DON ELÍAS SERRA: EL HOMBRE Y EL MAESTRO
Por Juan RÉGULO PÉREZ
Mi maestro y amigo, mi padre espiritual, don Elias Serra
Ráfols, nos dejó el 27 de julio de este año que ahora acaba, cuando
más falta nos hacía a cuantos le quisimos, le respetamos y le
escuchamos. A don Elias Serra debo el haber aprendido a amar
la Historia de Canarias en su propia saisa, sin las adulteraciones
a que la habían sometido el paletismo y el provincianismo de
quienes se ocuparon de ella después de Viera y Clavijo. A la fi
gura, gigante para su tiempo, de Viera, siguieron aficionados,
más o menos felices, que se contentaron con añadir algunos escarceos,
a modo de ripios en las junturas, al admirable edificio
levantado por el abate canario. Fue, pues, preciso que llegara don
Elias Serra, para que se iniciara un replanteo, una reestructuración
a fondo, una reconstrucción desde su raíz misma de la Historia
de Canarias, despojada de la máscara y de la anécdota, devuelta
a los cauces de la historiografía moderna. Don Elias supo
insertar la Historia de Canarias en las corrientes metodológicas
más depuradas, y rescatar así su esencia más íntima, más sólida,
más entrañable.
Mi amistad y respeto por don Elias se extendieron ininterrumpidamente
durante más de treinta años, a partir de octubre
[2J
de 1941, cuando inicié mis estudios de Filosofía y Letras en la
Universidad de La Laguna. Un hito significativo en mi biografía
fue el comienzo de mi colaboración con el doctor Serra, como su
ayudante en el servicio de la Biblioteca Universitaria de La
Laguna, que él estaba formando y que por entonces abarcaba
poco más de una estantería rústica alrededor de las cuatro paredes
de una habitación, más bien pequeña, en el viejo caserón
de la calle de San Agustón, más unos cuantos armarios, de no
muy resistentes anaqueles, en otras dos habitaciones y en los
pasillos. Allí trabajábamos de las 10 de la mañana a la 1 de la
tarde, para luego incorporarnos a la Facultad, de 3 a 7, sita esta
en la casa solariega de los Lercaro-Justiniani, alquilada por el
Ayuntamiento de La Laguna para las clases y servicios de la naciente
Facultad de Filosofía y Letras, que había empezado a
funcionar en diciembre de 1940. Pues bien, a pesar de la importancia,
decisiva en mi vida, de este inicio de colaboración entre el
doctor Serra y yo, muchos años después, al tratar ambos de recordar
cómo había empezado nuestro quehacer común, ni don
Elias ni yo supimos reproducir las circunstancias concretas. Solo
recuerdo que el trabajo era meritorio, sin remuneración alguna,
como el de don Elias mismo, porque hacía falta, de una parte, ir
formando la Biblioteca, y no había con qué pagar, y, de otra,
que yo me fuera imponiendo en las técnicas de las tareas universitarias.
A don Elias nunca le importó mucho el aspecto económico
de su trabajo, sino la obra en sí, cuanto mejor hecha, menos
mensurable en dinero. Del último de sus artículos que mecanografié,
al despedirse de "Revista de Historia Canaria", son estas
palabras: "Ningún trabajo original, espontáneo o de redacción,
ha sido remunerado, ni tampoco, es claro, los de dirección o secretaría.
Y aquí conviene advertir que ello respondía no tan solo
a escasez de recursos, sino, antes bien, a un criterio preconcebido:
el trabajo científico no puede nunca ser remunerado adecuadamente:
a cualquier precio que se pague un artículo valioso de
revista científica, este precio no tendrá proporción alguna con su
'coste'. Y, al contrario, el trabajo que tenga su solo estímulo en
la perspectiva de recibir una tarifa por página, casi seguro que
carecerá de verdadero interés científico".
