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REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 185 DOI: https://doi.org/10.25145/j.histcan.2019.201.08 Revista de Historia Canaria, 201; mayo 2019, pp. 185-242; ISSN: e-2530-8270 ARQUITECTURA ASISTENCIAL E ICONOGRAFÍA HOSPITALARIA. USO Y FUNCIÓN DE UNA CASA-HOSPITAL DEL SIGLO XVI (I) Jesús Pérez Morera* Universidad de La Laguna Resumen El exhaustivo y valioso conjunto documental asociado a la antigua casa-hospital de Nuestra Señora de los Dolores de la isla de La Palma permite conocer en detalle la función social y el régimen interno y sanitario de un establecimiento de este tipo (enfermedades, tratamientos curativos, medicación, dieta, higiene, personal hospitalario), no sólo como hospital, sino como casa de pobres y mendigos, cuna de expósitos y orfanato, manicomio, asilo, recogi-miento de mujeres y prisión, además del perfil social de sus pacientes y acogidos. A estos fines respondía su organización arquitectónica y espacial, sus instalaciones y el papel teúrgico que cumplía la iconografía religiosa como método para soportar las enfermedades y lograr la protección divina en medio del dolor y las aflicciones corporales. Palabras clave: Hospital, arquitectura hospitalaria, enfermedades, medicación, indigencia, expósitos. ASSISTANT ARCHITECTURE AND HOSPITAL ICONOGRAPHY. USE AND FUNCTION OF A HOUSE-HOSPITAL OF THE XVI CENTURY (I) Abstract The exhaustive and valuable documentary set associated with the old house-hospital of Nuestra Señora de los Dolores on the island of La Palma allow us to Know in detail the social function and the internal and sanitary regime of an establishment of this tipe (dis-eases, curative treatments, medication, diet, higiene, hospital staff), not only as a hospital, but as a home for the poor and beggars, the cradle of foundlings and orphanage, mental hospital, asylum, women’s seclusion and prison, as well as the social profile of their patients and caregivers. To these purposes responded its architectural and spatial organization, its facilities and the theurgic role that religious iconography fulfilled as a method to withstand diseases and achieve divine protection in the midst of pain and bodily afflictions. Keywords: Hospital, hospital architecture, diseases, medication, indigence, foundlings. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 186 A lo largo de sus tres siglos de existencia (... 1512-1840), la antigua casa-hos-pital de la isla de La Palma generó un importante volumen documental. Cuentas, mandatos eclesiásticos, registros de enfermos, inventarios y relaciones de bienes mue-bles e inmuebles permiten reconstruir, a través de sus miles de folios, la práctica de la medicina y de la sanidad, el atendimiento a las capas más desfavorecidas y marginales de la población, las características arquitectónicas y funcionales del edificio y de las piezas que lo integraban y, en suma, la vida diaria y la historia cotidiana desarrolla-das entre sus muros1. Desde los primeros años del siglo xvi, Santa Cruz de La Palma contó con una institución de beneficencia para ejercer la caridad con los pobres de toda la isla «y también con los muchos que navegando a las Indias, tocaban en aque- * Doctor en Historia del Arte. Profesor titular en el Departamento de Historia del Arte y Filosofía de la Universidad de La Laguna. Edificio Departamental de Geografía e Historia, Campus de Guajara, s/n, San Cristóbal de La Laguna, 38071. Correo electrónico: jperezmo@ull.es. 1 Para la realización de este trabajo hemos utilizado como principales fuentes documentales los materiales pertenecientes al archivo de la casa-hospital de Nuestra Señora de los Dolores de Santa Cruz de La Palma, custodiados desde el siglo xix en el Archivo Municipal de Santa Cruz de La Palma [en adelante, AMSCP], en especial, el Libro primero de fundación de la casa Hospital con algunos docu-mentos [legajo 629, n.o 1] y el Libro de fundo y de Relaciones de esta Santa Casa Hobspital año de 1800 [legajo 629, n.o 2]. Confeccionado durante la visita del obispo Francisco Martínez Ceniceros en 1603, el primero es un protocolo encuadernado en cuero que contiene el Libro de los Mandatos del hospital de Nuestra Señora de los Dolores desta ciudad de Santa Cruz en esta isla de La Palma [ff. 1 r.-56 v.], el Libro de inbentario a modo de libro de bezerro donde están en relación todos los tributos y rrentas del hospital de Nues-tra Señora de los Dolores desta ciudad, con la tabla de misas y sufragios [ff. 58 r.-217 v.], y los inventarios de los «bienez muebles de la sachristía, enfermerías y lo demás del dicho Hospital»: inventario general (5 de septiembre de 1603), ff. 218 r.-250 v.; inventario general (30 de noviembre de 1618, ff. 252 v.-261 v.; inventario de lo que se entrega al sacristán (4 de noviembre de 1624), ff. 263 r.-263 v.; inventario de lo que se entrega al ama (26 de junio de 1632), ff. 264 r.-264 v.; inventario de lo que se entrega al mayor-domo (8 de noviembre de 1644), ff. 268 r.-269 v.; inventario de lo que se entrega al sacristán (17 de junio de 1648), ff. 270 r.-275 r.; inventario de ropas y alhajas de la Virgen de la Concepción (13 de enero de 1643), ff. 277 r.-281 r.; inventario de alhajas de la misma imagen (19 de enero de 1655), ff. 282 r.-282 v.; inventario de lo que se entrega al sacristán (31 de marzo de 1650, ff. 284 r.-292 v.; inventario de lo que se entrega al ama (13 de enero de 1651), ff. 293 r.-293 v.; inventarios de la casa y enfermería (sin fecha y 9 de junio de 1657), ff. 294 r.-294 v. y 294 v.-295 r.; inventario del archivo (9 de septiembre de 1657), ff. 298 r.-299 v.; inventario de la iglesia, hospital y ropas y joyas de Nuestra Señora (30 de enero de 1673), ff. 300 r.-307 r.; inventario de la iglesia (3 de noviembre de 1699), ff. 308 r.-310 r.; y adiciones al inventario (30 de enero de 1711 y 7 de febrero de 1713), ff. 311 r.-314 r. Otra importante fuente de noticias es la serie de contabilidad integrada por los libros de cuentas de los mayordomos, el más anti-guo de ellos, mandado hacer igualmente por el obispo Martínez, desde 1602 hasta 1649 [legajo 631, ff. 1 r.-577 v.]; desde 1650 hasta 1692 [legajo 632, ff. 1 r.-459 v.]; desde 1696 hasta 1705 [legajo 633, ff. 1 r.-385 r.]; desde 1705 hasta 1713 [legajo 634, ff. 1 r.-537 r.]; y desde 1738 hasta 1767 [legajo 635; ff, 1 r.-331 r.]. El legajo 328 contiene las cuentas sueltas de mayordomía desde 1738 hasta 1815. Los registros de enfermos abarcan desde 1674 hasta 1824 [legajo 649, nos. 1 y 2, y legajo 650, nos. 1 y 2]. Un expediente existente en el Archivo Diocesano de Tenerife sobre el hospital de la isla de La Palma, con extractos de los mandatos dictados por los obispos y visitadores eclesiásticos que inspeccionaron la ins-titución durante la segunda mitad del siglo xvi, sirvió de base para el trabajo del investigador Rodrí-guez Mesa, Manuel: «La vida hospitalaria en la isla de La Palma, a través de documentos eclesiásti-cos de la segunda mitad del siglo xvi», Estudios Canarios: Anuario del Instituto de Estudios Canarios, n.o 45 (2000), pp. 425-438. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 187 lla ciudad»2. Denominado primero hospital de la Misericordia, como consta de los testamentos de Juan Gutiérrez, sacador de aguas3, y del conquistador Vasco de Vaa-monde4, fechados respectivamente en 1512 y 1516, en virtud de la bula dada en San Pedro de Roma el 30 de junio de 1514 por el papa León X, «a ruego de los cathóli-cos Reyes don Fernando y doña Jhoana», fue puesto bajo la «adbocación de Nues-tra Señora de los Dolores, a semejansa del de Tenerife»5. En julio de 1553, los piratas franceses que saquearon la ciudad dieron fuego, según escribe el viajero portugués Gaspar Frutuoso, «al templo y casa de Nuestra Señora de los Dolores, que era her-moso, fresco y bien situado, con su claustro, ricas dependencias y enfermerías, donde se curaban diversas enfermedades; hospital bien asistido»6. Tres meses después, por escritura otorgada el 3 de octubre del mismo año ante Luis Maldonado, el hospital 2 Viera y Clavijo, José de (1982): Noticias de la Historia General de las Islas Canarias, t. ii, Santa Cruz de Tenerife, Goya, t. ii, p. 701; véase también Lorenzo Rodríguez, Juan Bautista (1975): Noticias para la historia de La Palma, t. i, La Laguna, Instituto de Estudios Canarios, Santa Cruz de La Palma, Cabildo Insular de La Palma, pp. 140-141. Sobre los hospitales en Canarias, consúltense las referencias siguientes: Bosch Millares, Juan (1940): El Hospital de San Martín (estudio histórico desde su fundación hasta nuestros días), Las Palmas de Gran Canaria, Tipografía Minerva; Bosch Milla-res, Juan (1950): «Hospitales de Gran Canaria. El Hospital de San Lázaro», en El Museo Canario, n.o 11, pp. 25-92; Espinosa de los Monteros y Moas, Eduardo (1982): «El hospital de Ycoden de los Vinos», en Homenaje a Alfonso Trujillo, t. i, Santa Cruz de Tenerife, Aula de Cultura de Tene-rife, pp. 303-343; Alloza Moreno, Miguel Ángel y Rodríguez Mesa, Manuel (1984): Misericor-dia de la Vera Cruz en el beneficio de Taoro desde el siglo xvi, Santa Cruz de Tenerife, Gráficas Tene-rife; Santana Pérez, Juan Manuel y Monzón Perdomo, María Eugenia (1995): Hospitales de La Laguna durante el siglo xvii, La Laguna, Ayuntamiento de La Laguna; González González, Orlando (1995): El hospital de Nuestra Señora de los Dolores de La Laguna: estudio histórico-artístico, La Laguna, Ayuntamiento de La Laguna; y Castro Molina, Francisco Javier (2012): Arquitectura y medicina en Canarias: dispositivos asistenciales y recursos sanitarios en Tenerife (siglos xv-xx), La Laguna: Univer-sidad de La Laguna. Por lo que respecta al marco hospitalario de la isla de La Palma, véanse Pérez García, Jaime (1974): «El Sr. Díaz y su Plan General de Beneficencia», en Diario de Avisos (Santa Cruz de La Palma, 9 de mayo), p. 7; Arvelo Gil, Lourdes (1994): «Aproximación a la beneficen-cia en Canarias: casa cuna de Santa Cruz de La Palma», en X Coloquio de Historica Canario-Ameri-cana (1992), t. ii, Las Palmas de Gran Canaria, Mancomunidad de Cabildos, pp. 1114-1130; Lobo Cabrera, Manuel y Quintana Andrés, Pedro C. (1997): Población marginal en Santa Cruz de La Palma (1564-1700), Madrid, Ediciones La Palma; Quintana Andrés, Pedro C. y Lobo Cabrera, Manuel (1996): «Expósitos en la isla de La Palma», en Anuario de Estudios Atlánticos, n.o 42, pp. 809- 884; Toledo Trujillo, Francisco Manuel y Hernández de Lorenzo Muñoz, Miguel (2001): His-toria de la medicina palmera y sus protagonistas, Santa Cruz de Tenerife-Las Palmas de Gran Canaria, Centro de la Cultura Popular Canaria. 3 Archivo Parroquial de El Salvador, Santa Cruz de La Palma [en adelante, APSSCP]: Cape-llanías, n.o 214, testamento de Juan Gutiérrez, sacador de aguas, natural de las montañas de la comarca de Vizcaya (2 de agosto de 1512), f. 3 v.: «Yten mando que de la dicha renta de las dichas tierras den en limosna al hospital de la Mysericordia desta billa de Santa Cruz otros dos myll maravedís». 4 Archivo Histórico Provincial de Santa Cruz de Tenerife [en adelante, AHPT]: Conventos, 66-2 bis, testamento de Vasco de Vaamonde (28 de mayo de 1516), f. 16 v.: «Otrosí mandó a la obra del espital de la misericordia desta villa cien maravedís». 5 AMSCP: Legajo 629, n.o 1, libro de mandatos e inventarios, f. 40 r. 6 Frutuoso, Gaspar (1964): Las islas Canarias (de «Saudades da Terra»). La Laguna, Insti-tuto de Estudios Canarios, p. 116. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 188 compró a Juan Márquez, labrador, una enfermería por 120 doblas7. A su reconstruc-ción ayudaría el caballero flamenco Luis van de Walle el Viejo († 1587), que, según Viera y Clavijo, levantó a su costa el cuarto principal8. En 1589, la institución de beneficencia se disponía a acometer construcciones de importancia, de modo que el obispo don Fernando Suárez de Figueroa alentó a hacer y acabar, habiendo comodi-dad para ello, «la obra del hospital». Con el objeto de que las enfermerías que esta-ban proyectadas se hiciesen «mejores y más sanas para los enfermos, conforme a las enfermedades que en ellas se obieren de curar», dio comisión al vicario de la isla y al médico del hospital para que fuesen fabricadas con arreglo a su parecer. Dos años más tarde se estaba finalizando la obra. Por entonces, el visitador Gabriel de Sara-bia mandó concluir el cuarto nuevo y que se trajese el agua hasta el establecimiento por arcaduces de barro o canales de tea. Suponemos que este cuarto correspondía a la crujía hacia la calle de la Cuna, en la que se colocaría, entre 1599 y 1602, un bal-cón de madera de balaustres torneados cubierto de tejas9. En agosto de 1798, otro incendio asoló la manzana situada entre la calle del hospital y la calle real. El sinies-tro afectó al edificio hospitalario y, según se detalla, fue necesario componer la lám-para de la iglesia, «que se rompió la noche del fuego», y las «fenestras que se quema-ron », además de atender a dos pobres con las caras y las manos quemadas. 1. UBICACIÓN Y CONSTRUCCIÓN La casa se ubicaba entre las llamadas calles «del hospital» y «de la cuna», actua-les Pérez Volcán y Almirante Francisco Díaz Pimienta. La primera corría paralela a la fachada lateral de la iglesia y hacia la segunda se abría la fachada principal con la por-tería. Por el poniente lindaba con la casa y huerta de la familia Boot y Monteverde, después del mayorazgo de Fierro, levantada a principios del siglo xvii por el caballero flamenco Jerónimo Boot en los solares y sitios que había recibido en concepto de dote de sus suegros, Juan de Monteverde y doña Jerónima Cabeza de Vaca10, tras su casa-miento en 1598 con doña Ana Monteverde11; mientras que por su parte meridional 7 AMSCP: Legajo 629, n.o 1, libro de mandatos e inventarios, f. 179 r. 8 No hemos podido confirmar esta afirmación de Viera y Clavijo, seguramente proporcio-nada por su informante, don José Van de Walle de Cervellón [Viera y Clavijo: op. cit., t. ii, pp. 18 y 702]. Además de fundar una obra pía para casar huérfanas, Luis van de Walle el Viejo dejó en su testa-mento 20 doblas de limosna «para las obras y nescesidades de la casa y hospital de Nuestra Señora de los Dolores»; véase: Pérez Morera, Jesús (2004): «El convento dominico de San Miguel de La Palma después de la invasión francesa de 1553: discurso escatológico y contrarreformista», en Revista de Estu-dios Generales de la isla de La Palma, n.o 0, pp. 267, 277 y 288. 9 Cubierto con 2500 tejas, su hechura fue costeada por Francisco de las Muñecas. 10 Entre 1599 y 1602 se pagaron 57 reales por reconstruir la pared que se había caído «entre doña Jerónima y la casa», así como levantar la pared que caía sobre el barranco. 11 Pérez García, Jaime (2004): Santa Cruz de La Palma: recorrido histórico-social a tra-vés de su arquitectura doméstica. Santa Cruz de La Palma, Cabildo Insular de La Palma, Caja Gene-ral de Ahorros de Canarias, Colegio de Arquitectos de Canarias (Demarcación de La Palma), p. 54. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 189 limitaba con el barranco de los Dolores, que dividía la ciudad en dos mitades y al que daba nombre. En la esquina, frente a la puerta de la iglesia, se hallaba uno de los tres puentes de madera que cruzaban la corriente. Conocido como el o la «puente del hospi-tal », fue fabricado en 1642 con maderos de tea12. Por el lado del barranco, fue necesario construir y reforzar en diversas ocasiones (1657, 1671 y 1692) un baluarte para defen-der el edificio de los embates y avenidas de las aguas13. Su ubicación, entre la corriente y la elevación conocida como el «lomo de Mataviejas», tampoco era la más conveniente para la aireación y el aislamiento necesario en un edificio de estas características. Esta fue una de las razones esgrimidas en 1822 por el párroco don Manuel Díaz para acon-sejar su traslado al convento exclaustrado de Santa Clara, emplazado en lo alto de la población y al mismo tiempo en el borde del núcleo urbano: «Dicha casa-hospital está en el centro de esta ciudad, por un lado linda con un barranco cuyas corrientes impe-tuosas han puesto muchas veces en consternación a sus vecinos y por el otro tiene cortada la corriente de los vientos reinantes por pura elevación de terreno, tan consi-derable que a tiro de piedra ya está en triple a la que tiene la sobre dicha casa, tal es su localidad». A su mala situación se añadía además su simple y desarreglada fábrica: Su construcción es todavía peor: dos salas, una sobre otra, la baja para hombres, la alta para mujeres, y dos piezas muy pequeñas para uncionarios con única salida a las mismas salas; éste es todo el hospital. Las piezas destinadas al servicio de la casa son pocas, pequeñas y mal cituadas, las altas en muy mal estado, las baxas con tal humedad que se han hecho inútiles. Por consiguiente, es fácil inferir que no puede haber limpieza en una casa como ésta y que no habiendo limpieza tampoco puede haber sanidad14. Tras el traslado definitivo del hospital de Nuestra Señora de los Dolores al convento exclautrado de Santa Clara en 1840, el antiguo establecimiento fue ocu-pado por la Sociedad del Casino-Liceo de Santa Cruz de La Palma, que lo arrendó a razón de 45 reales de vellón mensuales. Sin el mantenimiento debido, la vieja casa-hospital se deterioró rápidamente; y en 1849 el salón principal, la habitación situada a su pie y el corredor que miraba al sur amenazaban ruina. Los peritos que efectuaron el reconocimiento del edificio encontraron todas y cada una de sus piezas muy daña-das, «pero principalmente las armaduras de la sala, el cuarto que queda a su cabeza y la antesala, cuyas tres piezas necesitan una pronta reparación, pues de otra manera sería inevitable la venida a tierra de esta última y la mayor parte de los techos de las dos primeras». Los frechales de la armadura de la antesala se hallaban diez pulgadas fuera de su plomo en el corredor del patio, con dos de los tirantes corrompidos por sus 12 En ese año el mayordomo de la casa-hospital dio 200 reales a Juan Gutiérrez Calderón «para el ayuda de la puente que se hisso junto a el dicho hospital», mandados a pagar por auto del visitador Eugenio de Santa Cruz. 13 En 1671 se fabricó un baluarte «en el barranco quando quiso arruynar la casa». Para «la obra del baluarte» se hallaban mil reales en contado, en 1694-1695, en poder del licenciado Miguel Brito. En 1745-1746 fue necesario reparar de nuevo «el baluarte que descarnó el barranco». 14 AMSCP: Legajo 773, n.o 8 (diciembre de 1822). REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 190 extremidades, al igual que algunas de sus vigas o travetas; todas sus tablas de sollado hechas pedazos y enteramente inútiles y tres pilares y una porción de balaustres de la baranda del corredor desaparecidos. En la sala principal, la armadura estaba casi toda podrida y con riesgo de un inevitable desplome a causa de tener tres frechales, dos tirantes y una gran parte de sus tiseras rotas y podridas por sus encajes, de modo que se hacía forzoso abatir por completo su techo. La reparación de todo ello, con el cierre del corredor de la antesala con tabique y dos ventanas acristaladas, importó 296 pesos, según cuenta presentada en marzo de 1851 por los maestros carpinteros y albañiles a la junta directiva del Casino-Liceo15, que instaló en la sala alta (anterior enfermería de mujeres) uno de los dos pequeños teatros que funcionaban por enton-ces en la ciudad, mientras que la baja servía de casino16. Años después, en 1866, la iglesia anexa, abandonada y sin culto, fue cedida a la sociedad Terpsícore y Melpó-mene para sala de espectáculos y festejos públicos. Desacralizada y convertida en el actual «Teatro Chico», la intervención llevada a cabo a partir de ese momento ocultó por completo el anterior recinto religioso a través de una ligera estructura interior de madera y fundición17. En 1876, la corporación municipal acordó reformar el resto del recinto para destinarlo a plaza de mercado, uso que determinó su radical trans-formación. De 1879 data el proyecto de Luis B. Pereyra (1879), modificado en 1886 por el maestro de obras Felipe de Paz Pérez, bajo cuyas directrices se debió finali-zar la actual «recova» o mercado a cubierto, con patio interior techado con una gran armadura de madera y cristal18. Entre 1904-1906 se construyó por último la fachada hacia la calle Almirante Francisco Díaz Pimienta. De la antigua fábrica tan sólo per-viven en la actualidad algunos puntuales testimonios: la pared medianera que sepa-raba el traspatio de la casa-hospital de la del mayorazgo de Fierro, coronada por tres almenas, hoy semiempotradas en el edificio colindante; y quizás la estructura y los muros de carga de la crujía situada hacia la calle Almirante Francisco Díaz Pimienta, en la que hasta el siglo xix estuvieron situadas la portería y las salas de las enferme-rías alta y baja. En las hojas de madera de la puerta principal de esta última se recicló, como tabla de forro, una pieza de tea grabada con una inscripción sepulcral en capi-tales latinas, visible por su cara interior. Fechada el 26 de octubre de 1753, debió per- 15 AMSCP: Legajo 663, n.o 6. 16 Lorenzo Rodríguez: op. cit., t. i, p. 141. 17 Fernández, Ángel Luis e Inglés Musoles, Fernando M. (1984): «Restauración y rehabilitación de dos teatros en Santa Cruz de La Palma», en El Teatro en Santa Cruz de La Palma: plaza de España, del 15 al 31 de octubre de 1984, Santa Cruz de La Palma, Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma, pp. 57-78; y Lorenzo Rodríguez: op. cit., t. i, p. 93: «En virtud de esta cesión, la expresada Sociedad hizo el Teatro en el mismo templo y sirviéndose de su mismo techo y paredes, si bien se le tapió la puerta que daba a la calle del Hospital y haciendo las reformas todas, de modo que no parece haber pertenecido al culto católico. En donde se hallaba el coro se colocó el escenario, y donde estaba el altar mayor se puso el pasillo o descanso y entrada principal del edificio. El paraíso se fundó contra el arto de la capilla mayor, que aún se ve allí». 18 Hernández Rodríguez, María Candelaria (1992): Los maestros de obras en las Cana-rias Occidentales (1785-1940), Santa Cruz de Tenerife, Aula de Cultura de Tenerife, pp. 302-305. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 191 tenecer a la lauda sepulcral de don Jacob de Morales Figueroa19, fervoroso devoto de la imagen de Nuestra Señora de los Dolores, a quien el obispo fray Valentín Morán concedió licencia, el 20 de mayo de 1752, para fabricar un altar-retablo en el lado del evangelio de la iglesia del hospital20. 2. FUNCIÓN SOCIAL DEL ESTABLECIMIENTO Además de curar a los enfermos, el hospital funcionaba como casa de aco-gida para pobres y mendigos de ambos sexos, tullidos, cojos y ciegos; cuna de expó-sitos y orfanato21, paritorio, asilo de ancianos, manicomio para dementes, refugio para retraídos y perseguidos por la Justicia22 y recogimiento de mujeres, varias de ellas recluidas en régimen de prisión23. En los fuertes días de invierno, de lluvia o de temporal, la casa-hospital abría sus puertas para ofrecer a los pobres, mendigos e indigentes un techo donde resguardarse y un plato de puchero caliente según «cos-tumbre » o «estilo»24. Casa de recogimiento A las viudas, solteras y mozas libres, huérfanas, «hijas de la cuna» o «hijas de la casa» se les permitía quedarse en el establecimiento recogidas como mendi-gas, caso de una mujer de Garafía de 74 años y de otra mujer de la ciudad, Ana la Coja, viuda de 44 años, que entraron en 1674 y permanecieron en el hospital sin que la institución corriese con su manutención. Tras su recuperación, los pobres indi-gentes volvían a pedir limosna en la calle, mientras «asistían» en la casa ayudando en los quehaceres cotidianos25. Dentro de sus muros parió en 1644 una moza que había sido expulsada de su casa por su padre, a la que se atendió con la carne de 19 Dice así: «posteroru[m] / jacobi morales / vita functi / vii calendas novem[br i[s] / mdcclii[i]». Agradecemos el dato a Víctor J. Hernández Correa, del Servicio de Patrimonio Histó-rico del Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma. 20 Archivo General de La Palma [en adelante, AGP]: Fondo de Protocolos Notariales [en ade-lante, PN], Escribanía de Pedro de Escobar y Vázquez, caja n.o 18 (9 de noviembre de 1757), f. 314 v. 21 Durante los años 1668-1669 el hospital corrió con los gastos de la alimentación de una «nieta del ama de la casa, que se a criado en ella de caridad por ser pobrísima y guérfana». 22 En 1602-1603 «vn retraído que está en el dicho hospital» dio una limosna de 1440 maravedís. 23 En 1672 se encontraba presa en el hospital María de Tinisara, a quien se le regalaron un jubón de gordalate, dos camisas de coleta y un par de zapatos por asistir como «ama de leche». 24 En 1756-1757 se gastaron cuatro reales «con los pobres recojidos dos días que no pudie-ron salir con las llubias» y otros dos reales en 1802 en «conducto para cinco recojidos en día de llubia». 25 De 80 años de edad, Simón García ingresó enfermo el 7 de julio de 1693, volviendo a pedir en la calle desde principios de septiembre. Asistía en la casa y falleció un año después. En la misma fecha entró Francisca Hernández, de más de 60 años. Tras ser dada de alta el 15 de julio, «volvió a asistir en la casa para buscar su limosna en la calle». REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 192 una gallina. Con orden del juez, en 1693 entró a sustentarse, a causa de su «nece-sidad estrema», Pascuala, moza, con su hijo Hipólito, al que había propinado una paliza y que murió al cabo de mes y medio. Por igual disposición, ingresaron en ese año Beatriz González, vecina de Tazacorte, de más de 75 años, que colaboró en las tareas de la casa mientras mejoraba de sus dolencias; y Francisca, moza de Los Gal-guitos, en régimen de prisión, a la que se alimentó durante los meses siguientes por sus buenos servicios y estar el ama enferma. También se daba asistencia a mujeres indigentes embarazadas para evitar que, por su miseria, echasen las criaturas en el torno, en perjuicio del hospital. Así se hizo en 1669 con dos «mujeres preñadas». Hospital militar En diversas ocasiones, el establecimiento sirvió además como hospital mili-tar durante los ataques, incursiones o intentos de invasión que sufrió la isla, como un irlandés y cuatro milicianos de Tazacorte y Tajuya, el primero herido por los españoles y los segundos por los ingleses, que entraron entre el 29 y el 31 de diciem-bre de 1740, saliendo a los pocos días26. En 1775 y 1777 ingresaron varios soldados del destacamento y «regimiento de Canaria» y del «presidio de esta isla». Entre los años de 1797 y 1803, coincidiendo con la guerra anglo-española (1796-1802), fue-ron hospitalizados medio centenar de combatientes pertenecientes a la bandera del regimiento de La Habana (1795-1803), al destacamento de «tropa viva» (1797-1800), al «regimiento de blanquillos» (1801-1803) y a la segunda compañía del regimiento de Vitoria (1801), soldados, dos tambores, un pito, un sargento y un cabo principal con síntomas de fiebres tercianas, «siurgia» o sífilis («gálico»); entre los que habría que incluir al numeroso grupo de 16 franceses curados entre 1797 y 1805, con un cabo y un soldado del batallón de infantería27; y cinco ingleses, tres en mayo de 1798 y dos en enero de 1806. 26 Sobre este ataque, véase Poggio Capote, Manuel (2014): «La isla de La Palma en la Gue-rra de la Oreja: El ataque a Puerto Naos de 1740», en Anuario de Estudios Atlánticos, n.o 60, pp. 291-355. 27 Antonio Barsat, que ingresó dos veces, en mayo de 1797 y en septiembre del mismo año; Juan Bautista Canara, en julio y en octubre de 1797; Juan Francisco Roda, en octubre de 1797; Pedro de la Fee, en noviembre 1797; Pedro Ros, en abril de 1798; Miguel Piñon, Pedro Morín y Anto-nio Calderón, en mayo 1798; Juan Bautista Linón, en septiembre de 1799; Santiago Luis Germian, Joseph Vicente y Vicente Loris, en diciembre de 1799; don Pedro Esteban Funtano, ayudante, y Luis Blino, cabo de batallón, en agosto de 1800; Francisco Cádiz, soldado del batallón de infantería, de 22 años, natural de París, «gálico», en diciembre de 1802; y Juan Juri, natural de Aue de Gracia, de 32 años, de «siurgia», en junio de 1805. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 193 Cuna de expósitos Para la lactancia de los recién nacidos echados en el torno de la casa-hos-pital, así como para su manutención mientras no hubiese quien los proahijase28, se estableció una cuna de expósitos, cuyo origen era casi tan antiguo como el del pro-pio establecimiento. Según el informe que suscribieron en 1784 don Diego Vargas Machuca y el irlandés don Dionisio O’Daly, hermanos de la Junta de Caridad, su mortalidad era más elevada que en otras cunas. De los 30 niños que regularmente caían en la casa al año, fallecían del orden de cuatro a seis en los primeros meses, «quando los calculadores políticos de la Europa sienten corresponder el número de 6 a 8 en 100, de ocho meses abajo»29. A ellos había que sumar el crecido número de los que morían después de proahijados por la indigencia de sus nuevos padres. El tiempo de lactancia era comúnmente de 12 meses, con la excepción de los que no sobrevivían o los que, por su «desmedrado» estado y «falta de dentadura», se les aumentaba por algunos meses más. Este periodo resultaba a todas luces insu-ficiente, «atendidas las circunstancias del país y mantenimiento de la maior parte de sus naturales, de que las 6 octavas partes es bien sauido se nutren u, por mejor decir, conservan la vida, con la raíz del helecho, que en otros parages y payces des-conocen aún los mismos cerdos». Para asegurar su supervivencia, se hacía preciso prolongar su nutrición al menos hasta los 18 meses, «siendo así que la regla común en las casas, aún menos acomodadas del paiz, estiende la lactación de los hijos a dos años». Repartidos por toda la isla, los lugares de campo donde se criaban, cer-canos a las cumbres, obligaban a proporcionarles algún vestuario para resguardar-los de los fríos y no dejarlos a las inclemencias del tiempo, «como sucede en el día, que solo se contribuie a cada ama que lleva un expósito con 4 reales plata para com-prarle una o dos camisitas, que quanto más pueden ser de coleta, que es lo mismo que cilicio para estos tiernos inocentes, destituidos de faxas etc». Después de los 12 meses, los niños volvían al hospital en tan malas condiciones que pocos sujetos aco-modados querían hacerse cargo de ellos, razón por la que sólo se encontraban perso-nas infelices, sin que se pudiera evitar su entrega «por baja y desacomodada que esté su esfera, resultando, por concequencia natural, participar el adoptado en todo de la crianza y miseria del adoptante». Consideraban los citados hermanos que la casa necesitaba unos ingresos de al menos unos 1096 pesos al año (cantidad muy supe-rior a los 355 pesos que se gastaban por entonces) para mantener a unos 30 expósi-tos, vidas que, quizás conservadas, podrían transformarse en útiles vasallos, «como lo han sido muchos de los criados en esta cuna, que han llegado a merecer lugar en los estados más respectables del sacerdocio, medicina y leyes, como hai algunos en 28 AMSCP: Legajo 611, n.o 897, noticias sobre establecimientos piadosos, memorias y fun-daciones (1 de junio de 1837). 