Notas bibliográficas
FRAY GERMÁN RUBIO: La custodia franciscana de
Sevilla. Ensayo histórico sobre sus orígenes, progresos
a vicisitudes (í220-7499).—Sevina, Ed. San Antonio,
1953 [1955 6n el colofón].—912 paga., 4° con
algfunas ilustraciones.
Nacida la vicaría franciscana de Canarias de la provincia o custodia de Se-villa,
en esta extensa obra tenían que incluirse capítulos sobre los orígenes y
desarrollo de la orden seráfica en las Islas. Éste es el motivo que nos ha llevado
a examinar, tardíamente, dicho libro y nos obliga a la reseña de él. Es obra de
formidable trabajo, incluso con documentación inédita, aunque, por lo g'eneral,
se vale de fuentes publicadas y de obras de segfunda mano. Es característica
común en muchas obras de eruditos eclesiásticos, de carácter mixto entre científicas
y apologéticas: aun conociendo y aplicando los métodos de la investigación,
siguen una tradici<Sn, la de las obras clásicas en su campo, y de ellas toman la
orientación y el plan, que se limitan a enriquecer y, en pocos, casos a enmendar.
De ello resulta que, aun tratándose, como ahora, de obras de gran saber y erudición,
seria imprudente atenerse a su texto sin cuidadoso examen.
Dedica a la vicaría de Canarias el artículo tercero del capitulo siete, Orígenes
de la Orden, 5 páginas; el cuarto del octavo. El Vicariato autónomo, 20 páginas,
además de pasajes de las vidas y carismas de San Diego de Alcalá y de fray Juan
de Santorcaz. Su base, naturalmente, está en las obras de los padres Gonzaga y
Wadding, y aunque a ellas incorpora numerosos materiales de trabajos posteriores,
no evita las grandes lagunas de que aquellas obras adolecían: «Las Islas Canarias
—comienza—, de antiguo conocidas, y aun, según algunos autores, evangelizadas,
fueron de nuevo casi descubiertas por una flota española de naves vizcaínas que el
año de 1393 anclaron en una de ellas .. .* Más de medio siglo de historia, de historia-
franciscana precisamente, es asi saltado a la ligera. La conquista de Béthencourt
se inicia en 1417, según una errónea tradición hace siglos desautorizada, (o que no
•e opone a que el autor conozca la creación del primer convento franciscano en
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las Islas en 1416(1). Con copiar sus diversas fuentes, unas tras otras, se cree libre
de compromisos.
Visto este método de trabajo, resulta inútil buscar en estos capítulos información
alguna no conocida sobre la historia relig-iosa de las Islas, y en cambio es
sejfuro que se hallarán muchos errores. Leyendo con atención estas páginas, creímos
podría ser útil la distinción que hace entre el protoobispo fray Alonso de
San Lúcar de Berrameda y el mítico obispo fray Alberto de las Casas, creado por
el compilador del Canarien, Juan V de Béthencourt, en lugar del otro. Pero, si de
Alonso puede aducir su existencia documentada ya antes de su promoción (carta
de arriendo de «fines del siglo XIV», pág. 277, nota 1), a Alberto sólo lo conoce
por Gams y sus epígonos, que lo tomaron del dicho Canarien, libro, por otra parte,
desconocido de nuestro autor.
No pddemos aventurar juicio alguno respecto al conjunto de la obra que presentamos
a nuestros lectores; pero, evidentemente, el ensayo de estos capítulos no
resulta animador. No obstante, no es raro que autores generales bien orientados
den muestras de imperdonable ligereza al tocar temas canarios.
E.S.
RoSEMARY PowERS: Dental Anomaües in Guanche
Skalls, en <Man>, n° 208, Londres, 1959.
Con motivo de la preparación del catálogo de material osteológico africano,
con destino al Congreso Panafricano de Prehistoria, la autora tuvo ocasión de
revisar la solección d« cráneos del Museo Británico (Sección de Antropología).
