Notas bibliográficas
ANALOLA BORGES: Isleños en Venezuela. La Gobernación
de Ponte y Hoyo. Santa Cruz de Tenerife, 1960,
128 pp. y 4 láms. 8°,
Tenemos en Analola Borges una destacada especialista en historia americana.
Ha alcanzado esta categ'oría merced a una tenaz y prolongada labor y tras una
serie de publicaciones de primera categoría y a base de investigación propia,
que, por lo demás, no son más que muestra del material que tiene en reserva. La
mayor parte de este material reunido en sus largas asistencias en el Archivo de
Indias, de Sevilla,' donde orientó en primer lugar sus rebuscas al amplio tema de
la presencia isleña, canaria, en la vida americana, que, como es bien sabido, ha
sido siempre intensa, desde el primer momento. Pero luego sus estudios han rebasado
este aspecto concreto, para abarcar todo un amplio ambiente histórico, que
podríamos acaso definir como el intento de reforma política y económico-social
de los Borbones en sus dominios ultramarinos hasta desembocar en el levantamiento
independentista.
Alguna vez he comentado ya contribunciones sueltas de Analola en revistas
tocantes al tema; pero, por azares de mi trabajo personal, todavía no había enjuiciado
ninguno de sus libros, alguno de los cuales, éste que tengo presente, lleva
ya anos de publicado.
' Una vez más he de lamentar la mala costumbre adoptada por todos los que
actualmente trabajan en este Archivo de acogerse a la sigla AGÍ para designarlo.
Siempre se usó antes el nombre de Archivo de Indias simplemente, con razón, pues
la categoría administrativa de General, como para otros de Regional, Local, etc.,
no interesa lo más mínimo al investigador, aunque pueda emocionar al burócrata.
En cambio es útil añadir una S indicadora de su situación en Sevilla: AIS es la
correcta sigla que debe usarse; pero ¡rabiarían los Jefes de Administración, y nadie
querrá arrostrar su cóleral
145
Una nota distintiva de estos libros, todos ellos, es el rigor y claridad de método
expositivo; no se trata de narraciones amazacotadas y divagantes, más o menos
pintorescas y literarias, sino que el tema se distribuye con arreglo a un plan orgánico
riguroso, cada una de las partes del cual es objeto de desarrollo sobrio y preciso.
En este caso el libro se inicia lógicamente con un resumen genealógico del
personaje central del episodio histórico escogido, esto es, de las familias Ponte y
Hoyo. Para los Ponte le basta acudir a Ruméu, en cuyas obras, con más independencia
que en las estrictamente genealógicas, se ha dado una nueva visión de los
orígenes de la formación de este prestigioso patrimonio y su familia titular, de
este «clan» tinerfeño. De Hernando del Hoyo, el fundador de esta otra familia
linajuda en Tenerife, parece que no se destaca bastante su origen de espolique del
Rey Católico, de orden de quien fue ampliamente dotado en esta isla y en La Palma
por el Adelantado; Don Fernando tenia muy concretos motivos de recordar y
premiar sus servicios, pues fue Hoyo quien derribó el primero al asesino Joan de
Canyamás en la Plaza del Rey de Barcelona, en 1493, y acaso salvó la vida del
monarca. Por ineptas razones los descendientes silenciaron este glorioso episodio.
Unos y otros tuvieron pronto representantes en Indias, aun con el obstáculo
de la sangre no limpia de los Ponte, y en 1692 D. Nicolás Eugenio de Ponte,
natural de Garachico, obtuvo nombramiento en espectativa de Gobernador de
Venezuela. Un segundo capitulo traslada el marco del estudio a Indias, con un
sobrio pero preciso cuadro del estado de la provincia en el momento histórico
tratado, así como del lugar especial que en ella ocupaban los canarios como colonos
y como oficiales de gobierno.
Don Nicolás había recibido el nombramiento como un triunfo en su carrera
de servicio a la Corona; tomó estado y ordenó su hacienda, y en 1699, cuando le
alcanzó su turno y orden real, embarcó para Indias en compañía de un hermano y
algunos servidores. Pero en seguida se cambiaron las circunstancias; tras la soñolienta
administración austríaca, sucede el cambio dinástico y con él la Guerra de
Sucesión española. Ponte se ahoga en un mar de inquietudes ante peligros imprevisibles,
hasta perder la salud física y mental y acabar muriendo acogido de misericordia
en casa de un oficial en 1705, depuesto de su cargo. El episodio de la
frustrada proclamación de Carlos III de Austria es aquí aludido someramente,
pues el tema bien merecía estudio aparte —que es otro de los libros publicados
por Analola—. El postumo Juicio de Residencia del desgraciado D. Nicolás de
Ponte ocupa un tercer capitulo; de su amplio articulado de preguntas a los testigos
se deduce su mayor amplitud en relación con los que conocemos de nuestro
Adelantado Alonso de Lugo, limitados de hecho a su gestión como juez. Todavía
sigue un apéndice documental tocante a la vida y muerte del biografiado.
E. SERRA
RIIC, 10
146
ANALOLA BORGES: Álvarez de Abréa y su extraordinaria
misión en Indias. Publicación del Instituto de
Estudios Hispánicos de Canarias, Puerto de la Cruz,
con el patrocinio del E:;cmo. Cabildo Insular de Tenerife.
Santa Cruz de Tenerife, 1963. 212 pp. más 10 láminas
y sobrecubierta, 4°.
Esta obra de Analola enfoca otro episodio de la presencia canaria en Venezuela
ya dentro del siglo XVIII, cuando la nueva administración borbónica intenta
aplicar métodos eficaces en Indias, sobre todo para reforzar los ingresos de la caja
real. Alvarez de Abréu, con los nuevos títulos de Oidor y Alcalde Visitador, fue
un comisionado para imponer las nuevas normas. Y al parecer él realizó el único
intento concreto que se llevó a cabo para ello. En efecto, el principal contenido
de libro es la transcripción de la Instrucción especial aplicable a todos los reinos
ultramarinos, dictada en 1714; pero de hecho nuestro Visitador no pasó, en su
misión, de su primera escala en La Guaira de Venezuela.
Como se ve, el interés de la obra trasciende en mucho de un mero episodio
de la vida de un personaje isleño. El texto de la Instrucción va acompañado de
una introducción-resumen en que se hace resaltar el alcance de sus artículos y se
reparte en apartados debidamente encabezados para fácil consulta de las varias
materias que toca. Pero, como era indispensable, el libro se abre con unos antecedentes
del Oidor-Alcalde Visitador, su familia de origen discutido, su brillante
carrera literaria coronada en Salamanca y Alcalá y sus ascensos en la administración,
para la cual descubren sus dotes, sin duda excepcionales, los ministros de
Felipe V. Tras sus misiones en Indias —pues a la indicada sucedieron otras, sin
duda menores—, de regreso en la Corte alcanza altos puestos en los Consejos de
la Corona y es recompensado con el significativo título de Marqués de la Regalía,
evocación de su defensa de los intereses reales.
En este mismo número, al final, publicamos un documentado árbol genealógico
de este personaje, en que se evidencia la construcción que él mismo hizo de su
ascendencia.
Otro extenso capitulo presenta su agitada actuación en Venezuela, enfrentado
precisamente al gobernador Béthencourt, otra interesante figura isleña en aquella
Capitanía General; pero ésta es precisamente la parte anecdótica de esta importante
obra para la historia americana. Buenos índices, bien escogidas láminas
completan el trabajo.
E. SERRA
147
MANUELA MARRERO RODRÍGUEZ, EMMA GONZÁLEZ YANES:
El prebendado don Antonio Pereira Pacheco. La Laguna
de Tenerife, Instituto de Estudios Canarios, 1963. 204 pp.
más 89 grabados en 28 láms. 4°. 100 ptas.
Fruto de un concurso abierto por el Instituto a iniciativa y por munificencia
del ilustre patricio D. Tomás Cruz es esta obra biobibliográfica. El concurso pedía
especialmente un libro documental y bibliográfico en que se recogiese el
enorme caudal de escritos originales de Pereira que pululan por las bibliotecas y
colecciones de Tenerife y que pronto son conocidos de los que bucean en sus
fondos manuscritos, por la inconfundible letra caligráfica de su autor. Precisamente
esta bella presentación de los escritos del prebendado habrá contribuido
no poco a la conservación de muchos de ellos, que de otro modo hubiesen perecido
en cualquier expurgo de papeles inútiles. No obstante este fin limitado del certamen,
que se cumple exhaustivamente en la obra premiada y publicada, las autoras
redactaron una biografía animada y atrayente, en la que se respira una simpatía
comunicativa por la modesta figura del prebendado dieciochesco. Aun asi no se
hacen ilusiones sobre la categoría humana e histórica de don Antonio Pereira.
En el donoso prólogo que Emma pone a la obra, se acierta calificándole de «afanosa
y atareada hormiguita de la cultura», frase que celebra M. Robert Ricard, el
ilustre hispanista, en el comentario que a este libro dedica en el «Bulletin Hispa-nique
» de Burdeos (LXV, 1963, p. 416). Y yo acabo de llamarle dieciochesco,
aunque casi toda su vida transcurrió en el siglo XIX, como nacido en La Laguna
en 1790; pero su formación, su curiosidad enciclopédica, su «ilustración» son persistencias
de modos y modas de aquel siglo, como observa también Ricard. En
toda la primera mitad de su vida Pereira vive preocupado por hacer carrera, como
sin duda merecía sujeto tan brillante como eficaz en todas las misiones que se le
confiaban; pero no tuvo suerte. Su viaje indiano en el séquito del obispo Encina
fue, en fin, un fracaso, no sólo por la prematura muerte de este, sino porque la
coyuntura política americana no podía prometer nada bueno a un prebendado
español ligado naturalmente a la causa realista. Luego, en Madrid, acogido bien
por todo el mundo, le pasó lo mismo que a Viera un tercio de siglo antes: en fin
de cuentas nunca se le ofrece en la Corte una posición estable e independíente,
sin duda porque los que las pretendían eran demasiados. Lo mismo que Viera,
pero mucho antes, tiene que resignarse a solicitar un refugio en sus islas; pero si
este obtuvo un lugar digno para retiro de una figura ilustre, Pereira fue perseguido,
no sabemos por qué hado adverso, sin duda un hado con nombre y apellido;
en fin, también aquí su modesta media prebenda de Racionero resulta intolerable
cuando la desamortización y el ambiente del siglo le dejan sobrecargado
de trabajo y sin emolumentos en el Capitulo catedralicio. Un curato rural es su
último refugio, y moralmente la amistad sobre todo epistolar de algunos hombres
selectos: la del Obispo de Osma, que le llena de satisfacción y a quien acoge un
día en su casa; y, seguramente más sincera, la del polígrafo Álvarez Rixo, del
148
lejano (1) Puerto de la Cruz, entonces de La Orotava. Y, no obstante, jamás llegó
a tratarle de visa, caso que tampoco hoy es raro . . . En fin, don Antonio Pereira
es un tipo humano con interés por sí mismo y como representación de una época.
Ahora apenas era conocido más que como soberbio calígrafo de la vieja letra española
que se nos quería imponer en nuestra niñez frente a la inglesa de moda . . .
para acabar hoy garrapateando o escribiendo a máquina. Otras facetas conocidas
de Pereira, minucioso inventariador de todo lo que veía y mediano dibujante, no
merecen ya elogios, si no es como repertorio de documentos. Pero las autoras de
esta obra nos han revelado un alma batalladora, al fin modestamente resignada,
que acaba por interesarnos por sí misma.
El libro contiene el inventario pedido de las obras y de los libros de autoría
o de propiedad respectivamente de Pereira y un copioso repertorio de sus planos
y dibujos de edificios o de personas. Un gran libro, a base de un pequeño tema.
E. SERRA
ANALOLA BORGES: La Casa de Austria en Venezuela
durante la Guerra de Sucesión española (1702-1715).
Prólogo del Profesor Dr. Aledxander [von] Randa.
Saizburgo-Tenerife. Publicación patrocinada por el
Centro Internacional de Invertigaciones Científicas de
Saizburgo y el Ministerio de Educación Nacional de
Austria. Santa Cruz de Tenerife, 1963. 166 pp. más
7 láms. 4°.
Sin duda la obra dedicada a la misión de Alvarez de Abréu es, entre las hasta
hoy publicadas por Analola, la de mayor alcance institucional para la historia de
América. Pero en cambio es bien seguro que la que ha de tener mayor repercusión
de curiosidad internacional, por su novedad y por entrar de lleno en la historia
política de Europa, será esta en que se nos revela un inesperado episodio de la
Guerra de Sucesión, la que habia de estruturar la Europa del siglo XVllI y aun
hasta la de hoy; un intento que estuvo a punto de cuajar, de llevar la lucha a las
Indias de España. Así se comprende bien que al conocer el trabajo y su completa
documentación, en el III Congreso de Historia Hispano-Americana reunido en
Cartagena de Indias en 1961, el erudito historiador austríaco que prologa el libro
interesase de la autora la publicación urgente del mismo bajo el patrocinio de
una prestigiosa institución histórica de su país. En efecto, el libro se basa en
una de las comunicaciones que la autora presentó en aquel Congreso, al que concurrió
con la representación principal de Instituto de Estudios Hispánicos, del
Puerto de la Cruz, del que es secretaria, y la accesoria de las demás instituciones
cientificas de Tenerife.
En realidad los hechos de Caracas en 1702 y 1703 no tuvieron consecuencia
149
alg^una inmediata, aparte de que se conocen confusamente a base de informes parciales.
Como observa agudamente la autora, la falta de precedentes, de costumbre
de faltar a la fidelidad al Rey jurado, paralizó el movimiento favorable a
Carlos III entre las más significadas figuras locales, comenzando probablemente
con el Gobernador mismo, Nicolás de Ponte. Se me ocurre a mi un paralelo con
la actitud de las autoridades españolas en 1808, que, siguiendo la rutina de la
obediencia al poder constituido, no fueron capaces de tomar la iniciativa de la
rebeldía frente al rey intruso, que les fue impuesta por espontánea reacción del
pueblo; un movimiento popular semejante no existió en Venezuela en 1702 a favor
del de Austria, y así la sumisión rutinaria a Felipe V, Rey jurado, triunfó tras un
momento de vacilación. Pero quién sabe si fue este un ensayo general de los hechos
de 1810.
El sumario de la obra es ordenado como en las demás: un prólogo del Dr.
Randa sitúa los hechos en el marco europeo; sigue una introducción cuatrilingüe
de la autora, y los capítulos La Provincia de Venezuela, La Guerra Europea, La
guerra en Venezuela, La misión del Conde de Antería, Incidencias de la conspiración
y El fracaso de la misma, con los últimos coletazos del asunto. Unas conclusiones
cierran el texto, seguidas de documentos, relación de fuentes y bibliografía
y de Índices. En fin, una obra canaria de interés europeo.
E. SERRA
«El Museo Canario», XXI, 1960; Homenaje a Simón
Benitez Padilla, tomo II (núms. 75-76). 446 págs. 4°
con ilustraciones.
En las págs. 233 y sgtes. del tomo anterior de nuestra revista dimos un resumen
del primer tomo de este Homenaje, además de algunos comentarios especiales
a los más importantes trabajos en él contenidos. Aquí vamos a hacer lo propio
en cuanto al tomo segundo, terminado de imprimir en 1962, en Valencia. Ya dijimos
en aquella ocasión que la ordenación de los artículos es la alfabética de
de apellidos de los autores, y estos son numerosos, pues muchas de las contribuciones
son breves, lo que, por lo demás, en nada afecta a su importancia relativa.
Juan Millares Cario, con las aportaciones personales que sólo a su alcance
estaban, vuelve a tratar, con detalles interesantes, el tema Los hermanos Millares,
sobre el que se ha escrito ya en las revisiones recientes de la vida cultural gran-canaria
del pasado siglo. Millares Shall da una contribución poética al Homenaje.
Francisco Morales Padrón publica Méritos, servicios y estado de las Canarias
en 1761, a base de un Memorial presentado a Carlos III, que precedió a los muchos
que José Van de Walle elevó al trono desde 1771. Como hace resaltar
Morales en la introducción al texto del Memorial, este refleja uno de los momentos
más angustiosos del devenir de las Islas, amenazadas por todas partes y en
verdadera parálisis económica.
