 1494, en que coloca la batalla
de Acentejo.
268 [75]
el acta de posesión precedente, que fue asaltado y parcialmente
destruido por los anagfueses poco después, como dijimos.
La segunda, al necesario aprovechamiento del caudal de agua
que discurría por el cauce del barranco en invierno, o a posibles
pozos, como mandará hacer el mismo Adelantado años después,
para el suministro de la población y de los barcos arribados al
puerto (Fontes, HI, p. 123).
Es curioso que hecho tan importante aparezca casi ignorado
de nuestros historiadores, aunque la tradición asigna siempre a la
primera entrada de Alonso de Lugo la construcción del castillo o
torre de Añazo.
Mas el mismo Dugour, siguiendo las huellas de Viera y Núñez
de la Peña, dice que no hubo en Añazo o El Cabo establecimiento
duradero, sino el campamento de cabanas y tiendas. Pero de repente
{Apuntes, p. 8) le viene a la pluma un «castillo» donde Lugo
es asaltado por los de Anaga, tras la rota de Acentejo.
Otro tanto hace Viana (VIH, v. 820, p. 226) y Espinosa (III, 7,
p, 105), que sin hablar en cantos y capítulos anteriores de «torre»
alguna, de improviso señala uno la llegada de las tropas vencidas
en la Matanza de Acentejo al «torrejón de Santa Cruz», asaltado
enseguida por Haineto, y dice el otro que Lugo dejó en el Puerto
de Santa Cruz al marcharse a Canaria una guardia «en una torre
que había allí edificado».
Mayor todavía es el error de Abréu (III, 18, p. 317) y Torriani
(p. 168) que, ignorando el «Real de Sta. Cruz», sitúan equivocadamente
el campamento de Lugo en Agüere o La Laguna, confundiendo
posteriores desplazamientos de fuerzas de vigilancia o de
combate, señalados por Viaíla y Espinosa, en Gracia y en San
Cristóbal.
Por esto, y principalmente sobre la declaración del conquistador
Juan Benítez en la Residencia {Fontes, III, p. 114), tenían
razón La Rosa y Serra (Ibidem, p. xxx) y Rumeu {Lugo, p. 16 y 23)
para dudar y hasta afirmar que la «torre» de Añazo había sido
construida en la segunda entrada (noviembre de 1495).
Los textos más cercanos, la citada Residencia y la Información
Trejo-Carvajal (Chil: Estudios, III, p. 215 especialmente), testimonios
de testigos presenciales hablan tanto del «Real de Sta. Cruz»
[76] 269
como de «la torre y Real», por lo que, antes de razonar nuestra
opinión de la efectiva construcción de la torre en la primera entrada,
será preciso explicar la declaración citada de Benítez, la más
grave objeción a tal tesis.
Olvidando posibles confusiones en el recuerdo de Benítez,
explicamos el texto de su declaración como compuesto de dos
partes. La primera es <que desenvarcaron en el Puerto de los
Caballos^ y que desta ves que vinieron fueron desvaratados e se
fueron a Grand Canaria e que después se tornaron a rehacer e
venir a Tenerife». Pero como no había dicho nada de la «torre»,
objeto principal de esa pregunta del interrogatorio, al ser repreguntado
agregó: «desenvarcaron en el Puerto de los Cavallos e
vinieron a Sta. Cruz y que allí ficieron aquella torre a costa e misión
del dicho Adelantado».
Subrayamos que esta pregunta (n° 157) está antes de las cuatro
siguientes relativas al desbarato de Acentejo, marcha a Gran Canaria,
segunda entrada y terminación de la conquista. Prueba
también de que en la mente del Adelantado la construcción de
la «torre» tenía prioridad temporal sobre los otros hechos.
Reiteraciones como la propuesta son muy frecuentes en declaraciones.
Así en la citada Información Trejo-Carvajal, Juan
Baxo (p. 215), después de hablar de la muerte de Benitomo en la
batalla de La Laguna y la visita de Guanarteme a Bentor, vuelve a
ampliar sus manifestaciones sobre las incidencias de aquella anterior
batalla de La Laguna.
Otro testigo de la Residencia, Diego Fernández Amarillo (Fon-tes,
III, pp. 113-114), declara que venido Lugo «a esta isla fizo la
dicha torre la qual este testigo con los otros ayudó a hacer en el
dicho puerto de Sta. Cruz». Y si es cierto que estuvo en la primera
entrada hasta la rota de Acentejo, como él mismo declara,
no está probado con seguridad que Amarillo viniera al comienzo
' Puerto de los Caballos, Puerto Caballos o Puerto Caballo, como también
dicen los mapas, está asegurado como punto de desembarco en la primera entrada.
No obstante Torriani (p. 174, cap. 54) dice que «Ag-naio e famoso cosi per la conquista
che fecero i Cristiani che disbarcarono in la CALETTA DE LOS NEGROS»,
referencia de que no conocemos otro dato.
270 [77]
de la segunda entrada. Y en la batalla de La Lag^una, según Juan
Baxo, ya existían «la torre y el Real».
Otro indicio paraaceptarnuestra explicación de la declaración
de Juan Benítez está en su mismo texto. Es inadmisible que Lugo
desembarcara en la primera y segunda entrada por el Puerto de
los Caballos. De su propia declaración y demás textos citados,
sabemos que el campamento se asentó en Añazo desde la primera
entrada. En adelante el desembarco será siempre por este sector,
cercano al campamento, junto a la restinga o «Cabo» que limita la
desembocadura del Barranco de Santos, y no a tres kilómetros del
campamento de ambas campañas. Por esto nuestros historiadores,
tan desconocedores de la construcción de la torre como del desembarco
por Puerto Caballos, ponen los desembarcos de las dos
entradas por el mismo sitio: boca del Barranco de Santos o Añazo,
por donde sólo se hizo la segunda vez.
Otras razones inducen a aceptar la tesis tradicional.
La construcción de la «torre» debió durar de uno a dos meses,
pues este tiempo tardaron Lugo mismo y Pedro de Vera en construir
la torre de Agaete, según Abréu (II, 19, pp. 213-214; «hacer
allí una torre . . . y estuvo allí dos meses . . . y acabada la torre se
volvió al Real»). Y hay que subrayar para la cronología tradicional
el no fijarse en tan importante detalle. Porque suponen a Lugo llegado
el 1° de mayo, marchar en seguida hacia La Laguna camino de
Acentejo y esta batalla sólo cinco días después, y ya destruido por
Haineto el «torrejón» una semana más tarde.
Ni es creíble tampoco, que enfrentado Alonso de Lugo en
lucha con el mencey Benchomo de Taoro, pocos días después del
desembarco, marchara hacia Acentejo, sin cubrirse la retirada construyendo
la torre, y confiando la defensa del Real de Añazo, como
señalamos en otro lugar, a una docena de soldados, sin torrejón
de guarda. Mientras en la batalla de La Laguna, además de los
30 canarios, según la Información, quedaron fuera unos 200 hombres,
cuyo ataque determina la victoria.
Y la misma dificultad subsiste en la hipótesis de suponer construido
el castillo en la segunda entrada. Porque Juan Baxo, en la
Información citada (p. 215), dice que el Guanarteme y los suyos
quedaron guardando «la torre y Real de Sta. Cruz» al trabarse la
[78] 271
batalla de La Laguna el 14 de noviembre de 1495; y las fuerzas
habían llegado sólo doce días antes (Espinosa, III, 7, p. 10; y 8,
p. 107; Viana, p. 287 y 317; Rumeu: Lugo, p. 20 y 24). Ese corto
lapso de tiempo permitiría reparar los desperfectos que el asalto
de los anagueses hizo al castillo. Pero en modo alguno construir
de nueva planta el castillo y el campamento.
Ni es probable que Benchomo retrasara mucho su ataque a
Lugo, al comunicarle los de Anaga la segunda arribada de Lugo,
permitiéndonos adelantar a meses antes la llegada de Alonso de
Lugo. Porque sabemos que los de Güíniar, recelosos del trato
anterior (Espinosa, p. 109), no se acercan al gobernador en la
segunda entrada hasta la batalla de La Laguna; el mencey de Ana*
,ga es requerido varias veces para que se viniera por ser de paces
(Información: Chil, III, pp. 215, 219 y 232), y las mismas tropas de
Lugo, por sus cuantiosos gastos, le forzaban a iniciar en seguida las
operaciones de conquista.