29 Entre agosto de 1807 y febrero de 1810 cayeron en el torno 111 expósitos; de ellos 50 murieron y otros 61 salieron criados de diversas edades «porque el estado de debilidad en que nacían y el poco cuidado de algunas nutricias en alimentarlos exigía en muchos más de un año de leche y en algunos hasta año y medio y aún dos años». REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 194 el día, fuera de muchos otros exparcidos en estos campos y de no podo respeto en ellos». La escasez y precariedad de sus rentas y la inmediatez y urgencia de sus gas-tos convirtieron a la cuna de expósitos –según los mismos caballeros– en la «piedra de toque de la pasiencia y sufrimiento de los mayordomos y lo que más retraía a los más piadosos a admitir la administración de la casa-hospital»30. Tal obra de caridad consumía buena parte de los recursos económicos del establecimiento y no falta-ron visitadores eclesiásticos que prohibieron mantener a más niños, como el licen-ciado Pedro del Castillo en 1580. Ello llevó al obispo don Francisco Martínez, en los mandatos que promulgó en 1603, a hacer la siguiente reflexión: El gasto que el dicho hospital tiene con los niños expósitos es mui grande y difi-cultoso el rremedio, porque si se da en serrar la puerta para no resibirlos se puede temer que las madres hagan algún desatino o echándolos en la mar o en otra parte donde no parescan que sería grande offensa de Nuestro Señor y ssi se abre la puerta enteramente a todos lo que echaren serán tantos que no lo pueda sustentar el dicho hospital y le sea forsoso faltar a la cura de los pobres, ques su prinçipal intento. Para evitarlo, el prelado aconsejaba que el mayordomo averiguase secreta-mente el origen de las criaturas: Y, si hallare ques de alguna muger tenida por donçella o de alguna cassada que esté ausente su marido, procurará que se críe a costa del dicho hospital, guardando todo secreto porque la honrra de las dichas no padesca, que sería grande inconbeniente, y si hallare ques de alguna muger soltera, negra o mulata o persona cuya onrra no pueda padecer, se le procure bolber y haser que le críe31. La cifra de lactantes aumentó rápidamente a lo largo del siglo xvii. En 1602 echaron sólo a cuatro (María de Pascua, Anica, Juanico y María, además de Espe-rancica, a la que se le «halló a su madre y se le dio»), que fueron criados por varias mujeres, casadas y solteras, a 12, 13 y 14 reales cada mes, según sus circunstancias particulares, fuera de la ropa que se les hizo para vestirlos. Cinco amas de cría se mencionan en 1603 por amamantar a otros tantos niños. En 1616-1617 constan 16 niños, a 15 reales cada mes; 17 en 1618-1619, 25 en 1619-1620 y 41 en 1623-1624 «echados a la puerta de el hospital», aparte de los que habían quedado del mayor-domo anterior. En la centuria siguiente, según aseguraron al capitán de navío Varela y Ulloa «personas de muchos crédito» (1789), en algunos años los expósitos bautiza-dos superaron en número a los de legítimo matrimonio, sin embargo de lo cual se había «atendido siempre a la criansa de todos porque los particulares de La Palma se presentan voluntariamente a sacar del hospital a los niños para criarlos, educar- 30 AMSCP: Legajo 328, informe dirigido por los hermanos don Diego Vargas Machuca y don Dionisio O’Daly a don Miguel Mariano de Toledo, gobernador eclesiástico (24 de noviembre de 1784). 31 AMSCP: Legajo 629, n.o 1, libro de mandatos e inventarios (3 de septiembre de 1603), niños expósitos, ff. 32 r.-32 v. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 195 los y darles destino con que puedan subsistir»32. En 1643 se siguió proceso a causa de un recién nacido que había sido expuesto a las puertas del consistorio munici-pal. El cabildo alegó que no tenía obligación de criarlo y que debía ser recibido por la casa-hospital, tal y como ordenó el vicario de la isla. A ello se opuso el mayor-domo del establecimiento, arguyendo que la casa no tenía renta particular para ello y que sólo se hacía por caridad en detrimento de los pobres y de su curación. Visto por el provisor, sentenció que el hospital no tenía más obligación que criar «a los que se expussieren a sus puertas y los que se expusieren a otras a de ser obligado el juez que fuere de esta ysla a pedir limosna para la criación»33. Los niños eran echa-dos en el torno desnudos o con «ropita», aunque, por lo común, el hospital se hacía cargo de su vestuario34. En caso de muerte, las amas de cría devolvían la ropa para ser usada o repartida entre otros niños; también podían quedarse con ella como premio a su trabajo. Residentes en el campo, especialmente en los lugares más cercanos a la ciudad (Mazo, Las Breñas, «La Banda» o valle de Aridane, Puntallana, Los Sauces) o en los barrios más pobres de la población (Jorós, San Sebastián, San Telmo, La Somada), las amas de cría eran mujeres de humilde condición, entre las que se cuentan casadas y «mujeres libres», viudas, criadas y libertas (Catalina Rodríguez, mujer de «Cacha-fiz », de la Breña; María Pérez la Gata; Beatriz Hernández, «muger del Cambado»; la hija de la «vieja Beatriz Hernández, de Jorós»; Beatriz Pérez la Cambada; María Francisca la Ratona; Catalina Rodríguez, «hermana del yndiano»; María Hernán-dez la Chiquita, tabernera; «una hija de la Liria, de la otra vanda»; María la Rega-ñada...). Las había de color, como la negra Ana de Escobar, que dio el pecho a una niña llamada María durante un mes y 21 días en 1634-1636. De color pardo eran Javiera y la hija del mulato Jorge, que criaron a María, Catalina y a Tomás entre 1738 y 1745. En los casos en los que los niños no recibían el debido atendimiento, el mayordomo podía arrebatárselos para dárselos a otras. Así lo hizo en 1643 el capitán Jacobo Monteverde y Brier con Catalina Xuárez, vecina de Mazo. Tras amamantar a lo largo de 13 meses al mulato Juan, el administrador del hospital se lo quitó, «por mal criado», para entregarlo a Lucía Francisca, mujer de Melchor de León, «quien lo acauó de criar el año y medio y lo trajo a la casa para mí», sin duda para servir de esclavo35. En 1768, el mayordomo, previa consulta con el médico de la casa, se negó a pagar cosa alguna a María Lorenzo, de Tijarafe, por haber traído un niño completamente desnudo y «muriéndose en mi presencia de flaquesa»; al igual que el resto del dinero que faltaba para el complemento del año a Josepha María Mar- 32 Museo Naval, Madrid: Derrotero y Descripción de las Islas Canarias (1788-1789), Ms. 511, f. 70v. 33 AMSCP: Legajo 629, n.o 2, libro de relaciones, f. 163 r. 34 Como medida de prevención, en 1796 se hicieron dos camisas de lienzo para los niños que echaban desnudos en el torno. 35 En diciembre de 1708, Catalina Pérez, mujer de Sebastián Pérez Ojitos, devolvió a la casa (donde murió), ya enferma, a Gabriela, «mal criada y sin ropa», a pesar de haber recibido 15 reales para vestirla, razón por la que no se le pagó el resto de su crianza. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 196 tín, mujer de Pedro Phelipe, de Barlovento, que había criado a un niño «mui desme-drado » (fallecido poco después), cuya vida corría peligro, según dictamen del médico, por haber mamado leche durante todo su preñado. Los mayordomos acudían ade-más a la Justicia para lograr identificar a las madres y devolverles las criaturas que habían parido. En 1769, se pagó a dos ministros reales por ir a buscar, por orden del juez, a Sebastiana Rola, de Pajares (Los Sauces), que tras haber alumbrado a un niño y «baptisádolo en la pila de Monserrate y dádole pecho 15 o 20 días, a vista y siencia de todo el pueblo, lo trajo al torno de la cassa hospital»; y a Teresa Gonzá-lez, hija de María de Jacob, de La Dichosa (Las Manchas), que había dado a luz a una niña a la que bautizó y puso por nombre María de la Encarnación, «cuyo pre-ñado y parto fue público en su vesindad». A veces las madres solteras recuperaban a sus hijos tras contraer matrimonio. Dado a criar en 1680 a Melchora Camacha, vecina de Tiguerote, el niño llamado Gabriel «se volvió a su madre porque se casó con el moso». El día en el que habían sido expuestos, la «ropita» que vestían y otras marcas o señales servían para identificarlos en estos casos. Los padres adoptivos podían ser esposos que no habían «tenido hijos de su matrimonio», como Francisco Álvarez Barreto, zapatero, que proahijó en 1768 a una expósita; campesinos y artesanos de diferentes oficios (carpinteros, albañiles, cereros, barberos), clérigos y licenciados, miembros de profesiones liberales, mayor-domos de la casa y amas de cría que se quedaban los niños después de destetados o alguna persona de clase noble, como doña María de las Nieves Massieu y Fierro, hija del coronel don Felipe Manuel Massieu de Vandale, a quien se entregó un niño en 1768; o del presbítero don Ambrosio Arturo, quien, al igual que otras personas, contribuyó con sus limosnas a la crianza de los expósitos «por pretender para sí los niños». Soltera y posible madre natural de don Fernando de Castilla36, doña Bea-triz de Miranda se llevó a una niña (quizás su hija) en 1647 tras haber sido ama-mantada durante tres meses por Águeda Leal, vecina de Mazo, mujer de Lucas Sán-chez. Entre 1657 y 1666 se dieron diferentes niños y niñas a «las Bocarras de San Telmo», a «las Caravallitas», a «las Chicharras», a las monjas del convento de reli-giosas dominicas, al licenciado Carlos de Robles y Prados, a los presbíteros Gaspar de Silva y Barros y Cristóbal de Acosta, organista de la iglesia del hospital, a doña Isabel de Fraga, a numerosas mujeres u hombres casados, a dos amas de cría que se quedaron con ellos... Expuesto el 3 de enero de 1666, el niño Blas fue adoptado por el carpintero Sebastián Rodríguez de las Vacas. Autor del paso de la «Oración del Huerto» (1664), en sus últimas voluntades, otorgadas quince años después, dejó todos sus bienes a sus tres hijos legítimos y la herramienta de su oficio a su hijo adop-tivo para que se procurase la vida37. 36 Pérez García: op. cit., p. 51. 37 AGP: PN, Escribanía de Andrés de Huerta (22 de febrero de 1681), f. 90. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 197 3. INGRESOS, ORIGEN GEOGRÁFICO Y PERFIL SOCIAL DE LOS HOSPITALIZADOS Los pacientes entraban para curarse de sus enfermedades, para recibir uncio-nes (un 34% en 1810-1811) o, por su avanzada edad, para ser atendidos en sus últi-mos momentos. Con edades comprendidas entre uno y doce años, los niños ingresa-ban por lo común para recibir unciones o para ser criados a falta de padres adoptivos que los proahijasen. Las hospitalizaciones podían incluir a varios miembros de la unidad familiar, sobre todo a la madre con alguno o algunos de sus hijos. Por cuenta del obispo García Ximénez fueron acogidos en la casa en 1676 María Gutiérrez con su hija de siete años, naturales de la isla de El Hierro, y un matrimonio de la isla de La Gomera, con sus dos hijos de tres y dos años, de los que sobrevivió el padre y la mayor de las criaturas. María de la Encarnación, fallecida al cabo de tres meses de su ingreso, dejó a su muerte otro hijo párvulo, de cuya crianza se responsabilizó la casa-hospital en agosto de 1776. El tiempo de hospitalización no solía sólo ser dema-siado largo, a lo sumo dos o tres meses. Con frecuencia, los pacientes se internaban varias veces por cortos intervalos. Enfermo de «necesidad», el 1 de enero de 1803 lo hizo Andrés de la Concepción. Viudo de 77 años y sepulturero de oficio, salió dos días después. Por «hanbre y bejes», fue acogido de nuevo en la casa desde el 19 de agosto hasta el 30 de septiembre y desde el 18 de octubre hasta el 9 de noviem-bre, fecha de su muerte. Origen y procedencia: naturales y extranjeros Además de enfermos del conjunto de la isla, el hospital atendió a hombres y mujeres de todas las demás sin excepción, de La Gomera y El Hierro, de Tenerife, Gran Canaria y Fuerteventura y especialmente de Lanzarote. Por cuenta del obispo García Ximénez, se internó a una quincena de enfermos y mendigos en 1675-1676, entre ellos un hombre de 46 años y una mujer de La Gomera que fueron a la Fuente Santa, de la que regresaron pasados quince días. Los volcanes que asolaron a Lan-zarote en 1730-1736 fueron causa de la llegada de varios enfermos. Tal afluencia fue constante en el último tercio del siglo xviii y a lo largo de las primeras décadas de la centuria siguiente, pacientes de ambos sexos que ingresaron casi siempre para tomar una unción. A ellos hay que agregar marineros, navegantes y originarios de otras ciudades portuarias como Santa Cruz de Tenerife y Garachico, portugueses del Brasil y de los archipiélagos de Azores, Madeira y Cabo Verde, gaditanos, ingle-ses, franceses y holandeses, tripulantes o pasajeros de los navíos que habitualmente recalaban en Santa Cruz de La Palma. Entre los franceses que entraron en 1679 se cuentan cuatro varones de 18, 20, 22 y 25 años y dos mujeres, Marisiene y Catha-lina Simone, de 20 y 22 años, naturales de París, Lisieu y Nantes. Todos ellos sana-ron, salvo el joven Luis Banon, que aunque era «hereje se reduxo a la fe chatolica romana», confesando, comulgando y recibiendo la extremaunción antes de morir. Por el contrario, en 1682 no se le administraron los sacramentos al holandés Alberto «por ser herege». A finales del siglo xviii y principios de la siguiente centuria, durante REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 198 la guerra anglo-española de 1796-1802, se recibió a holandeses, venecianos, geno-veses, portugueses y chinos, además de numerosos españoles: andaluces en primer lugar (8), gaditanos del puerto de Cádiz (6), un carpintero de rivera de Sanlúcar (1) y un cordobés (1); valencianos (4), catalanes (1), mallorquines (1), gallegos (3) y vas-cos (2). En esos años aparece un grupo de chinos, seguramente marineros: Marcelo Nacreto, «natural y vecino de la China», que entró en julio de 1798; Benito Choa y Reimundo Carrosa, ambos el 12 de febrero de 1799; Juan Francisco, uncionado en octubre de 1799; y Luis Mirán, «natural y vecino de la ciudad de la China», mari-nero soltero de 25 años que ingresó dos veces en octubre de 1803. Protocolo de ingreso A partir de 1674 el hospital comenzó a llevar un libro de entrada y salida de los pacientes. Hasta entonces, los únicos registros eran los que cada mayordomo asentaba en los cuadernos por los que daba las cuentas, sin que pasasen de unos a otros. Ante su falta, el licenciado don Juan Pinto de Guisla, visitador general de la isla de La Palma, dispuso la apertura del primer libro de enfermos38 para tener el «orden conveniente». En él se daría cuenta y razón para que «conste en todo tiempo, de los enfermos que se curan y de los que salen del hospital o mueren en él», con indicación del nombre de cada uno en capítulo distinto, vecindad y naturaleza, día, mes y año de entrada, y «si reciuieren los sacramentos como lo deuen hazer para curarse». De acuerdo a las constituciones sinodales, todos los pacientes debían con-fesar y recibir la comunión en el momento de su ingreso (en caso de especial grave-dad, también se les daba la extremaunción). Con la creación de la Junta de Caridad en 1782, se estableció un protocolo de entrada, recogido en sus constituciones, que preveía que los pobres que pretendiesen venir al hospital darían primero memoria a la junta. Acto seguido, el médico reconocería la enfermedad y expediría certifica-ción con juramento, tras lo cual irían dos hermanos para comprobar su indigencia y, si efectivamente era cierto, conducirlo al hospital, «dexando el mayordomo ano-tado en su libro el día en que entra, como también los dos hermanos informarán a la junta el juicio que formaron de su pobresa». El tiempo y modo de despedirlos se disponía en el capítulo xiii de las constituciones: Al pobre no se le despedirá, ni se le permitirá salir hasta no estar perfectamente curado; y esto lo ha de desir el médico, dándole tiempo para la combalesencia. Se le entregará toda la ropa que aya lleuado y se apuntará el día de su salida. Si acontesiese la muerte, se le enterrará como es costumbre y se pondrá la partida de su muerte, y entierro en el libro que para esto habrá en el hospital. Y a estos entierros asistirán los 38 AMSCP: Legajo 649, n.o 1, libro de enfermos del hospital de Nuestra Señora de los Dolores de esta ciudad de La Palma que comiença desde principio del año de mil y seiscientos y setenta y quatro, man-dado hacer por el licenciado don Juan Pinto de Guisla. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 199 hermanos para exerser su caridad hasta el sepulcro con aquellos que se han acogido a la santa cassa del hospital39. Cumpliendo con este protocolo, en junta extraordinaria del 7 de abril del año siguiente, se leyó el memorial de María Tabares, que pretendía recogerse en la casa «para parir y después curarse»; y el de José de la Cruz, que ya había estado pre-viamente. Temido por las amas por su mala conducta, según la certificación del médico no había logrado la salud por sus «exesos y desarreglos», y aún había albo-rotado la casa. En vista de ello, se acordó franquearle los medicamentos y manuten-ción dentro del establecimiento, siempre que el alcalde mayor pusiese dos guardas para custodiarlo, asegurar su restablecimiento y la quietud de la institución40. En el momento de su entrada se tomaba nota de la ropa de vestir (camisas, calzones, chu-pas, capas y sombreros en el caso de los hombres; enaguas, camisas, becas, tocas, manto y saya, en el de las mujeres), así como de las sábanas y camas que, eventual-mente, podían traer consigo. Con una enagua de sarga verde y dos camisas usadas, una beca y una toca ingresó en diciembre de 1737 Francisca Gómez de Paz, vecina de San Andrés, cuyo padre se obligó a pagar al hospital 50 reales «por todo el verano del año que bendrá de 1738»41. Si el paciente moría, la ropa del difunto se repar-tía entre otros pobres, se daba a las amas y criadas de la casa como pago a sus servi-cios o se aplicaba en misas por su alma. En 1602, el mayordomo Melchor García de Segura se hizo cargo de los maravedís que importaron los bienes de Bernardino, de color negro, e Isabel de Herrera, y del valor de la ropa de Francisca Benítez y Nico-lás González, «que mató el mulato del doctor Medel», todos ellos fallecidos en la casa. En los años siguientes figuran el capotillo y el sayo de un hombre que murió en el hospital y se vendió; la ropa que dejaron un negro de Cabo Verde (1603), Juan de Acevedo, natural de Canaria, Francisco Benítez, portugués, y la de «fulano de Mederos» (1624-1626); el ferreguelo, el calzón y la ropilla vieja del portugués Fran-cisco Rodríguez (1634-1636); la saya de «Juana la negra», que se dio al ama (1639); el calzón y el jubón de «gordalate muy usado» que quedó de un pobre, y los dos «sayos de paño canario» de dos pobres con los que se vistió a otros dos (1668-1669). Cuatro reales y un cuarto se encontraron en el sombrero de un forastero fallecido en 1634-1636. En 17 reales y 24 maravedís se apreciaron los botones de plata que pertenecieron a Domingo de Ramos, natural de Canaria (1738); mientras que el 39 AMSCP: Legajo 733, libro 1.o de la Junta de Caridad, ff. 6 r.-6 v. 40 Idem: (7 de abril de 1783), f. 23 r. 41 Entre noviembre de 1737 y marzo de 1738, entraron en la casa-hospital varios pacientes con la siguiente ropa de vestir y de cama: Bernardo Rodríguez (vecino de Los Sauces), con camisa, cal-zones, chupa, capa de baeta y sombrero; Margarita de Betancor (vecina de Velhoco), con manto y saya, beca, dos pares de enaguas azules de sarga, camisa y enaguas blancas, dos tocas, un jubón blanco y dos sábanas de lienzo casero; María Petronila, con enaguas de calimanco, beca, camisa, toca y pañuelo; María Trinidad (de la ciudad), con cama, camisa, enaguas blancas, justillo, gasa de toca, manto y saya; Margarita de los Reyes, con dos sábanas, una colcha, enaguas de sarga, camisa, dos tocas y enaguas blancas; y María de las Nieves (de San Andrés), con dos pares de enaguas, dos camisas, dos tocas y tres libras de hilado. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 200 manto y saya del ama María Farias y tres enaguas de tres mujeres pobres sumaron 72 reales y 24 maravedís (1738-1745). Otros 20 reales dieron al mayordomo por las enaguas de lamparilla de María Casaño (1756-1757); cinco reales por «una cha-quetita que quedó de un orchillero» y 65 por un poco de ropa de Tiburcia Guan-che, «pobre que murió en dicha casa» (1761-1764). Con los enfermos contagiosos o héticos», se procedía a quemar la ropa para evitar infecciones. Gastos de curación Aunque no parece que fuera común, los pacientes podían contribuir a los gastos de su atendimiento con una cantidad pactada o con su salario. En septiembre de 1693, por ejemplo, Juan Pérez, curtidor, ajustó entregar cien reales por los medi-camentos y alimentos que necesitase, compromiso u obligación que fue ratificado ante el escribano Andrés de Huerta. Así sucedía con los militares. Baltasar de Mora-les, uno de los doce soldados del rey, con más de 70 años de edad, aportó la mitad del sueldo de su plaza «porque la otra mitad se da a quien suple las velas». 323 reales recibió el mayordomo por los alimentos y medicamentos de seis miembros del des-tacamento de la isla que se curaron entre 1774 y 1779; y otros 26 tostones en 1800 por la hospitalidad de tres soldados. A razón de un tostón al día, «según le pasa el rey», pagó en 1796 el sargento de la cuarta compañía por Domingo Rodríguez, can-tidad equivalente a la que había satisfecho un año antes otro soldado del regimiento de La Habana durante su convalecencia. Según reflejan las cuentas, las retribucio-nes por la «hospitalidad» se hicieron más comunes desde finales del siglo xviii42. El agradecimiento por haber recobrado la salud también movía a los pacientes y a sus familiares a colaborar con el mantenimiento del establecimiento. Cuatro fanegas de trigo y media bota de vino, que se gastó en el hospital en los meses de noviembre y diciembre de 1633, dio Domingo González de Cecilia por la curación de su mujer. Número de hospitalizados, proporción por sexos y tasas de mortalidad La media de ingresos desde que comienzan los registros de enfermos en 1674 hasta 1822, en los años anteriores al traslado de la institución al convento exclautrado de Santa Clara, fue de unos 59 pacientes aproximadamente43. Entre 1675-1680 fue de 48, cifra que se mantuvo a lo largo del siglo xviii para ir descendiendo hasta los 25 enfermos en los años previos (1780-1781) a la fundación de la Junta de Caridad 42 La mujer de Domingo Camoneco (fallecido en la casa en 1794) pagó 18 reales «por la carne que se le dio». Dos años después, «dos portugueses que se estuvieron curando en el hospital muchos messes» abonaron 200 reales. 43 AMSCP: Legajo 649, n.o 1, libro 1.o de enfermos (1674-1736); n.o 2, continuación del Libro 1.o de enfermos (1737-1774); legajo 650, n.o 1, libro 2.o de enfermos (1774-1804); y n.o 2, libro 3.o de enfer-mos (1804-1823). REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 201 en 1782 (tan sólo 19 en 1778 y 20 en 1780), años en los que además se admitieron en la casa, mantenidas a pan y carne, a varias niñas expósitas por no haber «quien las llevase» después de su año de crianza, por la mala nutrición que habían recibido o por hallarse enfermas sus amas de cría. Con posterioridad, su número comenzó a remontar hasta alcanzar más de 80 hospitalizados de media en las dos primeras décadas del siglo xix (1800-1822), con picos de 119 pacientes en 1803, 109 en 1811 y 113 en 1816. Según el informe elevado en 1784 por los hermanos de la Junta de Caridad al gobernador eclesiástico, por lo común había de continuo en la casa entre ocho y diez enfermos, fuera de los muchos más «de los sumamente necesitados que claman por entrar en ella», cuya admisión la institución se veía obligada a negar para no desamparar enteramente a los niños expósitos44. Por sexos, la proporción de mujeres fue siempre superior a la de los varones, diferencia que fue aumentando a lo largo del tiempo, al mismo tiempo que descendía la edad media de los ingresados. La mortalidad era muy alta a finales del siglo xvii, de modo que de 82 pobres que entraron para curarse en 1670-1671, tan sólo 32 recuperaron su salud. Entre 1674- 1680, fallecieron 110 de las 313 personas atendidas (35,14%), tasa que, con altiba-jos, se mantuvo a lo largo de la primera mitad del siglo siguiente (40,54% en 1738; 25,64% en 1739; 36,36% en 1740; 38,18% en 1750; 30,95% en 1760; 34,21% en 1770), para comenzar a descender paulatinamente a partir de 1780 hasta situarse por debajo del 20% a principios del xix (20% en 1780; 17,39% en 1781; 45,71% en 1790; 22,22% en 1795; 10,98% en 1800; 19% en 1805; 15,38% en 1810; 11% en 1811; 18,58% en 1816; 18,07% en 1818; 9,87% en 1821; 20,33% en 1822). Extracción social Casi sin excepción, la extracción social de los pacientes era muy humilde. Conocidos en muchos casos por sus motes populares, uso que aún se mantiene en la isla, la lista de apodos es interminable45. Pobres y mendigos de todos los luga- 44 Para reducir el tiempo de hospitalización, en 1800 el establecimiento pagó cuatro reales por una bestia de carga para llevar a «una pobre convaleciente para su casa por el ahorro que resultaba al hospital de que se fuese». 45 Pedro González Guinda la Vela (enfermo habitual, natural de Garafía, de 80 años de edad); Gabriel Hernández Porquería (natural de la otra banda); Baltasar Rodríguez Batato; Domingo Martín Malacosa; Pedro Hernández Gaveta; Francisco Hernández Polilla; Francisco Pérez Arrarrurra (de 50 años); Domingo Campana; Francisco Pechilango; Agustín Cachete; Cayetano el Vicho; José Alfiler; Ignacio Carnero; Carlos Caforiño; Diego Patacón; Francisco Escarabajo; Cristóbal Rapadura; Fran-cisco Tufo; José el Cuervo; Matías Casquete; Andrés González Palometa; Baltasar Rodríguez Pulpo, etc. La lista de apodos femeninos es especialmente variada: María la Velosa (de 70 años); María Mar-tela (de La Gomera, que murió con 22 años); Ana Chinana (de Los Llanos); María la Pájara; María Regañada; María Hernández la Pulga (de 23 años); María la Dorada (hija del hospital); María Gon-zález Chicharra (de Tijarafe, de 63 años); Ana la Fula (esclava de don Marcos Urtusáustegui, de 70 años); Francisca Pérez la Nazarena (de 80 años); Ana Rodríguez Lagarita (de 69 años); María de Acosta la Morriña (también de 69); María de los Ángeles la Sarga (moza de 45 años, vecina de San Telmo); REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 202 res de la isla46, mozos solteros «sin oficio» por estar «ympedidos de la vista» o «por ser ymválidos», ciegos, cojos, paralíticos y tullidos de «mucha nesesidad» y edades avanzadas, enfermos habituales, insolventes y pobres de solemnidad con extrema necesidad, recogidos en la casa que cayeron enfermos, deficientes mentales, hijos de la cuna y de padres no conocidos, niños expósitos enfermos a los que nadie quiso proahijar después del año de cría, clérigos de menores, frailes y legos47, ermitaños y beatas48, pero especialmente viudas y viudos y solteros de ambos sexos sin familia próxima en los años finales de su vida (con 90 años entró María Antonia, natural de Los Llanos, y Marcos Rodríguez, «el páxaro», vecino de Breña Baja, que murió a los 70 años en 1676); así como menestrales, jornaleros y artesanos de la ciudad, vecinos de los populosos barrios de Jorós, inmediato al hospital, el Puerto, San Telmo, San Sebastián, el tanque de Santa Catalina y La Somada y de las calles del Tanque y de los Molinos. En las cuevas de La Encarnación vivía María de la Encarnación. «Hin-chada y tullida de necesidad estrema» y con más de 70 años, entró para morir un mes después. Esclavos, negros, mulatos, pardos, morenos y libertos49 de ambos sexos (de la isla o del resto del archipiélago) fueron numerosos y, como revela el libro pri-mero de defunciones de la parroquia mayor de la isla (1637-1672), la iglesia del hos-pital fue el templo destinado por lo común al enterramiento de la población negra María Pérez Infanta la Rajada; María Hernández la Paloma; Francisca la Graja; Nieves la Cantadora; Margarita la Porqueña (pobre recogida); Gabriela la Chincha; Micaela Pelada; Manuela Xaramaga; Francisca Madruga; María Reverosa; Josefa Cavoca; Juana Rodríguez la Jara; Margarita Pelota; Josefa la Junca (ama de mandados); Rita la Matamoros; María Pilrrona, («pobre recogida en esta santa casa hospital»); Josefa García, «la Güeva»; Bernarda y Gerónima la Grilla; «Luisa frayla, hija de Argen fra-yle, soldado de España»; Xaviela la Breva; Josefa Gotera; María la Gaifola; Cristobalina la Tufa; Anto-nia Pichilanga; Josefa Moscona; Juana Coruja; Cristina Tareco; María Rola; Catarina la Araña; Juana la Negra; Antonia la Pico; María Remedios Lindona; Isabel Pelón; Juana Carnera; Juana Cucaracha, etc. En ocasiones tan sólo el mote bastaba para su identificación: la Simonica, la Caboca o el marido de la Peladita. Bajo el sobrenombre de bobos –y la forma femenina– fueron internados varios deficientes, como Jacinto el Bobo (en 1760) y María y Francisca la Boba (que fallecieron en agosto y noviembre de 1790 en las semanas siguientes a su entrada). La procedencia de los hospitalizados también motivaba la adjudicación del correspondiente sobrenombre; sirvan los ejemplos de Feliza la Portuguesa (natural de Madeira), Tomasa Rodríguez la Gomera, Isabel «la de Tixarafe» y Julián «Lomo Obscuro». 46 Con más de 60 años, Francisca González era una «pobre mendicante que andaua en la calle». Falleció en agosto de 1676, un mes después de haber entrado para curarse. 47 A fray Blas de Armas, religioso lego del convento franciscano de Nuestra Señora de la Pie-dad de Los Sauces, enfermo «gálico» (sífilis), se le dio una unción en julio de 1803. Del mismo con-vento era el R.P. fray Sebastián Díaz, natural de la isla de Canaria, que, con 50 años de edad, ingresó el 15 de febrero de 1816 para ser tratado por unas «empolladas malinas». 48 Domingo García el Ermitaño, de 70 años, fue recibido en octubre de 1675; y Francisca de San «Elefonso», beata, de 50 años, en agosto de 1683. 49 Tras casi dos meses hospitalizado, Antonio Hernández, de color negro, liberto, falleció el 29 de abril de 1693. Nombró por albacea al mayordomo de la casa-hospital, a quien encargó destinar la mitad de sus bienes (una caja grande de madera del Brasil, tres fanegas de trigo que le debían en Punta-llana y una lonja en la calle Real de la Somada) a su funeral y la otra a la «sustentación de los pobres de dicha casa». En los mismos meses de marzo y abril entraron dos enfermos tullidos de «color negro», María Ximénez, de 60 años, y Domingo de Abrantes, de más de setenta, que murió el 15 de enero de 1694. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 203 y esclava50. Hubo también moriscos51 e indios de las colonias americanas52. Ningún representante de la aristocracia o de los grupos sociales dominantes figura en los libros de enfermos. Llegado el caso, eran atendidos y convalecieron en sus propias residencias hasta su curación o fallecimiento. Como únicas excepciones, cabe citar a contados miembros de algunas familias de la burguesía local, como doña Cons-tanza Lindo, hermana de don Gregorio Lindo, guarda mayor de la Real Aduana, que entró para ser uncionada en 1760; y doña Leonor Cullen y They, moza soltera de 59 años, atendida por dos veces, una por «siurgia» (1809) y otra por hidropesía (1811). Oficios Entre las actividades laborales más comunes de los hombres se incluyen jor-naleros y peones, labradores y «servicio del campo»; pescadores y marineros de múl-tiple origen; oficiales y aprendices, zapateros, carpinteros, albañiles, pedreros, curti-dores, herradores, toneleros, carreteros y arrieros de la ciudad y «de la otra banda», barqueros; y otros más esporádicos: hortelanos, viñateros, serradores (de Garafía), carpinteros de ribera, «mercadeles», cocineros, molineros, montañeros y pastores, «orchilleros», sepultureros, alguaciles, ministros de la Iglesia, pregoneros, así como otras profesiones más raras como un procurador de causas, un espadero y un sastre portugués enfermo del juicio que ingresó en 1775. Los sederos se hicieron numero-sos en las décadas finales del siglo xviii y principios del xix. Mozos y asistentes de ambos sexos, cuya profesión era «servir a un amo»53, fueron particularmente abun-dantes, criados adscritos a las casas o a los miembros de las familias más pudientes y también a los conventos de frailes y monjas54. El personal sanitario (hospitaleras, amas de cría, sangradores) también era frecuentemente atendido o uncionado tras caer enfermo. Las ocupaciones femeninas se limitaban a amas, criadas, mozas sir-vientes, aguadoras. En 1810 y 1811, las mozas solteras, con edades comprendidas entre 15-18 y 84 años, representaban el 56,3% de las mujeres hospitalizadas, segui-das por las casadas (24,6%), con edades entre 24 y 69; y las viudas (19%), de entre 31 y 64 años. 50 Durante estas tres décadas fueron enterrados en la parroquia matriz de El Salvador 116 esclavos, en la del hospital 69 y tan sólo siete en los conventos de frailes y monjas de la ciudad. Véase APSSCP: Libro i de defunciones (1637-1642). 51 Valentín Méndez, morisco, fue enterrado en la iglesia del hospital en 1584. 52 En el tratamiento y purga de «Antón, yndio de Roberto Hernández», se gastaron cuatro onzas de unción y otra de hoja de sen en 1660. 53 Enfermo gálico, Matías Hernández (natural de La Galga y vecino de la ciudad, de 35 años) ingresó en mayo de 1808; su «oficio servir a un amo». 54 En 1657, se enterró a Pedro, «que servía a las monxas». Francisco Cordero, criado de los frailes franciscanos, natural de Barlovento, entró en la casa hospital, tullido y con más de 70 años, en septiembre de 1699. Moza de las hijas de don Pedro Pinto y criado de doña Antonia de Sotomayor res-pectivamente, Clara y Mariano de la Concepción ingresaron en 1770 y 1781. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 204 4. CUADRO CLÍNICO: ENFERMEDADES, AFECCIONES Y PADECIMIENTOS Tras la creación de la Junta de Caridad en 1782, comenzó a llevarse un registro (más completo a partir de 1802) de entrada y salida de enfermos, con indi-cación de edad, naturaleza y vecindad, estado civil, oficio, enfermedad y tiempo de estancia en la casa. Las enfermedades infecciosas eran las que afectaban a un mayor número de enfermos, en primer lugar la de «gaélico» o «gaélica», sinónimo de sífilis, tanto en hombres como en mujeres y niños. De los 200 pacientes atendidos en los años de 1810 y 1811, constituían el 40,5% del total (81), un 40% entre los hombres y un 37% entre las mujeres, cifra que aumentaba en algunos colectivos, como las mozas con edades comprendidas entre los 15 y 40 años (56%). Los niños hospitali-zados lo fueron en un alto porcentaje (76,92%) por esta razón. El tratamiento más común era la unción sobre las llagas, que a veces recibían madre (mozas solteras en todos los casos) e hijo al mismo tiempo55. Por «bubas» (nombre por el que también se conocía esta enfermedad venérea), recibieron este método de sanación, en marzo de 1803, José María y María de los Dolores Rodríguez, Antonia Felipe Rodríguez, Francisca de la Cruz Rodríguez y Tomás González Ladillo, de 14, diez, nueve, tres y dos años respectivamente. El «erpie» (herpes) se cebaba en especial con las muje-res de todas las edades, mozas, viudas y casadas; mientras que las tercianas y las «fie-bres ardientes» aquejaban a los soldados enrolados en los batallones y regimientos militares. Miembros dañados y «derriscamientos» figuran entre los traumatismos. El 18 de enero de 1693 entró Domingo Bernal, del barranco de Aguacencio, con un pie dañado «del qual se cortaron dos dedos y salió sano a fines de abril de dicho año». Desde el término de Los Sauces fue traído en unos varales Antonio Martín «por auerse derriscado», acompañado de su hija, en mayo de 1775. Entre los «bal-dados » se cuentan jornaleros, labradores, molineros, curtidores, peones, pedreros, carpinteros, marineros, pescadores y mujeres casadas. La lista de enfermedades incluía toda clase de dolores, síntomas y afeccio-nes: en primer lugar, la «siurgia», la «hinchazón» y la «hidropesía» (que acompañaba a muchas muertes, especialmente femeninas); «un edema», «un dolor», «dañado» o «dañada», «inflamación de garganta y dropesía», causa de la muerte de don Joa-quín de Montesdeoca Hurtado, sangrador del hospital; «ampollas», «afecto cutá-neo », «ysipela» o «edisipela» (erisipela), «tiricia» o «etirisia» (ictericia), sarampión56, «calenturas», «fiebres», «obstruciones» (obstaculizaciones del conducto del hígado), «golpe» y «dolor de costado» (apendicitis), desde los 19 hasta los 60 años; «enferme- 55 Es el caso de Juana Pérez, de un año de edad, que ingresó en el hospital para recibir una unción juntamente con su madre, Josefa Domínguez, en enero de 1803; y de Rita de Acosta, moza sol-tera de 26 años, y su hijo Esteban José, de siete meses, que entraron en mayo del mismo año. En sep-tiembre de 1804 y en abril de 1805 lo hizo Josefa de los Santos, soltera de 25 años, primero con su hijo Pedro, de nueve meses, y luego con su otro hijo Diego, de cuatro años. 56 Por sarampión ingresaron el 25 y el 27 de marzo de 1809 un peón de 19 años y una moza de 21 –ambos vecinos de la ciudad– que salieron el 8 de abril siguiente. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 205 dad del pecho», «afecto de pecho», «accidente repentino», «opresión de pecho», «pun-tada », «puntada en el celebro», «ahogo», «sangre por la boca», «visantería» (disente-ría), casi siempre mortífera; «diarrea», «dolor de estómago», «mal de vientre», «dolor ventoso», «purgación», «empacho»57, «úlceras», «tumores», «heridas», «flatos», «flujo de sangre» y «mal de sangre» en mujeres casadas y viudas; «enfermedad de la vista», «resfriado», «enfermedad de la garganta», «hairadas», «ayre» en mozas, casadas y viudas; un herrero, un marinero y una casada con «asma»; «perlesía», en casos de jornaleros, labradores y hombres y mujeres de muchos años; «romatismo» y «dolores romáticos» en todas las edades; «dolor siático», «sabañones», «sarna», «enfermedad del juicio» y «locura» en jóvenes y ancianos58; tullidos y tullidas en avanzada edad al borde de la muerte59 y alcoholismo; sin que se excluyan, entre las enfermedades, la «necesidad» y «la extrema necesidad», la «vejez» (desde los 55 hasta los 90 años) en solteros y solteras, viudas y viudos; o ambas cosas a la vez; incluso se cita simple y llanamente el «hambre»60. También hubo casos de lepra, en una moza de 17 años y en una viuda de 48 años, naturales y vecinas de Mazo y Barlovento, respectiva-mente; de tisis o tuberculosis, en un labrador soltero de 30 años, vecino de Los Sau-ces, que ingresó en 1807; o de «excópulas», en una viuda de 31 años. La exposición a las enfermedades infecciosas fue causa de contagios tanto para el personal sanita-rio como para los familiares más próximos. María Carballa, vecina de la ciudad, se infectó en julio de 1677 «por haber venido a asistir a su marido». La brutalidad de la época se refleja en los casos de apaleamientos y malos tratos. El 22 de diciembre de 1805 entró un mozo soltero de 22 años, natural del pago de Las Ledas, «apaliado», y otro de 36 años, natural de San Pedro, «herido de palos». Tan sólo 12 años de edad contaba Lorenzo José, natural del lugar de Bue-navista, que estuvo convaleciente desde el 9 hasta el 11 de febrero de 1805 a causa de una paliza. A lo largo de 1805 y 1806 ingresaron cuatro pacientes por la misma razón: Miguel Marcial, natural de Mazo, casado, peón de 33 años, el 22 de enero de 1805; Domingo Hernández Baquero, natural y vecino de la ciudad, pedrero de 53 años, el 13 de enero de 1806; Pedro Martín, de Mazo, soltero de 30 años, jor-nalero, el 7 de febrero; y Andrés Cordobés, mozo jornalero de 43 años, también vecino de Mazo, que murió a consecuencia de las lesiones sufridas el 5 de octubre de 1805. Por su parte, Manuel Barrete, marinero soltero de 28 años, fue internado en septiembre de 1805 aquejado por una puñalada. 57 Margarita María Luis, moza soltera de 50 años, murió de empacho el 24 de enero de 1805, al día siguiente de su entrada. 58 Con 89 años de edad falleció, el 1 de junio de 1806, Antonio Pérez, mozo y sirviente, natu-ral de Los Sauces y vecino de la ciudad, que había ingresado por locura el 18 de mayo anterior. «Ague-dita Hernández», moza de 25 años, natural y vecina del caserío de Las Nieves, entró el 27 de febrero de 1808 aquejada de la «enfermedad del juicio» y salió el 25 de abril siguiente. 59 En abril de 1694, entraron en la casa –por su «mucha necesidad»– Domingo Pérez, vecino de Velhoco, y Francisca Hernández, mujer de Sebastián Gómez, vecina de Buenavista. Tullidos –con más de 80 años de edad cada uno–, fallecieron poco tiempo después. 60 Tomasa Sosa –moza de 24 años, natural de Garafía y vecina de la ciudad– entró enferma en la casa-hospital el 16 de abril de 1803; «su enfermedad», «hambre». Salió cinco días después. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 206 5. DIETA Y ALIMENTACIÓN Según reglamentó la Junta de Caridad en 1782, a cada enfermo debía dár-sele «lo mejor, y solamente lo que sea necesario, pues es poco gouierno el señalarles ración de pan o de carne quando los vnos pueden necesitar más y los otros menos». Se preparaban dietas para los uncionados o para algunos enfermos con necesida-des especiales o «con mucho fastidio», a quienes, por prescripción facultativa, se les daba, según los casos, chocolate, huevos mejidos, leche «de bestias» o de burras («un novenario» habitualmente), leche de almendras y leche de cabras61. Las dietas de los uncionados incluían gallinas (1746-1747), leche (1773-1781), pasas y huevos meji-dos (1764-1765). Se hacían igualmente lavativas y enjundias con huevos y azúcar y «sustancias de pan y caldo para distintos enfermos». Calificada como «vn orror» por el mayordomo del hospital, estas preparaciones consumían muchas libras de pan traídas de casa de la panadera, como se denuncia en 1774 y en 1779. La grave falta de camas y el impedimento de algunos enfermos obligaban también a dar las raciones de pan y otros auxilios en las casas de los propios pacientes con el consejo del médico (1756-1757). La base de la alimentación ofrecida diariamente era una ración de carne (de seis onzas en 1814) y otra de pan, según se dice en 1784. Com-prada en la carnicería, «según estilo» era costumbre pagar al marchante seis cele-mines de centeno como regalía o gratificación por el cuidado y puntualidad de la carne. Casi un 70% de la que se consumía era de carnero y, en su defecto, de vaca y de chivato62. Dentro de este capítulo figuran en la dieta de los pacientes la cabeza, carne y asadura de carnero, cabra, cabrón y «cabroncillo»; vaca y ternera; borrego, cordera y oveja, puerco o «serda», carne salada y excepcionalmente el conejo (1712- 1713). A falta de carnero o por prescripción médica63, se servían huevos, gallinas y aves (pollos, capones, palomas, pichones) a purgados, paridas, niños hospitale- 61 En 1800 se gastaron 14 reales y medio de plata en huevos para una enferma que no tomaba «otro alimento que huevos mejidos y leche». 62 Según reflejan los mayordomos de la casa en sus descargos, el gasto anual de carne a finales del siglo xviii fue de acuerdo a la siguiente síntesis: en 1794, 1012 libras de carnero «en enfermos muchos y algunos niños puestos en la cassa» (102 libras a 20 cuartos, «que fueron las vnicas que pude lograr que el marchante diera a dicho precio», y las restantes a real y medio de plata la libra); en 1795, 708 ¼ libras de carnero –a 1 ½ reales de plata– y 96 libras de vaca –comprada por disposición del médico, a real de plata la libra–; en 1796, 997 ½ libras de carnero –a 1 ½ reales de plata la libra– y 82 ½ libras de vaca –a 12 cuartos– y 10 ½ libras de chivato –a real de plata–, gastados «en los muchos enfermos que ha habido, entre los quales a los portugueses y soldados se les dava vnas vezes a media libra al día y a otras a tres quar-tas, en que se incluie también la dada a la ama Josefa y algún niño de año puesto en la casa»; en 1797, 600 libras de carnero y 89 y media de vaca y chivo –542 a dos reales la libra y el resto a real y medio–; y en 1798, 1100 libras de carnero –a dos reales la libra– y 164 libras de vaca y chivo –a real y medio la libra–. 63 En diversas ocasiones, su consumo se justifica para «mesclar con la carne cuando no era sufi-ciente » (en 1774-1779), por faltar la carne de carnero (en 1784, 1787-1788 y 1802), «por haber faltado el marchante con el carnero» (en 1786), por precisarse cuando entraba «algún enfermo en los días que no havía carne sino para los que estavan en la casa» (en 1799); o «en un día que faltó la carne» (en 1808). REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 207 ros, amas de la casa de avanzada edad o enfermos «que la apetecían»64. Las gallinas (compradas, entregadas por los arrendatarios o recogidas de limosna) también se comían en algunos días especiales de la casa (Asunción, Concepción, Pascua o día de Reyes) o mezcladas con la carne cuando esta no era suficiente. Destinado a los sirvientes del establecimiento (amas, criadas, sacristanes), el pescado, fresco (sardi-nas, chicharros, caballas, cabrillas, viejas, abadejos, samas o pargos, picudas), salado o seco («merluseto», bacalaos, arenques, pargos grandes) formaba parte del gasto ordinario en el siglo xvii, no así en el siguiente65. Los huevos, ofrecidos de regalo con frecuencia por campesinos y granjeros (al igual que los quesos), se gastaban en abundancia en lavativas, en los niños expósitos y en la cena de las noches, en las que sustituían a la carne. Se preparaban mejidos (batidos con azúcar y agua hirviendo). En 1764-1765 hubo escasez de huevos por el sarampión. Unos cuatro almudes de garbanzos se gastaban por lo común a lo largo del año, además de otras legumbres como arvejas, habas, chochos (1712-1713), lentejas y chícharos (blancos y negros) procedentes de las limosnas del campo y de los arrendatarios del hospital. Con gar-banzos, chícharos, cebollas y azafrán se cocía el «puchero de los pobres enfermos» (1738). Ambas legumbres se cosechaban en las tierras que el hospital poseía en Tija-rafe66. Para completar su consumo se compraban algunas cantidades más (dos almu-des), como los garbanzos de Lanzarote traídos en 1786, 1797 y 1805. El arroz apa-rece en la dieta en el siglo xviii, primero puntualmente (1706-1707) y después de manera más regular (1758)67; mientras que los fideos se mencionan por vez primera en 1812. A principios del siglo xix (1800-1815), se gastaban habitualmente unas dos libras de arroz todos los meses, compradas en la tienda del comerciante don José Gabriel Martín, vecino del barrio del hospital68. En los días de invierno durante el 64 Las cuentas mencionan el gasto de «algunas aves para los enfermos» (en 1616); de una gallina para un purgado (en 1637-1638); para «la moza que parió en el hospital» (en 1644); las que se compraron para «un mulato portugués, marinero del navío de Jerónimo de Molina», que entró a curarse (en 1646) y «para dar sustento a Joseph Rosa que estaua mui necesitado» (en 1786); de una gallina «que apeteció un enfermo» y de otra para la «espitalera de la Montesdeoca» (en 1787); de la que se dio a «la Galana» (en 1789), a algunos enfermos y al ama Josefa (en 1795); de ocho gallinas para «los portugueses, solda-dos y otros nececitados» (en 1796). 65 Los gastos anuales recogen un real de pescado y otro de sardinas para los sirvientes en 1637- 1638; un canasto de sardinas que dio de limosna el capitán Nicolás Massieu en 1648; o las cabrillas fres-cas que el sacristán llevó del muelle en 1647. 66 Los tributarios de las tierras donadas en 1607 por Sebastián de Pais el Perulero en Tini-sara (Tijarafe) pagaban una fanega de garbanzos en 1649, tres celemines en 1701 y dos a partir de 1744, embarcados por el puerto de Candelaria y puestos en la casa hospital a finales de agosto de cada año. Véase AMSCP: Legajo 629, n.o 2, libro de fundo y relaciones (1800), ff. 45 r. y 46 r. 67 En 1810 se gastaba «en días señalados por modo de principio a los enfermos y quando el médico lo receta». 68 Desde que compró el solar en 1804, construyó su nueva residencia frente a la puerta de entrada al centro sanitario por el barranco; conservada en el día, se halla en el número 7 del orden actual de la calle Pérez de Brito y cuenta con fachadas orientadas hacia la avenida El Puente (antes, cauce del barranco de Los Dolores) y hacia la calle Pérez Volcán; véanse los detalles en Pérez Gar-cía, Jaime (1995): Casas y familias de una ciudad histórica, la calle Real de Santa Cruz de La Palma, REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 208 almuerzo se servía a los pobres leche de almendras cuando faltaba la carne (1797). Las papas también se incorporan tardíamente (1795), cosechadas por el medianero de la hacienda de Buenavista69. A partir de entonces, se consumen con regularidad a razón de dos almudes mensuales (1802). Las verduras y hortalizas (cebollas, calaba-zas, ajos) se empleaban en el «puchero», buena parte de ellas, obtenidas de las limos-nas del campo. Tres docenas de calabazas se gastaron en un año (en 1639) fuera de las que dieron de limosna. Las especias resultaban imprescindibles para condimen-tar la comida y el puchero: clavo, pimienta negra y sobre todo azafrán o «azafrán seco de España»70, además de hierbas como el cilantro, el perejil, el «achote» (1711- 1712), la matalahúga (anís) y la canela para la repostería, medicamentos y sudade-ros. De olivo era el aceite del «gasto común», «para comer» o «para la cocina» de los enfermos, empleado también en las lámparas de la iglesia y de los salones; mientras que el de pescado, de ballena, de «loro» o de «laurel», o «aceite de luz», se utilizaba «para los candiles» o «para alumbrar» la casa. Según se explica en 1810, el azúcar se gastaba en pedacitos en los enfermos de unción, refrescos, limonadas y horcha-tas para los pacientes, en la preparación de algunos alimentos y en la composición de algunos medicamentos; y el vino cuando el médico lo recetaba, «a los enfermos, ancianos y débiles y aún a los expósitos de año», para diferentes remedios y para «los pobres mendigos en tiempos lluvia y frío» (1692-1694). Al igual que con el trigo, su consumo fue racionado en 1603 por el obispo Martínez Ceniceros entre los sir-vientes del hospital para evitar gastos superfluos. Según su recomendación, resul-taba más barato hacerlo en dinero, «quatro, seis u ocho maravedís o los que fueren nesesarios, que no darles vino», vendiendo «el que se allegare de limosna». Advertía de sus riesgos para la salud de los enfermos, «de donde se sigue que se les alarguen más sus enfermedades y al cabo no salgan curados». Por el contrario, tan sólo se les daría cada día «sigún lo quel médico mandare y no más». Dulces, pasteles, bizcochos, bizcotelas, rosquetes y sobre todo «cajetas de membrilladas» (a base de membrillos y miel de abejas)71, «cajas de pera» (1764-1765) y cajas de conservas se elaboraban «para rregalo de los enfermos» (1615), con fre-cuencia a modo de limosna de los bienhechores. Como acto de caridad, los mayor-domos del hospital tenían por costumbre repartir entre las personas piadosas cajas vacías para que las llenasen de conservas en sus casas72. Durante las fiestas señala-das del año se brindaban a los pacientes y pobres recogidos y a los trabajadores de la institución (amas, sacristanes, capellanes, médicos y cirujanos) platos especiales Santa Cruz de La Palma, Cabildo Insular de La Palma-Colegio de Arquitectos de Canarias (Demar-cación de La Palma), pp. 236-240. 69 En ese año el medianero de dicha hacienda entregó 2 ½ fanegas de papas a 15 reales la fanega. 70 En 1635 Ángela Hernández entregó 50 reales al ama para gastos de la casa en «asafrán, pimienta y otras espeserias y ortalissas como consta de la quenta que la dicha dio». 71 Desde 1627 aparecen con regularidad «cajetas de membrilladas» y «panes de mebrillada». 72 Dos docenas de cajas vacías se distribuyeron con ese objeto entre los bienhechores en 1756- 1757. En 1788 el presbítero don Felipe Benicio de León, mayordomo del hospital, compró otras 24 cajas de conserva repartidas «con algunos fieles quienes las llenaron de dulse para el gasto de los pobres enfermos». REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 209 en el almuerzo, especialmente dulces: «cubiletes» de carne preparados con manteca de puerco y especies, asaduras, gallinas y frascos de vino (1785), «templas de biz-cotelas » (1764-1765), rosquetes, bizcochos y pasteles, con los que también se obse-quiaba a los predicadores invitados o a los estudiantes que representaban las come-dias (1648). Así se hacía en Navidad, Año Nuevo y Reyes, Jueves Santo y día de Pascua, así como en las dos fiestas que celebraba la casa: la Asunción y la Concep-ción de Nuestra Señora. Algunos de los dulces más tradicionales de la repostería de la isla aparecen desde antigua fecha, como sucede con las populares «rapadu-ras » palmeras (1712-1713) y almendrados, documentados desde 1654, hechos con azúcar, huevos, limón y almendras73; o las «roscas» de pan de manteca que aún se hornean por el mes de diciembre en La Sabina y en Hoyo de Mazo, ofrecidas a las amas y mozas por Pascua de Navidad74. En el postre de los enfermos también figu-ran frutos secos, pasados y de temporada: «almendras de la otra banda»75, pasas, ciruelas, brevas e higos pasados, castañas y plátanos (1647). A los niños expósitos se les nutría, mientras estaban en la casa, con miel de abeja y jaleas, aceite dulce, miel mezclada con aceite y con harina, papisas, zahínas, poleadas y gofio (1814- 1815), vino para sopas (1646) y aceite para migas. Un almud de almendras y una libra de azúcar blanco se dieron en 1666-1667 a María Normán «para almendradas del niño Juan, que se murió luego». A principios del siglo xix (1802-1810), el hos-pital compró algunas cabras que varios mozos y criadores de las proximidades de la población (del barranco de los Dolores, Velhoco y Mirca) se ocupaban de cuidar, dar de comer y conducirlas al hospital para amamantar con su leche a los niños por la mañana y por la tarde, trabajo por el que recibían 20 cuartos por cada día o un real cada semana76. Los infantes en estado de mucha delicadeza, de más de un año, eran alimentados con leche, bizcochos, azúcar blanco y mascabado y caldo, además de muchos huevos mejidos77. 73 El 14 de septiembre de 1654 se gastaron dos reales y medio en azúcar y almendras «para vnas almendradas para vnos enfermos». 74 Se citan en 1808 y en 1812-1813. En las cuentas de estos últimos años figuran un almud de trigo y manteca de Flandes para cuatro roscas «que se dan a las amas por las pasquas de Navidad». 75 En 1673-1674 se recibió un almud de almendras, «manda de un hombre de la otra uanda». 76 Once pesos y seis reales de plata importó comprar y mantener una cabra para dar leche a los expósitos por espacio de cinco meses, con la soga para amarrarla y un real cada semana al que la traía al hospital mañana y tarde (agosto de 1810). Otros cinco meses la tuvo Manuel García, de Mirca. Un año después, otra cabra permaneció en la ciudad durante tres meses dando leche a los expósitos, ade-más de un mes y días que estuvo en mantenimiento en Mazo, «donde murió de la enfermedad que lla-man aquí tetera». 77 Con azúcar blanco y mascabado se alimentó «por más de dos meses vna niña que entró en la casa ya criada enfermita que se mantenía solamente con gueuos mejidos y caldo en refrescoz» (1773- 1774). Según se dice en 1774, en el mantenimiento de los niños expósitos se gastaban muchos huevos. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 210 6. TRATAMIENTOS CURATIVOS Y MEDICAMENTOS Los gastos de botica y boticario suponían un elevado desembolso para la casa-hospital. 836 reales y medio se pagaron a Juan Bautista Izquierdo por «purgas, letuarios, jaraues e ynguentos, unceón y otras drogas que dio para curar los emfer-mos » durante 1628-1629. La botica del padre franciscano fray Diego Casanova pro-porcionó los medicamentos recetados por el médico del establecimiento. Hijo de «la Casanova» (Isabel de Casanova), en cuya tienda se compraba azogue, aceites y plan-tas medicinales para la casa, elaboró purgas y onzas de unción para diferentes pacien-tes desde al menos 1654 hasta su muerte en 1678. Otra farmacéutica, Ana «la boti-caria » (Ana Francisca), vendió diferentes remedios para la curación de los enfermos desde 1697 hasta 1710. Se conservan las relaciones de los medicamentos hechos por el médico Tomás Colón en 1765, con purgas, vomitorios, ungüento aperitivo, pape-les de polvos, purgas de píldoras, polvos absorbentes, píldoras antihistéricas, coci-miento catártico, ungüento nervino, media onza de diapalma, polvos mercuriales; por el doctor don Domingo Ximénez en 1788, con ungüentos, purgas, vomitivos, polvos y bebidas; y por Jacinto Cullen en 1789, con purgas, papeles de polvos, dosis de purgantes, un «emplasto matrical» y otro antihistérico, un ungüento precipitado, zarzaparrilla, una bebida, onzas de maná y agua de canela. Para pesar los medica-mentos enviados de la botica, el mayordomo Francisco Salcedo, presbítero, compró unas balancitas en 1795. De Cádiz procedían los que en 1812 se compraron en 26 pesos a don Luis van de Walle, que, por necesitarlos una enferma (María de la Con-cepción Cachita), «los soltó en dicho precio». A falta de boticario en la ciudad, los remedios se preparaban en la casa-hospital. Para ello se compraban, por orden del médico, en las tiendas y en las casas particulares78 diferentes plantas medicinales, elementos químicos potencialmente tóxicos para la salud como el azogue o mercu-rio y el albayalde y diversos productos farmacológicos: zarzaparrilla, almácigo, alhu-cema, hoja de sen y caña fístula, ambas laxantes naturales; alcanfor y solimán (plan-tas que se usaban con fines medicinales) para lavar heridas y pinchazos, trementina o «termentina» (oleorresina semifluida que también se usaba para curar llagas), raí-ces, rama, hierbabuena, «manzanilla y otras hierbas medicinales» (1810), onzas de maná (1746-1747), lamedor de Agraz (1809), zumo que se extraía de la uva aún sin madurar; «palo encarnado», «palo dulce» y «palo morado», aceite de loro, de bayas y de «vagas para unturas», aceite de linaza para ungir, higos blancos, canela (para sudores), azafrán (para emplastos y madurativos), vino y aguardiente para lavar lla-gas y heridas, vinagre para gárgaras y vegigatorios (1797), piedra alumbre (para heri-das), jabón y jabón de castilla (para madurativos y medicamentos), velas de Flandes para remedios, miel de abeja, azúcar blanca y mascabada (empleada en la compo-sición de algunos medicamentos), baña o manteca de puerco... Tanto el aceite de oliva como la baña de cerdo y la manteca de vaca (al igual que el azúcar) se prepa- 78 En casa de Águeda Jorxe se compró una onza de hoja de sen y en la de «la Casanova» el azo-gue (80 reales) consumido en la casa-hospital en 1637-1638. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 211 raban con pétalos de rosas maceradas y esencias para hacerlos «rosados» y «viola-dos » (1756-1757), dados sus efectos curativos sobre la piel. Con manteca de puerco se componía «el mercurio quando no lo había en el botiquín de la casa» (1810). En las lavativas de los enfermos se gastaban muchos huevos, además de azúcar blanco y mascabado. Igualmente se preparaban aguas e infusiones (para las que se hizo una cafetera en 1811), agua de «borraja y almirones» (1769-1771), «agua de cebada para tomar algunos enfermos» (1798). Los frascos de «agua de la reina» (1789) eran tóni-cos y extractos aromáticos de romero y aguardiente. Para preparar las unciones y baños se empleaba azogue o mercurio (1602), aceite y azúcar, unto y baña de puerco, albayalde y trementina (1639); y para las poleadas de los uncionados harina y miel de abeja. Una libra de «theziaca fina de Benecia y media libra de lebentina para la cura y unçiones de los enfermos» vendió en 1646 un cirujano alemán «que bino en un navío ynglés a este puerto». En la primavera de 1647, el boticario Andrés Gon-zález Ximénez preparó una olla de unción con azogue, albayalde, incienso y jengi-bre para curar a los enfermos de bubas. Dos años después realizó otra unción con almendras, dos onzas de hoja de sen, dos libras de «baña pes griega», cera de ungüen-tos, aceite de pescado, ocho reales de bacalao, ocho reales de «adriaca termentina», albayalde, media libra de azogue, piedra lumbre, incienso y otros aceites e ingre-dientes. Con aceite de linaza y albayalde se untó a dos pobres que tenían las manos quemadas después del incendio que asoló la manzana situada frente a la iglesia del hospital en 1798. El vino, el aguardiente y el vinagre se utilizaban para los suda-deros y con él se daban baños y se lavaba a los enfermos y uncionados. El primero se tomaba en infusiones con retama (1812-1813) o en cocimientos79. Para curar a los pobres se usaba el vino blanco (1786). Ungüentos, pomadas y bálsamos se apli-caban sobre llagas y heridas o para sanar y aliviar las infecciones de niños expósi-tos o deficientes mentales80. En la elaboración de los ungüentos se empleaban dife-rentes sustancias grasas: cera blanca (1637-1638) o amarilla (1786), resina (1805), cebo (1809), aceite y aguardiente (1785), jabón y albayalde (1787-1788). Ungüen-tos de palma, de albayalde y «sanalotodo» constan en las cuentas de 1787-1788. Las «pócimas y jarabes» (1599-1639) se hacían con hoja de sen, azúcar, zarzaparrilla, hierbas y raíces. La miel de caña, la de abeja y «la miel gruesa» se usaban «para ayu-das y otros medicamentos» (1692-1694) o para las llagas (la de abeja) de los enfer-mos de «ciurxia» (1788); el vinagre y manteca de puerco para cataplasmas (1802), el aguafuerte, la pólvora y el vinagre como desinfectantes81. Según consta en 1810, el jabón lo recetaba el médico para baños (1810), mientras que el aguardiente se gas-taba sólo en baños con pólvora y alcanfor. Con un emplasto para el ombligo, sanó Josefa Manuela, una niña de dos años de edad «que dicen que está por él quebrada» (1756-1757). El lino servía para atar los pulsos (1798), para «cortar la mano a un 79 La mayor parte del vino tomado por los enfermos en 1812-1813 fue en infusión con retama. En 1797-1798 se pagó un real y 12 maravedís «a quien traxo dos fexes de retama para componer un vino con la senisa». 