Los materiales allí existentes proceden de los que se custodiaban en el departamento
de Anatomía de la Universidad de Oxford y en el Real Colegió de Cirujanos.
Solamente dos pertenecen a.la colección del Museo Médico Histórico de
Wellcome. Algunos de la colección del Colegio de Cirujanos fueron destruidos
por un bombardeo, pero la descripción existente permitió a la señorita Powers
incluirlos en su estadio.
En el brevísimo trabajo que comentamos —no llega a 400 palabras— se
aborda un interesante aspecto de los cráneos guanches: sus anomalías dentales.
Rusumiremos brevemente el contenido: ios cráneos adultos guanches presentan,
en una gran proporción, los colmillos sin salir. La posición del colmillo sin aflorar
es unas veces Vertical en el alvéolo, horizontal contra las raíces de los incisivos o
detrás del alvéolo persistente del colmillo transitorio. De cuarenta y siete cráneos
observados, siete mostrabut esta anomalía, y en treinta maxilares aparecían dos
con los colmillos sin salir.
Anota la autora que si bien en los cráneos de museo es frecuente la observación
de malformaciones, ya que a las colecciones van las piezas raras, no es válida,
sjn embargo, esta razón para explicar la excepcional frecuencia con que se presentan
Mtai •nomalias dentariai en loi cráneos guanches.
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Confirma su aserto el que otros cráneos presenten otras anomalías, como la
presencia de sólo dos incisivos, colmillos superiores también sin salir, persistencia
de raíces de molares transitorios, etc.
No es la primera vez que se anotan estas características. La autora señala
que Bernard Davis, del Real Colejfio de Cirujanos, al describir los 26 cráneos
guanches de aquella colección (Thesaurus Craniorum, 1867, pág^s. 188-191), anotó
tres casos de colmillos sin salir.
El breve trabajo de Miss Rosemary Powers puede servir de base para iniciar
en nuestras colecciones un estudio semejante, ampliando de este modo el conocimiento
del pueblo aborigfen desde el punto de vista no sólo antropológico, sino
también patológico.
LuisDIECaCpSCOY
JUAN ÁLVAREZ DELGADO: «£/ Rubicán» de Lamaro-te.—
«Anuario de Estudios Atlántico8>, 3, 1957, páginas
493-561.
Ya Alvares Delgado se ocupó en trabajo anterior de antigüedades de la isla
de Lanzarote; me refiero a El episodio de Avendaño, del que se dio noticia en esta
REVISTA (tomo XXIII, 1957, p. 138). Allí se trataban temas de los primeros contactos
castellanos con la Isla y, mediante un nuevo cotejo de las fuentes y aducción
de otras referencias, se obtenía un cuadro coherente de estos hechos hasta
entonces no logrado. Aquel estudio se terminaba precisamente con la llegada a
la Isla de los aventureros franceses de Juan de Béthencourt y de Gadifer de La
Salle en 1402. La ocasión del estudio actualmente en presencia es sólo el del nombre
Rabicán, con que los recién llegados bautizaron sji primer establecimiento y
que pasó a ¡lustrarse como el del obispado concedido por la Santidad de Benedicto
XIII a las Islas —con olvido, como ahora sabemos, del que, desde mitad del
siglo XIV, existía, por lo menos canónicamente, y que había tomado el nombre de
Teldente—. A este tema ocasional Álvarez añade el estudio de los nombres de la
Isla, y el de ciertos aspectos mal conocidos del comienzo de su vida cristiana, especialmente
de esta su iglesia.
No duda Álvarez en aceptar el origen antroponímico del nombre de la Isla, y
hace observar que se dieron otros casos análogos en ella misma: Mación, Teguise,
a los que acaso puedan añadirse más: Zonzamas, Arríete . . . Por lo demás, el caso
ea muy común en descubrimientos y fundaciones, si bien menos en las españolas,
donde suelen sustituirlos los nombres de santos y advocaciones sagradas. Más
interesante es el estudio de los dos nombres aborígenes que nos señalan los cronistas:
Mahoh y Titerogakaet; interpreta aquél con un valor común de 'país, tierra',
y el segando como topónimo menor, local, que los invasores entendieron como
general de toda la Isla. En efecto, ésta, coma probablemente las demás, carecería
de tal nombre propio, innecesario para distinguirla sus mismos pobladores. Ei un
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compuesto evidente, y lo traduce Aivarez, con más o menos fortuna, como l i^
nificando 'Las Coloradas', denominación de un paraje de la costa del sur, que Aivarez
supone sería el mismo de Rubicón y explicación además del mismo nombre.