Por último, no es creíble que Alonso de Lugo no construyera
la «torre de Añazo» desde su primera llegada a Tenerife, cuando
había sido alcaide de la torre de Agaete, construida por necesidades
de la conquista y gracias a la cual pudo resistir, cuando en
Canaria ya estaba asentado el Real de Las Palmas; después había-visto
erigir por idénticas necesidades de conquista otra torre en
Gáldar (Abréu, pp. 213 y 231; Valera: Fontes, II, pp. 111, 29),
y era conocedor de que su amigo Hernán Peraza pudo defenderse
y dominar su isla de La Gomera en la famosa Torre del Conde de
San Sebastián.
Él mismo, en su vertiginosa conquista de la isla de La Palma,
desde su desembarco en Tazacorte, levantó una torre de guarda
(Abréu: lU, 7, p. 282: «vino a aportar . . . en el puerto que está en
Tazacorte . . . allí asentó su real junto al mar, haciéndose fuerte,
reparando su real de manera que no le pudiesen hacer daño . . .
fortificádose que hubo...»). En Tenerife tuvo que repetir los
mismos medios y precauciones.
Y si Alonso de Lugo no hubiera construido la «torre> en la
primera entrada, cuando disponía de escasas fuerzas análogas a las
llevadas a La Palma, no es creíble que lo hiciera en la segunda en-
272 [79]
trada, cuando su gran ejército no podía guarecerse en el «torrejón»
de Añazo.
Vemos, pues, que tanto la erección del «castilIo>, como las
negociaciones con los bandos de paces, obligan a Lugo a permanecer
en Añazo muchas semanas antes de 1° de mayo de 1494. Y
por tanto es muy probable que desde febrero de 1494 la «torre y
real de Añazo» sean una realidad y estén montados en la margen
derecha del Barranco de Santos.
Escaramuzas anteriores a Acenteje
Aparte de la gran batalla de Acentejo, junto con el episodio
luego estudiado de Ag'íere, nuestros historiadores se limitan (Espinosa,
III, 4, p. 95) a señalar en esta etapa que los guanches ofrecieron
a Lugo «poca resistencia . , . aunque no sin algunas escaramuzas
y encuentros».
Señalan Núñez de la Peña y Viera y Clavijo (IX, 2) cierta
oposición al desembarco por parte de los de Anaga, convencidos
por la intervención de don Fernando Guanarteme, y una incursión
al Valle de Tegueste por el capitán Martín de Alarcón, de seguro
conocida por información de sus descendientes.
Extraña que nada se cite en relación con los cantones de Güí-mar.
Abona y Adeje, antes de firmar las paces; y menos con el
cantón de Tacoronte, enemigo y en medio de su camino hasta
Acentejo. Estos posibles tropiezos de Lugo con los indígenas
deben ser como los citados por Espinosa y Viana durante la segunda
entrada. Pues es mucho más probable la hostilidad de los
guanches al Real de Añazo en esta primera campaña, que en la
segunda, tras las victorias de Alonso de Lugo en La Laguna y en
Acentejo y durante la epidemia de modorra que las siguió.
Pero el silencio de los historiadores está justificado, porque
ninguna de ellas tuvo importancia militar destacada, ni Lugo pretendió
dársela, porque, como en La Palma, se limitó a rapiñas parciales
y conciertos para atraerlos pacíficamente. Esas escaramuzas
[80] 273
citadas por Espinosa y Núñez de la Peña son pequeñas peleas de
los indíg-enas al defender sus ganados y frutos y personas de los
asaltos y presas de los soldados de Lugo.
El episodio de Agüere
Como Agüere es nombre guanche de «la laguna», conforme
al tuareg egéreu «lago, estanque, rio, mar» (Foucauld p. 486), resulta
falso lo que suele afirmarse con frecuencia que Agüere fuera
poblado indígena anterior a la conquista. Ni siquiera parece probable
que lo hubiera entre la Mesa Mota y Gracia, a no ser en las
estribaciones de San Roque, mientras están bien asegurados los
de Jardina o Las Mercedes, Arguijón o La Cuesta, Ofra, Taco,
Geneto y Guamasa, en todo su contorno. Por ello consideramos
a Sta. Cruz y La Laguna como poblaciones de propia fundación
del Adelantado y sus soldados.
También yerra Viana al situar el real o campamento de Lugo
el 4 de mayo de 1494 en La Laguna, sector de Gracia (V, v. 426, p.
133), y también desborda su imaginación poética al pintar al capitán
Castillo visitando el lago (canto V, p. 122 y sgs.) para encontrar
allí a la bella infanta Dácil (jque no es nombre indígenal), hija
de Benchomo de Taoro, a quien hace viajar acompañada de fuerte
escolta fuera de su cantón con ocasión de las fiestas anuales, para
que tuviera efecto el flechazo de su amor por el forastero que le
profetizó el agorero indígena Guañameñe.
Todo esto es pura fantasía; como la bajada del capitán Sigoñe
al puerto de Aña'üio para ver los navios y* hurtar la espada a Hernando
de Trujillo, episodio de seguro conocido por informaciones
de sangre, que si parece del todo veraz, la espada pudo ser cogida
por el mismo Benchomo, Sigoñe u otro cualquiera de los indígenas,
al acecho de los movimientos de los conquistadores, desde el
desembarco en Añazo y durante largos meses, en cualquiera de las
emboscadas, vigilancias o ataques por sorpresa que debieron tener
lugar antes del parlamento entre Lugo y Benchomo.
No hay que olvidar que no siendo el bando de Tacoronte de
paces, Benchomo y los suyos debían estar en perfectas relaciones
con él desde la llegada de los invasores, auxiliándose mutuamente.
RHC, 6
274 [811
Y ya Viera (IX, 6) se burla de las elucubraciones de Viana y
Núñez de la Peña, sobre los chascos de los soldados españoles
con los madroños, peceá y excrementos de cabras en los bosques
y laguna de Agüere.
La demarcación de Agüere
Aunque Ag-uere=La Lag-una no era zona territorial indígena
destacada, conviene plantearse el problema de su bando, por decir
Espinosa (III, 4, p. 95) que Gracia, y por tanto La Laguna, «es del
reino de Tegueste». Mas no parece creíble que el bando de Te-gueste
rebasara hacia el suroeste la cadena montañosa de Las
Mercedes, Mesa Mota, Pulpito y Guamasa. Además, evidentemente
la cuenca del barranco o rio de Guayonje, en cuya desembocadura
tenía según las datas su auchón de invierno el mencey de
Tacoronte (el de verano quizá en Ciudad Waque o Ubaque), se
extiende por la zona de Guamasa y El Ortigal.
Aunque no creamos que la demarcación territorial de los bandos
indígenas tuviera fronteras muy precisas, parece innegable reconocer
ciertos accidentes geográficos notables como separación
de las zonas en que cada mencey dominaba y repartía pastos; porque
según Espinosa (I, 7, p. 42) se hacían la guerra «por hurlarse
los ganados y por entrarse en los términos».
Y si Añazo=Santa Cruz como todos admiten eran del reino
de Anaga, y el barranco o antiguo río de Guadamojcte fue siempre
divisoria reconocida con el valle de Güímar (hoy término de Candelaria),
el cantón de Anaga pudo terminar en él.
Por consiguiente, si La Laguna perteneció a Anaga, y el bando
de Tacoronte alcanzaba hasta Los Rodeos, se explica bien que
^lonso de Lugo no tropezara con el mencey y bando de Tegueste
y el señorío de la Punta del Hidalgo hasta la segunda entrada, asi
como por el bando de Tacoronte, enemigo de Lugo y aliado de
Benchomo, pudo éste llegar hasta La Laguna, primero a parlamentar
con Lugo, y en la segunda entrada, ya aliado con Beneharo de
Anaga, a atacarlo en la Cruz de Piedra.
También se comprende así que, oper&ndo Lugo en su marcha
t82] 275
hasta La Matanza por los altos del reino de Tacoronte, éste no
pudiera ofrecer resistencia en las primeras horas del día de la batalla,
en que Lugfo lo atraviesa, por su falta dp preparación e ignorar
los proyectos del gobernador; así como que Benchomo de
Taoro pudiera hacerlo por avisos del mencey de Tacoronte enviados
antes de que Lugo entrara en su cantón. Espinosa (III,
5, p. 97) vacila en la explicación desque <el rey de Anaga y el de
Tacoronte y Tegueste . . . no hicieran resistencia» a Lugo en su
marcha. El problema sólo afecta a Tacoronte: Tegueste no vio
atravesar sus tierras y,Anaga era aliado.