150
En páginas sentidas y originales Antonio de la Nuez describe Los limites de
una dimensión. Geografía de D. Simón Benitez Padilla, dedicadas a reseñar la
labor del homenajeado en el estudio natural de estas islas.
Sebastián de la Nuez, en La Generación de los Intelectuales canarios, prosigue
su estudio del mundillo cultural de Las Palmas llevado ya hasta nuestros dias.
Al diletantismo dominante en generaciones anteriores sustituye, ya entrante este
siglo, un grupo que muestra un quehacer literario más consciente, un cierto profesionalismo
antes menos frecuente. Los poetas intelectuales son Fernando González,
Montiano Placeres, Luis Benitez Inglott, Claudio de la Torre, Félix Delgado,
Pedro Perdomo Acedo . . . Buena parte de su producción es ya actual, pero todos
tienen una obra realizada de tiempo que permite eslimar el tipo de su inspiración.
Pero La Nuez nos ofrece todavía proseguir su estudio con los grupos aparecidos
en 1936 y en 1945; con ellos la dificultad aumenta por la progresiva falta o
escasez de perspectiva, indispensable para todo juicio histórico.
José Peraza de Ayala, en Terceria de Guillen de las Casas al Señorío de La
Gomera en 1504, aprovecha un documento en pleito sucesorio de D" Inés Peraza,
que extrae inédito de Simancas, para obtener algunas precisiones sobre los miembros
de esta familia sevillana, conquistadora de Canarias.
José Pérez Vidal, en Folklore infantil canario. Cantos y juegos de la plaza,
estudia una colección de formulülas de sorteo infantil, acabando con la más simple
de pares o nones, también sin duda la más vieja. Advierto que Corominas no
recoge la etimología de Nones —tan probable, pues Non, realmente, no existe —
que da Rodríguez Marin.
Siguen Tres notas galdosianas de Robert Ricard, publicadas arrostrando posibles
anatemas; Juan Rodríguez Doreste estudia extensamente la heioica historia
de La Escuela de Artes Decorativas de Lujan Pérez, que debe proseguir tras las 52
páginas y 6 láminas de esta parte aqui publicadas y que merecerla un comentario
que no podemos hacer ahora. Antonio Ruiz Alvarez contribuye con Estampas
históricas del Puerto de la Cruz; son datos referentes a las alhajas y el culto de
la imagen del Gran Poder de Dios de la parroquial del Puerto y el Informe del
cónsul francés Cuneo d'Ornano a Talleyrand en 1806, destinado a preparar una
eventual ocupación francesa de alguna o de todas las Islas Canarias. De este cónsul
se ha ocupado Ruiz Alvarez en otra ocasión. De los trabajos de Leopoldo de la
Rosa, El adivino Aguamuje y los Reyes de Armas, en que se desarrolla un tema
antes resumido en conferencia, y de Antonio Ruméu de Armas, Cristóbal Colón y
Beatriz de Bobadilla en la antevíspera del Descubrimiento, me ocuparé aparte por
su especial interés histórico-canario.
Miguel Santiago trata de Los volcanes de La Palma. Tras una tabla cronológica
de las erupciones históricas en Canarias, da una copiosa serie de documentos
sobre los propios de La Palma, que ocupa más de 60 páginas de letra del 8.
José Schreibman se arriesga a dar una Onirología galdosiana; luego el que escribe
estas lineas pone unas breves Notas histórico-arqueológicas acerca de Fuerteven-tura,
en que trata de la ubicación de los castillos betancurianos, de la Torre de
Lara, de la Pared de Jandia y de los restos maltratados del convento de San Bue-
151
naventura en Betancuria; la Dra. Use Schwidetzky habla de Das Sterbealter bei
den Alt-Kanariern (La edad de deceso entre los aborígenes canarios).
Antonio Vizcaya en Textos históricos perdidos da una contribución para mí
de máximo interés; varias veces he escrito y trabajado en tema coincidente. Deseo,
pues, hacer comentario especial, pero no sé si me será dable. Telesforo Bravo habla
de La formación pos-miocena de Gran Canaria e incluye una magnifica fotografía
del famoso Roque Nublo, en ángulo imprevisto que lo hace más majestuoso.
Muy curioso, por lo menos, el estudio de Gerda Mies, Untersuchung einiger Leder-arbeiten
der Ureinwohner der Kanarischen Inseln (Estudio de algunos trabajos
en piel de los primitivos habitantes de Canarias), en el que presta atención a los
cosidos habilidosos que usaban, hechos con tiras de piel misma. Varios dibujo»
avalan el trabajo.
Termina el espléndido volumen con una completa bibliografía de las publicaciones
del homenajeado, que da una idea de la polifacética actividad científica de
don Simón, a la que hay que añadir su mejor lección, su más eficaz enseñanza, la
de una vida ejemplar y la de su modestia al lado del rigor cientifico.
E. S.
«El Museo Canario», XXII-XXIII, 1961-1962 (números
77-84). Las Palmas de Gran Canaria [Impreso
en Valencia y terminado en 8 sept. 1963].
Con algún retraso ha aparecido este magnífico volumen de esta revista; no
extraña, ni tampoco su impresión en lugar tan lejano, pues también aquí en
Tenerife no será posible continuar el ritmo de las ediciones sin apelar a la emigración
tipográfica. No lo hacemos, porque nuestro retraso obedece a muchas
causas, de las que la incapacidad de imprenta no es más que una.
Se abre el volumen con el retrato y la necrología de don José Díaz Hernández,
un hombre hecho por sí mismo, un self made man, que desempeñó la presidencia
de la Sociedad de 1944 a 1947 y reanudó enseguida la suspendida publicación de
la revista.
Los artículos, muy extensos y por ello pocos, son: el de Miguel Fuste, el primer
antropólogo de España en estos momentos. Estudio antropológico de los esqueletos
inhumados en túmulos de la región de Gáldar, que abarca 122 págs. y 59 láminas.
Al estudio estrictamente antropológico, en el que no podemos entrar, precede
una breve caracterización de los túmulos funerarios, muy interesante; la clasificación
de los tres tipos raciales fundamentales de Canarias coincide, como en casi
todos los autores, con la ya establecida por Verneau, salvo la nomenclatura que
para Fuste es mediterráneo robusto (en lugar de turo-africano o protomediterráneo
de otros), cromañoide y orientando. El primero, el comunmente llamado beréber.
nos
152
nombre que rechaza expresamente nuestro autor por equívoco, pues en el NW de
África se hallan precisamente los mismos tres tipos que en Canarias; en todo caso,
dice, debe reservarse para la lingüística. Interesantes también las consideraciones
sobre la alimentación y diverso estado social de los canarios, a propósito del estado
de la dentición en los cráneos estudiados, frente a otros procedentes de las
cuevas del interior de la isla.
Enrique Marco Dorta dedica un estudio a Un proyecto de tabernáculo para la
Catedral de Las Palmas (págs. 123-137 y 4 láms.). Fue encargado por el Cabildo
al coronel don José Béthencourt y Castro, hermano del famoso ingeniero don
Agustín. José era miembro de la Real Academia de San Fernando y su formación
académica le llevó a proyectar un «hermoso tabernáculo neoclásico», del cual se
conservan los dibujos originales y copias de Lujan Pérez, pero que no llegó a
ejecutarse.
Antonio Ruiz Alvarez aporta datos, procedentes de publicaciones rusas de la
época, acerca de la persona y trabajos del ingeniero porteño que acabamos de
aludir, don Agustín de Béthencourt y Molina; 6 láms. con numerosos grabados
completan los documentos.
Algunos documentos galdosianos, reseñas de libros y una copiosa bibliografía
cierran el volumen.
E. S.
«Anuario de Estudios Atlánticos», Madrid-Las Palmas,
Patronato de la Casa de Colón, Director Antonio
Ruméu de Armas. Núm. 8, año 1962, y núm. 9, año 1963.
2 vols. de 724 y 712 págs. y numerosas láminas. 4°
En estos años que comprende el presente tomo de nuestra revista, han aparecido
estos dos formidables volúmenes del «Anuario», siempre puntualísimo. En
este momento no podemos hacer más que extractar el sumario de cada uno de
ellos, aunque muchos de sus artículos requieren un comentario amplio que no
sabemos si nos será posible dar en esta ocasión. Los que no aparezcan a continuación
de este sumario quedan reservados hasta que Dios sea servido.
El vol. 8 contiene un trabajo del Dr. Juan Bosch Millares, La Medicina canaria
en la época pre-hispánica, tema ya tocado otras veces por el autor, y en el cual
lo más interesante no es lo propiamente terapéutico, de lo que nada sabemos en
realidad, sino el examen de la alimentación, vestido y vivienda aborígenes, como
posibles causas de enfermedad. El estudio es continuación del volumen anterior.
Fuste Ara estudia las Diferencias antropogeográficas en las poblaciones de
Gran Canaria, en el que versa sobre los tipoi y distribución geográfica de ellos en
la población actual; y al coincidir aquellos, por lo menos en las zonas rurales, con
153
los ya determinados para la pobiacián aborigen, deduce la persistencia de esta
contra un prejuicio difundido antes acerca de su extinción.
Sebastián Jiménez Sánchez da Nuevas aportaciones al mejor conocimiento de
las inscripciones y de los grabados rupestres del Barranco de Balos, en la Isla de
Gran Canaria, cuyo titulo es bastante explícito; solo notaremos la abundante
ilustración y el claro esquema de situación, que faltaba en todo trabajo anterior
sobre el tema.
José Alcina Franch presenta La figura femenina perniabierta en el Viejo
Mando y en América. Este tema etnológico encaja aquí porque Gran Canaria es
uno de los puntos del vasto mundo donde aparece este tipo de idolillos; el autor,
segfún su método, realiza un amplio inventario de estas figurillas, pero los caminos
de difusión permanecen hipotéticos.
José Pérez Vidal trata uno de sus temas predilectos de folklore infantil:
«Pico, pico, melorico», un juego infantil en Cananas.
Un extenso trabajo es el que aporta Juan Álvarez Delgado, basado en otro del
difunto —desde hace ya muchos aiios (1946)— Georges Marcy. Un inédito, de
difícil uso por no haber recibido la última forma para publicación, fue suministrado
a Álvarez por un discípulo del malogrado beberólogo francés y es aquí traducido
en lo posible y comentado por el autor canario, bajo el titulo Notas sobre
algunos topónimos y nombres antiguos de tribus bereberes en las Islas Canarias.
Néstor Álamo, englobado en un estudio de ambiente, trata de una serie artística
en El Obispo Verdugo y sus retratos, copiosamente ilustrado.
Marina Mitjá, archivera catalana, en Abundó de les Ules Canáries per Joan I
d'Aragó, presenta un cuadro completo de los comienzos de los contactos europeos
con las Islas en el siglo XIV, y aun lo remonta al siglo anterior. Una serie de
documentos notables acompañan la exposición.
Del trabajo de Morales Padrón, Canarias en el Archivo de Protocolos de
Sevilla, que concluye en este tomo, se trató ya en nuestro vol. anterior, p. 259.
Termina el volumen del «Anuario> la primera parte, pues se prosigue en el
vol. 9, con una péndice documental, de un trabajo tan extenso que es un verdadero
libro, debido a Marcos Guimerá Peraza: una biografía de Don Francisco María de
León (1799-1871). Su tiempo. Sus obras. Conocíamos al autor biografiado por
una todavía inédita historia de Canarias, continuación de la de Viera y Clavijo,
pero aquí se nos presenta al hombre entero en su complejidad vital y su influencia
en la sociedad isleña de su tiempo.
Del volumen 9 señalaremes: Luis Suárez p'ernández, La cuestión de derechos
castellanos a la conquista de Canarias y el Concilio de Basilea, trabajo en el que
se insite lamentablemente en el error de suponer que el pleito canario se ventiló
en el Concilio, error que arranca sólo de una rotulación equívoca de una de las
copias conservadas de las «Alegaciones» de Alonso de Cartagena.
Vicenta Cortés, que ya había aportado preciosos datos sobre el mismo tema
en relación con Canarias («Anuario», I, 479), añade ahora La trata de esclavos
durante los primeros descubrimientos (1489-1516).
Álvarez Delgado se ocupa de i4/onso de Falencia (1423-1492) y la Historia
154
de Canarias. Hace inventario crítico de las noticias que tenemos de este autor,
especialmente en sus relaciones con la conquista de Canaria, y de su copiosa producción
literaria, entre la que todavia nos falta la pieza que más nos interesaría,
las Costumbres y falsas religiones de los Canarios. Accidentalmente Álvarez trata
de la defensa de los derechos de Castilla por don Alonso de Cartagena, y da
la recta doctrina sobre la supuesta intervención del Concilio de Basilea, al que, a
lo sumo, trató la parte portuguesa de inmiscuir en el asunto, sin éxito alguno.
Un estudio genealógico es el de Leopoldo de la Rosa, Linaje y descendencia
de D. Antonio de Vera Muxica, refandador de Santa Fe en el Río de la Plata; entre
las personas estudiadas figura nuestro conocido Juan Ceberio de Vera, para el
cual señala la fecha de deceso en Lisboa en 1606, en lugar de 1600, sin que sepamos
de momento por qué razón.
Alejandro Cioránescu presenta un ejemplar más de su colección de vidas
canarias extraordinarias, aunque sin duda típicas, pues no serán sino casos extremos
de modelos corrientes: Melchor Mansilla de Lago, un licenciado negrero
(J526-J575), viene a alinearse, tras Levino Apolonio, el pseudo historiador de
Indias, y Thomas Nichols, el mercader hispanista y hereje. Estos tipos merecen
ser comentados con más calma . . .
En fin, José Pérez Vidal nos trae un tema a primera vista totalmente inesperado
de su parte: La ganadería canaria. Notas histórico-etnográficas. Pero se
trata de un estudio de la vida pastoril, del menaje usado y de un extenso vocabulario
a ella referente.
En este inventario hemos omitido expresamente los trabajos que caen fuera
de nuestro campo. Uno y otro volumen del «Anuario> se terminan por las siempre
ricas secciones trabajadas principalmente por Miguel Santiago: la bibliografía
sistemática, y los Índices.
E. SERRA
L. DE LA ROSA OLIVERA. El adivino Aguamaje y
los Reyes de Armas. «El Museo Canario», XXI, 1960,
núms. 75-76 (Homenaje a Simón Benítez Padilla, II),
págs. 199-234, más 4 láms.
Este estudio revela un interesante ejemplo de cómo se han formado una buena
parte de las leyendas más o menos aborígenes que se ha tratado de incorporar
a nuesta historia. Un grupo importantes de narraciones legendarias tienen un
origen más antiguo, se remontan a los mismos cronistas de la conquista y, en
este caso, por lo menos es probable que contengan materiales realmente recogidos
de la tradición oral indígena. Otro grupo cuantioso procede simplemente
del poeta Antonio de Viana, quien, además de aprovechar las primeras, inventó.
155
con la libertad indiscutible de los vates, otras historias y episodios que han sido
tomados en serio por muchos historiadores poco serios. Al contrario, deberíamos
suponerlas todas imaginarias, si no fuese que la investigación documental ha demostrado
que el propio poeta, algunas veces por lo menos, aprovechó datos históricos
que conocía por tradición, para bordar sobre ellos el hilo de su fantasía, tal el
caso de la Égloga de Dócil g Castillo, que ha sido tomada como histórica. Cuando
yo la conocí la supuse totalmente novelesca, pero el mismo La Rosa demostró
hace ya tiempo que no sólo existió el capitán Castillo, sino que de hecho casó
con una mujer indígena.
En fin, más tardíamente, desde el siglo XVIII, ha existido una preocupación
genealógica que no sólo ha buscado lejanos orígenes peninsulares a las familias
canarias, sino que se ha complacido en entroncarlas o derivarlas de estirpes indígenas;
y en esa intención, como ha ocurrido a menudo cuando se hace historia
con un previo fin concreto, no se ha vacilado en inventar las piezas documentales
en que apoyar la genealogía deseada.
La Rosa comienza precisamente extractando unos documentos de esta clase
atribuidos —y el caso ya es bastante común— a Núñez de la Peña, el erudito
cronista lagunero del siglos XVII-XVIII, y también otros basados en las mismas
relaciones, por los que se da naturaleza indígena, gomera, a un personaje bastante
conocido del tiempo en que Diego de Herrera, señor consorte de las Canarias
menores, trató de extender su dominio a todas las demás, sin resultado positivo.
