DON ELÍAS SERRA COMO INVESTIGADOR
DE ARCHIVOS
Por Leopoldo de LA ROSA OLIVERA
Es para mí —^y para cuantos fuimos sus discípulos y luego
modestos colaboradores— un doloroso y al tiempo grato deber
hablar sobre el profesor Serra Ráfols. Doloroso, porque ya no
podemos contar con su ayuda y consejo; grato, porque no nos
sería posible, aunque nos esforzásemos, hacer una crítica negativa
de su condición de historiador, de historiador del pasado de nuestras
islas, a las que, nacido fuera de ellas, muy pronto se sintió
estrechamente vinculado, aún más que tantos nativos.
Don Elias, como todos le llamábamos, consiguió hacer cambiar
por completo los puntos de partida de quienes entre nosotros
y con anterioridad a su enseñanza pensaban que hacían
historia de Canarias; consiguió, con toda su modestia, hacernos
comprender que había que romper con viejos moldes, con superados
conceptos, si quiere llegarse a comprender lo que fue la
vida de un grupo humano en una determinada área geográfica,
en la nuestra, que fue lo que él hizo y nos inculcó, desinteresada
y abiertamente, sin reservas, sin la vanidad —tan humana— de
considerarse el maestro, el único que sabía entre nosotros, por
sobre todos nosotros, llegar a descubrir la realidad de nuestro
pasado.
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Cuando, ya en mi madurez, fui su alumno en nuestra Universidad,
fue el doctor Serra quién me hizo ver la necesidad absoluta
de investigar en nuestros archivos, al menos en los que
teníamos a mano y que, desgraciadamente, habían sido muy poco
explorados.
Si dejamos aparte a Núñez de la Peña, el que, con todos sus
defectos como historiador, fue sin duda un eficaz buceador del
archivo del antiguo Cabildo de Tenerife y no puede regateársele
el mérito de haber publicado buena cantidad de documentos, por
suerte aún conservados, que permitieron conocer la historia de
nuestra institución municipal, suerte de la que carecieron las
restantes islas del Archipiélago, y en el siglo XIX Millares y
Chil, quienes también sacaron a la luz importantes documentos,
el resto casi de nuestros historiadores se limitó a glosar las antiguas
crónicas, a compararlas, a cotejar lo que decían unos y
otros autores y a sacar conclusiones más o menos afortunadas. El
propio Viera y Clavijo, el gran poeta de nuestro pasado —aunque
poeta en prosa, ya que no podemos decir lo mismo de sus versos—,
no fue un investigador de archivos. Tuvo la extraordinaria suerte
y habilidad de valerse de inteligentes amigos y contertulios, que
le copiaron o extractaron buena cantidad de documentos del viejo
archivo municipal de Tenerife; pero, además, Viera, cuyos méritos,
naturalmente, no vamos a discutir, ni los discutimos, partía
aún del método narrativo, como línea fundamental de hacer historia.
Hizo la de los pueblos primitivos, sin poder prescindir de
la concepción poética del pasado; relató los episodios de la conquista
de las Islas, sin conocer algunos documentos que estaban
en el propio archivo del Cabildo, como la residencia del Adelantado
por Lope de Sosa, que sus colaboradores no leyeron. El resto
de su bello relato, de su imprescindible obra, viene a equivaler,
en pequeño, a las crónicas nacionales de los reinados, que
aquí son en vez de reyes, capitanes generales, obispos, gobernadores,
órdenes religiosas, excepción hecha de valiosos estudios
sobre las instituciones municipales o sobre otros particulares, claro
está.
Naturalmente no es que se pueda, ni se deba prescindir de
la narración, ni el profesor Serra prescindió de ella, si bien exi-
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gió la puntualidad en la data. Y es en esto, como en otros extremos,
en lo que fallaron nuestros pasados historiadores, como también
en carecer del tiempo, los medios o la paciencia que se
precisa para dedicar horas y horas, año tras año, a la lectura de
cuántos documentos del pasado puedan hallarse, en casos para
no poder lograr sino una sola y breve noticia que compruebe o
rectifique lo sabido.
Y esto es lo que don Elias hizo y fue su gran preocupación y
el ejemplo y consejo que nos daba. Para nosotros ha sido un
gran dolor el que no se decidiera nunca, ni nos fue posible convencerlo,
a escribir una historia de Canarias. Argumentaba,
frente a en casos por nuestra parte impertinentes y reiteradas
presiones, que esta necesaria obra no podía ni debía intentarse
mientras no conociéramos debidamente lo que contenían al menos
los archivos que teníamos a la mano. Y se ha ido para siempre
cumpliendo su honrada convicción de que cualquier intento que
pudiera hacer en tal sentido adolecería de tal falta. Nosotros no
compartíamos totalmente su tan escrupuloso criterio, porque
para realizar esa labor previa ni la vida de un hombre, ni la de
una o más generaciones es suficiente para contar con tal premisa
y menos aún en nuestra patria donde, hasta ahora, la seria labor
investigadora en nuestros archivos puede decirse que comienza
a realizarse en forma sistemática, por lo que, de no decidirnos a
dar conocer lo que sabemos, que naturalmente es perfeccionable,
no llegaremos en mucho tiempo a una revisión necesaria de
nuestro conocimiento del pasado.