8 [3]
Pienso que este episodio de nuesto trabajo gratuito al iniciarse
la Facultad, y su afirmación de treinta años después que
acabo de citar, ayudan a ilustrar una de las facetas más características
de don Elias: la absoluta naturalidad con que procuraba
integrar a todo estudioso en un quehacer formativo. A lo largo
de nuestra colaboración que, como queda dicho, se extendió por
más de treinta años, pude comprobar, repetidamente, este rasgo
de carácter suyo. No siempre coincidió el doctor Serra con el
criterio de la mayoría de su estamento oficial al incorporar al
grupo de sus amigos y colaboradores a algunas personas; pero esto
era algo con lo que don Elias contaba y que, además, le importaba
poco. A este rasgo de carácter se debió el que algunas veces se
le tachara de arbitrario. Pero yo, que estuve más cerca de don
Elias que ninguna otra persona, en cuanto a su trabajo y a su
vida profesional se refiere, puedo asegurar que la actuación del
doctor Serra fue siempre la de un hombre valiente, íntegro y cabal;
la de un intelectual que jamás traicionó el dictado de su propia
conciencia y que no practicó otro lenguaje que el de la sa •
biduría. Pero, mejor que con afirmaciones redondas como las que
acabo de sentar, creo que es más práctico ilustrar con dos ejemplos
concretos, entre otros muchos que pudiera aducir, el tem
pie espiritual de don Elias. Helos aquí:
1. Apenas habían pasado seis años de la terminación de ia
guerra civil española, cuando a don Elias le fue necesario, dada
la penuria de profesores de la recién completada Facultad de Filosofía
y Letras, incorporar a las tareas docentes de este centro,
del que él era Decano, a uno de los que acababan de licenciarse
en ella. La legislación de posguerra era entonces muy severa, y
una de las condiciones previas, para que una persona pudiera ser
propuesta al Ministerio como profesor de una Facultad, consistía
en recabar un informe acerca de la persona, que había de ser expedido
por la Jefatura Provincial del Movimiento, entonces Falange
Española Tradicionalista y de las J.O.N.S. Cumplido el trámite,
el informe expedido por esta dependencia provincial fue de
tal naturaleza, que, en aquellos años, hubiera arredrado al más
valiente y le hubiera hecho desistir, sin más, de su propósito. Pero
los arrestos intelectuales de don Elias y su espíritu de independen-
cia no se inmutaron. Apoyado en que la letra de la ley no especificaba
que el informe de Falange había de ser favorable, don Elias
comunicó al Ministerio que, cumplidos los trámites legales, proponía
el nombramiento del profesor aludido. El Ministerio se conformó
y así pudo este profesor iniciarse en la docencia universitaria.
2. El segundo ejemplo se refiere a un gobernador civil que,
además, era catedrático de Universidad. Este gobernador, en cierta
ocasión, hizo votar al Excmo. Cabildo Insular de Tenerife
una subvención de 300.000 pesetas para la edición de un libro que
éi y un grupo de sus colaboradores habían preparado. La pretensión
del gobernador era arbitraria; pero el Cabildo apenas pedid
negarse, dado que los gobernadores civiles son presidentes natos
de todos los organismos de administración local, por lo que se
\'io constreñido a acceder. So.o le cupo la salvedad de que las
300.000 pesetas le fueron libradas a través del Instituto de Estudios
Canarios, único centro por el que entonces el Cabildo canalizaba
sus ediciones. Era a la sazón presidente del Instituto
don Elias Serra, quien, serenamente, dijo que la obra propuesta
no era de asunto canario; que, aunque con algunos defectos, ya
había sido editada, y que, por tanto, no la consideraba ni de interés
general ni de novedad suficiente como para invertir en
ella 300.000 pesetas, suma verdaderamente sustancial en aquel
tiempo. Insistió el gobernador civil, repetidamente mandó al Instituto
recibos firmados para ir devengando sumas parciales a
favor de los colaboradores del gobernador-catedrático en la citada
edici(')n, y don Elias, con la misma serenidad e independencia, le
fue devolviendo los recibos y contestando negativamente por medio
de cartas que yo mecanografié a su dictado. Al fin prevaleció
la tesis de don Elias y la subvención pasó a otras actividades del
Instituto.
Con la muerte de don Elias la historiografía canaria ha perdido
a uno de sus más preclaros cultivadores de todos los tiempos,
y Canarias a uno de sus hijos más necesarios. Porque si bien
don Elias nació en Mahón y se formó en Gerona y Barcelona, su
dedicación a Canarias le hizo alcanzar el honroso título de Hijo
Adoptivo de La Laguna, primero, y Predilecto de Tenerife, des-
10 |5|
pues, distinciones ambas que el doctor Serra puso siempre por
encima de cualesquiera otras, aunque nunca le hicieron ceder
en su amor a Cataluña y en su cultivo de la lengua vernácula.