80 En 1789 se gastó un real de plata en el ungüento que se dio a «Chepa la boba». 81 En 1808 se empleó pólvora y vinagre en la muerte de una hética. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 212 pobre» (1704-1705), para las heridas (1706-1707) o administrar la sagrada unción a los enfermos (1773-1774). Dos libras de estopa se emplearon en 1709-1710 para curar a los «yngleses enfermos» y media vara de bayeta y un real de papel vaso para «enbilmar la pierna de un herido» en 1797. Vendas y vejigatorios se confeccionaban con coleta82, lienzo casero (1800), lienzo portugués y especialmente con crea (1796). En junio de 1811 se compraron a don Félix Baptista 50 varas de este tipo de tela cruda de algodón para hacer vendajes «a pedimiento y con dirección de los faculta-tivos ». En la operación que se practicó ese mismo mes a un «hombre derriscado en la fábrica» de la casa del mencionado Félix Baptista, se gastaron 10 reales de plata en hilo para coserlos, además de un frasco de vino y cuatro reales de bizcochos para los facultativos, sangradores y otros operarios que asistieron y velaron. Con lienzo portugués se hacían de igual forma las toallas con las que se limpiaban los ciruja-nos (1796). Las mantas y sábanas gastadas por el uso se aprovechaban para apli-car las unciones y purgas; y las sábanas y camisas viejas para amortajar a los difun-tos, cosidas en la casa con hilo. El presbítero don Antonio Salazar y Carmona dejó, a su salida como mayordomo en 1774, un baúl lleno de ropa para mortajas, solici-tada a algunos particulares y al veedor de la isla de Tenerife, al que pidió por carta que le enviase distintas mantas y sábanas de los expolios de los soldados difuntos. 7. HIGIENE: ALBEO, PINTURA Y LIMPIEZA Como medidas higiénicas, las salas de enfermos, cuartos de héticos, de unciones y de la cuna, patio y corredores, portería, comedor y habitaciones del per-sonal del establecimiento se encalaban y albeaban habitualmente y se evitaba que el aire infecto de las enfermerías pasase a otras estancias. En 1773-1774 se encaló el corredor «assí por arriua como por deuajo» y se albeó y fregó toda la casa. A juz-gar por la documentación, estas medidas higiénicas se incrementaron además en la segunda mitad del siglo xviii con fregados de salas y enfermerías e incineración de la ropa, sábanas, colchones y camas de los enfermos contagiosos y de la ropa de las unciones. Esta operación tenía como escenario la playa, con madera de tea propor-cionada o comprada para este fin. De ello se encargaba el sepulturero, retribuido en diferentes ocasiones por quemar las camas y colchones de los enfermos muer-tos «por enfermedad pestilente» (1756-1757, 1764-1765, 1785), la «ropa de los héti-cos » (1756-1758, 1771-1773), la «ropa inficionada» (1785) o la «ropa de la cama de Pillita» (1786)83. Los colchones de los pacientes se lavaban y se secaban además al sol, para cuyo objeto se colocaron cuatro estacas y dos «latas»84 en 1703-1704. De los fregados se encargaban una o varias mujeres, a quienes se les pagaba una módica 82 En 1743-1744 se hicieron unas vendas «para ligar a vm pobre que se hinchó» con dos varas de coleta. 83 En 1785 se le dieron ocho reales 15 maravedís al sepulturero, «1 real de plata por enterrar a una pobre y el resto por quemar su ropa, la ropa de unciones y comprar tea para dicho fin». 84 Sinónimo de varas. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 213 cantidad. 12 cuartos se abonaron en 1746-1747 a una mujer por fregar la sala alta; 32 maravedís a otra que fregó en 1785 la parte de la sala donde estaba Pedro de la Concepción; dos reales y 24 maravedís a quien fregó en 1798 la sala del ama de cría «por haber entrado otra de nuevo por estar ynficionada de lepra la que salió, incluso en este fregado la cuna y un taburete en el mar»; y tres libras de pan a las mujeres que fregaron la casa en los años de 1811 y 1812. Con alhucema (planta similar a la lavanda) se «alhucemaba» la ropa y se ambientaban y perfumaban las salas y enfer-merías, especialmente en los casos de enfermedades pestilentes85. El gasto de la casa incluía el «jabón de castilla» y el «jabón de cebo», este último sólo cuando había col-chas que lavar (1811). Para hacer la colada se usaba igualmente la ceniza (1697-1698). Desde 1797, también constan noticias de los colores y las pinturas aplica-das con el mismo fin sobre paredes, puertas, catres y cajas de orinales, y del alma-gre, añil, engrudo y aceite de linaza empleados en elaborarlas86. Las cristaleras no se documentan hasta 1764, cuando se colocaron los vidrios en las ventanas del cuarto de unciones, del coro, de las dos que miraban al patio en la sala alta de enfermos, de la del «cuarto de oir misa los convalecientes en la sala baja de enfermos» y de la de la sacristía (en estos últimos casos, ofrecidos de limosna). A partir de entonces se menciona regularmente la colocación de vidrios: en las ventanas de la enfermería en 1788, en las de las salas en 1795 y en «las vidrieras» en 1797; y la compra de «vidrios de vidriera» (una docena en 1784), de vidrios, a moneda, para las vidrieras, «tiz y aceite de linaza» para ponerlos (1800) y «vidrios y medios christales, a 2 reales plata cada uno, para las vidrieras de los salones por no encontrarse de los comunes» (1805). 8. ADMINISTRACIÓN DE LA CASA Y PERSONAL HOSPITALARIO: MÉDICOS, SANITARIOS Y SERVICIALES La administración del establecimiento corría por mano del mayordomo (en sus primeros tiempos conjuntamente con el hermano mayor o el prioste del hospi-tal), encargado de abonar los «salarios de la casa», pagar el trabajo o simplemente dar comida y vestuario a médicos, cirujanos y sangradores, amas enfermeras, cocineras y 85 En 1773-1774 se gastaron 16 reales y dos cuartos en alhusema, especialmente en la «sala de éticos», que estuvo «doz meses sin apartarse de ella por lo pestilente de la enfermedad de vn pobre que fue Gregorio el de Garafía». 86 En 1797 se pagaron 24 pesos a Tomás Ramos por el «ynporte de los colores y mi trabajo personal de las pinturas hechas en la casa ospital»; en 1800, ocho reales «de colores para pintura», dos de garras para engrudo y ocho reales al que pintó los salones; en 1802, ocho reales de plata por cinco onzas y media de añil compradas en la tienda de don José Gabriel Martín para la pintura del salón de mujeres; en 1805, diez reales de seis almudes de color almagre para los salones; en 1808, dos pesos por pintar las dos salas altas y albear las bajas con una fanega de cal conducida desde el horno a la casa; en 1810, 20 reales por pintar las cunas de expósitos con una libra de pintura azul y un cuartillo de aceite de linaza; y en 1811, 84 reales por pintar los «catres, caxas de orinales y salones», con inclusión de pin-turas, aceite de linaza, engrudo y pintor. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 214 de calle, amas de leche, mozas, criadas y esclavas, mamposteros o limosneros de hos-pitales, sepultureros y mandaderos, sacristanes, capellanes, sochantres y organistas. Mayordomos Según reglamentó la Junta de Caridad en 1782 en sus constituciones, el mayordomo debía ser «el sujeto que a toda ora tenga la inmediata inspección y gouierno en la distribución y manejo de las rentas y en su economía, como tam-bién en el cuidado de los pobres enfermos». Desde la fundación de la institución, fue desempeñado sin tomar sueldo alguno, únicamente por caridad con los pobres. Así lo mantuvo la nueva junta, con la salvedad de que, en caso necesario, no fuese hermano de la misma o dejase de serlo en adelante, «porque ha de ser máxima cons-tante de esta junta que ningún hermano se mueba por otro interés que el de Dios, sin mescla de los del mundo». Para tal oficio, se debía elegir siempre a un hermano con el «mayor zelo e inteligencia, pues de él depende en gran parte el arreglo y ben-tajas del hospital». A su cargo se hallaba el cobro de las rentas del hospital, «assí las del dinero, como de trigo, hazer las prouiciones para alimento y ropas y assí mismo el cuidado de la yglesia en las cobranzas, entradas y gastos y hazer las funciones y demás que corresponda a la capilla como capellán de ella». Como un «discreto des-pensero que solo dará lo que se nesesite», debía proveer de víveres a la casa y, en la última junta de cada mes, daría cuenta por escrito de lo gastado y cobrado, con dis-tinción de cosas y de ramos. Integrada por 24 hermanos, doce sacerdotes y otros doce seglares, la Junta de Caridad estaba presidida por un hermano mayor y un presidente, cargo que recaería siempre en el vicario eclesiástico de la isla. Además de un mayordomo y un contador para llevar la administración, entre los herma-nos se nombraba, por elección, a cuatro consiliarios o consejeros, dos eclesiásticos y dos seglares; además de un mayordomo, un secretario, un tesorero y un contador. Este último tomaría las cuentas anuales y llevaría registro de las limosnas recogidas cada semana, que, en caso de necesidad, entregaría al mayordomo para alimento de los pobres. En la junta de cada sábado se designaba a dos hermanos, uno de cada estado, para hacer los ejercicios de la semana siguiente. Juntos visitarían los pobres por la mañana y la tarde, y se informarán si se les ha dado de comer y qué ha sido la comida, si el médico y el cirurjano les ha uicitado (a lo que se les obligará dos vezes en el día) y si se les han administrado las medicinas recetadas. Reconoserán si las camas, las salas, la cosina y demás cosas pertenesientes a los pobres están con el aseo y limpiesa deuida y mandarán aquello que no esté con todo arreglo y sea nesesario para dar aliuio a los pobres, participándolo a la junta en el sábado inmediato, para que determine lo conveniente sobre ello. Otros dos hermanos, sacerdote y seglar, pedirían todos los miércoles limosna por las calles y otros dos se ocuparían de ir «a uer los pobres que pidan venir al hos-pital y reconocerán si son verdaderos pobres y si están enfermos y cuidarán de traer-los y acompañarlos al hospital, disponiéndose por la junta una silla para aquellos que no puedan conducirse de otra manera». En los lugares del campo se nombra- REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 215 ban hermanos supernumerarios para recoger y remitir las limosnas «para ayuda de esta santa institución por desfrutar todos de este beneficio». Médicos, cirujanos y boticarios Para la curación de los enfermos existía una plaza de médico y otra de ciru-jano, cuyos salarios se ajustaban según las medicinas, purgas y unciones que se obli-gaban o no a dar. El licenciado Juan de Cervantes87 lo hizo en 20 000 maravedís anuales, precio en el que se concertó en el cabildo de vecinos celebrado en julio de 1600 en la casa-hospital. Por 20 ducados se comprometió en 1616 el cirujano Juan Díaz de Portalegre a «curar y poner los yngüentes de su casa». Con la misma can-tidad fue retribuido en 1633-1634 el licenciado Manuel Ravelo, médico, aparte de otros 240 reales que cobró por 30 purgas que dio a los enfermos, «porque los demás medicamentos de xaraues y unçiones se hicieron en otra parte». A cirujanos y bar-beros se les pagaba en dinero por hacer «todas las sangrías neçessarias» (1618) o en trigo (cuatro fanegas al año) por «asistir a sangrar y curar las llagas a los enfermos» (1634-1636). Un boticario, ajeno a la casa, se encargaba, por lo común, de facili-tar medicamentos, pócimas y ungüentos. Por real cédula de Felipe IV firmada en Madrid en 1664, el rey autorizó al cabildo de la isla a contribuir con 50 000 marave-dís de sus propios y rentas para ayuda de conservar y dar salario competente al pre-ceptor de gramática y al médico, cirujano y boticario, ratificando la licencia anterior de 1654. A lo largo de los siglos xvii y xviii figuran médicos, cirujanos y boticarios andaluces, flamencos, portugueses, franceses, ingleses e irlandeses que trabajaron por cortos periodos de tiempo (el maestre Juan, flamenco, que sirvió desde abril a agosto de 1617 y dio purgas y jarabes; el inglés Thomas de la Haya, que hizo curas y medicamentos a varios pacientes en 1664; y el portugués don Tomás de Ocaña en 1769, todos ellos cirujanos) o se avecindaron en la ciudad, contrayendo matrimonio, como los andaluces Cristóbal Rodríguez, barbero, cirujano y soldado (1622-1633); Juan Bautista Izquierdo (1620-1629), natural de Jerez, médico y boticario, yerno del cirujano Bartolomé de Funes; el doctor don Jacinto Doménech (1635-1638), médico, natural de Tortosa; el doctor Daniel Merario (1652-1654), originario de Aviñón; el doctor don Francisco They, natural de Londres (1703-1738); y los médicos y boti-carios de origen irlandés Tomás Colon y Jacinto Cullen. El pintor y escultor pal-mero Marcelo Rodríguez de Carmona entró a servir de cirujano en 1788. De carác-ter díscolo y altanero, fue suspendido de su salario un año después. De hacer y dar unciones se encargaban igualmente frailes y «mujeres curanderas» (1779-1780). A mediados del siglo xvii se menciona sucesivamente a «la mujer que dio las uncio-nes » (1634-1636), a Francisca Luis Guzmán por dar las unciones en el discurso del año (1636-1638); a «Ynés Gomes la gusmana por las manos de vnciones que dieron 87 Contrajo matrimonio en la iglesia mayor el 3 de julio de 1596 con Juana Pérez, hija de Ana Pérez. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 216 a los enfermos de bubas por la primabera passada» (1646); y a «la Gusmana por dar las unsiones demás de lo que se le dio en los meses» (1649). Amas de enfermos y amas de servicio Aparte de atender a los enfermos, el trabajo del ama u hospitalera era, al mismo tiempo, de ama de llaves y enfermera, de modo que incluía la cocina, amasar y hornear el pan, limpieza de camas y aposentos y lavado de la ropa. En esta labor era ayudada por mozas y criadas y, eventualmente, por esclavas88. Para el sustento y gasto diario de la casa se le entregaban el trigo y el centeno, el vino, la miel, las especias y hortalizas, el jabón, etc., o el dinero para comprarlos; además de llevar la cuenta del grano que proporcionaba para sembrar en las tierras del hospital (1602- 1603) o de las sacas y cargas de carbón y leña gastados en el establecimiento «según memoria del ama» (1634-1636). Con el paso del tiempo, en el siglo xviii, se distin-gue entre «ama primera» y «segunda» o «ama de la casa» y «sirviente» (1738-1745), «amas de servicio de enfermos» y «de calle» (1788-1789), «ama de pobres» o «ama de enfermos» y «ama de calle» (1797). A principios del siglo xix (1800-1815), su número aumentó a tres: ama de llaves, ama de cocina y moza de calle o mandadera. El sala-rio del ama de casa y del ama sirviente era a mediados del siglo xviii (1738-1745) de 50 reales anuales y tres reales semanales para su conducto o sustento, aparte del trigo «para el pan de las amas» (seis fanegas al año, a razón de media fanega cada mes) o la ración entera de él que se les servía diariamente89. Debido a la dureza y a los riegos de su trabajo, podían ser relevadas al poco tiempo por otras amas, caso de María Simón, que, tras su sustitución, permaneció convaleciente en el estableci-miento durante algunos meses. Águeda Bernardina, ama segunda, murió en abril de 1739 después de haber sido hospitalizada desde septiembre del año anterior; mientras que Josefa «Furundela» reemplazó en 1775 a Josefa de los Reyes, ama de enfermos, que soltó la casa por la misma razón. Una ama de enfermos y tres «amas de mandados» cayeron enfermas en 1780, 1782 y 1783. Llegada la vejez, el hospi-tal corría con el sustento de las que permanecían en él. Retirada y mantenida por la institución a causa de su avanzada edad, al «ama Josefa» se le dio la pitanza de pan 88 Natural de la villa de Zafra, Inés Gutiérrez, ama del hospital, dejó por heredera a la casa-hospital en el testamento que formalizó el 12 de noviembre de 1586 ante Diego de Luján. En sus man-das dejó a Catalina, «esclava de la dicha casa, todas las camissas y rropa hordinaria que tenía»; y a Men-cía, «que sirve en el dicho hospital, doncella pobre», un colchón, una sábana, una fresada, una almohada y un faldellín pardo, todo de su uso. Declaró que Violanja Gómez, mulata retraída en él, le debía 10 rea-les de un manto; y Luis Buenaventura, capellán de la misma institución, cuatro o seis doblas por el alqui-ler de la casa donde vivía. «No murió de la enfermedad» y otorgó un segundo testamento el 16 de sep-tiembre de 1594, «ama de la cassa y hospital de Nuestra Señora de los Dolores de esta ysla de La Palma y moradora en ella, estando enferma del cuerpo, sana de la boluntad». APSSCP: Libro del cumplimiento de los testamentos, ff. 118 v.-119 r. 89 En 1799 el ama de pobres recibía tres reales cada sábado para su conducto y 45 reales anuales por su salario. Por su parte, el del ama de calle cobraba dos reales y medio cada sábado y 37 reales al año. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 217 y carne «hasta que murió» (1798), en lugar de trigo y de real y medio cada semana. El centro sanitario se encargaba de su vestuario y numerosas referencias recogen las tocas, mantellinas, jubones, justillos, camisas o cuerpos de camisas, sayas, faldas, enaguas, delantales y mantos comprados para uso de amas, criadas y servicialas. Por Navidad o las fiestas de la Concepción y la Asunción, «según costumbre» (1784), se les daba un par de zapatos, al igual que al sacristán y al mozo de calle. En algu-nos casos, ropa y comida fueron su única retribución. A las tres mujeres «que asis-tieron al servicio de los enfermos y niños» se les pagó, en 1633-1634, «con la ropa de dos muxeres que murieron en la casa, que fue la de Bosso Blanco y otra muxer de los Galguitos y algunas cossas que de la dicha caza y limosnas que se aprovecha-ron y no se les dio otra cosa». Un año después se dieron 10 reales al «ama para una saya porque no gana salario». Amas de leche Aparte de las amas de casa o de llave, en la casa-hospital existían una o varias «amas de leche», «de pecho», «de cría», «de cuna» o «nodrizas» con el fin de ama-mantar a los niños expósitos que caían en el torno ínterin permanecían en el esta-blecimiento90, algunas de ellas recluidas dentro de sus muros en régimen de prisión. Este servicio o plaza fue dotada en 1657 como obra pía por el capitán Luis Maldo-nado, quien en sus últimas voluntades testamentarias dejó 200 ducados «para que en dicha casa se conseruase vna ama de leche para que los niños que se expusie-sen a las puertas de dicha casa le diese leche mientras no hubiese quien los criase, a la que no pueden obligar los maiordomos críe más de aquellos que buenamente pueda»91. Su salario era algo más elevado que el de las otras amas92 y, como a ellas, se les daba una bula para que pudiesen comer carne los viernes, vigilias y cuaresmas, de manera que su leche no menguara por esta causa. Cuando se reunían demasia-dos niños en la cuna de expósitos, se contrataba temporalmente a una segunda ama de leche durante los meses que fuese necesario. Cinco reales 30 maravedís hizo de costo en 1796 «el conducto de otra ama de cría que fue precisso entrar para aiudar a la otra a criar los muchos niños que caieron en 3 sábados». 90 En 1764-1765, María de la Encarnación y Josefa Pérez Pechilango –viuda de Pedro Mar-tín Tripa– recibieron 60 reales por «su salario anual de media leche que paga la cassa para los niños que caen en el torno mientras los lleban a criar». 91 AMSCP: Legajo 629, n.o 2, libro de fundo y relaciones (1800), f. 179 r. 92 En 1799 se pagaron al ama de cría tres reales cada sábado para su conducto, 60 reales por su asistencia en la cuna y 120 por criar a un niño. Otra ama de cría estuvo mes y medio ayudando a criar a otros cinco niños a 12 reales al mes. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 218 Criadas Cuatro o cinco mujeres, doncellas por lo común, integraban habitualmente el número de amas, mozas y criadas. Entre 1669 y 1675 sirvieron en la casa varias de ellas, conocidas por sus nombres o sus apodos93. Durante más de 36 años lo hizo Francisca, causa por la que asistieron a su entierro, en 1671, los tres beneficiados de la iglesia mayor. Por entonces, falleció Margarita la «Capota», criada durante más de 14 años. Con más de 60 años murió en 1692 otra criada, Águeda Camacha, que «falleció derriscada de la escalera que sube a la sala»; y con 68 Isabel Blanco, criada de color pardo, que murió en noviembre de 1696, tres meses después de haber enfer-mado. A razón de ocho reales al mes, se pagó a Luisa de Riverol, de Barlovento, y a María «Mona», de La Breña, en 1703-1704. Lavanderas De la colada de la ropa de los enfermos se ocupaba el ama o el ama de ser-vicio o una lavandera o «muger que laba la ropa de la casa» (1771-1773), a razón de ocho doblas de salario en 1603-1609 o de 10 pesos anuales en 1773-1781. Tam-bién se pagaba a quien ayudaba al ama a lavar «la ropa en algunas ocasiones» (1673, 1707-1709) o unas sábanas «por estar enferma la ama» (1780-1781). En 1743-1744 se abonaron dos reales por su trabajo, además del real que cobraron por dejarlo hacer, a las dos mujeres que llevaron a lavar dos quintales de lana para dos colcho-nes a la Huerta Nueva. Esclavas y esclavos Las esclavas entraban a servir tras haber sido destinadas por sus amos a ese fin –en ocasiones ante la imposibilidad de poder pagar su curación en caso de haber caído enfermas–. En 1603 se inventariaron, entre los animales de carga, dos jumentos y una esclava «negra llamada Andrea que dejó Lucana Hernández, pri-mera muger de Diego de Luxán», vendida más tarde. En 1699, Beatriz Ana Cama-cho, viuda de Salvador Francisco, cedió al hospital otra esclavita negra de 20 años de edad para que, una vez restablecida, sirviese al mismo o fuese vendida94. Los des-cargos del año 1694-1695 mencionan a la «mulata de la casa» y a Isabel, «esclava de la casa» (suponemos que la misma persona), a quienes se entregaron un par de zapa- 93 En 1658 se dieron cinco pares de zapatos, por Navidad y Pascua de Resurrección, al sacristán, a las dos amas, moza y vieja, y a las dos «Franciscas», criadas, «Frasquita y la otra». Entre 1669-1672, sirvieron en el hospital las amas Beatriz García y Luisa Enríquez, además de las criadas Francisca, Margarita la Capota, Lorenza y María la Toronja; mientras que entre 1673-1675 lo hicie-ron las amas Ana Enríquez e Inés de los Reyes y las criadas Ana Gutiérrez, «la Camacha» y Lorenza. 94 APSSCP: Legajo «Hospital», n.o 11. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 219 tos, una toca y un jubón de gordalate. Otras veces los esclavos fueron donados para contribuir con su venta a la curación de los pobres del hospital. Así se hizo en 1673- 1674 con Juan de Lima, «negro que dio de limosna a la casa el yllmo. Rmo. Señor obispo de estas yslas», don Bartolomé García Ximénez. Comprado por el maestro de campo don Miguel de Abreu y Rexe, los 400 ducados de su importe se gastaron en jergones, sábanas y almohadas. Capellanes, sacristanes y organistas De la atención espiritual de los enfermos y del servicio de la iglesia y sacris-tía se ocupaban el capellán, el organista y el sacristán. Al primero, a los beneficia-dos de la iglesia mayor en su falta o a otros clérigos se les pagaba por las capellanías, memorias y aniversarios, cantados y rezados, fundados por los benefactores de la casa, por las misas de los miércoles, domingos y días de fiesta de todo del año, por las nueve de aguinaldo y por las de los difuntos fallecidos en el hospital. En 1814, los hermanos de la Junta de Caridad acordaron reunir todas las memorias en un solo capellán para que le sirviese de congrua, con la obligación de administrar los sacra-mentos y auxiliar a los moribundos. El sacristán cumplía, además, función de hos-pitalero, acompañando al médico y a las amas en las visitas a los enfermos, infor-mándoles de su estado y evolución y ayudándoles a «bien morir», según reglamentó en 1603 el obispo Martínez Ceniceros, quien dispuso igualmente que registrase en un cuaderno todo lo gastado diariamente con los enfermos y con los servidores de la casa en vino, aceite, gallina, carnero y demás. Su salario (ocho doblas en 1610) podía incluir, «por concierto», el sustento o el trigo «para su comer» (cinco fanegas anuales en 1634-1636)95. Se le daban los zapatos y disponía de habitación dentro del hospital. El sacristán podía actuar también de limosnero, pidiendo por calles y puertas dentro de la ciudad. Así lo hizo Gabriel de Sosa en 1633-1636. Sepultureros, mandaderos y otros serviciales Las cuentas de los mayordomos del hospital registran los pagos a diferen-tes hombres, mujeres, mozos y serviciales de la casa, asalariados o eventuales: al mulato que servía de almocrebe, al mismo por llevar unas «caxas al campo por el arrebato de mayo del año de 1601»; a Catalina González, «por el servicio della y su hijo» Perico; a Gaspar Francisco y al hijo de Pedro Gil, «que sirvió de almocrebe dos meses» (1602); «a la de Pedro Gil y su hijo por el servicio que va hasiendo en la dicha casa»; al «hombre que fue a Los Sauces en servicio del hospital» (1603); al ace-quiero Bartolomé González Agujetas, retribuido con un salario de 40 reales al año 95 Tras la muerte de Juan de León, su madre recibió 52 reales y medio del salario adeudado por el tiempo en el que había sido sacristán (1632-1633). REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 220 por aderezar y traer el agua al establecimiento (1627-1628); a los mozos que doblaron las campanas la noche de los santos, gratificados con un almud de castañas (1646); a quien iba a buscar raíces y hierbas para pócimas (1669-1676); al peón que plantó calabazas (1648); al que ayudaba a subir el trigo al granero (1810); al mulato que colgaba la iglesia (1634); al Cabrilla por enramarla y a Pedro el Tarcio por armar y desarmar el trono (1789). Un servicial o sepulturero solía actuar de enterrador, de peón y mozo de mantenimiento y reparaciones. A mediados del siglo xvii se cita en numerosas ocasiones al Chanco, apodo de Domingo González, por abrir y cerrar sepulturas, empedrar el patio y la calle, aderezar los caños del agua, ayudar a colgar la iglesia, traer enseres para las fiestas que celebraba la institución o apalear el grano en el granel. En el siglo siguiente actuó como tal Andrés el Tartano (1756-1789), a quien se le pagaba por quemar la ropa, colchones y camas de los héticos y enfermos contagiosos, sepultar a párvulos y adultos o armar el trono, con el Tareco, para las fiestas (1789). Desde 1800 aparece el «mozo de la casa» o «mozo de calle», a quien el mayordomo hubo de subirle el salario (de dos pesos y cuatro reales a tres pesos al mes) porque no se conformaba con el que tenía antes. Mampostero o limosnero Para pedir limosna hubo en los primeros tiempos un «mampostero» o «cogedor de limosnas» que, con su animal de carga (jumento o pollino), se encar-gaba de recoger, en cascos, costales y espuertas, las limosnas en mosto, trigo, cen-teno y cebada pedidas por las eras, lagares, bodegas y graneles de toda la isla. Con el fin de ahorrar el gasto de su salario y la cebada y paja de alimentar a jumen-tos y pollinos, el obispo Martínez Ceniceros recomendó en 1603 que se encar-gara esta tarea a alguna persona de confianza en la ciudad y a los curas y personas devotas en el campo, a las que se podría dar por su trabajo parte de las limos-nas que allegasen. En los años siguientes, tal ocupación la ejercieron Pedro Gon-zález (1599-1602), Juan Rodríguez Pollo, casero, vecino de Tenagua, y Pedro de Acosta (1626-1627); un mozo que pidió limosna en el término de Mazo en 1646; Lorenzo de Zamora (1631-1635), que, en premio por su trabajo, recibía la mitad de lo que los campesinos de daban en trigo, centeno, arvejas, lino, quesos, galli-nas, huevos, cabritos o calabazas; además de «otras personas pobres» que recogían pollos, almendras o quesos que luego se llevaban y distribuían en la casa (1633- 1634). En sus constituciones (1782), la Junta de Caridad estableció el nombra-miento de un hermano supernumerario en los campos con el cargo de recaudar y remitir las limosnas de los fieles. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 221 Letrados Los gastos del hospital también contemplaban los honorarios del letrado que servía de abogado en los pleitos de la casa (1627-1628) y las diligencias de procura-dor y notario (1637)96. Señalado por el vicario eclesiástico o por el juez, desde fina-les del siglo xvii se abonaba un salario de más de cien reales anuales al procurador (1697-1699) o al abogado (1735-1738) por su trabajo en los continuos litigios segui-dos a causa del considerable número de tributos y rentas impagadas. 9. LA CASA-HOSPITAL: FUNCIÓN Y ORGANIZACIÓN ESPACIAL Como el resto de centros similares del Archipiélago, en planta el edificio seguía el modelo de casa-hospital de estructura claustral o casa-patio y casa-huerta adoptado en las Islas desde principios del siglo xvi. Como una vivienda urbana o un convento, las construcciones de este tipo se estructuraban en torno a un patio o un claustro que articulaba sus diversas dependencias, incluida la iglesia, cuya ubi-cación, adosada a un costado y paralela a la vía pública, actúa de barrera entre la calle y el interior del edificio, aislándolo del ruido y las molestias del exterior97. Así es el caso de la pequeña casa-hospital de Icod de los Vinos, con patio con doble gale-ría al modo de las viviendas tradicionales del Archipiélago, o el de Nuestra Señora de los Dolores de la ciudad de La Laguna, únicos ejemplos conservados. Levan-tado este último sobre una antigua residencia urbana perteneciente en el siglo xvi al vecino Martín de Jerez, tras la importante reconstrucción experimentada a fina-les del siglo xvii, presenta un verdadero claustro, con galería baja a su alrededor en todo su perímetro. Esta disposición resulta además análoga a la de los monasterios femeninos de clausura, con templo de una sola nave paralelo a la calle, f
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Calificación | |
Título y subtítulo | Arquitectura asistencial e iconografía hospitalaria : uso y función de una casa-hospital del siglo XVI (I) |
Autoría principal | Pérez Morera, Jesús |
Entidad | Universidad de La Laguna. Facultad de Geografía e Historia e Historia del Arte y Filosofía |
Publicación fuente | Revista de historia canaria |
Numeración | Número 201 |
Sección | Artículos |
Tipo de documento | Artículo |
