Graciliano Afonso, un prerromántico español
Por Alfonso ARMAS AYALA
V. EL BUCÓLICO POETA
Prerromantlclsmo
La obra de Afonso tiene variedad y amplitud. Pasa de la
bucólica a la sátira, abunda la poesía y no son despreciables sus
escasas muestras de prosista. Del griego, del latín, del francés,
del inglés y del italiano hay traducciones suyas. Excepto unas
pocas y muy raras ediciones, su producción literaria casi puede
calificarse hoy de inédita; solamente algún bibliógrafo, como don
Marcelino Menéndez y Pelayo, había dado cuenta de ella, de una
manera incompleta, hasta la aparición del ensayo de bibliografía
de don Agustín Millares Cario.^ Hecha la mayoría de sus composiciones
en los treinta y cinco últimos años de su vida, su obra,
cronológicamente encuadrable en el romanticismo más avanzado
(1825-1855), no ofrece unidad temática. Hay en él características
del romanticismo español, pero es el término medio del prerro-manticismo
de 1790 la nota más señalada de su obra. El liberal
parece guiado por un justo medio aparentemente nada compatible
con su carácter. Comportándose como lo hubiese podido hacer
' AGUSTÍN MILLARES CARLO, Ensayo de una hio-bibliografia de escritores naturales
de las Islas Canarias, Madrid, 1932.
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Meléndez en 1840, Graciliano Afonso, sin desconocer a Milton y
a Byron, sin ocultar la influencia de Rivas o de Quintana, puede
sentarse en los verjeles del bucoiismo más dieciochesco. Cuando
se podía esperar de su lira el brío de un poeta civil, ofrece la suavidad
quejumbrosa y pastoril; aquel entusiasmo mostrado en su silla
de coro hasta los últimos años de su vida, cuando defendía el Patronato
Real, parece templarse con la mansedumbre del caramillo.'
La persistencia que tuvo en la po esia del Doctoral el anacreontis*
mo valdesiano sin duda alguna es un material estimable para completar
el estudio poético de Meléndez, cronológicamente el primero
de nuestros románticos. No dejó don Graciliano de ensayar
todo lo nuevo que el romanticismo le iba mostrando: el verso libre,
el énfasis, el subjetivismo, el lirismo desbordador, la influencia bíblica,
la vuelta a la naturaleza, el primitivismo, se encontrarán en
su obra. Sin embargo, la calidad del poeta se supera cuando
bucoliza, en un juego incesante, el mundo de las realidades inmediatas.
Se diría que, con más sinceridad, el poeta sabe hacer vibrar
mejor las cuerdas de su lira al moverse en el mundo pastoril;
así son sus resultados. Capaz de adentrare en la ficción pastoril,
no muestra menos acierto cuando se atreve, como Meléndez,
a reflexionar, con más o menos extensión, sobre la moral, sobre
los sentimientos, sobre su propia personalidad, ese redescubri-miento
del mundo romántico.^
Moreau, que con tanta extensión y cuidado ha estudiado el
problema del clasicismo en el romanticismo francés, señala este
fenómeno como exclusivo de los finales del siglo XVIII; son pocos
los escritores franceses que sobrepasan los veinte primeros años
del XIX y continúan con este clasicismo retrasado. *Le premier
romantisme, celui du dix-huitiéme siécle —dice Moreau—, de-meure
suspendu entre la nostalgie des classiques et la curiosité
' El bucoiismo de Afonso será una constante a lo largo de la obra del Doctoral.
Aun cuando ya el laúd romántico había sustituido al caramillo eg-lógico.
' Esta aparente adversión de Afonso por lo romántico era más ficticia que
real. Ya veremos en capítulos sucesivos cómo el poeta tuvo —y mucho— una manifestación
prerromántica acusada. Si dijésemos que el Canónigo fue más romántico
que el poeta, definiríamos mejor al hombre.
300 [200]
des nouveautés, entre la raison et le sentiment>.* Afonso, seguidor
caluroso del sentimiento, colocaba en la balanza de la razón
su educación clásica. Así fue posible que prosperase este prerromántico
tan retrasado. El fenómeno que se da en don Graciliano
se repite en nuestras primeras figuras del prerromanticismo y no
es rara coincidencia que Martínez de la Rosa tradujera a Horacio,
Rivas y Espronceda aprendiesen el latín, Cienfuegos fuese un latinista
afortunado, White tradujera cantos litúrgicos, Marchena parafraseara
textos latinos y Meléndez, entre todos el primero, fuese
un apasionado de Anacreonte. Con algunos de ellos —Gallardo,
Rivas y Martínez de la Rosa—, compañeros de Cortes suyos, tiene
don Graciliano muchos puntos de contacto, no sólo en su vida,
sino en su obra. Boussagol señala en Rivas entre las «Apuntaciones
varias sacadas de diferentes autores .. . *, los «Apuntes varios
tomados del Comentario al Espíritu de las Leyes de Montesquieu
de Destutt de Tracy>;* la fecha, 1821. Sarrailh, recogiendo la noticia
de Fernández y González, destaca la importancia de Martínez
de la Rosa en la introducción de las doctrinas sensualistas dentro
de la universidad de Granada, en los primeros años de 1800.^
* FIERRE MOUREAU, Classicisme el Romantisme, Paris, 1923, pig. 23.
' G. BoussAGOi, Essaí de Bihliographie critique sur le Duc de Rivas, Bull.
Hispanique, 1927, enero-marzo {pkg. 13):
nApuniaciones varias sacadas de diferentes autores, por Ángel Saavedra Ramírez
de Baquedano durante sus viajes. Empezaron a escribirse en Parts por el
mes de agosto de 1821. Les pages 1 á 58 sont ocupes par des Apuntes varios
tomados del Comentario al Espíritu de las Leyes de Montesquieu, hecho por Dest-tut
de Tracy. Rivas a eu en mains I'edition de 1819, 1 tome in 4° de 411 pajfs.»
Graciliano Afonso, durante sus años de catedrático en el Seminario de La*
Palmas (1795-1796), manejó los mismos textos.
«De Locke a Montesquieu. De Montesquieu a la Constitución franceca de
1791. De aquí a Cádiz. Tal es la trayectoria que sig-üe el principio de la división
de poderes> dice Fernández Almagro; el Duque de Rivas parece estar en esta secunda
fase de la evolución. No necesitar la traducción que hizo Juan Justo García
(Elementos de verdadera lógica ..., Madrid, 1821) dice mucho del interés que el
futuro diputado tenia por el derecho constitucional.
Véase M. FERNÁNDEZ ALMAGRO: Orígenes del movimiento constitucional en
España, Barcelona, 1929, pág. 97.
* «El Biógrafo más escrupuloso de Martínez, Fernández y González, asegura
haber sido el primero en conocer en Granada la doctrina de Condillac . . . ser un
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Afonso, es catedrático de Filosofía del Seminario de Las Palmas,
y, con la aquiescencia de los obispos Tavira y Verdugo, lee a
D'Alambert, comenta a Holbach —al que probablemente tradujo—
y tsensualiza» las aulas escolásticas del Centro Conciliar de Las
Palmas; 1795-1804 son los años del magisterio de don Graciliano
en el Seminario. Al producirse la reacción absolutista de 1814,
Martínez de la Rosa, como tantos otros liberales, figura en la lista
de proscritos; Madrid y el Peñón de la Gomera son lugares de su
prisión; las anacreónticas, el Arte Poética, la traducción de la
Epístola a los Pisones fueron compuestas en la cárcel. Rivas tiene
que salir en 1823 de Cádiz; residiría provisionalmente en Gibraltar
para recorrer por Malta, Italia, Inglaterra y Francia las etapas de
su destierro; «II va á aspirer á creer autour de lui —dice Boussa-gol—
l'atmosphere stable d'une famille; il va, loin de sa patrie,
apprendre á en mieux juger les étres et les choses; il va, surtout,
au contacte des litteratures étrangeres, de couvrir des horizons
ignores: l'exil va realiser le renouvellement et le enrichissement
de sa personalité».' Afonso encontrará en tierras extranjeras parecidas
emociones y novedades desconocidas por completo en las
Islas Canarias cuando las abandona en 1822.^
La continuación de la ideología del siglo XVIII en el XIX no
es un capricho dé la crítica literaria, sino una realidad patente,
como ha demostrado Martínez de la Rosa con su vida y su obra y
demostrará también Afonso. Y este cambio no pudo ser brusco
o inesperado; era el resultado de una evolución constante, segura;
la misma que iban sifriendo todos los hombres europeos. Desde
Diderot, uno de los precursores, hasta Meléndez Valdés, casi un
admirador de Condillac, hacia 1800 en España, es demostrar que se renuncia
a la antijfua Filosofía para aceptar una nueva; afirmar que se abandona el pasado
para orientarse hacia el porvenir . . .»
J. SARRAILH: Un homme de detat etpagnol: M. de la Rosa (1787-1862)
París, 1930.
' G. BOUSSAGOL: Ángel de Saavedra, Dac de Rivas, Tolosa, 1926; pag. 37.
' Seminario y Universidad no parecen diferir mucho en sus respectivas aulas;
estaban inundadas de un mismo aire renovador. Los dos tribunales inquisitoriales
sentían ijfuales preocupaciones por los libros prohibidos. Pocas diferencias habría
en este respecto entre las dos poblaciones.
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romántico, hay una progresión, cada vez mayor, hacia la naturaleza:
de la frialdad al entusiasmo, de la insensibilidad al sentimiento,
del pensar al sentir. Tanto el poeta granadino como el canario
parecen seguir estas orientaciones; fueron dos hombres que vivieron
una época y tuvieron conciencia de estas coincidencias, prueba
no ya tan sólo de una comunidad de ideas, sino del particularísimo
carácter de esta comunidad." No sería Martínez de la Rosa el
único con quien coincide Afonso; podría pensarse en la casualidad.
Gallardo, Mora, Rivas, Galiano serán nombres que irán surgiendo
a lo largo de este estudio, y no caprichosamente. Todos los hombres
a quienes se puede llamar padres del romanticismo español
—esto es, los políticos de 1810 y de 1823— parecen unidos por
un destino común o por un código que los rige.^"
A todos ellos, típicamente románticos, debemos anteponer
—como ya se apuntó— el nombre de Meléndez Valdés. La poesía
de nuestro primer lírico del siglo XVIII ejerce en Afonso una influencia
de tal naturaleza, que se diría hubo un afán de llegar al
plagio más o menos afortunado. La delicadeza, la gracia, la negligencia
y la sensualidad de Meléndez se verán reflejadas en la obra
del Doctoral, en el que, además, coincide la educación humanística,
especialmente ostensible en aquel deseo, nunca satisfecho, de
apropiarse del espíritu de los bucólicos y los eróticos griegos y
latinos.^^ El amplio sentido de la anacreóntica en el siglo XVIII
es recogido por Afonso, fiel discípulo de Meléndez; el «aroma
sensual y festivo> apuntado por Salinas es un lugar común en la
' Martínez de la Rosa, edita sus Poesías en 1830; Afonso fecha su Beso de
Abibina en 1838. Cuando transcribamos el criterio de Larra sobre el libro de
Martínez de la Rosa, veremos que no seria muy difícil adaptarlo al de Afonso:
están unidos los dos autores por Meléndez.
'" No es ningfuna novedad señalar la coincidencia del fenómeno político y
literario, para algfunos, un poco ezag^eradamente, resultado el sejfundo del primero.
En el caso de Martínez de la Rosa, podría surgir la duda de si fue el Valdés anacreóntico
o «el espíritu de las Leyes» su primera lectura; la misma duda que producirían
Van-Espen o Anacreonte con respecto a Afonso.