Don Elias sorprendía a todo el que se adentraba en su círculo
de trabajo, por su vastísima erudición, por su agudeza de ingenio,
por su visión y enfoque de los problemas históricos y por una
capacidad de relación y de síntesis nada comunes. Estas cualidades
hacían de él un maestro extraordinario, que sabía llegar
siempre a sus alumnos y prender en ellos sus enseñanzas. Personas
que conocieron solo periféricamente a este maestro lo calificaron
de algo confuso, dado que en los primeros contactos, debido
a circunstancias especiales de su aparato fonador, la conversación
no fluía con la comprensión habitual. Pero sus alumnos,
una vez adaptados, adquirían siempre los conocimientos necesarios
para formarse dignamente, a nivel universitario, en todas las
materias que el doctor Serra impartió. Incluso personas poco dotadas
para los estudios universitarios asimilaron siempre las
lecciones de este profesor singular, gracias a su claridad expositiva
y a sus excepcionales cualidades pedagógicas. Don Elias sabía
embellecer todas las materias que trataba e infundirles el amor
de sus oyentes. Esta fue la clave de su éxito docente.
Puede decirse que don Elias fue, antes que otra cosa, un
intelectual, para quien los bienes materiales y económicos eran
solo una servidumbre imprescindible y molesta. Pero como intelectual
fue una figura señera en una materia tan poco agradecida
como es la Historia. Incorporado a la Universidad de La Laguna
a prinaipios de 1926, dejó transcurrir cerca de cinco años antes
de publicar un solo trabajo de investigación genuinamente canaria,
hecho que habla con toda elocuencia de su probidad científica.
Lentamente se fue adentrando en la problemática de la
Historia Regional, incluida su Prehistoria, y con el tiempo llegó
a ser una de sus figuras más representativas, no solo en el ámbito
canario, sino a escala nacional e internacional, como repetidamente
se puso de manifiesto en los congresos nacionales e internacionales
de Prehistoria y de Historia en que participó. Elle
se debió a que su independencia en la estructuración e interpretación
de la Historia de Canarias se basaba en la dura verdaa
[6J 11
que tesoneramente iba arrancando a la Arqueología, a las crónicas,
a los archivos. Y a que en materias en las que no había trabajado
tan a fondo, como la Historia de las Canarias españolas,
por ejemplo, sus adivinaciones, sus intuiciones y sus consecuencias,
casi siempre, por no decir siempre, se mostraron fructíferas.
No podía ser de otra manera en un hombre de mente clara y ordenada,
de solidísima formación científica y sincera honradez
de sentimiento y pensamiento. Hasta tal grado llegó esta probidad,
que nunca escribió un artículo, sino cuando tuvo necesidad
de exponer algo nuevo, o de juzgar y valorar estudios ajenos.
Para comprobarlo basta asomarse a "Revista de Historia Canaria",
una de sus creaciones predilectas, y leer sus monografías y
los cientos de recensiones de los libros de Historia más diversos.
Así pudo convertir, gracias a su solo esfuerzo, a "Revista de Historia
Canaria" en un órgano de historiografía regional que, en su
campo, puede medirse, con ventaja, dentro del conjunto de revistas
semejantes de España, Portugal, Latinoamérica, y aún
más allá.
Su magisterio como director de "Revista de Historia Cana
ría", siempre independiente, siempre positivo, siempre acogedor
de nuevas iniciativas y de nuevas promesas de investigación,
siempre dispuesto a orientar, a aconsejar y dirigir el enfoque de
los problemas, en todo momento generoso y pródigo de los resultados
de sus propias investigaciones, que ponía desinteresadamente
a disposición de todos, incluso de investigadores debutante.?
y noveles, fue algo de una ejemplaridad única y fecunda. Y todo
esto sin abolir los fines iniciales de "Revista de Historia", que
don Elias supo mantener hasta el último tomo que dirigió. Como
en el Imperio Romano o en el Imperio Británico, ejemplos operantes
de simbiosis entre tradición y nuevas instituciones. Yo
quiero pensar, en estos momentos tristes en que lo recordamos,
que este magisterio de don Elias no ha de caer en el vacío, para
que no volvamos a los provincianismos, y avaricias, contra los
que él tanto luchó. Yo quiero asimismo pensar que otra de las
instituciones que tanto amó, el Instituto de Estudios Canarios,
pueda continuar por los cauces que él le señaló con su ejemplo
y con su dedicación.