La batalla de La Matanza de Acentejo
Único hecho de importancia militar durante la primera campaña
de la conquista de Tenerife por Alonso de Lugo, dióscle el
nombre de «La Matanza», conservado aún hoy por el término municipal
allí asentado, en recuerdo de la gran cantidad de muertos
que sufrieron las fuerzas de Lugo.
Tuvo lugar esta batalla en el mes de mayo de 1494; y el vivido
recuerdo de esta fecha le hizo supeditar la cronología de
todos los sucesos de la primera entrada, que en torno a ella quieren
reunir nuestros historiadores en brevísimo e imposible espacio
de tiempo.
Como garantía de la profunda huella que en las mentes guanches
y cristianas dejó esta gran batalla, habremos de detenernos
en ciertos particulares costumbristas y hasta novelescos, que
nuestros historiadores recogieron de la vigorosa tradición, además
de fijar bien los contornos mismos del gran combate.
Objetivo de la batalla
Con exacta visión aseguran Viana (VII, v. 357, p. 191) y Espinosa
(III> 5, p. 97) que Alonso de Lugo tenia el propósito de
abatir el poderío de Benchomo de Taoro, único mencey que se le
276 [83]
resistía; lo que justifica el avance hacia La Orotava con la casi totalidad
de sus efectivos de combate: sólo dos docenas de soldados
dejó en guarda de Añazo y La Laguna.
Considerar la marcha hasta Acentejo comp una razzia para
presa de ganado y esclavos, no justifica que Lugo aventurase en
tal operación gran cantidad de soldados. Y si en ella hubiera perdido
solamente un cuarto o un tercio de sus fuerzas, no se hubiera
retirado tan pronto de la conquista.
Imagina Viana (Vil, v. 56, p. 205), informes que pudo conocer
a través de los Guerra, si no es otra forma de explicar los hechos
apuntados por Espinosa (111, 5, pp. 98-99), que hubo deliberación
sobre las circunstancias del terreno y acerca de la conveniencia de
regresar aquella tarde al Peñón, entre La Laguna y Tacoronte,
para pernoctar en un llano defendible, aplazando para el día siguiente
el avance hasta Taoro. Algunos, según Espinosa, culpaban
a Lugo de aquel desacertado avance sin cubrir la retirada.
Es posible que el hallazgo del ganado, accidente fortuito
(Espinosa, p. 97), mejor que trampa del hermano de Benchomo
(Viana, p. 205), alterara el plan inicial de Lugo de llegar ese mismo
día a Taoro. Cuando advierten que los guanches a su retaguardia
vienen bajando desde La Atalaya para cortarles el paso entre
los barrancos de Acentejo, se dan cuenta de que van a ser copados,
y se preparan a una defensa muy dificultosa por el terreno.
El ataque indígena no se produjo de improviso, pues el diálogo
de Lugo con Mananidra asegura cierta preparación para la
lucha. El deseo de conservar el ganado capturado, que huye desordenadamente
por los silbos y voces de los indígenas, facilitó la
empresa de Tinguaro-Chimenchia,^ haciendo que las cabras disolvieran
desde dentro el escuadrón o formación de los españoles,
atentos a no dejar escapar el ganado y ofreciendo así muchos puntos
vulnerables a los enemigos. Lo escabroso del terreno impide la
' No sabemos bien su nombre {Antropónimos, p. 92): Tinguaro lo llama Viana
con fonética no tinerfeña; Chimenchia es para Torriani el nombre del sucesor de
Benchomo, muerto en la batalla de La Lajruna, donde también murió su hermano.
Como sabemos que el sucesor de Benchomo fue Bentórey, pensamos que Chimenchia
pudo ser el hermano.
[84] 277 .
fácil y superior maniobra de los caballos, resultando notablemente
mejor U lig^ereza de los indíg;enas, cuya furia y lle^fada en sucesivas
riadas acabó con la resistencia inicial de las fuerzas de Lujo, que
dispersas fueron fácilmente diezmadas.
Marcha de la batalla
Hay que dar de lado al error de Torriani (c. 52, p. 168) de
que tanto Lugfo como Benchomo traban doble combate con dos
cuerpos de ejército distintos y separados: pues supone que los
reyes indígenas aliados de Lugo van con una formación a combatir
por la cumbre hacia el pico de Teide con el ejército del propio
Benchomo, retirándose ambos con poco daño, mientras las otras
tropas de Lugo y del hermano del mencey combaten en la batalla
de Acentejo.
El error arranca de la afirmación de los demás historiadores
(Espinosa, 111, 5, p. 97; Abréu, 111, 18, p. 317; Viana, VIH, v. ,488,
p. 217) sobre los dos cuerpos del ejército guanche, mandados uno
por Benchomo y otro por su hermano; y de la noticia de que las
fuerzas de Lugo no avanzaron por la costa sino sobre los montes o
bosque de Acentejo.
Las tropas de Lugo avanzan unidas desde La Laguna por el
sector de Acentejo, cuyo significado no sabemos bien,' hasta el
• Tampoco sabemos si Acentejo, Centeio, Asentejo, Sentejo, etc. es nombre
impuesto entonces (con significado «matanza» o «desbarato») por los indijfenas,
o era topónimo menor del barranco, o mayor de todo el sector.
Incluso la aplicación de este nombre al barranco no es uniforme en los mapas:
Chil (I, p. 370), Benítez (de Peñuelas), etc. lo aplican al jrran barranco inmediato a
El Sauzal, que otros denominan de Cabrera o Cordobés, donde Serra y Fernández
Moratín (Chil, Ilt, p. 339) coloca el combate. El mapa militar en cambio llama
Barranco de Acentejo al que otros llaman de Coto, que pasa por La Resbala, más
al poniente de La Matanza, y termina en la Caleta de la Negra. Ignoramos si a
esto se debe el error de Torriani al decir que Lugo desembarcó por la Caleta de
los Negros (p. 174, c. 54), o este nombre se refiere a la Puntilla Negra en la bahía
de Sta. Cruz hacia San Andrés. Pues ninguna de ellas registra en su mapa, y sitúa
Centejo [sic] en La Victoria.
El combate debió tener lugar entre los bordes del barranco que desemboca
en la Caleta Salvaje, donde está la baja que acogió a los canarios.
- 278 [85]
poblado actual de La Matanza, en unas ramblas situadas entre los
barrancos de Acentejo, Cabrera, Coto y los Bernabeles, antes de
llegar al llamado del Infíerno. La ruta desde La Laguna debió ser
por El Ortig^al y Agua García, sobre la cota de los 700 m. de altitud,
siguiendo hasta La Matanza aproximadamente el llamado «camino
viejo> que Lugo construirá años después. Así lo sugiere el detalle
de que en la economía ganadera del pueblo guanche, con su conocida
rotación de pastos de costa y cumbre en verano e invierno,
en el mes de mayo —tiempo de la batalla— los ganados apresados
debían estar pastando sin duda en las alturas de los montes de
aquel sector.
Naturalmente Benchomo ignora el ataque de Lugo, fuera razzia
o conquista territorial, hasta que le avisan sus espías y los pastores
de su bando, forzados a abandonar el ganado. Ordena a su
hermano que contenga el ataque con las fuerzas que tiene a mano;
y éste, ignorante de los planes de Lugo, se propone cortarle la retirada,
para evitar que escape con la presa, que conduce entre dos
filas hacia La Laguna. Por tal razón silban a las cabras para que
escapen a su momentáneo cautiverio.
Trabado ya el combate, llega poco después el mencey Benchomo
con las nuevas fuerzas que se quedó reclutando, para ayudar a
su hermano y castigar a los extranjeros que invadieron su territorio
y apresan sus ganados y quizá cautivan indígenas. Los soldados
de Lugo quedan cogidos entre dos frentes y son desbaratados
definitivamente.
Por esta razón, salvo un corto número de combatientes de
Lugo que ayudados por sus caballos con él pueden escapar del
cerco retirándose hacia La Laguna, las demás fuerzas que logran
escapar tienen que bajar hacia la costa de La Matanza, única salida
posible entre Tinguaro-Chimenchia, que bajando de La Atalaya
ataca de espalda y flanco, y Benchomo, que venía de frente desde
Taoro.