" No fue únicamente Anacreonte la inspiración del Afonso bucólico; Catulo,
Virgilio, Taiso, Bobadilla, Conti, Chiabrera, Juan Segundo, serán nombres que
irán surgiendo • Ip largo de la obra de Afonto,
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poesía de los anacreónticos. Y aun en la faceta bucólica, en él
predominante, fue Afonso capaz de armonizar la influencia clásica
y las nuevas derivaciones iniciadas por Gessner. Traduciendo a
Anacreonte y parafraseando a Meléndez, Graciliano Afonso fue un
vértice en donde concurrieron las dos corrientes bucólicas —la
de Anacreonte y Gessner—; una de ellas —la antigua— poco frecuente
en los poetas del XIX. La formación clásica de cada uno
de estos poetas juega un papel importante en la predilección por
las antiguas formas poéticas; el nombre de Lista quizá sea bastante
elocuente. Afonso, conocedor de los bucólicos y eróticos griegos
y latinos, no podía desprenderse de este pesado equipaje. Como
tampoco pudieron Martínez de la Rosa, Cabanyes, Espronceda o
el mismo Larra, tan acérrimo defensor <de la desconsoladora Filosofía
de Byron».^^ Cuando haya amplias y cuidadas monografías
sobre el prerromanticismo español —al igual que hay del francés
o del inglés—, se conocerá mejor nuestro romanticismo, intimamente
relacionado con el XVIII.'^ Graciliano Afonso, una de esas
figuras grisáceas del siglo XIX español, prueba hasta qué punto
llegó la influencia y la persistencia del siglo anterior. Los temas,
el estilo, la inspiración parecen ser las del más fervoroso poeta
neoclásico. Al igual que otros autores de 1800, Graciliano Afonso
no olvidó en ningún momento sus lecturas de los clásicos españo-
'" Téngftse en cuenta la sij^nificación de la anacreóntica en los poetai románticos
del siglo XIX. Todos ellos, casi sin excepción, comenzaron su obra g'racias
a Meléndez. Recuérdese a Rivaa; Boussatrol es bastante explícito en el capítulo
que dedica a las fuentes literarias del autor. Cueto <no veía siqo grosería, afectación
vanidosa en el amor a la soledad y aburrimiento en la calma de los bosques
. . . » Siempre es interesante tener un precedente para Afonso, otro gran
enemigo del campo, aunque su musa parezca sonar con aire de caramillo.
" Ni el neoclasicismo retrasado ni el persistente clasicismo son fenómenos
esporádicos en el siglo XIX. Al primero dedicaremos mayor atención con el estudio
de la anacreóntica en el siglo XIX; el segundo, en realidad, no es sino una
consecuencia del primero. Plaja ha dedicado un libro especial a Garcilaso y la
poesía española muy expresivo; el que se dedicara a Góngora, a Herrera, a Fr.
Luis, Lope o Quevedo no dejaría de tener interés especialmente para los siglos
XVIIl-XIX. £1 magisterio, aunque sea en apariencia negado, deja sentir su onerosa
influencia. El rastro de Chiabrera en su obra es una atadura más al siglo anterior;
como Beranyer lo »itúa «n U avanzad* de la poesía social del romanticismo.
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Íes, especialmente del siglo XVll y del XVlll. El módulo Gar-cilaso-
Herrera parece ajustarse en la obra del Doctoral. Estas
lecturas —iniciadas en sus primeros años juveniles— ayudarían a
sus preferencias bucólicas al modo clásico. Don Graciliano fue
lector constante y hay constancia de sus preferencias literarias; ya
se verá hasta donde llegaron.^^ La métrica y los temas los recoge
de las innovaciones de Boscán y Garcilaso, olvidadas o poco usadas
en el XVlll; no en vano tenía con el maestro de Garcilaso una
comunidad de gustos literarios, entre los que el poema de Leandro
y Hero no dejaba de tener una significación destacada. Como
tampoco, al igual que Góngora, dejó de recordar a Chiabrera, del
que hay huellas en los escritores de la pléyade francesa; o a Be-ranger,
y no precisamente a través de Espronceda, sino del mismo
original francés, según se verá con sus traducciones; gracias a
ellas se conocerá la preceptiva de don Graciliano; de la misma
manera que Pope, un autor conocido entre los poetas de la Escuela
Sevillana —Reinoso, Marchena, Arjona—, Byron, el nuevo
dios de los románticos, es traducido y comentado por el Doctoral.
Los nombres de Millón, Burlce y Macpherson completan las fuentes
literarias de este poeta clérigo capaz de ofrecer una visión bastante
completa del prerro.manticismo español, en verdad nada simple,
como toda escuela de transición.''^
'* AfoDso traduce a Pope en 1840, Ensayo sobre la crítica, y en 1850; la primera
veriión es la más importante; es la mejor prueba de su preceptiva libada a la
vieja escuela.—Milton es traducido en 1853; tarda casi un año en terminar la obra
El Paraíso... —Byron (Chil Harold), también por la misma fecha anterior; un
ejercicio escolar de su alumno y discípulo don Amaranto M. de Escobar, pero
en el que se aprecia —hemos visto el borrador autóg^rafo— la mano del Doctoral.—
Burke {Investigaciones filosóficas sobre el origen del gusto), en 1850, fue un preceptista
muy leído por don Graciliano y por los románticos españolistas.—La
traducción, bastante incompleta, de Ossian no tiene fecha, aunque sí es seguro
pertenece a este mismo periodo posterior a su vuelta de América.
" Entre otras, véanse las sigfuientes monogfrafías sobre el fenómeno prerromántico:
A. MoNCLOND, Histoire interieure da Pre-romantisme Franfais, 2 vols.,
Grenoble, 1929; H. AUGUSTIN BEERS, A History of English Romanticism in the
XVlll Century, London, 1899; FIERRE BENCER, Leí preromantiquet anglais, Pa-ris,
1925 (con un estudio bastante extenso del fenómeno prerromántico en Europa);
J. G. ROIIKTSON'S Studie» iri the Génesis of Romaniic Theory in the Eighteenth
[205] 305
Resrlaa o Inspiración
Se ha definido generalmente al siglo XVIII como a una unidad
literaria incorruptible e inseparable: la peluca, el rapé; el precepto,
la afectación, la frialdad. Se piensa que sus escritores son preceptistas
y puristas reposados, llenos más de razón que de corazón.
No se pone en duda que casi todos se enciclopedizaban para enci-clopedizar
a los demás; y hasta la palabra —enciclopedia— parece
enriquecerse de contenido; se la usa para designar a los dieciochescos
y se cae alegremente en esta anfibología. Afrancesamien-to,
preceptiva, enciclopedia: he aquí tres conceptos familiares en
el siglo XVIII español. Estaba ya formado un fichero difícilmente
Centary, Cambridg'e, 1924 (Tesis Doctoral); SORRENTINO, Preromantismo. «Convi-vium
», Torino, 1935; H. TRONCHON, Romantisme et Préromantisme, Patís, 1930
(estudio sobre la estética prerromántica. Influencia de lo español y lo alemán en la
literatura francesa); P. V. TIEGHIEM, La notion . . . Préromantisme, «Rev. Lit. Com-parée>,
1921, 1924. Con posterioridad ha reunido, en 3 tomos, todos sus estudio*
sobre el prerromanticismo. Aunque deficiente para el estudio del prerromanticis-mo
español, es obra fundamental para el conocimiento y desarrollo de la nueva
escuela literaria por Europa.—La bibiografía que existe sobre este particular es
numerosa. Quizá sean los americanos y los ingfleses quiénes hayan hecho lo más
provechoso; citemos dos trabajos, uno de Peers, casi exhaustivo, y otro bibliogfráfico
de Adams, prometedor e indispensable: E. ALLISON PEERS, History ofthe romantic
movement in Spain, 2 vols., London, 1940; N. ADAMS, The romantic movement: a
selective hibliography (1938, fs. 1-48; 1939, 1-38; 1942. 1-35), Spanish.—EA prerromanticismo,
al que todavía no se ha dedicado un estudio completo, puede tener
como puntos de partida los estudios sig^uientes, aparte de los más conocidos de
Díaz Plaja. M. Pelayo, Cortés, Piñeiro, Gandía, Tubino, Valera, A. Castro: ELIZA-BETH
VoRMERLY LATIMER, Spain in the mineteenth centurg, CHICAGO, 1897; CHARLES
E. KANY, Life and Manners in Madrid, 1750-1800, Univ. de California, 1932.
Son dos obras dedicadas a las costumbres y vida en g'eneral españolas de! siylo
XIX; muy aprovechable es también el libro de F. Df AI PLAJA La vida española en
el siglo XVIII, Barcelona, 1946.—Cuatro libros, primordiales para el conocimiento
amplio del fenómeno podrían ser: I. L. MAC CLELAND, The origins of the romantic
movement in Spain, Liverpool, 1937. Cleland, discípulo de la escuela hispanista
del profesor Peers, intentó recopilar el material de los primeros prerrománticos
españoles; la fecha de su edición justifica la falta de material español, subsanada
por su maestro en la monojfrafía ya consignada; ROBERT E. pELLlcín,
The Neoclassicism in Spain ,.., 1919. Obra útil para conocer las disidencias ef-
RHC, 8
306 [206]
renovable." Se ha querido imputar a don Marcelino esta clasificación,
lo que es falso. Es cierto que no profundizó ni se extendió
mucho en el tema; bastante hizo con esbozarlo. Esta labor la cumplirían
los criticos de 1900 cuando se decidieron a estudiar la lite-retura
española en función de la europea; esto es, cuando la literatura
comparada gozó de predicamento.^^ Sin pretender descubrir
téticas y preceptivas de los literatos españoles del sijflo XVIII; E. A. PEERS, Rivas
andRomanticism in Spain ..., Liverpool, 1923, obra superada por la tesis doctoral
de Boussa^ol en su monografía posterior; E. COLFORD VitLiAM, Juan Meléndez
Valdét: A Study in the Transifíon from Neoclassicism to Romanticism in Spanish
Poetrg, Ediciones del Instituto de las Españas, Nueva York.
La lista que se hiciera de artículos sobre el prerromanticismo excedería los limites
de esta ya abultada nota; seleccionamos, entre otros, algunos: ALBERTO LISTA,
Lecciones de Literatura Española, explicadas, El Ateneo de Madrid, 1836 (tal
vez sea el primer estudio sobre los comienzos del romanticism* español); N. D.
ADAMS, Notes on Spanish plays at the begining of the romantic period, «Romanic
Review», Ab., 1926; J. AMADE, Les precursears du romantisme espagnol, tBulle-tin
Hispanique», 1927; CASELLA, Agli albori del romanticismo e del Moderno ri-nascimento
catalana, «Revista delle Biblioteche e degVi Archivi», XXIX, 1918;
A. TORRES RIOSECO, G. M. Jovellanos, poeta romántico, «Revista de Estudios His-pánicos>,
1928; PEDRO RÉPIDE, Prolegómenos del romanticismo en España, «Revista
Nacional de Cultura*, 1941.—Añádanse las bibliografías de las revistas fratice-sas
«Revue Hispanique», «Revue de Synthese Historique>, «Hispania», «Bulle-tin
Hispanique> y «Revue de Litterature Comparée>, cuyos capítulos de infor-maci
¿n suministran noticias de tesis y trabajos —muchos inéditos— sobre literatura
española, especialmente de los sisólos XVIII y XIX. «Hispania», «Hispanic
Review> y «Bíbliographie Hispanique» y «Romanic Review» son las fuentes más
importantes en América, asi como los índices abundantes de tesis doctorales de los
departamentos de «Romanic Lanjfuages» de las universidades americanas; el
«Bulletin of Spanic Studies» de Liverpool, aunque de carácter escolar, proporciona
noticias del hispanismo inglés.