Me refiero a Juan Negrin, Rey de Armas, establecido entonces en Fuerteventura
y que aparece en varias actas de la época. Las relaciones atribuidas a Núñez
de la Peña y otras análogas le identifican con un indígena gomero, que llaman
Guajune, a quien a su vez hacen descendiente de un célebre Adivino o Profeta,
Aguamuge, cuyo nombre y recuerdo aparece en la toponimia de la Isla y al que se
presenta aconsejando la sumisión de los isleños a los conquistadores, sin resistencia.
La historia auténtica de esa sumisión es mal conocida, pero en todo caso fue larga
y con vicisitudes, y sabemos que la actitud de trato pacífico ya la mantuvieron los
gomeros con los marinos portugueses del Infante don Enrique, en cuya ocasión
varios jefes estuvieron largo tiempo en Portugal, donde pudieron ya adquirir ideas
menos silvestres que las del común de sus gentes.
Luego estudia La Rosa los verdaderos datos genealógicos de la familia Armas,
que se suponía descendiente de dicho Juan Negrín-Guajune. Estos datos abundan,
desde el siglo XVI, y nos presentan el tronco familiar, Juan Negrin, Rey de Armas,
sin ningún enlace con sangre indígena, cómo llegado a las Islas con Diego de
Herrera y con numerosa descendencia apellidada de Armas por el oficio de los
primeros miembros del linaje, descedientes que a menudo hacen probanzas de limpieza
o de hidalguía en las cuales jamás se remontan más arriba de dicho Juan
Negrin, ni aluden a origen indígena.
Entre estos Armas auténticos hay figuras muy interesantes, como Luis de
Armas (y Guerra), que inauguró en 1513 en Tenerife y La Palma el fecundo negocio
de la captación de aguas con independencia de las tierras, en el que se ha
invertido buena parte de los ahorros isleños, sin duda con positivo resultado.
156
Pedro Agustín del Castillo fue el historiador culpable de haber recogido
aquellas patrañas en su obra, acaso de buena fe, pero con la falta de critica que
le caracterizó. Resulta evidente la superchería de aquellos apócrifos, no sólo por
el silencio de esta genealogía auténtica, incluso de Núñez de la Peña en documento
verdadero de fecha posterior a la atribuida a aquellas supuestas relaciones
suyas, sino por anacronismos bochornosos que saltan a la vista en tales textos:
el conde Guillen Peraza certificando en 1501 cédulas reales desde la Reina Catalina
hasta los Felipes I y II (i), cuando en aquel año ni él era conde siquiera;
Negrín-Guajune consiguiendo mercedes de los Reyes Católicos, pero haciendo
también un viaje a Francia con Juan de Béthencourt, etc.
Pero el problema es muy complejo. Al lado de esta numerosa familia de los Ne-grín-
Armas, bien documentada, tenemos otros del mismo apellido en Lanzarote
y Fuerteventura, de inseguro entronque con ella; y, en fin, otros Armas salen en La
Gomera, varios de ellos con seguridad indígenas, pero independientes de los
descendientes de Juan Negrin, si no es por adopción o parentesco espiritual de
pila, lo que tampoco consta. Todavía La Rosa compara la relación novelesca
de Fructuoso sobre la conquista de La Gomera con la tradición del Adivino Agua-muje
y halla entre estas narraciones algunos paralelismos.
Un apéndice contiene un árbol genealógico y relación de las informaciones
de esta familia y noticia de sus armas. En láminas va reproducción del Acta de
Párraga o «Tratado del Bufadero> (1464) en su copia más auténtica firmada por
Argote de Molina; Negrin estuvo presente en el acto y levantó el estandarte según
el texto del documento. Otra lámina reproduce un blasón que contiene el de los
Armas.
E. SERRA
ANTONIO RUMÉU DE ARMAS: Cristóbal Colón y Beatriz
de Bobadilla en las antevísperas del Descubrimiento.
«El Museo Canario» XXI, 1960 (Homenaje a Simón
Benítez Padilla, 11), págs. 255-279.
En este trabajo documenta Ruméu extensamente la tesis que había ya avanzado
en escritos de prensa o en conferencias sobre una inteligencia y trato personal
entre el gran nauta y la señora de La Gomera, antes del Descubrimiento. El escepticismo
que manteníamos otros arrancaba solo del prejuicio de que, confinada
aquella dama por la animosidad de la reina Isabel en su isla, nada permitía imaginar
su presencia en Castilla en aquellos años, hasta que fue expresamente citada
para responder de graves cargos personales que esta vez la retuvieron por fuerza
en la Corte hasta su muerte, probablemente ocurrida dias antes del deceso de la
propia reina. Pero Ruméu ha podido hallar un serie de documentos del Archivo
de Simancas en pleitos del Mayorazgo a favor de Fernán Peraza el joven, y otros
157
en los que la presencia en la Corte o en Castilla de doña Beatriz, unas veces es
implícita, en otras expresamente afirmada. Basta uno de estos textos para que
nuestros prejuicios carezcan de base, pues una sola prueba de la presencia en
una ocasión invalida el supuesto confinamiento.
El trabajo trata ordenadamente de las posible razones de Colón para acudir
a San Sebastián con preferencia a otros puertos canarios en 1492; no sólo tenia
fama de ser el mejor puerto natural, sino que era seguramente conocido por Colón
desde los tiempos de sus navegaciones portuguesas; y, en fin, cree Ruméu que la
escala estaba previamente pactada con la señora de la Isla. En efecto, trata luego
de los móviles del viaje a Castilla de doña Beatriz, que de sobras se justifican en
la defensa de los derechos de sus hijos contra la animosidad de la suegra y cunados,
complicada todavía con las acusaciones del obispo La Serna por el trato dado
a los gomeros, reducidos a esclavitud en represalia de la muerte de Fernán Peraza.
Luego prueba documentalmente, como he dicho, la presencia de la dama en Castilla;
y, adem'is, que en diversas ocasiones tuvo que coincidir, casi forzosamente
tratar personalmente, con Colón: en Córdoba y todavía más en el Real de Santa
Fe. Entonces nada más natural que creer en un acuerdo, siquiera comercial, entre
arabos para aprovisionarse en La Gomera en su camino a lo desconocido.
Pero Ruméu recoge también la idea de los sentimientos amorosos de don
/-• • . / i I L • 1 • u..«,».,o .,;„rÍ!. niip sostuvo hace años entre nosotros el
Cristóbal hacia la joven y hermosa viuda, que suan"
malogrado Emilio Hardisson (y ciertamente echamos de menos su cita en esta ocasión).
La objeción fudamental que se le ponía era, como también d.ce Rumeu. I.
imposibilidad del conocimiento previo mutuo de la pareja, lo que hacia fantasioso
el relato de Cuneo, del paso del Almirante por La Gomera en el Segundo Viaje
Pero caída aquella supuesta improbabilidad, antes convertida en la cas. seguridad
de un trato anterior, no hay ya reparo serio a la tinctara damore que atribuye
Cuneo a don Cristóbal. Además de mi parte noto que aun sin inclinación propiamente
amorosa, un proyecto matrimonial entre Colón y la viuda era para el primero
una verdadera baza, tan buena como lo fue para Alonso de Lugo poco después.
Demasiado buena para que fuese bien vista por la Corte. Pero acaso fue la dama
laque vio menos claras las ventajas de su unión con el navegante metido en tan
arduas aventuras, aun provisto de brillantísimos títulos.
En fin. la revalorización de un episodio romántico que apartábamos con pena
de la austera historia. Todo expuesto con el rigor técnico propio del autor en sus
trabajos no ocasionales de prensa'.
E. SERRA
' Ruméu, por medio de documentos publicados por Madurell, identific» el
Grajeda de la nave de doña Beatriz. Pudo también identificar el Alonso Cota, no-tificador
de parte del Consejo Real a la dama en 1491, con el capitán de la nave
que vende esclavos guanches en Ibiza en 1494. Estas coincidencias demuestran que
el número de maestres de nave era limitado, y hay que levantar una nómina completa
de ellos.
158
SEBASTIÁN DE LA NUEZ: Unamuno en Canarias (Las
islas, el mar g el destierro). Universidad de La Laguna,
1964, 291 págs.
El profesor De la Nuez ha logrado de nuevo (no olvidemos su monografía sobre
Tomás Morales) la redacción de un escrupuloso trabajo sobre un tema que
urgía a la bibliografía canaria.
La postura arrogante y nada convencionalista del Unamuno de los Juegos
Florales en Las Palmas y en 1910 (<no os dejéis amodorrar en el arregosto de
dejaros vivir . . . >, «no caigáis en esa soñarrera tropical>), como su colérica metafísica
actitud durante el destierro en Fuerteventura catorce años después (< ...cuando
llegué a tu roca ¡legué a puerto / y esperándose allí a la última cita / sobre tu
mar vi el cielo todo abierto''), están plenamente caracterizadas por la elección de
textos con que De la Nuez ilustra la clara distribución de la obra.
Tanto el material biográfico (discursos, cartas a amigos, testimonios verbales,
etcétera) como el literario (especialmente los sonetos VIH y LXVI de Fuerteventura
a París) suponen un acierto sistemático y nueva evidencia de la ya confirmada
meticulosidad investigadora del autor.
Temas de vibración eterna como son el mar y la muerte, la soledad y la esperanza,
encuentran adecuados comentarios referidos siempre al original unamu-niano,
asi como se subraya justamente la alta valoración que del paisaje tenía
Don Miguel, atento como legítimo noventayochista a la preciosa diversidad
del país.
El estilo de la obra nos resultó algo pálido, pero de acuerdo con el tono general
de la misma.
V. MORALES
ALFONSO ARMAS AVALA: Del aislamiento y otras
cosas. «Anuario de Estudios Atlánticos», 9. Madrid-
Las Palmas, págs. 335-438.
En estos textos inéditos de Miguel de Unamuno, que tal es el subtítulo del
trabajo compuesto por Armas Ayala, se incorpora un material y aportaciones que
ya nos había brindado en gran parte el mismo autor en una separata publicada en
Salamanca. En este caso se incorpora algún que otro testimonio más, que no añade
gran cosa a la anterior y original edición del estudio. No obstante saludamos
con devoción la iniciativa del <Anurio> al incluir tal tipo de trabajo en su último
número, coincidiendo con la conmemoración nacional y extranjera que se tributa
a Unamuno. Aparte tal valor bibliográfico, queremos dejar expresa la oportuna
159
vertebración del tema y las íntimas fotografías que recogen inolvidables momentos
de Don Miguel en su ínsula Barataría, la Fuerteventura del destierro.
Aspecto estudiado por Armas Ayala con más insistencia es el del «aislamien-to>,
denunciado por Unamuno como peligroso sentimiento que había corroído al
pueblo español y ahora (en 1910) informaba la actitud de las Islas, sumiéndolas
más aún en caciquismo, fulanismo y estrecho localismo. Las conocidas polémicas
que brotaron a raíz de la concluyente diagnosis unamuniana nos son harto conocidas.
Sabemos también lo poco convincentes que resultaron las arengas españolis-tas
de Don Miguel, «sabio catedrático», como escribía la prensa en sorna. Y decimos
que poco convincentes, porque ni entonces ni nunca necesitó el Archipiélago
de aleccionadores discursos pro madre patria.
V. MORALES
GREGORIO R[ODRÍGUEZ] PADILLA: Destellos. Santa
Cruz de Tenerife, 1963. 100 págs.
Al tomar en nuestras manos este libro de versos, que ostenta el título decimonónico
de Destellos, con una portada retórica y modernista de Cuezala, parece
que el tiempo ha retrocedido a épocas pretéritas de nuestro arte y de nuestra
poesía. Y esta primera impresión se confirma al hojear el volumen, donde las
composiciones corresponden a otros tantos apartados que llevan los títulos, también
significativos, de Pórtico, Arpegios, Himnos, Alegorías, todos ellos tan del
gusto de los modernistas de principios del siglo.
Efectivamente, Rodríguez Padilla ha recogido en este tomo una selección de
poemas elaborados a través de su larga vida, que ha tenido tiempo de recorrer
modas y modos que ya no son del gusto actual más riguroso. El mismo prologuista
evoca al poeta, en su adecuado ambiente, en la tertulia de sus viejos contemporáneos:
Verdugo, Manrique, Hernández Amador, Crosita, etc.
Los temas que predominan, en la primera parte del libro, son los isleños: el
Allante sobre las blancas espumas, la cordillera enhiesta y sigular que rodea a
Santa Cruz, la Caldera de La Palma que evoca los cráteres lunares, la isla de El
Hierro, cuyo poema comienza con un brillante cuarteto alejandrino, muy típico de
la retórica modernista:
Escoltando la escuadra que fingen en el mar
estas islas Canarias de España en la frontera,
con tu proa al Oriente sobre ¡a azul quimera
del agua, isla del Hierro, ocupas tu lugar.
Siguen otros temas propios de la escuela regional canaria, como los sonetos
dedicados a los aires populares (las folias, las malagueñas, el arrorró). Tiene
160
también algfuna muestra de plástica parnasiana el interesante soneto dedicado a
Un cuadro de Martín González, aunque más emoción hay, sin duda, en el dedicado
al Pico de Tenerife, donde el alma del poeta se siente libre, más cerca de Olimpo
que del suelo. A esto hay que añadir los Himnos, de índole romántica y progresista,
dedicados al Sol, a la Imprenta, a la Biblioteca. Pero mucho más valor y más
sugestivos son los poemas dedicados a evocar las Siluetas (como él los titula) de
los viejos poetas desaparecidos: Gil Roldan, Crosa, Verdugo, entre los que se encuentra
su Autorretrato, donde se muestra la intimidad del poeta, desde un álbum
familiar ya viejo, en el que encuentra, como nosotros ahora al leer el poema, de
mi niñez una fotografía.
En resumen, un libro de versos pretéritos y anacrónicos, pero no del todo
inútiles como lección de vocación entrañable y dedicación a lo vernáculo y humano,
cuyos sentimientos faltan, tantas veces, en la poesía moderna.
Sebastián de LA NUEZ
CHONA MADERA: Las estancias vacias. Las Palmas
de Gran Canaria, 1961. 156 págs. Precio: 70 ptas.
La calidad y la fuerza poética de Chona Madera se manifestaron, hace años,
con su libro inicial El volcado silencio (1944), que constituyó, en su momento, una
revelación en medio de una eclosión general de lo poesia, entre los años 45 al 50,
en Las Palmas. De allí surgieron auténticos valores que se han confirmado después,
como Chona, los Millares, Lezcano y otros.
Este libro. Las estancias vacías, viene a darnos la exacta medida de la personalidad
de nuestra poetisa, ratificada, en su plena madurez, con todas las bellas
cualidades, y con lo positivo y lo negativo de su verso.
Nuevamente, Chona Madera, con este magnífico libro de poemas, se pone en
marcha hacia los caminos del pasado, hacía los caminos interiores, en busca de los
suyos, de sí misma, de todo lo que quedó atrás. No necesita ir muy lejos; basta
con recorrer las «estancias vacías» de su casa, de su propia alma, y las imágenes
del pasado, los retratos de los seres queridos, los objetos amados, van surgiendo
como fantasmas que se acercan desde el fondo de un espejo, que son los poemas
de este volumen. Es, pues, esta obra, como dice Luis Benitez, en su acertado prólogo,
<por una parte una historia fragmentaria de su corazón y por otra, una lamentación
de lo que fue pero no pudo ser». Pero Chona Madera, alma tierna,
templada en el dolor y en la esperanza, se ha sobrepuesto a la corrupción del
tiempo y a la desgracia inevitable, ha sublimado sus penas y las ha convertido en
fuente de arte y de consuelo. Según Maeterlinck esta es la verdadem realización
de la sabiduría humana.
161
Después de encontrarse la poetisa desamparada, al borde de su abismo de
soledad y de dolor, encuentra siempre un asidero, y por eso exclama:
todo vuelve a endulzarme las nuevas cicafrices
Ella misma define en la Cancioncilla a un poeta (pág. 99), en esa pequeña
estrofa que sigue el ritmo de la seguidilla o el canto de la copla canaria:
Fruta es el poeta
que Dios exprime
por medio de la pena
para sus fines.