Rubicán sería la forma que en el francés semiculto del cura Le Verrier resultaría
para el latino medieval rabicum —como dictan de dictum— y de la que nació el
título Rubicencis, y no *Rubiconenais, que luejfo tomó la ¡{fleaia y diócesis. Nada
puedo objetar a esta interpretación ling^üística; aunque se opone a la que me era
cara, de sacar el nombre Rubicón del del río límite dé la provincia de las Gallas,
nombre clásico, no románico, que los capitanes conquistadores podían conocer, no
de visa o audita, sino por la lección de libros de historias en vulj^ar, entre los que
figuraría aljfún román de la vida de César. Aún cabría una mala interpretación
del nombre en la Curia romana . . . En todo caso el nombre no existe en la toponimia
viva actual; sólo los mapas y libros lo usan, con aplicaciones más o menos
disparatadas.
No insisto, pues, en la etimolog'ía; pero, en cambio, un documento publicado
y visitas repetidas a los lujfares mismos me llevan a poner reparo en la localiza-ción
que se insinúa para Rubicón. No puedo extenderme aquí; pero, en suma, la
playa de Las Coloradas es ajena al lu^ar. Un documento aquí dado por Sergio
Bonnet (XX, 1954, p. 82) señala claramente la situación del castillo buscado, cerca
de la ermita de San Marcial, separados ambos edificios por un barranco. Conservada
la posición del último por la tradición, apoyada en sucesivas cruces allí emplazadas
y que la han guardado aún después de su demolición total, bastaba buscar
el castillo en la colina frontera. Una primera ojeada sólo señaló una piedra trabajada,
allí abandonada; pero una exploración más detenida y una cata metódica
dieron, en el lugar preciso, el que mejor correspondía a las escenas narradas en el
Canarien, unos muros de hechura europea, que fueron excavados, revelando los
restos del castillo. El estudio del pozo o aljibe subterráneo inmediato, todayía
bien conservado, permite acabar de hacerse una idea de cómo sería la obra desaparecida.
En cuanto al otro castillo, que en su tiempo levantó Lanzarotto, deduzco
del pasaje del Canarien que lo menciona que se hallaba muy lejos, antes que
cerca, de Rubicón.
En páginas siguientes Álvarez trata de los acontecimientos que el Canarien
sitúa en Rubicón y de la advocación y obispos do la diócesis fundada por Benedicto
XIII. Lo primero es un útil ensayo de ordenación cronológica, pues es habido
cuan confusa, aunque no errónea en conjunto, es la datáción en la crónica
francesa. No haré aquí observaciones que serían de detalle, salvo apuntar que la
falta de referencias a San Marcial en el Canarien se debe, según mi opinión, a que
tal iglesia no existia, ni siquiera como apartamento especial en el castillo, en el
momento en que Benedicto XIII (7 de julio de 1404) autoriza su consagración a
petición de Juan de Béthencourt. No debió de comenzarse hasta la partida definitiva
del conquistador, y por mano de Jean Le Mafon, como por otra parte dice
claramente el texto conservado dis la crónica; por tanto, no puedo seguir al autor
en su reconstitución de los primeros tiempos de este templo. Las circunstancias
d« necesidad eran tan evidentes, que creo inútil tratar de aplicar al caso estrictas
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preicripcionei canonical, que ni en casos más fáciles se observaban con rigor
(por ej., simples lebrillos usados como pilas bautismales en los primeros tiempos
de la vida parroquial en Tenerife).