" Quizá haya sido Hazard el critico que más ha hecho por delimitar los aspectos
del siglo XVIII; Américo Castro {Lengua, Enseñanza y Literatura)', Sainz
Rodríguez (La evolución de las Ideas sobre la decadencia española, Bartolomé
J. Gallardo ...), tal vez hayan sido de los críticos españoles contemporáneos
más precisos en sus estudios sobre la Ilustración en España; don Marcelino, como
veremos, no ocupa una posición extremista. Recorrer la crítica literaria del siglo
XIX es contar con un índice de francófilos o francófobos más o menos acusados.
" Los estudios dedicados a Marchena y White tienen una exactitud difícilmente
superable. Señalar el empirismo inglés y el sensualismo francés como las
(Qrri^ntv* ideológica* del siglo es reconocer U ejcistcpci* de una div¥rii<l»<l de
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nada nuevo, es necesario fijar los puntos más destacables dentro
de la literatura del sigflo XVIII, especialmente de su segfunda mitad.
Son conceptos que servirán al estudiar la obra de Afonso.
Tal vez sea Feijoo uno de los primeros y más revolucionarios
preceptistas prerrománticos; Menéndez Pelayo señaló la transcendencia
del No sé qué. Era un grito de rebeldía frente a las imposiciones
normativas de Muratori o Boileau a través de Luzán.
La poesía no era un resultado de regflas, sino de la inspiración;
un algfo casi divino del genio; Young, un punto de partida, se
repetiría en Feijoo, en Jovellanos y en Capmany: ímpetus Ule
sacer..., un verso ovidiano revivido por los antipreceptistas y
antiacadémicos.^^ La otra cualidad es el sentimiento. Buscar la
emoción, no la instrucción, tal es el cambio que sufre la estética,
cambio posiblemente debido a Locke y a Condillac. Cuando
Quintana ponderaba la significación del sentimiento, «la señal del
bardo», defendía una postura revolucionaria cada vez más domi-orientaciones,
la mayoría de las veces comunes en un mismo escrítor. Completar
el complejo mapa literarío de la España del siglo XVIII, riquisimo en polemistas
envidiables, es labor necesaria para tener un concepto preciso de las banderías
estéticas del 1700. Cotarelo tuvo buen cuidado de aprovechar este interesantísimo
aspecto de T. Iriarte para su libro; la agfudeza de la polémica suscitada a lo larg-o
de cien años encierra la historia de una época.
" La pugna Luzán-Iriarte, los dos preceptistas del siglo, es la lucha de lo
tradicional y lo innovador, aunque el tradicionalismo de don Juan tuviese un tono
•mplio y vivo. Feijoo, la mente más vigorosa de la época, no pudo inhibirse de
esta polémica. Y lo haría con todo el peso de su autoridad. Estudiar, detenida-niente,
la historia de este problema, continuando por el sobrino de don Juan, don
Tomás, es hacer, como dice Diaz Plaja, la historia de toda la ideología contemporánea.
La caricatura que hasta ahora tenemos de estos escritores no nos permite
conocer con precisión cuál fue la postura de cada uno. Luzán, el preceptista,
no tan riguroso ni tan estrecho en su criterio como se ha querido ver; el <Diario>
de literatos, versión, del «Journal» francés, fue algo más que un plagio afortunado
como «El Pensador» al parecer solo un «Spectator» españolista.
Recuérdese que fue Luzán uno de los espíritus lacrimosos en el siglo XVIII.
Su Razón contra ¡a moda, traducción de Nivelle de Chausee (Madrid, Imp. Mercurio,
1751), es la aceptación de la comedia sentimental, que ya abundaba en los
teatros parisinos. Jovellanos no dejó de expresarse con ternura extemporánea,
^iaz PUja dedica al tema varias páginas, aunque no abundan los textos del
•iylo XVIII.
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nadora. El poeta no debía obedecer sino a su genio, a las regalas
que éste le dictaba.'" El autor, gracias a su genio, podía conocer
de un modo directo, sin intermediarios; la fábula, la mitología desaparecen.
Menéndez Pelayo ha sabido recoger un texto elocuente
de Diderot; « . . . ¿ha heredado un hombre genio?: se aleja de la
ciudad y sus habitantes. Prefiere huir a la espesura de los bosques,
desea su tenebrosidad misteriosa. Marcha al azar. Busca un lugar
oscuro que le inspire. ¿Quién es el que mezcla su voz con el torrente
que baja de la montaña? ¿Quién el que siente la excelsitud
de un lugar desierto? ¿Quién el que se escucha en el silencio de
la soledad? Únicamente El». Cuando Meléndez Valdés, en una de
sus odas, exclamase: «ven, dulce soledad,/ y al alma mía / libra
del mar horrísono agitado*, formularía en la poesía española un
modo distinto de concebir el paisaje intimamente vinculado al
espíritu del poeta. Naturpoesie nacida de naturgenius; sólo en
lo primitivo, en lo salvaje, lo natural, sería posible encontrar la
fuente de inspiración poética; en un principio ella había sido la
más pura manera de expresión («poesía, lengua materna del género
humano>). Como resultado de estas doctrinas aparecerían
textos y estudios encaminados a estudiar estos pueblos primitivos.
La filología, la lingüística adquieren un carácter de verdadera ciencia
gracias precisamente a este nuevo descubrimiento romántico.
Este afán de simplificar se manifestó en todo: desde la poesía
a la religión. £1 derecho natural movió el espíritu de los hombres
de tal manera, que el siglo XVIII es una continuación en muchos
aspectos del siglo XVI, tan rico en Erasmos, Luteros y Calvinos.
Pistoya quiere ser una nueva Nicea dentfo de la iglesia cristiana;
católicos, pero no dogmáticos; tal era el principio defendido por
los teólogos y filósofos del siglo XVIII. En tal grado adquiere importancia
esta Reforma, que la literatura conocerá su influencia:
los salmistas, los parafraseadores, los lectores del Antiguo
Testamento son resultado de esta nueva norma religiosa. Primitivismo,
un nuevo concepto que va adquiriendo más y más interés
para los hombres de la época: en literatura desemboca en el pre-
*" Esta es la norma gtnertl de todos los poetas del prerromanticismo. Véase
P. V- TiiCHiKM, ob. cit. Lf Préromantisme, París, 1948.
t209J 309
rromanticismo y en religión, en el deísmo, materialisnio o racionalismo.
La predisposición que se sentía por la filosofía —popularizada,
«trivializada», según Julián Marías, por obra de agudos
escritores—; la preocupación que el hombre culto tenía por los
más mínimos problemas de la filosofía —con la extensión que la
palabra adquirió en este siglo— hizo posible que una doctrina,
nacida tal vez en el círculo de un sínodo, defendida por unos pocos
teólogos, aceptada en principio por unos cuantos escritores,
adquiriese la difusión y transcendencia que tuvo. Américo Castro
define con bastante exactitud este estado de ánimo predominante
en estos años: «nos dan la impresión [los escritores] de volver a
situarse en el punto en donde quedó interrumpida la obra del
erasmismo en el siglo XVI». Este fluir silencioso de un río escondido
durante un siglo parece hacerse cada vez más caudaloso y
turbulento; su desembocadura se llamará romanticismo.''
Revolución-Renovación
Esta originalidad, sencillez y sinceridad, tan necesarias ai
escritor, sólo podrían encontrarse en el pueblo. Cuantos más antiguos
sean ios pueblos y más desconocidos, cuanto menos contaminados
están de civilización, más ricos serán en inspiración poética.
Rousseau precisará los contornos del hombre natural capaz
de vivir en un país ideal gracias a las normas aprendidas de la naturaleza.
El hombre natural podrá ser muy bien el habitante de
aquella isla soñada por Moore en su Utopia, aunque este hombre,
enriquecido con nuevas experiencias, difiera un tanto de sus semejantes
de 1600. £1 siglo XVII!, tan lleno de viajeros, ansiosos de
encontrar este hombre ideal, tentaría a los escritores a forjar un
arquetipo del indígena de los continentes, o de los lugares poco
conocidos todavía para la geografía. América, especialmente,
adquiere una importancia excepcional para el hombre prerromán-
" Hazard, Cassirer, Bataillon sostienen esta teoría de enlazar el primitivisDio
religioso de finales del XVIII con el movimiento reformista del XVI-XVII.
310 [210]
tico; la atracción ejercida por el Nuevo Mundo, reflejada en una
extensa bibliografía, necesariamente debió repercutir en la ideo-logia
que había divinizado a la naturaleza. La literatura francesa,
la inglesa y la española favorecieron esta difusión; Chinard y Fair-child
—por no citar sino dos nombres— han señalado la influencia
que tuvieron los escritores americanistas, los viajeros, en una palabra,
en el desarrollo del tema. Los franceses escogen a algunos
de sus misioneros autores de narraciones y descripciones como
los predecesores más inmediatos; Chinard ve en el padre Dutertre
uno de los más destacados. En realidad, como ha hecho ver Díaz
Plaja, toda la literatura de exaltación americana tiene su origen en
fray Bartolomé de las Casas, cuya obra tanto circuló por las bibliotecas
europeas. Rousseau encrontró en este texto como en los
de Dutertre una inspiración inmediata —islas con indígenas felices
y afables, desconocedores de enfermedades y ambiciones—; leyó
en Bolingbroke, Shaftesbury —para quien la naturaleza era «wise
sustitute of providence, impowered creatress ...»—, Locke o Pope
páginas muy de acuerdo con sus sentimientos; padeció, en fln, el
mal del siglo, la anglofilia, tan poderosamente reflejada en las bibliotecas
francesas, ai decir de Mornet.'"'-
El fenómeno tuvo en España caracteres particulares. En el siglo
donde lo francés era la moda, los reyes españoles —Carlos III,
especialmente— procuraron por todos los medios restringir la entrada
de productos culturales europeos, que podían dañar la seguridad
del Estado. Cuando estalla la Revolución Francesa, las medidas
de seguridad se intensiflcan; el cordón sanitario se hace cada
vez más riguroso. Una reciente tesis doctoral estudia extensamente
la celosa política de los ministros de Carlos III; a través de
los expedientes seleccionados por el autor es posible darse cuenta
de la lucha —constante, dramática, intensa— que España sostuvo,
de un modo especial en los últimos cuarenta años del 1700, para conseguir
librarse de las innovaciones que estaba sufriendo Europa.
Aparentemente era una lucha política lo que se estaba ventilando;
sin embargo, en el fondo, había algo más. Lo dicen los expedien-
'^ DANIEL MORNET, Le romantisme en France aa XVIIIe, tiecU, Parí», 1920,
pá]¡[s. 1-37.
[211] 311
tes que la Inquisición, las audiencias, los capitanes generales,
los intendentes, los comisarios especiales incoaron a cientos y
cientos de españoles picados por el más terrible de los a^fuijones:
el de la lectura, precisamente la prohibida, la adoctrinadora de la
posible revolución. El día que exista un inventario completo de
los expedientes por libros prohibidos, tan abundantes en los archivos
inquisitoriales, quizás se complete el mapa espiritual de la
España contemporánea. No hay que olvidar los antecedentes de
los siglos XVI y XVn, cuando Erasmo hacía vibrar a miles de corazones
sobrecogidos por la duda. Hay una diferencia, sin embargo.