Lugar de publicación | La Laguna (Santa Cruz de Tenerife) |
Editorial | Universidad La Laguna. Servicio de Publicaciones |
Fecha | 2019 |
Páginas | pp. 185-242 |
Materias | Arte ; España ; Canarias ; Historia ; Lingüística ; Publicaciones periódicas ; Siglo XVI ; Arquitectura ; Hospitales |
Enlaces relacionados | Enlace a la revista: https://www.ull.es/servicios/publicaciones/publicacion/revista-de-historia-canaria/ |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 534528 Bytes |
Texto | REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 185 DOI: https://doi.org/10.25145/j.histcan.2019.201.08 Revista de Historia Canaria, 201; mayo 2019, pp. 185-242; ISSN: e-2530-8270 ARQUITECTURA ASISTENCIAL E ICONOGRAFÍA HOSPITALARIA. USO Y FUNCIÓN DE UNA CASA-HOSPITAL DEL SIGLO XVI (I) Jesús Pérez Morera* Universidad de La Laguna Resumen El exhaustivo y valioso conjunto documental asociado a la antigua casa-hospital de Nuestra Señora de los Dolores de la isla de La Palma permite conocer en detalle la función social y el régimen interno y sanitario de un establecimiento de este tipo (enfermedades, tratamientos curativos, medicación, dieta, higiene, personal hospitalario), no sólo como hospital, sino como casa de pobres y mendigos, cuna de expósitos y orfanato, manicomio, asilo, recogi-miento de mujeres y prisión, además del perfil social de sus pacientes y acogidos. A estos fines respondía su organización arquitectónica y espacial, sus instalaciones y el papel teúrgico que cumplía la iconografía religiosa como método para soportar las enfermedades y lograr la protección divina en medio del dolor y las aflicciones corporales. Palabras clave: Hospital, arquitectura hospitalaria, enfermedades, medicación, indigencia, expósitos. ASSISTANT ARCHITECTURE AND HOSPITAL ICONOGRAPHY. USE AND FUNCTION OF A HOUSE-HOSPITAL OF THE XVI CENTURY (I) Abstract The exhaustive and valuable documentary set associated with the old house-hospital of Nuestra Señora de los Dolores on the island of La Palma allow us to Know in detail the social function and the internal and sanitary regime of an establishment of this tipe (dis-eases, curative treatments, medication, diet, higiene, hospital staff), not only as a hospital, but as a home for the poor and beggars, the cradle of foundlings and orphanage, mental hospital, asylum, women’s seclusion and prison, as well as the social profile of their patients and caregivers. To these purposes responded its architectural and spatial organization, its facilities and the theurgic role that religious iconography fulfilled as a method to withstand diseases and achieve divine protection in the midst of pain and bodily afflictions. Keywords: Hospital, hospital architecture, diseases, medication, indigence, foundlings. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 186 A lo largo de sus tres siglos de existencia (... 1512-1840), la antigua casa-hos-pital de la isla de La Palma generó un importante volumen documental. Cuentas, mandatos eclesiásticos, registros de enfermos, inventarios y relaciones de bienes mue-bles e inmuebles permiten reconstruir, a través de sus miles de folios, la práctica de la medicina y de la sanidad, el atendimiento a las capas más desfavorecidas y marginales de la población, las características arquitectónicas y funcionales del edificio y de las piezas que lo integraban y, en suma, la vida diaria y la historia cotidiana desarrolla-das entre sus muros1. Desde los primeros años del siglo xvi, Santa Cruz de La Palma contó con una institución de beneficencia para ejercer la caridad con los pobres de toda la isla «y también con los muchos que navegando a las Indias, tocaban en aque- * Doctor en Historia del Arte. Profesor titular en el Departamento de Historia del Arte y Filosofía de la Universidad de La Laguna. Edificio Departamental de Geografía e Historia, Campus de Guajara, s/n, San Cristóbal de La Laguna, 38071. Correo electrónico: jperezmo@ull.es. 1 Para la realización de este trabajo hemos utilizado como principales fuentes documentales los materiales pertenecientes al archivo de la casa-hospital de Nuestra Señora de los Dolores de Santa Cruz de La Palma, custodiados desde el siglo xix en el Archivo Municipal de Santa Cruz de La Palma [en adelante, AMSCP], en especial, el Libro primero de fundación de la casa Hospital con algunos docu-mentos [legajo 629, n.o 1] y el Libro de fundo y de Relaciones de esta Santa Casa Hobspital año de 1800 [legajo 629, n.o 2]. Confeccionado durante la visita del obispo Francisco Martínez Ceniceros en 1603, el primero es un protocolo encuadernado en cuero que contiene el Libro de los Mandatos del hospital de Nuestra Señora de los Dolores desta ciudad de Santa Cruz en esta isla de La Palma [ff. 1 r.-56 v.], el Libro de inbentario a modo de libro de bezerro donde están en relación todos los tributos y rrentas del hospital de Nues-tra Señora de los Dolores desta ciudad, con la tabla de misas y sufragios [ff. 58 r.-217 v.], y los inventarios de los «bienez muebles de la sachristía, enfermerías y lo demás del dicho Hospital»: inventario general (5 de septiembre de 1603), ff. 218 r.-250 v.; inventario general (30 de noviembre de 1618, ff. 252 v.-261 v.; inventario de lo que se entrega al sacristán (4 de noviembre de 1624), ff. 263 r.-263 v.; inventario de lo que se entrega al ama (26 de junio de 1632), ff. 264 r.-264 v.; inventario de lo que se entrega al mayor-domo (8 de noviembre de 1644), ff. 268 r.-269 v.; inventario de lo que se entrega al sacristán (17 de junio de 1648), ff. 270 r.-275 r.; inventario de ropas y alhajas de la Virgen de la Concepción (13 de enero de 1643), ff. 277 r.-281 r.; inventario de alhajas de la misma imagen (19 de enero de 1655), ff. 282 r.-282 v.; inventario de lo que se entrega al sacristán (31 de marzo de 1650, ff. 284 r.-292 v.; inventario de lo que se entrega al ama (13 de enero de 1651), ff. 293 r.-293 v.; inventarios de la casa y enfermería (sin fecha y 9 de junio de 1657), ff. 294 r.-294 v. y 294 v.-295 r.; inventario del archivo (9 de septiembre de 1657), ff. 298 r.-299 v.; inventario de la iglesia, hospital y ropas y joyas de Nuestra Señora (30 de enero de 1673), ff. 300 r.-307 r.; inventario de la iglesia (3 de noviembre de 1699), ff. 308 r.-310 r.; y adiciones al inventario (30 de enero de 1711 y 7 de febrero de 1713), ff. 311 r.-314 r. Otra importante fuente de noticias es la serie de contabilidad integrada por los libros de cuentas de los mayordomos, el más anti-guo de ellos, mandado hacer igualmente por el obispo Martínez, desde 1602 hasta 1649 [legajo 631, ff. 1 r.-577 v.]; desde 1650 hasta 1692 [legajo 632, ff. 1 r.-459 v.]; desde 1696 hasta 1705 [legajo 633, ff. 1 r.-385 r.]; desde 1705 hasta 1713 [legajo 634, ff. 1 r.-537 r.]; y desde 1738 hasta 1767 [legajo 635; ff, 1 r.-331 r.]. El legajo 328 contiene las cuentas sueltas de mayordomía desde 1738 hasta 1815. Los registros de enfermos abarcan desde 1674 hasta 1824 [legajo 649, nos. 1 y 2, y legajo 650, nos. 1 y 2]. Un expediente existente en el Archivo Diocesano de Tenerife sobre el hospital de la isla de La Palma, con extractos de los mandatos dictados por los obispos y visitadores eclesiásticos que inspeccionaron la ins-titución durante la segunda mitad del siglo xvi, sirvió de base para el trabajo del investigador Rodrí-guez Mesa, Manuel: «La vida hospitalaria en la isla de La Palma, a través de documentos eclesiásti-cos de la segunda mitad del siglo xvi», Estudios Canarios: Anuario del Instituto de Estudios Canarios, n.o 45 (2000), pp. 425-438. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 187 lla ciudad»2. Denominado primero hospital de la Misericordia, como consta de los testamentos de Juan Gutiérrez, sacador de aguas3, y del conquistador Vasco de Vaa-monde4, fechados respectivamente en 1512 y 1516, en virtud de la bula dada en San Pedro de Roma el 30 de junio de 1514 por el papa León X, «a ruego de los cathóli-cos Reyes don Fernando y doña Jhoana», fue puesto bajo la «adbocación de Nues-tra Señora de los Dolores, a semejansa del de Tenerife»5. En julio de 1553, los piratas franceses que saquearon la ciudad dieron fuego, según escribe el viajero portugués Gaspar Frutuoso, «al templo y casa de Nuestra Señora de los Dolores, que era her-moso, fresco y bien situado, con su claustro, ricas dependencias y enfermerías, donde se curaban diversas enfermedades; hospital bien asistido»6. Tres meses después, por escritura otorgada el 3 de octubre del mismo año ante Luis Maldonado, el hospital 2 Viera y Clavijo, José de (1982): Noticias de la Historia General de las Islas Canarias, t. ii, Santa Cruz de Tenerife, Goya, t. ii, p. 701; véase también Lorenzo Rodríguez, Juan Bautista (1975): Noticias para la historia de La Palma, t. i, La Laguna, Instituto de Estudios Canarios, Santa Cruz de La Palma, Cabildo Insular de La Palma, pp. 140-141. Sobre los hospitales en Canarias, consúltense las referencias siguientes: Bosch Millares, Juan (1940): El Hospital de San Martín (estudio histórico desde su fundación hasta nuestros días), Las Palmas de Gran Canaria, Tipografía Minerva; Bosch Milla-res, Juan (1950): «Hospitales de Gran Canaria. El Hospital de San Lázaro», en El Museo Canario, n.o 11, pp. 25-92; Espinosa de los Monteros y Moas, Eduardo (1982): «El hospital de Ycoden de los Vinos», en Homenaje a Alfonso Trujillo, t. i, Santa Cruz de Tenerife, Aula de Cultura de Tene-rife, pp. 303-343; Alloza Moreno, Miguel Ángel y Rodríguez Mesa, Manuel (1984): Misericor-dia de la Vera Cruz en el beneficio de Taoro desde el siglo xvi, Santa Cruz de Tenerife, Gráficas Tene-rife; Santana Pérez, Juan Manuel y Monzón Perdomo, María Eugenia (1995): Hospitales de La Laguna durante el siglo xvii, La Laguna, Ayuntamiento de La Laguna; González González, Orlando (1995): El hospital de Nuestra Señora de los Dolores de La Laguna: estudio histórico-artístico, La Laguna, Ayuntamiento de La Laguna; y Castro Molina, Francisco Javier (2012): Arquitectura y medicina en Canarias: dispositivos asistenciales y recursos sanitarios en Tenerife (siglos xv-xx), La Laguna: Univer-sidad de La Laguna. Por lo que respecta al marco hospitalario de la isla de La Palma, véanse Pérez García, Jaime (1974): «El Sr. Díaz y su Plan General de Beneficencia», en Diario de Avisos (Santa Cruz de La Palma, 9 de mayo), p. 7; Arvelo Gil, Lourdes (1994): «Aproximación a la beneficen-cia en Canarias: casa cuna de Santa Cruz de La Palma», en X Coloquio de Historica Canario-Ameri-cana (1992), t. ii, Las Palmas de Gran Canaria, Mancomunidad de Cabildos, pp. 1114-1130; Lobo Cabrera, Manuel y Quintana Andrés, Pedro C. (1997): Población marginal en Santa Cruz de La Palma (1564-1700), Madrid, Ediciones La Palma; Quintana Andrés, Pedro C. y Lobo Cabrera, Manuel (1996): «Expósitos en la isla de La Palma», en Anuario de Estudios Atlánticos, n.o 42, pp. 809- 884; Toledo Trujillo, Francisco Manuel y Hernández de Lorenzo Muñoz, Miguel (2001): His-toria de la medicina palmera y sus protagonistas, Santa Cruz de Tenerife-Las Palmas de Gran Canaria, Centro de la Cultura Popular Canaria. 3 Archivo Parroquial de El Salvador, Santa Cruz de La Palma [en adelante, APSSCP]: Cape-llanías, n.o 214, testamento de Juan Gutiérrez, sacador de aguas, natural de las montañas de la comarca de Vizcaya (2 de agosto de 1512), f. 3 v.: «Yten mando que de la dicha renta de las dichas tierras den en limosna al hospital de la Mysericordia desta billa de Santa Cruz otros dos myll maravedís». 4 Archivo Histórico Provincial de Santa Cruz de Tenerife [en adelante, AHPT]: Conventos, 66-2 bis, testamento de Vasco de Vaamonde (28 de mayo de 1516), f. 16 v.: «Otrosí mandó a la obra del espital de la misericordia desta villa cien maravedís». 5 AMSCP: Legajo 629, n.o 1, libro de mandatos e inventarios, f. 40 r. 6 Frutuoso, Gaspar (1964): Las islas Canarias (de «Saudades da Terra»). La Laguna, Insti-tuto de Estudios Canarios, p. 116. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 188 compró a Juan Márquez, labrador, una enfermería por 120 doblas7. A su reconstruc-ción ayudaría el caballero flamenco Luis van de Walle el Viejo († 1587), que, según Viera y Clavijo, levantó a su costa el cuarto principal8. En 1589, la institución de beneficencia se disponía a acometer construcciones de importancia, de modo que el obispo don Fernando Suárez de Figueroa alentó a hacer y acabar, habiendo comodi-dad para ello, «la obra del hospital». Con el objeto de que las enfermerías que esta-ban proyectadas se hiciesen «mejores y más sanas para los enfermos, conforme a las enfermedades que en ellas se obieren de curar», dio comisión al vicario de la isla y al médico del hospital para que fuesen fabricadas con arreglo a su parecer. Dos años más tarde se estaba finalizando la obra. Por entonces, el visitador Gabriel de Sara-bia mandó concluir el cuarto nuevo y que se trajese el agua hasta el establecimiento por arcaduces de barro o canales de tea. Suponemos que este cuarto correspondía a la crujía hacia la calle de la Cuna, en la que se colocaría, entre 1599 y 1602, un bal-cón de madera de balaustres torneados cubierto de tejas9. En agosto de 1798, otro incendio asoló la manzana situada entre la calle del hospital y la calle real. El sinies-tro afectó al edificio hospitalario y, según se detalla, fue necesario componer la lám-para de la iglesia, «que se rompió la noche del fuego», y las «fenestras que se quema-ron », además de atender a dos pobres con las caras y las manos quemadas. 1. UBICACIÓN Y CONSTRUCCIÓN La casa se ubicaba entre las llamadas calles «del hospital» y «de la cuna», actua-les Pérez Volcán y Almirante Francisco Díaz Pimienta. La primera corría paralela a la fachada lateral de la iglesia y hacia la segunda se abría la fachada principal con la por-tería. Por el poniente lindaba con la casa y huerta de la familia Boot y Monteverde, después del mayorazgo de Fierro, levantada a principios del siglo xvii por el caballero flamenco Jerónimo Boot en los solares y sitios que había recibido en concepto de dote de sus suegros, Juan de Monteverde y doña Jerónima Cabeza de Vaca10, tras su casa-miento en 1598 con doña Ana Monteverde11; mientras que por su parte meridional 7 AMSCP: Legajo 629, n.o 1, libro de mandatos e inventarios, f. 179 r. 8 No hemos podido confirmar esta afirmación de Viera y Clavijo, seguramente proporcio-nada por su informante, don José Van de Walle de Cervellón [Viera y Clavijo: op. cit., t. ii, pp. 18 y 702]. Además de fundar una obra pía para casar huérfanas, Luis van de Walle el Viejo dejó en su testa-mento 20 doblas de limosna «para las obras y nescesidades de la casa y hospital de Nuestra Señora de los Dolores»; véase: Pérez Morera, Jesús (2004): «El convento dominico de San Miguel de La Palma después de la invasión francesa de 1553: discurso escatológico y contrarreformista», en Revista de Estu-dios Generales de la isla de La Palma, n.o 0, pp. 267, 277 y 288. 9 Cubierto con 2500 tejas, su hechura fue costeada por Francisco de las Muñecas. 10 Entre 1599 y 1602 se pagaron 57 reales por reconstruir la pared que se había caído «entre doña Jerónima y la casa», así como levantar la pared que caía sobre el barranco. 11 Pérez García, Jaime (2004): Santa Cruz de La Palma: recorrido histórico-social a tra-vés de su arquitectura doméstica. Santa Cruz de La Palma, Cabildo Insular de La Palma, Caja Gene-ral de Ahorros de Canarias, Colegio de Arquitectos de Canarias (Demarcación de La Palma), p. 54. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 189 limitaba con el barranco de los Dolores, que dividía la ciudad en dos mitades y al que daba nombre. En la esquina, frente a la puerta de la iglesia, se hallaba uno de los tres puentes de madera que cruzaban la corriente. Conocido como el o la «puente del hospi-tal », fue fabricado en 1642 con maderos de tea12. Por el lado del barranco, fue necesario construir y reforzar en diversas ocasiones (1657, 1671 y 1692) un baluarte para defen-der el edificio de los embates y avenidas de las aguas13. Su ubicación, entre la corriente y la elevación conocida como el «lomo de Mataviejas», tampoco era la más conveniente para la aireación y el aislamiento necesario en un edificio de estas características. Esta fue una de las razones esgrimidas en 1822 por el párroco don Manuel Díaz para acon-sejar su traslado al convento exclaustrado de Santa Clara, emplazado en lo alto de la población y al mismo tiempo en el borde del núcleo urbano: «Dicha casa-hospital está en el centro de esta ciudad, por un lado linda con un barranco cuyas corrientes impe-tuosas han puesto muchas veces en consternación a sus vecinos y por el otro tiene cortada la corriente de los vientos reinantes por pura elevación de terreno, tan consi-derable que a tiro de piedra ya está en triple a la que tiene la sobre dicha casa, tal es su localidad». A su mala situación se añadía además su simple y desarreglada fábrica: Su construcción es todavía peor: dos salas, una sobre otra, la baja para hombres, la alta para mujeres, y dos piezas muy pequeñas para uncionarios con única salida a las mismas salas; éste es todo el hospital. Las piezas destinadas al servicio de la casa son pocas, pequeñas y mal cituadas, las altas en muy mal estado, las baxas con tal humedad que se han hecho inútiles. Por consiguiente, es fácil inferir que no puede haber limpieza en una casa como ésta y que no habiendo limpieza tampoco puede haber sanidad14. Tras el traslado definitivo del hospital de Nuestra Señora de los Dolores al convento exclautrado de Santa Clara en 1840, el antiguo establecimiento fue ocu-pado por la Sociedad del Casino-Liceo de Santa Cruz de La Palma, que lo arrendó a razón de 45 reales de vellón mensuales. Sin el mantenimiento debido, la vieja casa-hospital se deterioró rápidamente; y en 1849 el salón principal, la habitación situada a su pie y el corredor que miraba al sur amenazaban ruina. Los peritos que efectuaron el reconocimiento del edificio encontraron todas y cada una de sus piezas muy daña-das, «pero principalmente las armaduras de la sala, el cuarto que queda a su cabeza y la antesala, cuyas tres piezas necesitan una pronta reparación, pues de otra manera sería inevitable la venida a tierra de esta última y la mayor parte de los techos de las dos primeras». Los frechales de la armadura de la antesala se hallaban diez pulgadas fuera de su plomo en el corredor del patio, con dos de los tirantes corrompidos por sus 12 En ese año el mayordomo de la casa-hospital dio 200 reales a Juan Gutiérrez Calderón «para el ayuda de la puente que se hisso junto a el dicho hospital», mandados a pagar por auto del visitador Eugenio de Santa Cruz. 13 En 1671 se fabricó un baluarte «en el barranco quando quiso arruynar la casa». Para «la obra del baluarte» se hallaban mil reales en contado, en 1694-1695, en poder del licenciado Miguel Brito. En 1745-1746 fue necesario reparar de nuevo «el baluarte que descarnó el barranco». 14 AMSCP: Legajo 773, n.o 8 (diciembre de 1822). REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 190 extremidades, al igual que algunas de sus vigas o travetas; todas sus tablas de sollado hechas pedazos y enteramente inútiles y tres pilares y una porción de balaustres de la baranda del corredor desaparecidos. En la sala principal, la armadura estaba casi toda podrida y con riesgo de un inevitable desplome a causa de tener tres frechales, dos tirantes y una gran parte de sus tiseras rotas y podridas por sus encajes, de modo que se hacía forzoso abatir por completo su techo. La reparación de todo ello, con el cierre del corredor de la antesala con tabique y dos ventanas acristaladas, importó 296 pesos, según cuenta presentada en marzo de 1851 por los maestros carpinteros y albañiles a la junta directiva del Casino-Liceo15, que instaló en la sala alta (anterior enfermería de mujeres) uno de los dos pequeños teatros que funcionaban por enton-ces en la ciudad, mientras que la baja servía de casino16. Años después, en 1866, la iglesia anexa, abandonada y sin culto, fue cedida a la sociedad Terpsícore y Melpó-mene para sala de espectáculos y festejos públicos. Desacralizada y convertida en el actual «Teatro Chico», la intervención llevada a cabo a partir de ese momento ocultó por completo el anterior recinto religioso a través de una ligera estructura interior de madera y fundición17. En 1876, la corporación municipal acordó reformar el resto del recinto para destinarlo a plaza de mercado, uso que determinó su radical trans-formación. De 1879 data el proyecto de Luis B. Pereyra (1879), modificado en 1886 por el maestro de obras Felipe de Paz Pérez, bajo cuyas directrices se debió finali-zar la actual «recova» o mercado a cubierto, con patio interior techado con una gran armadura de madera y cristal18. Entre 1904-1906 se construyó por último la fachada hacia la calle Almirante Francisco Díaz Pimienta. De la antigua fábrica tan sólo per-viven en la actualidad algunos puntuales testimonios: la pared medianera que sepa-raba el traspatio de la casa-hospital de la del mayorazgo de Fierro, coronada por tres almenas, hoy semiempotradas en el edificio colindante; y quizás la estructura y los muros de carga de la crujía situada hacia la calle Almirante Francisco Díaz Pimienta, en la que hasta el siglo xix estuvieron situadas la portería y las salas de las enferme-rías alta y baja. En las hojas de madera de la puerta principal de esta última se recicló, como tabla de forro, una pieza de tea grabada con una inscripción sepulcral en capi-tales latinas, visible por su cara interior. Fechada el 26 de octubre de 1753, debió per- 15 AMSCP: Legajo 663, n.o 6. 16 Lorenzo Rodríguez: op. cit., t. i, p. 141. 17 Fernández, Ángel Luis e Inglés Musoles, Fernando M. (1984): «Restauración y rehabilitación de dos teatros en Santa Cruz de La Palma», en El Teatro en Santa Cruz de La Palma: plaza de España, del 15 al 31 de octubre de 1984, Santa Cruz de La Palma, Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma, pp. 57-78; y Lorenzo Rodríguez: op. cit., t. i, p. 93: «En virtud de esta cesión, la expresada Sociedad hizo el Teatro en el mismo templo y sirviéndose de su mismo techo y paredes, si bien se le tapió la puerta que daba a la calle del Hospital y haciendo las reformas todas, de modo que no parece haber pertenecido al culto católico. En donde se hallaba el coro se colocó el escenario, y donde estaba el altar mayor se puso el pasillo o descanso y entrada principal del edificio. El paraíso se fundó contra el arto de la capilla mayor, que aún se ve allí». 18 Hernández Rodríguez, María Candelaria (1992): Los maestros de obras en las Cana-rias Occidentales (1785-1940), Santa Cruz de Tenerife, Aula de Cultura de Tenerife, pp. 302-305. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 191 tenecer a la lauda sepulcral de don Jacob de Morales Figueroa19, fervoroso devoto de la imagen de Nuestra Señora de los Dolores, a quien el obispo fray Valentín Morán concedió licencia, el 20 de mayo de 1752, para fabricar un altar-retablo en el lado del evangelio de la iglesia del hospital20. 2. FUNCIÓN SOCIAL DEL ESTABLECIMIENTO Además de curar a los enfermos, el hospital funcionaba como casa de aco-gida para pobres y mendigos de ambos sexos, tullidos, cojos y ciegos; cuna de expó-sitos y orfanato21, paritorio, asilo de ancianos, manicomio para dementes, refugio para retraídos y perseguidos por la Justicia22 y recogimiento de mujeres, varias de ellas recluidas en régimen de prisión23. En los fuertes días de invierno, de lluvia o de temporal, la casa-hospital abría sus puertas para ofrecer a los pobres, mendigos e indigentes un techo donde resguardarse y un plato de puchero caliente según «cos-tumbre » o «estilo»24. Casa de recogimiento A las viudas, solteras y mozas libres, huérfanas, «hijas de la cuna» o «hijas de la casa» se les permitía quedarse en el establecimiento recogidas como mendi-gas, caso de una mujer de Garafía de 74 años y de otra mujer de la ciudad, Ana la Coja, viuda de 44 años, que entraron en 1674 y permanecieron en el hospital sin que la institución corriese con su manutención. Tras su recuperación, los pobres indi-gentes volvían a pedir limosna en la calle, mientras «asistían» en la casa ayudando en los quehaceres cotidianos25. Dentro de sus muros parió en 1644 una moza que había sido expulsada de su casa por su padre, a la que se atendió con la carne de 19 Dice así: «posteroru[m] / jacobi morales / vita functi / vii calendas novem[br i[s] / mdcclii[i]». Agradecemos el dato a Víctor J. Hernández Correa, del Servicio de Patrimonio Histó-rico del Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma. 20 Archivo General de La Palma [en adelante, AGP]: Fondo de Protocolos Notariales [en ade-lante, PN], Escribanía de Pedro de Escobar y Vázquez, caja n.o 18 (9 de noviembre de 1757), f. 314 v. 21 Durante los años 1668-1669 el hospital corrió con los gastos de la alimentación de una «nieta del ama de la casa, que se a criado en ella de caridad por ser pobrísima y guérfana». 22 En 1602-1603 «vn retraído que está en el dicho hospital» dio una limosna de 1440 maravedís. 23 En 1672 se encontraba presa en el hospital María de Tinisara, a quien se le regalaron un jubón de gordalate, dos camisas de coleta y un par de zapatos por asistir como «ama de leche». 24 En 1756-1757 se gastaron cuatro reales «con los pobres recojidos dos días que no pudie-ron salir con las llubias» y otros dos reales en 1802 en «conducto para cinco recojidos en día de llubia». 25 De 80 años de edad, Simón García ingresó enfermo el 7 de julio de 1693, volviendo a pedir en la calle desde principios de septiembre. Asistía en la casa y falleció un año después. En la misma fecha entró Francisca Hernández, de más de 60 años. Tras ser dada de alta el 15 de julio, «volvió a asistir en la casa para buscar su limosna en la calle». REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 192 una gallina. Con orden del juez, en 1693 entró a sustentarse, a causa de su «nece-sidad estrema», Pascuala, moza, con su hijo Hipólito, al que había propinado una paliza y que murió al cabo de mes y medio. Por igual disposición, ingresaron en ese año Beatriz González, vecina de Tazacorte, de más de 75 años, que colaboró en las tareas de la casa mientras mejoraba de sus dolencias; y Francisca, moza de Los Gal-guitos, en régimen de prisión, a la que se alimentó durante los meses siguientes por sus buenos servicios y estar el ama enferma. También se daba asistencia a mujeres indigentes embarazadas para evitar que, por su miseria, echasen las criaturas en el torno, en perjuicio del hospital. Así se hizo en 1669 con dos «mujeres preñadas». Hospital militar En diversas ocasiones, el establecimiento sirvió además como hospital mili-tar durante los ataques, incursiones o intentos de invasión que sufrió la isla, como un irlandés y cuatro milicianos de Tazacorte y Tajuya, el primero herido por los españoles y los segundos por los ingleses, que entraron entre el 29 y el 31 de diciem-bre de 1740, saliendo a los pocos días26. En 1775 y 1777 ingresaron varios soldados del destacamento y «regimiento de Canaria» y del «presidio de esta isla». Entre los años de 1797 y 1803, coincidiendo con la guerra anglo-española (1796-1802), fue-ron hospitalizados medio centenar de combatientes pertenecientes a la bandera del regimiento de La Habana (1795-1803), al destacamento de «tropa viva» (1797-1800), al «regimiento de blanquillos» (1801-1803) y a la segunda compañía del regimiento de Vitoria (1801), soldados, dos tambores, un pito, un sargento y un cabo principal con síntomas de fiebres tercianas, «siurgia» o sífilis («gálico»); entre los que habría que incluir al numeroso grupo de 16 franceses curados entre 1797 y 1805, con un cabo y un soldado del batallón de infantería27; y cinco ingleses, tres en mayo de 1798 y dos en enero de 1806. 26 Sobre este ataque, véase Poggio Capote, Manuel (2014): «La isla de La Palma en la Gue-rra de la Oreja: El ataque a Puerto Naos de 1740», en Anuario de Estudios Atlánticos, n.o 60, pp. 291-355. 27 Antonio Barsat, que ingresó dos veces, en mayo de 1797 y en septiembre del mismo año; Juan Bautista Canara, en julio y en octubre de 1797; Juan Francisco Roda, en octubre de 1797; Pedro de la Fee, en noviembre 1797; Pedro Ros, en abril de 1798; Miguel Piñon, Pedro Morín y Anto-nio Calderón, en mayo 1798; Juan Bautista Linón, en septiembre de 1799; Santiago Luis Germian, Joseph Vicente y Vicente Loris, en diciembre de 1799; don Pedro Esteban Funtano, ayudante, y Luis Blino, cabo de batallón, en agosto de 1800; Francisco Cádiz, soldado del batallón de infantería, de 22 años, natural de París, «gálico», en diciembre de 1802; y Juan Juri, natural de Aue de Gracia, de 32 años, de «siurgia», en junio de 1805. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 193 Cuna de expósitos Para la lactancia de los recién nacidos echados en el torno de la casa-hos-pital, así como para su manutención mientras no hubiese quien los proahijase28, se estableció una cuna de expósitos, cuyo origen era casi tan antiguo como el del pro-pio establecimiento. Según el informe que suscribieron en 1784 don Diego Vargas Machuca y el irlandés don Dionisio O’Daly, hermanos de la Junta de Caridad, su mortalidad era más elevada que en otras cunas. De los 30 niños que regularmente caían en la casa al año, fallecían del orden de cuatro a seis en los primeros meses, «quando los calculadores políticos de la Europa sienten corresponder el número de 6 a 8 en 100, de ocho meses abajo»29. A ellos había que sumar el crecido número de los que morían después de proahijados por la indigencia de sus nuevos padres. El tiempo de lactancia era comúnmente de 12 meses, con la excepción de los que no sobrevivían o los que, por su «desmedrado» estado y «falta de dentadura», se les aumentaba por algunos meses más. Este periodo resultaba a todas luces insu-ficiente, «atendidas las circunstancias del país y mantenimiento de la maior parte de sus naturales, de que las 6 octavas partes es bien sauido se nutren u, por mejor decir, conservan la vida, con la raíz del helecho, que en otros parages y payces des-conocen aún los mismos cerdos». Para asegurar su supervivencia, se hacía preciso prolongar su nutrición al menos hasta los 18 meses, «siendo así que la regla común en las casas, aún menos acomodadas del paiz, estiende la lactación de los hijos a dos años». Repartidos por toda la isla, los lugares de campo donde se criaban, cer-canos a las cumbres, obligaban a proporcionarles algún vestuario para resguardar-los de los fríos y no dejarlos a las inclemencias del tiempo, «como sucede en el día, que solo se contribuie a cada ama que lleva un expósito con 4 reales plata para com-prarle una o dos camisitas, que quanto más pueden ser de coleta, que es lo mismo que cilicio para estos tiernos inocentes, destituidos de faxas etc». Después de los 12 meses, los niños volvían al hospital en tan malas condiciones que pocos sujetos aco-modados querían hacerse cargo de ellos, razón por la que sólo se encontraban perso-nas infelices, sin que se pudiera evitar su entrega «por baja y desacomodada que esté su esfera, resultando, por concequencia natural, participar el adoptado en todo de la crianza y miseria del adoptante». Consideraban los citados hermanos que la casa necesitaba unos ingresos de al menos unos 1096 pesos al año (cantidad muy supe-rior a los 355 pesos que se gastaban por entonces) para mantener a unos 30 expósi-tos, vidas que, quizás conservadas, podrían transformarse en útiles vasallos, «como lo han sido muchos de los criados en esta cuna, que han llegado a merecer lugar en los estados más respectables del sacerdocio, medicina y leyes, como hai algunos en 28 AMSCP: Legajo 611, n.o 897, noticias sobre establecimientos piadosos, memorias y fun-daciones (1 de junio de 1837). 