De lo tocante a los obispos de Rubicón, me parece asfuda observación la de
la oposición de los betancurianos contra los sevillanos que ve en la actitud de
aquéllos frente al primer obispo, así como el papel destacado de los franciscanos
en el pleito. Y no menos interesante la reconstrucción de la vida azarosa de Juan
Le Verrier, el clérigo francés que tuvo evidentemente un papel destacadísimo en
los orígenes de Lanzarote.
En total creo que este trabajo de Alvarez es luminoso e indispensable para
comprender la dramática lucha —y aun podíamos decir trágica, si recordamos al
pobre Juanín— por el predominio en las Islas entre clérigos y mercaderes sevillanos
y conquistadores franceses, apoyados éstos apenas en el carácter feudal de su
señorío, que al fin periclitó.
E. SERRA
Fínx CASANOVA DE AVALA: Conquista del Sosiego.
Poesía.—Santa Cruz de Tenerife, Goya Ediciones,
1959.—203 págs.
En este volumen de poesías parece que el autor ha querido hacer un balance
de su propia obra, escrita entre 1940 y 1957, y ponerse en paz consigo, saldar el
pasado y abrirse nuevos horizontes. Esta impresión la tenemos no sólo porque recoge
aquí poemas seleccionados de anteriores publicaciones, sino porque le dedica
una larga introducción que contiene algunas reseñas criticas de sus libros anteriores
y dos notas: una Noticia biográfica y un Resumen de una experiencia poética,
que es casi un manifiesto y una justificación de su actual independencia
literaria.
Después de un reposado paseo por las distintas rutas, que el andar poético
d« Félix Casanova nos ofrece con su libro, vemos al propio poeta como un errante
caballero —símbolo viviente de su propio destino entre isla, mar y continente—
esquivando, en sus singladuras, los escollos de los ismos literarios modernos.
Los críticos quieren fijarlo preferentemente en el postismo, ese ambicioso movimiento
pictóríco-literario del año 47, que se perdió en la pura anécdota de las
modas de la posguerra, por falta de unas cuantas figuras suficientemente originales.
Aunque nuestro poeta rechaza todo encasillamiento, esto es inevitable,
porque, queramos o no, toda creación artíitica pertenece a una época, y ella es
el resultado y el enlace con otras corrientes definidas en el pasado y en potencia
para el porvenir.
En el espacio de esta breve reseña intentaremos dar, aunque someramente,
algunas de las características de las partes de esta selección con algunas aportaciones
y matices al conjunto de la obra total, sin tocar la temática de sus poemhs.
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En los dos primeros apartados Zogno (1940) y el Silencio del caracol (1936-43),
vemos todavía un puente tendido entre sus primeras preferencias poéticas: Rubén,
Morales, J. Ramón Jiménez, donde apunta ya el creacionismo, que ya se había
quedado atrás con los poetas de la sreneración del 27. Las imágenes son, generalmente,
visuales, coloristas, y el verso busca, a veces, sonoridades y rimas Sorprendentes.
Acaso las mejores de este momento son las que nos presentan el
paisaje marino, como esta que indica una tarde junto al mar, por medio de la
eipresividad de las vibrantes sonoras y las fricativas más suaves:
La siesia: el sol es un chorro
de fuego. El aire sofoca. ,
Tararea un abejorro
su sinfonía barroca.
Entre los sonetos de 1940 y los de El paisaje contiguo de 1952, apenas hay
perceptible diferencia para el modo y la técnica de la composición de estos breves
poemas. La graciosa y contenida emoción del soneto de La pamela, con sus sorprendentes
imágenes que combinan la circunstancia real y la anímica, apenas será
superada en los poemas siguientes. Véanse algunas imágenes:
Y voló tu, pamela de verano,
con vuelo codorniz: prisa tras prisa.
No sé sifué una bala de ciruela,
si un alfiler de rosa . ..