De esta misma fruta, ya seca, saldrá limpio y puro el consuelo del poeta
como el del sabio, como ella dice bellamente en otra estrofa del mismo poema:
Y, en tu canto
hecho luz quedes
tarde, flor, llanto.
Por eso la poesia más honda y más sentida de Chona es siempre producto de
una pena sincera que ha lacerado su alma sensible, vibrante toda, como un largo
lamento, que luego sale puro y sonoro, transformado en serena melodía, que no
es precisamente de sonoridades externas, sino interiores, como la onda que agita
los posos más escondidos de nuestro ser y de nuestra alma. Asi, no es extraño
que sus mejores composiciones se encuentren entre las Elegías, y en el apartado
dedicado a la Intimidad. Notables son, por ejemplo, el poema A mi madre en su
décimo aniversario, o el dedicado a un niño desaparecido, donde hay imágenes
como esta:
el inmenso mar que en tu derredor crecía
cada año
con más hinchadas olas de esperanzas.
Hay además, entre estas elegías, dos particularmente significativas e intensas:
la dedicada a la muerte del tonto (pág. 121) y la dedicada a la hoja seca, que
lleva por título El último color (pág. 127), que tan poderosamente ha llamado la
atención a María Rosa Alonso (véase la crítica de la obra en la revista «Humani-dades>
de la Universidad de los Andes, Mérida, III, 1963). La primera, por su
dramática exposición del verso ceñido, condensado en emoción y cotidianidad,
recuerda algunos poemas desgarrados de Los caminos dispersos de Alonso Que-sada.
Hay en esa elegia matiz social e ironía, pero sobre todo ternura:
Siempre el pobre tonto
pasaba por mi calle
—hoy triste—,
¡con cuánta piedad miraba
su enorme invalidez!
RIIC, 11
162
En la segunda, como dice María Rosa «logra una elegía más fina que las
de Cátulo».
Claro es que no siempre se mantiene, en todo el volumen, el mismo tono
sensible y tierno, pues, a veces, se desborda, en un exceso de sensiblería; resultado,
sin duda, de su profundo e incontenido sentimiento. Acaso esto se hubiera
evitado con una selección más rigurosa de los poemas, Pero bien es verdad, rara
ver, deja de haber un fragmento, una estrofa, unos versos, donde no brille una
imagen o un sentimiento bellamente expresados.
Una exploración más aniplia en la poesía de Chona Madera, que no podemos
hacer aquí, nos llevaría a analizar su esencial femineidad {Otra posible en ti), su
sentido de lo real y cotidiano {La carta semanal, Cotidianamente), su transcendental
ternura con las cosas humildes y mínimas {A los pies, eternos servidores,
A un bolso de piel, etc.), todo con un sentido social hondo desde la perspectiva
del prójimo cercano {El pobre de la plazuela), y sobre todo vivido desde lo familiar
y humano y a través de las «estancias vacías» de su soledad acompañada
(i4 mis amigos los poetas), y visto siempre desde los temas eternos del amor y de
la muerte . . . La muerte siempre presente, pero siempre burlada, en cierto modo,
por la presencia amorosa del latir del corazón de la poetisa, que deja el testimonio
de su angustia en estos versos, sin desgarrarse pero desgarrados; sin flaquezas
pero con la ingenua sinceridad del niño desamparado que dice su verdad, la suya,
que puede ser la de la humanidad cuando habla por boca de una poesía auténtica.
Sebastián de LA NUEZ
AGUSTÍN MILLARES: Habla Viva. Barcelona, Hor-ta
Ed. (1964), 32 págs.
Cumple Agustín Millares sus veinte años de vida poética con esta Habla
Viva de sincera motivación y sencillo formalismo.
Los veinte poemas de que consta el cuaderno resumen con calor pero sin tremendismo
el reto de un alma valiente y nada comprometida.
Su voluntad de verdad es sobresaliente:
Esto para decir que estoy de acuerdo
con los que el dedo ponen en la llaga
y se definen con el agua al cuello.
Por eso, sí, por eso, esto primero
aunque me cueste un ojo de la cara,
y promete no sometarla ni condicionarla.
163
La rebelde individualidad que aspira a nobles y libres realidades tropieza
con la amorfa existencia social, contra el paredón del conformismo mercenario.
Y a pesar de ello entiende que «no todo es aijrio y negro», que el vivir de lucha
y de aspiración supone un aliento para quien fia en el cumplimiento de su esperanza.
De puros sinceros que son los arranques, los giros, las nada atildadas
estrofas, nos convencen por el castellanismo y porque detrás de ellas está Millares
. . . el hombre abierto que, a poco
que le dé el sol, amanece,
como textualmente nos confiesa en este su último testamento poético.
La impresión nos pareció muy esmerada.
V. MORALES
CARLOS PINTO GROTE: Siempre ha pasado algo,
La Laguna, Colección Mafasca, mayo, 1964.
Estamos en presencia de una bien conocida figura en los medios intelectuales
canarios. Pinto Grote, suma de entusiasmo y sensibilidad, ha impulsado la publicación
de obras poéticas de noveles isleños y se ha unido a la empresa ardua y
fatigosa de crear atmósfera.
Para atestiguarlo, aquí tenemos su última expresión lirica: Siempre ha pasado
algo.
Siempre ha pasado algo
por ejemplo, el rocío,
la aurora, que es distinta,
las nubes, que son otras.
nos dice iniciando su panteista devoción por lo eterno y lo cambiante. Que lo son
también el amor y la amistad, la melancolía y el temor.
En lineas de puro impresionismo poético, Pinto Grote nos brinda una deleitosa
visión de geografía atlántica y exalta a la par su voluntad de *primitivismo>,
de escape a lo ancestral-guanche . ..
Tener el corazón hecho de libertades,
llevar la frente alta.
Llamarme guanche,
hijo de los volcanes y las lairas,
cierre de este modo su librito, en el que, si no un gran poeta, encontramos un
espíritu emocionante y cálido, a quien ni lo cotidiano ni lo eterno le son ajenos.
V. MORALES
164
JUAN DEL R ÍO AVALA: Iballa. (Romance de Fernán
Peraza). Islas Canarias, 1963; III, 192 págs.
La novela histórica no es fácil empresa literaria. Desde Walter Scott hasta
Mika Waltari ha sido objeto de polémicas continuas como especie particular y un
tanto híbrida dentro del género.
Iballa o Romance de Fernán Peraza se teje sobre la anécdota harto conocida
de la pasión romántica entre el señor feudal, heredero de las islas menores de
La Gomera y El Hierro, y la princesa aborigen Iballa, hija dilecta de la tribu de
Arure, netamente matriarcal en su organización y principios de vida.
En doce capítulos de minuciosa ambientación —ya en Castilla, ya en La Gomera—
logra Juan del Río ofrecernos una amena descripción del episodio. Su conocimiento
de las costumbres, ritos, vestimenta, armamento, etc., de los nativos,
contribuyen al feliz resultado que la novela en si, supone.
Los caracteres, naturalmente, son harto pintorescos y expuestos en una linea
simple y algo teatral, lo que es propio de esta clase de narraciones (por ejemplo.
Madre Ecchinea, la hechicera de la tribu).
Particular comentario merece el manejo del lenguaje, premeditadamente arcaico
y abundante en modismos («beberejes», «ardentías») y términos del escaso
vocabulario guanche que nos ha llegado («banot», «tagoror», «gánigo», «tamarco»).
La sintaxis no resulta siempre airosa por el exceso de epítetos y de relativos.
La escena final, «el denouement» en el valle de Tinguarime, está distribuida,
en sus diversas alternantes, con habilidad cinematográfica, y es justo ese carácter
dinámico de la aventura, el que hace muy grata la lectura de la obra.
V. MORALES LEZCANO
PEDRO LEZCANO: El Pescador {Cuento). Las Palmas
de Gran Canaria, Tagoro, 1964, 26 págs.
El conocido poeta grancanario inicia felizmente su obra en prosa con esta
pequeña narración.
Nos cuenta, con líricas descripciones, la aventura de un pescador —Simeón—
que busca tierra adentro fortuna y humanidad. Después de fallidas tentativas,
regresa a su pueblo costero, resignado y decepcionado por la cortés indiferencia
de la sociedad urbana. Allí, en su pueblo, «está el mar y su novia y su barca.
Allí los hombres se comprenden unos a otros con sólo mirarse».
Hay quizá una cierta exaltación rousoniana de lo natural y primitivo frente a
lo social y estándar, pero la agilidad del estilo libera de tesituras esta insular aportación
al cuento. Digo insular porque, aunque Pedro Lezcano no sitúa concreta-
165
mente la acción, el paisaje isleño —quizá el fuerteventuroso— está presente en
toda la narración (riscos, mar azul, ^uerderas de alambre, samas roqueras, camellos,
sombreras de paja), sin degenerar en folklorismo.
Ilustran la obra tres grabados manuales, sobre cinc, del autor.
V. MORALES
SEBASTIÁN DE LA NUEZ: La generación de los intelectuales
canarios, Homenaje a D. Simón Benitez, Rev.
«El Museo Canario>, 1960, t. II, números 76-77, páginas
77 a 107.
Nos referimos a este trabajo al reseñar ese tomo de «El Museo Canario».
Aquí, con permiso del interesado y del que firma, tenemos el gusto de reproducir
la preciosa carta del veterano e ilustre escritor canario Claudio de la Torre,
dirigida a nuestro redactor D. Sebastián de la Nuez. Como se puede apreciar,
por su lectura, no siempre le dirigen a nuestro colaborador, por sus reseñas y trabajos,
cartas abiertas como la que publicó, no hace mucho tiempo, un periódico
de Las Palmas, donde, además de hacer un ataque personal para el critico, se
vertían conceptos injuriosos para nuestra Revista y la Universidad.
Oria 5
Madrid, 2
Sr. Don Sebastián de la Nuez Caballero.
Mi querido amigo:
Recibi y le! en seguida su nueva separata La generación de los intelectuales
canarios. Nueva para mi por no conocerla, y nueva porque me parece que es la
primera vez que se lleva el tema a la imprenta. (El homenaje a Simón Benitez
Padilla se guardó con tanto secreto para mi, que ni siquiera me enteré. Hubiera
sido de los más entusiastas colaboradores.)
Ya comprenderá que su separata me ha despertado todo un mundo semidormido,
ya que la memoria de la juventud no se duerme del todo. Para resucitar
todo ese mundo de muertos, en su mayoría, hacía falta toda su perspicacia de buen
historiador. He de agradecerle, muy especialmente, sus alusiones a ese poeta que
yo fui hace ya casi cuarenta años. Gracias a usted he vuelto al principio de mis
aficiones y me he encontrado de nuevo, si no con mi juventud, sí con el perfume
inconfundible de la primavera. Le escribo en Mayo y en Madrid, y esta doble
circunstancia contribuye mucho a mi evocación del pasado y a mi gratitud de hoy
por su recuerdo a distancia.
Un fuerte abrazo de
Claudio de LA TORRE
166
A. GoRnoN BROWN: Madeira and (he Canary hlands
A concise Guide for the visitor, with photographs,
maps and town plans, issued for The Union-Castle
Mail Steamship, C" Limited. 3 th. edition, 1963. Lon-don,
Robert Hale, 162 pp. más 38 de «advertisements»,
más 15 lama, y 16 planos y mapas. 10 s. 6 d.
Va ya por su tercera edición esta Brown s Guide de Madera y Canarias, «la
g^uia de los ingleses». No sabemos bien si es por coincidencia o por sucesión que
lleva el mismo nombre que la Guía de Madeira, Canaria y Azores que publicó Mr.
Samler Brown, <el inglés del Bufadero», desde el pasado siglo y que continuamente
revisó hasta su muerte en 14 ediciones sucesivas, la última de 1932; en efecto,
aparte de la exclusión de las Azores de esta Guía de Gordon-Brown, puede decirse
que es totamente diversa en su propósito. En realidad corresponde al cambio también
radical en la clase intelectual de los viajeros que han de usarla, entre los
tiempos aquellos y los actuales. Desde luego el turista de convoy, reclutado y
dirigido por las agencias, que aquí en Canarias era ya conocido desde largo tiempo
por los «viajeros del Yeowart», no necesita guía alguna, pues todo se lo
dan hecho y cuanto menos contacto tenga con el país y sus gentes, tanto mejor
para la agencia y para la nula curiosidad del mismo viajero: para estos se hacen
hoy día estos prospectos iluminados y estos mapas y planos en que toscos dibujos
sustituyen la topografía. Pero siempre hubo y todavía sigue habiendo una minoría
de personas, llámeseles viajeros o turistas que viajan para aprender, para satisfacer
su curiosidad personal. Para ellos hay también muy buenas guias en que se trata
de sumar una descripción del país y sus habitantes y una información sobre las
necesidades del forastero. Samler Brown había llegado a acumular, con cierto típico
desorden, un gran caudal de datos referentes al primer aspecto, muchos de
orden científico, pues eran muchos los viajeros estudiosos en sus tiempos. La nueva
Guía Brown ha suprimido estos informes, ha mantenido sólo los de carácter
pintoresco, y cuanto a los «datos prácticos» se ha mantenido en muy buen sitio: un
viajero aislado puede defenderse muy bien con sus indicaciones. Mapas y planos
no pasan de esquemas, pero son, por su claridad, suficientes.
E. S.
HAN.S-HKI.MUT SciiAEFFnR: Pflanzcn der Kanarischen
Inseln.— Flants of the Canary hlands. Ratzeburg,
Alemania, Kutscher, 196.3. 268 pp. 8"
Editada esplendi<Iamente, apareció en las librerías de Santa Cruz esta obra
bilingüe, imprssa en Alemania pero provista de traducción inglesa a continuación
de cada párrafo original alemán. Casi la mitad de sus páginas, todas en magnifico
167
papel estucado, son láminas. 89 des ellas en negro y 20 en colores, unas y otras de
primera calidad. La flora canaria no tenia ninguna publicación con presentación
semejante, aun contando con obras muy bien editadas, como la de Burchard, desde
1929, y la de Cevallos-Ortuño, de 1951, y prescindiendo de las anteriores al fotograbado,
como los álbumes de Webb.
Pero si la presentación artística es insuperable, la ambición científica de la
obra es asaz modesta. Contiene, sin duda, una nomenclatura y descripción correctas
de las plantas, cada una acompañada de una lámina (lo que no siempre es
suficiente para su cabal conocimiento, aun siendo la ilustración tan excelente).
Pero lo que más nos ha desilusionado es la amplitud que el autor ha dado al
concepto «plantas de las Islas Canarias.. No solamente se rebasa el estrecho
circulo de las plantas endémicas, sino que se dedica un espacio mayor a las importadas;
algunas subespontáneas, como la tunera, el tártago y la p.tera. que al hn
forman parte de nuestro paisaje; pero incluso se da alternanc.a a las mas banales,
difundidas universalmente por la arboricultura y jardinería modernas: tales la mimosa,
el cupreso. el eucalipto, el limonero, el nisperero, la buganviha, el jazmín,
el gladiolo, la cala, etc. Por mucho pan nunca mal ano, se dice, y podríamos concederlo
si no fuese que, en cambio, echamos de menos bastantes espec.es endémi-cas,
precisamente raras y que no„„s g«MuscttairnÍ.T! vveerr ítaann bellamente repf rodu.c id,a s;\ citem,-,o.s
el barbusano. el mocan, la Bencomia, la Serratula, la Viola teidea. todas tan difíciles
de ver al natural. No es de extrañar, por lo demás, que mientras la información
botánica parece muy seria, cuando el autor sale a otros campos, como el
histórico, muestre sus deficiencias: atribuye el nombre de Purpurarlas, que algunos
dan a las dos islas más orientales, a una especie de barrilla con estigmas florales
roios e ignora la relación entre el til y el famoso garoé. del que no hace mención.
Én fin seria mezq.ino desagradecimiento desconocer el valor divulgador, y
aun simplemente estético, de este bello librito. en el que, de todos modos, hallamos
mucho que aprender los no especialistas.
E. S.
«ROMERMAN>: Tenerife en color. Santa Cruz de
Tenerife. Lit. A. Romero. 1963. 31/23 cm. 350 pts.
ALBKRTO VÁZQUEZ FIGUEROA: Tenerife. Fotografías
en color y en negro. Barcelona. Ediciones Planeta,
1964. N" 3 de la serie «Ciudades y paisajes», de
«Guias Planeta». 19/12 cm.