12 |7J
Una de las ambiciones más caras de don Elias era la de dar a
Canarias un manual de su Prehistoria y de su Historia, de contenido
denso y documentado, bibliografía seleccionada e ilustración
complementaria cuidadosa. Pero en su afán de revisar hasta
el fondo los conceptos recibidos, de incorporar un mejor conocimiento
de la Historia económica de las Canarias españolas —el
descubrimiento, conquista y colonización de las Islas ya los había
elaborado suficientemente— (recuerdo, a este respecto, su
preocupación por la investigación de los cultivos y su proyección
económica y etnográfica), este afán de perfeccionamiento, repito,
le hicieron ir posponiendo la redacción de la obra, para la que
él y yo más de una vez bosquejamos programas de trabajo. Sus
últimos cursos de Prehistoria e Historia de Canarias, materias
estas incorporadas como disciplina opcional a los estudios de la
Sección de Historia de nuestra Facultad de Filosofía y Letras,
fueron un ensayo general en esta dirección. Pero los nuevos horizontes
últimamente entrevistos a través de la Arqueología, m-cluso
la Arqueología Submarina, con la aportación de ánforas tar-dorromanas,
y los logros de las numerosas tesinas de Arqueología,
Historia y Arte de los departamentos correspondientes de nuestra
Facultad, le hicieron pensar en la conveniencia de incorporar
los resultados de estos trabajos, por lo que decidió aguardar un
poco más. Y así se nos vino a morir cuando de su experiencia y
de su pluma se vislumbraba ya la espléndida cosecha. Solo en
los últimos meses pudo redactar la biografía, resumida, de don
Alonso Fernández de Lugo, conquistador de La Palma y Tenerife,
primer colonizador español, pensada para un público no especializado,
que acaba de salir postuma, si bien don Elias todavía
alcanzó a ver sus primeras pruebas de imprenta.
El doctor Berra se sintió muy honrado con sus títulos de
Hijo Adoptivo de La Laguna y Predilecto de Tenerife, lo más
que los canarios pudimos darle. Pero, aun así, los canarios nunca
le agradeceremos bastante el que nos incorporara a las corrientes
modernas de la historiografía, nos enseñara mucho de lo que
ignorábamos de nuestra Historia y nos mostrara el camino a seguir.
Quiero pensar que su magisterio, su insobornable independencia,
su ejemplo de sabio íntegro y cabal que jamás traicionó
18| 13
el dictado de su propia conciencia, seguirán colaborando con nosotros.
Porque don Elias amó tanto a su tierra de adopción, que
hasta se preocupó de que sus libros, sus fichas, sus notas pasaran
a algunos de sus amigos y colaboradores, para que continuaran
en servicio después de su falta. Debo decir que gracias a la com
prensión y amor de su esposa, algunos de estos libros, apuntes
y esquemas han continuado colaborando en las enseñanzas de
Prehistoria e Historia de Canarias que se imparten en la Universidad
de La Laguna. Por ello desde aquí quiero manifestar
mi profundo respeto y agradecimiento a doña Visitación Viñes de
Serra por esta cooperación, Y es necesario hacerlo, porque no
todos saben hasta qué punto las esposas de los intelectuales
posibilitan y explican, con su callada labor de cada momento, los
logros de las obras de sus maridos.
Alabanza y honor al hombre bueno que fue don Elias Serra,
al hombre sabio que tantas vocaciones de Historia determinó, al
hombre que con su voluntad tesonera supo vencer toda clase de
obstáculos y dificultades, al hombre que, siempre pródigo de su
ciencia, la derramó a manos llenas y nos legó el patrimonio de
una vida ejemplar y de una obra bien hecha.