Los intentos erasmistas, aunque repetidos y frecuentes, no pudieron
desembocar en un triunfo absoluto: la Inquisición, la monarquía
—nunca más dogmática—, el intercambio europeo —menor que en
el XVIII— fueron tres factores muy poderosos. En 1700, los dos
primeros se debilitaron, mientras que el último adquiría cada vez
mayor importancia. A pesar del celo, de la vigilancia por cernir
bien todo cuanto provenía de Europa, ios intelectuales primero,
y el pueblo después fueron, poco a poco, apurando las dádivas
llegadas con tantos peligros desde los países del norte. Los esfuerzos
iban a dar frutos, pese a la oposición encarnizada de los
tradicionalistas. Don Marcelino, con intuición admirable, señala
ios nombres de los primeros europeizadores, para la mayoría confundidos
con los afrancesados. Traducciones de libros franceses
e ingleses —éstos, a través de textos franceses—, circulación de
textos heterodoxos desde el aspecto político o religioso, popularidad
y extensión del ideario revolucionario: he aquí el panorama
español a finales del siglo XVIII.
La Ilustración en las Islas Canarias, salvando circunstancias
particulares, nada difiere en lo esencial de otras regiones españolas.
Los hombres que vivieron la Guerra del Rosellón, la de la Independencia,
y las segundas efervescencias constitucionales de 1820
parecen unidos por un hilo invisible. Las furtivas lecturas de juventud
(en el seminario, en la universidad, en las bibliotecas de
algunos nobles) influyeron en los futuros escritores, tan íntimamente
compenetrados con los azares de la historia española. Hay
cuatro o cinco nombres que casi siempre van unidos a las vidas de
muchos españoles eminentes de la última mitad del 1700. Se píen-
312 [212]
sa, de inmediato, en Rousseau, Voltaire, D'Alambert y los encielo*
pedistas; pero se olvida a Bularmaqui, Puffendorf, Heinecio, Locke
u Holbach. Muchos españoles estudiosos de las ciencias jurídicas
mezclaban sus clásicos del derecho natural con los de la pura
literatura o filosofía. Y así Locke reforzó a Rousseau, y Heinecio
complementó a Diderot; empirismo y naturalismo, dos notas esenciales
del siglo XVII incrustadas en el XVIII por el azar de necesidades
jurídicas. Recuérdense a Jovellanos, Meléndez o Lampi-llas;
a Martínez de la Rosa, a Saavedra, a White o a Marchena:
sus repectivas juventudes van unidas por el denominador común
de las lecturas prohibidas; en casi todos ellos los libros jurídicos
van entremezclados con los filosóñcos o literarios. Recuérdese a
aquel oidor de la Audiencia de Canarias que, al embarcar para la
Península, defendía con tanto celo su Van-Hespen frente a las
exigencias de los visitadores del buque. Y en los expedientes
seleccionados por el Dr. Artola en su tesis doctoral —ya citada—
asombra admirar la argucia y la contumacia de los contrabandistas
de ¡deas: desde los chalecos, sombreros y cajitas con doble fondo
conteniendo cuadros, pinturas o libros escondidos, a las cajas soldadas
y arrojadas al mar con corchos flotantes —como el más
experto traficante de drogas—, pasando por el chantage de los
falsos revolucionarios que pedían dinero al embajador español
por dar información falsa sobre la propaganda revolucionaria.
Ningún medio faltó para hacer llegar lo que se pedía con tanta
avidez. Lo que en otros momentos hubiese parecido normal en el
carácter español —resistencia a lo extranjero— ahora se daba de
un modo contrario; se procuraba por todos los medios imaginables
proveerse del artículo importado, viniese en la forma que fuese.
Y ya se vio que no fue éste un fenómeno de minorías, pues el
pueblo, identificado con el afán renovador, ocupó un lugar destacado
en esta lucha por la conquista de lo europeo.'''^
" VéaieJ. SARRAILH, Enquétes romantiqaes... Parít, 1923; Louis STRONG,
Bihliographie of Franco Spaniah relations, 1930; J. R. SPZLL, Rousseau in the
Spanish befare 1833; E. A. PEERS, Chateaubriand in Spain «Rev. Fil. Eipañola,
1924); Ídem. SideUghts of Byroniím in Spain, «Rev. Hiipanique», 1920; Manzoni
in Spain; Influence of Ottian in Spain, «Philolo^ical Quaterly», 1925, 32-40; A.
t213] 313
Precisamente es en la masa popular en donde tuvo más difusión
un género de lectura lleno de tentaciones: la novela sentimental
y la de aventuras —origen de la hoy difundida novela
policiaca—. Abelardo y Eloísa, Átala, Ivanhoe iban de mano en
mano, a veces, como ha señalado González Falencia, con notas de
pintoresquismo y originalidad, como le sucedía a Scott en su lucha
con los censores. Eli Inventario del Consejo de Imprentas proporciona
un catálogo de los libros más frecuentes y familiares para
los lectores de la época. Si por un lado los textos pistoyanos,
racionalistas o deístas eran solicitados por los intelectuales y los
profesionales, el pueblo satisfacía su curiosidad con Átala, Ivanhoe,
Las ruinas de Palmira o La Henriada. Y no le bastaban los
ejemplares importados sino que eran capaces de hacer ediciones
furtivas sin la censura exigida por las leyes. Dos autores fueron
los preferidos de un modo especial por el público: Scott y Chateaubriand.
Los catálogos de Peers, Buceta, González Palencia y
Sarrailh prueban la difusión que alcanzaron estos libros; dos de
ellos de un modo particular, Átala o Ivanhoe. Textos franceses
se traducían sin interrupción, y no eran precisamente las primeras
tentativas de bibliografía prerromántica española. Pope y Milton,
dos iniciadores, llegan a España a través de textos franceses;
igual suerte habían de correr Shakespeare, Rousseau, Manzoni,
Alfieri, Young, Gray, Ossian y Florian; Byron, por último, completa
el índice de autores extranjeros influyentes en el prerroman-ticismo
español.^' Los primeros periódicos del siglo —no se debe
olvidar al «Diario de los Literatos», «El Pensador» y *La Gaceta
»— ayudaron mucho en esta difusión; en «El Europeo» aparecen
los primeros manifiestos románticos, y Peers no desperdicia el
material que le ofrecen las hemerotecas provinciales españolas.
Sin embargo, no hay que dar a la prensa un valor excesivo. Los
verdaderos conquistadores del nuevo gusto serían los últimos procesados
por el Santo Oficio, cada vez más obstinados en su comercio
ideológico. Añádanse las circunstancias históricas —gue-
PAAR, Shakespeare en la Litiratura española, Madrid, 1935; MÁS y PRATS, Las
noches de Young, «Ilustración Española y Americana», 1888, II; 203-206.
** Para el estudio de este fenómeno véase el Cap. I de esta monografía.
314 [214]
rra del Rosellón, prisioneros franceses distribuidos por muchas
ciudades españolas, abundancia de comerciantes franceses—, muy
favorables para el desarrollo de todos los acontecimientos. La
historia española del sigflo XVllI, tejida de esta urdimbre tan variada,
estaba llena de augurios prometedores.'^
El poderío real, fundamentado en las doctrinas regalistas, se
robustecía, aunque, simultáneamente, se debilitasen otros, como
el religioso. Se ha querido señalar este fenómeno como una nota
positiva para la ideología dieciochesca, pero se ha pasado inadvertidamente
sobre el fondo revolucionario que encierra. Academias,
Sociedades Económicas, bibliotecas, museos, censura rígida
nacen con la centralización gubernativa. La debilidad dogmática
iba aparejada con el mayor auge del jansenismo, cada vez más
en boga entre muchos clérigos, casi adoptado oficialmente por
decretos reales. Los expedientes inquisitoriales hablan de la difusión
que alcanzó la nueva doctrina: desde la alta clerecía a la
baja, desde el estudiante al intelectual, desde el ama de casa hasta
la señorita de buena sociedad, toda la escala social participó de la
influencia. Y los textos de Febronio, Halsenio, las conclusiones
del Sínodo de Pistoya, el Tamburini, el Quesnel o el Grocio andaban
de mano en mano; la tertulia literaria, la visita amistosa o la
charla fortuita; los consejos de los confesores, las prácticas de los
párrocos y aun de los diocesanos —Tavira y los capitulares de Las
Palmas—; la vida civil y religiosa, todo estaba contagiado por una
ola reformadora de alcances insospechados.
Los monarcas regalistas, aprovechando esta reforma, aceptan
y protegen de un modo oficial este nuevo doctrinario, por cuanto
tenía de favorecedor para su política. La vida de don José Menino
y Redondo resume el afán regalista de la monarquía española;
su mayor triunfo consistió en la hegemonía alcanzada en los círculos
pontificios gracias a la colaboración de clérigos españoles jan-
'^ El necesario conocer integramente —y no con parcialidad— la vida de
la España del »ig\o XVIII para comprender mejor, y con claridad, la difusión de
este fenómeno. No tenemos todavía el libro documentado y veraz sobre lo que
fue la vida española en el Si^lo de las Luces: ni tan extranjerizada, ni tan tradt-cionalista
como se la ha pretendido pintar.
[215] 315
senistas, como Vázquez o Azara. Se esforzaban los políticos rega-listas
por afianzar y ampliar la facultad real; se tendía a convertir
al rey en cabeza visible de una iglesia nacional. Al mismo tiempo,
tal vez inadvertidamente para muchos, se iban desatando lazos
que habían parecido intocables hasta entonces. La compenetración
de esta reforma religiosa con la politica —el proceso de
Olavide es elocuente— caracteriza el despotismo ilustrado del siglo
XVIII, adelantado, en muchos aspectos, del constitucionalismo
de 1812, el primer manifiesto estructurado del romanticismo español.
No se debe olvidar que los redactores de la Constitución
del 12 habían leído con tanto fervor a Montesquieu o a Rousseau
como a Holbach o Heinecio. Aunque el derecho político de los
legisladores franceses fuese el predominante, cuidaron muy bien
los constitucionales españoles de nacionalizarlo y de fundamentar
en antecedentes históricos —revalorización de Padilla y las cortes
castellanas— sus reformas, en el fondo restauraciones de antiguas
y olvidadas leyes. El camino recorrido por la legislación española
desde Floridablanca a Martínez Marina es el itinerario más seguro
de la nueva doctrina; de La instrucción reservada a la Teoría de
las Cortes, he aquí dos obras fundamentales para conocer la evolución
de la Ilustración en España, en la que jugaron un papel
principal religiosos como Amat y Villanueva. Quizás sea en el
campo de la política en donde se manifíeste más claramente la
continuidad del Aufklaruog y la profundidad de su influencia.^*^
Humanidad y Poeafa
El desarrollo del fenómeno literario tuvo una nota característica
en Francia, en Inglaterra; en Europa, en general, adquirió
cuerpo bien pronto. Mornet dice en qué consistía el romanticismo
francés del siglo XVIII: «había palabras precisas para expresar lo
" La instrucción reservada del conde de Floridablanca es, sin duda aljfuna,
uno de los documentos más importantes para conocer el ambiente español de la
época. Y para conocer, también, la Historia de España.
316 [216]
grandioso, lo pastoril, lo fúnebre o lo melancólico . . . No se quería
la tragedia, ia égloga, el sueño o las lágrimas separadamente;
era todo, en mezcla unas cosas con las otras; era ese estado del
espíritu en que se toca el confín de todo; era el no sé qué descubierto
por Fenelon y exaltado por Rousseau. Únicamente la
naturaleza podía devolvernos ese vértigo misterioso; es necesario
encontrar una palabra exacta que lo resumiese . . .» Tal vez sea un
texto de Baculard d'Arnaud, seleccionado por Mornet, el que mejor
exprese esta inefabilidad: cMes pleurs ont couleur...»
El prerromanticismo, como ha demostrado Tieghiem, fue en
Francia un hecho visible desde mediados del siglo XVIII. Mucho
antes de terminar el siglo eran suficientemente conocidos en la
poesia francesa Milton, Pope, Ossian, Young, Gray o Gessner.
Lo nórdico, lo sajón había calado muy dentro del espíritu francés.