No sé si la ambición de aprovecharse de la avalancha turística que cubre
España todos los veranos - y algunas de sus regiones, también en i n v i e r n o - o si
por exigencia de este mismo público, se multiplican al infinito l«s gui.is turi.^licas.
y no quedan las Canarias atrás; son bello ejemplo estas de la ya famosa casa Planeta,
editadas en francés, inglés, alemán y castellano, de las que tenemos en la
168
mesa un ejemplar de la última versión dedicada a esta isla, aunque de hecho se
extiende a toda la provincia de Santa Cruz. Y no menos la magnífica colección
de estampas de la Casa Romero, ésta sí limitada a Tenerife y en la que los editores
acaso se han propuesto también lucir sus ilimitados recursos en las artes
gráficas.
Hace pocos años esas guías podían clasificarse en dos grupos: unas predominantemente
literarias, en las que el autor trataba de sugerir una impresión, una
sensación del país descrito, y en las que los datos útiles clasificados quedaban
cuando más reducidos a unas páginas finales en papel de color; mientras otras
guías eran un ordenado acopio de informaciones prácticas, incluyendo el inventario
de monumentos y de paisajes, a los que acudía el viajero en el momento
preciso, para explicación de lo que veía. Ejemplos ilustres de aquella idea, para
Canarias, serían los libros de las viajeras inglesas del siglo pasado y comienzos
del presente, Mrss. Murray y Stone, Miss Du Cañe y el magnífico de la francesa
Mme. Derven, todavía reciente (1954); del otro grupo la famosa Brown's
Guide, con 14 ediciones y todavía aprovechada en síntesis empobrecida por Alien,
de Londres, pero dentro de la serie inmortal de Baedeker. Pero ahora las cosas se
han complicado con los recientes progresos del arte fotográfico y de su reproducción.
Aunque hay que suponer que el antiguo viajero, hoy turista, viene a ver por
sí mismo y por tanto no debían de hacerle falta vistas más o menos bellas y numerosas,
es lo cierto que éstas ayudan enormemente a ver y que además sirven de
espléndido recuerdo, de soavenir, del costoso viaje hecho. Y ahora en realidad lo
que está invadiendo el mercado no son guías literarias o informativas, sino álbumes
de estampas, de todos formatos y siempre de elevado coste.
Todavía la guía Planeta trata de equilibar estas varías exigencias: un texto
de conjunto, histórico y folklórico, y una metódica serie de excursiones que puede
decirse agotan el repertorio de la Isla, se intercala con las copiosas fotografías,
muchas en color, todas excelentes, si bien mantienen todavía el propósito de describir
toda la provincia.
Pero con el Tenerife en color de Romero, estamos ya sólo ante el álbum llevado
a sus últimas consecuencias: todo en color tamaño folio, papel labrado
especial para dar sensación de tela pintada, una sucesión de 46 espléndidos cuadros,
sin preocupación de pían alguno. El texto, que va firmado por Alvarez Cruz,
reducido a menos que un píe de grabado, pues éste sería descriptivo de la lámina
y, de hecho no pasa de emotivo. Desde luego, aún sin plan, todo va desfilando
ante nuestros ojos encandilados, desde la bella tíncrfeña María Rosa, que abre la
serie, a la nieve del Teíde, las cumbres violetas de Anaga, las avenidas y los hoteles
del Puerto de la Cruz, al rebano de ovejas, al tráfico portuario, a las flores
internarionaics . . . Un detalle original es el mapita en que cada cuadro va ubicado
sobre la isla. Una joya de fantasía, no un repertorio informativo.
Cada uno puede escoger el libro que más guste, pero a la verdad en estos casos
vale la pena de escogerlo Lodo.
¿Pondremos algún reparo? En la Guía Planeta, un bonito mapa ocupa las
guardas, pero contiene demasiados errores incomprensibles: Las Teresitas en
169
Ij^ueste, Boca de Tauce en Los Azulejos, el Jardín Botánico flotando por encima de
Los Realejos, una Mina en Izaña que no conocíamos. No faltan tampoco, es claro,
en el resumen histórico, pero es ya de regla y se ve menos.
En cuanto al Tenerife en color, no sentimos otro agravio sino que ¡se abstiene
de localizarnos a Maria Rosa!
E. S.
VÍCTOR MORALES LEZCANO: La Historia de las Religiones
en la Época de la Ilustración (Tesis doctoral).
F. y L. Madrid, 1964.
Esta separata recoge en extracto las lineas fundamentales de la investigación
que el doctorando ha llevado a feliz término.
Los precedentes ilustrados —Bayle, Leibnitz, Vico—, son estudiados con esmero,
estimándose su obra como «sine qua non» de la revolución intelectual que,
en el siglo XVIII, abocaría a la revolución política y social.
Los capítulos III, IV, V se consagran al examen de las aportaciones francesas,
inglesas y alemanas a la concreta disciplina elegida, cuyo arte lo sitúa el Dr. Morales
Lezcano en el siglo de las luces.
Aunque la obra abunda en generalizaciones elementales, obtenemos una visión
clara de la importancia que tuvo para la Historia de las Religiones el ensanchamiento
de la mentalidad en el setecientos; la adquisición de una mentalidad
historicista, a pesar de los sólidos prejuicios racionalistas y el gusto por lo científico
y experimental que caracterizó a la época y a sus hombres.
En varias ocasiones, los atisbos de determinados autores como Gibbon, Vol-taire
o Dupuis, encuentran modernos correlatos que atestiguan la vigencia de
aquellos. La «AufklSrung» nos parece la mejor etapa que ha entendido el autor,
ciíiéndose a Lessing y a Kant, después de una breve introducción que avala el significado,
para la cultura alemana, de la Ilustración europea.
Lamentamos consignar numerosos errores de impresión que defraudan la lectura
de la obra.
E. SERRA
170
LUIS ÁLVAREZ CRUZ: Las Tabernas Literarias de la
Isla. La Laguna, Instituto de Estudios Canarios, 1961,
152 págs. 8°
Cuando allá por 1960 andaba Luis Alvarez amontonando el cajón de recuerdos
que editó poco después —por su cuenta aunque con el amparo teórico de ese
Instituto científico, que ninguna falta le hacía— poco pensaría que acaso estaba
escribiendo el testamento nostálgico de la ciudad de San Cristóbal de La Laguna.
Cierto que refirió sus recuerdos tabernarios a la Isla, pero también lo es que las
bodegas con solera auténtica se centraban en la ciudad de las alturas, lejos del
bronco bullicio marinero del puerto, donde lo que se liba no es vino sino ron y caña.
Todavía queda alguna, pero sin parroquianos, tal vez porque ya no hay laguneros.
La ciudad se olvida de sí misma . . .; lo que ya no es elegante es aprovechar
este letargo para tratar de asesinarla.
Claro que La Laguna no fue sólo sus tabernas. Probablemente en ella han
contado más sus tertulias; las tertulias de los talleres artesanos: aquí la lengua andaba
suelta en prosa y no en soneto, pero tal vez era más trascendente, más eficaz
lo que se decía. Por algo, mientras unas lenguas sonaban, había también manos
que trabajaban y no con descuido. También esto murió y ya ni una encuademación
primorosa puede hacerse en plaza.
En estas tertulias y en otras más recónditas figuraban en lugar destacado los
eclesiásticos y los hombres de carreras liberales. Ya no. Aquellos tienen demasiado
que hacer con su nueva función misional permanente y con su nuevo culto, y
los últimos se han trasladado a la capital comercial, junto a los almacenistas y a
los indios. En fin, no hablemos de cosas tristes. El libro de Alvarez Cruz amontona
los recuerdos de un tiempo ido, y para que no haya duda, hasta el autor se
ha ido también. En este sentido su publicación sería un acierto de oportunidad, si
existiese realmente un público que gustase de tales recuerdos. No lo hay. Por razones
diversas el recuerdo de cosas viejas o románticas molesta en todas partes: en
Santa Cruz, porque es ajeno a los negocios, al puerto nuevo y a su clientela; en La
Laguna, porque tampoco casa con lo que en ella se mantiene vivo, tanto el trabajo
manual en dura competencia, como el pensamiento y el trabajo intelectual, ahora
no en tertulias ya muertas, sino en laboratorios, en seminarios y colegios, eclesiásticos
y universitarios, bajo una preocupación de formación y de trabajo tan rigurosa
como silenciosa. Y este es un ambiente diferente del de las tabernas de Alvarez
Cruz, como lo es de los salones del Círculo Mercantil. Cada cosa tiene su lugar.
El libro interesa, pero no como recuerdo nostálgico sino como documento,
que es lo que menos pudieron pensar los tertulianos que llenan sus páginas y que
llenaban La Laguna de antaño. Un prólogo de María Rosa Alonso, que en forma
más crítica había escrito acerca de este pequeño ambiente lagunero de la primera
mitad de siglo, presenta el volumen de recuerdos de Alvarez, escritos en estilo
periodístico, esto es, sin un plan sístem,álíco.
E. SERRA
171
Luis SuÁREZ HERNÁNDEZ: La cuestión de derechos
castellanos a la conquista de Canarias y el Concilio de
Basilea. «Anuario de Estudios Atlánticos>, 9. Madrid-
Las Palmas. Casa de Colón, págs. 1-11.
Este articulo es una revisión de un informe anterior que Suárez Fernández
presentara al «Congreso Internacional de Historia dos Descobrimentos»
(Lisboa, 1960).
La complejidad del disculidisimo derecho a la colonización del archipiélago
canario, entre portugueses y castellanos y durante la primera mitad del siglo XV,
ha sido tema predilecto de los especialistas.
Hasta el tratado de Alc'.íovas (1479) no se decide la pugna que trae en perpetua
inquietud a las Cortes de Madrid y de Lisboa, ambas acreditadas inteligentemente
ante la autoridad espiritual del mundo cristiano, con vistas a obtener el
legitimo referéndum - por breve pontificio- sobre el derecho a la conquista de
las Islas. Desde 1424 Enrique el Navegante, prodigio de organización y afición
náuticas, interfiere la acción espaiío'a en África por justificada rivalidad. El espíritu
renacentista y aventurero anima la obra de todos los conquistadores y pioneros
que frenéticamente van a ensanchar el «limes» occidental y con el su concepción
del mundo.
El Papado se mueve en esta arduísima cuestión con su cambiante orientación,
al servicio siempre de sus más queridos intereses. Hasta el punto que, en 1436.
cuando ya Castilla estimaba resuelto el «affaire» a su favor, Eugenio IV promulgaba
una Bula de Cruzada de marcado carácter misional y medieval que autoriza
al rey de Portugal en sus penetraciones africanas, circunscrita a las Islas Canarias,
merced a otra legitimación pontificia («Romanus Pontifex»). La reacción castellana
no se hizo esperar. Las «Allegationes» del obispo de Burgos se encaminaron a
destituir —íine ira et sfudio- los fundamentos que la diplomacia potiiguesa había
. ., j „„ „„„„„,;, a iiicrar oor la determinación pontificia.
esgrimido con poderosa suasoria, a jugar pui •» ^ i
El autor de este trabajo presenta, de soslayo, la crisis interior que, simultáneamente,
conmovía la frágil reputación de la Sede, debido a! espíritu frondista del
Concilio de Basilea que, por entonces, ponía en cuarentena la absoluta prioridad
del Pontífice en materia de cualquier tipo. El clima de rebeldía y localismo autonómico
había despertado conjuntamente con el del nacionalismo del Renacimiento
que. como Burchkardt ha visto, no fue sino la sublimación del individualismo a
escala colectiva.
Aunque no se trata <le un exhaustivo esfuerro de investigación, como confiesa
su autor, nos parece deber consignar aquí que no por ello carece de interés el
ver con perspectiva las implicaciones internacionales de la conquista y colonización
de Canarias, anticipo de otras mayores que en el transcurso de los siglos despertarán
un sinfín de conflictos y ardides diplomáticos.
V. MORALES
172
F. E. ZEUNER: Prehistoric idols from Gran Canaria.
«Man>, publ. of The Royal Anthropological Institute,
London, vol. LX, March 1960, pp. 33-35 fol. con 1 lámina
de 9 figs. + 2 en texto.
Este y otros trabajos de Zeuner sólo llegaron a mi conocimiento muy tarde,
en el pasado año 1963; y la pronta e inesperada defunción del autor hace ya imposible
la deseable continuación de los mismos y el diálogo sobre sus conclusiones.
Cada estudio coge un campo muy restringido, pero todos se caractererizan, en
cambio, por un método personal, de análisis detallado de los materiales de su respectivo
tema; de originales sugerencias, sólo posible de parte del hombre que
dispone, en la memoria y en sus ficheros, de un vastísimo material de comparación.
En el que ahora resumiremos trata el autor de un fragmento de figura o Ídolo
hallado hace pocos años en Gran Canaria y del que, por iniciativa de su inventor
D. Néstor Álamo, se publicó la primera noticia en estas páginas («Revista de Historia
Canaria», XXIV, 1958, p. 296). El examen de la pieza, «elídalo de Tara»,
es magistral y unido a oportunas comparaciones con el no muy abundante material
más o menos análogo hasta ahora conocido, le permite reconstruir idealmente
el tipo de la figura estudiada, de la que da un esquema que aquí reproducimos.
Al describir el fragmento, sin piernas ni cabeza y de poco más de la mitad
derecha del torso restante, se fija que sobre su grosero material de barro con más
arena que arcilla casi crudo, hay un engobe (slip) de color claro amarillento sobre
el que se han pintado los motivos decorativos, geométricos, que cubren el verso de
la figura, en tono rojizo, probablemente de almagre, tipleo de la cerámica de la
Isla. Pero precisamente este engobe separa esta figura del común procedimiento
de acabado de la cerámica grancanaria a base sólo de esta arcilla roja; en ambos
casos, la supeficie adquiría un bello lustre mediante frotación en crudo con una
piedra pulida, método conservado hasta hoy por las últimas alfareras tradicionales
que quedan en la Isla. La mano que la figura muestra bien conservada le permite
no sólo adivinar su forma general, sino interpretar adecuadamente otra figura
de tamaño análogo conservada en el Museo Canario (n" 629), muy conocida pero
nunca estudiada satisfactoriamente como ahora. Se trata siempre de una posición
del brazo enjarras, con la palma de la mano descansando en la amplia cadera y el
codo separado y en alto; este codo oculta su punta que va cubierta igual que el
hombro por una especie de manga de chaquetilla torera, a shoulder cape, que en
línea continua va del codo al arranque del cuello, perdido en este caso junto con
la cabeza. Esta única prenda deja por delante un amplio espacio correspondiente al
pecho. Los motivos geométricos, líneas, dientes de león, que decoran el capote,
siguen iguales en este espacio, con otros nuevos, pero Zeuner los supone pintados
sobre el cuerpo desnudo de la figura, no sobre una túnica interior, lo que no me
parece tan seguro, aunque hay que tener en cuenta los textos que nos hablan de
pintura corporal, y por mi parte no resisto la comparación con las chaquetas cretenses
que dejaban desnudo el pecho. El dicho de Viera de que el (amárco era
173
una capita (I, lib, II, c. 8; ed. Goya, I, pp. 197-198) es interpretación personal suya.
No hago conjeturas sobre la etimolog-ía de la voz tamarco, que el autor, con Viana
(id., nota) saca de támara 'palma', pero es indudable que significaba, todavía en el
siglo XVI, una capa de pieles que era ordinario vestido de los indígenas de varias
de las islas.
Las gruesas piernas cruzadas las resuelve por la parte de cadera conservada
que se ensancha en cono a partir de la cintura y por la figura 629 del Museo Canario
mencionada. La cabeza y cuello hay que imaginarlos a base de las muchas
aisladas con largo cuello desproporcionado que se ven en dicho Museo, algunas
con su cabellera o toca; el hueco superior y en corte sobre los ojos que a menudo
ofrecen estas cabecitas sugiere al autor, parece con acierto, la inserción de una
peluca de cabello o de fibras vegetales, que llevarían estos muñecos, o tal vez,
digo, sería apoyo de un tocado postizo, también de arcilla, como uno procedente de
Arucas, en el mismo Museo. Llanos o inacabados por detrás y con base plana irían
colocados en una hornacina o repisa.