Fuerzas de Lugo escapadas de La Matanza
Tenemos un dato para calcularlas. Dice Espinosa (III, 7,
p. 106) que vinieron a la segunda entrada los restos de la primera,
[86] 279
con excepción de Bartolomé Benítez. Las listas de Viana, quitadas
las fuerzas del duque de Medina SidoniaVy la compañía facilitada
por Maldonado, alcanzan sólo a 118 hombres: 58 jinetes, 54 peones
y 6 jefes. '
Veremos que en una cueva de Acentejo se refugiaron unos
30 españoles, devueltos luego por Benchomo. En la baja de
la costa pudieron escapar los 30 canarios indígenas que Viana
pone en la compañía de Mananidra, con cuatro portugueses más,
según él.
Quedan del total consignado antes 54 hombres que completan
el grupo que acompaña a Lugo, y los dos equipos de guarda quedados
en el torrejón de Añazo y en Gracia o La Laguna. A ellos
había que añadir los muertos en el asalto de Haineto al Torrejón
y los de las razzias por Anaga durante los días siguientes.
Dos frases indígenas
Conocemos, aunque sólo en su versión española, dos frases
pronunciadas por indígenas canarios: el grancanario Mananidra y el
hermano del mencey Benchomo, que además de la curiosidad de
su recuerdo en circunstancias de esta batalla, una es refle-jo innegable
de la manera indígena de pensar, y la otra eco de una concepción
social arraigada.
La respuesta de Mananidra
Espinosa (III, 5, p. 98) y Viana (VIH, v. 109-134, p. 206-207) recuerdan
este curioso episodio del canario Pedro Mananidra o Ma-ninidra,'
que conviene subrayar aquí por su interés bibliográfico,
> Maninidra escriben con los n:\odernos, incluso al reeditar antiguos autores
Espinosa y Castillo; Mananidra consignan Torriani, Sedeño, Viana y Sosa; ambas
formas traen los texttfs de Escudero, Abréu, Nuñez de la Peña. Torriani no da su
nombre cristiano; Sedeño y Sosa lo llaman Fernando, mientras su verdadero nombre
de Pedro lo traen todos los demás, incluso Escudero, que no relata el episodio
en estudio, como tampoco el Lacunense y el Matritense.
280 [87]
de fuentes y de fecha. Cuentan que a punto de comenzar la batalla
de La Matanza de Acentejo vio el gobernador Alonso de Lugo
que Mananidra temblaba y le dijo: «¿Qué es eso, Mananidra; tiemblas
de miedo?» A lo que el canario respondió: «Tiemblan las
carnes del aprieto en que hoy las va a meter el corazón».
Además de la extrañeza formal y de pensamiento de la respuesta
de Mananidra, conviene examinar las circunstancias del
episodio.
Espinosa y Viana fechan el episodio verazmente ante la terrible
espectativa del ataque guanche, que infligió a Lugo su gran derrota
en Acentejo; aunque Torriani (cap. 52, p. 170) y Sosa (III, 1, p.
193), siguiendo una interpolación de Sedeño (p. 56), coloca este
diálogo en la batalla de Geneto o La Laguna en la segunda entrada
de Lugo (noviembre de 1495). Ya se dudaba de esa fecha desde
la época de Espinosa, pues éste consigna que algunos la suponen
pronunciada en Berbería, donde siguiendo a Lugo murió Mananidra
años después.^
Por tales vacilaciones debió Abréu (II, 8, p. 176) generalizar
este hecho diciendo: «Cuentan de él [Maninidra] que antes que
entrase en batalla o reencuentro temblaba»; y Escudero (p. 88), sin
citar este episodio (como Lacunense y Matritense), consigna que .
«se cuentan de él muchas cosas».
Es segura la interpolación de este episodio en el manuscrito
de Antonio Sedeño,^ por dos motivos: no pudo ocurrir en la batalla
de La Laguna o Geneto, ni pudo consignarlo Sedeño en su texto
original.
Respecto de la batalla de La Laguna o Geneto tenemos la
' Yerra Escudero (p. 88) al decir que Mananidra murió en In conquista de
Tenerife, pues aparece como testigo después de ésta en un acta notarial de 1497,
que traen Espinosa (II, 10, p. 67) y Abréu (III, 16, p. 311).
' El manuscrito de Sedeño seguido por Sosa (1678), como las refundiciones
o enmiendas del Canónigo Cervantes (año 1620) y de Castillo (s. XVII), recogen
ya este episodio, asi como aluden a una ballena capturada en 1545 (cap. 1, p. 8).
Como este Sedeño debe ser base de la información de AbréB y Torriani, hay que
suponer que esa primera rsfundición se hizo entre 1545 y 1590 y es independiente
de la fuente de Espinosa, otro camino de la tradición ya difundida que contaba
los éxitos de Mananidra, como dice Escudero.
[88] 281
declaración de un testigfo presencial (Juan Baxo: Información Trejo-
Carvajal: Chil: III, p. 214-215). Dice que don Fernando Guanar-teme
con sus 30 canarios parientes había quedado en guarda del
Real de Sta. Cruz, y acudieron en auxilio del Adelantado cuando
Hoyos y Benitez pretenden detenerlos en Gracia, por temor a que
los indígenas asalten el Real desguarnecido, si habían sido derrotados.
Mananidra sin duda alguna estaba entre esos canarios, como
diremos al estudiar las listas de Viana, por lo que no pudo dialogar
con Lugo con ocasión del comienzo de la batalla.
En cambio, en la batalla de La Matanza de Acentejo las informaciones
aseguran que los residuos de las fuerzas grancanarias del
Guanarteme se refugiaron para escapar en una baja de la costa
de La Matanza (Espinosa, III, 6. p. 102).
Es también evidente que Sedeño no pudo llevar este episodio
a su texto primitivo, redactado entre 1483 (terminación de la conquista
de Gran Canaria) y 1494 (primera^ entrada de Lugo en Tenerife).
Y mucho menos, si como en él aparece, aconteció en la
batalla de La Laguna o segunda entrada. Porque, según el título
del manuscrito Cervantes y el explicit del manuscrito Castillo editado
por Darías (p. 70), Antonio Sedeño o Cerdeño murió en la
conquista de Tenerife, y en la primera entrada, porque no figura
ya en la lista de Viana, bastante fundada y completa, de las fuerzas
de Lugo en la segunda entrada.
Galano dicho
Bajo esta etiqueta marginal fecuerda Espinosa (III, 3, p. 99)
la curiosa respuesta que al mencey Benchomo da su hermano durante
la rota de Acentejo, entrañando en ella el mismo concepto
de <matanza> que se había de dar a esta batalla.
Al llegar Benchomo cerca de Tinguaro-Chimenchia, mandando
el segundo contingente de fuerzas que atacó a Lugo, iba ya de
vencida la batalla, pues, deshechas las filas españolas, los guanches
recorrían libres el campo para acabar con los pocos que aún quedaban
con vida.
Encontró Benchomo a su hermano descansando con gran reposo
sentado en una piedra, y reprendiólo diciendo: «¿Qué haces
282 Í89]
ahí tan descuidado, andando tu gente a la melena con los enemigos?
» A lo que respondió el otro: «Yo lie hecho mi oficio de
capitán en vencer y dar orden para ello. Hagan ahora los carniceros
el suyo». Daba a entender, dice Torriani (p, 170), que el
general no debe mancharse las manos con sangre enemiga, sino al
defenderse; pero mejor creyó el guanche que aquello ya no era
guerra y batalla, sino pura «matanza», y su nobleza le impide actuar
en ella.
Porque registra este episodio con términos análogos a Espinosa
y Torriani, Abréu (III, 18, p. 318) y con más extensión y cortesana
retórica Viana (VIII, v. 506 sgs. p. 218); mas extraña que
Viera (IX, 6) omita ese concepto de «carniceros» de singular interés
etnográfico y bien subrayado por los demás cronistas. Pues si
los historiadores no registran como plebeyo e innoble tal oficio en
la estimación indígena de Tenerife, el presente episodio nos fuerza
a admitirlo también en esta isla, como lo era en Gran Canaria.^
Actuación de Lug^o eu La Matanza
Sabemos que alguncfs censuraban a Alonso de Lugo por su
mala dirección de la marcha hasta Acentejo; recuerdan los historiadores
que recibió durante la batalla una pedrada en la boca, y
los testigos de la Residencia (Fontes, III, p. 114) dicen que Alonso
de Lugo fue muy mal herido y pasó muchos trabajos en el desbarato
de Acentejo.