29 Entre agosto de 1807 y febrero de 1810 cayeron en el torno 111 expósitos; de ellos 50 murieron y otros 61 salieron criados de diversas edades «porque el estado de debilidad en que nacían y el poco cuidado de algunas nutricias en alimentarlos exigía en muchos más de un año de leche y en algunos hasta año y medio y aún dos años». REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 194 el día, fuera de muchos otros exparcidos en estos campos y de no podo respeto en ellos». La escasez y precariedad de sus rentas y la inmediatez y urgencia de sus gas-tos convirtieron a la cuna de expósitos –según los mismos caballeros– en la «piedra de toque de la pasiencia y sufrimiento de los mayordomos y lo que más retraía a los más piadosos a admitir la administración de la casa-hospital»30. Tal obra de caridad consumía buena parte de los recursos económicos del establecimiento y no falta-ron visitadores eclesiásticos que prohibieron mantener a más niños, como el licen-ciado Pedro del Castillo en 1580. Ello llevó al obispo don Francisco Martínez, en los mandatos que promulgó en 1603, a hacer la siguiente reflexión: El gasto que el dicho hospital tiene con los niños expósitos es mui grande y difi-cultoso el rremedio, porque si se da en serrar la puerta para no resibirlos se puede temer que las madres hagan algún desatino o echándolos en la mar o en otra parte donde no parescan que sería grande offensa de Nuestro Señor y ssi se abre la puerta enteramente a todos lo que echaren serán tantos que no lo pueda sustentar el dicho hospital y le sea forsoso faltar a la cura de los pobres, ques su prinçipal intento. Para evitarlo, el prelado aconsejaba que el mayordomo averiguase secreta-mente el origen de las criaturas: Y, si hallare ques de alguna muger tenida por donçella o de alguna cassada que esté ausente su marido, procurará que se críe a costa del dicho hospital, guardando todo secreto porque la honrra de las dichas no padesca, que sería grande inconbeniente, y si hallare ques de alguna muger soltera, negra o mulata o persona cuya onrra no pueda padecer, se le procure bolber y haser que le críe31. La cifra de lactantes aumentó rápidamente a lo largo del siglo xvii. En 1602 echaron sólo a cuatro (María de Pascua, Anica, Juanico y María, además de Espe-rancica, a la que se le «halló a su madre y se le dio»), que fueron criados por varias mujeres, casadas y solteras, a 12, 13 y 14 reales cada mes, según sus circunstancias particulares, fuera de la ropa que se les hizo para vestirlos. Cinco amas de cría se mencionan en 1603 por amamantar a otros tantos niños. En 1616-1617 constan 16 niños, a 15 reales cada mes; 17 en 1618-1619, 25 en 1619-1620 y 41 en 1623-1624 «echados a la puerta de el hospital», aparte de los que habían quedado del mayor-domo anterior. En la centuria siguiente, según aseguraron al capitán de navío Varela y Ulloa «personas de muchos crédito» (1789), en algunos años los expósitos bautiza-dos superaron en número a los de legítimo matrimonio, sin embargo de lo cual se había «atendido siempre a la criansa de todos porque los particulares de La Palma se presentan voluntariamente a sacar del hospital a los niños para criarlos, educar- 30 AMSCP: Legajo 328, informe dirigido por los hermanos don Diego Vargas Machuca y don Dionisio O’Daly a don Miguel Mariano de Toledo, gobernador eclesiástico (24 de noviembre de 1784). 31 AMSCP: Legajo 629, n.o 1, libro de mandatos e inventarios (3 de septiembre de 1603), niños expósitos, ff. 32 r.-32 v. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 195 los y darles destino con que puedan subsistir»32. En 1643 se siguió proceso a causa de un recién nacido que había sido expuesto a las puertas del consistorio munici-pal. El cabildo alegó que no tenía obligación de criarlo y que debía ser recibido por la casa-hospital, tal y como ordenó el vicario de la isla. A ello se opuso el mayor-domo del establecimiento, arguyendo que la casa no tenía renta particular para ello y que sólo se hacía por caridad en detrimento de los pobres y de su curación. Visto por el provisor, sentenció que el hospital no tenía más obligación que criar «a los que se expussieren a sus puertas y los que se expusieren a otras a de ser obligado el juez que fuere de esta ysla a pedir limosna para la criación»33. Los niños eran echa-dos en el torno desnudos o con «ropita», aunque, por lo común, el hospital se hacía cargo de su vestuario34. En caso de muerte, las amas de cría devolvían la ropa para ser usada o repartida entre otros niños; también podían quedarse con ella como premio a su trabajo. Residentes en el campo, especialmente en los lugares más cercanos a la ciudad (Mazo, Las Breñas, «La Banda» o valle de Aridane, Puntallana, Los Sauces) o en los barrios más pobres de la población (Jorós, San Sebastián, San Telmo, La Somada), las amas de cría eran mujeres de humilde condición, entre las que se cuentan casadas y «mujeres libres», viudas, criadas y libertas (Catalina Rodríguez, mujer de «Cacha-fiz », de la Breña; María Pérez la Gata; Beatriz Hernández, «muger del Cambado»; la hija de la «vieja Beatriz Hernández, de Jorós»; Beatriz Pérez la Cambada; María Francisca la Ratona; Catalina Rodríguez, «hermana del yndiano»; María Hernán-dez la Chiquita, tabernera; «una hija de la Liria, de la otra vanda»; María la Rega-ñada...). Las había de color, como la negra Ana de Escobar, que dio el pecho a una niña llamada María durante un mes y 21 días en 1634-1636. De color pardo eran Javiera y la hija del mulato Jorge, que criaron a María, Catalina y a Tomás entre 1738 y 1745. En los casos en los que los niños no recibían el debido atendimiento, el mayordomo podía arrebatárselos para dárselos a otras. Así lo hizo en 1643 el capitán Jacobo Monteverde y Brier con Catalina Xuárez, vecina de Mazo. Tras amamantar a lo largo de 13 meses al mulato Juan, el administrador del hospital se lo quitó, «por mal criado», para entregarlo a Lucía Francisca, mujer de Melchor de León, «quien lo acauó de criar el año y medio y lo trajo a la casa para mí», sin duda para servir de esclavo35. En 1768, el mayordomo, previa consulta con el médico de la casa, se negó a pagar cosa alguna a María Lorenzo, de Tijarafe, por haber traído un niño completamente desnudo y «muriéndose en mi presencia de flaquesa»; al igual que el resto del dinero que faltaba para el complemento del año a Josepha María Mar- 32 Museo Naval, Madrid: Derrotero y Descripción de las Islas Canarias (1788-1789), Ms. 511, f. 70v. 33 AMSCP: Legajo 629, n.o 2, libro de relaciones, f. 163 r. 34 Como medida de prevención, en 1796 se hicieron dos camisas de lienzo para los niños que echaban desnudos en el torno. 35 En diciembre de 1708, Catalina Pérez, mujer de Sebastián Pérez Ojitos, devolvió a la casa (donde murió), ya enferma, a Gabriela, «mal criada y sin ropa», a pesar de haber recibido 15 reales para vestirla, razón por la que no se le pagó el resto de su crianza. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 196 tín, mujer de Pedro Phelipe, de Barlovento, que había criado a un niño «mui desme-drado » (fallecido poco después), cuya vida corría peligro, según dictamen del médico, por haber mamado leche durante todo su preñado. Los mayordomos acudían ade-más a la Justicia para lograr identificar a las madres y devolverles las criaturas que habían parido. En 1769, se pagó a dos ministros reales por ir a buscar, por orden del juez, a Sebastiana Rola, de Pajares (Los Sauces), que tras haber alumbrado a un niño y «baptisádolo en la pila de Monserrate y dádole pecho 15 o 20 días, a vista y siencia de todo el pueblo, lo trajo al torno de la cassa hospital»; y a Teresa Gonzá-lez, hija de María de Jacob, de La Dichosa (Las Manchas), que había dado a luz a una niña a la que bautizó y puso por nombre María de la Encarnación, «cuyo pre-ñado y parto fue público en su vesindad». A veces las madres solteras recuperaban a sus hijos tras contraer matrimonio. Dado a criar en 1680 a Melchora Camacha, vecina de Tiguerote, el niño llamado Gabriel «se volvió a su madre porque se casó con el moso». El día en el que habían sido expuestos, la «ropita» que vestían y otras marcas o señales servían para identificarlos en estos casos. Los padres adoptivos podían ser esposos que no habían «tenido hijos de su matrimonio», como Francisco Álvarez Barreto, zapatero, que proahijó en 1768 a una expósita; campesinos y artesanos de diferentes oficios (carpinteros, albañiles, cereros, barberos), clérigos y licenciados, miembros de profesiones liberales, mayor-domos de la casa y amas de cría que se quedaban los niños después de destetados o alguna persona de clase noble, como doña María de las Nieves Massieu y Fierro, hija del coronel don Felipe Manuel Massieu de Vandale, a quien se entregó un niño en 1768; o del presbítero don Ambrosio Arturo, quien, al igual que otras personas, contribuyó con sus limosnas a la crianza de los expósitos «por pretender para sí los niños». Soltera y posible madre natural de don Fernando de Castilla36, doña Bea-triz de Miranda se llevó a una niña (quizás su hija) en 1647 tras haber sido ama-mantada durante tres meses por Águeda Leal, vecina de Mazo, mujer de Lucas Sán-chez. Entre 1657 y 1666 se dieron diferentes niños y niñas a «las Bocarras de San Telmo», a «las Caravallitas», a «las Chicharras», a las monjas del convento de reli-giosas dominicas, al licenciado Carlos de Robles y Prados, a los presbíteros Gaspar de Silva y Barros y Cristóbal de Acosta, organista de la iglesia del hospital, a doña Isabel de Fraga, a numerosas mujeres u hombres casados, a dos amas de cría que se quedaron con ellos... Expuesto el 3 de enero de 1666, el niño Blas fue adoptado por el carpintero Sebastián Rodríguez de las Vacas. Autor del paso de la «Oración del Huerto» (1664), en sus últimas voluntades, otorgadas quince años después, dejó todos sus bienes a sus tres hijos legítimos y la herramienta de su oficio a su hijo adop-tivo para que se procurase la vida37. 36 Pérez García: op. cit., p. 51. 37 AGP: PN, Escribanía de Andrés de Huerta (22 de febrero de 1681), f. 90. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 197 3. INGRESOS, ORIGEN GEOGRÁFICO Y PERFIL SOCIAL DE LOS HOSPITALIZADOS Los pacientes entraban para curarse de sus enfermedades, para recibir uncio-nes (un 34% en 1810-1811) o, por su avanzada edad, para ser atendidos en sus últi-mos momentos. Con edades comprendidas entre uno y doce años, los niños ingresa-ban por lo común para recibir unciones o para ser criados a falta de padres adoptivos que los proahijasen. Las hospitalizaciones podían incluir a varios miembros de la unidad familiar, sobre todo a la madre con alguno o algunos de sus hijos. Por cuenta del obispo García Ximénez fueron acogidos en la casa en 1676 María Gutiérrez con su hija de siete años, naturales de la isla de El Hierro, y un matrimonio de la isla de La Gomera, con sus dos hijos de tres y dos años, de los que sobrevivió el padre y la mayor de las criaturas. María de la Encarnación, fallecida al cabo de tres meses de su ingreso, dejó a su muerte otro hijo párvulo, de cuya crianza se responsabilizó la casa-hospital en agosto de 1776. El tiempo de hospitalización no solía sólo ser dema-siado largo, a lo sumo dos o tres meses. Con frecuencia, los pacientes se internaban varias veces por cortos intervalos. Enfermo de «necesidad», el 1 de enero de 1803 lo hizo Andrés de la Concepción. Viudo de 77 años y sepulturero de oficio, salió dos días después. Por «hanbre y bejes», fue acogido de nuevo en la casa desde el 19 de agosto hasta el 30 de septiembre y desde el 18 de octubre hasta el 9 de noviem-bre, fecha de su muerte. Origen y procedencia: naturales y extranjeros Además de enfermos del conjunto de la isla, el hospital atendió a hombres y mujeres de todas las demás sin excepción, de La Gomera y El Hierro, de Tenerife, Gran Canaria y Fuerteventura y especialmente de Lanzarote. Por cuenta del obispo García Ximénez, se internó a una quincena de enfermos y mendigos en 1675-1676, entre ellos un hombre de 46 años y una mujer de La Gomera que fueron a la Fuente Santa, de la que regresaron pasados quince días. Los volcanes que asolaron a Lan-zarote en 1730-1736 fueron causa de la llegada de varios enfermos. Tal afluencia fue constante en el último tercio del siglo xviii y a lo largo de las primeras décadas de la centuria siguiente, pacientes de ambos sexos que ingresaron casi siempre para tomar una unción. A ellos hay que agregar marineros, navegantes y originarios de otras ciudades portuarias como Santa Cruz de Tenerife y Garachico, portugueses del Brasil y de los archipiélagos de Azores, Madeira y Cabo Verde, gaditanos, ingle-ses, franceses y holandeses, tripulantes o pasajeros de los navíos que habitualmente recalaban en Santa Cruz de La Palma. Entre los franceses que entraron en 1679 se cuentan cuatro varones de 18, 20, 22 y 25 años y dos mujeres, Marisiene y Catha-lina Simone, de 20 y 22 años, naturales de París, Lisieu y Nantes. Todos ellos sana-ron, salvo el joven Luis Banon, que aunque era «hereje se reduxo a la fe chatolica romana», confesando, comulgando y recibiendo la extremaunción antes de morir. Por el contrario, en 1682 no se le administraron los sacramentos al holandés Alberto «por ser herege». A finales del siglo xviii y principios de la siguiente centuria, durante REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 198 la guerra anglo-española de 1796-1802, se recibió a holandeses, venecianos, geno-veses, portugueses y chinos, además de numerosos españoles: andaluces en primer lugar (8), gaditanos del puerto de Cádiz (6), un carpintero de rivera de Sanlúcar (1) y un cordobés (1); valencianos (4), catalanes (1), mallorquines (1), gallegos (3) y vas-cos (2). En esos años aparece un grupo de chinos, seguramente marineros: Marcelo Nacreto, «natural y vecino de la China», que entró en julio de 1798; Benito Choa y Reimundo Carrosa, ambos el 12 de febrero de 1799; Juan Francisco, uncionado en octubre de 1799; y Luis Mirán, «natural y vecino de la ciudad de la China», mari-nero soltero de 25 años que ingresó dos veces en octubre de 1803. Protocolo de ingreso A partir de 1674 el hospital comenzó a llevar un libro de entrada y salida de los pacientes. Hasta entonces, los únicos registros eran los que cada mayordomo asentaba en los cuadernos por los que daba las cuentas, sin que pasasen de unos a otros. Ante su falta, el licenciado don Juan Pinto de Guisla, visitador general de la isla de La Palma, dispuso la apertura del primer libro de enfermos38 para tener el «orden conveniente». En él se daría cuenta y razón para que «conste en todo tiempo, de los enfermos que se curan y de los que salen del hospital o mueren en él», con indicación del nombre de cada uno en capítulo distinto, vecindad y naturaleza, día, mes y año de entrada, y «si reciuieren los sacramentos como lo deuen hazer para curarse». De acuerdo a las constituciones sinodales, todos los pacientes debían con-fesar y recibir la comunión en el momento de su ingreso (en caso de especial grave-dad, también se les daba la extremaunción). Con la creación de la Junta de Caridad en 1782, se estableció un protocolo de entrada, recogido en sus constituciones, que preveía que los pobres que pretendiesen venir al hospital darían primero memoria a la junta. Acto seguido, el médico reconocería la enfermedad y expediría certifica-ción con juramento, tras lo cual irían dos hermanos para comprobar su indigencia y, si efectivamente era cierto, conducirlo al hospital, «dexando el mayordomo ano-tado en su libro el día en que entra, como también los dos hermanos informarán a la junta el juicio que formaron de su pobresa». El tiempo y modo de despedirlos se disponía en el capítulo xiii de las constituciones: Al pobre no se le despedirá, ni se le permitirá salir hasta no estar perfectamente curado; y esto lo ha de desir el médico, dándole tiempo para la combalesencia. Se le entregará toda la ropa que aya lleuado y se apuntará el día de su salida. Si acontesiese la muerte, se le enterrará como es costumbre y se pondrá la partida de su muerte, y entierro en el libro que para esto habrá en el hospital. Y a estos entierros asistirán los 38 AMSCP: Legajo 649, n.o 1, libro de enfermos del hospital de Nuestra Señora de los Dolores de esta ciudad de La Palma que comiença desde principio del año de mil y seiscientos y setenta y quatro, man-dado hacer por el licenciado don Juan Pinto de Guisla. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 199 hermanos para exerser su caridad hasta el sepulcro con aquellos que se han acogido a la santa cassa del hospital39. Cumpliendo con este protocolo, en junta extraordinaria del 7 de abril del año siguiente, se leyó el memorial de María Tabares, que pretendía recogerse en la casa «para parir y después curarse»; y el de José de la Cruz, que ya había estado pre-viamente. Temido por las amas por su mala conducta, según la certificación del médico no había logrado la salud por sus «exesos y desarreglos», y aún había albo-rotado la casa. En vista de ello, se acordó franquearle los medicamentos y manuten-ción dentro del establecimiento, siempre que el alcalde mayor pusiese dos guardas para custodiarlo, asegurar su restablecimiento y la quietud de la institución40. En el momento de su entrada se tomaba nota de la ropa de vestir (camisas, calzones, chu-pas, capas y sombreros en el caso de los hombres; enaguas, camisas, becas, tocas, manto y saya, en el de las mujeres), así como de las sábanas y camas que, eventual-mente, podían traer consigo. Con una enagua de sarga verde y dos camisas usadas, una beca y una toca ingresó en diciembre de 1737 Francisca Gómez de Paz, vecina de San Andrés, cuyo padre se obligó a pagar al hospital 50 reales «por todo el verano del año que bendrá de 1738»41. Si el paciente moría, la ropa del difunto se repar-tía entre otros pobres, se daba a las amas y criadas de la casa como pago a sus servi-cios o se aplicaba en misas por su alma. En 1602, el mayordomo Melchor García de Segura se hizo cargo de los maravedís que importaron los bienes de Bernardino, de color negro, e Isabel de Herrera, y del valor de la ropa de Francisca Benítez y Nico-lás González, «que mató el mulato del doctor Medel», todos ellos fallecidos en la casa. En los años siguientes figuran el capotillo y el sayo de un hombre que murió en el hospital y se vendió; la ropa que dejaron un negro de Cabo Verde (1603), Juan de Acevedo, natural de Canaria, Francisco Benítez, portugués, y la de «fulano de Mederos» (1624-1626); el ferreguelo, el calzón y la ropilla vieja del portugués Fran-cisco Rodríguez (1634-1636); la saya de «Juana la negra», que se dio al ama (1639); el calzón y el jubón de «gordalate muy usado» que quedó de un pobre, y los dos «sayos de paño canario» de dos pobres con los que se vistió a otros dos (1668-1669). Cuatro reales y un cuarto se encontraron en el sombrero de un forastero fallecido en 1634-1636. En 17 reales y 24 maravedís se apreciaron los botones de plata que pertenecieron a Domingo de Ramos, natural de Canaria (1738); mientras que el 39 AMSCP: Legajo 733, libro 1.o de la Junta de Caridad, ff. 6 r.-6 v. 40 Idem: (7 de abril de 1783), f. 23 r. 41 Entre noviembre de 1737 y marzo de 1738, entraron en la casa-hospital varios pacientes con la siguiente ropa de vestir y de cama: Bernardo Rodríguez (vecino de Los Sauces), con camisa, cal-zones, chupa, capa de baeta y sombrero; Margarita de Betancor (vecina de Velhoco), con manto y saya, beca, dos pares de enaguas azules de sarga, camisa y enaguas blancas, dos tocas, un jubón blanco y dos sábanas de lienzo casero; María Petronila, con enaguas de calimanco, beca, camisa, toca y pañuelo; María Trinidad (de la ciudad), con cama, camisa, enaguas blancas, justillo, gasa de toca, manto y saya; Margarita de los Reyes, con dos sábanas, una colcha, enaguas de sarga, camisa, dos tocas y enaguas blancas; y María de las Nieves (de San Andrés), con dos pares de enaguas, dos camisas, dos tocas y tres libras de hilado. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 200 manto y saya del ama María Farias y tres enaguas de tres mujeres pobres sumaron 72 reales y 24 maravedís (1738-1745). Otros 20 reales dieron al mayordomo por las enaguas de lamparilla de María Casaño (1756-1757); cinco reales por «una cha-quetita que quedó de un orchillero» y 65 por un poco de ropa de Tiburcia Guan-che, «pobre que murió en dicha casa» (1761-1764). Con los enfermos contagiosos o héticos», se procedía a quemar la ropa para evitar infecciones. Gastos de curación Aunque no parece que fuera común, los pacientes podían contribuir a los gastos de su atendimiento con una cantidad pactada o con su salario. En septiembre de 1693, por ejemplo, Juan Pérez, curtidor, ajustó entregar cien reales por los medi-camentos y alimentos que necesitase, compromiso u obligación que fue ratificado ante el escribano Andrés de Huerta. Así sucedía con los militares. Baltasar de Mora-les, uno de los doce soldados del rey, con más de 70 años de edad, aportó la mitad del sueldo de su plaza «porque la otra mitad se da a quien suple las velas». 323 reales recibió el mayordomo por los alimentos y medicamentos de seis miembros del des-tacamento de la isla que se curaron entre 1774 y 1779; y otros 26 tostones en 1800 por la hospitalidad de tres soldados. A razón de un tostón al día, «según le pasa el rey», pagó en 1796 el sargento de la cuarta compañía por Domingo Rodríguez, can-tidad equivalente a la que había satisfecho un año antes otro soldado del regimiento de La Habana durante su convalecencia. Según reflejan las cuentas, las retribucio-nes por la «hospitalidad» se hicieron más comunes desde finales del siglo xviii42. El agradecimiento por haber recobrado la salud también movía a los pacientes y a sus familiares a colaborar con el mantenimiento del establecimiento. Cuatro fanegas de trigo y media bota de vino, que se gastó en el hospital en los meses de noviembre y diciembre de 1633, dio Domingo González de Cecilia por la curación de su mujer. Número de hospitalizados, proporción por sexos y tasas de mortalidad La media de ingresos desde que comienzan los registros de enfermos en 1674 hasta 1822, en los años anteriores al traslado de la institución al convento exclautrado de Santa Clara, fue de unos 59 pacientes aproximadamente43. Entre 1675-1680 fue de 48, cifra que se mantuvo a lo largo del siglo xviii para ir descendiendo hasta los 25 enfermos en los años previos (1780-1781) a la fundación de la Junta de Caridad 42 La mujer de Domingo Camoneco (fallecido en la casa en 1794) pagó 18 reales «por la carne que se le dio». Dos años después, «dos portugueses que se estuvieron curando en el hospital muchos messes» abonaron 200 reales. 43 AMSCP: Legajo 649, n.o 1, libro 1.o de enfermos (1674-1736); n.o 2, continuación del Libro 1.o de enfermos (1737-1774); legajo 650, n.o 1, libro 2.o de enfermos (1774-1804); y n.o 2, libro 3.o de enfer-mos (1804-1823). REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 201 en 1782 (tan sólo 19 en 1778 y 20 en 1780), años en los que además se admitieron en la casa, mantenidas a pan y carne, a varias niñas expósitas por no haber «quien las llevase» después de su año de crianza, por la mala nutrición que habían recibido o por hallarse enfermas sus amas de cría. Con posterioridad, su número comenzó a remontar hasta alcanzar más de 80 hospitalizados de media en las dos primeras décadas del siglo xix (1800-1822), con picos de 119 pacientes en 1803, 109 en 1811 y 113 en 1816. Según el informe elevado en 1784 por los hermanos de la Junta de Caridad al gobernador eclesiástico, por lo común había de continuo en la casa entre ocho y diez enfermos, fuera de los muchos más «de los sumamente necesitados que claman por entrar en ella», cuya admisión la institución se veía obligada a negar para no desamparar enteramente a los niños expósitos44. Por sexos, la proporción de mujeres fue siempre superior a la de los varones, diferencia que fue aumentando a lo largo del tiempo, al mismo tiempo que descendía la edad media de los ingresados. La mortalidad era muy alta a finales del siglo xvii, de modo que de 82 pobres que entraron para curarse en 1670-1671, tan sólo 32 recuperaron su salud. Entre 1674- 1680, fallecieron 110 de las 313 personas atendidas (35,14%), tasa que, con altiba-jos, se mantuvo a lo largo de la primera mitad del siglo siguiente (40,54% en 1738; 25,64% en 1739; 36,36% en 1740; 38,18% en 1750; 30,95% en 1760; 34,21% en 1770), para comenzar a descender paulatinamente a partir de 1780 hasta situarse por debajo del 20% a principios del xix (20% en 1780; 17,39% en 1781; 45,71% en 1790; 22,22% en 1795; 10,98% en 1800; 19% en 1805; 15,38% en 1810; 11% en 1811; 18,58% en 1816; 18,07% en 1818; 9,87% en 1821; 20,33% en 1822). Extracción social Casi sin excepción, la extracción social de los pacientes era muy humilde. Conocidos en muchos casos por sus motes populares, uso que aún se mantiene en la isla, la lista de apodos es interminable45. Pobres y mendigos de todos los luga- 44 Para reducir el tiempo de hospitalización, en 1800 el establecimiento pagó cuatro reales por una bestia de carga para llevar a «una pobre convaleciente para su casa por el ahorro que resultaba al hospital de que se fuese». 45 Pedro González Guinda la Vela (enfermo habitual, natural de Garafía, de 80 años de edad); Gabriel Hernández Porquería (natural de la otra banda); Baltasar Rodríguez Batato; Domingo Martín Malacosa; Pedro Hernández Gaveta; Francisco Hernández Polilla; Francisco Pérez Arrarrurra (de 50 años); Domingo Campana; Francisco Pechilango; Agustín Cachete; Cayetano el Vicho; José Alfiler; Ignacio Carnero; Carlos Caforiño; Diego Patacón; Francisco Escarabajo; Cristóbal Rapadura; Fran-cisco Tufo; José el Cuervo; Matías Casquete; Andrés González Palometa; Baltasar Rodríguez Pulpo, etc. La lista de apodos femeninos es especialmente variada: María la Velosa (de 70 años); María Mar-tela (de La Gomera, que murió con 22 años); Ana Chinana (de Los Llanos); María la Pájara; María Regañada; María Hernández la Pulga (de 23 años); María la Dorada (hija del hospital); María Gon-zález Chicharra (de Tijarafe, de 63 años); Ana la Fula (esclava de don Marcos Urtusáustegui, de 70 años); Francisca Pérez la Nazarena (de 80 años); Ana Rodríguez Lagarita (de 69 años); María de Acosta la Morriña (también de 69); María de los Ángeles la Sarga (moza de 45 años, vecina de San Telmo); REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 202 res de la isla46, mozos solteros «sin oficio» por estar «ympedidos de la vista» o «por ser ymválidos», ciegos, cojos, paralíticos y tullidos de «mucha nesesidad» y edades avanzadas, enfermos habituales, insolventes y pobres de solemnidad con extrema necesidad, recogidos en la casa que cayeron enfermos, deficientes mentales, hijos de la cuna y de padres no conocidos, niños expósitos enfermos a los que nadie quiso proahijar después del año de cría, clérigos de menores, frailes y legos47, ermitaños y beatas48, pero especialmente viudas y viudos y solteros de ambos sexos sin familia próxima en los años finales de su vida (con 90 años entró María Antonia, natural de Los Llanos, y Marcos Rodríguez, «el páxaro», vecino de Breña Baja, que murió a los 70 años en 1676); así como menestrales, jornaleros y artesanos de la ciudad, vecinos de los populosos barrios de Jorós, inmediato al hospital, el Puerto, San Telmo, San Sebastián, el tanque de Santa Catalina y La Somada y de las calles del Tanque y de los Molinos. En las cuevas de La Encarnación vivía María de la Encarnación. «Hin-chada y tullida de necesidad estrema» y con más de 70 años, entró para morir un mes después. Esclavos, negros, mulatos, pardos, morenos y libertos49 de ambos sexos (de la isla o del resto del archipiélago) fueron numerosos y, como revela el libro pri-mero de defunciones de la parroquia mayor de la isla (1637-1672), la iglesia del hos-pital fue el templo destinado por lo común al enterramiento de la población negra María Pérez Infanta la Rajada; María Hernández la Paloma; Francisca la Graja; Nieves la Cantadora; Margarita la Porqueña (pobre recogida); Gabriela la Chincha; Micaela Pelada; Manuela Xaramaga; Francisca Madruga; María Reverosa; Josefa Cavoca; Juana Rodríguez la Jara; Margarita Pelota; Josefa la Junca (ama de mandados); Rita la Matamoros; María Pilrrona, («pobre recogida en esta santa casa hospital»); Josefa García, «la Güeva»; Bernarda y Gerónima la Grilla; «Luisa frayla, hija de Argen fra-yle, soldado de España»; Xaviela la Breva; Josefa Gotera; María la Gaifola; Cristobalina la Tufa; Anto-nia Pichilanga; Josefa Moscona; Juana Coruja; Cristina Tareco; María Rola; Catarina la Araña; Juana la Negra; Antonia la Pico; María Remedios Lindona; Isabel Pelón; Juana Carnera; Juana Cucaracha, etc. En ocasiones tan sólo el mote bastaba para su identificación: la Simonica, la Caboca o el marido de la Peladita. Bajo el sobrenombre de bobos –y la forma femenina– fueron internados varios deficientes, como Jacinto el Bobo (en 1760) y María y Francisca la Boba (que fallecieron en agosto y noviembre de 1790 en las semanas siguientes a su entrada). La procedencia de los hospitalizados también motivaba la adjudicación del correspondiente sobrenombre; sirvan los ejemplos de Feliza la Portuguesa (natural de Madeira), Tomasa Rodríguez la Gomera, Isabel «la de Tixarafe» y Julián «Lomo Obscuro». 46 Con más de 60 años, Francisca González era una «pobre mendicante que andaua en la calle». Falleció en agosto de 1676, un mes después de haber entrado para curarse. 47 A fray Blas de Armas, religioso lego del convento franciscano de Nuestra Señora de la Pie-dad de Los Sauces, enfermo «gálico» (sífilis), se le dio una unción en julio de 1803. Del mismo con-vento era el R.P. fray Sebastián Díaz, natural de la isla de Canaria, que, con 50 años de edad, ingresó el 15 de febrero de 1816 para ser tratado por unas «empolladas malinas». 48 Domingo García el Ermitaño, de 70 años, fue recibido en octubre de 1675; y Francisca de San «Elefonso», beata, de 50 años, en agosto de 1683. 