Problema difícil es el del sexo de las figuritas; su silueta, cabellera, caderas,
etc., sugieren el femenino; pero falta otra indicación de sexo, especialmente los
pechos, omitidos de forma no casual y menos teniendo presente el prurito de los
artistas primitivos por exagerar estas notas. Por lo menos el autor rechaza por
estas razones la idea de una divinidad femenina de la fecundidad adelantada por
Crawford; en efecto, en este detalle son estas figuiitas —tal vez con excepción de la
que Verneau se llevó a París— la antítesis de la Diana de Efeso. Pero dar a núes-tras
figuritas sexo masculino es absurdo; ¿podemos pensar acaso en seres convencionales,
asexuados? ¿No es asi como se representa a los .íngeles, por ejemplo?
Zeuner insiste en que sólo Gran Canaria ha dada ídolos y que ya Espinosa
afirma que no los había en Tenerife. De todos modos conviene mencionar el caso
de la cabecita en fuerte relieve de la colección Gómez del Puerto de la Cruz, hoy
en su Instituto de Estudios Hispánicos, atribuida a Barranco Hondo; es de tipo
diferente de las estudiadas por Zeuner, antes se agruparía con las de forma de
violín, también de Gran Canaria e inventariadas aquí por el autor. Como en el
caso de todos los hapax, la cabecita del Puerto no permite afimar nada, pues cabe
confusión cuanto a su procedencia, como en el caso de unas pintaderas que figuraron
en la colección Casilda de Tacoronte, que Berthelot supuso tínerfeñas, lo
que ya hoy podemos rechazar de plano.
E. SERRA
F. E. ZEUNER: Prehistoric Hand Azdes from Gran
Canaria. «Man», LXI, 1961, art. 8, pp. 20-25 con 4 figs.
en el texto.
Es una contribución más del autor, la sexta, de la expedición geocronológica
a las Islas Canarias, del Instituto de Arqueología de la Universidad de Londres.
174
Alude en general a la industria lítica canaria, pero el estudio, minucioso como
siempre en Z., se concreta a un tipo de instrumentos propios de Gran Canaria y
que tampoco halla por ahora paralelos en culturas continentales; con razón califíca
aquella industria, en general, como de muy pobre calidad. Los instrumentos que
escoge son de tres tipos: un hacha pulimentada, cuyo estudio remite a otra ocasión,
¡que ya no ha de llegar!; una hand adze, una azuela de mano y un pico, también de
uso manual. Como estos instrumentos sólo han sido hallados en dicha isla y alguno
en relación con su cerámica tipica, los considera como elementos de la cultura
propia de Gran Canaria, que llama red-burnished-pottery culture, «cultura de cerámica
pulimentada en rojo», para lo cual se remite a un trabajo anterior suyo que
no conozo (<Man>, 1960, art. 50). Como reconoce el autor la mayor diferencia
entre los dos instrumentos es su técnica de confección o acabado: la azuela es pu-limetada,
aunque en basto, sin acabado brillante. El pico es sólo toscamente tallado.
Ambos son piezas de forma triangular, pero la azuela tiene su lado mayor
ligeramente arqueado, incluso afilado, de unos 24 cm, aunque las hay menores y
los picos alcazan 29 cm. Para aquellas hace notar que una de las puntas, por un
rebaje intencional, pudo servir como gubia, mientras la otra más ancha sería la
verdadera azuela y el filo como cuchilla; es notable el cuidadoso rebaje que ofrecen
las caras laterales para asegurar la prensión de los dedos. El pico tiene una
punta más bien roma, acaso martillo, y su rústica superficie carece de los rebajes
característicos de la azuela. No deja de apuntar el autor que la analogía entre
ambos instrumentos hace posible que los picos sean sólo instrumentos inacabados.
Creo que hay que ver en ambos una herramienta ingeniosísima para el trabajo de
la madera. Ya Wolfel llamó la atención acerca de estas piezas canarias: y a base
de un ejemplar de Gáldar, pulimentado, lo calificó de instrumento universal, pues
en él además de una aguda punta y de la gubia, el arco afilado o cuchilla pudo
estar en relación con el trabajo de las pieles antes que de la madera (véase en
Historia de España, Gallach, III, p. 584).
E. SERRA
WllHEl.M GIKSE: Ralos aforianos. «Aíjoreana», revista
de estudos aQorianos. Angra do Heroísmo, Azores,
VI [1964], págs. 1-7, más 2 láms.
El Dr. Giese, que ya en otras ocasiones se ha ocupado de la difusión de estos
elementos de arquitectura tradicional, que tanto valor pintoresco dan a las ciudades
que los conservan, nos proporciona un inventario, precisando la extensión que
todavía alcanzan los ralos, como se dice en Azores, esto es, los balcones con celosías,
derivados más o menos fielmente de la muxrabije árabe. Además de señalarlos
copiosamente en estas islas centro-atlánticas, enumera las pocas poblaciones
de España y de Portugal donde los hay y los más abundantes ejemplos canarios.
175
Insiste en los tipos de gradas o rejas, pero no observa que en muchos casos por lo
menos, una hilera de ellas es sustituida por columnillas o balaustres de madera
torneada. Y Pérez Vidal nos ha hecho notar (véase aparte) que los elementos torneados
en forma de carretes fueron los que primeramente formaron estas celosías.
Las láminas contienen dibujos esquem.íticos y fotografías de esas sacadas o balcones,
que aquí llamamos canarios.
E. SERRA
MiGUF.i. FUSTE: Diferencias aniropogeográficas en las
poblaciones de Gran Canaria. «Anuario de Estudios
SI
Atlánticos» 8, Madrid-Las Palmas, 1963, págs. 67-85.
Por encarg^o de El Museo Canario de Las Palmas, Miguel Fuste ha emprendido
una fecunda exploración antropológica en la población de Gran Canaria, muchos
de cuyos componentes acusan rasgos som.^ticos de sus ancestrales preh.spanicos.
Atendiendo al ensayo intentado por Fuste, son tres los troncos fundamentales
j i„- a que corresponden los „v.a.rn;.a,AdonKs ! titpinoos s iihuummoaun"»o s de la isla: /1 ) el cromañoide; 2i )
el mediterráneo robusto, y 3) el orientálido.
La distribución de estos grupos la establece a partir de los índices siguientes:
el cefálico (que resulta de dividir el diámetro transversal por 100 entre la dimen-ón
del diámetro antero-posterior), el de estatura y el de pigmentación del iris.
Con arreglo a tal criterio. Fuste establece las siguientes áreas de población
— <mutatis mutandís»— bien definidas: Este y Norte, Centro, Sudoeste, Sudeste,
Oeste. Y aunque evita toda suerte de generalización audaz, sostiene la teoría,
por demás corroborada desde el ángulo antropológico, que se refiere a la intensa
«endogamia» de la población isleña, máxime en la Gran Canaria, ya que, por ejemplo
en Lanzarote, la geología no interceptó tan radicalmente los contactos entre
los diversos sectores.
Otras interesantes conclusiones que induce el autor —diferencias de régimen
alimenticio, distintos órdenes sociales, etc.— están extraídas de positivos análisis
(la dentición).
Construido con científico rigor, el trabajo se acompaña de una escogida bibliografía
y gráficos y estadísticas fácilmente inteligibles.
V. MORALES
176
JOSÉ ALCINA FRANCH: La figura femenina perniabierta
en el viejo mundo y en América. «Anuario de
Estudios Atlánticos>, 8, Madrid-Las Palmas, Casa de
Colón, 1963, págs. 127-143.
Este interesante y escueto trabajo se atiene a una rigurosa distribución geográfica
y cronológica, pero adolece de una interpretación y conclusión poco en-jundiosas.
Alcina Franch nos lleva de la mano cuando explica el presunto origen iraní
(en el yacimiento de Tepesarab) de las figurillas bautizadas por Imbelloni «perniabiertas
», que hacen su aparición hacia el 7000 a. d. C. y de las que se encuentran
ejemplares mis tardíos en Knosos, Bulgaria, Rumania, Malta, Kiev y Canarias.
Hacia el 1500 a. d. C. calcula Alcina Franch que llegó a su prolongación más occidental
este tipo de estatuillas, antes de pasar a América. En efecto, hay una
riquísima tipología que él llama del Nuevo Mundo, la cual se localiza desde Ar-kansas
en el norte hasta Perú, a través de Jalisco, Nicaragua, Santo Domingo,
Venezuela, etc., por citar algunas de ellas, e incluyendo las variantes del «área
amazónica», que de este a oeste se supone son el arranque de la difusión en
América.
La importancia que se deduce de esta informativa exposición estriba en
saber si existió —y en caso positivo cómo se realizó— una verdadera comunicación
cultural entre los dos mundos geológicamente considerados. Precisamente
Alcina Franch ha estudiado el enigma de las pintaderas de Canarias y la conexión
hipotética entre las más ancianas culturas y las americanas que inspira la aparición
de análogos tipos de vasos con mango-vertedero a una orilla y otra del Atlántico.
También en estos otros casos, Canarias nos aparece como posible «missing-link
». De ahi el doble interés de esta colaboración, que se acompaña de una
comedida y completa bibliografía, aparte un nutrido repertorio fotográfico que
permite al lector seguir con facilidad el curso de las estrictas descripciones.
V. MORALES
ANDRÉE ROSF.NFELD: Prehisloric pottcry from Ihree
localifies on Lanzarote (Canary Islands) «El Museo Canario
», Enero-Diciembre, 1963. Las Palmas de Gran
Canaria, págs. 17-37.
El Profesor Zeuner había emprendido, poco antes de su muerte, el trabajo
que, sobre la cerámica de Zonzamas, lleva a cabo Rosenfeld, miembro también del
departamento de Arqueología de la Univenrsidad de Londres.
Aun no se han realizado las excavaciones pertinentes que arrojen suficiente
luz sobre la cerámica allí encontrada, pero con los restos que en la superficie se
han hallado ha sido posible estrablecer la neta diferencia de la cerámica de
177
Sonsamas —e igualmente la de Teguise y Testeña—, con respecto a la de Gran
Canaria y, sobre todo, a la de las islas occidentales.
El científico análisis de Rosenfeld comprende tanto las calidades del material
como la variedad morfológica y decorativa, atendiendo a una estricta clasificación
en la que distingue hasta diez tipos.
La colaboración se acompaña de grabados y de cuatro microfotografias en
color.
Deja claramente planteada el autor la problemática siguiente: ¿Estamos ante
un manifiesto testimonio de cultura autóctona —abundancia de compuestos minerales,
cocción a elevadas temperaturas, incisiones ornamentales—, o bien se trata
de una variante de la cerámica gran canaria en Lanzarote? Como no se ha confirmado
la posibilidad de una relación interinsular antes de la conquista, Rosenfeld
se declina por un contacto con la tecnología cerámica de Chella (Marruecos),
también hecha a mano (hand made), bien cocida (roe// fired), aunque a más
bajas temperaturas que la de Sonsamas y con resultados más conseguidos. No
obstante la analogía, cabría suponer una coincidencia hasta explicable: el viento
africano arroja aún hoy en día arenas y material del desierto, que abunda además
y a nativitate en Lanzarote, que permitiría confiar en la cerámica de Sonsamas
como evidencia cultural de aquella isla y, a la vez, como prueba irrefutable del
aislamiento absoluto del Archipiélago hasta la intercomunicación que la conquista
hispana supuso.
V. MORALES
«lahrbuch für Geschichte von Staat. Wirtschaft
und Gesellschaft Latein Amerikas».—Herausgege-ben
von R. KONETZKE und H. KELLEBENZ.—1964.—
Bohlan Verlag.—Koln-Graz.—371 págs.
Los dos prestigiosos hispanistas alemanes que inician esta publicación de
interés tanto histórico como socio-económico se apuntan un justificado elogio,
dada la altura y revisión actualísima de lugares comunes de la historiografía
americanista que se llevan a cabo en su Anuario.
Destacan, entre otros, los siguientes trabajos:
Pour une geopolUique de Fespace américain, de Fierre Chaunu (págs. 3-26),
en donde se cotejan los dos estilos de colonización —la sajona y la hispana—,
vistas desde sus principios informadores, o sea, la iniciativa privada del colono
inglés y el establecimiento estatal español. El primero, escribe Chaunu, implica
un serio enfrentamiento humano con las incitaciones físicas (creación de una
farmer's frontier), mientras que el segundo estuvo bajo un mayor control estatal
178
(lo que se ha demostrado no ser cierto ni válido para todo el periodo de la conquista
y administración de la América Latina por españoles y portugueses).
Inge Wolff aporta una buena interpretación de los materiales que maneja en
la elaboración de su Negersklaverei und Negerhandel in Hochperu, 1545-1640
(págs. 157- 186), ateniéndose a una época ceñidísima y evitando generalizaciones
comprometedoras.
En el apartado de "Literatur-Berichte" se incluye una nota eminentemente
bibliográfica de José Peraza de Ayala sobre Las Islas Cananas y América (páginas
358-364), en la que se pone de relieve la ya revalidada estimativa del Archipiélago
en el quehacer del Nuevo Mundo y en especial del sudamericano.
V. MORALES
RoBERT RICARD: Sur le texte des chapitres de Ber-náldez
relatifs aux Cañarles.—«Bulletin Hispanique»,
Bordeaux, 1964, LXVl, n" 1-2, pág. 55.
El hispanista y canarista R. Ricard publicó hace años, 1939, en este mismo
<Bulletin>, unas observaciones sobre los pasajes canarios de Bernáldez, en las que
proponía algunas enmiendas. Ahora, con motivo de la edición crítica de esa crónica
(que he comentado, vol. XXVIII, 1962, pág. 223), examina en qué medida el
editor, Carriazo, ha acogido sus propuestas: asi lo ha hecho en varios casos; en
otros admite Ricard que las ha mejorado {orchilla, gramas, Massa). En un caso
sigo apartado tanto de Ricard como de Carriazo: creo que hay que leer Afirma,
donde está atorina; y también prefiero velas a orillas, aunque no puede darse por
seguro. Siempre queda un margen de lecturas dudosas.
E. SERRA
SEBASTIÁN JIMÉNEZ SÁNCHEZ: Los términos Tagoror
g Audiencia entre los aborígenes canarios.—Las Palmas
de Gran Canaria, Public. Faycán, 1964.—Folleto.
—14 páginas.—4°.
Dentro de las publicaciones Faycán, pero sin formar número en la serie de
ellas que con tal título viene editando el autor, este cuaderno se compone de un
breve texto y de cinco páginas de láminas. Trata de estas expresiones usadas
en la descripción de construcciones indígenas en aquella isla. Una larga lista,
179
seguramente exhaustiva, de lug-ares que se desig-nan como Audiencias, otra de
dispositivos o nombres de tagoros, inclinan con fundamento al autor a creer que
estos recintos se hallaban en todos los poblados indígenas; aunque no hace una
precisa distinción entre unos y otros, pues ambos los relaciona con la administración
de justicia, parece que puede apuntarse una relación más clara de tales
juicios con las Audiencias y reservar a los tagoros mis bien una función política
de lugar de asamblea de guaires o notables. Los dibujos y las fotografías ejemplifican
las disposiciones de estas construcciones.
E. SERRA
JUAN CEVERIO DE VERA: Viaje de la Tierra Santa,
}596.—Ed., introducción y notas por CONCEPCIÓN MARTÍNEZ
FiGUEROA y ELÍAS SERRA RAFOLS.—(La Laguna,
Instituto de Estudios Canarios).—Aula de Cultura de
Tenerife, «Biblioteca de Autores Canarios>, I.—1964.
—XXV + 204 pá^s.—75 pts.
Aunque el nombre del que esto escribe figura, por razones editoriales, en la
portada del libro, no tiene mayor reparo en comentarlo, y elogiosamente; pues el
mérito total de la obra corresponde a la Dra. Martínez Figueroa, que trabajó
largamente el tema como tesis doctoral, de la que en realidad aquí aparece sólo
lo que puede y debe tener un interés de lectura para cualquier persona culta. Un
estudio general de la obra dentro de su género y más prolijas anotaciones e ilustración
fueron omitidos para obtener volumen un manejable, aunque con alguna
pérdida de valor erudito.