Exalta Viana (VIH, pp. 208 y sgs.), en su poética descripción
de la batalla, mezcla de real e imaginado, y singularizan las informaciones
de nobleza de sus descendientes, la valentía derrochada
por soldados de Lugo, como Lope Hernández de la Guerra,
sacado del campo malherido a hombros de los suyos, Benítez,
Gailinato, Castellano, Valdés y Trujillo, también recordados por
Espinosa.
' Abréu Galíndo (II, 4, p. 158): «el oficio de carnicero tenían po^ vil y soez>.
Lo mismo Sedeño (p. 17); Escudero (p. 79); Sosa (III, 2, p. 205).
[90] 283
Mas conviene subrayar dos particulares, oscuros en nuestros
textos, sobre Pedro Mayor y el Tuerto, al ayudar al Adelantado y
sacarlo con vida del desbarato de Acentejo.
La saya de Lugo y Pedro Mayor
Cuentan que el grancanarlo Pedro Mayor le cambió por otra
azul la capa o saya roja llevada por Lugo en la batalla, para evitar
que continuara siendo asediado por los indígenas, que por ella lo
reconocían. Sospechamos que el canario entendió a los guanches
darse en su lengua indígena esta consigna o advertencia, justificación
del cambio en el rigor de la batalla. Nada dicen de este
episodio Torriani ni Abréu Galindo; pero si Viana (VIH, vs. 271
y sgs. y 640, pp. 211 y 221), Núñez de la Peña y Viera y Clavi-jo
(IX, 6).
Tenemos en él una curiosa muestra de la elaboración histórica
de nuestra conquista de Tenerife. El cuerpo del texto de Espinosa
(III, 6, p. 101) dice que al desdichado, que no nombra y <hab{a
trocado la ropa con él, lo acabaron luego». Mientras una nota
marginal de su misma edición príncipe consigna que fue «Pedro
Mayor, canario» y «escapó, aunque con trabajo». Sin atender a
esta nota, Núñez de la Peña y Viera aseguran que «Pedro Mayor
tuvo la gloria de morir en lugar de su jefe», notoria falsedad ya
contradicha por Viana, que incluso lo alista en la compañía de
Mananidra en la segunda entrada (p. 298); y también aparece en
los documentos de Datas y en el acta notarial de 25 de junio de
1497 figura como testigo (Abréu, III, 16, p. 311 y nota).
' Mas la certidumbre del episodio parece innegable.
El caballo del gobernador y Pedro Benitez el Tuerto
Según el otro episodio Lugo perdió en el combate el caballo,
seguramente al caer de él desvanecido por la pedrada y herida
de la boca. Lo ayuda Pedro Benitez el Tuerto con otro caballo
que andaba suelto y sin jinete, gracias a lo cual pudo escapar con
vida de la contienda. Así lo consignan Espinosa (III, 6, p. 101),
284 [91]
Abréu Galindo (III, 18, p. 318) y Viera (IX, 6), para quien el auxiliar
es sobrino del Adelantado.
Viana (VIII, v. 689, p. 223) ig^nora el parentesco, llamándolo
simplemente «un Pedro Benitez, valeroso», sin indicar tampoco el
apodo ni hablar del caballo muerto y reemplazado, pero sí de la
ayuda que le prestó frente a los guanches que lo atacan furiosamente.
También falsea la salida del apuro, imaginando al propio
mencey Benchomo impidiendo a voces noble y generosamente que
sus guanches acabaran a Lugo.
Torriani (p. 170) y Escudero (p. 64) hablan de su herida en la
boca y del caballo que le mataron; pero nada dice el primero de
la ayuda de Benitez, ni el segundo nombra a éste, al añadir que un
«caballero conquistador le dio el suyo».
Hay, pues, un problema sobre la personalidad del auxiliar de
Lugo en La Matanza de Acentejo.
P^ra Espinosa evidentemente (III, 10, p. 116 y loe. cit.) quién
«libró al gobernador Lugo de los guanches en La Matanza» fue
sin duda alguna Pedro Benitez el Tuerto, luego regidor de Tenerife,
«hombre valentísimo, que espantaban los niños con él», muerto
en Tagaos años después de la conquista de Tenerife. Pero es
posible que él confundiera en una dos personas distintas.
Si, como dice Escudero, Pedro Benitez facilitó a Lugo su
propio caballo, éste fue su sobrino, luego regidor de Tenerife, que
efectivamente figura, según Viana, en la compañía de jinetes de
Gonzalo del Castillo en la segunda entrada (p. 296): «los dos Pedros
de Lugo, Juan Benitez...», a quien también cita Espinosa
(III, 11, p. 119) entre los que «con sus armas y caballo se hallaron
en la conquista».
Mas no debió de ser auxiliar de Lugo el castellano su sobrino
Pedro Benitez de Lugo, si como se desprende de Espinosa y Viana
era un infante o peón. Parece más seguro identificarlo con un indígena
grancanario, bautizado coh este nombre de su padrino y con
el apodo citado de «el Tuerto», pues el único así registrado en las
listas de Viana figura en compañía de Mananidra (XI, v. 221, p.
298), al que nuestro poeta llama Pedro Prieto el Tuerto, quizá
por error de copia o de imprenta, pero sin duda el mismo que Espinosa
designa Pedro Benitez el Tuerto, si éste no erró al recog^er
[92] 285
la tradición. Porque oo es creíble que Viana llamara al regidor y
sobrino del Adelantado <ún tal Pedro Benttez>.
Tal sujeto, salvador de Lugo en La Matanza, pudo tomar ese
apodo por simple traducción del nombre indígena Tarira {Antro-ponimos,
p. 336), pues Escudero (pp. 11 y 13) nos da a conocer un
«canario robusto, tuerto, astuto, mañoso y muy valeroso», contemporáneo
de Mananidra.^ Creemos que éste fue aquel tuerto, descomunal
y furibundo, con que destetaban los niños, de quien dijo
Espinosa (III, 6, p. 101) que en la batalla de Acentejo hizo «cosas
hazañosas, tanto que los guanches decían que si hubiera muchos
como él, nunca sucediera el desastre».
Vemos, pues, que al marchar Lugo a La Matanza llevó a su lado
a los canarios Mananidra, Pedro Mayor y Pedro Benítez el Tuerto,
como a otros, a cuyo cargo corrió contener la avalancha de guanches
que acosó entonces al gobernador, sacándolo del atolladero.
Este particular está subrayado por Espinosa (III, 6, p. 101), para
quien «Alonso de Lugo, a uña de caballo, por diligencia de algunos
canarios y treinta guanches de Güímar, se puso a salvo». Ningún
detalle especial poseemos de la actuación de los güimareros.
Pero las incidencias finales del combate obligaron de seguro
a los indígenas canarios a maniobrar hacia la costa, tal vez para
distraer al enemigo y permitir que Lugo escapara en otra dirección.
Porque todo parece indicar como seguro que los treinta canarios
de don Fernando Guanarteme se escaparon refugiados al anochecer
en una baja de la costa de La Matanza.
Lo fantáflUco en La MatanM
También lo imaginativo confirma la honda huella que en las
mentes de guanches y. conquistadores dejó la terrible derrota de
La Matanza de Acentejo.
' Comparar también Sedeño, p. 15, quizá el mismo Nayra por errata en Abréu,
aunque también Escudero (p. 88) trae un Naira. Pero el pasaje de Sedeño habla
de «el tuerta que llamaban en la conquista, que no estaba bien quisto en Telde»i
286 [93]
La ballesta
Relata Espinosa (III, 6, p. 103) el «gracioso caso» ocurrido a
los indígenas después de la rota de Acentejo. Aconteció que
«hallaron ciertos guanches una ballesta armada con su pasador,
que . , . quedó en el campo con el dueño. Pues como no supiesen
qué arma fuese . , . tantas vueltas le dieron . . . que sin saber lo que
se hacían apretó uno la llave y, disparando la ballesta, dio con el
pasador a uno de ellos en los pechos, que pasándolo de claro,
quedó muerto. Los compañeros... arrojan la ballesta y dan a
huir, como si fueran tras ellos sus enemigos; y de ahí en adelante,
en viendo alguna ballesta, rodeaban gran trecho por no pasar
donde estaba; tanto miedo le cobraron».
Agrega Espinosa, al tratar de la segunda entrada (III, 8, p 109),
que como «los guanches, que no entendían el artificio cómo se
tira el pasador y no oían más que el sonido o estrallo que daba la
cuerda, tomaban el pasador o virote (que recogían lanzado por los
españoles) y haciendo aquel sonido con la boca, arrojaban el virote
con la mano hacia los nuestros, pensando que en el sonido
estaba la fuerza».