49 Tras casi dos meses hospitalizado, Antonio Hernández, de color negro, liberto, falleció el 29 de abril de 1693. Nombró por albacea al mayordomo de la casa-hospital, a quien encargó destinar la mitad de sus bienes (una caja grande de madera del Brasil, tres fanegas de trigo que le debían en Punta-llana y una lonja en la calle Real de la Somada) a su funeral y la otra a la «sustentación de los pobres de dicha casa». En los mismos meses de marzo y abril entraron dos enfermos tullidos de «color negro», María Ximénez, de 60 años, y Domingo de Abrantes, de más de setenta, que murió el 15 de enero de 1694. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 203 y esclava50. Hubo también moriscos51 e indios de las colonias americanas52. Ningún representante de la aristocracia o de los grupos sociales dominantes figura en los libros de enfermos. Llegado el caso, eran atendidos y convalecieron en sus propias residencias hasta su curación o fallecimiento. Como únicas excepciones, cabe citar a contados miembros de algunas familias de la burguesía local, como doña Cons-tanza Lindo, hermana de don Gregorio Lindo, guarda mayor de la Real Aduana, que entró para ser uncionada en 1760; y doña Leonor Cullen y They, moza soltera de 59 años, atendida por dos veces, una por «siurgia» (1809) y otra por hidropesía (1811). Oficios Entre las actividades laborales más comunes de los hombres se incluyen jor-naleros y peones, labradores y «servicio del campo»; pescadores y marineros de múl-tiple origen; oficiales y aprendices, zapateros, carpinteros, albañiles, pedreros, curti-dores, herradores, toneleros, carreteros y arrieros de la ciudad y «de la otra banda», barqueros; y otros más esporádicos: hortelanos, viñateros, serradores (de Garafía), carpinteros de ribera, «mercadeles», cocineros, molineros, montañeros y pastores, «orchilleros», sepultureros, alguaciles, ministros de la Iglesia, pregoneros, así como otras profesiones más raras como un procurador de causas, un espadero y un sastre portugués enfermo del juicio que ingresó en 1775. Los sederos se hicieron numero-sos en las décadas finales del siglo xviii y principios del xix. Mozos y asistentes de ambos sexos, cuya profesión era «servir a un amo»53, fueron particularmente abun-dantes, criados adscritos a las casas o a los miembros de las familias más pudientes y también a los conventos de frailes y monjas54. El personal sanitario (hospitaleras, amas de cría, sangradores) también era frecuentemente atendido o uncionado tras caer enfermo. Las ocupaciones femeninas se limitaban a amas, criadas, mozas sir-vientes, aguadoras. En 1810 y 1811, las mozas solteras, con edades comprendidas entre 15-18 y 84 años, representaban el 56,3% de las mujeres hospitalizadas, segui-das por las casadas (24,6%), con edades entre 24 y 69; y las viudas (19%), de entre 31 y 64 años. 50 Durante estas tres décadas fueron enterrados en la parroquia matriz de El Salvador 116 esclavos, en la del hospital 69 y tan sólo siete en los conventos de frailes y monjas de la ciudad. Véase APSSCP: Libro i de defunciones (1637-1642). 51 Valentín Méndez, morisco, fue enterrado en la iglesia del hospital en 1584. 52 En el tratamiento y purga de «Antón, yndio de Roberto Hernández», se gastaron cuatro onzas de unción y otra de hoja de sen en 1660. 53 Enfermo gálico, Matías Hernández (natural de La Galga y vecino de la ciudad, de 35 años) ingresó en mayo de 1808; su «oficio servir a un amo». 54 En 1657, se enterró a Pedro, «que servía a las monxas». Francisco Cordero, criado de los frailes franciscanos, natural de Barlovento, entró en la casa hospital, tullido y con más de 70 años, en septiembre de 1699. Moza de las hijas de don Pedro Pinto y criado de doña Antonia de Sotomayor res-pectivamente, Clara y Mariano de la Concepción ingresaron en 1770 y 1781. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 204 4. CUADRO CLÍNICO: ENFERMEDADES, AFECCIONES Y PADECIMIENTOS Tras la creación de la Junta de Caridad en 1782, comenzó a llevarse un registro (más completo a partir de 1802) de entrada y salida de enfermos, con indi-cación de edad, naturaleza y vecindad, estado civil, oficio, enfermedad y tiempo de estancia en la casa. Las enfermedades infecciosas eran las que afectaban a un mayor número de enfermos, en primer lugar la de «gaélico» o «gaélica», sinónimo de sífilis, tanto en hombres como en mujeres y niños. De los 200 pacientes atendidos en los años de 1810 y 1811, constituían el 40,5% del total (81), un 40% entre los hombres y un 37% entre las mujeres, cifra que aumentaba en algunos colectivos, como las mozas con edades comprendidas entre los 15 y 40 años (56%). Los niños hospitali-zados lo fueron en un alto porcentaje (76,92%) por esta razón. El tratamiento más común era la unción sobre las llagas, que a veces recibían madre (mozas solteras en todos los casos) e hijo al mismo tiempo55. Por «bubas» (nombre por el que también se conocía esta enfermedad venérea), recibieron este método de sanación, en marzo de 1803, José María y María de los Dolores Rodríguez, Antonia Felipe Rodríguez, Francisca de la Cruz Rodríguez y Tomás González Ladillo, de 14, diez, nueve, tres y dos años respectivamente. El «erpie» (herpes) se cebaba en especial con las muje-res de todas las edades, mozas, viudas y casadas; mientras que las tercianas y las «fie-bres ardientes» aquejaban a los soldados enrolados en los batallones y regimientos militares. Miembros dañados y «derriscamientos» figuran entre los traumatismos. El 18 de enero de 1693 entró Domingo Bernal, del barranco de Aguacencio, con un pie dañado «del qual se cortaron dos dedos y salió sano a fines de abril de dicho año». Desde el término de Los Sauces fue traído en unos varales Antonio Martín «por auerse derriscado», acompañado de su hija, en mayo de 1775. Entre los «bal-dados » se cuentan jornaleros, labradores, molineros, curtidores, peones, pedreros, carpinteros, marineros, pescadores y mujeres casadas. La lista de enfermedades incluía toda clase de dolores, síntomas y afeccio-nes: en primer lugar, la «siurgia», la «hinchazón» y la «hidropesía» (que acompañaba a muchas muertes, especialmente femeninas); «un edema», «un dolor», «dañado» o «dañada», «inflamación de garganta y dropesía», causa de la muerte de don Joa-quín de Montesdeoca Hurtado, sangrador del hospital; «ampollas», «afecto cutá-neo », «ysipela» o «edisipela» (erisipela), «tiricia» o «etirisia» (ictericia), sarampión56, «calenturas», «fiebres», «obstruciones» (obstaculizaciones del conducto del hígado), «golpe» y «dolor de costado» (apendicitis), desde los 19 hasta los 60 años; «enferme- 55 Es el caso de Juana Pérez, de un año de edad, que ingresó en el hospital para recibir una unción juntamente con su madre, Josefa Domínguez, en enero de 1803; y de Rita de Acosta, moza sol-tera de 26 años, y su hijo Esteban José, de siete meses, que entraron en mayo del mismo año. En sep-tiembre de 1804 y en abril de 1805 lo hizo Josefa de los Santos, soltera de 25 años, primero con su hijo Pedro, de nueve meses, y luego con su otro hijo Diego, de cuatro años. 56 Por sarampión ingresaron el 25 y el 27 de marzo de 1809 un peón de 19 años y una moza de 21 –ambos vecinos de la ciudad– que salieron el 8 de abril siguiente. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 205 dad del pecho», «afecto de pecho», «accidente repentino», «opresión de pecho», «pun-tada », «puntada en el celebro», «ahogo», «sangre por la boca», «visantería» (disente-ría), casi siempre mortífera; «diarrea», «dolor de estómago», «mal de vientre», «dolor ventoso», «purgación», «empacho»57, «úlceras», «tumores», «heridas», «flatos», «flujo de sangre» y «mal de sangre» en mujeres casadas y viudas; «enfermedad de la vista», «resfriado», «enfermedad de la garganta», «hairadas», «ayre» en mozas, casadas y viudas; un herrero, un marinero y una casada con «asma»; «perlesía», en casos de jornaleros, labradores y hombres y mujeres de muchos años; «romatismo» y «dolores romáticos» en todas las edades; «dolor siático», «sabañones», «sarna», «enfermedad del juicio» y «locura» en jóvenes y ancianos58; tullidos y tullidas en avanzada edad al borde de la muerte59 y alcoholismo; sin que se excluyan, entre las enfermedades, la «necesidad» y «la extrema necesidad», la «vejez» (desde los 55 hasta los 90 años) en solteros y solteras, viudas y viudos; o ambas cosas a la vez; incluso se cita simple y llanamente el «hambre»60. También hubo casos de lepra, en una moza de 17 años y en una viuda de 48 años, naturales y vecinas de Mazo y Barlovento, respectiva-mente; de tisis o tuberculosis, en un labrador soltero de 30 años, vecino de Los Sau-ces, que ingresó en 1807; o de «excópulas», en una viuda de 31 años. La exposición a las enfermedades infecciosas fue causa de contagios tanto para el personal sanita-rio como para los familiares más próximos. María Carballa, vecina de la ciudad, se infectó en julio de 1677 «por haber venido a asistir a su marido». La brutalidad de la época se refleja en los casos de apaleamientos y malos tratos. El 22 de diciembre de 1805 entró un mozo soltero de 22 años, natural del pago de Las Ledas, «apaliado», y otro de 36 años, natural de San Pedro, «herido de palos». Tan sólo 12 años de edad contaba Lorenzo José, natural del lugar de Bue-navista, que estuvo convaleciente desde el 9 hasta el 11 de febrero de 1805 a causa de una paliza. A lo largo de 1805 y 1806 ingresaron cuatro pacientes por la misma razón: Miguel Marcial, natural de Mazo, casado, peón de 33 años, el 22 de enero de 1805; Domingo Hernández Baquero, natural y vecino de la ciudad, pedrero de 53 años, el 13 de enero de 1806; Pedro Martín, de Mazo, soltero de 30 años, jor-nalero, el 7 de febrero; y Andrés Cordobés, mozo jornalero de 43 años, también vecino de Mazo, que murió a consecuencia de las lesiones sufridas el 5 de octubre de 1805. Por su parte, Manuel Barrete, marinero soltero de 28 años, fue internado en septiembre de 1805 aquejado por una puñalada. 57 Margarita María Luis, moza soltera de 50 años, murió de empacho el 24 de enero de 1805, al día siguiente de su entrada. 58 Con 89 años de edad falleció, el 1 de junio de 1806, Antonio Pérez, mozo y sirviente, natu-ral de Los Sauces y vecino de la ciudad, que había ingresado por locura el 18 de mayo anterior. «Ague-dita Hernández», moza de 25 años, natural y vecina del caserío de Las Nieves, entró el 27 de febrero de 1808 aquejada de la «enfermedad del juicio» y salió el 25 de abril siguiente. 59 En abril de 1694, entraron en la casa –por su «mucha necesidad»– Domingo Pérez, vecino de Velhoco, y Francisca Hernández, mujer de Sebastián Gómez, vecina de Buenavista. Tullidos –con más de 80 años de edad cada uno–, fallecieron poco tiempo después. 60 Tomasa Sosa –moza de 24 años, natural de Garafía y vecina de la ciudad– entró enferma en la casa-hospital el 16 de abril de 1803; «su enfermedad», «hambre». Salió cinco días después. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 206 5. DIETA Y ALIMENTACIÓN Según reglamentó la Junta de Caridad en 1782, a cada enfermo debía dár-sele «lo mejor, y solamente lo que sea necesario, pues es poco gouierno el señalarles ración de pan o de carne quando los vnos pueden necesitar más y los otros menos». Se preparaban dietas para los uncionados o para algunos enfermos con necesida-des especiales o «con mucho fastidio», a quienes, por prescripción facultativa, se les daba, según los casos, chocolate, huevos mejidos, leche «de bestias» o de burras («un novenario» habitualmente), leche de almendras y leche de cabras61. Las dietas de los uncionados incluían gallinas (1746-1747), leche (1773-1781), pasas y huevos meji-dos (1764-1765). Se hacían igualmente lavativas y enjundias con huevos y azúcar y «sustancias de pan y caldo para distintos enfermos». Calificada como «vn orror» por el mayordomo del hospital, estas preparaciones consumían muchas libras de pan traídas de casa de la panadera, como se denuncia en 1774 y en 1779. La grave falta de camas y el impedimento de algunos enfermos obligaban también a dar las raciones de pan y otros auxilios en las casas de los propios pacientes con el consejo del médico (1756-1757). La base de la alimentación ofrecida diariamente era una ración de carne (de seis onzas en 1814) y otra de pan, según se dice en 1784. Com-prada en la carnicería, «según estilo» era costumbre pagar al marchante seis cele-mines de centeno como regalía o gratificación por el cuidado y puntualidad de la carne. Casi un 70% de la que se consumía era de carnero y, en su defecto, de vaca y de chivato62. Dentro de este capítulo figuran en la dieta de los pacientes la cabeza, carne y asadura de carnero, cabra, cabrón y «cabroncillo»; vaca y ternera; borrego, cordera y oveja, puerco o «serda», carne salada y excepcionalmente el conejo (1712- 1713). A falta de carnero o por prescripción médica63, se servían huevos, gallinas y aves (pollos, capones, palomas, pichones) a purgados, paridas, niños hospitale- 61 En 1800 se gastaron 14 reales y medio de plata en huevos para una enferma que no tomaba «otro alimento que huevos mejidos y leche». 62 Según reflejan los mayordomos de la casa en sus descargos, el gasto anual de carne a finales del siglo xviii fue de acuerdo a la siguiente síntesis: en 1794, 1012 libras de carnero «en enfermos muchos y algunos niños puestos en la cassa» (102 libras a 20 cuartos, «que fueron las vnicas que pude lograr que el marchante diera a dicho precio», y las restantes a real y medio de plata la libra); en 1795, 708 ¼ libras de carnero –a 1 ½ reales de plata– y 96 libras de vaca –comprada por disposición del médico, a real de plata la libra–; en 1796, 997 ½ libras de carnero –a 1 ½ reales de plata la libra– y 82 ½ libras de vaca –a 12 cuartos– y 10 ½ libras de chivato –a real de plata–, gastados «en los muchos enfermos que ha habido, entre los quales a los portugueses y soldados se les dava vnas vezes a media libra al día y a otras a tres quar-tas, en que se incluie también la dada a la ama Josefa y algún niño de año puesto en la casa»; en 1797, 600 libras de carnero y 89 y media de vaca y chivo –542 a dos reales la libra y el resto a real y medio–; y en 1798, 1100 libras de carnero –a dos reales la libra– y 164 libras de vaca y chivo –a real y medio la libra–. 63 En diversas ocasiones, su consumo se justifica para «mesclar con la carne cuando no era sufi-ciente » (en 1774-1779), por faltar la carne de carnero (en 1784, 1787-1788 y 1802), «por haber faltado el marchante con el carnero» (en 1786), por precisarse cuando entraba «algún enfermo en los días que no havía carne sino para los que estavan en la casa» (en 1799); o «en un día que faltó la carne» (en 1808). REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 207 ros, amas de la casa de avanzada edad o enfermos «que la apetecían»64. Las gallinas (compradas, entregadas por los arrendatarios o recogidas de limosna) también se comían en algunos días especiales de la casa (Asunción, Concepción, Pascua o día de Reyes) o mezcladas con la carne cuando esta no era suficiente. Destinado a los sirvientes del establecimiento (amas, criadas, sacristanes), el pescado, fresco (sardi-nas, chicharros, caballas, cabrillas, viejas, abadejos, samas o pargos, picudas), salado o seco («merluseto», bacalaos, arenques, pargos grandes) formaba parte del gasto ordinario en el siglo xvii, no así en el siguiente65. Los huevos, ofrecidos de regalo con frecuencia por campesinos y granjeros (al igual que los quesos), se gastaban en abundancia en lavativas, en los niños expósitos y en la cena de las noches, en las que sustituían a la carne. Se preparaban mejidos (batidos con azúcar y agua hirviendo). En 1764-1765 hubo escasez de huevos por el sarampión. Unos cuatro almudes de garbanzos se gastaban por lo común a lo largo del año, además de otras legumbres como arvejas, habas, chochos (1712-1713), lentejas y chícharos (blancos y negros) procedentes de las limosnas del campo y de los arrendatarios del hospital. Con gar-banzos, chícharos, cebollas y azafrán se cocía el «puchero de los pobres enfermos» (1738). Ambas legumbres se cosechaban en las tierras que el hospital poseía en Tija-rafe66. Para completar su consumo se compraban algunas cantidades más (dos almu-des), como los garbanzos de Lanzarote traídos en 1786, 1797 y 1805. El arroz apa-rece en la dieta en el siglo xviii, primero puntualmente (1706-1707) y después de manera más regular (1758)67; mientras que los fideos se mencionan por vez primera en 1812. A principios del siglo xix (1800-1815), se gastaban habitualmente unas dos libras de arroz todos los meses, compradas en la tienda del comerciante don José Gabriel Martín, vecino del barrio del hospital68. En los días de invierno durante el 64 Las cuentas mencionan el gasto de «algunas aves para los enfermos» (en 1616); de una gallina para un purgado (en 1637-1638); para «la moza que parió en el hospital» (en 1644); las que se compraron para «un mulato portugués, marinero del navío de Jerónimo de Molina», que entró a curarse (en 1646) y «para dar sustento a Joseph Rosa que estaua mui necesitado» (en 1786); de una gallina «que apeteció un enfermo» y de otra para la «espitalera de la Montesdeoca» (en 1787); de la que se dio a «la Galana» (en 1789), a algunos enfermos y al ama Josefa (en 1795); de ocho gallinas para «los portugueses, solda-dos y otros nececitados» (en 1796). 65 Los gastos anuales recogen un real de pescado y otro de sardinas para los sirvientes en 1637- 1638; un canasto de sardinas que dio de limosna el capitán Nicolás Massieu en 1648; o las cabrillas fres-cas que el sacristán llevó del muelle en 1647. 66 Los tributarios de las tierras donadas en 1607 por Sebastián de Pais el Perulero en Tini-sara (Tijarafe) pagaban una fanega de garbanzos en 1649, tres celemines en 1701 y dos a partir de 1744, embarcados por el puerto de Candelaria y puestos en la casa hospital a finales de agosto de cada año. Véase AMSCP: Legajo 629, n.o 2, libro de fundo y relaciones (1800), ff. 45 r. y 46 r. 67 En 1810 se gastaba «en días señalados por modo de principio a los enfermos y quando el médico lo receta». 68 Desde que compró el solar en 1804, construyó su nueva residencia frente a la puerta de entrada al centro sanitario por el barranco; conservada en el día, se halla en el número 7 del orden actual de la calle Pérez de Brito y cuenta con fachadas orientadas hacia la avenida El Puente (antes, cauce del barranco de Los Dolores) y hacia la calle Pérez Volcán; véanse los detalles en Pérez Gar-cía, Jaime (1995): Casas y familias de una ciudad histórica, la calle Real de Santa Cruz de La Palma, REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 208 almuerzo se servía a los pobres leche de almendras cuando faltaba la carne (1797). Las papas también se incorporan tardíamente (1795), cosechadas por el medianero de la hacienda de Buenavista69. A partir de entonces, se consumen con regularidad a razón de dos almudes mensuales (1802). Las verduras y hortalizas (cebollas, calaba-zas, ajos) se empleaban en el «puchero», buena parte de ellas, obtenidas de las limos-nas del campo. Tres docenas de calabazas se gastaron en un año (en 1639) fuera de las que dieron de limosna. Las especias resultaban imprescindibles para condimen-tar la comida y el puchero: clavo, pimienta negra y sobre todo azafrán o «azafrán seco de España»70, además de hierbas como el cilantro, el perejil, el «achote» (1711- 1712), la matalahúga (anís) y la canela para la repostería, medicamentos y sudade-ros. De olivo era el aceite del «gasto común», «para comer» o «para la cocina» de los enfermos, empleado también en las lámparas de la iglesia y de los salones; mientras que el de pescado, de ballena, de «loro» o de «laurel», o «aceite de luz», se utilizaba «para los candiles» o «para alumbrar» la casa. Según se explica en 1810, el azúcar se gastaba en pedacitos en los enfermos de unción, refrescos, limonadas y horcha-tas para los pacientes, en la preparación de algunos alimentos y en la composición de algunos medicamentos; y el vino cuando el médico lo recetaba, «a los enfermos, ancianos y débiles y aún a los expósitos de año», para diferentes remedios y para «los pobres mendigos en tiempos lluvia y frío» (1692-1694). Al igual que con el trigo, su consumo fue racionado en 1603 por el obispo Martínez Ceniceros entre los sir-vientes del hospital para evitar gastos superfluos. Según su recomendación, resul-taba más barato hacerlo en dinero, «quatro, seis u ocho maravedís o los que fueren nesesarios, que no darles vino», vendiendo «el que se allegare de limosna». Advertía de sus riesgos para la salud de los enfermos, «de donde se sigue que se les alarguen más sus enfermedades y al cabo no salgan curados». Por el contrario, tan sólo se les daría cada día «sigún lo quel médico mandare y no más». Dulces, pasteles, bizcochos, bizcotelas, rosquetes y sobre todo «cajetas de membrilladas» (a base de membrillos y miel de abejas)71, «cajas de pera» (1764-1765) y cajas de conservas se elaboraban «para rregalo de los enfermos» (1615), con fre-cuencia a modo de limosna de los bienhechores. Como acto de caridad, los mayor-domos del hospital tenían por costumbre repartir entre las personas piadosas cajas vacías para que las llenasen de conservas en sus casas72. Durante las fiestas señala-das del año se brindaban a los pacientes y pobres recogidos y a los trabajadores de la institución (amas, sacristanes, capellanes, médicos y cirujanos) platos especiales Santa Cruz de La Palma, Cabildo Insular de La Palma-Colegio de Arquitectos de Canarias (Demar-cación de La Palma), pp. 236-240. 69 En ese año el medianero de dicha hacienda entregó 2 ½ fanegas de papas a 15 reales la fanega. 70 En 1635 Ángela Hernández entregó 50 reales al ama para gastos de la casa en «asafrán, pimienta y otras espeserias y ortalissas como consta de la quenta que la dicha dio». 71 Desde 1627 aparecen con regularidad «cajetas de membrilladas» y «panes de mebrillada». 72 Dos docenas de cajas vacías se distribuyeron con ese objeto entre los bienhechores en 1756- 1757. En 1788 el presbítero don Felipe Benicio de León, mayordomo del hospital, compró otras 24 cajas de conserva repartidas «con algunos fieles quienes las llenaron de dulse para el gasto de los pobres enfermos». REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 209 en el almuerzo, especialmente dulces: «cubiletes» de carne preparados con manteca de puerco y especies, asaduras, gallinas y frascos de vino (1785), «templas de biz-cotelas » (1764-1765), rosquetes, bizcochos y pasteles, con los que también se obse-quiaba a los predicadores invitados o a los estudiantes que representaban las come-dias (1648). Así se hacía en Navidad, Año Nuevo y Reyes, Jueves Santo y día de Pascua, así como en las dos fiestas que celebraba la casa: la Asunción y la Concep-ción de Nuestra Señora. Algunos de los dulces más tradicionales de la repostería de la isla aparecen desde antigua fecha, como sucede con las populares «rapadu-ras » palmeras (1712-1713) y almendrados, documentados desde 1654, hechos con azúcar, huevos, limón y almendras73; o las «roscas» de pan de manteca que aún se hornean por el mes de diciembre en La Sabina y en Hoyo de Mazo, ofrecidas a las amas y mozas por Pascua de Navidad74. En el postre de los enfermos también figu-ran frutos secos, pasados y de temporada: «almendras de la otra banda»75, pasas, ciruelas, brevas e higos pasados, castañas y plátanos (1647). A los niños expósitos se les nutría, mientras estaban en la casa, con miel de abeja y jaleas, aceite dulce, miel mezclada con aceite y con harina, papisas, zahínas, poleadas y gofio (1814- 1815), vino para sopas (1646) y aceite para migas. Un almud de almendras y una libra de azúcar blanco se dieron en 1666-1667 a María Normán «para almendradas del niño Juan, que se murió luego». A principios del siglo xix (1802-1810), el hos-pital compró algunas cabras que varios mozos y criadores de las proximidades de la población (del barranco de los Dolores, Velhoco y Mirca) se ocupaban de cuidar, dar de comer y conducirlas al hospital para amamantar con su leche a los niños por la mañana y por la tarde, trabajo por el que recibían 20 cuartos por cada día o un real cada semana76. Los infantes en estado de mucha delicadeza, de más de un año, eran alimentados con leche, bizcochos, azúcar blanco y mascabado y caldo, además de muchos huevos mejidos77. 73 El 14 de septiembre de 1654 se gastaron dos reales y medio en azúcar y almendras «para vnas almendradas para vnos enfermos». 74 Se citan en 1808 y en 1812-1813. En las cuentas de estos últimos años figuran un almud de trigo y manteca de Flandes para cuatro roscas «que se dan a las amas por las pasquas de Navidad». 75 En 1673-1674 se recibió un almud de almendras, «manda de un hombre de la otra uanda». 76 Once pesos y seis reales de plata importó comprar y mantener una cabra para dar leche a los expósitos por espacio de cinco meses, con la soga para amarrarla y un real cada semana al que la traía al hospital mañana y tarde (agosto de 1810). Otros cinco meses la tuvo Manuel García, de Mirca. Un año después, otra cabra permaneció en la ciudad durante tres meses dando leche a los expósitos, ade-más de un mes y días que estuvo en mantenimiento en Mazo, «donde murió de la enfermedad que lla-man aquí tetera». 77 Con azúcar blanco y mascabado se alimentó «por más de dos meses vna niña que entró en la casa ya criada enfermita que se mantenía solamente con gueuos mejidos y caldo en refrescoz» (1773- 1774). Según se dice en 1774, en el mantenimiento de los niños expósitos se gastaban muchos huevos. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 210 6. TRATAMIENTOS CURATIVOS Y MEDICAMENTOS Los gastos de botica y boticario suponían un elevado desembolso para la casa-hospital. 836 reales y medio se pagaron a Juan Bautista Izquierdo por «purgas, letuarios, jaraues e ynguentos, unceón y otras drogas que dio para curar los emfer-mos » durante 1628-1629. La botica del padre franciscano fray Diego Casanova pro-porcionó los medicamentos recetados por el médico del establecimiento. Hijo de «la Casanova» (Isabel de Casanova), en cuya tienda se compraba azogue, aceites y plan-tas medicinales para la casa, elaboró purgas y onzas de unción para diferentes pacien-tes desde al menos 1654 hasta su muerte en 1678. Otra farmacéutica, Ana «la boti-caria » (Ana Francisca), vendió diferentes remedios para la curación de los enfermos desde 1697 hasta 1710. Se conservan las relaciones de los medicamentos hechos por el médico Tomás Colón en 1765, con purgas, vomitorios, ungüento aperitivo, pape-les de polvos, purgas de píldoras, polvos absorbentes, píldoras antihistéricas, coci-miento catártico, ungüento nervino, media onza de diapalma, polvos mercuriales; por el doctor don Domingo Ximénez en 1788, con ungüentos, purgas, vomitivos, polvos y bebidas; y por Jacinto Cullen en 1789, con purgas, papeles de polvos, dosis de purgantes, un «emplasto matrical» y otro antihistérico, un ungüento precipitado, zarzaparrilla, una bebida, onzas de maná y agua de canela. Para pesar los medica-mentos enviados de la botica, el mayordomo Francisco Salcedo, presbítero, compró unas balancitas en 1795. De Cádiz procedían los que en 1812 se compraron en 26 pesos a don Luis van de Walle, que, por necesitarlos una enferma (María de la Con-cepción Cachita), «los soltó en dicho precio». A falta de boticario en la ciudad, los remedios se preparaban en la casa-hospital. Para ello se compraban, por orden del médico, en las tiendas y en las casas particulares78 diferentes plantas medicinales, elementos químicos potencialmente tóxicos para la salud como el azogue o mercu-rio y el albayalde y diversos productos farmacológicos: zarzaparrilla, almácigo, alhu-cema, hoja de sen y caña fístula, ambas laxantes naturales; alcanfor y solimán (plan-tas que se usaban con fines medicinales) para lavar heridas y pinchazos, trementina o «termentina» (oleorresina semifluida que también se usaba para curar llagas), raí-ces, rama, hierbabuena, «manzanilla y otras hierbas medicinales» (1810), onzas de maná (1746-1747), lamedor de Agraz (1809), zumo que se extraía de la uva aún sin madurar; «palo encarnado», «palo dulce» y «palo morado», aceite de loro, de bayas y de «vagas para unturas», aceite de linaza para ungir, higos blancos, canela (para sudores), azafrán (para emplastos y madurativos), vino y aguardiente para lavar lla-gas y heridas, vinagre para gárgaras y vegigatorios (1797), piedra alumbre (para heri-das), jabón y jabón de castilla (para madurativos y medicamentos), velas de Flandes para remedios, miel de abeja, azúcar blanca y mascabada (empleada en la compo-sición de algunos medicamentos), baña o manteca de puerco... Tanto el aceite de oliva como la baña de cerdo y la manteca de vaca (al igual que el azúcar) se prepa- 78 En casa de Águeda Jorxe se compró una onza de hoja de sen y en la de «la Casanova» el azo-gue (80 reales) consumido en la casa-hospital en 1637-1638. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 211 raban con pétalos de rosas maceradas y esencias para hacerlos «rosados» y «viola-dos » (1756-1757), dados sus efectos curativos sobre la piel. Con manteca de puerco se componía «el mercurio quando no lo había en el botiquín de la casa» (1810). En las lavativas de los enfermos se gastaban muchos huevos, además de azúcar blanco y mascabado. Igualmente se preparaban aguas e infusiones (para las que se hizo una cafetera en 1811), agua de «borraja y almirones» (1769-1771), «agua de cebada para tomar algunos enfermos» (1798). Los frascos de «agua de la reina» (1789) eran tóni-cos y extractos aromáticos de romero y aguardiente. Para preparar las unciones y baños se empleaba azogue o mercurio (1602), aceite y azúcar, unto y baña de puerco, albayalde y trementina (1639); y para las poleadas de los uncionados harina y miel de abeja. Una libra de «theziaca fina de Benecia y media libra de lebentina para la cura y unçiones de los enfermos» vendió en 1646 un cirujano alemán «que bino en un navío ynglés a este puerto». En la primavera de 1647, el boticario Andrés Gon-zález Ximénez preparó una olla de unción con azogue, albayalde, incienso y jengi-bre para curar a los enfermos de bubas. Dos años después realizó otra unción con almendras, dos onzas de hoja de sen, dos libras de «baña pes griega», cera de ungüen-tos, aceite de pescado, ocho reales de bacalao, ocho reales de «adriaca termentina», albayalde, media libra de azogue, piedra lumbre, incienso y otros aceites e ingre-dientes. Con aceite de linaza y albayalde se untó a dos pobres que tenían las manos quemadas después del incendio que asoló la manzana situada frente a la iglesia del hospital en 1798. El vino, el aguardiente y el vinagre se utilizaban para los suda-deros y con él se daban baños y se lavaba a los enfermos y uncionados. El primero se tomaba en infusiones con retama (1812-1813) o en cocimientos79. Para curar a los pobres se usaba el vino blanco (1786). Ungüentos, pomadas y bálsamos se apli-caban sobre llagas y heridas o para sanar y aliviar las infecciones de niños expósi-tos o deficientes mentales80. En la elaboración de los ungüentos se empleaban dife-rentes sustancias grasas: cera blanca (1637-1638) o amarilla (1786), resina (1805), cebo (1809), aceite y aguardiente (1785), jabón y albayalde (1787-1788). Ungüen-tos de palma, de albayalde y «sanalotodo» constan en las cuentas de 1787-1788. Las «pócimas y jarabes» (1599-1639) se hacían con hoja de sen, azúcar, zarzaparrilla, hierbas y raíces. La miel de caña, la de abeja y «la miel gruesa» se usaban «para ayu-das y otros medicamentos» (1692-1694) o para las llagas (la de abeja) de los enfer-mos de «ciurxia» (1788); el vinagre y manteca de puerco para cataplasmas (1802), el aguafuerte, la pólvora y el vinagre como desinfectantes81. Según consta en 1810, el jabón lo recetaba el médico para baños (1810), mientras que el aguardiente se gas-taba sólo en baños con pólvora y alcanfor. Con un emplasto para el ombligo, sanó Josefa Manuela, una niña de dos años de edad «que dicen que está por él quebrada» (1756-1757). El lino servía para atar los pulsos (1798), para «cortar la mano a un 79 La mayor parte del vino tomado por los enfermos en 1812-1813 fue en infusión con retama. En 1797-1798 se pagó un real y 12 maravedís «a quien traxo dos fexes de retama para componer un vino con la senisa». 