Pero don Elias, además, no se conformaba en el estudio histórico
ni aun con el llamado método germánico de llegar a dominar
la historia interna, método que si bien puso coto a la improvisación
romántica —de la que podríamos citar en nuestras
islas más de un caso— y exigió una imparcial crítica de las
fuentes e hizo indispensable la más completa aportación archi-vística,
cayó, en parte al menos, ante el mito del documento, fallo
que halló sus principales cultivadores en los historiadores del
Derecho, algunos de los cuales llegaron a realizar una historia
de las instituciones jurídicas, besándose en los textos legales, pero
en pugna, tantas veces, con la vida real. Una cosa, por ejemplo,
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es el estudio de las Leyes de Indias o de los fueros municipales
medievales y, poniendo un ejemplo para nosotros más cercano,
el de las ordenanzas dadas por los Reyes Católicos a Gran Canaria
y otra, mucho más importante, es si tales normas se aplicaron
y cómo se aplicaron. No puede dudarse del notorio interés
del estudio de los principios que las inspirasen, pero lo que hay
que preguntarse es cómo actuó el factor humano ante la realidad
de esas leyes. No es que deba, ni pueda prescindirse del estudio
'de las leyes que unos reyes, unos consejos o una corte dictasen;
pero mucho más importante es llegar a dejar en claro si las
mismas se aplicaron o si fueron letra muerta; si los jueces o los
encargados de cumplirlas las exigieron y se sometieron a ellas o
eran los primeros en burlarlas. Y esto hay que buscarlo y el doctor
Serra se afanaba en buscarlo, en los documentos, tanto en
judiciales o donde pueda reflejarse, porque para él la verdadera
historia no es sólo la narrativa, ni la interna, ni la de la cultura,
sino la real y verdadera historia del hombre, de unos hombres en
un determinado momento o período histórico.
En su último trabajo, en la biografía del primer Adelantado
don Alonso Fernández de Lugo, que la podemos cahficar como
una de las características de su concepto de la Historia, don Elias
trazó la discutida figura del Conquistador partiendo de numerosos
documentos que llegó a conocer sobre el mismo. Así pudo
captar al hombre que fue don Alonso, con sus grandes defectos
y con sus indudables condiciones de gobernante y más de una
vez nos confesó que si consiguió comprenderlo, en sus grandezas
y en sus miserias, se debió precisamente a aquel conocimiento.
Por esta razón la biografía de este personaje debida al doctor
Serra carece de toda similitud con otras anteriores, algunas de
no muchos años atrás, sobre el propio Fernández de Lugo, las que
hoy, podemos afirmarlo objetivamente, han perdido todo interés
científico.
En buena parte de las obras en las que tuve la honra de colaborar
con don Elias, como fueron tres de los volúmenes de
los Acuerdos del Cabildo de Tenerife, que alcanzan hasta la muerte
del primer Adelantado; en la Residencia que le tomó Lope de
Sosa; en la Reformación del Repartimiento llevada a cabo por el
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Licenciado Ortiz de Zarate; en la transcripción del Libro IV de
Datas originales, así como en la de otros documentos, me era forzoso
admirar la extraordinaria paciencia, el tesón que ponía en la
lectura y transcripción de los textos de más difícil interpretación;
cómo no cejaba hasta dar con su exacto sentido y la honda satisfacción
que sentía al vencer las dificultades con las que tropezaba.
En todas aquellas obras, por otra parte, podemos contemplar
cómo utilizó el contenido de los documentos para realizar los
estudios que precedían al texto, reflejo lo más completo posible
de las noticias que lograba extraer de los mismos, para conocer
la vida de todo el grupo humano que creó la administración de
nuestra isla.
Pero debemos aclarar que no era simple preocupación de paleógrafo
la suya al no quererse dar por vencido ante las dificultades
que la lectura de un texto presentara, sino que pensaba y
con razón que en la frase más aparentemente banal podía captar
algún matiz que le permitiera reconstruir el pensar o el sentir
de aquella generación de conquistadores y primeros pobladores;
las reacciones de sus no escasos enemigos; el pensar de la Corte
ante las quejas que le llegaban contra el Adelantado.
Particulares dificultades tuvo para el doctor Serra la transcripción
de las datas de repartimiento, labor ingente, que constituye
para el historiador actual y el futuro un impresionante caudal
de noticias y que en su mayor parte realizó sin ayuda alguna,
no sólo por estar escrita cada una por distinta mano, sino
también porque cada uno de los albalaes estuvieron en manos de
los dueños o beneficiarios por tiempo, hasta que se ordenó su entrega,
por lo cual se trata de pequeños trozos de papel, doblados
y arrugados y perdido en buena parte el color de la tinta, por lo
que su transcripción le fue en extremo penosa y la llevó a cabo
cuando ya sólo tenía visión por un solo ojo, lo que demuestra su
extraordinaria vocación de minucioso investigador que estaba
convencido de la importancia de las noticias que legaba para las
actuales y futuras generaciones. El historiador de la conquista y colonización,
el historiador del Derecho en las Islas, no podrá nunca
apreciar en todo su valor el extraordinario esfuerzo del doctor Serra
en este trabajo suyo.
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Nosotros, los que le conocimos, los que trabajamos junto a él
y bajo su dirección, cuantos sentimos interés por conocer nuestro
pasado, no podremos olvidar en justicia su nombre, el profundo
cambio que imprimió a la investigación histórica en las Islas y
su valiosísima labor en la transcripción de documentos y de interpretación
de la vida de los hombres que construyeron nuestros
pueblos a raíz de la conquista de las Islas.