Más imaginación y alarde poético, haciendo a Castillo aparente
muerto montar la ballesta, pone Viana al relatar idéntico
episodio (Viana, VIII, v. 1002 y sgs. pp. 232-234). A éstos siguen
Núñez de la Peña y Viera y Clavijo (IX, 6, final), al contar esta
veraz impresión guanche.
Lo maravilloso: el blasfemo muerto y el temporal
Mas, entre tantas circunstancias notables de la rota de Acentejo
recordadas por nuestros historiadores, es natural que se ima-
Sfinaran algunos hechos cuasi milagrosos.
Cita Espinosa (III, 5, pp. 99-1000) el «admirable caso» del capitán
blasfemo, que juró vencer a los guanches sin la ayuda de
Dios, y murió de una pedrada poco después. Para la elaboración
histórica conviene subrayar que en el texto lo llama «soldado»;
mientras en la nota marginal lo llama «capitán, hombre valentísimo,
y Fulano Núñez», nombre omitido en el cuerpo del escrito.
[94] 287
Viana (VIII, v. 158-159, p. 208), que registra también el episodio,
como Núñez de la Peña y Viera, da su nombre completo, Diego
Núñez, pero adorna lujosamente el episodio haciendo que
Tinguaro en persona lo atraviese de una lanzada, y al darle el
segundo golpe con la punta, parta en dos su lengua blasfema.
Aparte la elaboración poética de Viana, siendo ciertos ambos
datos recogidos de la tradición por el P, Espinosa, es fácil, en
la religiosidad de la época, ligar aquella muerte del blasfemo con
el castigo de su pecado.
Pero no es posible admitir, en cambio, aquel otro acontecimiento
maravilloso, producto de la fantasía de Viana, único autor
antiguo que lo relata. Pues nuestro poeta, llevado del ambiente
épico de su obra, hace intervenir a las deidades paganas, y precisamente
en la batalla de La Matanza pinta a la furia Alecto embraveciendo
en sueños al que llama Tinguaro, hermano de Benchomo.
Luego, para explicar que Alonso de Lugo pueda escapar de la furia
de sus enemigos con un escaso número de soldados, al anochecer,
le pone en oración, acongojado por la derrota, se desata una
tempestad, que oscurece el cielo y aterroriza a los guanches, y se
le aparece por los aires el mismo San Miguel Arcángel. Pero ya
recuerda Viera (IX, 6) que al P. (jándara le pareció mejor que
fuera la Virgen de Candelaria. La seriedad del P. Espinosa, lo
mismo que de Torriani, les hizo omitir tan fastástico milagro.
Ni es creíble en mayo ese temporal en nuestro clima de Canarias;
por lo que la aparición de San Miguel, inventada por Viana,
nos obliga a considerarla como el deus ex machina de los preceptistas
clásicos, que encaja igual que la Fortuna, Marte y Nivaria
de su canto VII.
Las sombras de la noche, como lo vimos en el episodio del
muerto entre los muertos, son suficientes para que Lugo con sus
auxiliares y guía de los indígenas de Güímar, como dice Espinosa,
escape hacia Santa Cruz por Geneto con pocos caballeros suyos.^
> No es posible admitir que tocios los jinetes que volvieron con Lu^o después
de la derrota de Acentejo regresaran con sus caballos, como dice Viana (VIII,
V. 788, p. 226). Es razonable suponer todo lo contrario, dado el temor de los indígenas
a ellos y las dificultades para operar en Acentejo. El mismo Lugo sabemos
perdió el suyo.
288 [95]
Esa misma oscuridad nocturna servirá de amparo a los treinta caballeros
escondidos en la cueva hasta el día siguiente, cuando
Benchomo les da palabra de volverlos a sus barcos, y a los gfran-canarios
refugiados en la baja de la Caleta Salvaje.
La retirada después de Acentejo
Termina ya de noche la batalla de La Matanza de Acentejo,
según dijimos, el 6 de mayo de 1494, probablemente.
Lugo logra escapar del campo de batalla con unos pocos de
sus soldados, y guiados por guanches de Güímar (Espinosa, III, 6,
p. 101) alcanzan durante esa noche el castillo de Añazo, donde
permanece unos días, según Espinosa y Viana.
Oscura la información de Abréu sobre la retirada; afirma falsamente
Torriani (p. 170) que Lugo embarcó precipitadamente
tras la TOta de Acentejo, porque, si no, hubieran muerto todos,
noticia a la que agrega Escudero (p. 64) que los guanches los persiguieron
hasta los barcos con el agua a los pechos.
Una buena crítica armoniza todos los textos y aclara tan extrañas
afirmaciones, como correspondientes no a la noche de la
«matanza», sino a un hecho posterior: el asalto de Haineto al
torrejón de Añazo. En efecto, Abréu recoge (III, 18, p. 318) una
noticia equivocada, que toma a la fuente de Escudero y Torriani:
«dende algunos días que se hubo rehecho, Alonso de Lugo tornó
a hacer entrada en Tenerife, y desembarcó en el propio lugar; y le
sucedió tan mal como la primera vez, y hubo de embarcarse con
alguna pérdida de su gente». Habla después (III, 19, p. 320) de
«tres entradas» que hizo Lugo para conquistar Tenerife, en vez de
Us dos generalmente admitidas.
Evidentemente no hubo otra entrada inmediata a la primera;
pero Abréu Galindo no supo armonizar las escaramuzas posteriores
a La-Matanza de Acentejo, de que tiene noticia como Espinosa y
Viana, con aquel precipitado embarque impuesto a Lugo el mismo
día de su derrota, conforme la fuente de Escudero y Torriani.
[96] 289
Conviene por ello distinguir bien los episodios que siguen a
la retirada del campo de batalla de la «matanza» de Acentejo; y
tardaron varios días (Rumeu: Lugo, p. 18).
El * muerto entre los muertos* y su reconocimiento
Declaró un testigo de la Residencia {Fontes, III, p. 114), Juan
Benítez, que «fue muy herido en el dicho desbarato e quedó por
muerto dos días entre los otros muertos>. Este soldado escapado
de la matanza de Acentejo aparece alistado en la segunda entrada
en la compañía de caballería que Viana (XI, v. 136, p. 296) pone a
las órdenes de Gonzalo del Castillo.
También Espinosa (III, 6, p. 101) atribuye el mismo episodio
a nuestro personaje: «escapó... Juan Benítez haciéndose muerto
entre los muertos». Pero, olvidado de ello en la página siguiente,
vuelve a consignar el episodio del muerto sin nombrarlo, como si
se tratara de hecho distinto: «parece que un español... se había
quedado entre los cuerpos de los muertos hecho muerto». Y
Viana (VIII, p. 233-237) se apodera del detalle para identifícarlo
con Gonzalo del Castillo, hacerlo regresar a Taoro y libertarlo por
intervención de la enamorada Dácil en su égloga poética.
Pero la declaración de Benítez, además de garantizarnos su
personalidad concorde con Espinosa, nos asegura también varios
detalles importantes; las estratagemas de los soldados españoles y
las idas y venidas de los guanches de Taoro permiten escapar a
varios soldados malheridos y escondidos. Y también las naos de
Lugo permanecen varios días en el puerto de Añazo después del
desbarato, para recoger a este soldado escondido «dos días» entre
los muertos.
Con ello coinciden la referencia de Viana y Espinosa sobre un
grupo de 30 soldados de Lugo que, huyendo de la acometida de
los guanches durante la batalla, se refugiaron y defendieron en una
cueva situada sobre un andén o risco del barranco. Al día siguiente
(Espinosa, III, 6, p. 102) el mencey Benchomo les permitió la
salida, ordenando fueran acompañados hasta el Real de Sta. Cruz
con algunos guanches que Viana (p. 23S) hace dirigidos por el
capitán Sigoñe. Mientras viene el tropel hacia Sta. Cruz, se
RHC, 7
290 [97]
incorpora astutamente a la comitiva aquel «muerto entre los muertos
», siendo a poco descubierto y regfresando los indígenas a Taoro
para consultar el caso con el mencey.