Y lo mismo podemos decir de La diosa del volcán, Setene, etc. Pero en
El paisaje contiguo, como ya ha observado Gutiérrez Albelo, la emoción es más
honda, más contenida, aunque sigue predominando el mundo exterior, el de las
forhias tangibles. Sólo encontramos an soneto animado de un hondo y bello simbolismo,
titulado Rio nocturno:
Oh ese negroamarillo de los puentes
' en la noche, fanal de mi sosiego,
adonde rio rumoroso llego
desde mis. hondas, silenciosas fuentes.
En el siguiente grupo de poemas. La vieja casa (1953), hay un cambio en su
poesía, de tal modo, que la hasta aquí señalada queda separada de la nueva, formando
una nueva época. Ésta comienza por el cubismo-superrealista del postismo
que llena de imágenes de quincallería pintoresca los poemas de esta parte, y que
culminan con el Cuento del sapo (1953), que, conservando el sentido humorístico
anterior, le acerca al prosaísmo naturalista moderno con su toque sentimental y
humano.
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Los poemai de Reportaje (1953) y la Epístola a Garry Davia (I9S4) representan
el triunfo de la técnica naturalista iniciada anteriormente, cayendo, a veces,
en un prosaísmo, para nuestro gxisto, completamente antipoético, pero también
lojrra, aljfuna vez, penetrar en un mundo más sijrnificativo, como se revela
en aljfunos poemas: Odisea del repórter, Tarde de domingo, Voces en la noche, etc.
En El Auevo (1953-1957), último conjunto de poemas recogido en este libro,
el poeta, sin abandonar el naturalismo anterior, lo condensa, lo hace más íntimo,
como si quisiera fundirlo con su primera manera de poetizar, más brillante, más
imaginativa; con lo que gana, sin duda, su poesía, porque se hace más honda y
humana. Aquí vemos al poeta-hombre enfrentarse con su pasado, con su infancia,
con su ser actual, con su mundo, con los problemas definitivos de la existencia.
Testimonio de ello nos lo dan algunos versos cortos, pero certeros y bellos, como
en el que nos descubre su estado prenatal:
Cuando yo habitaba
la casa del sueño
la casa del niño
la dorada casa,
en el aire había
un temblor de alondras,
un dolor de besos
en el puro aire.
S. de la NUEZ
JUAN HERNÁNDEZ RAMOS: Las Heredades de aguas
de Gran Canaria.—Madrid, Imprenta Sáez, 1954,—
105 páginas, más una de índice, con numerosas reproducciones
fotográficas y algunos jgrabados.
Este pi^stigioso ingeniero agrónomo de Las Palmas publicó de 1951, en la
revista madrileña «Agricultura», una serie de artículos, que, recopilados ahora,
con más unos antecedentes histórico-económicos de las Canarias, forman el contenido
de este libro.
Hace, en primer lugar, un sucinto relato de las vicisitudes que ocurrieron con
los repartos de tierras y aguas entre los conquistadores, pobladores e isleños que
lo merecían por su nobleza o sus servicios, y resalta cómo los repartimientos de
aguas ocasionaron mayores disputas que los de las tierras, lo que tiene su ezpli-caeiiSn
en el hecho de que el líquido elemento era indispensable en Canarijss para
asegurar las cosechas. Por ello, fue necesario que los reyes de Castilla'Ordenaran
sucesivas revisiones.
Estima que, primitivamente, discurrían por los barrancos aguas continuas;
pero que la necesidad de asegurar las cosechas en clima de tan pocas lluvias hizo
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que los isleños iniciaran los rejfadios, mediante un rudimentario sistema de acequias,
limitándose los conquistadores a perfeccionarlo.
Con indisputable acierto termina el preámbulo histórico afirmando que los
repartos de ajfuas se hicieron dándolas en propiedad desde el primer momento,
lo que dio lugar a la constitución de las Heredades de Aguas. Para nosotros,
también, se trata de aguas privadas ab iniiio, que fueron repartidas por los Reyes
sin limitación alguna.