Farinelli ha hecho un estudio completo del romanticismo en el
mundo latino; la prioridad de Italia y Francia sobre España es manifiesta:
precisamente por su mayor contacto con el mundo sajón.
La utilidad que prestan las traducciones italianas y francesas de
obras inglesas o alemanas a los lectores españoles es muy grande;
una buena parte de los principales libros románticos llegan a España
por este camino indirecto.-' Don Juan de Valera y Alonso
Cortés son expresivos; el uno señala la huella de Young, Pope o
Driden, algo afrancesados, y el otro, la utilidad del italiano para
conocer libros de viaje, un género tan abundante en la época.
Young y Gessner, concretamente sin duda los autores más leídos
y más influyentes en los poetas prerrománticos españoles, eran conocidos
a través de sus respectivas versiones francesas. Escoiquiz
y Viera y Clavijo, un casi desconocido gesneriano, utilizan a Le
Tourner para sus respectivas traducciones.^**
'^ Youn^ llega a España a través de Tourner; igual que Pope, que Osiian y
que tantos otros autores nórdicos. No eran el inglés o el alemas idiomas frecuentes
en los hombres cultos de la época.
^* No dudamos que la traducción de Viera de Pope, El ensayo sobre el hombre,
haya movido algo a continuar Afonso con la obra del preceptista inglés.
Véase, para más detalles, la tesis doctoral de JOAQUÍN BLANCO MONTESDEOCA,
José de Viera y Clavijo.
[217] 317
El romanticismo español resulta un tanto tardío en el mapa
literario europeo. Hubo causas que retardaron su propagación y
su crecimiento. La resistencia oficial a la comunicación con el
extranjero fue una; los sucesos políticos españoles, otra; la oposición
de Fernando Vil, en sus periodos absolutistas de 1814 y 1823,
a la entrada de libros extranjeros, fue un factor más que añadir a
los anteriores. Nuestro romanticismo está lleno de traducciones
de obras francesas —hechas con poca fidelidad—, que iban satisfaciendo
las necesicades d^ los espíritus, no conformes ya con la
preceptiva neoclásica. El periodo preparador es, tal vez, más largo
que en otros países; de ahí el porqué se puedan encontrar neoclásicos
contumaces en pleno sigilo XIX y prerrománticos, aun tímidos,
hasta casi 1840.
«La plupart des ouvrages dramatiques du cette periode sont
des traductions —dice Sarrailh—. Quant á autres genres, ils ne
comptent que de représentants mediocres et indignes de mémoire.
En tous cas, il semble bien que le courant préromantique qui s'an-noncait
avec quelque éclat chez un Cienfuegos, un Meléndez Val-dés,
un Jovellanos, soit arreté dan son élan par un néoclassicisme
banal, officiel, le seul soutenu. Parallélement, dans la mode et
le goQt de la plupart des espagnols, on ne trouve guére trace de la
sensibilité préromantique qui avait fait naitre les romans en par-ticulier
». El crítico destaca la importancia de las obras dramáticas
traducidas y la interrupción que sufrió la difusión de las doctrinas.
Es muy oportuno, para completar la visión anterior, conocer el criterio
de Peers: «Cuando el romanticismo llega a España (tardíamente
por la política y otras causas) apareció en la nación una
nueva literatura de ensueño en vez de un estallido deslumbrador,
como en Francia, con la fuerza de una revolución; le faltaba su vigor
y vehemencia, la convicción firme del movimiento francés;
suspiros más inciertos, su éxito menos patente y la reacción fueron
graduales . . . Tenía todas estas características, pero una destaca-ble
sobre todas: más que una revolución fue una reconstrucción».*»
En 1823, cuando ya en Francia y en Inglaterra brillaban Chateaubriand,
Scott o Byron, «El Europeo» iniciaba con afán renova-
» E, A. PiERS, Rñxts and Romanticism, Liverpool, 1923, pig. xiv.
318 [218]
dor, traducciones y adaptaciones de obras consagradas ya fuera
de España. La europeización, ideal fuertemente enraizado en los
escritores catalanes especialmente —recuérdese, por citar uno, a
López Soler—, no pudo prosperar en continuidad ni en solidez;
la restauración absolutista impidió que se cumplieran los propósitos
de los redactores de «El Europeo>. Como dice Peers, hubiese
sido la mejor coyuntura para haber transformado el romanticismo
en un movimiento «firme, sólido y con plena conciencia de sí
mismo». Esta indecisión o timidez produciría un fenómeno particularísimo,
ya apuntado: la persistencia de un neoclasicismo, que
no desaparecería en medio de la efervescencia romántica. £1 arte
y la literatura española del si^lo XVIII no parecen haber terminado
totalmente hasta 1850. El hecho no tendría significación mayor,
pues en Francia, aunque con más rareza, también encontramos
neoclásicos tardíos; el repetirse, casi como una constante, este
neoclasicismo en un momento determinado de la vida de nuestras
primeras figuras románticas, sí es una circunstancia que no debe
pasar desapercibida. Lo clásico y lo romántico, recíprocamente
incrustados, tienen en nuestras literaturas del XVIII y del XIX
importancia capital. Díaz Plaja apunta circunstancialmente el
tema, como él dice, de esencial interés para conocer a los maestros
de nuestro romanticismo; la devoción que por algunos clásicos
castellanos —Fray Luis, Garcilaso, Herrera, Góngora, Lope,
Cervantes— tienen los poetas románticos se debe explicar, pri-mordialmente,
por la continuidad del fenómeno, existente ya en el
siglo XVIII.
Circunscribiendo el prerromanticismo a la literatura española,
pueden hacerse dos grupos de sus escritores: los iniciadores y los
propiamente prerrománticos, cada vez menos neoclásicos. Por
dar algunos nombres, Feijoo, don Juan de Iriarte, Clavijo y Fajardo,
Estala, el P. Andrés, Villarroel, Porcel, entre los del primer
grupo; Jovellanos, Quintana, Cadalso, Meléndez, Cienfuegos, Mar-chena,
Blanco, Reinoso, entre los del segundo. Tienen los iniciadores
la virtud de haber sido los primeros que, de un modo más o
menos directo, romperían con la norma y la imposición académica.
Recuérdese el discurso del No sé qué y la cautela del benedictino
frente a lo académico francés; piénsese en la pu^na Luzán-
[219] 319
Iriarte, movida precisamente por el rigor preceptista del escritor
aragonés; téngase en cuenta la postura, francamente vanguardista,
de los jesuítas españoles en Italia, más en contacto con las novedades
europeas. El segundo momento se podría llamar el triunfo
del sentimiento. Pertenecientes a este último periodo, todos estos
poetas tienen como característica esencial el predominio del sentimiento.
En cada uno de ellos se pueden señalar notas personales
de su obra que terminarían por situarlos con propiedad en el campo
romántico. Meléndez, o el poeta del amor; Quintana y Jove-llanos,
exaltadores de lo nacional; Lista, Marchena, Blanco o Rei-noso,
cantores de los temas europeos. Un último subgrupo se
podría hacer: lo constituirían Rivas, Martínez de la Rosa, Larra y
Espronceda, los dioses mayores del romanticismo. Más numeroso
podría ser este índice; sin embargo, teniendo presente la obra del
Doctoral, basta con los nombres mencionados.
Entre todos estos escritores hay dos muy semejantes con
Afonso: Meléndez y Lista, este último de un modo especial. Meléndez
Valdés, en la obra; Lista, en la vida. El concepto de lo
pastoral y lo bucólico inunda la obra de don Graciliano, gracias a
Meléndez, aunque no será la única causa; la gravedad y el tono de
magisterio de Lista vienen de acuerdo con la vida de Afonso,
dramática y movida, pero edificante. Quintana dará a Afonso el
tono retórico y enfático de muy contadas composiciones; lo pondrá
en contacto directo con la naturaleza. Los tres poetas andaluces
parecen unidos con el Doctoral por la línea de lo europeo:
Milton, Pope, Colardeau, Beranger son un denominador común.
Con los maestros románticos tiene Afonso una relación más directa,
pues las circunstancias de sus vidas hicieron posible que conociesen
todos —Rivas y Martínez de la Rosa, concretamente— el
dramatismo de los años constitucionales.
Meléndez es, seguramente, el que ofrece mayor interés. Las
lecturas de Young, el conocimiento de Ossian hicieron del poeta
extremeño un sentimental nada corriente en aquella época («Y con
Young silenciosos nos entremos / en blanda pac por estas solé-,
dades»). En la oda 32 expresa en cuatro versos el estado de su
alma agitada por el dolor y suavizada por la ternura: «¿Te admira
de que llore, / de que mi blando pecho / brote en lluvia de lágri-
320 [220]
mas deshecho,/y ai santo cielo tan ferviente implore?>. En otras
ocasiones, la naturaleza se compenetra con el autor; sirve como
espejo de su estado de ánimo. La luna es una buena confesora;
«Atendiéndome, pía, / la luna los gemidos lastimeros / que un misero
la luz siempre fue odiosa>. La anacreóntica le sirve, sin
querer, para expresar todos los grados del sentimiento; desde el
sensorial al espiritual. Meléndez, y esto tendrá un gran interés
para la obra de Afonso, no sólo cultiva la anacreóntica pura —la
enseñada por Anacreonte y Villegas—, sino también la de Gess-ner,
cuya ascendencia de Teócrito parece más inmediata que la
del poeta de Teos. En el idilio, bien a la manera moderna o a la
antigua, es donde el poeta deja escapar la válvula escondida de
sus sentimientos. Su generosidad, su ternura, su respetuosidad,
su alegría, su inocencia, su dulzura, aparecen reflejadas en las virtudes
de sus pastores, que dejan de ser muñecos de cera construidos
con mayor o menor acierto, para convertirse en verdaderas
figuras humanas, calurosas y llenas de sentimientos. «La alegría
de la amistad, la triteza de la ausencia, el encanto de la vuelta, la
preocupación por lo sucedido al amigo, todos estos sentimientos
delicados y tiernos, todos estos lugares comunes de la sensibilidad
banal son tratados con una dulzura exquisita, aunque un poco falsa,
con una elegancia muy superior a la que existia entonces en el
mismo género», dice Merimée del género anacreóntico en la obra
de Meléndez.»"
Es conocida la derivación que tiene en Valdés esta valoración
del sentimiento; llegan a adquirir los sentidos un rango tal que,
como ha demostrado Salinas, no es difícil descubrir en un obra
composiciones de un realismo encubierto por la hojarasca de lo
bucólico. Las pastoras, en ocasiones, puras esencias de feminidad,
llegan a ser retratadas con una crudeza nada acorde con la delicadeza
del género. Hay una voluptuosidad, como apunta muy bien
Salinas, que flota muchas veces, de un modo imperceptible, sobre
cada uno de los versos anacreónticos de Meléndez. La universalidad
que tiene Anacreonte y lo anacreóntico en el siglo de los
pastores y pastoras juguetones no se circunscribe solamente a la
>« P. MERIMÍE, Mtlindtt Valdis, «Bull. Hiip«nic|ue>, 1894.
[221] ^ 321
poesía; el ambiente, toda la vida parece ser un sueño más de aquel
gran imaginativo de Teos. Un «aroma sensual y festivo» se escapa
de la poesía para difundirse por la alegría vital de los hombres
de la época, amigos de lo fácil, lo agradable y lo sensitivo. En el
siglo XIX, la persistencia de los anacreontistas prueba la huella
dejada por los maestros del siglo anterior, tan amigos de la inconstancia
y ligereza. El estudio del anacreontismo en el siglo XIX
ayudará mucho a descubrir a los neoclásicos tardíos y a los románticos
inseguros. Esta persistencia del neoclasicismo, tan evidente
en las literaturas hispanoamericanas —en Venezuela dura,
por ejemplo, hasta 1880—, es un hecho más que confírma aquella
difícil separación de los dos siglos, en apariencia tan distantes,
pero en el fondo tan complementados mutuamente.