Las relaciones de viaje a Tierra Santa constituyen un género por sí mismas
desde la Edad Media. En Castilla algunos textos antiguos fueron impresos tardíamente
en el siglo XVI, como el de Antonio de Medina en 1573. Otros nuevos
tuvieron más venta, especialmente el de Antonio de Aranda, desde 1530; el de
Francisco Guerrero, desde 1588. Estos textos, por lo demás, no tienen ni buscan
otra finalidad que la piadosa y suelen ser de lectura nada amena, antes diría de
penitencia. Nuestro autor canario era un viajero empedernido desde su mocedad,
pues desde los 17 años recorría los duros caminos de las Indias. Cuando regresó,
tocado de vocación religiosa y ordenado sacerdote, no renunció a sus aficiones
itinerantes. Hace desde Roma su piadoso camino de Tierra Santa, y la relación
que escribió del viaje, sin disminuir en nada la devocación que le movió a recordarlo,
es indudablemente una obra literaria, sencilla y espontánea, pero en la que
se cuentan con placer las cosas vistas, se dramatizan a menudo y aun me atrevo >
imaginar alguna novelación de tal cual episodio (la historia del geníz«ro cristiano,
180
y la del hebreo portugués islamizante, de los capitules XXIV y XXVI). Además
los caminos de Indias han dejado profunda huella en el viajero; y de intención, no
de casualidad, aprovecha cualquier comparación, cualquier ocasión propicia para
intercalar episodios y cuadros emocionantes de vida indiana. Por una cosa y otra
resulta una obra totalmente independiente de aquellos rutinarios manuales de
peregrino, llena de interés histórico y descriptivo, verdadero documento humano.
Diré que era incomprensible que no hubiese edición moderna, siquiera en el
inmenso centón de la Biblioteca Ribadeneira. La obra tuvo cuatro ediciones,
tres en vida del autor, aunque no es seguro que dispusiera personalmente más
que las primeras; serán libres las dos últimas, de Pamplona, postuma la de 1613.
De todos modos no persistió en manos de los devotos y fue pronto obra rara; hoy
día sus ejemplares son únicos o rarísimos. A mitad del XVII, en 1654, comenzó
a editarse la prolija relación titulada El devoto peregrino, debida a un Padre Castillo,
y puede decirse que este libro, que acumula aquello que de común hay en
todos sus predecesores, monopolizó el mercado; pero su novedad es escasa o nula.
Probablemente las originalidades de nuestro Ceverio antes le perjudicaron que
favorecieron para el público tan especializado de esta literatura.
En un apartado de la introducción, su autora trata acertadamente de las
particularidades de lenguaje de la obra; son notables, pues en ella alternan y
compiten los cultismos o latinismos, propios del eclesiástico que era su autor, con
los popularismos, reflejo interesante de la lengua viva, tan dificil de hallar en la
mayoría de autores, o demasiado cultos o demasiado formularios para admitirla.
Desgraciadamente en esta edición, tan cuidada que lleva numeradas sus líneas,
se ha seguido el vicio español de prescindir del tan útil índice alfabético; en gran
parte esta falta se suple con las notas: toda palabra o nombre de lugar o persona
notable va acompañada de una discreta llamada que remite a estas notas, impresas
aparte al final para conservar el equilibrio y limpieza del texto. Salvo la
ordenación alfabética, allí puede hallarse cualquier identificación necesaria para
la inteligencia de la obra; y bastante más, pues de la arqueología a la fonética
pasando, claro es, por la geografía histórica y la historia politico-militar, todo es
puesto a contribución a base de las noticias más seguras. Recomendamos al
posible lector la lectura de estas notas con certeza de que ha de llenar su curiosidad
en ellas. Un cierto partidismo pro latino y pro hispano, que se trasluce a
menudo, no deja de tener su gracia, asi como su errónea esperanza acerca de las
relaciones greco-turcas en Chipre, ¡ya anticuada!
Aunque el libro es todavía de aparición reciente, ha sido ya publicada una
muy interesante recensión de él, en «Analecta Sacra Tarraconensia», vol. 38,
debida a la erudita pluma de Mosén J. Vives. Al agradecerla, por la parte que
nos toca, creo útil recoger la información de Vives acerca de los himnos que en
número de diez transcribe Ceverio de Vera con ocasión de las piadosas estaciones
de la procesión del Via Crucis en Jerusalén; nos dice Vives que, consultado el
monumental Repertorium hymnologicurrt de Chevalier, ha podido identificar en
él ocho de loa diei himnos, cuya numeración nos da. El séptino, O amor desiderii
y el décimo, Regina mundi coelique, le son nuevos; y en conjunto este himnario es
181
una de las valiosas originalidades de nuestro canario peregrino. Es cierto que
los editores nada hicimos para valorarlo, por carencia de la necesaria erudición
eclesiástica.
Un valioso libro de autor canario, no desconocido, pues había dado ya buena
noticia de él Agustín Millares en su Biobibliogrofia ya clásica, pero sí inasequible,
se halla desde ahora al alcance de los buenos lectores, merced a la editora y al
Aula de Cultura de Tenerife.
E. SERRA
TOMÉ CANO: Arte para fabricar y aparejar naos.
16]J.—Ed. y prólogo por ENRIQUE MARCO DORTA.—
(La Laguna, Instituto de Estudios Canarios).—Aula
de Cultura de Tenerife.—«Biblioteca de Autores
Canarios», I1.-120 págs.—1964.—50 pts.
La vida y la obra de este ilustre navegante canario, que nació en la segunda
mitad del siglo XVI, ha sido traída a la actualidad por la inquietud erudita del
catedrático de la Universidad de Sevilla don Enrique Marco Dorta, que acaba de
publicar el curioso tratado de ingeniería naval escrito por el capitán tinerfeño,
precedido de un estudio biográfico en el que aporta cuánto ha podido averiguar
en sus pacientes búsquedas por los archivos insulares y sevillanos.
La obra de Tomé Cano Arte para fabricar y aparejar naos era, hasta ahora,
dificilísima de consultar. De la edición príncipe, hecha en Sevilla en 1611, sólo
se han salvado del naufragio de los siglos unos tres ejemplares y, por eso. resulta
tan valiosa para los estudiosos la nueva edición encomendada por el Instituto de
Estudios Canarios al profesor Marco Dorta.
El tratado escrito por Tomé Cano fue de suma importancia en su época;
obra de obligada consulta para los arqueadores y carpinteros de ribera del siglo
XVII, influyó en las Ordenanzas de arqueos de 1618, donde se señalan a los
navios las mismas dimensiones recomendadas por el nauta tinerfeño. Pero contiene,
además, el libro de Cano datos estadísticos sobre nuestra flota que son verdaderamente
sugestivos. Nos informa en ella que hacía 1580 tenía España más de
mil naos de alto bordo, sólo de particulares. Que de Vizcaya iban más de doscientas
naves a Terranova por ballena y bacalao y a Flandes con lanas. En Galicia,
Asturias y Santander se dedicaban al comercio con Francia e Inglaterra unos doscientos
parajes. Las naves de Andalucía, que hacían preferentemente el comercio
Canarias y América, pasaban de cuatrocientas. Son datos que reflejan la prosperidad
de nuestro comercio marítimo de entonces y que señalan la posterior decadencia,
de la que se hace eco el autor.
Pero si interesante es su obra, interesante es también la vida inquieta, agitada,
de este infatigable navegante que tantas veces cruzó el Atlántico empuñando
a
m
el timón de sus naos. Nació en la isla de Tenerife, al parecer en Garachico, hacia
1545, y muy pronto comenzó a navegar —seguramente como paje— con su padre
o con su tío, que también eran hombres de mar. El aprendizaje debió de hacerlo
en aguas de Canarias, el título de piloto lo obtuvo sobre el año 1569 y realizó
veintinueve veces la travesia de ida y retorno entre Sevilla y los puertos del Caribe.
Llegó a ser «Señor de nao», o sea propietario de nave, y fueron los nombres
de algunas de éstas los siguientes: «San Juan de Gargarin» (1583), «San Jerónimo»
(1593), «Santo Domingo» (1597), «Santa María de la Rosa» (1612), etc.
La consideración en que se le tuvo por sus conocimientos y por su dilatada
experiencia se refleja en los cargos para los que fue designado: miembro de la
junta de pilotos que examinaba en Sevilla a los aspirantes; escribano de la Hermandad
de los Maestres de la Carrera, establecida en Veracruz; diputado de la
Universidad de Mareantes de Sevilla y consultor del Consejo de Indias en cuestiones
náuticas. Navegando desde niño, la mar había sido su Universidad. No
fue él —dice el Dr. Marco— uno de tantos pilotos de la Carrera de Indias, rutinarios
e incultos, que apenas sabían firmar garabateando su nombre. Las citas de
autores clásicos y las divagaciones sobre historia de la antigüedad nos dan idea
de cuáles fueron las lecturas con que entretuvo sus ocios marineros en las tranquilas
singladuras por la zona de los alisios o en la forzosa inactividad de las invernadas
en Cartagena de Indias, La Habana o en San Juan de Ulúa.
No se ha podido averiguar el año de su muerte. Es de suponer que acaeciera
en Sevilla, en su casa trianera junto a la iglesia de Santa Ana, a orillas del Guadalquivir,
que tantas veces había navegado camino de los puertos de las Indias.
Lo que Enrique Marco Dorta ha hecho ejemplarmente con Tomé Cano es necesario
repetirlo con otros muchos autores canarios, cuyas obras son hoy desconocidas
para las nuevas generaciones de estudiosos y que esperan al investigador
diligente que las anote y comente, para que la consulta de un texto de nuestros
clásicos canarios no constituya dificultad poco menos que insuperable.
(Del «Diario de Las Palmas», viernes 22 de enero de 1965).
José Miguel ALZÓLA
JOSÉ PÉREZ VIDAL: El balcón de celosía y la ventana
de guillotina. (Ñolas de arquitectura regional
canaria).—«Revista de Dialectología y Tradiciones
populares», XIX, 1963*, págs. 349-360 con 15 grabados
en 8 láminas.
Interesantísimo ensayo sobre una de las más destacadas o más visibles notas
de nuestra arquitectura canaria tradicional. El tema de los balcones había sido
183
ya apuntado en líneas más g-enerales por el profesor Giese, de Hamburg^o (en esta
misma «Revista de Dialectología», 1957). y recuerdo también una serie de magnificas
conferencias ilustradas que dio en 1936 en el Ateneo de La Laguna el
arquitecto Eladio Laredo, de las que sólo se publicó un pobre extracto, además
sin grabados .. . '
Pérez Vidal aborda el tema del origen y evolución local del balcón de celosía.
Ve el comienzo de su difusión en Andalucía, cuando allá por los siglos XV y XVI
se reformó la ciudad de Sevilla, merced al abandono de la tradición árabe de la
casa cerrada, sustituida paulatinamente por las nuevas casas fabricadas «a la
calle», con numerosas ventanas y saledizos. Pero precisamente el nuevo balcón
y aun la simple ventana con celosías tienen origen oriental, el mucharabyeh, especialmente
de El Cairo, simplificado al adoptarse en Andalucía, donde se sustituyen
los carretes torneados que formaban la celosía por simples listones cruzados.
Mas el propio balcón árabe tiene su origen, como su nombre certifica, en la destiladera
o pila que llega juntamente con el balcón a occidente, si bien, al parecer,
en Andalucía no queda recuerdo de ella; pero sí subsiste en Canarias, aunque ya
no se hacen nuevas desde que la edificación industrial en serie ha suprimido los
detalles de comodidad en la vivienda. Este estudio de la destiladera es lo más
nuevo de este trabajo y demuestra bien su enlace de origen con el balcón. No
comparto el juicio condenatorio del autor respecto a los balcones de cemento: ni
es cierto que los balcones de reciente imitación de los antiguos sean siempre un
empobrecimiento de éstos, pues entre los ejemplares que he visto fabricar en mis
cuarenta años de vida canaria se cuentan tanto en Gran Canaria como en Tenerife
algunos de los mis fastuosos, ni debe censurarse que no siendo posible
ya armarlos en tea se hayan buscado materiales sucedáneos. Lo mejor seria construirlos
de simple pino pintado, como ya eran la mayoría de los antiguos de tipo
modesto, pero el uso del cemento moldeado no debe dar motivo para rasgarse las
vestiduras.
El cambio de materiales según los tiempos y lugares es cosa tan antigua como
la arquitectura: sin llegar al ejemplo ilustre del templo griego de piedra copiando
al de madera hasta con sus clavos, es bien conocido y respetable el románico de ladrillo,
con obras magníficas, y aquí mismo tenemos la catedral de Las Palmas con
muros y plementos de mampostería en sustitución de la cantería, hecho que no
quita al monumento su prestigio gótico y que fue sin duda un acierto del maestro
que los impuso. Nada digamos de la catedral de La Laguna, toda ella de cemento
moldeado, como estos vilipendiados balcones, sin que haya sido objeto de anatemas.
Las invectivas contra los balcones proceden simplemente de los pseudo-
' En «Semana pro Ecclesía et Patria», La Laguna, 1936, y también en folleto
suelto de 8 págs. 12', La Laguna, el mismo año, en el que se precisaba que las
conferencias en número de siete se dieron del 30 de abril al 18 de junio. Laredo
se ausentó y después murió; dejó al Obispado, del cual había sido asesor, una magnífica
serie de dibujos técnicos de estudio de los varios tipos de balcón canario;
pero estos trabajos anduvieron en varias manos, y, si hoy no están perdidos, son de
Ignorado paradero.
184
funcionalistas, y no es justo que los amantes de la tradición artística nos sumemos
a sus pataleos.
Luego brevemente se refiere el autor a las vidrieras verticalmente corredizas,
que solemos llamar ventanas de guillotina, no sé si con bastante buen g-usto. No
tienen nombre especial popular, pues siendo prácticamente universales en el pais
sobra cualquier calificación. Pérez. Vidal sostiene el origen nórdico, más bien que
portugués de estas vidrieras; realmente para atribuirles este último baria falta
suponerles una antigüedad que a todas luces les falta; un tiempo imaginé que las
habían importado los artesanos portuguses que tanto abundaban aquí en el siglo
XVI, pero en todas las casas antiguas, anteriores al XVIII, en que se abren
estos amplios ventanales acristalados, se nota que son producto de reforma, y por
otro lado todavía quedan muchas humildes casitas no mejoradas en las que los
cierres de madera subsisten, sin más luz que acaso una hilera de vidrios como
montante encima de las hojas opacas y algún postigo en ellas. En fin, como nota
el autor, es curiosa la íntima asociación a que han llegado estos dos elementos antagónicos
como son la celosía y la vidriera, en esta arquitectura tradicional, hoy
día deliberadamente perseguida por los que la califican de anacrónica y se oponen
hasta a su adaptación a los recursos y necesidades actuales.
Pérez Vidal presta poca atención a los nombres de estas cosas. El malogrado
arquitecto-arqueólogo y arabista don Leopoldo Torres Balbás —malogrado aunque
cien años hubiese vivido, pues no ha dejado sucesores— puso en evidencia el grosero
error de la Academia al dar el valor de 'ventana geminada' a la voz ajimez
de los alarifes andaluces, error que inesperadamente tuvo funesta fortuna en la
literatura romántica pseudo-orientalizante.' El ajimez es la ventana o balcón volado
al exterior de la fachada; tuvo un momento de difusión en Sevilla, como dijimos,
pero luego fue prohibido expresamente por las ordenanzas (1527?), porque
al proliferar amenazaba con cerrar totalmente las calles al coincidir dos balcones
fronteros en las estrechas vías sevillanas, y tal vez más por el ejemplo que por las
mismas causas la abolición de estos salientes fue en seguida general en toda Andalucía.
En 1960 me preguntaba Torres Balbás cuál podría ser la causa que había
sustraído los balcones canarios de la misma funesta suerte. Aparte un mayor alejamiento,
la causa es bien notoria: aquí no existía el problema de la estrechez de
las calles, salvo casos raros como el de la calle santacrucera del Tigre —jnatural-mente,
desaparecida!— Y tampoco en América. Aquí, pues, el ajimez triunfó y
persistió; el nombre mismo en su recto sentido —no en el «académico»— de elemento
volado al exterior del muro, fue conocido en Tenerife, como se ve en un
' TORRES BALBÁS: «Al-Andalus», Xll, 1947, pp. 415-417. Dudo mucho de que
la acepción académica sea popular en Córdoba ni en parte alguna; es un producto
literario, error en que caen a menudo los que tratan de usar un vocabulario no
aprendido en la vida sino en los papeles, y seguramente de él se libraron los mejores:
no he visto esta palabra en Martínez de la Rosa, D" Isabel de Solis, en que
tantas veces se habla de ventanas árabes. Habría que hacer una exploración minuciosa
para ver cuándo apareció el monstruo.