Entra luego a estudiar las Heredades o Heredamientos, y alude al fenómeno
que se dio, al promulgarse las leyes de aguas, de adaptar aquellas entidades a los
flamantes preceptos de éstas, con el nombre de Comunidades de Regantes. Con
ello, resaltemos que se olvidaron entonces de que las Comunidades de Regantes
versan sobre agua pública, adscrita 06 rem a la tierra que riega, mientras que el
agua de las Heredades o Heredamientos era y es privada y separada de la tierra.
Lo que ocurre es que, inicialmente, se repartieron unidas una y otra, es decir,
«tierra y agua», como rezan las primitivas datas, y fue en un momento posterior
cuando se separó el agua de la tierra, con la independencia que hoy perdura.
Alude, seguidamente a la Real Cédula de 4 de febrero de 1480, dada por
don Fernando y doña Isabel, aún sin terminar la conquista de Gran Canaria —que
acabó en 1483—, al gobernador Pedro de Vera, desde Toledo, en la que le autorizan
para repartir tierras y aguas entre los que hubieran contribuido a la conquista
de la Isla. Esta fue la primera de una serie de interesantes provisiones
que sucesivamente se fueron dictando para Gran Canaria, como luego para La
Palma y Tenerife, conquistadas respectivamente en 1493 y 1496.
Ya desde un comienzo se establecen turnos y horarios de riego. Para Hernández
Ramos, el caudal total —la masa o gruesa de agua— se consideró siempre
como un todo indivisible a perpetuidad, cuya propiedad pertenecía al conjunto de
los partícipes, de igual manera que el acueducto general. Llegada a un punto determinado,
se entregaba a cada partícipe su agua, regulada en cantidad y tiempo.
He aqiií otro acierto del autor: la gruesa pertenece al común de los herederos,
que ostentan sobre ella una participación ideal, proporcional a su porción privativa
de agua; y lo mismo sucede con los elementos accesorios de la explotación.
Hasta el punto de que para enajenar la gruesa se precisaría la actuación conjunta,
por unanimidad, de todos ellos; y para disponer de los accesorios, había de hacerse
como unidos a la porción de agua privativa, sin que sea concebible su enajenación
aislada o separada.
Llanra a la primera etapa de la historia de las Heredades la del aprovechamiento
de las aguas manantiales. Esta agua procedía de nacientes situados hacia
lo alto. Don Francisco de León y Matos, en su obra publicada en 1783, refiere
cómo se originaron los caudales de las Heredades, con todo detalle.
Sitúa la constitución de las Heredades hacia el año 1505. Observemos, sin
embargo, que tal es, en efecto, la primera real provisión, relativa a la Heredad de
Arucas (31 de agosto de 1505); pero que ya antes de esa fecha se encuentran
datas de repartimientos que afectan a otros Heredamientos. Asi, por lo que hace
a Gran Canaria, el del Valle de los Nueve (Telde), aparece en un documento de
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16 de septiembre de 1501; en La Palma, las Haciendas de Arcual y Tazacorte
datan de fines del siglo XV; y en Tenerife, el Heredamiento de La Orotava nació
en el raparto de 10 de octubre de 1501; el Heredamiento de la Hacienda de los
Principes (Realejo Bajo) tuvo su orig'en en una data fechada en Burgos el 3 de
diciembre de 1496; el Heredamiento de Güímar nació en la data del 25 (o 27) de
febrero de 1500; y el Heredamiento de Chasna o Abona arranca de datas hechas
por el Adelantado don Alonso Fernández de Lugo en 1504.
A continuación, Hernández Ramos expone magistralmente los caracteres de
las heredades, que compartimos integramente:
1) No se daba el retracto en las ventas de porciones de agua.
2) No cabía la disolución de las Heredades.
3) El derecho del participe era una parte alicuata de un caudal variable.
4) El agua adquiere independencia respecto de la tierra.
5) Las Heredades son meros organismos de administración de las aguas,
que eran de la propiedad de los herederos.