Se suele decir que Meléndez es el primer romántico de nuestra
literatura; mejor se le calificaría como el maestro de los románticos
españoles. Afonso ayudará mucho a comprender el magisterio
de este Gessner español.'*
La relación del Doctoral con don Alberto Lista es menos
concreta. Ocupado el sacerdorte sevillano en difundir su saber,
su vida es un magisterio en continua renovación; empezando por
sus clases en Sevilla y terminando por la Academia de la calle de
San Mateo, don Alberto Lista es un predestinado a educar y formar
inquietudes literarias; como Afonso. Por último, los libros
más familiares al poeta sevillano no difieren mucho de los del
Doctoral: Pope, Horacio y Virgilio parecen ser preferencias comunes.
El haber encontrado, entre los manuscritos de Afonso, una
traducción de Colardeau hecha por Lista; la adaptación escénica
de dicha obra a cargo del Doctoral y otros amigos son notas que
no pueden pasar desapercibidas. La equidistancia que Lista guarda
con lo francés y lo inglés es un justo medio familiar al Doctoral.
Uno de los discípulos de Afonso, don Emiliano Martínez Escobar,
está influido de una manera mediata por Lista; un dato nada despreciable.
El papel que uno y otro desempeñan en la introductón de
*' Sin duda, fue Pedro Salinas el primer critico que fijó con absoluta claridad
la distinción entre los dos Meléndez, en realidad uno solo: el poeta del
•entimiento.
RHC, 9
322 [222]
las doctrinas románticas es sintomático. Don Alberto explica sus
lecciones de literatura española en el Ateneo, con pocos años de
diferencia de la traducción de Pope por Afonso, en cuyas páginas
el Doctoral esboza ya la nueva preceptiva romántica."'
La huella dejada por Mélendez en la obra de nuestros románticos
los une todavía con el mundo del sijflo XVIII. La formación
clásica de una gran mayoría de ellos —la cátedra universitaria, en
Martínez de la Rosa; los estudios de Espronceda con Lista; el
Seminario de Nobles, en don Ángel de Saavedra— complementa
esta vinculación con el neoclasicismo, cuyas reminiscencias se seguirán
sintiendo en el siglo XIX. De la Rosa escribiría su primer
libro de versos con aire bucólico; Bussagol ha valorado la faceta
anacreóntica del Duque de Rivas, cuyo romanticismo no es tan
completo como se ha querido ver; el mismo Larra, según ha señalado
Lomba, no se olvida fácilmente de sus años estudiantiles.
La explosión romántica se convierte en fuego oscilante; el nacimiento
es tardío y el crecimiento lento. Las Poéticas de Luzán,
Martínez de la Rosa y Hermosilla podrían indicar tres momentos
de la preceptiva de los dos siglos. Un resumen, valorado ya por la
sagacidad de don Marcelino, es la traducción del Arte poética de
Horacio hecha por Afonso. Tanto en la traducción horaciana como
en la de Pope —Ensayo sobre la Critica— justifica sus ideas
preceptistas el Doctoral; en ella se aprecia la complejidad de su
obra: nacida con Meléndez y acabada con Byron.'*
La inundación de Anacreonte en la literatura española del
siglo XIX es un fenómeno aún sin estudiar. Rubio y González
Patencia —éste casi repitiendo a aquél— han adelantado algo, pero
no lo suficiente.^* Conocer la polémica anacreóntica en el siglo
" Aunque no hemos encontrado correspondencia directa entre Afonso y Lista,
no dudamos que debió haber habido; pues, sin duda, debieron ser conocidos,
aunque no sea sino por la amistad común con José Martínez de Escobar. Siendo
los dos escritores de la misma edad —ambos nacidos en 1773—, respondían los
dos a una misma técnica y a una misma escuela literaria.
" Haber traducido a Horacio en 1850 —en realidad, dentro de la segunda
mitad del siglo— es dar fe de una formación clásica y de un espíritu preceptivo
propios del siglo anterior.
'* A. RUBIÓYLLUCH, /4nacreonfey/OS anacreonfistas, Barcelona, 1879; ÁNGEL
G. PALENCIA-MOLE, Un tema de Teócrito .., tRev. de U Academia EspañoU>,1949.
[223] 323
XIX es esencial para delimitar las orientaciones estéticas de cada
poeta. Larra apreció en las odas de Martínez de la Rosa un aire
bucólico desusado; como en los idilios de Saavedra, encontró ya
conceptos de la bucólica gessneriana. Tieghiem, al estudiar el tema
de Gessner en Europa, no se preocupa mucho del fenómeno en
España. Sería curioso observar que, en algunos poetas, coinciden
las dos tendencias: la anacreóntica pura —resultado de la educación
clásica— y la gessneriana —consecuencia de los ideales prerrománticos—.
Dentro de la obra de Afonso, especialmente en su
primer libro —El beso de Abibina—, no es difícil encontrar las
dos variantes del género. Al igual que su maestro Meléndez, la
obra bucólica de don Graciliano está teñida de un doble sentimiento:
el festivo o sensual y el natural o sentimental. No es fácil,
en muchas ocasiones, separar con exactitud estas dos corrientes
muchas veces confundidas. Rubio, hasta ahora el recopilador más
completo del material anacreóntico español, ha indicado la trayectoria
que ha tenido el poeta griego dentro de la literatura española.
Aunque son Villegas, Qucvedo y Meléndez los introductores,
no deja de señalar la importancia que tiene los Basia de Juan
Segundo, seguramente a través de Colardeau, el cual no solamente
influyó en Góngora, como ha indicado Sforza. No son éstos dos
autores ajenos a la lira de Afonso; uno de ellos, el flameflco, inspiró
la composición dedicada a Abibina, mientras que el otro, el
italiano, le serviría para la composición de muchos idilios algo
italianizados. La influencia que estos dos eróticos han tenido en
los anacreónticos españoles prerrománticos no ha sido estimada
debidamente, o, lo que es peor, ha pasado desapercibida. AI analizar
el anacreontismo de Afonso se indicará la importancia que
los Besos tuvieron para el sensualismo de muchos poetas españoles;
Meléndez Valdés, cuyo aspecto sensual propasa muchas veces los
límites da la ficción poética, debe mucho al poeta flamenco, como
ya apuntaron sagazmente Foulché y Merimée."'*
El camino que recorre el romanticismo desde los llorosos
" FOULCHÉ-DELBOSC, LOS hesos de amor... «Revue Hi»panique>, 1894, 166-
195; P. MERIMÉE, Études sur la literature espagnole ... Meléndez Valdés, «Revue
Hifpanique», 1894,1, 217-235.
324 [2241
pastores gessnerianos hasta los lúgfubres lamentos del suicida
podría seguirse por el lagrimeo de cada poeta. Una filosofía —el
cfeísmo— incitifba a estos ruidosos sentimentales con textos de
Pope, de Bolingbroke, de Shaftesbury, defensores de la religión
natural. Los escritores españoles, necesitados de esta nueva orientación
filosófica, satisfacían sus aspiraciones gracias a los traductores
o a los intérpretes franceses, y son muy raros ios poetas capaces
de leer los textos en su lengua original. Graciliano Afonso, traductor
de Pope y de Burke, no necesitó de textos franceses para
fortalecer su sentimentalismo; los mismos maestros ingleses fueron
sus inspiradores. £1 naturalismo o el primitivismo religioso que hay
en su obra debe achacarse de un modo especial a los deístas ingleses,
y a sus primeras lecturas del Seminario, cuando Holbach y
Condillac se escondían fácilmente en las habitaciones de los seminaristas.'
® '
Pero es el anacreontismo, en suidos ramas, la nota esencial,
fundamental, dentro del poeta. Costantemente lleva de la mano
don Graciliano al maestro griego, con su alegría, su despreocupación
y aun con su sana filosofía del humor.
''Clasicismo" y romanticismo
Graciliano Afonso, ante todo un prerromántico, participará de
esta avasalladora influencia que ejerce el espíritu de Anacreonte
en la poesía española del 1800; una influencia que se prolonga hasta
años muy recientes, cuando Rubén y Valéry vuelven a inspirarse
en patrones griegos."' De un lado, lo anacreóntico puro, recogido
en sus mismas fuentes clásicas; del otro, lo sentimental, lo verdaderamente
romántico, o, al menos, lo que sería punto de partida
para los maestros del romanticismo. La anacreóntica, una composición
breve intencionadamente amorosa, sufre una transformación
" .Cf. Cap. I, de eita monografía.
*' Cf. P. SALINAS, La poetia de Rubén Daño, Buenoi Airea, 1948, paya.
59 y fiya.
Í225] 325
en su contenido. De la composición griega, a la rubeniana va un
abismo, que lo llenan esos cientos y cientos de poetas anacreónticos,
algunos con un anacreontismo muy particular. La lig^ereza, la
gracia, el aire jug^uetón, la banalidad, la sensualidad encubierta se
mezclan con el tono social, satírico, descriptivo y circunstancial
que invade al género poético. La simultaneidad de las dos tendencias
en un mismo poeta es prueba inequívoca de un romanticismo
incipiente, cada vez más vigoroso, que acabará por imponerse
con los años.^^ No fue el anacreontismo la única fuente del
romanticismo; pero no se ha valorado lo suficiente la inclinación
anacreóntica de casi todos los iniciadores de la nueva escuela.
A Meléndez, por ejemplo, se le recuerda casi siempre con un caramillo
bucólico por los prados salmantinos, pero hasta fecha muy
reciente no se ha precisado bien qué tonalidades tenía la música
del autor. Conviene ver y conocer a los caminantes que le acompañaron
en esta pere^frinación por la ruta nueva del anacreontismo.
Dos autores de la época. Quintana y Ribot, sirven para aclarar
muchos conceptos poéticos. El uno es de los primeros años del
1800, un prerromántico; el otro está más cerca de 1850, un romántico
de tono medio.
Una edición de poesías de don Toribio Núñez, traductor de
Bentham, está prolog^ada por Quintana. Obsérvese cómo interpreta
la poesía de Núñez: «ellos fueron [Uis poetas] los primeros maestros
de los hombres: y el talento divino de pintar en verso no
debió emplearse jamás sino en dar atractivos a la verdad y exaltar
los ánimos al bien y a la virtud>. No es otra teoría sino la del len-
Sfuaje poético tan de nioda en el siglo XVIII; y nótese cuál es la
finalidad de la poesía: adornar <a la verdad» y «exaltar los ánimos
«I bien y a la virtud». El preceptista ha hablado teniendo a Horacio
en la roano. Pero el poeta concede excepciones; toda la poesia
no iba a ser, como la concebía Aristóteles, moralizadora o didáctica.
La gracia, la ligereza, lo festivo, lo amoroso debían expresarse
de alguna manera. Así concibió Anacreonte su poesía, aunque,
para la rigidez de Quintana, se excediese muchas veces en estas
" Cf. Prólogo de Salinaf, ya citado, al volumen de Meléndez Valdéi de
«Clálicoi Castellano! La Lectura»; P. V. TIKGHEM, Le Priromantitme...