185
acuerdo del Cabildo de 1518, de inmediata publicación por el Instituto de Estudios
Canarios, si bien por lo común se le dan nombres más vag'os, como colgadizo.
A la celosia parece que se la llama red en el sentido de 'enrejado'.
E. SERRA
ENRIQUE ROMÉU PALAZUELOS: Siete días en la Isla
de La Gomera.—IV Semana Colombina, del 6 al 12 de
septiembre de 1963 [La Laguna, Imp. Vera, 1963].—
34 páginas.—4°.
A primera impresión parece un mero recuerdo poético de unos días deliciosos
de excursión en la isla colombina. En efecto, el tono es casi constantemente lirico,
tanto en prosa como en los muchos fragmentos en verso. Bellas evocaciones, de
historia, de paisaje, de hombres. Pero leyendo se ve que hay más: hay un inventario
de todo lo que el viajero culto siente en un rápido paso por la Isla. Yo también
pisé un dia La Gomera, la crucé de una a otra orilla, y cuando más feliz me
senti en ella fue cuando casi en su centro geográfico perdi de vista y de sentido la
mar, carcelera de islas, y pude creerme en medio de tierras infinitas. En este inventario
está todo, desde la pianola de la iglesia hasta la receta del almogrote; y
la crónica de los actos que fueron motivo o pretexto del viaje es tan emotiva como
precisa, la cronometría de las conferencias vecina con la cordialidad con que las
siguió todo el pueblo de la villa capital. Esta semana colombina habrá dejado algo.
E. SERRA
AGUSTÍN CORREA VIERA: Un aspecto poco conocido
de Bravo Murillo. El R. D. que creó los Puertos
Francos de Canarias.—Badajoz, Diputación Provincial,
1964.—12 págs.—4°.
Fregenal de la Sierra es la cuna del político isabelino del que se estudia uno
de los actos de gobierno. De ahí que la Diputación Provincial de Badajoz haya
editado en tirada realmente inusitada de 25 ejemplares esta conferencia dada en
la VII Semana Canaria celebrada en Madrid (aunque imaginamos será separata d«
186
alguna publicación periódica, que no se menciona). Se reseña la trayectoria pública
de Bravo Murillo, para centrarse luego en el interesante tema de cómo pudo
concebir el ministro tan original actitud frente a la tradición española, tanto del
antiguo régimen como del nuevo, que supone la franquía otorgada a Canarias, con
renuncia de todo control por parte del paternalisimo Estado. Para los canarios no
puede llamarse poco conocido este aspecto de la obra política del Ministro, que
tenemos como uno de los legítimos padres de la actual prosperidad de las Islas.
Aquí la aspiración de la libertad de navegación y de contratación es tan vieja
como la hispanidad en las Islas. El Cabildo de Tenerife, desde 1517, y probablemente
desde antes, pedia a los Reales Consejos que se líbrase a las Islas de las
prohibiciones que se cernían contra el comercio de naves extranjeras en las playas
y puertos de la Isla. En realidad la prosperidad o estrechez en el Archipiélago
siempre ha ido a la par con la libertad y la seguridad de la mar que lo rodea.
Todo otro expediente es miseria, como la que padecían los guanches en su forzoso
aislamiento. El estudio de Correa Viera sobre los antecedentes teóricos de esta
política es interesante.
E. SERRA
JOSÉ AGUSTÍN ÁLVAREZ Rixo (1796-1883): Cuadro
Histórico de estas Islas Canarias o Noticias Generales
de su Estado y Acaecimientos más memorables durante
los cuatro años de 1808 a 1812.—Prólogo de SIMÓN
BENÍTEZ PADILLA.—Epílogo del Excmo. Sr. Don FRANCISCO
DE QUINTANA Y LEÓN, Marqués de Acialcázar.—
N" VI de las Ediciones de «El Gabinete Literario».—
Las Palmas de Gran Canaria, 1955.—4 -|- Lx + 336
pág. + mapas + láms., algunas en color, con dibujos
del autor.—17x24,5 cm.—Precio no indicado.
Con haber copiado todos los datos contenidos en la portada del libro, que
son más explícitos que los titulos modernos a que estamos acostumbrados, asi y
todo no agotamos la materia que nos ofrece don Simón Benítez en la edición del
manuscrito de Alvarez Rixo, pues la complementa con XII apéndices, que cubren
de la página 191 hasta la 218, destinados a transcribir documentos contemporáneos
del periodo historiado, algunos de ellos, como el relativo a la Expedición
a España del Batallón de Granaderos de Canarias en 1809, con 8 páginas
de comentarios del editor más itinerario sobre un mapa de la época.
Aguttin Alvarez Rixo, hijo de Manuel José Alvarez, un portugués de la villa
de Chaves en el norte de Portugal que en Canarias llegó a ser alcalde de Arre-
187
cife, fue un hombre de la Ilustración, aunque del XIX, porque a Canarias, hasta
comienzos del sig-lo XX, todo movimiento cultural europeo llegó —¡cuando llegó!—
con muchos años de retraso. Baste recordar que el Romanticismo canario
fue un fenómeno de la segunda mitad del siglo XIX hasta la guerra mundial de
1914-1918. Agustín Álvarez Rixo fue, pues, un epígono del Arcediano de Fuerte-ventura
José de Viera y Clavijo, al que nuestro autor alcanzó a ver, cuando niño,
en La.<i Palmas.
El Cuadro Histórico es un interesantísimo documento que, si bien era conocido
de varios eruditos y habia circulado en distintas copias, nunca se habia
divulgado suficientemente. Después de haber aparecido en 1948 La Junta Suprema
de Canarias de Buenaventura Bonnet y Reverón, con el extenso estudio preliminar,
que la completa, de Antonio Ruméu de Armas, la edición del manuscrito
de Alvarez Rixo no es tan novedosa como fue la edición de la Real Sociedad Económica
de Amigos del País de Tenerife. Con todo, entre ambos gruesos libros
(el de La Laguna tiene cxi.111 -\- 799 páginas en el mismo formato que el Cuadro
Hixtórico) el lector puede formarse una idea bastante precisa de los acontecimientos
de 1808 a 1812.
Las 60 densas páginas del prólogo de don Simón nos retrotraen al ambiente
finisecular del XVIII —entendido que el XVIII duró tanto como como el absolutismo,
esto es, hasta por lo menos el primer cuarto del XIX— en que los Álvarez
(padre e hijo) se desenvolvieron; y si bien en algunos detalles se pudiera
objetar que don Simón se aleja un tanto del tema propuesto para pasearse por
recuerdos, anécdotas, descripciones paisajísticas y culturales, hechos históricos
que apenas rozan ni influyen la vida espiritual de las Islas en la época que enmarca
el Cuadro Histórico, también es cierto que don Simón tiene conciencia de ello y
se desempeña cumplidamente en la página LVi: «Si al alejar la mirada —como
se nos ha enseñado a hacer con la pintura impresionista— se funde la heterogeneidad
de los fragmentos en un conjunto que respire el clima de la época, nos
damos por satisfechos». A veces don Simón, en su prólogo, se ve obligado a
describir hechos y ambientes que son bien distintos de los que la historia ad usum
Delphini nos acostumbra dar. Pero don Simón, sutilísímamente, nos cuenta el
caso del profesor de Química a quien le tocó explicar la lección del Plomo: «Es
un metal gris, blando, dúctil, maleable, pesado, venenoso. Yo no soy enemigo
del plomo; pero es asi>.'
¿Y qué decir del Cuadro Histórico? Para nosotros fue una lectura atractiva
y reveladora. Alvarez Rixo, ya maduro, bregando en el vivir canario, a caballo
entre Lanzarote, Gran Canaria y Tenerife, se retira a su finca cerca del Puerto
de la Cruz y empieza a componer su Cuadro después de 1841, que va perfeccio-tiando
con noticias posteriores, muchas de las cuales le son proporcionadas por
amigos a quienes envió copia, uno de ellos Antonio Pereyra Pacheco, otro amante
de las tradiones isleñas, quien desde Tegueste está en contacto epistolar con
' El estudio preliminar de don Simón Benítez apareció como publicación
independiente o tirada aparte. Lo consignamos a efectos bibliográficos.
188
nuestro autor por espacio de muchos años. El hecho de que siendo amigos sinceros
y viviendo en la misma isla nunca tuvieron ocasión de encontrarse directamente,
dice bastante de las circuntancias de la vida canaria en la primera mitad
del siglo XIX. A nuestro modo de ver, la edición de don Simón es mucho más
objetiva que la de Bonnet; pero, como ya dijimos, ambas se complementan. Alva-rez
Rixo se esfuerza siempre por objetivizar los hechos y tratarlos sine ira et
stadio, incluso cuando da el largo Manifiesto del presbítero y exfraile portugués
Miguel Cabral, sin entrar en comentarios acerca del fondo del mismo. Y don Simón
se adapta a esta posición.
Los acontecimientos canarios durante la llamada Guerra de la Independencia
son ya del dominio público, y por ellos nos excusamos de presentar un resumen
del Cuadro. Pero, con todo, no queremos pasar por alto una faceta de Álvarez
Rixo que recorre todo el libro como un leit moiiv: su liberalismo. Agustín Álvarez
Rixo, canario hijo de portugués, como tantos otros canarios de todos los
siglos, fue un patriota sincero, un enamorado de las Islas, a quien dolía el estado
de incuria en que sus autoridades las habían tenido hasta su época inclusive.
Esta veta de liberalismo crítico y constructivo ha estado siempre en la linea de
la mejor tradición de los escritores e historiadores canarios, desde los tiempos de
la Tertulia de Nava, de Viera y Clavijo, de los alumnos salidos del Seminario del
obispo Tavira —uno de los innovadores de los estudios eclesiásticos a finales del
siglo XVIII, a la sombra de cuyas enseñanzas se formaron en Gran Canaria Gra-ciliano
Afonso y otros sacerdotes y seglares liberales, miembros destacados algunos
de ellos de las Cortes de Cádiz—, hasta Pérez Galdós, Chil y Naranjo, los
Millares (ya cuatro generaciones), etc.
Como muestra de este «dolorido sentir» —y como muestra al mismo tiempo
de su estilo literario—, he aquí cuatro ejemplos entre muchos otros igualmente
característicos que se pudieran citar, relativos a las islas que más conoció:
I. Después de informar que en Las Palmas de 1808 no había «ni una calle
baldozada» y que treinta años antes no había ninguna empedrada siquiera con
callaos, añade (pág. 45):
Siendo la de Las Palmas la Ciudad capital de la Diócesis de las Canarias,
su Obispo con cuantiosas rentas; y los Canónigos y demás eclesiásticos
á proporción: Poseyendo también los principales conocimientos literarios, en
los cuales había algunos muy distinguidos; disfrutaban de toda preponderancia
del país. El número de clérigos que alli habia, ya séase por razón de
empleados, ya por que iban á sus negocios particulares, era estraordinario.
No se entraba en casa alguna de visita, donde no se encontrasen algunos
eclesiásticos sentados á par de las damas, á las cuales entretenían con su
chiste y alegre conversación. Porque hombres que tenían buenas rentas y
poco en qué pensar, era preciso que estubiesen más joviales que los individuos
de otros estados. Tampoco faltaban entre aquellos señores algunos si-milis
del Tartuf, delineado por el célebre Moliere.
II. He aquí ahora cómo era el estado de cultura de Lanzarote, donde no habia
ni una sola escuela (pág. 91):
189
Por lo que respecta a nobles artes, todavía en el año 1811, estaba tan desatendida
la pintura que en toda la Ysla no había una persona que pudiese
pintar el escudo de las Armas Reales para la bandera de la visita del Puerto
que se había roto. Acudióse a un hijo de dicho D'} Manuel recién llegado de
Canaria donde aprendió sólo dibujo de creyón, y tantos ensayos le forzaron
a hacer hasta que logró pintar al óleo un moharracho que les sirvió por algunos
años. Por lo que hace a la música en este propio año lograron un maestro
para piano, que lo fué el presbítero D";" Tomás Pestaña, portugués.
III. Una ver depuesto el Duque del Parque Castrillo como Capitán General
de Canarias y despachado para la Península por el puerto de Guamojete en Tenerife,
Álvarez Rixo comenta (pág. 121):
Pasó a Cádiz, y desde allí creyeron muchos Ysleños que trataría de desquitarse
de los vejámenes sufridos en las Yslas, pero ni se volvió a acordar
de ellas. Y ésta de Tenerife para asegurarse, fletó otra nave con su comisionado
cargado de un ruidoso expediente, que cual otros varios sirvió para
entretener tiempo y gastar el dinero; siendo lo más admirable, que para estas
trapisondas siempre lo ha habido en la Provincia, pero nunca para sacar
nuevas aguas, limpiar Puertos, pagar maestros que pefeccionen nuestras toscas
artes, ni estimular a los patricios que muestran aptitud para éstas y para
las ciencias.
IV. Por último, con referencia a La Palma, al dar idea de su estado civil y
político en la época de la Junta Suprema, escribe (pág. 128):
. . . sin embargo, que en ninguna de las Yslas Canarias han sido tan
insignificantes sus nobles, pues con muy pocas ecepciones, carecían de competente
instrucción, haciéndoles su ignorancia ridículos mesquinos e impertinentes
( . . . ) Por lo que respecta a los aldeanos, eran y por desgracia han
continuado siendo [ . . . ] los más miserables, superticiosos, y bárbaros de todos
los Canarios [ . . . ] Oh cuan culpables han sido siempre las autoridades
civiles y eclesiásticas de la Provincia en no incomodarse en observar y examinar
los pueblos que les están cometidos a fin de civilizarlos para que viviesen
de una manera más justa y racional! Para luminarias, costosa fiesta o bajada
de la Virgen de las Nieves, fuegos y pandorgas, siempre ha habido con qué
costearlas, una mediana instrucción es lo que no se ha podido organizar.
Una vez terminado el Cuadro Hisiórico, todo él de un interés y gracia severa
que corre parejas en muchos lugares con la responsabilidad y galanura de la prosa
de Viera y Clavijo, vienen los XII apéndices aludidos, en cuyos detalles no podemos
entrar por no alargar más esta recensión. Pero vamos a copiar sus títulos,
siquiera como orientación para interesados que aún no hayan tenido ocasión de
ver el libro: I. Relación circunstanciada de las resultas y decretos del Cabildo
General Permanente, celebrado en la Ciudad de Canaria el 1" septiembre de 1808
por unos obedientes vasallos y compatriotas de la Suprema «Junta de Tenerife";
II. Providencia de la Real Audiencia de Canarias que declara nula la Junta creada
en la Ciudad de la Laguna en cuanto a la extensión de facultades, superioridad
y situaciones y la reduce al territorio de Tenerife (1° de Agosto de 1808); III. Respuesta
del Cabildo General Permanente de esta Isla de Gran Canaria al oficio, que
con fecha 11 de Agosto de 1808 pasó a su Cabildo ordinario el Marqués de Villa-
190
nueva del Prado; IV. Manifiesto que en veinte y siete de Setiembre de mil ochocientos
ocho hace la Isla de Gran Canaria de los motivos que tuvo para negarse a
conocer la Junta de la Laguna en Tenerife y enviar a ella sus diputados; V. Instrucciones
de la Junta Suprema de Sevilla para la Junta Suprema de las Canarias;
VI. La Junta de Fuerteventura (4 documentos); VII. Expedición a España del
Batallón de Granaderos de Canarias en 1809; VIII. El Sueño de La Laguna.
Poema; IX. Testimonio de Escribano, de las Actas del Cabildo de la Laguna en
el mes de noviembre de 1811 [ . . . ] cuanda la resistencia del Comandante Gral.
Duque del Parque a dejar el mando al General Rodríguez de la Buria y embarque
del Sr. Duque; X. « Vida Política del Coronel Don Joeé de Quintana y Llarena»;
XI. Diario del viaje a la Península del limo. Sr. D. Luis de la Encina y Perla;
XII. La Pequeña Historia.
El epílojfo, Comentarios y Notas, debido al Marqués de Acialcázar don Fernando
de Quintana y León, es un acopio de documentos, dirigidos sobr