Aunque nuestros historiadores dicen que sólo el mencey reconoció
en seguida quién fuera el nuevo preso, es seguro el inmediato
reconocimiento del entrometido por los indígenas, dada su
extraordinaria habilidad que les atribuye Espinosa (I, 8, p. 44) para
contar el ganado y reconocer las crías. No obstante, la decisión
última sobre aquél correspondía sin duda al mencey, sin atreverse
a tomarla por sí el capitán que los conducía. Así lo explica ya
Viera (IX, 6).
Con este episodio tenemos una cifra de 31 soldados de Lugo
que salvaron la vida en la «matanza» de Acentejo. Veamos
otros datos.
Indígenas canarios acogidos en la baja del mar
También cita Espinosa (III, 6, p. 102) entre los restos de las
tropas de Lugo escapadas de la rota de Acentejo «como 90 canarios
en una baja dentro de la mar, y otros en una junquera», recogidos
después porios barcos fondeados en Añazo.
Afortunadamente la toponimia actual y los mapas (el del Servicio
Geográfico del Ejército, por ejemplo) registran en la costa
de La Matanza una «Baja de Juan Blas» en la Caleta Salvaje, entre
las Puntas del Drago y Baja. Este dato geográfico, garantía de la
autenticidad del relato de Espinosa, apoya también la pireferencia,
frente al término laja de Abréu (III, 18, p. 418 y nota ed.), de la
forma baja también empleada por Viana (VIII, v. 874, p. 228), y
variante usual en Canarias del español bajío y del regional y arcaico
bajo, de igual sentido.
Ese número de indígenas canarios salvados, según Espinosa,
es evidentemente exagerado; pues los escapados en esta ocasión,
son los mismos que Viana coloca en la compañía de Mananidra
en la segunda entrada. Y Juan Baxo, en la Información Trejo-
Carvajal (Chil, III, p. 215), asegura que los canarios traídos por
don Fernando Guanarteme y actuantes en la batalla de La Laguna
eran $óIo 25 o 30. El interrogatorio (Chil, III, p. 210) propuesto
[98] 291
en la Información ya los eleva a 60; Espinosa vimos consignaba 90;
y Viana (VIH, v. 858, p. 228) llega por fin hasta 120. La progresión
es clarísima, pero sólo escaparon de la <matanza> en Acen-tejo
unos treinta.^
Soldados escapados con Lugo en su huida
Tampoco es admisible la cifra consignada por Viana y Espinosa
de unos cincuenta soldados acompañantes de Lugo, tras el
combate, en su nocturna y acongojada huida a Santa Cruz, guiados
por los guanches de Güimar, que para escapar a los perseguidores
se desvían hacia Geneto.
Porque descontando de los 120 hombres aproximados, que en
total conservó Lugo de la primera campaña, alistados por Viana
en la segunda entrada, los 30 canarios de la Baja y los 31 devueltos
por Benchomo acogidos a la cueva y Juan Benitez, todavía hay
que deducir los 4 portugueses, citados por Viana, o los de la
junquera consignados por Espinosa, que, refugiados por las orillas
del mar, fueron recogidos por los barcos días después.
Del medio centenar restante, Lugo dejó, según Viana, una
guardia en Gracia o en La Laguna; y otro grupo hubo de quedar
en el Real de Añazo.'' Por pequeñas que se supongan estas guardas,
sólo pudieron permanecer junto a Alonso de Lugo en La Matanza
y en su huida subsiguiente una veintena de hombres, que
con él regresaron a Santa Cruz.
' Efpinoia dice que con Lugfo regfresaron soldados españoles, gruanchcs aliados
de GUi'mar y canarios indígenas: lo dicho elimina éstos del acompañamiento
del gobernador.
Los gruanches de Güimar debieron ser gfuias, y los soldados útiles debieron
ser pocos: Lugo, Lope Hernández de la Guerra y otros venían muy mal heridos.
' También en la segrunda entrada veremos que Lugo dejó a Corbalán en La
Lajfuna «con cierta g'ente» guardando la retirada, cuando lo de Acentejo nuevamente;
y el dia de la batalla de La Laguna de la misma entrada habian quedado
los canarios guardando el Real de Santa Cruz, como dice la Información Trejo-
Carvajal,
292 [99]
La traición a los aliados de Güimar
Dice Viana (VIII, v. 1652, p. 239) que después de la batalla
de La Matanza de Acentejo vinieron al Real de Santa Cruz durante
cinco días los guanches aliados de Güimar, que por mandato
del mencey Añaterve llevaron alimentos, ayudaron a curar los
heridos y consolaron a los vencidos. Y agrega el P. Espinosa
(Ili, 6, p. 103) que con traición los metió Lugo en sus barcos, en-viándolos
a vender como esclavos a la Península, detalle no consignado
por Viana, pero innegable, contra el parecer de Viera y
Moure (Rumeu: Lugo, p. 85), por la ulterior libertad que Espinosa
sabe concedieron los Reyes.
Es falso por tanto el detalle de Viana (VIII, pp. 239-240),
incompatible con la citada felonía, que imagina a Lugo, al despedirse,
enviando regalos a Añaterve. Y más falsa la afirmación de
Marín y Cubas, que en su ardiente imaginación (Chil: III, p. 332)
hace a Jaineto, guanche de Anaga, portador del presente del
mencey de Güimar Añaterve.
Dice Espinosa que los guanches de Güimar fueron cautivados
en los barcos donde entraron como amigos e invitados; y Viana
(VIII, V. 1652, p. 239) fija en cinco días su estancia en el Real de
Añazo. En efecto, «dos días» después de la batalla de Acentejo
pasan los guanches del mencey Benchomo con los 30 españoles
refugiados en el andén o cueva, a los que se incorpora Juan Benítez,
escondido «dos días entre los otros muertos», según propia confesión
(Fontes, III, p. 114) en el episodio estudiado. Su vuelta a Tao-ro
y nuevo viaje a Santa Cruz invierte otro día más; y sólo la llegada
de éstos informa a Lugo sobre sus soldados refugiados en la baja y
andenes de la costa de Acentejo, cuya búsqueda y traída al Real
por medio de los barcos puede ocupar otros dos días. Así se completan
esos cinco días que mediaron entre la rota de Acentejo y la
salida de los guanches de Güimar cautivados camino del destierro.
La fecha de salida no debe ser antes ni mucho después del
12 de mayo de 1494, porque los cautivos de Güimar y Anaga,
como veremos, habían partido ya cuando se produjo el ataque de
Jaineto, que vamos a estudiar, pues en otro caso habrían escapado
con tal oportunidad.
[100] 293
Ataque de Haineto o Jaineto al <torrej'ón* de Añazo
Este episodio, desconocido del P. Espinosa, más minuciosamente
descrito por Viana (VIH, v. 1672-1736, pp. 240-242), Núñez
de la Peña y Viera y Clavljo, aparecía injustificado en la tradición.
Pues si Benchomo, el mayor enemigo de Lugo, dejó regresar con
vida a varios combatientes de Acentejo, ¿por qué iba a atacarlo un
mencey aliado? Y en todo caso, a pesar de las explicaciones de
Viana, resultaba extraña la actitud de Beneharo de Anaga, que no
lo atacó de entrada, sino después del desastre de Acentejo.
Hoy podemos asegurar que la traición a los guanches de Güí-mar
y las operaciones de sus navios por las costas de Anaga
garantizan que Lugo y sus huestes, como veremos, hizo su colaborador
Saavedra, durante días desde Añazo, habían hecho razzias
de ganados, frutos y esclavos en las costas del bando aliado de
Anaga. Estas determinaron la sublevación de los anagueses, al
sentirse traicionados como bando de paz, que desemboca en el
ataque de Haineto al torrejón de Añazo.
Este se produce al menos una semana después de la «matanza»
de Acentejo: también Viera (IX, 8 y 9) fecha ésta el primero de
junio y aquél el 8 del mismo mes.
Los de Haineto hieren y matan a algunos de los defensores de
la torre, y sus reiterados ataques hacen que Lugo y sus reducidas
tropas embarquen precipitadamente, como dicen Escudero y To-rriani,
perseguidos por los airados indígenas hasta los barcos, al
decir de Viana (p. 241) casi encallados en la costa para recoger a
los soldados. Y el «torrejón» debió ser parcialmente destruido,
después de su abandono.
Esto desvirtúa la hipótesis de Núñez de la Peña y Viera de
que Lugo permanezca voluntariamente hasta el día 8 de junio de
1494, y hace innecesarias aquellas reflexiones melancólicas y la
junta de jefes por ellos imaginada, antes de decidir la retirada a
Cran Canaria para buscar mayores auxilios para la conquista.