326 [226]
concesiones poéticas. «Muchos —continúa—, vistiendo a las Musas
de Bacantes, las ocuparon en escandalizar la modestia y las
costumbres . . . a excepción de algunos pocos versos destinados a
pintar los sentimientos tiernos que ocupan la juventud; no creo
que los demás que van en este libro sean ajenos a la gravedad más
austera». Quintana, también cultivador del género anacreóntico,
pretendía poner coto a estos extremismos, que tenían su orig«n en
los versos griegos. Voluntariamente o no, Quintana, al buscar
esta limitación, estaba dando entrada a la futura oda filosófica, inspirada
precisamente en la primitiva anacreóntica.^^ Como diría
treinta años después Ribot, «el poeta no es más que el órgano de
la naturaleza, descubre ios efectos tales momo son en si>; «Melén-dez
—dice más adelante— no es ya un poeta, es un pastor que
acompaña al ganado, que conoce las preferencias de los pastos, la
astucia del lobo y el instinto de los mastines... es el hombre de
la naturaleza, él la ha estudiado al pie de una cabana, entre el susurro
de las ojas [sic] y el murmullo de las aguas . . . él ha aprendido
a describirlas». Esta calurosa demostración de débito hacia el
poeta del Tormes no sería única ni excepcional, pues la veremos
repetida en más de un romántico. El silencio a que se vio reducido
su nombre a causa del afrancesamiento se transformó en reivindicación
después de su muerte; Meléndez se llegó a convertir en un
lema para la generación de «ISSO.^" Cotéjese el juicio anterior
con el siguiente del propio Quintana, que no solamente habla del
bucólico Meléndez, sino que hace historia del género literario.
Sin duda es uno de los textos más estimables que en la crítica prerromántica
podemos encontrar de la doble orientación bucólica
de sus poetas. «Desde ellos [Graciliano, el Romancero, Francisco
de la Torre] es preciso dar un gran salto hasta Meléndez, que en
una gran parte de sus poesías ha dado exemplares exquisitos en
" BENTHAM, Ciencia Social según los principios de , por el Dr.
don Toribio Núnez, bibliotecario de la Universidad de Salamanca, 1802. Véase
Prólogfo.
*" Puede decirse que casi todos los poetas del romantieismo — desde Rivas a
Espronceda —comenzaron haciendo anacreónticas, aunque terminaron ridiculizándolas,
como le ocurría a Larra, también anacreotizánte en su juventud.
[227] 327
este ramo, y cuyo Batilo es tal vez la Égloga mejor que puede la
Europa moderna oponer a la antigüedad». La aparición del buco-lismo
gfessneriano está descrita con una rara precisión: «Un poeta
suizo vino o confirmar las sospechas del crítico inglés [Blair], y a
confundir la decisión de los demás, y tres volúmenes de poesías
pastorales leídos deliciosamente en toda Europa manifestaron que
nada se niega a los esfuerzos del genio y que la égloga podía rejuvenecerse
y tomar nueva vida». Las líneas siguientes, dedicadas
a explicar el contenido de esta nueva poesía, son las más enjun-diosas:
«Es preciso contemplar la rara fecundidad que ha sabido
idear una muchedumbre tan varia de escenas campestres, el gusto
delicado y conocimiento profundo con que separando del corazón
humano todos los sentimientos venenosos, y dando lugar solamente
a los dulces y pacíficos, ha puesto en movimiento y en
acción todos los afectos de familia, los de padres a hijos . . . de
hermano a hermano, de amigo a amigo; . . . gracia y realce en el
respeto debido a la ancianidad, en la veneración a los sepulcros
donde reposan los mayores, por último, en el amor mismo, eterno
objeto de los poetas campestres, manejado por él, y presentado
por todos los atractivos del pudor, y con todas las gracias de la
inocencia». Ya no tiene el género intranscendencia y jugueteo
propios del poeta griego; existe ya un sentimiento de amistad, un
afecto caluroso y aun una cierta trascendencia filosófica —«veneración
a los supulcros donde reposan los mayores»—, que no había
en los idilios de Anacreonte. La concisión y precisión del texto
hacen de él una de las primeras y más acertadas síntensis de los
ideales prerrománticos españoles."
Quintana, sin embargo, no se entregó fácilmente a la nueva
escuela; ni la admitió sin reservas. De Cadalso admite únicamente
el aspecto no romántico del poeta; la filosofía, la tenebrosidad, el
sentimiento lúgubre de las Noches no son totalmente comprendidos
por el director de Las Variedades... Young, que poco a
poco iba entrando en nuestra poesía, no satisfacía el gusto de
Quintana, al menos totalmente. «Young, modelo de nuestro autor
*' Véase la nota 42.
228 [328]
en esta parte —decía Quintana de Cadalso—, aunque cansado,
trivial y fastidioso a veces, es frequentemente magnifico y sublime:
él se vale del dolor, del terror, y de las lágrimas para despertar el
espíritu y llevarle a la contemplación de la eternidad, del tiempo,
de la creación y de la naturaleza». Reprochaba más la imitación
que el original. <Es fácil conocer que en unos diálogos en prosa
con un sepulturero, acompañados de hedor, de gusanos y de horrores,
sembrando de quando en quando reflexiones secas sobre la
triste suerte de la humanidad, ni son poesía, ni imitación de Young,
ni obra que pueda excitar interés por el dolor del amante, y suerte
malograda de la dama>. £1 anacreontismo de Cadalso era el mejor
elogio que se podía hacer de toda su obra. «Desde Villegas, a
pesar de su mal gusto y afectación pedantesca . . . dio en sus cantinelas
muchas muestras de la gracia y soltura anacreóntica, nadie
supo manejar esta clase de poesía y de versificación hasta el tiempo
de Cadalso». Nunca se había podido decir menos en más
como elogio de un autor.^^
El prerromanticismo de don Manuel Quintana parece venirle
más por el camino gessneriano que por la tenebrosidad de Young.
La proximidad anacreóntica quizá haya facilitado más su comprensión.
Los excesos de sentimiento notados en la obra del poeta
inglés, el realismo y la repugnancia de sus descripciones no caían
dentro del canon riguroso exigido por el preceptista. No negaba
la expresión del sentimiento (su juicio sobre Gessner es inequívoco);
pero detestaba la exageración en todas sus manifestaciones: de
ahí que admitiese la serenidad del poeta suizo y no comprendiese
el apasionamiento del autor inglés. Estaba más en consonancia
con su sensibilidad el «carácter ameno, campestre y pastoril de su
talento (Gessner)». Don Manuel no llegará a comprender, al menos
en estos años, la sensación producida por la naturaleza libre —«las
selvas espaciosas, los precipicios horrendos y destructores torrentes
»—; le agradaba más la amenidad y la dulzura de una naturaleza
pequeña y delicada —«amenos pensiles . . . flores olorosas y bos-quecillos
risueños y graciosos»—, y no seguramente por la apariencia
de realidad, sino por la mansedumbre que tenía. Téngase en
** Véase VarUdadei de CienciaM, Ltírai y Arle», 1807.
1229] 329
cuenta que Quintana manifestaba esta parcial intransigencia en los
primeros años del 1800; era un criterio lógico al comienzo de siglo,
pues el romanticismo no se había de manifestar plenamente hasta
muchos años después. La evolución del fenómeno literario puede
seguirse perfectamente por la pérdida sucesiva de Anacreonte,
aunque esta pérdida no fuese tan total como se podría pensar, según
se deducirá de los textos siguientes. Y no precisamente de
autores demasiado partidistas. Cotejarlos con Quintana es tener
los dos extremos de un movimiento iniciado en el siglo XVUI, proseguido
en el siglo XIX y no olvidado del todo por los componentes
de la nueva escuela.^"
«Entre todos los buenos poetas de aquel tiempo descuella . . .
don Juan Meléndez Valdés no sólo por lo mucho que le debe la
poesía, sino por haber contribuido más que ningún otro a propagar
en la juventud la afición a este arte: discípulos suyos fueron los dos
poetas que luego han sobresalido más en la tragedia . . . Quintana
y Cienfuegos . . . después de ellos apenas habrá alguno que no se
haya formado en su escuela... ».^^ Esto lo escribía don Francisco
Martínez de la Rosa en Londres, cuando editó en 1838 sus obras;
razón tenía, pues sus poesías tenían mucho de las anacreónticas de
Melérldez. Mucho le debía de la Rosa al cantor del Tornes, y no
lo olvidaba con facilidad. Sin embargo, no todo iba a ser elogio
para el bucolismo y el valdesianismo; los defensores de las nuevas
doctrinas iban a impugnar las ya anticuadas preceptivas. «Pasó ya
el siglo en que era lícito a un poeta escribir 8.000 versos para pintar
una felicidad pastoril... de la c u a l . . . no podía recoger el
lector más que algunas hojas ahogadas en un fárrago inmenso de
versos...» Se publicaba esta critica periodística en 1837, precisamente
en el «No me olvides», uno de los órganos del romanticismo,
descrito en sus líneas generales en el primer número de la
publicación. «Los caballeros y damas, los trovadores y peregrinos,
las dueñas y los donceles, han reemplazado a los pastorcillos y
pastorcillas que tocaban la dulce zampona y corrían . . . tras de las
volubles mariposas de nacaradas alitas. Y se habla de estos
<' Véaie la nota anterior.
" F. MARTÍNEZ DE LA ROSA, Poesías, 1, 1838. Prólogo.
530 [250]
[pastores], se pintan cubiertos de harapos y durmiendo a pierna
suelta . . . no tan afortunados como la Arcadia, si fue tal como la
pintan los de la escuela llamada clásica».^^ Hubo criterios ambivalentes,
como el de Gil y Carrasco, no muy inclinado al nuevo doctrinario,
o, al menos sin olvidar en absoluto los valores anteriores
del neoclasicismo. «Aceptamos del clasicismo el criterio de la
lógica . . . la lógica del sentimiento . . . y del romanticismo el vuelo
de la inspiración . . . la llama y el calor de las pasiones», decía el
critico del «Semanario Pintoresco Español», en el número del 5
de marzo de 1839.
Será esta actitud, no claramente definida, la que persistía en
muchos escritores contemporáneos de Afonso, participe también
de esta indecisión. En unos se manifestó de un modo más patente
que en otros, pero en la mayoría, aun en los vanguardistas, había
una tara neoclásica de difícil renovación. Declararse abiertamente
romántico no era normal en aquellos años; nuestro prerromanti-cismo
se prolonga más allá de 1830, y hay una lucha, cada vez más
abierta, entre los viejos y los nuevos —clásicos y románticos—,
lucha que se manifiesta en la calle, en el teatro, en todas las manifestaciones
de la vida pública. En el siglo XVIII el apoyo oficial
hizo mucho para aceptar las normas francesas; una situación bastante
similar a la pugna existente en la primera mitad del siglo
XIX entre las dos escuelas literarias. Es casi imposible hallar mayor
pasión y vehemencia en críticos, autores o lectores conocidos
hoy gracias a los periódicos de la época. La dialéctica, la agudeza,
la precisión de un Fígaro, de «El Solitario» o, ya más tarde, de
Clarín, tal vez las encontremos, todavía muy desdibujadas, en este
apasionante mundo de controversistas que inunda la prensa del
1800. Escogeremos dos opiniones, cada una altamente significativa:
por las fechas (1837 y 1839) y los autores, Quiroga y Lista.
«Si en nuestra creencia —dice Quiroga— es el romantismo
un manantial de consuelo y pureza, el germen de las virtudes sociales,
el paño de las lágrimas que vierte el ¡nocente, el perdón de
las culpas, el lazo que debe unir a todos los seres, ¿cómo resistir
a ser los predicadores de tan sana doctrina?». El romanticismo
*' Véase Iji not* 44.