Con mucha gracia califica de mera hoja de parra a la cifra de 100 metros que
el art. 24 de la Ley de Aguas de 1879 fija como mínimo de distancia entre alum-bramientos,
ya que ello permite abrir, sin distingos, cuántos pozos quepan al
tresbolillo, guardando entre si la distancia indicada. Como sabemos, se ha abogado
por su ampliación .a 200, a 300, a 500 y hasta 1000 metros. Pero estimamos
que toda regla en materia de distancia, siendo inflexible, será injusta, pues hay
casos en que no bastan los 1000 metros y otros en que a menor distancia de 100
es improbable la influencia de un aprovechamiento sobre otro. Por ello, creemos
preferible dejarlo al dictamen pericial.
Critica la improcedencia de la acción interdictal contra las resolusiones de
la Administración, que obliga a largos y costosos pleitos. Y recoge la realidad
de que las modernas Comunidades de Aguas imitan a los Heredamientos, adoptando
desde un principio el nombre y el régimen de tales; realidad que quienes
hemos ejercido en Gran Canaria la profesión de notario pudimos comprobar con
frecuencia.
Alude seguidamente a la interesantísima figura del secuesiro. En efecto, en
el siglo XVIII se inició en Canaria la costumbre de detraer una porción de agua
de la gruesa para con su precio, en renta o en venta, atender al sostenimiento de
los servicios y gastos de la Comunidad. Por virtud de esta cesión, onerosa y perpetua,
hecha por los herederos a la Heredad, ésta pasa a ser un participe más.
Luego, recientemente, las Comunidades modernas adoptaron la práctica de la
•mortización, comiso o caducidad de las participaciones, cuando quedare desierta
U subasta eztrajudicial que se celebre, por falta de pago de las derramas o dividendos
pasivos.
Estudia a continuación la construcción de grandes embalses por las Heredades
y Comunidades, previa la obtención de la oportuna concesión administrativa.
Realmente, el problema en Canarias es greve y acuciante, pues, de un lado, está
muy necesitada de ellos, y, de otro, se ve dificultada su construcción por la excesiva
pendiente de los barrancos, que determina un gran arrastre de piedras y
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tierral —orrura la llaman en Gran Canaria—, produciendo el atarquinamiento de
la obra; y por la porosidad del lecho de sus cauces, volcánicos, que los hace permeables
y obliga a grandes gastos para su impermcnbilización. Entre las Comunidades
de Regantes constituidas para la construcción de presas o embalses figuran
en Tenerife la<de Tahodto; y la de la Presa de la Cueva de las Niñas (Majada
Alta) en (¡ran Canaria.
Recoge muy acertadamente la realidad de las galerías hechas por las Heredades
en Gran Canaria a lo largo de los barrancos para captar sus aguas subálveas;
y la diferencia entre la venta al diario de porción de agua concreta y las aguas
dadas en renta por un año, o sea la cesión del goce de una participación de agua,
que entraña, a nuestro juicio, un verdadero contrato de arrendamiento.
Concluye con un canto a la función económica y social que en Canarias desempeñaron
y aún siguen desempeñando las Heredades, por estimar que no tendrán
fácil sustitución por otros organismos o entidades.
Por último, en el epilogo, ante la falta de reconocimiento de la personalidad
jurídica de las Heredades por el Estado, personalidad que ya tenían desde siglos,
solicita un solemne reconocimiento oficial de la misma y una ley especial para
Canarias. Ya sabemos que ambas cosas al fín se obtuvieron por la ley de 27 de
diciembre de 1956. Y en ello tuvo buena parte don Juan Hernández Ramos, con
su permanente defensa de los derechos de las Heredades, que fue conocida en
Canarias y fuera de ellas por centros y cuerpos encargados de dictaminar el proyecto
elevado al Gobierno.
En otro lugar hemos calificado este libro de «interesante, completo y hecho
con mucha gracia». Después de la reseña que acabamos de hacer de él, quizá
pueda el lector juzgar del acierto que haya podido acompañar nuestra opinión.
Una vez más felicitamos al señor Hernández Ramos por esta importante aportación
al estudia de las aguas de Canarias.
M. GUIMERÁ