80 En 1789 se gastó un real de plata en el ungüento que se dio a «Chepa la boba». 81 En 1808 se empleó pólvora y vinagre en la muerte de una hética. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 212 pobre» (1704-1705), para las heridas (1706-1707) o administrar la sagrada unción a los enfermos (1773-1774). Dos libras de estopa se emplearon en 1709-1710 para curar a los «yngleses enfermos» y media vara de bayeta y un real de papel vaso para «enbilmar la pierna de un herido» en 1797. Vendas y vejigatorios se confeccionaban con coleta82, lienzo casero (1800), lienzo portugués y especialmente con crea (1796). En junio de 1811 se compraron a don Félix Baptista 50 varas de este tipo de tela cruda de algodón para hacer vendajes «a pedimiento y con dirección de los faculta-tivos ». En la operación que se practicó ese mismo mes a un «hombre derriscado en la fábrica» de la casa del mencionado Félix Baptista, se gastaron 10 reales de plata en hilo para coserlos, además de un frasco de vino y cuatro reales de bizcochos para los facultativos, sangradores y otros operarios que asistieron y velaron. Con lienzo portugués se hacían de igual forma las toallas con las que se limpiaban los ciruja-nos (1796). Las mantas y sábanas gastadas por el uso se aprovechaban para apli-car las unciones y purgas; y las sábanas y camisas viejas para amortajar a los difun-tos, cosidas en la casa con hilo. El presbítero don Antonio Salazar y Carmona dejó, a su salida como mayordomo en 1774, un baúl lleno de ropa para mortajas, solici-tada a algunos particulares y al veedor de la isla de Tenerife, al que pidió por carta que le enviase distintas mantas y sábanas de los expolios de los soldados difuntos. 7. HIGIENE: ALBEO, PINTURA Y LIMPIEZA Como medidas higiénicas, las salas de enfermos, cuartos de héticos, de unciones y de la cuna, patio y corredores, portería, comedor y habitaciones del per-sonal del establecimiento se encalaban y albeaban habitualmente y se evitaba que el aire infecto de las enfermerías pasase a otras estancias. En 1773-1774 se encaló el corredor «assí por arriua como por deuajo» y se albeó y fregó toda la casa. A juz-gar por la documentación, estas medidas higiénicas se incrementaron además en la segunda mitad del siglo xviii con fregados de salas y enfermerías e incineración de la ropa, sábanas, colchones y camas de los enfermos contagiosos y de la ropa de las unciones. Esta operación tenía como escenario la playa, con madera de tea propor-cionada o comprada para este fin. De ello se encargaba el sepulturero, retribuido en diferentes ocasiones por quemar las camas y colchones de los enfermos muer-tos «por enfermedad pestilente» (1756-1757, 1764-1765, 1785), la «ropa de los héti-cos » (1756-1758, 1771-1773), la «ropa inficionada» (1785) o la «ropa de la cama de Pillita» (1786)83. Los colchones de los pacientes se lavaban y se secaban además al sol, para cuyo objeto se colocaron cuatro estacas y dos «latas»84 en 1703-1704. De los fregados se encargaban una o varias mujeres, a quienes se les pagaba una módica 82 En 1743-1744 se hicieron unas vendas «para ligar a vm pobre que se hinchó» con dos varas de coleta. 83 En 1785 se le dieron ocho reales 15 maravedís al sepulturero, «1 real de plata por enterrar a una pobre y el resto por quemar su ropa, la ropa de unciones y comprar tea para dicho fin». 84 Sinónimo de varas. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 213 cantidad. 12 cuartos se abonaron en 1746-1747 a una mujer por fregar la sala alta; 32 maravedís a otra que fregó en 1785 la parte de la sala donde estaba Pedro de la Concepción; dos reales y 24 maravedís a quien fregó en 1798 la sala del ama de cría «por haber entrado otra de nuevo por estar ynficionada de lepra la que salió, incluso en este fregado la cuna y un taburete en el mar»; y tres libras de pan a las mujeres que fregaron la casa en los años de 1811 y 1812. Con alhucema (planta similar a la lavanda) se «alhucemaba» la ropa y se ambientaban y perfumaban las salas y enfer-merías, especialmente en los casos de enfermedades pestilentes85. El gasto de la casa incluía el «jabón de castilla» y el «jabón de cebo», este último sólo cuando había col-chas que lavar (1811). Para hacer la colada se usaba igualmente la ceniza (1697-1698). Desde 1797, también constan noticias de los colores y las pinturas aplica-das con el mismo fin sobre paredes, puertas, catres y cajas de orinales, y del alma-gre, añil, engrudo y aceite de linaza empleados en elaborarlas86. Las cristaleras no se documentan hasta 1764, cuando se colocaron los vidrios en las ventanas del cuarto de unciones, del coro, de las dos que miraban al patio en la sala alta de enfermos, de la del «cuarto de oir misa los convalecientes en la sala baja de enfermos» y de la de la sacristía (en estos últimos casos, ofrecidos de limosna). A partir de entonces se menciona regularmente la colocación de vidrios: en las ventanas de la enfermería en 1788, en las de las salas en 1795 y en «las vidrieras» en 1797; y la compra de «vidrios de vidriera» (una docena en 1784), de vidrios, a moneda, para las vidrieras, «tiz y aceite de linaza» para ponerlos (1800) y «vidrios y medios christales, a 2 reales plata cada uno, para las vidrieras de los salones por no encontrarse de los comunes» (1805). 8. ADMINISTRACIÓN DE LA CASA Y PERSONAL HOSPITALARIO: MÉDICOS, SANITARIOS Y SERVICIALES La administración del establecimiento corría por mano del mayordomo (en sus primeros tiempos conjuntamente con el hermano mayor o el prioste del hospi-tal), encargado de abonar los «salarios de la casa», pagar el trabajo o simplemente dar comida y vestuario a médicos, cirujanos y sangradores, amas enfermeras, cocineras y 85 En 1773-1774 se gastaron 16 reales y dos cuartos en alhusema, especialmente en la «sala de éticos», que estuvo «doz meses sin apartarse de ella por lo pestilente de la enfermedad de vn pobre que fue Gregorio el de Garafía». 86 En 1797 se pagaron 24 pesos a Tomás Ramos por el «ynporte de los colores y mi trabajo personal de las pinturas hechas en la casa ospital»; en 1800, ocho reales «de colores para pintura», dos de garras para engrudo y ocho reales al que pintó los salones; en 1802, ocho reales de plata por cinco onzas y media de añil compradas en la tienda de don José Gabriel Martín para la pintura del salón de mujeres; en 1805, diez reales de seis almudes de color almagre para los salones; en 1808, dos pesos por pintar las dos salas altas y albear las bajas con una fanega de cal conducida desde el horno a la casa; en 1810, 20 reales por pintar las cunas de expósitos con una libra de pintura azul y un cuartillo de aceite de linaza; y en 1811, 84 reales por pintar los «catres, caxas de orinales y salones», con inclusión de pin-turas, aceite de linaza, engrudo y pintor. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 214 de calle, amas de leche, mozas, criadas y esclavas, mamposteros o limosneros de hos-pitales, sepultureros y mandaderos, sacristanes, capellanes, sochantres y organistas. Mayordomos Según reglamentó la Junta de Caridad en 1782 en sus constituciones, el mayordomo debía ser «el sujeto que a toda ora tenga la inmediata inspección y gouierno en la distribución y manejo de las rentas y en su economía, como tam-bién en el cuidado de los pobres enfermos». Desde la fundación de la institución, fue desempeñado sin tomar sueldo alguno, únicamente por caridad con los pobres. Así lo mantuvo la nueva junta, con la salvedad de que, en caso necesario, no fuese hermano de la misma o dejase de serlo en adelante, «porque ha de ser máxima cons-tante de esta junta que ningún hermano se mueba por otro interés que el de Dios, sin mescla de los del mundo». Para tal oficio, se debía elegir siempre a un hermano con el «mayor zelo e inteligencia, pues de él depende en gran parte el arreglo y ben-tajas del hospital». A su cargo se hallaba el cobro de las rentas del hospital, «assí las del dinero, como de trigo, hazer las prouiciones para alimento y ropas y assí mismo el cuidado de la yglesia en las cobranzas, entradas y gastos y hazer las funciones y demás que corresponda a la capilla como capellán de ella». Como un «discreto des-pensero que solo dará lo que se nesesite», debía proveer de víveres a la casa y, en la última junta de cada mes, daría cuenta por escrito de lo gastado y cobrado, con dis-tinción de cosas y de ramos. Integrada por 24 hermanos, doce sacerdotes y otros doce seglares, la Junta de Caridad estaba presidida por un hermano mayor y un presidente, cargo que recaería siempre en el vicario eclesiástico de la isla. Además de un mayordomo y un contador para llevar la administración, entre los herma-nos se nombraba, por elección, a cuatro consiliarios o consejeros, dos eclesiásticos y dos seglares; además de un mayordomo, un secretario, un tesorero y un contador. Este último tomaría las cuentas anuales y llevaría registro de las limosnas recogidas cada semana, que, en caso de necesidad, entregaría al mayordomo para alimento de los pobres. En la junta de cada sábado se designaba a dos hermanos, uno de cada estado, para hacer los ejercicios de la semana siguiente. Juntos visitarían los pobres por la mañana y la tarde, y se informarán si se les ha dado de comer y qué ha sido la comida, si el médico y el cirurjano les ha uicitado (a lo que se les obligará dos vezes en el día) y si se les han administrado las medicinas recetadas. Reconoserán si las camas, las salas, la cosina y demás cosas pertenesientes a los pobres están con el aseo y limpiesa deuida y mandarán aquello que no esté con todo arreglo y sea nesesario para dar aliuio a los pobres, participándolo a la junta en el sábado inmediato, para que determine lo conveniente sobre ello. Otros dos hermanos, sacerdote y seglar, pedirían todos los miércoles limosna por las calles y otros dos se ocuparían de ir «a uer los pobres que pidan venir al hos-pital y reconocerán si son verdaderos pobres y si están enfermos y cuidarán de traer-los y acompañarlos al hospital, disponiéndose por la junta una silla para aquellos que no puedan conducirse de otra manera». En los lugares del campo se nombra- REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 215 ban hermanos supernumerarios para recoger y remitir las limosnas «para ayuda de esta santa institución por desfrutar todos de este beneficio». Médicos, cirujanos y boticarios Para la curación de los enfermos existía una plaza de médico y otra de ciru-jano, cuyos salarios se ajustaban según las medicinas, purgas y unciones que se obli-gaban o no a dar. El licenciado Juan de Cervantes87 lo hizo en 20 000 maravedís anuales, precio en el que se concertó en el cabildo de vecinos celebrado en julio de 1600 en la casa-hospital. Por 20 ducados se comprometió en 1616 el cirujano Juan Díaz de Portalegre a «curar y poner los yngüentes de su casa». Con la misma can-tidad fue retribuido en 1633-1634 el licenciado Manuel Ravelo, médico, aparte de otros 240 reales que cobró por 30 purgas que dio a los enfermos, «porque los demás medicamentos de xaraues y unçiones se hicieron en otra parte». A cirujanos y bar-beros se les pagaba en dinero por hacer «todas las sangrías neçessarias» (1618) o en trigo (cuatro fanegas al año) por «asistir a sangrar y curar las llagas a los enfermos» (1634-1636). Un boticario, ajeno a la casa, se encargaba, por lo común, de facili-tar medicamentos, pócimas y ungüentos. Por real cédula de Felipe IV firmada en Madrid en 1664, el rey autorizó al cabildo de la isla a contribuir con 50 000 marave-dís de sus propios y rentas para ayuda de conservar y dar salario competente al pre-ceptor de gramática y al médico, cirujano y boticario, ratificando la licencia anterior de 1654. A lo largo de los siglos xvii y xviii figuran médicos, cirujanos y boticarios andaluces, flamencos, portugueses, franceses, ingleses e irlandeses que trabajaron por cortos periodos de tiempo (el maestre Juan, flamenco, que sirvió desde abril a agosto de 1617 y dio purgas y jarabes; el inglés Thomas de la Haya, que hizo curas y medicamentos a varios pacientes en 1664; y el portugués don Tomás de Ocaña en 1769, todos ellos cirujanos) o se avecindaron en la ciudad, contrayendo matrimonio, como los andaluces Cristóbal Rodríguez, barbero, cirujano y soldado (1622-1633); Juan Bautista Izquierdo (1620-1629), natural de Jerez, médico y boticario, yerno del cirujano Bartolomé de Funes; el doctor don Jacinto Doménech (1635-1638), médico, natural de Tortosa; el doctor Daniel Merario (1652-1654), originario de Aviñón; el doctor don Francisco They, natural de Londres (1703-1738); y los médicos y boti-carios de origen irlandés Tomás Colon y Jacinto Cullen. El pintor y escultor pal-mero Marcelo Rodríguez de Carmona entró a servir de cirujano en 1788. De carác-ter díscolo y altanero, fue suspendido de su salario un año después. De hacer y dar unciones se encargaban igualmente frailes y «mujeres curanderas» (1779-1780). A mediados del siglo xvii se menciona sucesivamente a «la mujer que dio las uncio-nes » (1634-1636), a Francisca Luis Guzmán por dar las unciones en el discurso del año (1636-1638); a «Ynés Gomes la gusmana por las manos de vnciones que dieron 87 Contrajo matrimonio en la iglesia mayor el 3 de julio de 1596 con Juana Pérez, hija de Ana Pérez. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 216 a los enfermos de bubas por la primabera passada» (1646); y a «la Gusmana por dar las unsiones demás de lo que se le dio en los meses» (1649). Amas de enfermos y amas de servicio Aparte de atender a los enfermos, el trabajo del ama u hospitalera era, al mismo tiempo, de ama de llaves y enfermera, de modo que incluía la cocina, amasar y hornear el pan, limpieza de camas y aposentos y lavado de la ropa. En esta labor era ayudada por mozas y criadas y, eventualmente, por esclavas88. Para el sustento y gasto diario de la casa se le entregaban el trigo y el centeno, el vino, la miel, las especias y hortalizas, el jabón, etc., o el dinero para comprarlos; además de llevar la cuenta del grano que proporcionaba para sembrar en las tierras del hospital (1602- 1603) o de las sacas y cargas de carbón y leña gastados en el establecimiento «según memoria del ama» (1634-1636). Con el paso del tiempo, en el siglo xviii, se distin-gue entre «ama primera» y «segunda» o «ama de la casa» y «sirviente» (1738-1745), «amas de servicio de enfermos» y «de calle» (1788-1789), «ama de pobres» o «ama de enfermos» y «ama de calle» (1797). A principios del siglo xix (1800-1815), su número aumentó a tres: ama de llaves, ama de cocina y moza de calle o mandadera. El sala-rio del ama de casa y del ama sirviente era a mediados del siglo xviii (1738-1745) de 50 reales anuales y tres reales semanales para su conducto o sustento, aparte del trigo «para el pan de las amas» (seis fanegas al año, a razón de media fanega cada mes) o la ración entera de él que se les servía diariamente89. Debido a la dureza y a los riegos de su trabajo, podían ser relevadas al poco tiempo por otras amas, caso de María Simón, que, tras su sustitución, permaneció convaleciente en el estableci-miento durante algunos meses. Águeda Bernardina, ama segunda, murió en abril de 1739 después de haber sido hospitalizada desde septiembre del año anterior; mientras que Josefa «Furundela» reemplazó en 1775 a Josefa de los Reyes, ama de enfermos, que soltó la casa por la misma razón. Una ama de enfermos y tres «amas de mandados» cayeron enfermas en 1780, 1782 y 1783. Llegada la vejez, el hospi-tal corría con el sustento de las que permanecían en él. Retirada y mantenida por la institución a causa de su avanzada edad, al «ama Josefa» se le dio la pitanza de pan 88 Natural de la villa de Zafra, Inés Gutiérrez, ama del hospital, dejó por heredera a la casa-hospital en el testamento que formalizó el 12 de noviembre de 1586 ante Diego de Luján. En sus man-das dejó a Catalina, «esclava de la dicha casa, todas las camissas y rropa hordinaria que tenía»; y a Men-cía, «que sirve en el dicho hospital, doncella pobre», un colchón, una sábana, una fresada, una almohada y un faldellín pardo, todo de su uso. Declaró que Violanja Gómez, mulata retraída en él, le debía 10 rea-les de un manto; y Luis Buenaventura, capellán de la misma institución, cuatro o seis doblas por el alqui-ler de la casa donde vivía. «No murió de la enfermedad» y otorgó un segundo testamento el 16 de sep-tiembre de 1594, «ama de la cassa y hospital de Nuestra Señora de los Dolores de esta ysla de La Palma y moradora en ella, estando enferma del cuerpo, sana de la boluntad». APSSCP: Libro del cumplimiento de los testamentos, ff. 118 v.-119 r. 89 En 1799 el ama de pobres recibía tres reales cada sábado para su conducto y 45 reales anuales por su salario. Por su parte, el del ama de calle cobraba dos reales y medio cada sábado y 37 reales al año. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 217 y carne «hasta que murió» (1798), en lugar de trigo y de real y medio cada semana. El centro sanitario se encargaba de su vestuario y numerosas referencias recogen las tocas, mantellinas, jubones, justillos, camisas o cuerpos de camisas, sayas, faldas, enaguas, delantales y mantos comprados para uso de amas, criadas y servicialas. Por Navidad o las fiestas de la Concepción y la Asunción, «según costumbre» (1784), se les daba un par de zapatos, al igual que al sacristán y al mozo de calle. En algu-nos casos, ropa y comida fueron su única retribución. A las tres mujeres «que asis-tieron al servicio de los enfermos y niños» se les pagó, en 1633-1634, «con la ropa de dos muxeres que murieron en la casa, que fue la de Bosso Blanco y otra muxer de los Galguitos y algunas cossas que de la dicha caza y limosnas que se aprovecha-ron y no se les dio otra cosa». Un año después se dieron 10 reales al «ama para una saya porque no gana salario». Amas de leche Aparte de las amas de casa o de llave, en la casa-hospital existían una o varias «amas de leche», «de pecho», «de cría», «de cuna» o «nodrizas» con el fin de ama-mantar a los niños expósitos que caían en el torno ínterin permanecían en el esta-blecimiento90, algunas de ellas recluidas dentro de sus muros en régimen de prisión. Este servicio o plaza fue dotada en 1657 como obra pía por el capitán Luis Maldo-nado, quien en sus últimas voluntades testamentarias dejó 200 ducados «para que en dicha casa se conseruase vna ama de leche para que los niños que se expusie-sen a las puertas de dicha casa le diese leche mientras no hubiese quien los criase, a la que no pueden obligar los maiordomos críe más de aquellos que buenamente pueda»91. Su salario era algo más elevado que el de las otras amas92 y, como a ellas, se les daba una bula para que pudiesen comer carne los viernes, vigilias y cuaresmas, de manera que su leche no menguara por esta causa. Cuando se reunían demasia-dos niños en la cuna de expósitos, se contrataba temporalmente a una segunda ama de leche durante los meses que fuese necesario. Cinco reales 30 maravedís hizo de costo en 1796 «el conducto de otra ama de cría que fue precisso entrar para aiudar a la otra a criar los muchos niños que caieron en 3 sábados». 90 En 1764-1765, María de la Encarnación y Josefa Pérez Pechilango –viuda de Pedro Mar-tín Tripa– recibieron 60 reales por «su salario anual de media leche que paga la cassa para los niños que caen en el torno mientras los lleban a criar». 91 AMSCP: Legajo 629, n.o 2, libro de fundo y relaciones (1800), f. 179 r. 92 En 1799 se pagaron al ama de cría tres reales cada sábado para su conducto, 60 reales por su asistencia en la cuna y 120 por criar a un niño. Otra ama de cría estuvo mes y medio ayudando a criar a otros cinco niños a 12 reales al mes. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 218 Criadas Cuatro o cinco mujeres, doncellas por lo común, integraban habitualmente el número de amas, mozas y criadas. Entre 1669 y 1675 sirvieron en la casa varias de ellas, conocidas por sus nombres o sus apodos93. Durante más de 36 años lo hizo Francisca, causa por la que asistieron a su entierro, en 1671, los tres beneficiados de la iglesia mayor. Por entonces, falleció Margarita la «Capota», criada durante más de 14 años. Con más de 60 años murió en 1692 otra criada, Águeda Camacha, que «falleció derriscada de la escalera que sube a la sala»; y con 68 Isabel Blanco, criada de color pardo, que murió en noviembre de 1696, tres meses después de haber enfer-mado. A razón de ocho reales al mes, se pagó a Luisa de Riverol, de Barlovento, y a María «Mona», de La Breña, en 1703-1704. Lavanderas De la colada de la ropa de los enfermos se ocupaba el ama o el ama de ser-vicio o una lavandera o «muger que laba la ropa de la casa» (1771-1773), a razón de ocho doblas de salario en 1603-1609 o de 10 pesos anuales en 1773-1781. Tam-bién se pagaba a quien ayudaba al ama a lavar «la ropa en algunas ocasiones» (1673, 1707-1709) o unas sábanas «por estar enferma la ama» (1780-1781). En 1743-1744 se abonaron dos reales por su trabajo, además del real que cobraron por dejarlo hacer, a las dos mujeres que llevaron a lavar dos quintales de lana para dos colcho-nes a la Huerta Nueva. Esclavas y esclavos Las esclavas entraban a servir tras haber sido destinadas por sus amos a ese fin –en ocasiones ante la imposibilidad de poder pagar su curación en caso de haber caído enfermas–. En 1603 se inventariaron, entre los animales de carga, dos jumentos y una esclava «negra llamada Andrea que dejó Lucana Hernández, pri-mera muger de Diego de Luxán», vendida más tarde. En 1699, Beatriz Ana Cama-cho, viuda de Salvador Francisco, cedió al hospital otra esclavita negra de 20 años de edad para que, una vez restablecida, sirviese al mismo o fuese vendida94. Los des-cargos del año 1694-1695 mencionan a la «mulata de la casa» y a Isabel, «esclava de la casa» (suponemos que la misma persona), a quienes se entregaron un par de zapa- 93 En 1658 se dieron cinco pares de zapatos, por Navidad y Pascua de Resurrección, al sacristán, a las dos amas, moza y vieja, y a las dos «Franciscas», criadas, «Frasquita y la otra». Entre 1669-1672, sirvieron en el hospital las amas Beatriz García y Luisa Enríquez, además de las criadas Francisca, Margarita la Capota, Lorenza y María la Toronja; mientras que entre 1673-1675 lo hicie-ron las amas Ana Enríquez e Inés de los Reyes y las criadas Ana Gutiérrez, «la Camacha» y Lorenza. 94 APSSCP: Legajo «Hospital», n.o 11. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 219 tos, una toca y un jubón de gordalate. Otras veces los esclavos fueron donados para contribuir con su venta a la curación de los pobres del hospital. Así se hizo en 1673- 1674 con Juan de Lima, «negro que dio de limosna a la casa el yllmo. Rmo. Señor obispo de estas yslas», don Bartolomé García Ximénez. Comprado por el maestro de campo don Miguel de Abreu y Rexe, los 400 ducados de su importe se gastaron en jergones, sábanas y almohadas. Capellanes, sacristanes y organistas De la atención espiritual de los enfermos y del servicio de la iglesia y sacris-tía se ocupaban el capellán, el organista y el sacristán. Al primero, a los beneficia-dos de la iglesia mayor en su falta o a otros clérigos se les pagaba por las capellanías, memorias y aniversarios, cantados y rezados, fundados por los benefactores de la casa, por las misas de los miércoles, domingos y días de fiesta de todo del año, por las nueve de aguinaldo y por las de los difuntos fallecidos en el hospital. En 1814, los hermanos de la Junta de Caridad acordaron reunir todas las memorias en un solo capellán para que le sirviese de congrua, con la obligación de administrar los sacra-mentos y auxiliar a los moribundos. El sacristán cumplía, además, función de hos-pitalero, acompañando al médico y a las amas en las visitas a los enfermos, infor-mándoles de su estado y evolución y ayudándoles a «bien morir», según reglamentó en 1603 el obispo Martínez Ceniceros, quien dispuso igualmente que registrase en un cuaderno todo lo gastado diariamente con los enfermos y con los servidores de la casa en vino, aceite, gallina, carnero y demás. Su salario (ocho doblas en 1610) podía incluir, «por concierto», el sustento o el trigo «para su comer» (cinco fanegas anuales en 1634-1636)95. Se le daban los zapatos y disponía de habitación dentro del hospital. El sacristán podía actuar también de limosnero, pidiendo por calles y puertas dentro de la ciudad. Así lo hizo Gabriel de Sosa en 1633-1636. Sepultureros, mandaderos y otros serviciales Las cuentas de los mayordomos del hospital registran los pagos a diferen-tes hombres, mujeres, mozos y serviciales de la casa, asalariados o eventuales: al mulato que servía de almocrebe, al mismo por llevar unas «caxas al campo por el arrebato de mayo del año de 1601»; a Catalina González, «por el servicio della y su hijo» Perico; a Gaspar Francisco y al hijo de Pedro Gil, «que sirvió de almocrebe dos meses» (1602); «a la de Pedro Gil y su hijo por el servicio que va hasiendo en la dicha casa»; al «hombre que fue a Los Sauces en servicio del hospital» (1603); al ace-quiero Bartolomé González Agujetas, retribuido con un salario de 40 reales al año 95 Tras la muerte de Juan de León, su madre recibió 52 reales y medio del salario adeudado por el tiempo en el que había sido sacristán (1632-1633). REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 220 por aderezar y traer el agua al establecimiento (1627-1628); a los mozos que doblaron las campanas la noche de los santos, gratificados con un almud de castañas (1646); a quien iba a buscar raíces y hierbas para pócimas (1669-1676); al peón que plantó calabazas (1648); al que ayudaba a subir el trigo al granero (1810); al mulato que colgaba la iglesia (1634); al Cabrilla por enramarla y a Pedro el Tarcio por armar y desarmar el trono (1789). Un servicial o sepulturero solía actuar de enterrador, de peón y mozo de mantenimiento y reparaciones. A mediados del siglo xvii se cita en numerosas ocasiones al Chanco, apodo de Domingo González, por abrir y cerrar sepulturas, empedrar el patio y la calle, aderezar los caños del agua, ayudar a colgar la iglesia, traer enseres para las fiestas que celebraba la institución o apalear el grano en el granel. En el siglo siguiente actuó como tal Andrés el Tartano (1756-1789), a quien se le pagaba por quemar la ropa, colchones y camas de los héticos y enfermos contagiosos, sepultar a párvulos y adultos o armar el trono, con el Tareco, para las fiestas (1789). Desde 1800 aparece el «mozo de la casa» o «mozo de calle», a quien el mayordomo hubo de subirle el salario (de dos pesos y cuatro reales a tres pesos al mes) porque no se conformaba con el que tenía antes. Mampostero o limosnero Para pedir limosna hubo en los primeros tiempos un «mampostero» o «cogedor de limosnas» que, con su animal de carga (jumento o pollino), se encar-gaba de recoger, en cascos, costales y espuertas, las limosnas en mosto, trigo, cen-teno y cebada pedidas por las eras, lagares, bodegas y graneles de toda la isla. Con el fin de ahorrar el gasto de su salario y la cebada y paja de alimentar a jumen-tos y pollinos, el obispo Martínez Ceniceros recomendó en 1603 que se encar-gara esta tarea a alguna persona de confianza en la ciudad y a los curas y personas devotas en el campo, a las que se podría dar por su trabajo parte de las limos-nas que allegasen. En los años siguientes, tal ocupación la ejercieron Pedro Gon-zález (1599-1602), Juan Rodríguez Pollo, casero, vecino de Tenagua, y Pedro de Acosta (1626-1627); un mozo que pidió limosna en el término de Mazo en 1646; Lorenzo de Zamora (1631-1635), que, en premio por su trabajo, recibía la mitad de lo que los campesinos de daban en trigo, centeno, arvejas, lino, quesos, galli-nas, huevos, cabritos o calabazas; además de «otras personas pobres» que recogían pollos, almendras o quesos que luego se llevaban y distribuían en la casa (1633- 1634). En sus constituciones (1782), la Junta de Caridad estableció el nombra-miento de un hermano supernumerario en los campos con el cargo de recaudar y remitir las limosnas de los fieles. REVISTA DE HISTORIA CANARIA, 201; 2019, PP. 185-242 221 Letrados Los gastos del hospital también contemplaban los honorarios del letrado que servía de abogado en los pleitos de la casa (1627-1628) y las diligencias de procura-dor y notario (1637)96. Señalado por el vicario eclesiástico o por el juez, desde fina-les del siglo xvii se abonaba un salario de más de cien reales anuales al procurador (1697-1699) o al abogado (1735-1738) por su trabajo en los continuos litigios segui-dos a causa del considerable número de tributos y rentas impagadas. 9. LA CASA-HOSPITAL: FUNCIÓN Y ORGANIZACIÓN ESPACIAL Como el resto de centros similares del Archipiélago, en planta el edificio seguía el modelo de casa-hospital de estructura claustral o casa-patio y casa-huerta adoptado en las Islas desde principios del siglo xvi. Como una vivienda urbana o un convento, las construcciones de este tipo se estructuraban en torno a un patio o un claustro que articulaba sus diversas dependencias, incluida la iglesia, cuya ubi-cación, adosada a un costado y paralela a la vía pública, actúa de barrera entre la calle y el interior del edificio, aislándolo del ruido y las molestias del exterior97. Así es el caso de la pequeña casa-hospital de Icod de los Vinos, con patio con doble gale-ría al modo de las viviendas tradicionales del Archipiélago, o el de Nuestra Señora de los Dolores de la ciudad de La Laguna, únicos ejemplos conservados. Levan-tado este último sobre una antigua residencia urbana perteneciente en el siglo xvi al vecino Martín de Jerez, tras la importante reconstrucción experimentada a fina-les del siglo xvii, presenta un verdadero claustro, con galería baja a su alrededor en todo su perímetro. Esta disposición resulta además análoga a la de los monasterios femeninos de clausura, con templo de una sola nave paralelo a la calle, f |
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