[231] 331
social y el literario queda definido en cada uno de los periodos
de la apódosis propuesta por Salas; el carácter redentorista y religioso,
del que tanto abusaron sus cultivadores, se antepone como
nota primordial de la escuela. El apostalado del romanticismo es
quizá su virtud principal. No era meramente una renovación literaria;
implicaba una revolución social. Se diría que de esta última
había nacido la primera. Don Alberto Lista, por el contrario, casi
parece rebatir las anteriores afirmaciones. Los excesos del romanticismo,
manifestados en todos los aspectos, el social, el literario
y el religioso, causaban la diatriba de don Alberto, ecuánime en
su vida y en su obra. «Nada más opuesto al espíritu —son sus
palabras—, a los sentimientos y a las costumbres de una sociedad
monárquica y cristiana, que lo que ahora se llama romanticismo
. . . » Y, más adelante, pregunta: «¿Compararemos con los
horrores que se presentan en estas composiciones infernales nuestros
sentimientos dulces, nuestra civilización inteligente, nuestras
pasiones atenuadas.. .?* Aquel hombre, descrito por D'Alam-bert,
«ser sensible y racional», parece revivir en la descripción
anterior. La dulzura de los sentimientos —unos sentimientos limitados—,
la inteligencia —fundada en la razón—, la religión —«norma
moral de la monarquía»—, la filantropía —un débito con el
siglo XVIII—, las «atenuadas» pasiones —nunca desatadas—dicen
claramente cuál fue la ¿tica y la estética de este clérigo, maestro
de más de una generación de románticos.^"
No era fácil establecer concordia entre los dos bandos. Parecían
decididos a no ceder ninguno. Si los unos ponderaban las
reglas, los otros las vituperaban; si éstos preferían la naturaleza
apacible, aquéllos, la salvaje; si la razón predominaba en los tradi-cionalistas,
la imaginación, en los revolucionarios; frente a las
delicadas sensaciones de los «clasicistas», las fuertes y primitivas
de ios románticos. Parecía existir un abismo, y, sin embargo,
quizá inconscientemente, quizá por necesidad, eran deudos mutuos
en muchas cosas. Ni el clásico fue ntinca tan clásico, ni lo fue
*^ Es curioso cotejar las opiniones de dos figuras, contemporáneas, cada una
con un criterio distinto de la escuela. Criterio, como ha probado Juretscken, más
superficial que real por lo que atañía a Lista.
332 Í232]
tampoco el romántico. Se presentía el romanticismo por muchas
esquinas del clasicismo y se adivinaba a éste por muchos resquicios
de las entretelas románticas. La peluca y la lar^a melena parecían
complementarse. Hablar de un clasicismo romántico y de
un romanticismo clásico no es hacer paradoja, sino comprender
muchas interrogaciones. Ha comenzado, de pocos años atrás,
una crítica, cada vez más segura, que ha ido encontrando ideas
comunes a los hombres del 1700 y 1800. Ideas que, como se
ha visto muy bien, han caminado en los dos sentidos. Unas veces,
furtivamente vanguardistas, y otras, aparentemente retrógradas;
el doble juego causante de tantas explicaciones inseguras.
No afirmaremos que el neoclasicismo es romanticismo atenuado y
que el ro.mántico es un clásico exaltado; la exaltación y la ponderación,
la razón y la imaginación son conceptos demasiado relativos
en literatura para darles la amplitud que hasta ahora han
tenido. Apreciarlos en su justa medida es acercarse bastante a la
realidad del problema.
También hubo preceptistas después de 1830, aunque parezca
una contradicción. Antonio Ribot edita una preceptiva poética en
1831. Horacio le ayudó mucho, aunque él quiera silenciar esta
ayuda. Disimula, taimadamente, sus lecturas clásicas, pero se le
escapan sin querer. «La Mitología —dice— insulta a la Naturaleza
. . . atestar las poesías de deidades es prueba positiva de la
mezquindad de un ingenio . . . » Y añade:, «Los que creen que el
poeta nace, sin necesitar para serlo del auxilo del arte, deben al
menos concederme que necesita la lectura de obras modernas para
ponerse al nivel de los conocimientos dominantes». Y, para demostrar
prácticamente su teoría, escoge un ejemplo, precisamente
Meléndez. «Recorramos las preciosas églogas de Meléndez —recomienda—;
Meléndez no es ya un poeta, es un pastor que acompaña
al ganado, que conoce la preferencia de los pastos, es el
hombre de la naturaleza, él la ha estudiado, él ha aprendido a
describirla». Obsérvese la significación que tiene la égloga para
un poeta romántico; es el primer contacto con la naturaleza interpretada
por el poeta. Es posible que piense más en el Meléndei
gesaneriano que en el anacreóntico; siempre es significativo que se
acuerde del poeta suizo para interpretar el paisaje de la natura-
[233] 333
leza. Otros versos hay que aclaran mucho más la postura del crítico.
Ya no es sólo Meléndez, sino Anacreonte.
También a veces en pulsar se goza
de Anacreonte la cítara festiva.
Brinda una vez, vuelve a brindar, y luego
con frases, ni rastreras, ni pomposas,
en medio del festín y la algazara
exhala la alegría en que rebosa.
La canción báquica, tan del gusto de los románticos, nace
precisamente del festivo «anacreón». Quizá sea una de las herencias
más aprovechadas del siglo XIX. Recuérdese a Cienfuegos y
a Espronceda. Entre las letrillas de don Nicasio y las de don José
media un abismo de sensibilidad; la del tradicionalista y la del
revolucionario. El brindis de Espronceda es retórico y musical;
más parece compuesto para ser cantado que recitado."
Pero los consejos del preceptista van más lejos. No se conforma
únicamente con recomendar la anacreóntica báquica. Toda
la amplitud de sus temas —lo festivo, lo gracioso, lo banal— parece
tener entrada en los versos de Ribot. Las gracias femeninas,
predominantes en las composiciones pastoriles, se presienten en la
imaginación del autor.
Dulces como la miel sean ¡os tonos
que escapen placenteros de tu lira.
Danzas graciosas, cánticos amenos
imita con los términos de almíbar
que a la paloma candida de Filis
al sensible Melérydez dirigía.
En realidad, esta predisposición de Ribot por lo anacreóntico
y lo valdesiano no era nada pasajero ni excepcional. Los temas
que llevó Meléndez a sus anacreónticas son los mismos que había
traído el viejo poeta de Teos; habían sido preceptivos en el sigilo
" A. RIBOT, Barcelona, 1835.
334 [234]
anterior, pero se habían olvidado. Parecía sonar a destiempo
aquella exaltación de ios anacreónticos en 1831; este aparente
anacronismo es quizá su mejor elog^io.
Celebrad los amores de Batilo,
y el plácido murmullo de las ondas,
sencillos cual las vírgenes agrestes
que se lavan en ellas Juguetonas.
El placer, la inocencia de una aldeana,
su sonrisa de amor, su encantadora
voz...
Es el amor pastoril, como lo podía haber concebido Melén-dez,
en su mayor exaltación bucólica. No le falta ningún complemento;
el baño, un tema tan del agrado del género pastoril, especialmente
del pastoril primitivo y puro, no falta en esta descripción
sucesiva de imágenes anacreónticas. Pero la anacreóntica, concebida
en la misión báquica, aparece con notas bien acusadas. Este
último concepto —el dionisíaco— es el predominante durante el
romanticismo. Cienfuegos, Espronceda, Rivas recordarán este tono
musical de la primitiva anacreóntica. Será moda improvisar en
banquetes o reuniones pequeñas composiciones para ensalzar las
delicias de la mesa o las virtudes del homenajeado. Diríase que
este aspecto coral del género es el sedimento más inconmovible
de la poesía anacreóntica.
Ribot insistiría, a |o largo de su Preceptiva, en varios aspectos
propios de la escuela primitiva, desechados o vituperados por los
románticos renovadores. La libertad era la única guía del escritor;
no más reglas, ni más preceptos, ni más trabas. Vuelen el numen,
el genio, el instinto, la fantasía; éste era el criterio más corriente.
Había, al parecer, posturas intermedias, moderadas y conservadoras.
<EI hombre nace a la instrucción dispuesto / pero no nace el
hombre ¡nstruido> decía Ribot, y añadía en tono grandilocuente:
Macha lectura, continuado examen,
incesantes ensayos, los ejemplos
[235] 335
de los vates más célebres tomados
producen el buen gusto verdaderoJ^
No era fácil mantener este equilibrio, por no ser la ponderación
elemento frecuente en los escritores contemporáneos. El
mismo Ribot, que no podía eludir totalmente el ambiente, diría
casi al final de su libro: «los ingenios más florecientes rompen las
trabas que les sujetaban a la monotonía del clasicismo y su imaginación
traspasa todas las reglas despóticas». «El drama moderno,
irreconciliable con las tres unidades —continuaba—, parece desplegarse
mejor imitando a Calderón que siguiendo las huellas de
Moratín». No andaba muy acertado Ribot en este desprecio por
el autor de El si de las niñas, pues durante todo el siglo XIX fueron
abundantísimas las representaciones que se hicieron de sus
obras. Respondía esta abundancia —como es lógico— al gusto
del público, «que sabia de memoria las comedias de Moratín»,
según apuntaba un crítico del «Boletín del Comercio» en 1833.
Ni era tan despreciado, ni había caído en olvido el maestro del
teatro en el siglo XVIII, ya que Los celos infundados de Martínez
de la Rosa parecían tener ascendencia moratiniana, según el crítico
del periódico anterior.^^ Se necesitaba todavía en el teatro del
apoyo de las tres unidades, de la sencillez en la acción, del desenvolvimiento
parsimonioso. En uno de los periódicos que podríamos
llamar oficiales dentro del movimiento romántico, «No
me olvides», se defendería —en 1837— la necesidad de las tres
unidades dramáticas. Es el mismo periódico que llenaría sus páginas
con biografías de Fray Luis de León, de Meléndez, de
Moratín, de Luzán. Sin contar con los escritores dieciochescos,
la persistencia del nombre de Fray Luis, autor fundamental para
los poetas salmantinos, indica no haberse perdido totalmente la
continuidad con la poesía anterior.^"
Entre las muchas cosas que debían olvidarse del mundo clá-
*» A. RIBOT, Preceptiva, Barcelona, 1835.
" Cf. «Boletín de Comercio», 1835.
^0 «No me olvides» es uno de los periódicos en donde el romanticismo tlepó
tt tener un» acogfida más favorable.
336 [236]
sico, la rigidez, la frialdad y la preceptiva del mundo griego debían
ser las primeras. Sin embargo, el helenismo es una corriente que
va inundando cada vez más a los escritores románticos; a Byron
entre otros. Entrañaba esta helenofilia una exaltación de la antigüedad
—por sencilla y pura— y de la libertad; pero, en el fondo,
había algo más. Se añoraba aquel poderoso juego de imaginación,
propio de los maestros de la tragedia clásica, aunque muchos
exaltados no quisieran admitirla. Se reconoció que los maestros
griegos, sin forzar la escenografía o la trama, impresionaban y
satisfacían las pasiones del público. La elegancia, la virtud, el poderoso
juego de Antígona —un personaje auténticamente romántico—
excluyen toda posible ruptura de esa armonía maravillosa
que es la tragedia de Sófocles. Con mucha agudeza explicaba la
«Revista Europea» en 1837 este misterio de la tragedia griega
clásica: «Esquilo, Sófocles y Eurípides sabían aplicar poderosos
lenitivos al principio catártico de Aristóteles». Los dramaturgos
románticos, desechando esta finalidad moralizadora, convertían al
teatro en el escenario de espantosos crímenes en un sangriento
drama, único medio para lograr impresionar al espectador.
Don Graciliano, genuinamente aristotélico, adoptaría la postura
similar en su traducción de Sófocles; el prólogo que acompaña
a la traducción es un manifiesto nada desechable para conocer
la preceptiva de un hombre de 1850 enfrentado con un clásico
griego; allí se manifiesta claramente el peso, el poderoso peso que
Aristóteles tenía aún dentro de los autores románticos. Un manifiesto
que se redactó mas allá de mitad de siglo.'^^
(Continuará)
" Díaz PUja teñala esta faceta —filohelénica— en la mayoría de lot román-ticoi
(pág^i. 153-154 de la Introducción . . . ) .