Aquellas traiciones a los bandos amigos impidieron a Lugo
mantenerse en tierra más tiempo. Y tampoco cabe admitir que
quedase en la torre de Añazo esa pequeña guarda, citada por
Espinosa (III, 7, p. 105), por muy escondida y atemorizada que
294 flOl]
se suponga; como tampoco aquellos avisos citados por Torriani (p.
170) enviados por Lugo desde Canaria a los reyes indígenas aliados
para que le conservaran la fidelidad, que pronto volvería. Los de
Anaga y Güímar conocían bien desde entonces su fides púnica.
Este hecho nos explica lo ocurrido con ellos en la segunda
entrada; cuando los de Güímar (Espinosa, III, 8, p. 109), recelosos,
no se le acercarán hasta que lo ven victorioso de Benchomo en La
Laguna; y el rey de Anaga, «porque se temía de él», será requerido
varias veces, a través de Guanarteme, según la Información Trejo-
CarvajaKChil, III, p. 215).
Episodio en Anaga de Fernández Saavedra
Viera y Clavijo (Noticias, IX, 6) nos suministra en una larga
nota este curioso episodio. £1 portugués Gonzalo Fernández de
Saavedra, hombre «tan fantástico y valeroso que se dice jamás
quitó gorra a castellano», por este tiempo «andaba con dos carabelas
portuguesas asaltando las islas.» Y «no queriendo pasar a
Tenerife bajo las órdenes de don Alonso de Lugo, entró con su
gente por otra parte de la Isla, poco después de la batalla de
Acentejo, y atacó furiosamente a los guanches. Los antiguos aseguraban
que tenía rozados con su espada tres almudes de sembradura
en el sitio donde lo hallaron muerto, y a su lado dos isleños,
que había ahogado por la garganta, después de estar caído y atravesado
con gran número de dardos de tea. En torno a su cadáver
se encontraron también otros diecisiete hombres muertos por su
mano, y un poco más distante a Baca su escudero, con algunos
portugueses algarabios».^
El misnio Viera (Noticias, XIII, 2) nos da otros datos de este
fanfarrón, villano, malandrín y pirata portugués Gonzalo Fernández
de Saavedra, tomados a escritos de su nieto (a través de uniones
ilícitas) don Fernando Sarmiento Peraza de Ayala. Pero el pasaje
copiado de Viera nos sugiere muy importantes ideas.
' Se;ún VALENTIM FERNANOES (Description, ed. Cenival-Monod, p. 30) ion llamados
«li tanto loa del Al^arbe como loi de las costas de Ceuta a Senegal.
[102] 295
Porque Viera no nos dice a quién tomó esa información del
asalto a Tenerife por Saavedra, ni qué ocurrió después de muerto
a sus dos barcos, ni en qué lug'ar murió Saavedra. Mas esas noticias,
que dice oídas a «los antiguos», parecen indicar que los barcos
y soldados de Alonso de Lugo estuvieron en contacto con sus
navios por los mismos días de los sucesos. Porque de otro modo,
¿cómo sabía que había sido el ataque poco después de Acentejo,
y cómo pudo conocer las circunstancias de la muerte?
Esa época, «poco después de la batalla de Acentejo>, coincide
con ios dias en que los barcos de Lugo buscan por la costa de
La Matanza los escapados de la batalla y escondidos en los ribazos.
Parece también natural que hicieran razzias y captura de mieses,
ganado y esclavos, como vemos estaba haciendo Fernández Saavedra,
cuando fue atacado de los indígenas. Por lo que cabe
sospechar que el episodio ocurrió también por el sector de Anaga;
y no seria tal vez el único que determinó la sublevación de los de
Anaga y el ataque de Jaineto al «torrejón» de Añazo.
La batalla de Acentejo tuvo lugar en el mes de mayo, cuando
por las costas de Canarias está a punto la siega; por lo que Saavedra
pudo rozar esos tres almudes de sembradura. Sus barcos están
por tanto realizando presas de alimentos, cosa muy natural si estaba
auxiliando a Lugo y a sus derrotadas fuerzas de Añazo.
Un portugués asaltando estas islas en el año 1494 con navios
sometidos a la jurisdicción real portuguesa es jurídicamente imposible.
No es probable tampoco históricamente a ciencia y conciencia
del conquistador Alonso de Lugo y del gobernador de Canaria
Francisco Maldonado, por cuanto sabemos de pleitos y renuncias
castellano-portuguesas desde la vida de Diego de Herrera, y por
las preocupaciones de Colón de no herir en sus viajes a América
los derechos marítimos reconocidos a los portugueses.
Pero la existencia de «navios piratas», tanto portugueses en
aguas españolas de Canarias, como castellanos en territorios portugueses
de África, cual Guinea, están frecuentemente comprobados
en textos recogidos por M. Fernández Navarrete.^
' Ver tomos 75 y 76 de la B. A. E. de Rivadeneyra, nueva edición, Madrid,
1954 y 1955.
296 [103]
Parece improbable, sin embargo, que si Fernández Saavedra
estuvo en tratos con Lugo, como apunta el pasaje de Viera, prefiriera
hacer asaltos por su cuenta, y Lugo no se lo impidiera. Es
con mucho más razonable considerar a Fernández Saavedra uno
de los colaboradores de Lugo en su empresa, que contrató los barcos
para ello y atacaba el bando aliado de Anaga, cuando las fuerzas
estaban recogidas en el torrejón de Añazo, por lo que ios guanches
defendieron sus mieses y sus vidas contra el insensato ataque
del fanfarrón portugués, que pagó con su vida el asalto, aunque a
cambio de otros 19 indígenas muertos por él y los suyos. Sus barcos
trajeron a Lugo la noticia, y detrás vinieron los sublevados
anagueses al mando de Jaineto, que consideraría responsable de
todo a Lugo, aunque no hubiera dado órdenes para la presa.
Alguien podría sospechar que el Saavedra colaborador de
Lugo fuera también Pedro Fernández Saavedra, el señor de Fuer-teventura,
que hemos visto actuando con Maldonado en una presa
a Tenerife, años antes, y hallamos citado en la actas de esclavos
de Valencia.
Esa colaboración parece en efecto también muy razonable,
porque Viana, en su breve lista de los colaboradores de Alonso de
Lugo en su primera campaña, cita (III, v. 578, p. 87) a los «Saave-dras
»,así en plural; mientras este apellido no figura luego en las
largas y más completas listas de conquistadores de la segunda
entrada.
Retorno de los navios
Viana (VIII, v. 1721, p. 241) y Espinosa (III, 6, p. 103) dicen
que Lugo con sus diezmadas tropas y cautivos indígenas regresó
a Gran Canaria en varios bajeles. Pero estos navios debieron dispersar
sus rutas a la salida del puerto de Añazo, y quizá hicieron
viaje en fechas distanciadas.
Los barcos que conducían los cautivos de Güímar y Anaga,
con los soldados de su guarda y tripulaciones, se dirigieron a la
isla de La Gomera, desde donde, directamente y sin desembarcar
a los cautivos, siguieron viaje a la Península. Pues lo que ya hemos
dicho sobre la actitud de Francisco Maldonado, justifica las
[104] 297
precauciones de Lugo y sus socios los mercaderes genoveses para
no llevar barcos con cautivos a Gran Canaria. Y el acta de los 65
esclavos de Tenerife (estudio de V. Cortés, n" 3) asegura la ruta
Tenerife-Gomera-Valencia, sin que podamos decir si la tardanza
en la llegada de su portador Otobo de Mor se debe a la negociaciones
de Lugo con los mercaderes genoveses de Las Palmas,
después de su llegada allá.^
Los buques, quizá uno sólo, con los 100 soldados que quedaron,
llevó probablemente en la última decena de mayo de 1464
a Gran Canaria al conqaistador Alonso de Lugo, derrotado, empobrecido
y envilecido por el cautiverio y traiciones a los indígenas
aliados.
(Continuará)
' De otroi 87 guanchei de Tenerife, llevadoi por un mercader de Valencia
(¿Franciico Palomareí?) habla Jerónimo Münzer, por el mes de octubre de 1494.
RuMKU, Lugo, p. 88.
Por no estar preparado para su impresión el texto del capítulo IV
del trabajo Graciliano Afonso, un prerromántico español de nuestro
colaborador Alfonso Armas, que continuamos en la página
siguiente, adelantamos la publicación del capitulo V